Leo Graf era tan sólo un competente ingeniero de soldadura: se ocupaba de sus asuntos, hacia bien el trabajo y se ajustaba a las especificaciones. Pero todo cambió cuando fue asonado al Hábitat Cay y conoció a los cuadrúmanos, seres sin piernas y con cuatro brazos adaptados por la ingeniería genética para el trabajo en ausencia de la gravedad. ¿Quién podría permanecer indiferente antela explotación y la esclavitud de un millar de jóvenes tratados como objetos por Galac-Tech. la gran corporación espacial?

Fue relativamente fácil adoptar, un tanto ilegalmente, a un millar de cuadrúmanos. Lo difícil fue enseñarles a ser libres.

Un retorno de lujo a los temas de la ciencia ficción campbelliana basada en la aventura y la especulación científica inteligente, con personajes de una entrañable «normalidad». Un hito en la moderna literatura de ciencia ficción.

Lois McMaster Bujold

En caída libre

Para papá.

El autor querría agradecer a tres caballeros por la ayuda que le brindaron para mejorar la relación entre ciencia y ficción en esta historia. Uno de ellos es el doctor Henry Bielstein, por la información sobre fisiología y medicina espacial. Otro es el señor James A. McMaster, ingeniero de soldadura. Y finalmente, Wallace A. Voreck, asesor en tecnología de explosivos. Gran parte de lo que es técnicamente correcto se lo debo a ellos. Todos los errores corren por mi cuenta.

No existen bastantes palabras para expresar mi deuda hacia el difunto doctor Robert C. McMaster, físico, ingeniero, profesor e inventor, por su ayuda más allá de lo técnico, más allá de cualquier medida. Los errores siguen siendo los míos, pero estoy trabajando para corregirlos.

LOIS MCMASTER BUJOLD

Mayo 1987

1

El borde resplandeciente del planeta Rodeo giró vertiginosamente frente al puesto de observación de la estación de transferencia orbital. Una mujer, a quien Leo Graf reconoció como una de las pasajeras que desembarcaron de la nave de Salto junto con él, miró hacia afuera con ansiedad durante unos minutos, pestañeó y tragó, y finalmente se dejó caer en uno de los sillones mullidos, cerrando los ojos. Cuando los volvió a abrir se encontró con la mirada de Leo y se encogió de hombros. Estaba realmente incómoda. Leo sonrió en forma comprensiva. Inmune ya a las náuseas provocadas por el viaje espacial, se acomodó en el puesto de observación de cristal.

Una delgada capa de nubes giraba en la atmósfera allá abajo y apenas cubría lo que aparentemente eran extensiones inmensas de arenas desérticas coloradas. Rodeo era un mundo marginal, donde se encontraban únicamente las instalaciones destinadas a operaciones de minería y perforación de Galac-Tech. Pero, ¿qué es lo que estaba haciendo allí? Una vez más, Leo desconocía la respuesta. No era precisamente un experto en operaciones subterráneas.

El planeta se perdió de vista, debido al movimiento rotatorio de la estación. Leo se trasladó para seguir observando desde otro punto más cerca del eje de la rueda de la estación. Allí percibió los puntos de tensión y se preguntó cuándo habrían tomado las últimas placas de rayos X para advertir algún desperfecto oculto. Las fuerzas centrífugas de gravedad en el lugar donde se encontraba el sector de pasajeros parecían tener un valor equivalente a aproximadamente la mitad del estándar en Tierra, tal vez un poco menos. ¿Habrían reducido la tensión deliberadamente, anticipándose a cualquier problema en la estructura?

Pero él estaba aquí para instruir, al menos eso era lo que le habían dicho en las oficinas centrales de Galac-Tech en la Tierra, para enseñar los procedimientos de control de calidad propios de la soldadura y la construcción en caída libre. ¿A quién? ¿Por qué aquí, en los confines del mundo? El «Proyecto Cay» era un nombre que no decía nada en particular sobre esa misión.

—¿Leo Graf?

Él se dio la vuelta.

—¿Sí?

La persona que lo había llamado era un hombre alto, de cabello oscuro, de unos treinta o cuarenta años. Llevaba ropas de calle de corte clásico a la moda, pero una credencial en la solapa lo identificaba como un hombre de la compañía. Del tipo ejecutivo sedentario, pensó Leo. La mano que estrechó tenía un bronceado uniforme, pero no era firme.

—Bruce van Atta.

La mano gruesa de Leo era pálida, con lunares marrones. Leo rondaba los cuarenta, era rubio y corpulento. Estaba acostumbrado a llevar el uniforme rojo de la compañía, en parte porque así se confundía entre los obreros que supervisaba, pero principalmente porque así no tenía que perder mucho tiempo pensando qué ponerse todas las mañanas. La credencial que tenía sobre el bolsillo superior izquierdo decía «Graf». Eso eliminaba todo misterio.

—Bienvenido a Rodeo, la axila del universo —dijo Van Atta con una sonrisa.

—Gracias —respondió él de forma automática.

—Soy el director del Proyecto Cay. Seré su superior —explicó Van Atta—. Le requerí a usted personalmente. Me va a ser de gran ayuda para hacer que esta división entre finalmente en funcionamiento. Usted es como yo. No tiene paciencia con los perezosos. Les costó mucho trabajo convencerme de que viniera aquí, para intentar que esta división fuera rentable. Pero si tengo éxito, seré el Chico de Oro.

—¿Solicitó que fuera yo? —Le hacía gracia pensar que su reputación lo antecediera, pero ¿por qué nunca lo llamaban de un jardín? Bueno—. En las oficinas centrales me dijeron que me enviaban aquí para ofrecer una versión ampliada de mi curso sobre ensayos no destructivos.

—¿Es todo lo que le dijeron? —preguntó Van Atta con sorpresa. Ante la afirmación de Leo, echó la cabeza atrás y comenzó a reír—. Seguridad, supongo — añadió una vez que dejó de reírse entre dientes—. Se encontrará con una verdadera sorpresa. Bueno, bueno. No la echaré a perder. —La sonrisa socarrona de Van Atta era tan irritante y familiar como un golpe en las costillas.

Demasiado familiar. Diablos, pensó Leo, este tipo me conoce de alguna parte. Y piensa que yo lo conozco a él… Leo intentó sofocar un ligero pánico detrás de una sonrisa. En los dieciocho años de carrera en Galac-Tech había conocido miles de personas. Tal vez Van Atta pronto le dijera algo que le ayudaría a recordar.

—En mis instrucciones figuraba un tal Doctor Cay como director del Proyecto Cay —inquirió Leo—. ¿Voy a conocerle?

—Datos anticuados —dijo Van Atta—. El doctor Cay falleció el año pasado, varios años después de la fecha en que debía haberse retirado obligatoriamente, en mi opinión. Pero era vicepresidente y uno de los principales accionistas. Además, estaba sólidamente arraigado. Pero eso ya es historia pasada. Yo lo reemplacé. — Van Atta meneó la cabeza—. Me intriga saber cuál será su expresión cuando vea de qué se trata. Venga. Tengo una lanzadera privada que nos está aguardando.

La lanzadera, con capacidad para seis personas, estaba a disposición de ellos dos y del piloto. El asiento se amoldó al cuerpo de Leo durante los breves períodos de aceleración, verdaderamente cortos. Era obvio que no estaban desacelerando para hacer una reentrada planetaria. Rodeo giraba debajo de ellos y se alejaba.

—¿A dónde vamos? —preguntó a Van Atta, sentado junto a él.

—Ah —respondió éste—. ¿Ve ese punto a unos treinta grados en el horizonte? Fíjese. Es la base del Proyecto Cay.

El punto en el horizonte creció rápidamente y se convirtió en una estructura caótica, con muchos ángulos y proyecciones, llena de luces de colores que iluminaban sus contornos oscuros. El ojo experimentado de Leo descubrió las claves de su función, los tanques, las puertas, los filtros que centelleaban a la luz del sol, el tamaño de los paneles solares frente al volumen estimado de la estructura.

—¿Un Hábitat orbital?

—Así es —dijo Van Atta.

—Es grande.

—Y tanto. ¿Qué cantidad de personal usted cree que puede albergar?

—Bueno… unas mil quinientas personas.

Van Atta levantó las cejas, desilusionado, tal vez, por no poder corregir demasiado la cifra.

—Casi exacto. Cuatrocientas noventa y cuatro personas de Galac-Tech que tienen turnos rotativos y mil habitantes permanentes.

Los labios de Leo repitieron la palabra permanentes…

—Hablando de rotación, ¿cómo se maneja el problema de desacondicionamiento de su gente? No veo… —Sus ojos examinaron la enorme estructura—. Ni siquiera veo una rueda de ejercicios.

—Hay un gimnasio sin gravedad. El personal rotativo pasa treinta días abajo después de cada turno de tres meses.

—Costoso, ¿no?

—Pero colocamos el Hábitat donde está por menos de un cuarto del coste de la misma cantidad de piezas en otro sitio con gravedad.

—Pero seguramente con el tiempo perderán lo que ahorraron en los costos de construcción en el transporte del personal y en los gastos médicos —argumentó Leo—. Los viajes adicionales, los largos permisos. Todo el que se rompa una pierna o un brazo exigirá que Galac-Tech le pague los gastos hasta el día que se muera, además de la angustia mental, si es que no tiene una desmineralización importante.

—También hemos solucionado ese problema —dijo Van Atta—. Y bueno, en definitiva, usted y yo estamos aquí para demostrar que, si bien la solución es costosa, al menos es efectiva.

La lanzadera se movió en forma delicada y se alineó con una precisión sorprendente frente a una escotilla en uno de los lados del Hábitat. El piloto apagó los sistemas, se incorporó, y revisó las cerraduras de la escotilla al pasar junto a ellos.

—Listos para el desembarque, señor Van Atta.

—Gracias, Grant.

Leo desabrochó los cinturones del asiento. Se estiró y se relajó, con esa sensación tan familiar y agradable que le producía la ingravidez. Él no sufría las desagradables náuseas que socavaban la eficiencia de tantos empleados. Abajo, el cuerpo de Leo era normal; aquí, donde el control, la práctica y el sentido común valían más que la fuerza, era, por fin, un atleta. Se sonrió y siguió a Van Atta, de un pasamanos a otro, a través de la escotilla de la lanzadera.

Apenas se entraba al corredor de la cápsula, había un técnico de tez rosada que operaba el panel de control. Llevaba una camiseta roja, con el logotipo de Galac-Tech a la izquierda. Los rizos rubios y apretados, muy pegados a la cabeza, recordaban a un cordero. Tal vez era el efecto que producía su evidente juventud.

—¡Hola, Tony! —exclamó Van Atta con familiaridad.

—Buenas tardes, señor Van Atta —contestó el joven con deferencia. Sonrió a Leo y con la cabeza pareció suplicarle a Van Atta que lo presentara—. ¿Es el nuevo profesor del que nos hablaba?

—Exacto. Leo Graf, le presento a Tony. Estará entre sus primeros alumnos. Es uno de los residentes permanentes del Hábitat —agregó, con un énfasis peculiar —. Tony es soldador y armador, en el segundo nivel. Pero está trabajando en el primero. ¿Verdad, Tony? Estréchale la mano al señor Graf.

Van Atta sonreía con afectación. Leo tenía la impresión de que si no estuvieran en caída libre, seguramente saltana sobre los talones.

Tony se inclinó en forma obediente sobre el panel de control. Llevaba unos shorts rojos…

Leo pestañeó y tuvo que contener la respiración para esconder su sorpresa. El muchacho no tenía piernas. De los pantalones cortos salía un segundo par de brazos.

Brazos funcionales. Ahora estaba utilizando su… su mano izquierda inferior —supuso que tendría que llamarla así— para sujetarse mientras se extendía para saludar a Leo. Su sonrisa era completamente natural.

No llegó a estrecharle la mano. Tuvo que hacer un movimiento brusco y volver a extender el brazo para poder estrechar la mano que Tony le ofrecía.

—¿Qué tal? —logró balbucear Leo. Le resultaba casi imposible apartar la vista. Se obligó a fijar su mirada en los ojos azules y brillantes del muchacho.

—Buenas tardes, señor. Esperaba ansiosamente el momento de conocerlo. —La mano de Tony era tímida, pero sincera. La suya era seca y fuerte.

—Eh… —tartamudeó Leo—, eh…, Tony… ¿qué?

—Oh, Tony es sólo mi sobrenombre, señor. Mi designación completa es TY-776-424-XG.

—Yo… bueno, supongo que te llamaré Tony —murmuró Leo, cada vez más sorprendido. Van Atta, casi sin poder evitarlo, parecía disfrutar enormemente con la incomodidad de Leo.

—Todo el mundo me llama así —corroboró el joven.

—Ve a buscar el equipaje del señor Graf, por favor, Tony —dijo Van Atta—. Venga, Leo. Le mostraré su habitación y luego le enseñaré las instalaciones.

Siguió a su guía flotante por un corredor señalizado. No dejaba de mirar hacia atrás, sobre su hombro, con renovado asombro, mientras Tony se lanzaba con movimientos precisos por la cámara y desaparecía por la escotilla de ésta.

—Es… —Leo tartamudeó—, es el defecto congénito más extraordinario que he visto en toda mi vida. Fue realmente una maravilla que a alguien se le ocurriera encontrarle un trabajo en caída libre. Allá abajo sería un lisiado.

—Defecto congénito. —La sonrisa de Van Atta se confundía en una mueca—. Sí, es una manera de llamarlo. Ojalá hubiera podido ver la expresión de su cara cuando apareció delante suyo. Le felicito por su autocontrol. Yo casi vomito cuando vi uno por primera ve2. Y eso que estaba preparado. Pero uno se acostumbra a los pequeños chimpancés bastante rápido.

—¿Hay más de uno?

Van Atta abrió y cerró sus manos, como si estuviera contando.

—Y hasta mil. La primera generación de los nuevos superobreros de Galac-Tech. El nombre del juego, Leo, es bioingeniería. Y tengo la intención de ganar.

Tony, que sujetaba la maleta de Leo con su mano inferior derecha, pasó entre éste y Van Atta por el corredor cilíndrico y se detuvo frente a ellos. Dio tres golpecitos sordos en los pasamanos.

—Señor Van Atta, ¿puedo presentarle a alguien al señor Graf camino al Ala de los Visitantes? No nos desviaremos mucho… Hidroponía.

Van Atta frunció los labios, pero luego sonrió amablemente.

—¿Por qué no? De todas formas, Hidroponía está en el itinerario de esta tarde.

—Gracias, señor —exclamó Tony con entusiasmo, y se apresuró a abrir la cerradura de seguridad frente a ellos, al extremo del corredor. Y la cerró, una vez que estuvieron del otro lado.

Leo se concentró en lo que había a su alrededor, como una alternativa menos grosera para poder estudiar furtivamente al muchacho. El Hábitat, por cierto, tenía una construcción poco costosa. En general, las unidades eran prefabricadas y combinadas de diversas maneras. No había un diseño estéticamente elegante. Un cierto aspecto accidental indicaba un patrón de crecimiento orgánico desde el comienzo del Hábitat. Las unidades estaban emplazadas aquí y allá para cubrir nuevas necesidades. Pero esta misma característica agregaba ventajas de seguridad que Leo aprobaba, como por ejemplo, el hecho de que los sistemas de cierre aéreos fueran intercambiables.

Pasaron por las alas de los dormitorios, las áreas de preparación de los alimentos y los comedores, un taller para reparaciones menores… Leo se detuvo para contemplar el tamaño y luego tuvo que acelerar la marcha para alcanzar a su guía. A diferencia de la mayoría de los espacios habitados en caída libre en los que Leo había trabajado, aquí no se hacía ningún esfuerzo para mantener una verticalidad arbitraria que tranquilizara la psicología visual de los residentes. La mayoría de las cámaras tenían un diseño cilíndrico. Los espacios de trabajo y de almacenamiento estaban contra las paredes y quedaba el centro libre de obstrucción para el paso de… Bueno, resultaba difícil llamarlos peatones.

Durante el recorrido, se cruzaron con varios de los… de las personas de cuatro manos, el nuevo modelo de obreros, los parientes de Tony o como quisiera uno llamarlos. Se preguntó si tendrían una designación oficial. Los miraba con disimulo, pero dejaba de hacerlo cuando uno de ellos lo miraba a él, algo que pasaba bastante a menudo. Lo miraban abiertamente y cuchicheaban entre sí.

Se dio cuenta de por qué Van Atta los llamaba chimpancés. Tenían caderas angostas y carecían de músculos motores desarrollados en los glúteos, como la gente con piernas. El par de brazos inferior tendía a ser más muscular que el superior, tanto en los hombres como en las mujeres y, por lo tanto, daban la falsa apariencia de ser más cortos que los superiores.

La mayoría llevaba la camiseta y los pantalones cortos, cómodos y prácticos, que usaba Tony. Evidentemente, los diferenciaba el color. Leo había visto pasar un grupo de amarillo que se desplazaba alrededor de un humano normal con uniforme de Galac-Tech, que tenía una pieza de bombeo medio abierta y les explicaba su función y su reparación. Leo pensó en una bandada de canarios, de ardillas voladoras, de monos, de arañas, de lagartos ágiles y despiertos, del tipo de los que se suben a las paredes.

Le daban ganas de gritar, casi de llorar. Y no era por los brazos o por las manos veloces. Justo cuando había llegado a Hidroponía, llegó a analizar el porqué de su intenso malestar. Se dio cuenta de que eran sus rostros lo que tanto le impresionaba. Tenían cara de niños…

Se abrió una puerta con un cartel que decía «Hidroponía D» y Leo pudo ver una antecámara y una gran cámara aireada que tendría unos quince metros de largo. Unas ventanas con filtros del lado del sol y una serie de espejos del lado oscuro llenaban de luz la habitación, donde también había muchas plantas verdes que crecían en unos tubos de cultivo. El aire olía a productos químicos y a vegetación.

Un par de las jóvenes de cuatro brazos, las dos de azul, trabajaba en la antecámara. Había un tubo de cultivo de unos tres metros de largo y las muchachas flotaban a su alrededor, trasplantando pequeños brotes de una caja de germinación a una serie de agujeros dispuestos en espiral a lo largo del tubo. Una planta por agujero. Las fijaban en su lugar con un sellador flexible alrededor de cada tallo tierno. Las raíces crecían hacia dentro y se convertían en una mata embrollada que absorbía la humedad hidropónica nutritiva que subía por el tubo. Las hojas y los tallos saldrían a la luz y, a la larga, darían el fruto que dispondría su destino genético. En este lugar, esos frutos probablemente serían manzanas con antenas, pensó Leo en medio de su histeria, o patatas que te guiñaban un ojo al pasar.

La muchacha de cabello oscuro se detuvo para acomodar un bulto debajo del brazo… La mente de Leo quedó completamente paralizada. El bulto era un bebé.

Un bebé vivo. Por supuesto que estaba vivo. ¿Qué otra cosa se podría esperar? En su interior, Leo se estremeció. Se asomó detrás del torso de su… ¿madre?… para espiar furtivamente a «Leo, el extraño» y se aferró con las cuatro manos a uno de los pechos de la muchacha, como si temiera la competencia. Dio un grito agresivo.

—¡Ay! —La muchacha de cabello oscuro se rió y con una de las manos inferiores soltó los dedos regordetes del bebé, sin dejar de poner el sellador alrededor del tallo con sus manos superiores. Terminó con un chorro de fijador de un tubo que estaba a su lado, fuera del alcance de la criatura.

La muchacha era delgada y parecía un duende. Para los ojos desacostumbrados de Leo, maravillosamente extraña. El cabello corto y fino, le enmarcaba el rostro y caía cubriéndole la nuca. Era tan espeso que a Leo le recordaba la piel de un gato: uno podía tocarlo y sentir su suavidad.

La otra muchacha era rubia y no tenía ningún bebé. Fue la primera que levantó la vista y sonrió.

—Compañía, Claire.

El rostro de la muchacha de cabello oscuro se iluminó de felicidad. Leo se estremeció ante el calor de su mirada.

—¡Tony! —gritó con alegría. Leo descubrió entonces que solamente había recibido una dosis accidental de ese rayo de felicidad, cuando ella pasó junto a él, hacia su verdadero objetivo.

El bebé soltó tres manos y las sacudió fervientemente en el aire.

—¡Ah, ah, ah! —La muchacha se dio la vuelta para saludar a los visitantes—. ¡Ah, ah, ah! —repitió el bebé.

—Bueno, está bien —se sonrió—. Quieres ir a los brazos de papá, ¿no? —La muchacha desenganchó la correa que sujetaba al bebé a su cinturón y lo extendió en sus brazos.

—¿Quieres volar a brazos de papá, Andy? ¿Quieres ir a brazos de papá?

El bebé mostraba entusiasmo ante la propuesta: sacudía las cuatro manos y gritaba con excitación. La madre lo lanzó hacia Tony con mucha más velocidad de la que le hubiera dado Leo. Tony, feliz, lo agarró… Con habilidad, pensó Leo.

—¿A brazos de mamá? —preguntó Tony a su vez. —Ah, ah —respondió el bebé y Tony lo lanzó por el aire, extendiendo sus brazos, y lo hizo girar como si fuera una rueda. El bebé encogió los brazos. Empezó a girar cada vez más rápido y se reía por el éxito de su esfuerzo. Conservación del momento angular, pensó Leo. Naturalmente…

Claire arrojó al bebé a los brazos de su padre una vez más. Resultaba un disparate pensar que ese muchacho rubio podía ser el padre de alguien —y se detuvo frente a Tony, que automáticamente le ofreció su mano—. El hecho de que siguieran cogidos de la mano era claramente algo más que una actitud de enamorados.

—Claire, te presento al señor Graf —dijo Tony. Más que presentarlo, lo estaba exhibiendo, como un premio—. Él será mi profesor de técnicas avanzadas de soldadura. Señor Graf, le presento a Claire y éste es nuestro hijo Andy.

Andy estaba trepando a la cabeza de su padre. Con una mano le agarraba el cabello rubio y con la otra le tocaba la oreja, mientras miraba de reojo a Leo. Tony, con suavidad, rescató la oreja y puso la mano del bebé sobre su camiseta roja.

—Claire fue elegida para ser nuestra primera madre natural —continuó Tony, orgulloso.

—Yo y otras cuatro chicas —le corrigió Claire con modestia.

—También trabajaba en Soldadura y Ensamble pero ya no puede hacer trabajos externos —explicó Tony—. Ha estado en Trabajos Domésticos, en Tecnología de la Nutrición y en Hidroponía desde que nació Andy.

—La doctora Yei dijo que yo era un experimento muy importante para determinar qué tipos de productividad eran los menos comprometidos durante el tiempo que cuidaba a Andy —explicó Claire—. De alguna manera, echo de menos no poder estar fuera. Era emocionante, pero esto también me gusta. Hay más variedad.

¿Galac-Tech reinventa el Trabajo Femenino?, pensó Leo, sorprendido. ¿Estaremos a punto de poner un grupo de Investigación y Desarrollo para trabajar también con aplicaciones del fuego? Pero… claro, era un experimento… Afortunadamente, su rostro no reflejó sus pensamientos.

—Encantado de conocerla, Claire —dijo con seriedad.

Claire dio un codazo a Tony y le hizo un gesto con la cabeza señalando a su compañera rubia, que ya se había acercado para unirse al grupo.

—Oh… y ella es Silver —continuó Tony—. Trabaja en Hidroponía la mayor parte del tiempo.

Silver asintió. Tenía el cabello bastante corto y con ondas de color platino. Leo pensó que tal vez por eso la apodaban así. Tenía el tipo de huesos faciales fuertes, que son angulosos y hasta desgarbados a los trece años, pero que se vuelven tremendamente elegantes a los treinta y cinco. Ahora estaban a mitad de camino en esa transición. Sus ojos azules eran más fríos y menos tímidos que los de Claire, ahora distraída por una nueva demanda de Andy. Claire recogió al bebé y volvió a ajustar su faja de seguridad.

—Buenas tardes, señor Van Atta —dijo Silver.

Hizo una pirueta en el aire. Los ojos parecían pedir a gritos que se fijaran en ella. Leo percibió que tenía las veinte uñas de las manos pintadas de color rosado.

La contestación de Van Atta fue reservada y presumida.

—Buenas tardes, Silver. ¿Cómo va?

—Tenemos otro tubo para plantar después de éste. Terminaremos antes del cambio de turnos —le comunicó Silver.

—Bien, bien —dijo Van Atta jovialmente—. Ah, por favor, no olvides ponerte a la derecha cuando hables con un terrestre, cielo.

Silver cambió de lugar a la indicación de Van Atta. Como la habitación estaba dispuesta radialmente, a la derecha era una simple apreciación céntrica del hombre, pensó Leo.

¿Dónde lo había visto antes?

—Bueno, continuad, chicas.

Van Atta salió de la habitación seguido de Leo. Tony venía detrás de ellos, sin dejar de mirar hacia atrás sobre su hombro.

Andy se había vuelto a concentrar en su madre. Con las manos pequeñitas intentaba abrirle la camiseta que empezaba a mancharse como acto reflejo. Aparentemente, la compañía había decidido no alterar esa parte de la biología antigua. Los dispensadores de leche estaban idealmente preadaptados a la vida en caída libre, después de todo. Había oído que incluso los pañales habían tenido una historia heroica en los primeros viajes espaciales.

Dejó de pensar en esas cosas y siguió caminando detrás de Van Atta, silencioso y pensativo. Había decidido no seguir sacando conclusiones. Intentaba tranquilizarse, no paralizarse. Mientras tanto, una boca cerrada no podía impedir la recepción de información.

Se detuvieron ante la oficina de Van Atta en el Hábitat. Apenas entraron, aquel encendió las luces y la circulación de aire. La oficina olía a cerrado, y Leo supuso que no se utilizaba muy a menudo. El ejecutivo probablemente pasaba la mayor parte del tiempo abajo, en un lugar más cómodo. Un amplio mirador ofrecía una vista espectacular de Rodeo.

—Ascendí un poco en el mundo desde que nos vimos por última vez —dijo Van Atta, mirándole a los ojos. La atmósfera superior en el borde de Rodeo estaba produciendo magníficos efectos luminosos con bellos prismas de luz desde su ángulo de observación—. En muchos sentidos. No me importa devolver el favor. Creo que el hombre que asciende tiene la obligación de recordar cómo llegó allí. Nobleza obliga y todo eso. Van Atta enarcó las cejas, como si invitara a Leo a plegarse a esa satisfacción personal.

Tenía que recordarlo. Y bien. Su memoria seguía en blanco y la situación era cada vez más incómoda. Sonrió y aprovechó la pausa mientras Van Atta activaba la consola de su escritorio para darse la vuelta y observar la habitación, examinando su contenido, como hace la gente educada cuando espera a alguien, Había una pequeña placa en la pared con una leyenda que le llamó la atención y le provocó risa: «Al sexto día, Dios vio que no podía hacer todo, entonces creó a los INGENIEROS».

—A mí también me gusta —comentó Van Atta, que había levantado la vista para ver qué era lo que le había causado gracia a Leo—. Me lo regaló mi exmujer. Fue una de las pocas cosas que esa perra ambiciosa no se llevó cuando nos separamos.

—¿Usted era un…? —Comenzó, pero no llegó a decir la palabra ingeniero. Ya recordaba. No entendía cómo podía haberse olvidado. Había conocido a Van Atta como ingeniero subordinado, no como ejecutivo superior. ¿Este ambicioso elegante era el mismo idiota que había mandado arriba, a la Administración, para sacárselo de encima en el proyecto de la Estación Morita, diez o doce años atrás? El pequeño Bruce. «Brucie baby.» Sí. Oh, cielos.

Van Atta retiró el par de discos de información que la consola había vomitado.

—Usted me inició en esta carrera. Siempre pensé que le daría cierta satisfacción, por haber pasado gran parte de su vida enseñando, ver progresar a uno de sus ex alumnos.

Van Atta ni siquiera era cinco años más joven que Leo. Reprimió una profunda irritación. No era ningún maestro retirado de noventa años, maldición. Era un ingeniero, todavía en activo, y tampoco tenía miedo de ensuciarse las manos trabajando. Su trabajo técnico estaba tan cerca de la perfección como se lo permitía su conciencia inquieta. Su registro de seguridad hablaba por sí solo. Aplacó su furia con un suspiro. ¿No era siempre así? Había visto progresar a decenas de subordinados, a menudo hombres que él mismo había capacitado. Sí. Y seguramente, Van Atta lo quería hacer pasar por una debilidad y no por algo de lo cual sentirse orgulloso.

Van Atta le entregó los discos de información.

—Aquí están su registro y su programa. Vamos, le mostraré parte de los equipos con los que va a trabajar. Galac-Tech tiene dos proyectos en mente para que estos cuadrúmanos del Proyecto Cay empiecen finalmente a producir.

—¿ Cuadrúmanos ?

—Es el apodo oficial.

—¿No es… peyorativo? Van Atta lo miró y luego sonrió. —No. Sin embargo, lo que no hay que decirles en voz alta, es «imitantes». Hay toda una paranoia genética después de ese fiasco militar del proyecto de reproducción clónica Nuovo Brasilian. Todo este proyecto podría haberse llevado a cabo con mucho más éxito en la órbita de la Tierra, pero fue imposible debido a todas esas histerias legales sobre la manipulación de los genes humanos. De todas maneras, veamos los proyectos. Uno consiste en ensamblar naves de Salto en órbita de Orient IV. El otro, construir instalaciones de transferencia en el espacio en algún nexo alejado, más allá de Tau Ceti, llamado Estación Kline. Es un trabajo frío, no hay ningún planeta habitable en el sistema y su sol está carbonizado, pero el espacio local alberga no menos de seis salidas posibles. Potencialmente, es muy rentable. Serán muchas soldaduras en las peores condiciones de caída libre… El interés absorbió la angustia de Leo. Siempre había sido el trabajo en sí, no el pago ni las propinas, lo que lo había esclavizado. ¿El hecho de no importarle el privilegio ejecutivo no significaba quedar permanentemente relegado? Salió de la oficina detrás de Van Atta y volvieron al pasillo, donde Tony seguía esperando pacientemente con el equipaje.

—Supongo que fue el desarrollo de las réplica: uterinas lo que lo hizo posible —opinó Van Atta —mientras Leo acomodaba sus bártulos en su nueva habitación. La cámara no era más que un simple cubículo para dormir. Tenía instalaciones sanitarias privadas y una cama. Leo pensó, con cierta satisfacción, que podría dormir con comodidad y no sufriría de dolor de espalda por la mañana, cuando debía ir a trabajar. El dolor de cabeza era otro problema.

—He oído algo sobre eso —dijo Leo—. Otro invento de Beta Colony, ¿verdad?

Van Atta asintió.

—Hoy en día los mundos externos se están volviendo demasiado inteligentes. La Tierra va a terminar perdiendo su liderazgo si no se actualiza.

Tenía razón, pensó Leo. Sin embargo, la historia de la innovación sugería que era inevitable. Los directivos que habían hecho grandes inversiones de capital en un sistema, naturalmente no estaban dispuestos a echar todo a perder y así era cómo los recién llegados progresaban, para frustración de los ingenieros leales…

—Yo había pensado que el uso de réplicas uterinas se limitaba a emergencias obstétricas.

—En realidad, la única limitación para su uso es el hecho que son terriblemente costosas —respondió Van Atta—. Probablemente, sólo se trate de una cuestión de tiempo, hasta que las mujeres adineradas en todo el mundo comiencen a escaparse de sus obligaciones biológicas y dejen de engendrar hijos en sus vientres. Pero para Galac-Tech, significó que finalmente se pudieron llevar a cabo experimentos de bioingeniería humana, sin la necesidad de utilizar madres para llevar los embriones implantados. Un hábil enfoque de ingeniería bien definido y controlado. Aún mejor, estos cuadrúmanos son unidades completas. Es decir, sus genes provienen de tantas fuentes diferentes que es imposible identificar quiénes son sus padres genéticos. Así nos ahorramos muchas complicaciones legales.

—Seguro que sí —dijo Leo.

—Todo esto era la obsesión del doctor Cay, supongo. Nunca lo conocí, pero debe haber sido uno de esos tipos carismáticos, que se vuelca de lleno a un proyecto con mucha anticipación, antes de cualquier resultado posible. El primer grupo ya cumple veinte años. Los brazos adicionales son la parte más complicada…

—Siempre me hubiera gustado tener cuatro manos en caída libre —murmuró Leo. Intentaba que sus dudas no fueran demasiado evidentes.

—… pero la mayor parte de los cambios tuvieron que ver con la parte metabólica. Nunca tienen problemas motrices (eso se debe a unos cambios en el sistema vestibular) y sus músculos se mantienen a tono con sólo una rutina de ejercicios de apenas quince minutos por día, lo cual está lejos de las horas que usted y yo tenemos que emplear allí abajo. Sus huesos tampoco se deterioran. Incluso son mucho más resistentes a la radiación que los nuestros. La médula espinal y las gónadas pueden absorber una cantidad de rems cuatro o cinco veces mayor que nosotros. Los médicos están investigando para que comiencen a reproducirse antes, mientras todos esos genes siguen siendo primitivos. En definitiva, todo está a nuestro favor. Son trabajadores que nunca piden licencia. Son tan saludables que pueden trabajar sin parar, lo cual reduce los costos de rotación del personal. Y hasta se pueden autorreproducir —comentó con gracia Van Atta.

Leo aseguró la última de sus pertenencias.

—¿Dónde… irán cuando se retiren? —preguntó.

Van Atta se encogió de hombros.

—Supongo que la compañía pensará en algo cuando llegue el momento. Afortunadamente, no es mi problema. Yo ya me habré retirado para ese entonces.

—¿Qué pasa si deciden dimitir, irse a otra parte? Supongamos que alguien les ofrece un sueldo mejor. Galac-Tech no podrá hacer frente a todo el I + D.

—Creo que todavía no ha comprendido la belleza de esta organización. No dimiten. No son empleados. Son equipos de capital. No se les paga en dinero, aunque me gustaría que mi salario fuera igual a lo que Galac-Tech invierte en ellos por año para mantenerlos. Pero eso mejorará cuando el último grupo crezca y se vuelva más autosuficiente. Dejaron de producir nuevos cuadrúmanos hace aproximadamente cinco años, antes de que ese trabajo pasaran a realizarlo ellos mismos.

Van Atta se lamió los labios y enarcó las cejas, como si estuviera disfrutando una broma salaz. Leo no lamentaba no encontrarle la gracia.

Leo dio media vuelta y cruzó los brazos.

—El Sindicato del Espacio creerá que esto es trabajo de esclavo —dijo finalmente.

—El Sindicato le va a dar nombres peores que ése. Su productividad va a parecer enferma —argumentó Van Atta—. No son más que palabras. Estos pequeños chimpancés están tratados con la mayor seguridad. Galac-Tech no podría tratarlos mejor si estuvieran hechos de platino sólido. Usted y yo haremos un buen equipo, Leo.

—Ah —contestó Leo, y no dijo nada más.

2

La burbuja de observación a un lado del Hábitat Cay tenía un televisor, para alegría de Leo. Y además, no estaba ocupada en ese momento. Su cuarto no tenía un puesto de observación. Decidió introducirse en la burbuja. Su cronograma le permitía ese día libre, para recuperarse de la fatiga del viaje antes de que comenzara su curso. Una buena noche en caída libre ya había mejorado su mente con respecto al día anterior, después del «recorrido de desorientación» —era el único nombre que se le ocurría— que le había proporcionado Van Atta.

La curva del horizonte de Rodeo dividía en dos la visión desde la burbuja. Más allá estaba la vasta masa de estrellas. Justo en ese momento, una de las pequeñas lunas de Rodeo cruzaba el panorama frente a sus ojos. Un brillo sobre el horizonte le llamó la atención.

Ajustó el televisor para tener un primer plano. Una nave de Galac-Tech traía una carga gigante. Probablemente, productos químicos refinados o plásticos destinados a la Tierra, donde el petróleo se había agotado. Una serie de cargas similares flotaba en órbita. Leo las contó. Una, dos, tres… seis y una más hacían siete. Dos o tres pequeños remolcadores tripulados comenzaban ya a agrupar los cargamentos, que tendrían que ser almacenados y adosados a una de las grandes unidades propulsoras orbitales.

Una vez agrupados y sujetos a la unidad propulsora, los cargamentos se dirigirían hacia el distante punto de salida que daba acceso al espacio local de Rodeo. Una vez comunicadas la velocidad y la dirección, la, unidad propulsora se desprendería y volvería a la órbita de Rodeo para la próxima carga. El bulto de carga no tripulado seguiría hacia su objetivo, el primero en una larga serie que se extendía desde Rodeo hasta la anomalía en el espacio que era el punto de acople.

Una vez allí, las cargas serían capturadas y desaceleradas por una unidad propulsora similar y las pondrían en posición para el Salto. Entonces, empezarían a funcionar las grandes naves de Salto, unos transportadores de carga tan especialmente diseñados para esta tarea como las unidades de propulsión. Estos transportadores de carga monstruosos no eran más que un par de generadores de campo Necklin en sus cubiertas protectoras, preparados para su ubicación alrededor de una constelación de bultos de carga: un par de brazos propulsores comunes y una pequeña cámara de control para el piloto y sus auriculares neurológicos. Sin los bultos de carga adosados, las grandes naves de Salto le recordaban a Leo algún insecto extraño, de patas largas.

Cada piloto de Salto, conectado neurológicamente a su nave para navegar las realidades ondulatorias de los agujeros de gusano del espacio, hacía dos entregas diarias. Entraban a Rodeo sin carga y volvían a salir con cargamento, seguido de un día libre. A los dos meses de actividad tenían una licencia obligatoria de un mes sin sueldo en condiciones de gravedad. En realidad, los Saltos agotaban más a los pilotos que la condición de ingravidez. Los pilotos de las rápidas naves de pasajeros, como la que había usado Leo el día anterior, decían que los pilotos de las grandes naves de Salto de carga eran simples acopladores de carga y pilotos de calesitas. Los pilotos de carga, a su vez, decían que los pilotos de pasajeros eran esnobs.

Leo sonrió y observó el tren de riqueza que se deslizaba por el espacio. No había ninguna duda al respecto. El Hábitat Cay, por más fascinante que fuera, no era más que la punta del iceberg de toda la operación de Galac-Tech en Rodeo. Tan sólo el cargamento que se hacía en ese momento podía mantener a toda una ciudad llena de viudas y huérfanos en buenas condiciones durante un año y, aparentemente, no era más que uno de los eslabones de una cadena interminable. La producción básica era como una pirámide invertida. Los del apéndice inferior sostienen una montaña cada vez más grande. Era algo que, en general, le producía a Leo más orgullo secreto que irritación.

—¿Señor Graf? —Una voz aguda interrumpió sus pensamientos—. Soy la doctora Sondra Yei, directora del departamento de psicología y capacitación del Hábitat Cay.

La mujer, que hablaba desde la puerta, llevaba un uniforme verde pálido de la compañía. Era feúcha, pero agradable. Rondaba la mediana edad. Tenía brillantes ojos mongólicos, nariz ancha, y tanto los labios como el color de piel eran café con leche, característico de su mezclada herencia racial. Entró en la habitación, con los movimientos relajados y concisos de una persona acostumbrada a la caída libre.

—Ah, sí. Me dijeron que quería hablarme. —Espero gentilmente a que ella se sujetara bien antes de estrecharle la mano.

Leo hizo un gesto en dirección al televisor.

—He tenido una interesante visión de las cargas orbitales que se realizan allí fuera. Me da la impresión que ése podría ser otro trabajo para sus cuadrúmanos.

—Seguro. Lo han estado haciendo desde hace casi un año. —Yei sonrió con satisfacción—. ¿De manera que no le parece tan difícil la adaptación a los cuadrúmanos? Eso es lo que sugería su perfil psíquico. Bien.

—Oh, los cuadrúmanos no son un problema. —Leo se abstuvo de explicar su turbación. De todas maneras, no creía que pudiera expresarlo con palabras—. Sólo me sorprendieron, al principio.

—Es comprensible. ¿Cree que tendrá problemas para enseñarles?

Leo sonrió.

—No pueden ser peores que el grupo de estibadores que preparé en el programa Júpiter Orbital —No me refería a que ellos le plantearan problemas. —Yei sonrió nuevamente—. Usted verá que son estudiantes muy inteligentes y aplicados. Rápidos. Literalmente, son buenos chicos. Y es de eso de lo que quiero hablar.

Se detuvo como si estuviera organizando sus ideas, al igual que los distantes propulsores de carga.

—Los profesores y los preparadores de Galac-Tech desempeñan un poco el papel de padres aquí, en esta familia del Hábitat. Si bien los cuadrúmanos no tienen padres, ellos mismos tendrán que serlo algún día. Y, en realidad, algunos ya lo son. Desde un comienzo, nos esforzamos muchísimo en asegurar que se les brindaran los modelos de responsabilidad adulta estable. Pero todavía son niños. Lo estarán observando muy de cerca. Quiero que sea consciente y que los cuide. Ellos aprenderán algo más que soldadura con usted. También observarán y adoptarán sus otras pautas de comportamiento. En resumen, si usted tiene malos hábitos (y todos nosotros los tenemos), debe dejarlos en su planeta durante el período de su estancia. En otras palabras —Yei continuó—, cuídese. Fíjese en su lenguaje. Por ejemplo, uno de los miembros del personal una vez utilizó el cliché «escupir en el ojo» en un determinado contexto… No sólo les causó hilaridad, sino que se convirtió en una epidemia entre los cuadrúmanos más jóvenes, que costó muchas semanas erradicar. Ahora bien. Usted estará trabajando con niños mayores, pero el principio sigue siendo el mismo. Por ejemplo, ¿ha traído algún material de lectura consigo? Películas dramáticas, discos de información, lo que sea.

—No soy un buen lector —dijo Leo—. Sólo tengo el material de mi curso.

—La información técnica no me concierne. Con lo que hemos tenido problemas últimamente es con la ficción.

Leo levantó una ceja y sonrió.

—¿Pornografía? No sé si habría que preocuparse por eso. Cuando yo era niño, siempre nos pasábamos…

No, no, pornografía no. De todas maneras, no creo que los cuadrúmanos entiendan de qué se trata. Aquí la sexualidad es un tema abierto, parte de su capacitación social. Biología. Me preocupa mucho mas la ficción que esconde valores falsos o peligrosos detrás de colores atractivos o de historias partidistas.

Leo frunció el ceño, cada vez más sorprendido.

—¿Nunca les han enseñado historia a estos chicos? ¿Nunca les han permitido que leyeran cuentos…?

—Por supuesto que sí. Los cuadrúmanos están bien provistos de ambos. Sólo se trata de una cuestión de énfasis correcto. Por ejemplo, una típica historia para los planetarios, digamos sobre el asentamiento del Orient IV, en general, le dedica unas quince páginas al año de la Guerra de Hermanos, una curiosa aberración social. Y aproximadamente dos a los cien años de asentamiento y construcción del planeta. Nuestros textos dedican un párrafo a la guerra. Pero la construcción del túnel monocarril Witgow, con sus consiguientes beneficios económicos para ambos lados, cuenta con cinco páginas. En resumen, damos más énfasis a lo común que a lo raro, a la construcción que a la destrucción, a lo normal a expensas de lo anormal. De manera que los cuadrúmanos nunca puedan pensar que de ellos se espera lo anormal. Si desea leer los textos, pienso que comprenderá la idea rápidamente.

—Yo… Sí, pienso que sería mejor —murmuró Leo. El grado de censura que se le imponía a los cuadrúmanos, según la breve descripción de Yei, le irritaba. Pero, al mismo tiempo, la idea de un texto que dedicaba secciones completas a grandes trabajos de ingeniería le daban ganas de ponerse de pie y brindar. Reprimió su confusión detrás de una sonrisa—. En realidad, no he traído nada a bordo —dijo para calmarla.

La doctora le hizo recorrer los dormitorios y las habitaciones supervisadas de los cuadrúmanos más jóvenes.

Los más pequeños eran los que más asombraban a Leo. Parecía haber tantos… Tal vez le daba esa impresión porque se movían muy rápido. Había unos treinta chicos de unos cinco años que saltaban en el gimnasio de caída libre como si fueran pelotas de ping pong. Mientras tanto, la encargada de cuidarlos, una mujer a la que llamaban Mamá Nula, y dos cuadrúmanos adolescentes que le ayudaban los hacían salir de su clase de lectura. Pero entonces, ella dio unas palmadas y puso música y los niños representaron un juego, o una danza —Leo no estaba muy seguro—, mientras lo miraban de reojo y se sonreían. El juego consistía en crear una especie de icosaedro en el aire, como si fuera una pirámide humana, sólo que más compleja. Todos de la mano, cambiaban formaciones al ritmo de la música. Se oyeron unos gritos de desesperación cuando uno de los pequeños resbaló y echó a perder la formación del grupo. Cuando se alcanzaba la perfección, todo el mundo ganaba. Leo no podía evitar que el juego le gustara. Cuando observó que Leo se reía al ver cómo los cuadrúmanos se arremolinaban a su alrededor, la doctora Yei pareció irradiar felicidad.

Pero al finalizar el recorrido, lo estudió, con una sonrisa.

—Señor Graf, sigue estando preocupado. ¿Está seguro de no esconder ningún complejo de Frankenstein con todo esto? Está bien que lo admita ante mí. Por cierto, me gustaría que me hablara de eso.

—No se trata de eso —dijo Leo pausadamente—. Es sólo que… Bueno, en realidad, no puedo objetar nada a la manera en que intenta que aprendan a agruparse, dado que vivirán toda la vida en estaciones espaciales muy pobladas. Están muy bien disciplinados, para la edad que tienen. Eso también es bueno…

—Más bien vital para su supervivencia en un medio espacial.

—Sí… pero, ¿qué me dice de su autodefensa?

—Tendrá que explicarme a qué se refiere, señor Graf. ¿Defenderse de qué?

—Bueno, me da la impresión de que tuvo éxito en la educación de alrededor de mil fenómenos técnicos. Son niños agradables, pero, ¿no son un poco… afeminados? —Se estaba hundiendo cada vez más. La doctora había dejado de sonreír y ahora fruncía el ceño—. Quiero decir… parecen estar maduros para ser explotados por… por alguien. ¿Todo este experimento social fue idea suya? Parece ser el sueño femenino de una sociedad perfecta. Todos se comportan tan bien.

Leo se sintió incómodo al darse cuenta de que no había sabido expresarse bien, pero seguramente la doctora comprendería la validez…

Ella suspiró profundamente y bajó la voz. Tenía una sonrisa fija en la boca.

—Permítame que se lo explique claramente, señor Graf. Yo no inventé a los cuadrúmanos. Me asignaron aquí hace seis años. Son los especialistas de Galac-Tech los que piden una socialización máxima. Pero yo los heredé. Y me preocupo por ellos. No es su trabajo, ni su problema, entender su situación legal, pero a mí me preocupa en gran medida. Su seguridad reside en su socialización. Usted parece estar al margen de los prejuicios comunes contra los productos de la ingeniería genética!

Pero hay muchos que no lo están. Hay jurisdicciones planetarias donde este grado de manipulación genética de los seres humanos sería incluso ilegal. Dejemos que esa gente, tan sólo una vez, descubra que los cuadrúmanos son una amenaza y… —Cerró los labios para no seguir haciendo confidencias y volvió a su tono autoritario—. Déjeme que se lo explique así, señor Graf. El poder para aceptar o rechazar al personal instructor en el Proyecto Cay está en mis manos. El señor Van Atta puede haberlo llamado, pero yo puedo hacer que lo transfieran. Y lo haré sin dudar si usted no cumple con el discurso o el comportamiento que indican las normativas del departamento psíquico. Espero que quede claro.

—Sí, totalmente claro —dijo Leo.

—Lo siento —respondió sinceramente—. Pero hasta que haya pasado un tiempo en el Hábitat, debe abstenerse de hacer juicios prematuros.

Soy un ingeniero de pruebas, señora, pensó Leo. Mi trabajo consiste en hacer juicios todo el día. Pero no dijo lo que pensaba en voz alta. Lograron alcanzar un tono de leve cordialidad.

El vídeo de entretenimiento se llamaba Animales, Animales, Animales. Silver volvió a pasar la secuencia de los «Gatos» por tercera vez.

—¿Otra vez? —dijo Claire, que también se encontraba en la sala de vídeo.

—Sólo una más —le rogó Silver. Abrió la boca ante la fascinación que le produjo ver aparecer el persa negro en la pantalla. Pero por respeto a Claire, bajó la música y la narración. La criatura estaba acurrucada, lamiendo leche de un recipiente. Estaba adherida al suelo, por el efecto de la gravedad terrestre. Las gotitas blancas que le caían de la lengua rosada volvían a caer en el recipiente, como si estuvieran magnetizadas.

—Me gustaría tener un gato. Parecen tan suaves…

Silver extendió la mano inferior derecha para acariciar la imagen de tamaño natural. No había ninguna sensación táctil. Solamente podía ver cómo la película coloreada le acariciaba la piel. Con la mano tocó al gato y suspiró.

—Mira, uno lo puede tener en sus brazos como a un bebé. —El vídeo mostraba ahora al dueño terrestre del gato que lo recogía en sus brazos. Los dos parecían presumidos.

—Bueno, tal vez te permitan tener un bebé pronto —dijo Claire.

—No es lo mismo —le contestó Silver. Sin embargo, no podía dejar de mirar con cierta envidia a Andy, que dormía acurrucado cerca de su madre—. Me pregunto si alguna vez tendré la oportunidad de descender del espacio.

—¿Para qué? —le preguntó Claire—. ¿A quién le gustaría? Parece tan incómodo. Y además peligroso.

—Los terrestres se las apañan. De todas maneras, todas las cosas interesantes parecen venir de los planetas. Y las personas interesantes, también, agregó con el pensamiento. Recordó su ex profesor, el señor Van Atta. También al señor Graf, a quien había conocido mientras cumplía su turno matutino en Hidroponía. Otro alguien con piernas que visitaba varios lugares y hacía que sucedieran cosas. Van Atta había dicho que había nacido .en el viejo planeta Tierra.

De pronto, se oyó un golpe sordo en la puerta de la burbuja a prueba de ruidos. Silver la abrió con su control remoto. Siggy, con la camiseta y los shorts amarillos del personal de Mantenimiento de los Sistemas de Aire, asomó la cabeza.

—Todo arreglado, Silver.

—Muy bien. Pasa.

Siggy entró en la cámara. Ella volvió a cerrar la puerta. Siggy se dio la vuelta, sacó una herramienta de un bolsillo del cinturón y trabó el mecanismo de la puerta. Dejó todo de manera tal que, en caso de urgencia, cualquiera pudiera entrar. Como por ejemplo, que la doctora Yei golpeara la puerta y les preguntara qué estaban haciendo. Silver ya había sacado la cubierta trasera del aparato de holovisión. Siggy pasó junto a ella y conectó el distorsionador electrónico casero. Cualquiera que intentara monitorizar lo que ellos estaban mirando no obtendría más que estática.

—Es una gran idea —afirmó Siggy con entusiasmo.

Claire no parecía estar tan segura.

—¿Estás seguro que no nos meteremos en demasiados problemas si nos atrapan?

—No veo por qué —espetó Silver—. El señor Van Atta desconecta la alarma de humo en su recinto cuando decide fumar.

—Pensé que los planetarios no podían fumar a bordo —dijo Siggy, asombrado.

—El señor Van Atta dice que es un privilegio del rango —comentó Silver y entonces pensó: Ojalá yo tuviera un rango…

—¿Alguna vez te ha dado uno de sus cigarrillos? —preguntó Claire, con un tono de absoluta fascinación.

—Una vez —contestó Silver.

—Bueno —dijo Siggy, que sonreía de admiración—. ¿Cómo era?

Silver hizo un gesto de disgusto.

—Nada especial. Tenía un sabor desagradable. Me puso los ojos rojos. Por cierto. no llegué a entender el sentido. Tal vez los terrestres tienen alguna reacción bioquímica que nosotros no tenemos. Le pregunté al señor Van Atta, pero lo único que hizo fue reírse de lo que le había preguntado.

—Oh —dijo Siggy y concentró su interés en el dispositivo del holovídeo. Los tres cuadrúmanos se acomodaron alrededor. El silencio invadió la burbuja cuando comenzó la música y aparecieron las letras rojas delante de sus ojos: El Prisionero de Zenda.

La primera toma era una escena auténticamente detallada de una calle a comienzos de la civilización, antes de los viajes espaciales y hasta de la electricidad. Cuatro caballeros lustrosos, con sus respectivos arneses, acarreaban una caja sobre ruedas.

—¿No puedes conseguir algo más de la serie de Ninja de las Estrellas Gemelas! —protestó Siggy—. Ésta es otra de esas porquerías que te gustan. Quiero algo más realista, como esa escena de la persecución por el anillo del asteroide…

Sus manos se perseguían entre sí, al mismo tiempo que hacía ruidos nasales que indicaban la alta aceleración de las maquinarias.

—Cállate y mira todos esos animales —dijo Silver—. Tantos… y no es un zoológico. El lugar está apestado de animales.

—Apestado es la palabra correcta —rió Claire—. Piensa en que no usan pañales. Siggy olfateó.

—La Tierra debió de ser un lugar realmente desagradable para vivir, en aquella época. Es evidente por qué la gente tenía piernas. Necesitaban algo que la elevara de todo eso…

Silver apagó el vídeo con brusquedad.

—Si no podéis hablar de otra cosa —dijo, en tono de amenaza—, volveré a mi dormitorio. Con mi vídeo. Y vosotras podéis volver a estudiar Técnicas de Limpieza y Mantenimiento para Áreas de Alimentos.

—Perdón. —Siggy abrazó su propio cuerpo con todos sus brazos, en actitud sumisa, intentando parecer arrepentida.

—Bien. —Claire se abstuvo de hacer comentarios.

Silver volvió a conectar el vídeo y siguió mirando, absorta, en un silencio ininterrumpido. Cuando comenzaron las imágenes de trenes, incluso Siggy dejó de moverse.

Leo había comenzado bien su primera clase.

—Ahora bien. Aquí tenemos una sección típica de soldadura por haz de electrones —explicaba mientras manejaba los controles del holovídeo. Una imagen fantasma de un azul brillante, el registro de inspección del objeto original de rayos X generado por el ordenador, tomó cuerpo en el centro de la habitación—. Separaos un poco, chicos, para que todos podáis ver bien.

Los cuadrúmanos se acomodaron alrededor del dispositivo. Formaron un círculo atento en el cual todos extendían las manos para ayudar a sus vecinos a lograr una posición de suspenso en el aire que fuera tolerable. La doctora Yei estaba sentada —si es que se podía llamar así— en el fondo, sin molestar a nadie. Estaría inspeccionando su pureza política, supuso Leo, aunque no le importaba. No tenía intención de cambiar ni una coma de su curso debido a su presencia.

Leo hizo girar la imagen, de manera que cada estudiante pudiera verla desde todos los ángulos.

—Ahora, ampliemos esta parte. Podéis ver la sección en forma de V a causa del rayo de alta densidad y energía, ya familiar de vuestros cursos básicos de soldadura, ¿no es verdad? Fijaos en esas pequeñas porosidades redondas aquí… — Una nueva ampliación—. ¿Diríais que esta soldadura es defectuosa o no?—Casi añadió levantad la mano, antes de darse cuenta de lo ininteligible de la orden. Algunos estudiantes de camiseta roja resolvieron su dilema al cruzar sus brazos superiores sobré el pecho. Leo señaló a Tony.

—Son burbujas de gas, ¿verdad, señor? Debe de ser defectuosa.

Leo agradeció su participación.

—Son, es cierto, porosidades gaseosas. Sin embargo, lo curioso es que al contabilizarlas por ordenador, no aparecen como defectuosas. Llevemos el radio de visión del ordenador hasta ahí abajo y observemos la lectura digital. Como veis — los números parpadeaban en una esquina del dispositivo mientras el corte transversal se desplazaba vertiginosamente—, en ningún punto aparecen más de dos porosidades en un corte transversal y en todos los puntos, los huecos ocupan menos del cinco por ciento del corte. Además, las cavidades esféricas como éstas son las que menos perjudican las formas potenciales de discontinuidades y las que tienen menos probabilidad de propagar rupturas en el servicio. Un defecto que no es crítico se llama discontinuidad.

Leo hizo una pausa, mientras dos docenas de cabezas se inclinaban al mismo tiempo para resaltar este hecho, satisfactoriamente no ambiguo, sobre la auto-transcripción de los tableros luminosos que sostenían con sus manos inferiores.

—Cuando digo que esta soldadura estaba en un tanque de almacenamiento de líquidos de relativamente baja presión, y no, por ejemplo, en una cámara de propulsión con presiones mayores, la ambigüedad de la definición se hace patente, ya que en un propulsor, el grado particular de defecto que aparece aquí habría sido crítico. Ahora bien. —Cambió el dispositivo de holovídeo y mostró una toma con luz roja—. Esta es una imagen de la misma soldadura, tomada de los datos registrados por un haz reflejado de impulsos ultrasónicos. Es bastante diferente, ¿verdad? ¿Alguien puede identificar esta discontinuidad? —Fijó la imagen en una zona brillante.

Volvieron a cruzarse varios brazos. Leo señaló a otro estudiante, un muchacho que llamaba la atención por su nariz aguileña, los ojos negros brillantes, los músculos marcados y una piel oscura que contrastaba con elegancia con la camiseta y pantalones cortos colorados.

—¿Sí, Pramod?

—Se trata de una laminación no ligada.

—Correcto —dijo Leo y pulsó los controles del proyector—. Pero fijaos en esta imagen. ¿Dónde están las pequeñas burbujas? ¿Alguien piensa que se han cerrado por arte de magia entre ambas pruebas? Gracias —contestó a todas las sonrisas que indicaban saber la respuesta—. Me alegra que no penséis eso. Ahora pongamos las dos proyecciones juntas.

El rojo y el azul se transformaron en un púrpura en los puntos de superposición, cuando el ordenador integró las dos imágenes.

—Y ahora vemos el problema —dijo Leo, aumentando la imagen otra vez—. Estas dos porosidades, junto con esta laminación, están en el mismo plano. Podéis observar la grieta fatal que ya comienza a propagarse en esta rotación. —Leo recalcó la grieta con una luz rosa brillante—. Esto, chicos, es un defecto.

Se oyeron ooohs de fascinación gratificante. Leo sonrió y continuó.

—Bien. Lo importante es que ambas pruebas eran válidas. Pero ninguna de las dos era completa ni suficiente en sí misma. Un mapa no es el territorio. Tenéis que tener en cuenta que los rayos X son excelentes para revelar huecos y relieves, pero inadecuados para detectar grietas, excepto en ciertas alineaciones casuales. Lo óptimo para este tipo de discontinuidades laminares que los rayos X no llegan a detectar es el ultrasonido. Las dos proyecciones, integradas en forma inteligente, ofrecieron una solución.

»Ahora. —Leo esbozó una sonrisa un tanto sombría y cambió la imagen llamativa por otra, esta vez de color verde monocromático—. Observad esto. ¿Qué es lo que veis?

Volvió a señalar a Tony.

—Una soldadura láser, señor.

—Eso parece. Tu identificación es bastante comprensible, y a la vez errónea. Quiero que todos vosotros memoricéis este trabajo. Miradlo bien. Porque puede ser el peor objeto con el que os podéis encontrar.

Parecían estar muy impresionados, pero al mismo tiempo completamente desconcertados. Les pidió silencio absoluto y completa atención.

Esto —señaló con énfasis, y en su voz había desprecio—, es un registro de inspección falsificado. Y lo que es peor, es sólo uno de toda una serie. Cierto contratista de Galac-Tech que suministra cámaras de propulsión para las naves de Salto vio peligrar su margen de beneficio cuando se rechazó una entrega de gran volumen después de haber sido colocada en los sistemas. De manera que, en lugar de destruir el trabajo y hacerlo nuevamente, prefirieron confiar en los inspectores de control de calidad. Nunca sabremos con seguridad si el inspector general rechazó un soborno o no, porque no está aquí para decírnoslo. Le encontraron accidentalmente muerto, a causa de una aparente disfunción de su traje eléctrico, atribuido a los errores que él mismo habría cometido mientras intentaba vestirse en estado de ebriedad. La autopsia determinó un alto porcentaje de alcohol en el torrente sanguíneo, aunque mucho tiempo después se determinó que como el porcentaje era tan alto, no habría podido caminar, ni mucho menos vestirse solo.

»El inspector auxiliar fue quien aceptó el soborno. Las soldaduras pasaban como correctas por la verificación del ordenador, porque se trataba de la misma maldita soldadura, copiada una y otra vez e insertada en el banco de datos, en lugar de las verdaderas inspecciones, que, en su mayoría, nunca fueron llevadas a cabo. Se pusieron en funcionamiento veinte cámaras de propulsión. Veinte bombas de tiempo.

»Sólo cuando estalló la segunda, dieciocho meses más tarde, se descubrió finalmente todo el pastel. No se trata de rumores. Yo integraba el equipo que investigaba las causas más probables. Fui yo quien la descubrió, gracias al control más viejo del mundo: la inspección realizada sólo con los ojos y el cerebro. Cuando me senté allí, en esa silla de la estación, mientras pasaba todos los registros, uno por uno, reconocí la pieza por primera vez cuando la volví a ver, una y otra vez, porque el ordenador sólo reconocía que la serie estaba libre de defectos.

«Entonces descubrí lo que esos bastardos habían hecho…

Le temblaban las manos, como siempre sucedía a esa altura de su exposición, cuando le venían a la mente todos esos recuerdos. Las apretó sobre los costados del cuerpo.

—La valoración de la proyección fue falsificada en estas imágenes electrónicas. Pero las leyes universales de la física ofrecieron un análisis sangriento absolutamente real. Ochenta y seis personas murieron de repente. Y eso —señaló Leo una vez más—, no es simplemente un fraude, sino el peor y mas cruel de los asesinatos.

Recuperó el aliento.

—Lo más importante que os voy a decir es que la mente humana es el mejor mecanismo de control. Podéis tomar todas las notas que queráis sobre los datos técnicos. Cualquier cosa que olvidéis, podéis comprobarla. Pero debéis grabar esto en vuestros corazones, con letras de fuego: No hay nada, nada, nada más importante para mí, en los hombres y las mujeres que preparo, que su absoluta integridad personal. Ya trabajen como soldadores o como inspectores, las leyes de la física son unos impecables detectores de mentiras. Podréis engañar a los hombres. Pero nunca podréis engañar al metal. Eso es todo.

Exhaló y recuperó su buen humor. Miró a su alrededor. Los alumnos habían tomado su discurso con la seriedad necesaria. Bien. No había habido ninguna interrupción ni ninguna broma en las filas del fondo. Por cierto, todos parecían estar bastante sorprendidos y lo miraban con cierto terror.

—Así que ahora… —juntó las manos y se las frotó, como para romper el hechizo—, vayamos al laboratorio y desmontemos un soldador por haces y veamos si podemos encontrar algo que no funcione bien…

Todos salieron, en forma obediente, delante suyo, mientras conversaban entre sí.

Yei lo estaba esperando en la puerta. Apenas le sonrió.

—Una presentación impresionante, señor Graf. Se expresa muy bien cuando habla de su trabajo. Ayer pensé que debía de ser una persona muy callada.

Leo se ruborizó y se encogió de hombros.

—No es tan difícil, cuando uno tiene algo interesante de qué hablar.

—Yo nunca hubiera pensado que la ingeniería de la soldadura fuera un tema tan interesante. Usted es un entusiasta dotado.

—Espero que sus cuadrúmanos estén igual de impresionados. Me siento bien cuando puedo estimular a alguien. Es el mejor trabajo del mundo.

—Comienzo a pensar que es así. Su historia… —ella dudó—. Su historia del fraude ha causado un gran impacto. Nunca habían oído nada semejante. De hecho, yo tampoco.

—Fue hace muchos años.

—Realmente desagradable, de todas formas. —Su rostro dio señales de introspección—. Aunque espero que no demasiado.

—Bueno, yo creo que es muy desagradable. Es una historia real y yo estaba allí. —La miró—. Algún día les puede tocar a ellos. Sería un acto criminal y negligente si no los preparara bien.

—Sí. —La doctora esbozó una sonrisa.

El último de sus estudiantes había desaparecido por el corredor.

—Bueno, es mejor que los alcance. ¿Asistirá a todo mi curso? ¡Vamos! Aún voy a hacer de usted toda una soldadora.

Ella meneó la cabeza con pesar.

—De veras lo hace parecer atractivo. Pero me temo que tengo un trabajo de horario completo. Tendré que dejarlo solo. —Lo saludó con la cabeza—. Lo hará muy bien, señor Graf.

3

—¡Puaj! —exclamó Andy después de sacar la lengua y escupir una pelota de arroz con leche que Claire acababa de ponerle con una cuchara en la boca. La masa de alimento ejercía aparentemente la misma fascinación que un juguete nuevo, porque lo tomaba con las manos superiores y las inferiores y lo hacía girar—. ¡Eh! —protestó cuando su nuevo satélite se desintegró, en una simple pasta.

—Vamos, Andy —murmuró Claire, frustrada, en tanto le quitaba la comida de las manos y lo limpiaba con una toalla bastante sucia—. Vamos, Andy, tienes que probarlo. La doctora Yei dice que es bueno para ti.

—Tal vez está lleno —dijo Tony con solicitud.

El experimento nutritivo se llevaba a cabo en la habitación que habían dado a Claire después del nacimiento de Andy y que compartía con su bebé. Muchas veces extrañaba a sus antiguas compañeras de cuarto, pero, con pesar, admitía que la compañía había tenido razón. Su popularidad y la fascinación por Andy no habrían sobrevivido a tantas noches de comidas, cambios de pañales, ataques de gases, diarreas y fiebres misteriosas y otras tantas miserias nocturnas infantiles.

Últimamente, también había extrañado a Tony. En las últimas seis semanas, apenas lo había visto. Su nuevo instructor de soldadura lo tenía muy ocupado. El ritmo de vida parecía ser más acelerado en todo el Hábitat. Algunos días casi no había tiempo ni siquiera para respirar.

—Tal vez no le gusta —sugirió Tony—. ¿Ya has intentado mezclarlo con otras sustancias?

—Todo el mundo es un experto —suspiró Claire—. Excepto yo… De todas maneras, ayer comió un poco.

—¿Qué gusto tiene?

—No sé. Nunca lo he probado.

Tony le sacó la cuchara de la mano y la introdujo en el recipiente. Tomó una de las pelotas y se la metió en la boca.

¡Tony! —exclamó Claire, indignada.

¡Puaj! —Tony se atragantó—. Dame una toalla. Ahora entiendo por qué lo escupe. Esto le provoca náuseas.

Claire recuperó la cuchara y flotó hasta la pequeña cocina, donde la introdujo en los agujeros del dispensador de agua y lo enjuagó.

—Gérmenes —dijo, en un tono que acusaba a Tony.

—¡Pruébalo tú!

Ella olió la taza de alimento, como si siguiera dudando.

—Creeré en tu palabra.

Mientras tanto, Andy había capturado su mano inferior con las superiores y se la estaba mordiendo.

—Se supone que todavía no tienes que comer carne —suspiró Claire, al mismo tiempo que lo enderezaba. Andy respiró profundamente, como si se preparara para protestar, pero de pronto se abrió la puerta y apareció un nuevo objeto de interés.

—¿Cómo anda esto, Claire? —preguntó la doctora Yei. Sus piernas, inútiles en caída libre, colgaban de su cadera, relajadas, mientras entraba en la cabina.

El rostro de Claire se iluminó. Le gustaba la doctora Yei, Siempre parecía que las cosas se tranquilizaban cuando ella estaba cerca.

—Andy no quiere comer el arroz con leche. Prefiere el plátano chafado.

—Bueno, en la próxima comida dale harina de avena en lugar de arroz —dijo la doctora Yei. Flotó hacia Andy y extendió la mano. El bebé la tomó con sus manos superiores. La doctora logró soltarse. Entonces Andy se la cogió con las manos inferiores y sonrió—. Su coordinación motriz inferior está progresando. Apuesto a que será como la superior cuando cumpla un año.

—Y ese cuarto diente le salió anteayer —dijo Claire, mientras lo señalaba.

—Así la naturaleza te dice que es hora de que comas arroz con crema —le explicó la doctora al bebé, con una seriedad fingida. Andy se aferró a su brazo y fijó la mirada en sus pendientes de oro. Se había olvidado por completo de la comida—. No te preocupes demasiado, Claire. Siempre existe esta tendencia a querer apurar las cosas con el primer hijo, como si uno quisiera asegurarse de que puede hacerlo todo. Será más tranquilo con el segundo. Te garantizo que todos los bebés comen el arroz con leche antes de los veinte años, hagas lo que hagas.

Claire se rió. En el fondo, se sintió tranquilizada.

—Es sólo que el señor Van Atta me estuvo preguntando sobre el progreso de Andy.

La doctora Yei frunció los labios, como si estuviera escondiendo una sonrisa. —Entiendo.

Defendió su pendiente del resuelto ataque de Andy, poniéndolo fuera de su alcance. En el aire, un paroxismo frustrado de movimientos natatorios lo hizo girar. Abrió la boca para protestar. La doctora Yei inmediatamente lo ayudó, pero ganó tiempo y extendió solamente las yemas de la mano.

Andy volvió a dirigirse al pendiente, con una mano sobre la otra.

—Sí, bebé, cógelo —lo alentó Tony. —Bueno —la doctora Yei se dirigió a Claire—, en realidad he pasado por aquí para daros buenas noticias. La compañía está tan contenta por cómo han salido las cosas con Andy que han decidido adelantar la fecha de tu segundo embarazo.

Detrás de la doctora Yei, el rostro de Tony irradiaba felicidad. Sus manos superiores se agitaban en señal de victoria. Claire intentó hacerle señas para que se calmara, pero no pudo evitar reírse.

—¡Fantástico! —exclamó Claire, llena de satisfacción. De manera que la compañía pensaba que lo estaba haciendo bien. Había tenido días de angustia, en los que pensaba que nadie reconocería el esfuerzo que estaba haciendo—. ¿Cuándo sería?

—Tú sabes que no tienes los ciclos mensuales porque estás criando a Andy. Mañana por la mañana tienes una entrevista con el doctor Minchenko en la enfermería. El te dará una medicina para que te vuelvan los ciclos. Puedes comenzar a intentarlo en el segundo ciclo.

—¡Oh, Dios! Tan pronto. —Claire hizo una pausa y observó al pequeño Andy mientras recordaba cómo, el primer embarazo le había consumido todas las energías—. Creo que podré hacerlo, pero, ¿qué pasa con esa diferencia ideal de veintisiete meses de la que hablabas?

La doctora Yei eligió cuidadosamente las palabras.

—Existe una tendencia en todo el Proyecto a aumentar la productividad. En todas las áreas.

La doctora Yei, siempre directa, según la experiencia de Claire, sonreía ahora con cierta falsedad. Miró a Tony, que flotaba en el aire, y frunció los labios.

—Me alegra que estés aquí, Tony, porque tengo buenas noticias también para ti. Tu instructor de soldadura, el señor Graf, te ha calificado como el mejor de su clase. Así que has sido elegido como capataz de un grupo que saldrá a realizar el primer contrato que Galac-Tech delegó al Proyecto Cay. Tú y tus compañeros seréis embarcados aproximadamente dentro de un mes hacia un lugar llamado Estación Kline. Está en el extremo opuesto del nexo, detrás de la Tierra. Es un viaje largo, de manera que el señor Graf ha decidido ir también en el viaje para completar la preparación en ruta, además de ser supervisor de ingenieros.

Tony se agitó a través de la habitación, lleno de emoción.

—¡Por fin! Trabajo real. Pero… —Hizo una pausa, sorprendido. Claire, que ya había pensado lo mismo, sintió que el rostro se le convertía en una máscara—. Pero ¿cómo se supone que Claire quedará embarazada el mes próximo si yo estoy fuera en alguna misión?

—El doctor Minchenko congelará un par de muestras de esperma antes de que te vayas —sugirió Claire—. ¿No es cierto?

—Bueno —dijo la doctora Yei—. En realidad, ésos í no eran los planes. Se ha programado que el padre de tu próximo bebé sea Rudy, de Instalaciones de Microsistemas.

—¡Oh, no! —exclamó Claire. La doctora Yei estudió sus rostros y frunció la boca, con un gesto adusto.

—Rudy es un buen muchacho. Le dolerá esta reacción, estoy segura. Claire, esto no puede cogerte por sorpresa, después de todas nuestras charlas.

—Sí, pero… esperaba que, como Tony y yo nos llevábamos tan bien, nos permitirían… Estaba a punto de pedírselo al doctor Cay.

—Ya no está entre nosotros —suspiró la doctora Yei—. De forma que habéis estado juntos y os sentís como pareja. Os previne que no lo hicierais, ¿o no?

Claire bajó la cabeza. Ahora era Tony el que había perdido toda expresión de felicidad.

—Claire, Tony, sé que esto es difícil. Pero vosotros, en las primeras generaciones, tenéis una responsabilidad especial. Sois el primer paso en un plan muy detallado a largo plazo de Galac-Tech, que llevará varias generaciones. Vuestras acciones tienen un efecto multiplicador fuera de toda proporción. Mirad, esto no es, de ninguna manera, el fin del mundo para vosotros. Es muy probable que volváis a estar juntos alguna vez. Claire tiene programada una larga carrera reproductiva. Y tú, Tony, eres el mejor. Galac-Tech tampoco va a desperdiciarte. Habrá otras chicas…

—No quiero otras chicas —dijo Tony con firmeza—. Sólo a Claire.

La doctora Yei hizo una pausa y continuó.

—No tendría que decirte esto todavía, pero te han asignado a Sinda, de Nutrición. Siempre pensé que era una joven extraordinariamente bonita.

—Se ríe como una sierra.

La doctora Yei suspiró con impaciencia.

—Bueno, lo discutiremos más tarde. Cuando llegue el momento. Ahora tengo que hablar con Claire.

Lo empujó hacia la puerta y cerró con llave, sin prestar atención a sus objeciones.

Se dirigió a Claire y la miró con cierto enojo.

—Claire, ¿habéis tenido relaciones sexuales después de quedarte embarazada?

—El doctor Minchenko dijo que no afectaría al bebé.

—¿Él lo sabía?

—No sé… Sólo se lo pregunté de una manera general. —Claire estudiaba sus manos, con culpabilidad—. ¿Esperabais que no tuviéramos más relaciones?

—Por supuesto.

—Nunca nos lo dijisteis.

—Vosotros tampoco lo preguntasteis. Por cierto, fuisteis lo suficientemente cuidadosos para no sacar el tema, ahora que pienso en ello… ¿Cómo pude ser tan ciega?

—Pero los terrestres lo hacen todo el tiempo —se defendió Claire.

—¿Cómo sabes lo que hacen los terrestres?

—Silver dice que el señor Van Atta… —Claire enmudeció de golpe.

La doctora Yei agudizó su atención, realmente incómoda.

—¿Qué es lo que sabes de Silver y el señor Van Atta?

—Bueno… creo que todo. Quiero decir, todos queríamos saber cómo lo hacían los terrestres. —Claire hizo una pausa—. Los terrestres son extraños — agregó.

Después de un instante paralizado, la doctora Yei escondió la cara entre las manos y no pudo evitar sonreír entre dientes.

—Así que Silver os ha estado proporcionando información detallada. — Bueno, sí.

Claire observó a la psicóloga con verdadera fascinación.

La doctora Yei contuvo su sonrisa. Tenía un brillo extraño en los ojos, en parte porque le causaba gracia, en parte porque le irritaba.

—Supongo… supongo que es mejor que le digas a Tony que no comente nada. Me temo que al señor Van Atta no le gustaría darse cuenta que sus actividades personales tienen un público de segunda mano. —Muy bien —acordó Claire, como si dudara—. Pero… vosotros siempre queríais saber todo sobre Tony y yo.

—Es diferente. Queríamos ayudaros.

—Bueno, nosotros y Silver queríamos ayudarnos entre nosotros.

—Se supone que no tenéis que ayudaros entre vosotros. —El tono de crítica de la doctora Yei estaba disimulado detrás de su sonrisa reprimida—. Se supone que tenéis que esperar a que os sirvan —agregó—. Por cierto, ¿cuántos de vosotros conocéis la información de Silver? Sólo tú y Tony, ¿cierto?

—Bueno, mis compañeras de dormitorio también. Yo llevo a Andy allí en mis horas libres y jugamos con él. Antes dormía frente a Silver hasta que me mudé. Ella es mi mejor amiga. Silver es tan… tan valiente. Hace cosas que yo nunca me atrevería a hacer. —Claire suspiró con cierta envidia.

—Ocho chicas —murmuró Yei—. ¡Oh, dios Krishna! No quiero pensar que alguna se haya visto inspirada para la emulación.

Claire, sin ninguna intención de mentir, no dijo nada. No fue necesario. La psicóloga lo supo con sólo mirarla.

Yei dio una vuelta indecisa en el aire.

—Tengo que hablar con Silver. Debería haberlo hecho cuando lo sospeché por primera vez, pero pensé que el tipo sería lo suficientemente sensato como para no contaminar el experimento. Mira, Claire, quiero seguir hablando contigo sobre tu nueva asignación. Estoy aquí para intentar hacer las cosas de la manera más fácil posible. Sabes que te ayudaré, ¿no es cierto? Volveré contigo tan pronto como pueda.

Yei desprendió a Andy de su cuello, donde el bebé estaba saboreando el pendiente, y se lo devolvió a Claire. Mientras salía del cuarto, murmuraba algo sobre «contener el daño…».

Una vez sola, Claire se aferró al bebé. Su incertidumbre se había convertido en una placa de metal clavada en el corazón. Se había esmerado tanto por ser buena…

Leo miró con aprobación la luz intensa y las densas sombras del vacío, mientras dos de sus alumnos con trajes espaciales colocaban con precisión el anillo de sujeción en el extremo del tubo flexible. Las ocho manos de los dos hombres facilitaban la tarea.

—Ahora, Pramod, Bobbi, traed el soldador y el grabador y ponedlos en posición de encendido. Julián, pon en funcionamiento el programa de alienación por láser óptico.

Una docena de figuras de cuatro manos, con los nombres y los números impresos en la parte frontal de sus cascos y en la espalda de sus uniformes plateados, fluctuaban buscando un buen punto de observación. —Ahora, en estas soldaduras de penetración parcial de alta densidad y energía —el audio de los trajes espaciales captaba la explicación de Leo—, el haz de electrones no debe llegar a un estado permanente de penetración. Este haz puede perforar hasta medio metro de acero. Si pasara algo así, digamos que la nave de presión nuclear o la cámara de propulsión pueden perder su integridad estructural. Por ejemplo, el pulsor que Pramod está controlando en este momento —dijo Leo en un tono que alertó a Pramod e hizo que revisara rápidamente la lectura del sistema en su máquina—, utiliza la oscilación natural del punto de impacto del haz dentro de la cavidad de soldadura para fijar una secuencia de impulsos que mantenga su frecuencia, eliminando el problema de perforación. Siempre es necesario controlar dos veces esta función antes de comenzar.

El anillo de sujeción estaba firmemente soldado a su tubo flexible, tarea supervisada por la vista, el medidor holográfico, la corriente parásita de Foucault, el estudio y la comparación del registro de la emisión simultánea de rayos X y la prueba clásica de «golpear y sacudir». Leo se preparó para llevar a sus alumnos hacia la siguiente tarea.

—¡Tony, si traes el soldador, PRIMERO APÁGALO! —El grito de Leo retumbó en los auriculares de todos. Intentó modular la voz.

El haz estaba, en efecto, apagado, pero los controles no. Un movimiento accidental mientras Tony movía la máquina y… Leo trazó la hendidura hipotética en el ala cercana del Hábitat y se estremeció.

—Piensa con la cabeza, Tony. Una vez vi cómo un hombre partía en dos a uno de sus amigos por un descuido.

—Lo siento… Pensé que ahorraría tiempo… Lo lamento… —tartamudeó Tony.

—Sabes hacerlo mejor. —Leo se había calmado y su corazón recuperó el ritmo—. En este espacio, ese haz no se detendría hasta tocar la tercera luna o cualquier cosa que encontrara por el camino. —Estuvo a punto de continuar, pero se detuvo. No, no a través del canal de comunicación pública. Más adelante.

Más tarde, cuando los alumnos se quitaban los uniformes en el vestuario, siempre riendo y bromeando mientras los limpiaban y guardaban, Leo se acercó a Tony, que estaba silencioso y pálido. Seguro que no le he ladrado tanto, pensó Leo para sí. No suponía que fuera tan sensible…

—Cuando termines, quiero verte —le dijo Leo con tranquilidad.

—Sí, señor —respondió Tony, con tono de culpa.

Después de que sus compañeros se hubieran retirado, ansiosos por ir a comer, Tony quedó suspendido en el aire, con los dos pares de brazos cruzados sobre el cuerpo a modo de protección. Leo se acercó y le habló en un tono grave.

—¿En qué pensabas allí afuera hoy?

—Lo siento, señor. No volverá a pasar.

—Ha estado pasando toda la semana. ¿Tienes algún problema, muchacho?

Tony sacudió la cabeza.

—Nada… nada que tenga que ver con usted, señor.

Lo que había querido decir era que no tenía nada que ver con el trabajo, interpretó Leo. Muy bien, entonces.

—Si te está desconcentrando en tu trabajo, sí tiene que ver conmigo. ¿Quieres hablar sobre ello? ¿Tienes problemas con tu mujer? ¿El pequeño Andy está bien? ¿Te has peleado con alguien?

Los ojos azules de Tony buscaron el rostro de Leo con incertidumbre, pero volvió a inhibirse.

—No, señor.

—¿Estás preocupado por tener que salir por ese contrato? Supongo que es la primera vez que te alejas de tu hogar y de tu familia.

—No es eso —negó Tony. Hizo una pausa y volvió a mirar a Leo—. Señor, ¿hay muchas otras compañías allí fuera además de la nuestra?

—No muchas que hagan trabajos interestelares complejos —contestó Leo, un tanto sorprendido por el nuevo giro de la conversación—. Somos los más grandes, por supuesto, aunque hay una media docena de compañías que pueden representar una verdadera competencia para nosotros. En sistemas altamente poblados, como es el caso de Tau Ceti, Escobar, Orient y por supuesto la Tierra, existen siempre muchas compañías pequeñas que operan a menor escala. Están superespecializadas o son grupos empresariales. Los mundos espaciales cada vez son más fuertes.

—De manera que… si alguna vez usted se va de Galac-Tech, podría obtener otro empleo en el espacio. —Seguramente. Ya he tenido ofertas, pero nuestra compañía hace la mayor parte del trabajo que quiero hacer, así que no hay ninguna razón para que me vaya. Y además, tengo muchos años de antigüedad aquí y si me voy, los perdería. Es muy probable que me quede en Galac-Tech hasta que me jubile, si es que no muero con las botas puestas. Probablemente de un ataque al corazón producido por ver que uno de mis alumnos intenta matarse accidentalmente, pensó Leo, sin decirlo en voz alta. Tony ya parecía estar bastante castigado. Aunque todavía abstraído. —Señor… hábleme del dinero. —¿Dinero? — Leo levantó las cejas—. ¿Qué puedo decir? Es la sustancia de la vida.

—Yo nunca lo he visto. Tengo entendido que existen unos marcadores de valores codificados, que facilitan el comercio y sirven para llevar las cuentas. — Correcto.

—¿Cómo lo consigue?

—Bueno, la mayoría de la gente trabaja para ganárselo. Lo que hace es negociar su trabajo para obtenerlo. O si son propietarios, fabrican o plantan algo, pueden venderlo. Yo trabajo.

—¿Y Galac-Tech le da dinero?

—Sí, claro.

—Si yo lo pidiera, ¿la compañía me lo daría? —Bueno… —Leo era consciente de que estaba entrando en terreno resbaladizo. Era mejor que su opinión sobre el Proyecto Cay siguiera como hasta entonces, mientras estuviera bajo su techo. Su trabajo consistía en enseñar procedimientos de soldadura seguros, no en fomentar demandas salariales o cualquier otra cosa hacia donde llevara esa conversación—. ¿En qué lo gastarías aquí arriba? Galac-Tech te da todo lo que necesitas. Ahora bien, cuando estoy abajo o no estoy en las instalaciones de la compañía, tengo que comprarme la comida, la ropa, tengo que viajar y otras tantas cosas. Además —Leo buscaba un argumento menos específico—, hasta ahora, en realidad no has hecho ningún trabajo para Galac-Tech y la compañía, en cambio, ha hecho mucho por ti. Espera a salir en un contrato y hacer una producción real. Luego, tal vez sería el momento de hablar de dinero. —Leo sonrió. Se sentía hipócrita, pero al menos leal.

—¡Ah! —Tony parecía esconder alguna desilusión secreta. Sus ojos azules volvieron a mirar a Leo—. Cuando una de las naves de Salto de la compañía sale de Rodeo, ¿a dónde va?

—Depende de dónde la necesiten, supongo. Algunas van directamente a la Tierra. Si hay una carga o pasajeros que van a destinos diferentes, la primera parada es, en general, la Estación Orient.

—Galac-Tech no es la dueña de la Estación Orient, ¿verdad?

—No, es propiedad del gobierno de Orient IV. Aunque Galac-Tech explota una buena parte.

—¿Cuánto se tarda en llegar a la Estación Orient desde Rodeo?

—Alrededor de una semana. Probablemente tengas que parar allí pronto, aunque sólo sea para recoger equipos y suministros adicionales, cuando te envíen en tu primer contrato de construcción.

Ahora el muchacho parecía abrirse un poco, quizá porque pensaba en su primer viaje interestelar. Mejor así. Leo se sintió aliviado.

—Estaré esperando ansiosamente ese momento, señor.

—Muy bien. Si mientras no te cortas un pie, bueno, una mano.

Tony inclinó la cabeza y sonrió.

—Trataré de no hacerlo, señor.

¿Qué significaba todo eso?, se preguntaba Leo, mientras observaba a Tony salir por la puerta. Seguramente el muchacho no estaría pensando en intentar independizarse, ¿o sí? Tony no tenía ni la menor idea de lo curioso que podría parecer fuera de su Hábitat familiar. Si tan sólo pudiera abrirse un poco más…

Se estremeció ante la sola idea de enfrentarse a él. Todos los integrantes del equipo del Hábitat parecían sentirse con el derecho de invadir los pensamientos de los cuadrúmanos. Ninguna de sus habitaciones podía cerrarse con llave. Tenían la misma intimidad que las hormigas debajo de un vidrio.

Trató de deshacerse de estos pensamientos críticos, pero no logró desprenderse de su incomodidad. Toda su vida había depositado la fe en su propia integridad técnica. Si seguía esa estrella, sus pies no tropezarían. Se había convertido en una costumbre natural. Había incorporado esa integridad técnica a su enseñanza al grupo de trabajo de Tony de forma casi automática. Y, sin embargo, esta vez parecía no ser suficiente. Era como haber memorizado la respuesta y descubrir que le habían cambiado la pregunta.

Pero, ¿qué otra cosa podían exigirle? ¿Qué más podían esperar que diera? Después de todo, ¿qué podía hacer un hombre?

Un espasmo de miedo le hizo pestañear. Las estrellas filosas se desintegraban, mientras la sombra amenazadora del dilema oscurecía el horizonte de su conciencia. Mas…

Se estremeció y dio la espalda a la inmensidad. Seguramente podía absorber a un hombre.

Ti, el copiloto de la lanzadera de carga, tenía los ojos cerrados. Tal vez es lo natural en estos momentos, pensó Silver, mientras le estudiaba el rostro a unos diez centímetros. A esa distancia, sus ojos no podían superponer las imágenes estereoscópicas, de manera que veía dos caras. Si miraba bien, podía hacer que el tipo tuviera tres ojos. Los hombres eran verdaderamente extraños. Sin embargo, los contactos metálicos implantados en la frente y las sienes no producían ese efecto de extrañeza. Parecían mis un adorno o un distintivo de rango. Silver cerró un ojo, luego el otro. Parecía que la cara del copiloto se moviera hacia atrás y hacia adelante en su visión.

Ti abrió los ojos un instante y Silver se puso inmediatamente en acción. Sonrió, entrecerró los ojos y adoptó el ritmo de sus caderas.

—¡Ooooh! —murmuró, tal y como Van Atta le había enseñado. Quiero oír una respuesta, cariño, le decía Van Atta, y entonces ella comenzaba a hacer la colección de ruidos que parecían complacerlo. También funcionaron con el piloto cuando se acordó de hacerlos.

Ti cerró los ojos y abrió la boca cuando la respiración se hizo más rápida. El rostro de Silver se relajó una vez más, agradecida por la intimidad. De todas maneras, la mirada de Ti no la hacía sentir tan incómoda como la de Van Atta, que siempre parecía sugerir que debía hacer algo más o diferente.

El piloto tenía la frente perlada de sudor. Un rizo de cabello castaño le caía sobre el contacto brillante. Mutante mecánico, mutante biológico, igualmente tocados por tecnologías diferentes. Tal vez ésa era la razón por la que Ti se había acercado a ella, porque también era un hombre extraño. Dos engendros juntos. Por otra parte, tal vez era porque el piloto de la nave de Salto no era demasiado exigente.

Ti se estremeció, respiró convulsivamente, la apretó contra su cuerpo. En realidad, parecía bastante vulnerable. El señor Van Atta nunca parecía vulnerable en ese instante. Silver, en realidad, no estaba segura de lo que parecía y lo que no.

¿Qué es lo que siente que yo no?, se preguntó Silver. ¿Qué me pasa? Tal vez era frígida, como la había acusado una vez Van Atta. Frígida, una palabra desagradable que le recordaba a maquinaria y los depósitos de basura fuera del Hábitat. Por eso había aprendido a hacer ruidos para complacerlo, a moverse con placer, a relajarse, como él le había enseñado.

Silver recordó que tenía otra razón para mantener los ojos abiertos. Miró detrás de la cabeza del piloto. La ventana de observación de la cabina de control oscurecida, donde ellos se encontraban, daba al compartimento de carga. El área entre la cabina de control del compartimento y la entrada a la escotilla de la lanzadera de carga estaba levemente iluminada y sin movimiento.

De prisa, Tony, diantre, pensó Silver, preocupada. No puedo mantener a este tipo ocupado todo el turno.

—¡Uf! —exclamó Ti, al salir de su trance, abrir los ojos y sonreír—. Cuando os diseñaron para caída libre, pensaron en todo. —El piloto se soltó de los omóplatos de Silver y le acarició la espalda, las caderas y los brazos inferiores, para terminar con una palmada en las manos que apretaban sus musculosas caderas—. Realmente funcional.

—¿Cómo hacen los terrestres para no soltarse? —preguntó Silver, con curiosidad, sacando ventaja del hecho de haberse encontrado con un experto en la materia.

Ti se sonrió.

—La gravedad nos mantiene juntos.

—¡Qué curioso! Siempre pensé que la gravedad era algo contra lo que se tenía que luchar todo el tiempo.

—No, solamente la mitad del tiempo. La otra mitad, trabaja para ti —le dijo, tranquilizándola.

El piloto se separó de su cuerpo con cierta gracia. Tal vez estaba poniendo en práctica toda su experiencia como piloto. La besó en la garganta.

—¡Encantadora!

Silver se ruborizó y agradeció que el lugar estuviera poco iluminado. Ti pasó a concentrarse en su aseo. Un pequeño soplido y el condón impregnado de espermicida desaparecería por la salida de desperdicios. Silver tuvo que contener un leve lamento. Era una lástima que Ti no fuera uno de ellos. También era una lástima estar tan alejada de las que estaban programadas para ser madres. Una lástima…

—¿Le preguntaste a tu compañero, el médico, si realmente los necesitamos? —Ti le preguntó.

—No pude preguntárselo al doctor Minchenko directamente —contestó Silver —. Pero supongo que piensa que cualquier concepción entre un terrestre y uno de nosotros abortaría espontáneamente. Pero nadie lo sabe con seguridad. También podría salir un bebé con extremidades inferiores que no fueran ni brazos ni piernas, sino algo intermedio. (Y probablemente, no me dejarían tenerlo,) De todas formas, nos ahorra el tener que limpiar los fluidos por toda la habitación con una aspiradora manual.

—Es cierto. Bueno, de hecho, todavía no estoy preparado para ser papá.

Es incomprensible, pensó Silver, para un hombre de su edad. Debe de tener por lo menos veinticinco años. Mucho mayor que Tony, que era uno de los más viejos entre todos ellos. Silver tuvo cuidado de flotar de forma que el piloto quedara de espaldas a la ventana. Vamos, Tony, si piensas hacerlo que sea ya…

El viento frío de los ventiladores le puso la piel de gallina y se estremeció.

—¿Tienes frío? —le preguntó Ti y le frotó los brazos para darle calor. Luego le acercó la camisa y los pantalones cortos azules del otro lado de la habitación, donde ella los había dejado. Silver se vistió rápidamente, al igual que él, y Silver observó, fascinada, cómo se ponía los zapatos. Esas cosas tan pesadas y rígidas. Pero los pies tampoco eran flexibles. Le recordaban mazos. Esperaba que supiera cómo dominarlos en el aire.

Ti, sonriente, desenganchó su maletín del estante en la pared, donde lo había puesto cuando se habían refugiado en la cabina de control, media hora antes.

—Tengo algo.

Silver saltó de alegría y juntó las cuatro manos.

—¡Oh! ¿Has conseguido más discolibros de esa mujer?

—Sí, aquí tienes —Ti sacó unos cuadrados de plástico del maletín—. Tres títulos nuevos.

Silver se abalanzó sobre ellos y leyó las solapas con ansiedad. Novelas ilustradas Arco Iris: La Locura del señor Randan, Amor en el Mirador, El señor Randan y la Novia Comprada, todos de Valeria Virga.

—¡Maravilloso!

Rodeó el cuello de Ti con su brazo superior derecho y le dio un beso espontáneo y vigoroso.

El sacudió la cabeza, fingiendo desesperación.

—No sé cómo puedes leer esa bazofia. No obstante, creo que la autora es, en realidad, un colectivo.

Es fabulosa —Silver defendió con indignación su literatura favorita—. Está tan, tan llena de color, de lugares y tiempos extraños… Muchos transcurren en el viejo planeta Tierra, en esos tiempos en que todos vivían abajo. Es sorprendente. La gente estaba rodeada de animales. Esas criaturas enormes llamadas caballos los llevaban sobre sus espaldas. Supongo que la gravedad cansaba a la gente. Y esa gente rica, como los ejecutivos de las compañías, los «señores» o «excelencias», vivían en casas fantásticas, pegadas a la superficie del planeta. Y no había nada de esto en la historia que nos enseñaron. —Su voz denotaba cierta indignación.

—Pero esto no es historia —objetó Ti—. Es ficción.

—Tampoco se parece a la ficción que nos dan aquí. Eso está bien para los niños. A mí me encantaba El Pequeño Compresor que Podía… Hacíamos que la niñera nos lo leyera una y otra vez. Y la serie Bobby BX-99 también era linda… Bobby BX-99 Resuelve el Misterio del Exceso de Humedad… Bobby BX-99 y el Virus de los Planetas… Fue entonces cuando solicité especializarme en Hidroponía. Pero los terrestres son mucho más interesantes. Es tan… tan… cuando leo esto. —Se aferró a los cuadrados de plástico—. Es como si esto fuera real y yo no —suspiró profundamente Silver.

Aunque tal vez el señor Van Atta se parecía un poco al señor Randan… elevada jerarquía, autoritario, genio vivo… Silver se preguntaba por qué el mal carácter en el señor Randan siempre le parecía tan emocionante y atractivo, tan fascinante. Se le revolvía el estómago cada vez que el señor Van Atta se enfadaba. Tal vez las mujeres terrestres eran más valerosas.

Ti se encogió de hombros, divertido y a la vez sorprendido.

—Supongo que te sienta bien. No veo que haya ningún daño. Pero esta vez te he traído algo mejor… —Volvió a hurgar en su maleta de viaje y sacó una prenda de tela color marfil, con ribetes de satén—. Creo que podrías usar perfectamente una blusa de mujer. Tiene un motivo de flores y como estás en Hidroponía, pensé que te gustaría.

—¡Oh! Las heroínas de Valeria Virga se sentirían muy cómodas con esta blusas. —Silver extendió la mano como para cogerla, pero se retuvo—. Pero… pero no puedo aceptarla.

—¿Por qué no? Aceptas los libros. No es tan cara.

Silver, que comenzaba a tener una idea de cómo funcionaba la cuestión del dinero gracias a sus lecturas, sacudió la cabeza.

—No es por eso. Es que, bueno… ya sabes, no creo que la doctora Yei esté de acuerdo con nuestros encuentros. Ni tampoco otras personas. —En realidad, Silver estaba segura de que la palabra «desaprobación» definiría las consecuencias si se descubrían sus transacciones secretas con Ti.

—¡Mojigatos! —protestó Ti—. No vas a empezar a dejar que te digan lo que tienes que hacer, ¿no es cierto? —Su enojo también traslucía cierta ansiedad.

—Tampoco voy a comenzar a decirles lo que ya estoy haciendo —señaló Silver—. ¿Y tú?

—Claro que no. —Ti sacudió las manos en una negación absoluta.

—Así que estamos de acuerdo. Desgraciadamente —señaló la blusa con pesar—, esto es algo que no puedo esconder. No podría usarla sin que alguien me preguntara de dónde la había sacado.

—Sí —dijo el piloto, en un tono que podía esconder la aceptación de un hecho irrevocable—. Sí, supongo que tendría que haberlo pensado antes eso. ¿Crees que la puedes esconder durante un tiempo? He tenido mis permisos en Rodeo porque los tipos con antigüedad han cogido los viajes a Orient IV. Pronto recibiré las calificaciones del comandante de mi lanzadera y volveré a la categoría de piloto de Salto en sólo unos pocos ciclos, —Tampoco la puedo compartir —dijo Silver—. Lo bueno que tienen los libros y los vídeos, además de ser pequeños y fáciles de esconder, es que pueden pasarse por todo el grupo sin que se gasten. Nadie queda relegado. Así tengo facilidades cuando quiero tener un poco de tiempo para mí. —Con un movimiento de la mano indicó la intimidad que estaban disfrutando en ese momento.

—Bueno —dijo Ti. Hizo una pausa—. No sabía que los prestabas.

—¿No compartir? —le dijo Silver—. Eso estaría muy mal.

Lo miró y le devolvió la blusa, rápidamente, antes de sentirse tentada. Estuvo a punto de seguir explicando, pero luego lo pensó mejor.

Era mejor que Ti no supiera sobre la conmoción que hubo cuando uno de los libros, que un lector había olvidado accidentalmente, había caído en manos de uno de los terrestres que integraban el equipo del Hábitat y se lo había entregado a la doctora Yei. Alertados, habían logrado esconder el resto del material de contrabando, pero la intensidad de la búsqueda había hecho que Silver fuera más prudente y que tomara conciencia de lo serio que era su delito ante los ojos de las autoridades. Hubo dos inspecciones sorpresa más desde entonces, pero no se descubrieron más libros.

El mismo señor Van Atta la había llamado —a ella— y le había instado a hacer un trabajo de espionaje entre sus compañeros. Había comenzado a confesar, pero se detuvo justo a tiempo. La furia de Van Atta le causó mucho miedo. «Voy a crucificar a ese maldito cuando le ponga las manos encima», había dicho Van Atta. Tal vez el señor Van Atta y la doctora Yei y todo su personal juntos no le causarían tanto miedo a Ti, pero no podía arriesgarse a perder su única fuente de placeres terrestres. Ti, por lo menos, estaba dispuesto a compensar lo que era, en efecto, el trabajo de Silver, el único bien invisible que no constaba en ningún inventario. Quién sabe si otro piloto querría cualquier tipo de cosas mucho más difíciles de sacar del Hábitat.

Un momento largamente esperado en el área de carga llamó la atención de Silver. Y tú pensabas que corrías riesgos por unos cuantos libros, pensó Silver. Esperad a que esa mierda se aleje…

—No obstante, gracias —dijo Silver, con prisas, y le dio a Ti un beso de agradecimiento. Él cerró los ojos, un reflejo maravilloso, y Silver aprovechó para mirar por la ventana de la cabina de control. Tony, Claire y Andy acababan de desaparecer por la escotilla de la lanzadera en el tubo flexible.

Por fin, pensó Silver. He hecho todo lo que podía, el resto depende de vosotros. Buena suerte. Ojalá yo también pudiera irme.

—¡Uf! Mira qué hora es. —Ti rompió el abrazo—. Tengo que terminar esta lista antes de que vuelva el capitán Durrance. Creo que tienes razón sobre lo de la blusa —dijo, mientras la volvía a guardar en su maleta de viaje—.¿Qué quieres que te traiga la próxima vez?

—Siggy, de Mantenimiento de Sistemas Aéreos, me preguntó si había más películas de la serie Ninja de las Estrellas Gemelas —dijo Silver—. Va por la número siete, pero le faltan los números cuatro y cinco.

—Bueno —dijo Ti—, eso sí que es entretenimiento decente. ¿Tú las has visto?

—Sí —Silver frunció la nariz—, pero no creo que… Ahí la gente se hace cosas tan horribles entre sí… Es ficción, ¿verdad? —Sí, claro. —Es un alivio.

—Sí, pero, ¿qué es lo que quieres para ti? —insistió—. No me voy a arriesgar a una reprimenda por satisfacer a Siggy. Siggy no tiene —suspiró Ti al recordar— esas adorables caderas que tienes tú. —Más de éstos, por favor, señor. —Si esta basura te gusta —tomó sus manos, una por una, y las besó—, es la basura que tendrás. Ahí viene mi capitán. —Se ajustó el uniforme de piloto de lanzadera, encendió la luz y recogió su panel de informes mientras se abría una puerta hermética, en el extremo opuesto de la bahía de carga—. Odia que lo asignen con pilotos jóvenes. Renacuajos, nos llama. Creo que está incómodo porque en mi nave de Salto, tendría más rango que él. De todas maneras, es mejor no darle la oportunidad a este tipo de que descubra nada…

Silver hizo desaparecer los libros en su bolsa de trabajo y adoptó la pose de un observador ocioso cuando el capitán Durrance, el comandante de la lanzadera, entró a la cabina de control.

—Date prisa. Ti, hemos recibido un cambio de itinerario —dijo el capitán Durrance.

—Sí, señor. ¿Qué sucede?

—Nos quieren en el planeta.

—¡Mierda! ¡Qué lastima! Tenía una cita… —miró a Silver—, tenía una cita con un amigo esta noche en la Estación de Transferencia.

—Muy bien —dijo el capitán Durrance, irónicamente—. Haz una queja ante Relaciones Laborales. Diles que tu programa de trabajo está interfiriendo con tu vida amorosa. Tal vez puedan hacer algo para que no tengas programa de trabajo.

Ti se apresuró a continuar con sus obligaciones cuando llegó un técnico del Hábitat para hacerse cargo de la cabina de control del dique de carga.

Silver se escondió en un rincón, paralizada de miedo y de confusión. En la Estación de Transferencia, Tony y Claire habían planeado partir en una nave de Salto en dirección a Orient IV, salir del alcance de Galac-Tech, encontrar trabajo cuando llegaran allí. Para Silver, era un plan extremadamente arriesgado, producto de su desesperación. Claire había estado aterrada, pero el plan de Tony, con todas las etapas cuidadosamente pensadas, finalmente la había persuadido. Por lo menos, las primeras etapas habían sido cuidadosamente pensadas. Parecían ser más vagas a medida que se alejaban de Rodeo y de su hogar. En ninguna de las versiones, habían planeado descender al planeta.

Tony y Claire seguramente ya se habrían escondido en el compartimento de carga de la lanzadera. Silver no tenía manera de advertirles… ¿Debería traicionarles para salvarlos? Seguramente la conmoción que eso produciría sería muy desagradable. Su desesperación la envolvía como si fuera una banda de acero alrededor del pecho, que le cortaba la respiración y le impedía hablar.

Llegó a ver por la pantalla de la cabina de control, con una parálisis aterradora, cómo la lanzadera se desprendía del Hábitat y comenzaba a perderse en la atmósfera de Rodeo. 42

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Claire sintió crujir el compartimento de carga a su alrededor, cuando la desaceleración afectó su estructura. Unos golpes, acompañados de un silbido, vibraron en toda la estructura metálica de la lanzadera.

—¿Qué sucede? —preguntó Claire. Soltó una mano de la caja de plástico detrás de la cual se habían escondido para aferrarse a Andy y sostenerlo más cerca —. ¿Estamos esquivando algo? ¿Qué es ese ruido tan curioso?

Tony rápidamente se lamió un dedo y lo extendió.

—No hay corriente de aire. —Tragó, para probar la presión en el tímpano—. Tampoco perdemos presión.

Sin embargo, el silbido aumentaba.

Dos sonidos mecánicos, uno después de otro, que no tenían nada que ver con el ruido familiar de una escotilla, aterrorizaron a Claire. La desaceleración seguía, durante demasiado tiempo, confundida por un nuevo vector de propulsión que parecía provenir del lado ventral de la lanzadera. El costado del compartimento de carga, al que estaban aferradas las cajas, parecía empujarla. Nerviosa, Claire apoyó la espalda y colocó a Andy sobre su vientre.

Los ojos del bebé eran redondos y su boca parecía una «o» de sorpresa. No por favor, no comiences a llorar. No se atrevió a soltar el llanto contenido en su propia garganta, haría que Andy comenzara a llorar como una sirena.

—Tortita, tortita, panadero —canturreó Claire—. Cocina una torta tan pronto como puedas. —Tocó la mejilla de Tony y le guiñó un ojo, en una seducción silenciosa.

Tony estaba pálido.

—Claire, me temo que esta lanzadera va al planeta. Apuesto a que esos ruidos se han producido al desplegar los alerones.

—¡Oh, no! No puede ser. Silver comprobó el programa. …

—Parece que Silver cometió un gran error. —Yo también lo controlé. Se suponía que esta nave iba a recoger una carga a la Estación de Transferencia, y después iría hacia el planeta.

—Entonces las dos cometisteis un grave error —la voz de Tony era áspera y temblorosa. Su furia se disimulaba detrás de una máscara de miedo.

Oh, ayúdame, no me grites. Si no me tranquilizo, tampoco se tranquilizará Andy,… Después de todo no fue idea mía…

Tony rodó sobre su estómago y levantó el cuerpo de la superficie del… del suelo. Así era como los de los planetas llamaban a la dirección de donde provenía el vector de la fuerza gravitacional. Se arrastró hasta la ventana más cercana. La luz que penetraba por la ventana estaba adquiriendo una calidad difusa extraña, cada vez menos intensa.

—Todo está blanco… ¡Claire, creo que debemos de estar entrando en una nube!

Claire había observado las nubes desde el espacio durante horas, mientras volaban lentamente en la convección de la atmósfera de Rodeo. Siempre le habían parecido tan matizas como la luna. Se moría de ganas de ir a ver.

Andy estaba aferrado a su camiseta azul. También se desplazó, como lo había hecho Tony, con las palmas de la mano contra la superficie, y se levantó. Andy, que miraba a su padre, extendió las manos superiores e intentó desprender las inferiores del cuerpo de Claire. El suelo se levantó y le golpeó.

Durante un instante, estuvo demasiado sorprendido como para llorar. Luego, abrió la boca bien grande y emitió un grito vibrante de verdadero dolor. El sonido repercutió en cada nervio del cuerpo de Claire.

Tony también se estremeció por el ruido. Se alejó de la ventana y se acercó a ellos.

—¿Por qué lo has dejado caer? ¿Qué crees que estás haciendo? Por favor, haz que se tranquilice, rápido.

Claire volvió a rodar sobre su espalda. Llevaba a Andy apoyado en la suavidad elástica de su abdomen, mientras lo besaba y acariciaba con ternura. El tono de sus gritos pasó de un alarido atemorizante de dolor a quejidos agudos de indignación, pero el volumen seguía siendo el mismo.

—¡Van a oírlo hasta en el compartimento del piloto! —gritó Tony con angustia—. ¡Haz algo!

—Lo intento —le contestó Claire. Le temblaban las manos. Intentó acercar la cabeza de Andy a su pecho, pero él lo rechazó y gritó con más fuerza. Afortunadamente, el sonido de la atmósfera alrededor de la cápsula espacial parecía Un trueno ensordecedor. Cuando el ruido hubo desaparecido, los gritos de Andy se habían reducido a un lloriqueo. Se limpió la cara, llena de lágrimas y de mocos, en la camiseta de Claire. Su peso en el estómago y diafragma de Claire le cortaba la respiración, pero no se atrevía a acostarlo.

Se volvieron a oír otros ruidos fuertes en la nave. Las vibraciones de los motores cambiaron el tono. Claire iba de un lado para otro, por el cambio de los vectores de aceleración. Ninguno era tan fuerte como el que provenía del suelo. Sostuvo a Andy con dos manos solamente, para poder agarrarse a las cajas de plástico.

Tony estaba acostado a su lado. Se mordía los labios por la ansiedad.

—Debemos de estar descendiendo para aterrizar en la superficie. Claire asintió.

—En una de las pistas para lanzaderas. Habrá gente allí, terrestres. Tal vez podríamos decirles que quedamos atrapados en esta lanzadera por accidente. Tal vez —agregó en un tono esperanzado— nos vuelvan a enviar a casa.

Tony cerró la mano superior derecha. —¡No! No podemos rendirnos en este momento. Nunca tendremos otra oportunidad. —Pero, ¿qué otra cosa podemos hacer? —Nos escabulliremos de esta lanzadera y nos esconderemos, hasta que consigamos otra, una que vaya a la Estación de Transferencia. —Su voz se volvió más grave, como si fuera una súplica, cuando Claire abrió la boca, dando señas de desesperación—. Lo hemos hecho una vez, y lo conseguiremos de nuevo.

Ella sacudió la cabeza, dudosa. La conversación fue interrumpida por una serie asombrosa de golpes que sacudían toda la nave y luego se convirtieron en un rugido continuo. La luz que penetraba por la ventana giró su orientación por todo el compartimento de carga, mientras la nave aterrizaba, rodaba por el suelo y giraba. Luego desapareció, el compartimento de carga se oscureció y los motores se callaron, en un silencio igualmente aterrador.

Claire se soltó lentamente. De todos los vectores de aceleración, sólo quedaba uno. Aislado, era el más abrumador.

La gravedad, silenciosa e implacable, hacia fuerza contra su espalda. Por un momento, se le ocurrió pensar que podría cesar de repente y que el empuje la propulsaría hasta el techo, estrellándolos a ella y a Andy. También por efecto de una ilusión óptica, todo el compartimento de carga parecía traquetear a su alrededor. Cerró los ojos, como una autodefensa.

Tony se aferró a la muñeca inferior izquierda de Claire. Ella lo miró y quedó paralizada cuando se abrió la puerta externa del compartimento de carga en el otro extremo.

Entraron un par de terrestres, con uniformes de mantenimiento de la compañía. La puerta de acceso en el centro del fuselaje de la lanzadera se dilató y Ti, el copiloto, asomó la cabeza.

—Hola, muchachos. ¿Qué es todo este ruido?

—Se supone que tenemos que descargar este pájaro y volverlo a cargar en una hora. Eso es todo —contestó el hombre de mantenimiento—. Tú sí que tienes tiempo de mear y de comer.

—¿Cuál es la carga? No había visto tantos bultos desde la última emergencia médica.

—Equipos y suministros para algún tipo de espectáculo que supuestamente van a organizar allá arriba, en el Hábitat, para la vicepresidente de Operaciones.

—Pero eso será la próxima semana.

El hombre de mantenimiento se rió disimuladamente.

—Es lo que todos creen. La vicepresidenta voló ton una semana de anticipación en su transportador privado, con un pequeño ejército de contables. Parece que le gustan las inspecciones sorpresa. Los directivos, obviamente, están sumamente contentos.

—No te rías demasiado pronto —le previno Ti—. Los directivos siempre tienen maneras de disfrutar su alegría con el resto de nosotros.

—Ya lo sé —dijo el hombre de mantenimiento—. Vamos, vamos, estás obstaculizando la puerta…

Los tres hombres siguieron conversando.

—Ahora —susurró Tony, con un gesto que señalaba la puerta abierta del compartimento de carga.

Claire rodó hacia un costado y puso a Andy cuidadosamente sobre la cubierta. El bebé comenzaba a fruncir la cara, como si estuviera a punto de llorar. Claire inmediatamente se deslizó sobre las palmas de las manos y probó su equilibrio. Su brazo inferior derecho parecía ser el que más dominaba. Tomó a Andy con otra mano y se lo acercó al torso.

Sin poder despegarse del suelo del compartimento de carga, debido a la aterradora gravedad, comenzó a deslizarse con tres manos hacia la puerta. Andy le pesaba mucho debajo del brazo, como si un resorte lo atrajera al suelo. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, en un ángulo que le daba miedo. Claire levantó apenas la palma de la mano para sujetarla, pero esto le producía un dolor extraño en el brazo.

A su lado, Tony también logró sostenerse con tres manos. Con la cuarta mano tiraba del bolso de pertenencias. El bolso estaba pegado a la superficie como por succión. Ni se movía.

—Mierda —dijo Tony, entre dientes. Se acercó al bulto, lo tomó y lo levantó, pero era demasiado grande como para llevarlo debajo de su abdomen—. ¡Mierda!

—¿Todavía podemos arrepentimos? —preguntó Claire, con voz débil. Conocía la respuesta.

—¡No!

Tony se puso el bulto sobre los dos hombros con las manos superiores y se balanceó hacia adelante con violencia. Lo sostuvo con la mano superior izquierda y se inclinó hacia la derecha. Las palmas inferiores se arrastraban con dificultad.

—¡Lo tengo! ¡Vamos, vamos!

La lanzadera estaba estacionada en un hangar muy amplio, una gran extensión oscura con un techo de vigas. Las vigas detrás de las luces podrían haber sido un excelente escondite, si fuera posible subir hasta allí. Pero todo lo que no estaba debidamente sujeto estaba destinado a ir a parar al único lado posible de la habitación, el suelo, y a quedarse allí hasta que alguien lo sacara. Era algo fascinante…

—¡Mira! —exclamó Claire. Desde la escotilla hasta el suelo del hangar había una especie de rampa ondulada. Parecía destinada a atenuar la peligrosa caída debida a la gravedad omnipotente. La caída sería en etapas pequeñas. Escaleras. Claire se detuvo, con la cabeza gacha. La sangre parecía venirle de golpe a la cara. Tragó en seco.

—No te detengas —murmuró Tony. Ahora fue él el que tragó en seco detrás de Claire.

En un momento de inspiración, Claire se dio vuelta y comenzó a bajar. Su palma inferior libre golpeaba los escalones de metal con cada salto. Seguía siendo incómodo, pero por lo menos era posible. Tony la imitó.

—¿Y ahora, a dónde? —preguntó Claire cuando llegaron al suelo.

Tony señaló con el mentón. —De momento escóndete en esos bultos de equipos, por allí. No podemos arriesgarnos a alejarnos demasiado de las lanzaderas.

Se deslizaron con dificultad por la superficie del hangar. Claire, inmediatamente, se manchó las manos con tierra y aceite. Algo que le producía un irritación psicológica tan aguda como no poder rascarse. Se sentía capaz de llegar a arriesgar la vida para poder lavárselas. Mientras ella y Tony se desplazaban, Claire recordó las gotas de humedad condensada que salían por la capilaridad en las superficies del Hábitat, hasta que las desintegraba con su toalla.

Cuando llegaron al área donde había algunas piezas de equipos pesados, un cargador entró en el hangar y se bajaron una docena de hombres y mujeres de uniforme. Todos comenzaron a desplazarse alrededor de la lanzadera, en una confusión ordenada. Claire se sentía tranquilizada por el ruido que estaban haciendo. Andy todavía seguía lloriqueando. Con cierto temor, observó el equipo de mantenimiento a través de los brazos metálicos de la maquinaria. ¿Cuándo era demasiado tarde para rendirse?

Leo, medio desnudo en el vestuario, miró a Pramod, con cierta ansiedad, cuando entró a la habitación y se detuvo a su lado.

—¿Has encontrado a Tony? —preguntó—. Como capataz del grupo, se supone que tendría que estar al mando de esta misión. Se supone que yo sólo tendría que observar.

Pramod sacudió la cabeza.

—No está en ninguno de los sitios habituales, señor.

Leo protestó entre dientes, sin llegar a un insulto, —Ya tendría que haber respondido a los avisos a esta altura…

Se dirigió hacia la salida.

Fuera, en el vacío, un remolcador pequeño depositaba la última de las secciones de la cubierta de la nueva cápsula de hidroponía en su constelación adecuada. Los cuadrúmanos tendrían que construirla ante los ojos de la vicepresidenta. Leo esperaba que las complicaciones y las demoras que pudieran surgir en otros departamentos cubrieran las del suyo. Había llegado el momento en que el equipo de soldadores haría su debut.

—Muy bien, Pramod, vístete. Tomarás el puesto de Tony, y Bobbi, del Grupo B, tomará el tuyo. —Leo se apresuró, antes de que el asombro en los ojos de Pramod se convirtiera en miedo frente a la acción—. No habrá nada que no hayas practicado docenas de veces. Y si tienes la menor duda sobre la calidad o la seguridad de cualquier procedimiento yo estaré allí. La realidad es que vosotros vais a estar viviendo en la estructura que construyan hoy mucho después de que la vicepresidenta Apmad y su comitiva se hayan ido. Te garantizo que respetará mucho más un trabajo que se haya realizado bien, aunque despacio, que una imitación de mala calidad.

Por el amor de Dios, haz que parezca fácil, le había dicho Van Atta a Leo, poco tiempo antes. Ajústate a los planes, no importa lo que pase. Arreglaremos los problemas más tarde, cuando ella se haya ido. Se supone que estos chimpancés que estamos haciendo justifican el gasto.

—No tienes que intentar parecer otra cosa que lo que eres —continuó Leo—. Eres eficiente y bueno. Prepararos ha sido uno de los placeres más grandes e inesperados de mi carrera. Ve saliendo. Yo te alcanzaré enseguida.

Pramod se alejó en busca de Bobbi. Leo frunció el ceño y flotó por el vestuario hasta la terminal en el otro extremo.

Introdujo su identificación. La siguiente instrucción fue «Búsqueda: doctora Sondra Yei». En ese preciso momento, un mensaje en uno de los ángulos de la pantalla comenzó a titilar con su propio nombre y número: «Cancele esa instrucción».

Volvió a registrar su número y levantó las cejas, sorprendido, cuando vio aparecer el rostro de la doctora Yei en su pantalla.

—¡Sondra! Estaba a punto de llamarla. ¿Sabe dónde está Claire?

—¡Qué extraño! Yo lo estaba llamando para preguntarle si sabía dónde podía encontrar a Tony.

—¿Ah, sí? —dijo Leo, en una voz que de repente denotó neutralidad—. ¿Por qué?

—Porque no puedo encontrarla en ninguna parte y pensé que Tony podría saber dónde estaba. Se supone que tiene que dar una demostración de las técnicas de cuidados de bebés en caída libre a la vicepresidenta Apmad después del almuerzo.

—¿Sabes si Andy… —Leo tragó saliva— está en la guardería o con Claire?

—Con Claire, por supuesto.

—Ah.

—Leo… —la doctora Yei agudizó su interés—, ¿sabe usted algo que yo desconozca?

—Bueno… —la miró—. Sólo sé que Tony estuvo muy poco atento en el trabajo la semana pasada. Hasta diría… deprimido. Pero se supone que eso incumbe a su departamento. Es igual, no tenía el mismo espíritu alegre que de costumbre. —Leo tenía un nudo en el estómago que le causaba cierta dificultad para hablar—. ¿Tiene alguna preocupación que haya olvidado compartir conmigo?

La doctora frunció un tanto los labios, pero ignoró el ataque.

—Los programas se modificaron en todos los departamentos. A Claire se le asignó una nueva reproducción que no incluía a Tony.

—¿Asignar una reproducción? ¿Se refiere a tener otro bebé? —Leo sentía cómo el rubor le subía a las mejillas. Desde algún lugar en el fondo de su alma comenzaba a subir una presión largo tiempo contenida—. ¿Se autoengañan con lo que están haciendo al usar esos términos confusos? Y yo que pensaba que la propaganda era sólo para nosotros, los peones.

La doctora Yei comenzó a hablar, pero Leo la interrumpió.

—¡Santo Dios! ¿Ya nació inhumana o se volvió así con todos esos títulos? Master en ciencias, doctorado, etcétera…

El rostro de Yei se volvió sombrío y su acento, seco.

—¿Un ingeniero con un alma romántica? Ahora lo comprendo todo. No es necesario que se deje llevar por su actuación, señor Graf. Tony y Claire fueron asignados entre sí, en primer lugar, por el mismo sistema, y si cierta gente hubiera querido respetar mi programa original, este problema se habría evitado. No veo por qué hay que pagarle a un experto y después ignorar abiertamente su consejo. De verdad… ¡Ingenieros!

Oh, cielos, la doctora también está sufriendo un caso agudo de Van Atta como yo, concluyó Leo. Esta reflexión calmó sus impulsos, sin llegar a sofocar la presión interna.

—Yo no fui la que inventé el Proyecto Cay y si yo estuviera al cargo, haría las cosas de forma diferente. Pero tengo que hacer mi juego con las cartas que me dan, señor Graf. —Logró controlarse y la conversación casi llegó a su tono original —. Tengo que encontrarla pronto o no tendré otra alternativa que dejar que Van Atta empiece la exhibición por el final. Leo, es absolutamente imprescindible que la vicepresidenta Apmad comience por el recorrido de la guardería, antes de que pueda formarse cualquier… ¿Tiene idea de dónde pueden estar esos chicos?

Leo sacudió la cabeza. Fue un minuto de inspiración lo que le hizo decir una mentira antes de haber terminado de hablar.

—Pero, ¿me llamará si los encuentra antes que yo? —le suplicó, con un tono humilde.

La dureza de Yei apenas se ablandó.

—Claro.

Se encogió de hombros, en un gesto de disculpa silenciosa, y desapareció.

Leo volvió a su taquilla, se quitó el traje de trabajo y se apresuró a verificar lo que le indicaba su inspiración, antes que la doctora Yei lo hiciera por su cuenta. Estaba seguro que también lo haría, y pronto.

Silver revisó su programa de trabajo en el dispositivo de vídeo. Pimientos dulces. Atravesó el compartimento de hidroponía hasta el casillero de las semillas. Encontró el cajón con la etiqueta correcta y extrajo un paquete de papel. Sacudió el paquete y las semillas secas resonaron en su interior.

Recogió una caja de germinación de plástico, abrió el paquete y vertió las semillas pálidas en el recipiente, donde rebotaban con cierta gracia. A continuación, al grifo de hidratación. Colocó el tubo de agua en el tapón de goma de la caja de germinación y administró una medida de líquido. Sacudió una vez más la caja para deshacer el glóbulo de líquido que se formaba. Una vez que puso la caja de germinación en el estante de incubación, colocó la temperatura óptima para pimientos dulces, con un clon 297-X-P, híbrido fototrópico, no gravitacional. Luego suspiró.

La luz de las ventanas con futro captaba su atención insistentemente. Era la cuarta o la quinta vez que interrumpía su trabajo para observar la porción de Rodeo que este ángulo de visión del compartimento le permitía ver. En algún lugar allí abajo, Claire y Tony estarían arrastrándose… si es que todavía no se habían rendido o si no se las habían ingeniado para introducirse en otra cápsula o si no les había ocurrido alguna horrible catástrofe… La imaginación de Silver no dejaba de proporcionarle diferentes tipos de catástrofes.

Intentó sacárselas de la mente con una imagen mental de Tony, Claire y Andy logrando introducirse en una lanzadera con destino a la Estación de Transferencia. Pero esta imagen le traía otra, en la que Claire intentaba saltar alguna brecha hasta el pasillo de la escotilla de la lanzadera y se olvidaba que todas esas tangentes se convertían en parábolas por la fuerza gravitacional. El grito, sofocado por el golpe sobre el hormigón más abajo… No, seguramente Claire tendría a Andy en sus brazos… el doble golpe sobre el cemento más abajo… Silver se masajeó la frente con las manos superiores, como si así pudiera olvidarse de la visión tétrica que tenía en la cabeza. Claire también había visto las mismas películas sobre la vida en la Tierra y seguramente se acordaría.

El ruido de las compuertas hizo volver a Silver a la realidad. Era mejor parecer ocupada… ¿Qué se suponía que tenía que hacer a continuación? Ah, sí, limpiar los tubos de cultivo, para prepararlos para su colocación, en el lapso de dos días, en el nuevo compartimento que estaban construyendo para hacer alarde de las habilidades de todos ante la vicepresidenta. Maldita sea la vicepresidenta. Si no hubiera sido por ella, habría una posibilidad de que no buscaran a Tony y a Claire durante dos turnos, tal vez tres.

Ahora…

El corazón comenzó a latirle más fuerte, cuando vio quién había entrado en el compartimento de hidroponía.

Normalmente, Silver habría estado contenta de ver a Leo. Parecía ser un hombre limpio. No era demasiado grande, pero sí sólido e inspiraba una calma prosaica a su alrededor, reminiscencias de las cosas terrestres que Silver había tenido la posibilidad de tocar: madera, cuero y ciertas hierbas. La luz de su sonrisa hacía que las imágenes desagradables desaparecieran. Hasta le gustaría hablar con Leo… Pero ahora no estaba sonriendo.

—Silver… ¿Estás aquí?

Por un instante, Silver consideró la posibilidad de esconderse entre los tubos de cultivo, pero las hojas se movieron cuando se dio la vuelta, revelando su posición. Espió entre las hojas. —Hola… Leo.

—¿Has visto a Tony y a Claire últimamente? —dijo Leo, en un tono directo. Llámame Leo, le había dicho la primera vez que lo llamó señor Graf. Es más corto. Él flotó por encima de los tubos de germinación. Se miraron uno al otro por encima de una barrera de judías enanas.

—No he visto a nadie, excepto a mi supervisor, en todo el turno —dijo Silver, momentáneamente aliviada al poder dar una respuesta perfectamente honesta.

—¿Cuándo fue la última vez que los viste?

—Bueno… creo que durante el último turno. —Silver inclinó la cabeza.

—¿Dónde?

—Por ahí… —sonrió. El señor Van Atta habría comenzado a agitar las manos con disgusto a esta altura y habría abandonado cualquier intento de obtener algo coherente de una cabeza tan vacía como la suya.

Leo frunció el ceño, pensativo.

—La verdad, una de las cosas adorables que tenéis es la precisión literal con la que contestáis a cualquier pregunta.

El comentario de Leo quedó pendiente en el aire. La imagen de Tony, Claire y Andy, corriendo por el compartimento de carga de la lanzadera, vino a la mente a Silver, con una claridad alucinante. Buscó en su memoria la imagen de su encuentro anterior, donde se habían establecido los planes finales, para poder ofrecer a Leo algo cercano a la verdad.

—Comimos juntos después del último turno de ayer en la Estación de Nutrición Siete.

Leo frunció los labios.

—Comprendo —dijo. Inclinó la cabeza y estudió el rostro de Silver, como si fuera una especie de acertijo, como si tuviera que encontrar la manera de unir dos superficies metalúrgicamente incompatibles.

—¿Sabes que oí hablar de la nueva asignación de reproducción de Claire? Me había preguntado qué era lo que preocupaba a Tony en las últimas semanas. Estaba bastante deprimido. Bastante… deshecho.

—Habían hecho planes. —Silver comenzó a hablar, se detuvo y se encogió de hombros—. No sé. A mí me encantaría recibir cualquier asignación de reproducción. A nadie le viene bien nada.

El rostro de Leo se volvió adusto.

—Silver… ¿Hasta qué punto estaban deprimidos? Los jóvenes, a menudo, confunden un problema temporal con el fin del mundo. No tienen noción de la concepción global del tiempo. Les hace sentirse excitables. ¿Piensas que estarían lo suficientemente enojados como para hacer algo… desesperado?

—¿Desesperado? —Claire sonrió. Ella también se sentía desesperada.

—¿Como por ejemplo un pacto suicida o algo así?

—¡Oh, no! —dijo Silver—. Nunca harían algo así.

¿Había visto cierto alivio en los ojos castaños de Leo? No, la preocupación se reflejaba en su rostro.

—Tengo miedo de que sea eso justamente lo que hayan hecho. Tony no se ha presentado a su turno de trabajo y eso no es algo común. Andy también ha desaparecido. Nadie los puede encontrar. Si se sentían tan desesperados, atrapados, ¿qué podría ser más fácil que lanzarse al vacío? Una ráfaga de frío, un dolor momentáneo y luego… huir para siempre. —Estrechó su único par de manos, con verdadera aflicción—. Y todo es culpa mía. Tendría que haber sido más perceptivo, haberle dicho algo…

Se detuvo y miró a Silver, esperanzado.

—¡Oh, no! No es eso. —Silver, horrorizada, se apresuró a disuadirlo—. ¿Cómo puede pensar algo así? Mire… —echó una mirada alrededor y luego bajó la voz—, no debería decirle esto, pero no puedo permitir que vaya por ahí pensando esas cosas horribles. —Silver contaba con toda la atención de Leo, serio y consternado. ¿Cuánto estaba dispuesta a contarle? Bastaría con tranquilizarlo un poco…

—¡Silver! —La voz de la doctora Yei retumbó en la habitación cuando se abrió la puerta.

Un segundo después, la voz grave de Van Atta.

—Silver, ¿qué sabes tú de todo esto?

—Oh, mierda —murmuró Leo entre dientes. Sus manos se cerraron en un puño de frustración.

Silver retrocedió, indignada, cuando comprendió.

—¡Usted…! —Sin embargo, casi se echó a reír. ¿Leo tan sutil y tramposo? Lo había subestimado. ¿Entonces los dos llevaban máscaras ante el mundo? Si era así, ¿qué territorios desconocidos se ocultaban detrás de su rostro cándido?

—Por favor, Silver, antes de que lleguen aquí… No podré ayudarte si…

Era demasiado tarde. Van Atta y Yei ya estaban en la habitación.

—Silver, ¿sabes adonde han ido Claire y Tony? —preguntó la doctora Yei, sin aliento. Leo se apartó en silencio, como si estuviera interesado en la fina estructura de los brotes de judías blancas.

—Por supuesto que lo sabe —replicó Van Atta, antes de que Silver pudiera responder—. Esas jovencitas son amigas íntimas. Te digo que…

—Ya sé —murmuró Yei.

Van Atta se acercó a Silver, furioso.

—Escúpelo, Silver, si sabes lo que te conviene.

Silver cerró los labios y levantó el mentón.

La doctora Yei hizo un gesto de disgusto a espaldas de su superior.

—Muy bien, Silver —comenzó, con calma—, no es momento de andar con juegos. Si, como sospechamos, Tony y Claire intentaron abandonar el Hábitat, podrían estar en serios problemas a esta altura, incluso sufrir peligro físico. Me alegra ver que quieres ser leal a tus amigos, pero te suplico que sea una lealtad responsable. Los amigos no permiten que sus amigos sufran.

Los ojos de Silver traslucían la duda. Abrió la boca y tomó aire como para hablar.

—¡Maldición! —gritó Van Atta—. No puedo perder mi tiempo hablando dulcemente con esta putita. Esa perra de la vicepresidenta, con esos ojos de víbora, está esperando allí arriba en este momento para que continúe el espectáculo. Ya ha empezado a hacer preguntas y si no recibe pronto las respuestas, ella misma vendrá a ver qué sucede. Ésa sí que juega duro. De todas las ocasiones en que podía tener un ataque de idiotez así, ésta era la peor. Tiene que ser algo deliberado. Nada de todo esto puede ser accidental.

Su rostro enfurecido estaba produciendo el efecto usual en Silver. Le temblaba el vientre y las lágrimas no derramadas nublaban su visión. Una vez había sentido que le daría todo, haría cualquier cosa, si tan sólo él se pudiera calmar, sonreír y bromear nuevamente.

Pero esta vez no. Ese amor inicial que había sentido por él la había empezado a abandonar, poco a poco, y ahora le sorprendía darse cuenta de lo poco que quedaba. Una concha vacía podía ser rígida y fuerte…

—No pueden obligarme a decir nada —murmuró.

—Como yo pensaba —gritó Van Atta—. ¿Dónde está su socialización total ahora, doctora Yei?

—Si usted se abstuviera de enseñar a mis sujetos un comportamiento antisocial —dijo la doctora Yei entre dientes—, no tendría que enfrentarse a sus consecuencias.

—No sé a qué se está refiriendo. Yo soy un ejecutivo. Mi trabajo consiste en ser exigente. Por eso Galac-Tech me puso a cargo de esta estación. El control del comportamiento es responsabilidad de su departamento, Yei, o por lo menos eso es lo que usted argumentaba. Así que cumpla con su trabajo.

Formación del comportamiento —lo corrigió la doctora Yei.

—¿Para qué diablos sirve todo eso si se desintegra en el preciso instante en que se complican las cosas? Yo quiero algo que funcione todo el tiempo. Si usted fuera ingeniero, nunca lograría cumplir las especificaciones de confiabilidad. ¿No es cierto, Leo?

Leo soltó un tallo de la planta de judías y sonrió. Le brillaban los ojos. Debía haber estado masticando su respuesta. Pero prefirió no contestar.

A Silver se le ocurrió un plan sencillo. Tan sencillo que seguramente podría llevarlo a cabo. Lo único que tenía que hacer era no hacer nada. No hacer nada. No decir nada. A la larga, la crisis pasaría. No podían lastimarla físicamente, después de todo. Era una propiedad valiosa de Galac-Tech. El resto era puro ruido. Se refugió en la seguridad que brinda el no saber nada. Su silencio era absoluto.

El silencio se volvió tan espeso como el aceite frío.

Silver sentía que el silencio casi le hacía atragantarse.

—De manera que —Van Atta se dirigía a ella—, así es como quieres jugar. Muy bien. Es tu elección. —Se dirigió a la doctora Yei—. ¿Tiene algo en la enfermería que sea parecido al pentotal fuerte, doctora?

—El pentotal fuerte sólo es legal en los departamentos de policía, señor Van Atta.

—¿No necesitan una orden judicial para usarlo? —preguntó Leo, sin dejar de mirar la hoja que tenía entre los dedos.

—Con los ciudadanos, Leo. Ella no es una ciudadana —dijo Van Atta señalando a Silver—. ¿Qué me dice, doctora?

—Para responder a su pregunta, señor Van Atta, no. Nuestra enfermería no almacena drogas ilegales.

—Yo no dije que fuera pentotal. Dije algo parecido —dijo Van Atta irritado—. Una especie de anestésico o algo así, para una emergencia.

—¿Estamos en una emergencia? —preguntó Leo, siempre con la hoja en la mano—. Pramod reemplazará a Tony y seguramente una de esas otras chicas con bebés puede tomar el lugar de Claire. ¿Por qué la vicepresidenta de Operaciones tendría que notar la diferencia?

—Si llegamos a tener que sacar a dos de nuestros trabajadores del pavimento terrestre… —Silver se estremeció ante este eco de su imagen aterradora — …o encontrarlos congelados, flotando en alguna parte ahí arriba, será extremadamente difícil esconder la realidad. No conoces a esa mujer, Leo. Tiene el mismo olfato especial de una comadreja para descubrir problemas.

—Entiendo —dijo Leo.

Van Atta volvió a dirigirse a Yei.

—¿Qué me dice, doctora? ¿O prefiere esperar hasta que alguien nos llame preguntándonos qué hacen con los cuerpos?

—La Thalacina-5 es bastante parecida al pentotal —murmuró la doctora Yei, a desgana—, en determinadas dosis. Sin embargo, la hará sentirse mal durante uno o dos días.

—Ésa es su elección. —Se dio vuelta hacia Silver—. Tu última posibilidad, Silver. Ya basta. Odio la deslealtad. ¿A dónde fueron? Dímelo o te espera la aguja, ahora mismo.

Su silencio había pasado a ser un sentimiento más humano. Valentía humana, activa y dolorosa.

—Si me hace eso —Silver murmuró con una dignidad desesperada—, hemos terminado.

Van Atta retrocedió, con una furia incontrolable.

—¿Terminado? ¿Tú y tus amiguitos conspirando para sabotear mi carrera al frente de la compañía y ahora me dices que hemos terminado? Maldición, sí que hemos terminado.

—Seguridad de la Compañía, Estación de Lanzaderas número Tres. Habla el capitán Bannerji —recitó George Bannerji en su micrófono—. ¿Puedo ayudarle en algo?

—¿Está usted a cargo aquí? —preguntó el hombre bien vestido que había aparecido en la pantalla. Era obvio que estaba trabajando bajo una fuerte emoción, porque respiraba entrecortadamente. Se le notaban los músculos de la mandíbula.

Bannerji sacó los pies del escritorio y se inclinó hacia adelante.

—¿Sí, señor?

—Mi nombre es Bruce van Atta, director del Proyecto en el Hábitat. Verifique la impresión de mi voz o cualquier otra cosa que necesite hacer.

Bannerji se sentó erguido y marcó el código de verificación. Por un instante, apareció la palabra «correcto» sobre el rostro de Van Atta. Bannerji se sentó aún más erguido.

—Sí, señor, adelante.

Van Atta hizo una pausa, como si estuviera eligiendo las palabras, y habló lentamente, aunque la urgencia de pensamiento se veía reflejada en su rostro tenso.

—Tenemos un pequeño problema, capitán.

Luces de alarma y sirenas estallaron en la cabeza de Bannerji. Podía reconocer cuándo un comentario ocultaba algo.

—¿Ah, sí?

—Tres de nuestros sujetos experimentales escaparon del Hábitat. Interrogamos a su cómplice y creemos que escaparon en el vuelo B119 y ahora están por algún lugar en la Estación número Tres. Es de suma urgencia que sean capturados y devueltos lo antes posible.

Bannerji puso los ojos como platos. Por cuestiones de seguridad de la compañía, se ocultaba cualquier información sobre el Hábitat. Sin embargo, nadie que trabajara en Rodeo durante algún tiempo dejaba de enterarse que allí se llevaban a cabo ciertos experimentos genéticos. En general, a los nuevos empleados les llevaba más tiempo descubrir que todas esas historias de monstruos exóticos que contaban los más experimentados no eran más que una exageración, para burlarse de su credulidad. Hacía apenas un mes que Bannerji había sido transferido a Rodeo.

Las palabras del jefe del proyecto retumbaban en la cabeza de Bannerji. Escaparon. Capturados. Los criminales escapaban. Los animales peligrosos del zoológico escapaban, cuando sus cuidadores se descuidaban, y entonces un pobre policía tenía que salir a capturarlos. Ocasionalmente, ciertas armas biológicas escapaban. ¿Con qué tipo de cosas se enfrentaría?

—¿Cómo los reconoceremos, señor? ¿Se parecen a los seres humanos? — preguntó.

—No. —Van Atta alcanzó a percibir la sorpresa en el rostro de Bannerji, porque le contestó en forma irónica—. No tendrá ningún problema para reconocerlos, se lo aseguro, capitán. Y cuando los encuentre, llámeme de inmediato a mi línea privada. No quiero que esto se divulgue por todos los canales. Por amor de Dios, que todo se haga con la mayor calma. ¿Entiende?

Bannerji llegó a imaginar el pánico público.

—Sí, señor, entiendo perfectamente.

Su propio pánico era otra cosa. No cobraría el enorme salario que recibía si trabajar en Seguridad sólo consistiera en esos largos recreos y esas caminatas agradables por una propiedad completamente desierta. Siempre había sabido que llegaría el día en que tendría que ganarse su sueldo.

Van Atta asintió. Bannerji llamó por teléfono a su subordinado e hizo localizar a los hombres que tenía libres. Un jefe de Seguridad, que acababa de ser promovido, no podía jugar con algo que, aparentemente, estaba haciendo sudar a un ejecutivo.

Abrió el armario de las armas y sacó pistoleras para él y sus hombres. Puso una de las pistolas en la palma de la mano. Era algo tan pequeño. Parecía un juguete. Con disparos de este tipo de armas Galac-Tech no se estaba arriesgando a ninguna demanda legal.

Bannerji se detuvo un momento y luego volvió a su escritorio. Abrió un cajón. La pistola no registrada estaba dentro de su caja cerrada, con la pistolera de hombro enroscada a su alrededor, como una serpiente dormida. Una vez que Bannerji se la hubo ajustado y se puso encima el uniforme, se sintió mucho mejor. Se dio la vuelta, decidido, para saludar a sus oficiales, que se presentaban a trabajar. 54

5

Leo se detuvo fuera de las puertas de la enfermería del Hábitat para reunir valor. Se había sentido más tranquilo internamente cuando una llamada de Pramod lo había alejado del interrogatorio penoso al que estaban sometiendo a Silver. Pero ese alivio interno le hacía sentirse avergonzado. El problema de Pramod —las fluctuaciones de los niveles de potencia en su soldador indicaban la contaminación. gaseosa del cátodo emisor de electrones— lo había mantenido ocupado durante un tiempo, pero una vez que terminó la demostración de soldadura, la vergüenza lo había hecho regresar.

¿Qué es lo que vas a hacer por ella a estas horas? su conciencia se burlaba de él. ¿Tranquilizarla brindándole tu apoyo moral, siempre que no te comprometa en nada inconveniente o desagradable? ¡Qué cómodo!

Sacudió la cabeza y oprimió el control de la puerta.

Flotó silenciosamente junto a la estación de control sin registrarse. Silver estaba en un cubículo privado, en la enfermería, en el extremo opuesto del módulo. La distancia había servido para atenuar los gritos y los llantos.

Se asomó a la ventana de observación. Silver estaba sola. Flotaba, en un área cerrada, contra la pared. Con la luz fluorescente, tenía el rostro verdoso, pálido y húmedo. Sus ojos parecían haber perdido ese color azul intenso. Con una de las manos superiores apretaba una bolsita arrugada, todavía sin usar, útil en caso de malestar espacial.

Él sí que se sentía mal. Miró por el corredor para estar seguro de que nadie lo observaba, tragó el nudo de rabia e impotencia que tenía atascado en la garganta y entró.

—Hola, Silver. —Leo comenzó a hablar, con una sonrisa débil—. ¿Cómo va? —Se maldijo en silencio por las sandeces que estaba diciendo.

Unos ojos borrosos lo encontraron y lo enfocaron sin comprender.

—Oh, Leo. Creo que me he quedado dormida… por un rato. He tenido unos sueños curiosos… todavía me siento mal.

La droga debía de estar disolviéndose. Su voz había perdido ese tono cansado que tenía durante el interrogatorio, unas horas antes. Ahora era más suave, firme y segura de sí.

—Esa porquería me hizo vomitar —agregó con cierta indignación—. Nunca antes había vomitado. Nunca. Y eso me hizo vomitar.

Leo había aprendido que en caída libre, el pequeño mundo de Silver, existían intensas inhibiciones sociales contra el vómito. Seguramente se habría sentido mucho menos molesta si la hubieran desnudado en público.

—No ha sido culpa tuya —se apresuró a decir Leo, para calmarla.

La muchacha sacudió la cabeza. Sus cabellos lacios habían perdido la aureola brillante de siempre.

—Debería haber… Pensé que podría… El Ninja ,Rojo nunca le contó sus secretos al enemigo y ellos lo drogaban y lo torturaban.

—¿Quién? —preguntó Leo, asombrado.

La voz de Silver se quebró en un sollozo.

—También descubrieron lo de nuestros libros. Esta vez van a encontrarlos todos… —Tenía las pestañas mojadas de lágrimas que no caían. Sólo se acumulaban hasta que se secaban. Cuando abrió los ojos para mirar a Leo en una toma de conciencia horrenda, dos o tres gotas cayeron por sus mejillas—. Y ahora el señor Van Atta piensa que Ti debía saber que Tony y Claire estaban en su nave. Dice que va a hacer que lo despidan. Encontrará a Tony y a Claire allí abajo… No sé que es lo que les va a hacer. Nunca había visto al señor Van Atta tan furioso.

Leo transformó su sonrisa en un gesto. Seguía intentando hablar con cordura.

—Pero seguramente les has dicho, bajo el efecto de las drogas, que Ti no sabía nada.

—No se lo ha creído. Dijo que estaba mintiendo.

—Pero eso no tendría sentido desde un punto de vista lógico —comenzó a decir Leo, pero se detuvo de repente—. No, tienes razón. Eso no le preocupa. Dios, qué idiota.

Silver abrió la boca, sorprendida.

—¿Se refiere al señor Van Atta?

—Me refiero a «Brucie-baby». No me dirás que has estado durante once meses con él y no te has dado cuenta.

—Siempre pensé que era yo, algo que no funcionaba. … —La voz de Silver seguía siendo débil y llorosa, pero sus ojos comenzaron a brillar, con una luz tenue. Se recobró lo suficiente de sus miserias internas y miró a Leo con mayor atención —. ¿«Brucie-baby»?

—Sí. —El recuerdo de una de las charlas de la doctora Yei sobre mantener una autoridad unificada y consistente desconcentró a Leo. En ese entonces, había parecido tener sentido—. No importa. Pero no pasa nada contigo, Silver.

Su mirada se estaba volviendo algo más científica.

—No le tiene miedo —dijo en un tono de sorpresa, que sugería que para ella esto era un descubrimiento inesperado e importante.

—¿Yo? ¿Miedo? ¿De Bruce van Atta? —exclamó Leo—. Imposible.

—Cuando Van Atta llegó y reemplazó al doctor Cay, pensé… pensé que sería como el doctor.

—Mira… Hay una antigua regla que dice que la gente tiende a hacerse promover hasta los niveles de su incompetencia. Hasta ahora creo que he logrado eludir ese cuadro inevitable. Y creo que tu doctor Cay también. —Al diablo con los escrúpulos de Yei, pensó Leo—. Van Atta, no —dijo contundentemente.

—Tony y Claire nunca habrían intentado escapar si el doctor Cay estuviera todavía aquí. —Cierta esperanza comenzaba a aparecer en su mirada—. ¿Quiere usted decir que piensa que todo este lío ha sido culpa del señor Van Atta?

Leo se sintió incómodo, debido a convicciones secretas que ni siquiera se había confesado a sí mismo.

—Vuestra condición de es… es… esclavitud parece ser intrínsecamente… — equivocada es lo que le dijo la mente, pero su boca dijo—: susceptible de abuso, porque el doctor Cay estaba dedicado con pasión a vuestro bienestar…

—Como un padre para todos nosotros —confirmó Silver, con tristeza.

—Esta susceptibilidad permaneció latente. Pero tarde o temprano resulta inevitable que alguien comience a explotarla, y con ella, a vosotros. Si no hubiese sido Van Atta, habría sido otra persona en la misma línea. Alguien… —¿Peor?, pensó Leo. Y, sí. Había leído suficiente historia en su vida—. Mucho peor.

Silver parecía estar haciendo un esfuerzo por imaginar algo peor que Van Atta y aparentemente no lo lograba. Sacudió la cabeza con pesar. Levantó el rostro y miró a Leo; sus ojos parecían estar mirando al sol. Leo sonrió sin ganas.

—¿Qué les va a suceder ahora a Tony y a Claire? Yo he hecho todo lo posible para no delatarlos, pero esa porquería me hizo adormecer… Antes ya era peligroso para ellos y ahora es aún peor…

Leo intentó hablar con un tono tranquilizador.

—No les va a pasar nada, Silver. No permitas que los ataques de furia de Van Atta te asusten. No les puede hacer gran cosa. Son demasiado valiosos para Galac-Tech. Les gritará, sin duda, y no lo culpes por eso. Yo también estoy dispuesto a gritarles. Seguridad los recogerá allí abajo. No pueden haber llegado demasiado lejos. Recibirán el sermón de su vida y en unas pocas semanas, todo habrá terminado. Aprenderán la lección. —Leo pensó, ¿qué lección aprenderán de este fiasco?

—Usted habla como si el hecho de que a uno le griten no fuera nada.

—Es algo que viene con la edad —le explicó—. Algún día también pensarás lo mismo.

¿O era con el poder que venía esta inmunidad particular? De pronto, Leo no estaba seguro. Pero no podía hablar de ningún poder en su caso, excepto la habilidad de construir cosas. El conocimiento como poder. ¿Quién tenía poder sobre él? La línea de la lógica parecía confusa. Alejó esta idea de sus pensamientos. La actividad mental era tan improductiva como las clases de filosofía en la universidad.

—Por ahora no lo veo así —dijo Silver.

—Mira,… si te hace sentir mejor, iré también al planeta cuando hayan localizado a esos chicos. Tal vez encuentre la manera de que las cosas se mantengan bajo control.

—¿Lo haría? ¿Podría hacerlo? —preguntó Silver, con alivio—. ¿Lo haría para intentar ayudarme?

Leo pensó que debería haberse mordido la lengua.

—Sí, algo así.

—Usted no le tiene miedo al señor Van Atta. Es capaz de hacerle frente. — Frunció las cejas, en un gesto que traslucía un desprecio por sí misma, y agitó los brazos inferiores—. Como puede ver, no estoy equipada para enfrentarme a nadie. Gracias, Leo. —El color le había vuelto a la cara.

—Bien. Es mejor que me vaya ahora, si quiero alcanzar la lanzadera que va a la Estación número Tres. Los traeremos de vuelta sanos y salvos para el desayuno. Piénsalo de esta manera. Por lo menos, Galac-Tech no puede suspenderles el sueldo para pagar el viaje extra de la lanzadera. —Con este comentario, incluso logró sacarle alguna sonrisa a la joven.

—Leo… —dijo Silver con voz grave y Leo se detuvo en la puerta—. ¿Qué vamos a hacer si… si alguna vez hay alguien peor que el señor Van Atta?

Cruza el puente cuando llegues a él, quiso decir, para evitar la pregunta. Pero una perogrullada más le daría náuseas. Se sonrió, sacudió la cabeza y salió.

El almacén hizo pensar a Claire en una celosía de cristal. Todo eran ángulos, de noventa grados en cada dimensión. Había ranuras en forma de estantes que llegaban hasta el techo, filas interminables, pasillos cruzados. Todo bloqueaba la visión, todo bloqueaba el vuelo.

Pero aquí no había vuelo posible. Se sentía como una molécula extraviada, atrapada en las hendiduras de un disco de cristal, fuera de lugar, pero atrapada. En el recuerdo, las curvas acogedoras del Hábitat le parecían brazos protectores.

Ahora estaban acurrucados en una celda vacía, una de las pocas que no habían encontrado ocupadas por mercancías. Medía unos dos metros por cada lado. Tony había insistido en trepar hasta la tercera fila, para estar fuera de la vista de cualquier terrestre que caminara erguido por el pasillo. Las escaleras dispuestas en tramos a lo largo de los cubículos-estantería resultaron ser más cómodas que arrastrarse por el piso. Pero subir el bulto que llevaban había sido un esfuerzo terrible, ya que la cuerda era demasiado corta para subirla y luego tirar de ella.

En el fondo, Claire estaba acobardada. Andy ya había aprendido a empujar, protestar y luchar contra la gravedad, sólo de pocos en pocos centímetros, pero Claire no podía evitar pensar que el bebé se caería por el borde. A esta altura, los bordes no le gustaban nada.

Una grúa robotizada pasó junto a ellos. Claire se quedó inmóvil. Se escondió en el fondo de su guarida, sujetó a Andy contra ella y se aferró a una de las manos de Tony. El ruido de la grúa se perdió en la distancia. Volvió a respirar.

—Relájate —le dijo Tony—. Relájate… —Respiró profundamente, en un aparente esfuerzo por seguir su propio consejo.

Claire espió fuera del cubículo a la grúa, que se había detenido a unos metros sobre el pasillo y estaba ocupada sacando una caja de plástico de su casilla codificada.

—¿Podemos comer? —Había estado dando de mamar a Andy esporádicamente durante las últimas tres horas, en un intento por que se mantuviera tranquilo, y no le quedaba nada de energía. Le hacía ruido el estómago y tenía la garganta seca.

—Supongo que sí —dijo Tony y sacó un par de raciones del paquete—. Y después, es mejor que intentemos encontrar la manera de volver al hangar.

—¿No podemos quedarnos aquí un poco más?

Tony meneó la cabeza.

—Cuanto más tiempo esperemos, más posibilidades existen de que nos busquen. Si no llegamos pronto a la lanzadera que va a la Estación de Transferencia, pueden empezar a buscarnos en las naves de acople y entonces perderíamos nuestra posibilidad de escapar sin ser descubiertos hasta pasar el punto donde no hay retorno.

Andy chilló y gorjeó. A su alrededor, se empezó a sentir un aroma familiar.

—Cariño, ¿me sacarías un pañal? —le pidió Claire a Tony.

—¿Otra vez? Es la cuarta vez desde que hemos salido del Hábitat.

—No creo que haya traído suficientes pañales —se lamentó Claire, mientras estiraba la pieza de papel de plástico laminado que Tony le había entregado.

—La mitad de nuestro equipaje son pañales. ¿No puedes hacer que duren un poco más?

—Me temo que está incubando una diarrea. Si le dejas el pañal mucho rato, se le irrita la piel, se pone colorada, a veces sangra, se infecta y entonces grita y llora cada vez que le tocas para intentar limpiarlo. Y grita con toda su fuerza — enfatizó Claire.

Tony golpeó el suelo del estante con los dedos de la mano inferior derecha y suspiró, mientras tragaba su frustración. Claire envolvió el pañal usado y se dispuso a ponerlo nuevamente en su bolsa.

—¿Es necesario que nos lo llevemos? —preguntó Tony de repente—. Todo lo que hay en la bolsa va a apestar al cabo del tiempo. Además, ya es demasiado pesada.

—No he visto un recipiente de residuos en ninguna parte —dijo Claire—. ¿Qué otra cosa podemos hacer con ellos?

El rostro de Tony revelaba una lucha interna.

—Simplemente déjalos aquí —protestó—. En el suelo. No te preocupes, porque aquí no van a flotar por el pasillo ni se van a meter en la circulación de aire. Déjalos todos.

Claire se estremeció ante esa idea horrorosa y revolucionaria. Tony, que siguió su propio consejo antes que lo traicionaran sus nervios, recogió los cuatro pañales y los depositó en el extremo del cubículo del almacenaje. Se sonrió, con un sentimiento de culpa y de alegría a la vez. Claire lo miró con preocupación. Sí, la situación era extraordinaria, pero ¿qué pasaba si Tony empezaba a tener un comportamiento criminal? ¿Volvería a lo normal cuando llegaran… a donde fuera que se dirigían?

Si es que llegaban alguna vez a su destino. Claire imaginó a sus perseguidores rastreando los pañales sucios, como si fuera un rastro de pétalos de flores arrojados por la heroína en uno de los libros de Silver, por casi toda la galaxia…

—Cógelo en brazos otra vez —dijo Tony, señalando a su hijo—, es mejor que comencemos a volver al hangar. Es muy probable que ese grupo de terrestres se haya ido ahora.

—¿Cómo haremos para subir a una lanzadera? —preguntó Claire—. ¿Cómo vamos a saber que no vuelve al Hábitat o que lleva una carga que lanzarán al vacío? —Si arrojaban el compartimento de carga en el espacio mientras ellos estaban dentro…

Tony sacudió la cabeza. Tenía los labios apretados.

—No sé. Pero Leo dice que para solucionar un problema grande o para completar un proyecto importante, el secreto consiste en dividirlo en pequeñas partes y atacar una cada vez, por orden. Así que primero volvamos al hangar. Y veamos si hay alguna lanzadera.

Claire asintió, pero se detuvo. Andy no era el único que tenía necesidades biológicas, reflexionó con pesar. —Tony, ¿crees que podemos encontrar un baño por el camino? Tengo ganas…

—Sí, yo también —admitió Tony—. ¿Has visto alguno cuando veníamos para aquí?

—No. —El localizar las instalaciones no era lo más importante que tenía en mente en ese momento, durante ese viaje de pesadilla, arrastrándose por el si lo, esquivando terrestres con prisa, apretando a Andy contra ella por miedo a que pudiera gritar. Claire ni siquiera estaba segura de si podría reconstruir la misma ruta que habían tomado, cuando tuvieron que salir de su primer escondite, debido al grupo que trabajaba sin cesar, subiendo y bajando en sus maquinarias —Tiene que haber alguno —razonó Tony con optimismo—. Aquí hay gente que trabaja.

—No en esta sección —percibió Claire, cuando miró por encima de las paredes del cubículo hacia el pasillo—. Son todo robots.

—Entonces, cuando volvamos al hangar. Dime… —su voz se quebró—, ¿por casualidad sabes cómo es un aseo en el campo de gravedad? ¿Cómo se las ingenian? La succión de aire de ninguna manera podías luchar contra las fuerzas de gravedad.

En una de las películas de contrabando de Silver había una escena en un baño, pero Claire estaba segura de que se trataba de una tecnología obsoleta. — Creo que usan agua o algo así. Tony frunció la nariz y se liberó de su inquietud encogerse de hombros.

—Ya lo averiguaremos. —Su vista recayó en el envoltorio de pañales en el rincón—. ¿Te parece mal si…?

—¡No! —dijo Claire, asqueada—. Por lo menos, primero intentemos encontrar un baño. —Muy bien…

Un distante golpeteo rítmico se hacía cada vez más fuerte. Tony, a punto de saltar a la escalera, se detuvo y volvió al cubículo. Se llevó un dedo a los labios, pánico se traslucía en su rostro. Los tres se escondieron en el fondo de la casilla, — ¿Aaaah? —dijo Andy. Claire lo cogió y le introdujo un pezón en la boca. Lleno y aburrido, no quiso mamando y entregó la cabeza. Claire volvió Abajarse la camiseta e intentó distraerlo silenciosamente contándole todos los dedos. Él también se había ensuciado, como ella. No era ninguna sorpresa. planetas estaban hechos de tierra. La tierra se veía mejor desde lejos. Digamos, a unos doscientos kilómetros…

El golpeteo se hizo más fuerte, pasó por debajo de su casilla y desapareció.

—Un hombre de Seguridad de la compañía —susurró Tony en el oído de Claire.

Ella asintió, casi sin atreverse a respirar. El golpeteo era producido por esas coberturas que los terrestres se ponían en los pies cuando golpeaban el suelo de cemento. Pasaron unos minutos y el ruido desapareció. Andy hizo apenas unos ronroneos.

Tony asomó la cabeza cuidadosamente fuera de la casilla, miró hacia la derecha y la izquierda, arriba y abajo.

—Muy bien. Prepárate para ayudarme a bajar el bulto tan pronto como esta próxima grúa se aleje. Tendrá que caer el último metro, tal vez el ruido de la grúa tape los demás.

Juntos, acercaron el bulto al borde de la casilla y aguardaron. La grúa mecánica se estaba acercando por el pasillo. En su elevador, llevaba una enorme caja de plástico, tan grande como un cubículo.

La grúa se detuvo debajo de ellos y giró noventa grados. El elevador comenzó a subir.

En este momento, Claire recordó que la casilla dé ellos era la única que estaba vacía.

—¡Viene hacia aquí! ¡Nos va a estrujar!

—¡Sal de ahí! ¡Baja por la escalera! —gritó Tony, Pero en lugar de hacer lo que le decía Tony, se fue hacia atrás para recoger a Andy. Lo había puesto en el fondo del cubículo, lo más lejos posible del peligroso borde mientras ayudaba a Tony a empujar el bulto hacia adelante. La casilla se oscureció cuando la caja eclipsó la abertura. Tony apenas logró pasar hacia la escalera, mientras la caja entraba en la casilla.

—¡Claire! —gritó Tony. Golpeó inútilmente el costado de la enorme caja de plástico— ¡Claire! ¡No! ¡No! ¡Estúpido robot! ¡Detente, detente!

Pero, obviamente, el robot no estaba preparado para captar la voz humana. Había un espacio de apenas unos centímetros a los costados y arriba de la caja. Claire retrocedió, tan aterrada que los gritos se le quedaron atragantados y sólo pudo emitir un leve quejido. Atrás, atrás. Sentía en la espalda la pared metálica del fondo. Se apoyó contra la pared todo lo que pudo. Estaba de pie sobre los brazos inferiores y sostenía a Andy con los superiores. El bebé había comenzado a lloriquear, lleno de miedo.

—¡Claire! —gritó Tony desde la escalera, con un tono de horror empañado por las lágrimas—. ¡ANDY!

El equipaje se comprimía junto a ellos. Pequeños crujidos surgieron de su interior. En el último momento, Claire cogió a Andy con los brazos inferiores, debajo de su torso, mientras luchaba con los superiores contra la caja, contra la gravedad. Tal vez su cuerpo serviría para salvarlo… Los brazos de la grúa robótica chirriaron por la sobrecarga…

Y comenzó a retirarse. Claire le pidió disculpas al bulto por todas las maldiciones que ella y Tony le habían soltado en las últimas horas. En su interior, ya nada estaría igual que antes, pero los había salvado.

La grúa robótica se sacudió. Los engranajes rechinaban sin cesar. La caja había quedado sobre el trinquete, que había perdido toda sincronización. Cuando la grúa se retiró, la caja cayó, como resultado de la gravedad y la fricción.

Claire miró, boquiabierta, cómo se movía y caía por la abertura. Se abalanzó hacia el borde. El ruido que hizo la caja cuando golpeó el hormigón sacudió todo el depósito. Luego, un eco aterrador, el ruido más fuerte que Claire había oído en toda su vida. La caja arrastró consigo la grúa, que quedó volcada sobre un costado, con las ruedas girando inútilmente en el aire. El poder de la gravedad era asombroso. La caja se partió en dos y el contenido se desparramó. Cientos de piezas metálicas redondas salieron del interior. Sonaron como una estampida de címbalos. Aproximadamente una docena rodaron por el corredor en todas direcciones, como si quisieran escapar. Se estrellaban contra las paredes del corredor y caían de lado. Los ecos retumbaron en el oído de Claire por un momento, en el aterrador silencio que vino después.

—¡Oh, Claire! —exclamó Tony en la casilla y los abrazó, a ella y a Andy, como si nunca más los fuera a soltar—. ¡Oh, Claire! —Se le quebró la voz, mientras rozaba su cabeza contra el cabello suave de Claire. Claire contempló, por encima de su hombro, el desastre que habían ocasionado allí abajo. El robot volcado había comenzado a hacer ruidos otra vez como si fuera un animal que sufría.

—Tony, creo que es mejor que nos vayamos di aquí —sugirió, con voz débil.

—Pensé que venías detrás de mí, por la escalera. Justo detrás de mí.

—Tenía que traer a Andy.

—Por supuesto. Tú lo salvaste, mientras que yo… me salvé a mí mismo. ¡Oh, Claire! No fue mi intención dejarte allí…

—Tampoco se me ocurrió que lo hicieras.

—Pero yo salté…

—Hubiera sido una estupidez no hacerlo. Mira, ¿podemos hablar de esto más tarde? De verdad, pienso que debemos salir de aquí.

—Sí, sí. Y… ¿el paquete? —Tony miró en la oscuridad de la casilla.

Claire creía que no tenían tiempo para ocuparse del paquete, pero… ¿hasta dónde podían llegar sin él? Ayudó a Tony a arrastrarlo hasta el borde, con una rapidez frenética.

—Si te sujetas allí detrás, mientras paso a la escalera, podremos bajarlo… —comenzó a decir Tony.

Claire lo empujó hasta el borde. Aterrizó sobre el desorden del suelo y rebotó en el hormigón.

—Creo que ya no es momento de preocuparse por los desperfectos. Vamos —dijo.

Tony tragó, asintió y se dirigió rápidamente hacia la escalera. Con un brazo libre ayudaba a sostener a Andy, a quien Claire tenía en sus brazos inferiores. Ya estaba de vuelta en el suelo, con esa locomoción lenta, frustrante. Claire ya empezaba a odiar el olor frío y polvoriento del hormigón.

Habían hecho unos pocos metros por el corredor cuando Claire oyó el ruido de los zapatos de un terrestre, que se movían rápidamente, con ciertas pausas inciertas, como si buscara una dirección. Una o dos hileras más allá. Los pasos pronto los encontrarían. Luego, un eco de los pasos… No, eran otras pisadas.

Lo que sucedió a continuación duró un instante, suspendido entre una respiración y la otra. Delante de ellos, un terrestre de uniforme gris apareció de un pasillo transversal, con un grito ininteligible. Tenía las piernas separadas para mantener el equilibrio y sostenía una pieza extraña en las manos, que mantenía a medio metro delante de su cara. Su rostro estaba tan pálido de miedo como el de Claire.

Delante de ella, Tony dejó caer el paquete y retrocedió con los brazos inferiores, mientras agitaba los superiores y gritaba:

—¡No!

El terrestre se estremeció. Tenía los ojos y la boca bien abiertos, por la impresión que le provocaban. Dos o tres destellos brillantes salieron de la pieza que tenía en las manos. A continuación se oyeron unos ruidos que retumbaron en todo el depósito. Luego el terrestre agitó las manos y el objeto salió volando por el aire. ¿Había funcionado mal o estaba en cortocircuito y lo había quemado o le había dado corriente? El color de su rostro pasó de blanco a verdoso.

Tony estaba gritando, tirado en el suelo, acurrucado como una pelota. Parecía agonizar.

—¿Tony? ¡Tony! —gritó Claire. Andy estaba aferrado a su cuerpo y gritaba de miedo. Sus quejidos se confundían con los de Tony en una cacofonía aterradora —. Tony, ¿qué sucede?

No vio la sangre en la camiseta, hasta que cayeron algunas gotas sobre el cemento. El bíceps del brazo inferior izquierdo, cuando se dio la vuelta para mirarla, era una masa destrozada, roja y púrpura.

—¡Tony!

El guardia de Seguridad de la compañía se abalanzó hacia ellos. Su expresión revelaba horror. Ahora tenía las manos vacías. Llevaba una radio portátil sujeta a su cinturón. Necesitó tres intentos para desprenderla.

—¡Nelson! ¡Nelson! —dijo en el receptor—. Nelson, por amor de Dios, llama a los médicos. ¡Pronto!

Son sólo chicos. Le acabo de disparar a un chico. —Le temblaba la voz—. Son sólo chicos deformes.

A Leo se le hizo un nudo en el estómago cuando vio las luces amarillas que se reflejaban en la pared del depósito. El escuadrón médico de la compañía. Sí, allí estaba el camión, con las luces intermitentes encendidas, en medio del amplio pasillo central. Las palabras agitadas del empleado que los fue a recibir a la lanzadera retumbaron en su cerebro… «…encontrados en el almacén… hubo un accidente… herido…». Leo aceleró su marcha.

—Con calma, Leo, me estoy mareando —se quejó Van Atta detrás de él—. No todo el mundo puede irse y volver a las fuerzas de gravedad como tú, sin ningún efecto…

—Han dicho que uno de los chicos estaba herido…

—¿Y qué puedes hacer tú que no puedan hacer los médicos? Yo, personalmente, voy a crucificar a ese idiota del equipo de Seguridad por esto…

—Nos veremos allí —contestó Leo por encima de su hombro y se alejó corriendo.

El pasillo 29 parecía una zona de guerra. Equipos destrozados, material desparramado por todas partes… Leo tropezó con un par de piezas redondas de metal y les dio una patada. Un par de médicos y un guardia de Seguridad estaban agachados sobre una camilla. Una bolsa de suero colgaba de un palo como una bandera.

Camiseta roja. Tony. Era a Tony al que habían herido. Claire estaba acurrucada en el suelo a unos metros, en el mismo pasillo. Estaba abrazada a Andy.

Las lágrimas le caían silenciosamente por el pálido rostro. En la camilla, Tony se retorcía y gemía con un ronco lloriqueo.

—¿No le pueden dar por lo menos algo que le calme el dolor? —preguntó el guardia de Seguridad al médico.

—No sé. —El médico estaba obviamente alterado—. No sé qué le han hecho a sus metabolismos. Un shock es un shock. Con el suero y la sinergina estoy seguro, pero con el resto…

—Comuníquense urgentemente con el doctor Warren Minchenko —les aconsejó Leo, mientras se arrodillaba junto a ellos—. Es el oficial a cargo del servicio médico en el Hábitat Cay y ahora está cumpliendo su mes de licencia aquí en la Tierra. Pídanle que los vea en su enfermería. Allí se ocupará del caso.

El guardia de Seguridad desenganchó inmediatamente su radio y comenzó a marcar los códigos.

—Oh, gracias a Dios —dijo el médico, mirando a Leo—. Al fin alguien sabe qué rayos les están haciendo. ¿Tiene idea de qué le puedo dar para el dolor, señor?

—Mmm… —Leo intentó recordar sus conocimientos de primeros auxilios—. La morfina irá bien, hasta que se comunique con el doctor Minchenko. Pero ajusten la dosis… Estos chicos pesan menos de lo que deberían. Creo que Tony pesa unos cuarenta y dos kilos.

La naturaleza peculiar de las heridas de Tony sorprendió a Leo. Se había imaginado una caída, huesos rotos, tal vez la columna vertebral o algún daño en el cráneo…

—¿Qué ha pasado?

—Una herida de bala —informó rápidamente el médico—. En la parte inferior izquierda del abdomen y… en el fémur… Bueno, en el miembro inferior izquierdo. Ésa es sólo una herida carnal, pero la del abdomen es grave.

—¡Herida de bala! —gritó sorprendido Leo al guardia, que se ruborizó—. ¿Ustedes…? Pensé que llevaban armas con perdigones… ¿Por qué, en el nombre de Dios?

—Cuando llegó esa maldita llamada del Hábitat, en la que nos prevenían sobre la huida de unos monstruos, pensé… pensé… No sé lo que pensé. —El guardia se miró las botas.

—¿No miró antes de disparar?

—Casi le disparo a la niña con el bebé —se estremeció el guardia—. Herí a este muchacho por accidente. Erré la puntería.

Van Atta apareció.

—Mierda. ¡Qué desorden! —Sus ojos se clavaron en el guardia de Seguridad —. Pensé que le había dicho que mantuviera todo esto tranquilo, Bannerji. ¿Qué ha hecho? ¿Hizo estallar una bomba?

—Le ha disparado a Tony —dijo Leo entre dientes.

—¡Idiota! Le dije que los capturara, no que los matara. ¿Qué diablos se supone que debo hacer para ocultar todo esto… —dijo mientras señalaba con el brazo el pasillo 29— debajo de la alfombra? Y de todas maneras, ¿qué diablos estaba haciendo con una pistola?

—Usted dijo… Yo pensé… —comenzó a explicar el guardia.

—Le juro que haré que lo despidan por esto. ¿Pensó que se trataba de un drama pasional? No sé quién es peor, si usted o el estúpido que lo contrató…

El rostro del guardia pasó de rojo a pálido.

—Usted, maldito hijo de puta, me asignó esto…

Era mejor que alguien calmara los ánimos, pensó Leo. Bannerji había retrocedido y guardado su arma no autorizada. Un hecho que aparentemente Van Atta no había percibido… La tentación de disparar al jefe del proyecto no debería llegar a ser demasiado abrumadora.

—Caballeros —intervino Leo—, ¿puedo sugerirles que sería mejor reservar los cargos y las defensas para una investigación formal, en la que todos estarán tranquilos y razonarán un poco más? Mientras tanto, ¿por qué no nos ocupamos de estos chicos heridos y atemorizados?

Bannerji se calló, sin comprender la injusticia. Van Atta manifestó su acuerdo y se contentó con una mirada a Bannerji, en la que le aseguraba al guardia un futuro negro en su carrera. Los dos médicos bajaron las ruedas de la camilla de Tony y la deslizaron por el pasillo, hacia la ambulancia. Claire extendió una de sus manos y la dejó caer, descorazonado.

El gesto llamó la atención de Van Atta. Presa de una furia contenida, descubrió algo en qué descargarla después de todo.

—¡Tú…! —se dirigió a Claire.

La muchacha se acurrucó aún más.

—¿Tienes alguna idea de lo que esta huida le va a costar al Proyecto Cay? De todos los irresponsables… ¿fuiste tú la que indujo a Tony a todo esto?

Ella negó con la cabeza y abrió los ojos.

—Por supuesto que sí. ¿O no es siempre así? El macho asoma la cabeza, la hembra se la corta… —continuó Van Atta.

—Oh, no…

—Y justo en este momento… ¿Intentabais arruinarme deliberadamente? ¿Cómo descubristeis que venía la vicepresidenta de Operaciones? ¿Pensasteis que iba a cubriros sólo porque ella estaba allí? Muy astutos, muy astutos… pero no lo suficiente.

A Leo, la cabeza, los ojos y lo oídos le vibraban con los latidos de la sangre.

—Basta, Bruce. Ya ha tenido suficiente por hoy.

—¿Esta hija de puta casi hace que maten a tu mejor alumno y quieres defenderla? Por favor, Leo.

—Está aterrorizada. Déjala ya.

—Es mejor que lo esté. Cuando la lleve de vuelta al Hábitat… —Van Atta caminó junto a Leo, asió a Claire por un brazo superior y le dio un tirón cruel y doloroso. Ella gritó y casi soltó a Andy. Van Atta la ignoró—. ¿Querías venir a la Tierra? Bueno, ahora es mejor que intentes caminar de vuelta a la nave.

Más tarde, Leo no podía recordar haberse abalanzado sobre Van Atta. Lo único que recordaba era la expresión de sorpresa del hombre.

—Bruce —gritó—, maldita basura. ¡Basta!

El derechazo a la mandíbula de Van Atta que acompañó esta exclamación fue sorprendentemente efectivo, considerando que era la primera vez en su vida que Leo golpeaba con furia a un hombre. Van Atta cayó de espaldas sobre el hormigón.

Leo se lanzó hacia adelante, como si estuviera disfrutando. Reacomodaría la anatomía de Van Atta de una manera tal que el doctor Cay nunca hubiera imaginado.

—Señor Graf —dijo el guardia de Seguridad, mientras lo tocaba dubitativo en el hombro.

—Está bien. Hace semanas que esperaba poder hacer esto. —Leo lo tranquilizó, mientras agarraba a Van Atta del cuello.

—No es eso, señor…

Leo oyó una nueva voz, cortante.

—Una fascinante técnica ejecutiva. Deberé tomar nota.

La vicepresidenta Apmad, rodeada de su cortejo de contables y ayudantes, estaba de pie junto a Leo en el pasillo 29.

6

—Bueno, no ha sido culpa mía —protestó la administradora de la Estación de Lanzaderas, Chalopin—. Ni siquiera estaba informada de lo que pasaba —dijo la mujer a Van Atta, en un tono acusador—. ¿Cómo se supone que puedo controlar mi jurisdicción cuando hay otros administradores que interfieren en mis canales de mando, propiamente establecidos, dan órdenes a mi gente sin ni siquiera informarme, violan el protocolo…

—La situación era extraordinaria. El tiempo era fundamental —respondió Van Atta en un tono agresivo.

Internamente, Leo comprendía la irritación de Chalopin. Habían interrumpido su rutina tranquila, su oficina había sido invadida repentinamente a petición de la vicepresidenta de Operaciones… Apmad no creía en la pérdida de tiempo. La investigación oficial de la compañía sobre el incidente había comenzado, bajo sus órdenes, apenas hacía una hora, en el pasillo 29. A Leo le sorprendería si tardaba más de una hora en terminar el caso.

Las ventanas de las oficinas administrativas de la Estación número Tres, selladas contra la presión interna del edificio, ofrecían una vista del complejo: los pasillos, las zonas de carga, los depósitos, las oficinas, los hangares, las habitaciones de los obreros, el monorraíl que llegaba hasta la refinería que brillaba en el horizonte y las montañas escarpadas detrás. Y la planta de energía vital. La atmósfera de Rodeo tenía oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono, pero en proporciones erróneas y a una presión demasiado baja para un metabolismo humano. El aire acondicionado funcionaba constantemente para ajustar la mezcla de gases y filtrar los agentes contaminantes. Un ser humano viviría apenas quince minutos fuera, sin una máscara de oxígeno. Leo no sabía si pensar que era un margen de seguridad o sólo una muerte lenta. Decididamente, no era un edén.

Bannerji había pasado furtivamente junto a la administradora de la Estación. Escondiéndose detrás de ella, pensó Leo. A esta altura, ésta sería la mejor estrategia para el guardia de Seguridad. Desde sus zapatos elegantes, pasando por su pulcro uniforme de Galac-Tech hasta el peinado echado hacia atrás, sin ningún cabello fuera de lugar, Chalopin irradiaba la voluntad y la habilidad necesarias para defender su terreno.

Apmad, que arbitraba la escaramuza, también era todo un personaje. Regordeta, en el pico más alto de la mediana edad, con el cabello corto y canoso, bien podría haber sido la abuela de alguien, excepto por sus ojos. No hacía ningún intento por vestirse para tener éxito. Como si ya tuviera suficiente poder, estaba más allá de este juego. Aparte de regular los temperamentos, sus comentarios lacónicos le habían servido para revolver la olla, como si sintiera curiosidad por ver lo que subía a la superficie. Decididamente, no eran los ojos de una abuela…

Por su parte, Leo seguía a punto de estallar.

—El Proyecto ya tiene veinticinco años. El tiempo no puede ser tan fundamental.

—Dios todopoderoso —gritó Van Atta—, ¿soy yo el único consciente de lo que significa tocar fondo?

—¿Tocar fondo? —dijo Leo—. Galac-Tech está más cerca de obtener los frutos del Proyecto Cay que en cualquier otro momento. Complicar las cosas ahora, con un intento impaciente y prematuro de extraer ganancias es verdaderamente criminal. Estáis a punto de obtener los primeros resultados reales.

—No es tan fácil —observó Apmad fríamente—. El primer grupo de cincuenta trabajadores no es más que una muestra. Tendrán que pasar otros diez años para que pueda funcionar en su totalidad.

Fría, sí. Pero Leo leyó una cierta tensión oculta en sus ojos, si bien todavía no podía determinar qué era lo que la producía.

—Entonces, llámenlo una pérdida fiscal. No pueden decirme que no pueden hacer uso de una pérdida fiscal o dos —dijo Leo, mientras con una mano señalaba a Rodeo a través de la ventana.

Apmad hizo señas con los ojos al hombre que estaba de pie silenciosamente junto a ella.

—Dile a este joven cuáles son los hechos de la vida, Gavin.

Gavin era un estúpido grandote, con la nariz rota. Al principio, Leo había pensado que era una especie de guardaespaldas. En realidad, era el jefe de contables de la vicepresidenta de Operaciones y cuando hablaba, lo hacía con una elocución sorprendentemente precisa y elegante, con párrafos muy bien redondeados.

—Galac-Tech ha estado compensando las pérdidas considerables del Proyecto Cay con las ganancias de Rodeo desde el principio. Es mejor que haga un poco de historia para usted, señor Graf.

Gavin se rascó la nariz, pensativo.

—Galac-Tech tiene un acuerdo con el gobierno de Orient IV para la explotación de Rodeo durante un período de noventa y nueve años. Los términos originales del contrato nos eran extremadamente favorables, ya que los recursos minerales y petroquímicos únicos de Rodeo, en ese momento, todavía no habían sido descubiertos. Y así fue durante los primeros treinta años del contrato.

»Los treinta años siguientes fueron testigos de una enorme inversión de materiales y mano de obra por parte de Galac-Tech para desarrollar los recursos de Rodeo. Por supuesto —sacudió un dedo dictatorial en el aire—, tan pronto como Orient IV comenzó a ver que nuestras ganancias pasaban bajo sus narices sin poder participar de ellas, comenzaron a lamentar los términos del contrato y a buscar un corte más grande del pastel. En primer lugar, se eligió a Rodeo como base para el Proyecto Cay, además de ciertas ventajas legales únicas, para que los gastos del proyecto pudieran ser cargados a las ganancias de Rodeo y así reducir la excitación nociva que dichas ganancias estaban generando en Orient IV.

»El contrato de Galac-Tech en Rodeo finalizará dentro de unos catorce años y el gobierno de Orient IV está… ¿Cómo decirlo? Está sufriendo de una ambición anticipada. Acaban de cambiar sus leyes impositivas y, desde fines de este año fiscal, proponen gravar la operación que la compañía realiza en Rodeo sobre las ganancias brutas y no netas. Nosotros protestamos, pero hemos fracasado. Malditos provincianos —agregó en forma reflexiva—. Así son las cosas.

«Después que termine este año fiscal, las pérdidas del Proyecto Cay ya no podrán ser compensadas con los ahorros fiscales con Orient IV. Serán pérdidas reales y nos afectarán de lleno. Se espera que los términos del nuevo contrato a fines de los próximos catorce años no sean favorables. Por cierto, calculamos que Orient IV está haciendo planes para dejar fuera a Galac-Tech y hacerse cargo de las operaciones de Rodeo por una fracción de su verdadero valor. Una expropiación, o como quiera llamarlo, sería lo mismo. El bloqueo económico ya está comenzando. Ha llegado el momento de empezar a limitar una mayor inversión y a maximizar las ganancias.

—En otras palabras —dijo Apmad, con un brillo de enojo en sus ojos—, intentamos que se hagan cargo de un armazón vacío.

Sería duro para los últimos que quedaran, pensó Leo y se estremeció. ¿Esos estúpidos en Orient IV no se daban cuenta de que la cooperación y el acuerdo aumentarían las ganancias de todos? Los negociadores de Galac-Tech también tenían un poco de culpa, reflexionó. Había presenciado con anterioridad otras versiones de tomas del poder hostiles. Miró por la ventana las instalaciones inmensas y activas que había más abajo, resultado de dos generaciones de trabajo intenso, y gruñó internamente ante la posibilidad de que todo eso se perdiera en un futuro no tan lejano. El rostro horrorizado de Chalopin revelaba que su pensamiento era igual de desalentador. Leo pensó en ella. ¿Cuánta energía había invertido Chalopin en la construcción de este lugar? ¿El sudor y la dedicación de cuánta gente se iría por la borda con un solo plumazo?

—Ése fue siempre tu problema, Leo —dijo Van Atta, un tanto malignamente —. Siempre te llenas la cabeza de pequeños detalles y te pierdes la gran película.

Leo sacudió la cabeza para aclarar un poco sus ideas y retomó el hilo perdido de su argumento.

—Sin embargo, la viabilidad del Proyecto Cay… —hizo una pausa abrupta y tomó aire. De un plumazo. ¿Se podía ganar la libertad de un plumazo? ¿Era tan simple? Miró a Apmad intensamente—. Dígame, señora —dijo midiendo sus palabras—, ¿qué sucede si la viabilidad del Proyecto Cay es desaprobada? —Lo cancelamos —respondió simplemente.

Oh, las cosas que diría al salir de la escuela. Y además, cómo hundiría a Brucie-baby para siempre. A Leo se le crisparon los nervios. Abrió la boca para derramar destrucción…

Y la volvió a cerrar. Se miró las uñas de la mano y preguntó como de pasada:

—¿Y qué les sucede a los cuadrúmanos en ese caso?

La vicepresidenta de Operaciones frunció el. ceño, como si hubiera mordido algo desagradable. Una vez más esa tensión escondida, la única expresión que Leo había descubierto en su rostro.

—Ése es el problema más difícil de todos.

—¿Difícil? ¿Por qué difícil? Déjenlos ir. Por cierto —Leo luchaba por sofocar su creciente indignación detrás de una expresión de tranquilidad—, si Galac-Tech los dejara ir inmediatamente, antes de finalizar este año fiscal, todavía estaría a tiempo de calcular su inversión en ellos como mejor le plazca y considerarlos una pérdida aceptada fiscalmente contra las ganancias de Rodeo. Un último beneficio, como si fuera un último bocado de Orient IV.

Leo mostró una sonrisa atractiva.

—¿Dejarlos ir? Parece olvidarse, señor Graf, que la mayoría de ellos apenas son niños.

—Los más grandes podrían ayudar a cuidar a los más pequeños —insistió Leo—. Ya lo hacen, de todas formas… Tal vez podrían ser trasladados durante algunos años a algún otro sector que pudiera absorber la pérdida de su mantenimiento… A Galac-Tech no le representaría un gasto superior a todo ese número de trabajadores con pensiones. Además, sólo sería por unos años…

—El fondo de retiro de la compañía se autosustenta —observó el contable Gavin—. Una refinanciación con nuevos créditos.

—Una obligación moral —dijo Leo con desespero—. Seguramente Galac-Tech tendrá que admitir una obligación moral con ellos. Nosotros los creamos, después de todo.

El suelo se movía bajo sus pies. Todavía podía ver esa tensión en su rostro incomprensivo, pero aún no llegaba a discernir hacia dónde se inclinaba la balanza.

—Obligación moral, por cierto —acordó Apmad, con las manos entrelazadas —. ¿Y no tiene en cuenta el hecho que el doctor Cay hizo a estas criaturas fértiles? Son especies nuevas. Las llamó Homo quadrimanus, no Homo sapiens especie quadrimanus. El era el genetista y podemos suponer que sabía de qué hablaba. ¿Y qué sucede con la obligación moral de Galac-Tech hacia la sociedad en general? ¿Cómo piensa que reaccionará si estas criaturas y todos sus problemas invaden sus sistemas? Si piensa en sus reacciones exageradas por la polución química, imagínese la reacción que habría frente a una polución genética.

—¿Polución genética? —musitó Leo, mientras intentaba darle un significado racional a este término. Sonaba impresionante.

—No. Si se prueba que el Proyecto Cay es el error más costoso de Galac-Tech, lo ocultaremos de la mejor manera posible. Los trabajadores de Cay serán esterilizados y ubicados en alguna institución conveniente, donde pasarán el resto de sus vidas sin ser molestados. No es la solución ideal, pero es el mejor acuerdo que podemos ofrecer.

—Esteri… Esteri… —tartamudeó Leo—. ¿Qué crimen han cometido para ser sentenciados a prisión de por vida? Y si se cierra Rodeo, ¿dónde encontrará o construirá otro Hábitat orbital apropiado? Si le preocupan los costos, señora, eso que sería muy costoso.

—Los colocaremos en algún planeta, por supuesto, por una fracción del costo.

Imaginó a Silver arrastrándose por el suelo como un pájaro con las alas quebradas.

—¡Eso es obsceno! ¡No serán más que lisiados!

—La obscenidad —replicó Apmad— ya consistió en crearlos. Hasta que la muerte del doctor Cay hizo que el departamento cayera en mis manos, no tenía la menor idea que detrás de sus experimentos I+D se escondían estas manipulaciones de los genes humanos. Mi mundo adoptaría las medidas más draconianas para asegurar que nuestros genes no se destinan a mutaciones accidentales. Andar por ahí introduciendo mutaciones en forma deliberada me parece el hecho más vil… — se detuvo para contener la respiración y volver a controlar sus emociones—. Lo correcto es la eutanasia. Aunque pueda sonar terrible, a la larga sería lo menos cruel.

El contable Gavin sonrió a su jefa. Había levantado las cejas en señal de sorpresa, las había bajado con asombro y finalmente se tranquilizó. Tal vez no estaba tomando en serio lo que ella decía. Leo no creía que estuviera bromeando.

—Sería más efectivo desde el punto de vista de los costos —agregó Gavin en un tono profesional—. Si se llevara a cabo antes de terminar este año fiscal, sí podríamos tomarlos como una pérdida total contra los gravámenes de Orient.

—¡No pueden hacer eso! —exclamó Leo—. Son personas, niños. Sería un asesinato…

—No, no lo sería —negó Apmad—. Es repugnante, es cierto, pero no es asesinato. Ésa era la otra mitad de la razón por la cual el Proyecto Cay se llevó a cabo en órbita, alrededor de Rodeo. Además del aislamiento físico, también representa un aislamiento legal. Es una concesión de noventa y nueve años. El único mandato legal en el espacio local de Rodeo es la regulación de Galac-Tech. Me temo que esto tiene mucho menos que ver con la prudencia que con el interés del doctor Cay de obstaculizar cualquier interferencia con sus esquemas. Pero si Galac-Tech decide no definir a los trabajadores de Cay como seres humanos, no se aplicarían las reglamentaciones de la compañía respecto de los crímenes.

—¿Ah, no? —a Bannerji se le iluminó el rostro.

¿Cómo los define Galac-Tech? —demandó Leo con curiosidad—. Legalmente.

—Cultivos de tejidos experimentales posfetales —dijo Apmad.

—¿Y cómo define su asesinato? ¿Aborto retroactivo?

Apmad contrajo las fosas nasales.

—Simple eliminación —dijo.

—O simple vandalismo, tal vez —manifestó Gavin, quien le echó una mirada irónica a Bannerji—. Nuestro requerimiento legal es que el tejido experimental sea incinerado después de la eliminación. Son las reglamentaciones de los Biolaboratorios Standard IGS.

—Estréllenlos contra el Sol —sugirió Leo—. Eso sería menos costoso.

Van Atta se tocó suavemente el mentón y contempló a Leo, con cierta intranquilidad.

—Cálmate, Leo. Sólo estamos hablando de situaciones posibles. Los cuadros militares lo hacen todo el tiempo.

—Es cierto —acordó la vicepresidenta de Operaciones. Se detuvo para fruncir el ceño a Gavin, cuya impertinencia aparentemente no le complacía—. Hay que tomar algunas decisiones difíciles. No estoy ansiosa por enfrentarlas, pero parece que tendré que hacerme cargo. Es mejor que sea yo y no alguien ciego a las consecuencias a largo plazo para la sociedad en general, como el doctor Cay. Pero quizá, señor Graf, a usted le gustaría compartir la opinión del señor Van Atta y quiera demostrar cómo la visión original del doctor Cay todavía puede llevarse a cabo con buenos resultados, de manera que ninguno de nosotros tenga que tomar decisiones difíciles.

Van Atta sonrió a Leo, casi triunfante. Reivindicado, vengativo, calculador…

—Para volver al tema en cuestión —dijo Van Atta—, ya solicité que se instruya un expediente al capitán Bannerji por su juicio pobre y —miró a Gavin— por su vandalismo. También sugeriría que el costo de la hospitalización de TY-776-424-X-G sea pagado por su departamento.

Bannerji languideció. La administradora Chalopin se puso rígida.

—Pero cada vez me resulta más evidente —continuó Van Atta, mientras dirigía a Leo su sonrisa más desagradable—, que habría otra cuestión que deberíamos tratar aquí…

Mierda, pensó Leo, me va a culpar de intromisión. Una carrera de dieciocho años por la borda, Y yo tengo la culpa. Ni siquiera pude terminar el trabajo. …

—Subversión.

—¿Qué? —dijo Leo.

—En los últimos meses, era cada vez más difícil manejar a los cuadrúmanos. Y eso coincide con tu llegada, Leo. Después de los hechos de hoy, me pregunto si sólo es una mera coincidencia. Me inclino a pensar que no. ¿No es cierto que fuiste tú quien ayudó a escapar a Tony y a Claire? —acusó a Leo, mientras le señalaba con un dedo amenazador.

—¿Yo? —dijo Leo, lleno de furia—. Es cierto, una vez Tony me increpó con ciertas preguntas extrañas, pero pensé que sólo sentía curiosidad por su nueva asignación de trabajo. Ojalá hubiera…

—¡Lo admites! —gritó Van Atta—. Fuiste tú quien alentaste actitudes desafiantes hacia la autoridad de la compañía entre los trabajadores de Hidroponía y entre tus propios alumnos, quienes te habían sido confiados. Ignoraste los planes cuidadosamente desarrollados por el departamento psicológico respecto del discurso y el comportamiento a bordo del Hábitat. Contaminaste a los trabajadores con tu propia actitud nociva…

Leo se dio cuenta de inmediato que Van Atta no le permitiría defenderse si podía evitarlo. Van Atta tenía en mente algo más valioso que una simple venganza por un puñetazo en la mandíbula. Un chivo expiatorio. Un chivo expiatorio perfecto, sobre el cual recaerían todos los errores del proyecto en los últimos dos meses o más, según su ingenio y su sacrificio incondicional a los dioses de la compañía. Y él surgiría totalmente limpio y sin pecado.

—¡No, por Dios! —exclamó Leo—. Si yo hubiera gestado una revolución, lo habría hecho mucho mejor… —dijo mientras agitaba las manos en dirección del depósito. Sus músculos se prepararon para lanzarse sobre Van Atta una vez más. Si iba a ser despedido, de todas maneras, por lo menos tendría que encontrar alguna satisfacción…

—Caballeros —interrumpió la voz de Apmad, como un balde de agua fría—. Señor Van Atta, me atrevo a recordarle que no se aceptan despidos de las instalaciones del tipo de Rodeo. No sólo porque Galac-Tech está contractualmente obligada a proporcionar transporte a sus hogares a los despedidos, sino que además está la cuestión de los gastos y de la pérdida de tiempo que representa la importación de sus reemplazantes. No, concluiremos de la siguiente manera. El capitán Bannerji será suspendido de sueldo por dos semanas y recibirá un castigo oficial por llevar armas no autorizadas en una misión oficial de la compañía. El arma será confiscada. El señor Graf también será sancionado, pero volverá de inmediato a sus obligaciones, ya que no hay nadie que lo reemplace.

—¡Pero a mí me obligaron! —protestó Bannerji.

—¡Pero yo soy inocente! —gritó Leo—. Es una confabulación. Una fantasía paranoica…

—No pueden enviar a Graf al Hábitat ahora —exclamó Van Atta—. Lo próximo que hará será sindicalizar a los trabajadores…

—Considerando las consecuencias del fracaso del Proyecto Cay —dijo fríamente la vicepresidenta de Operaciones—, creo que no lo hará. ¿No es cierto, señor Graf?

Leo se estremeció.

—Sí.

Ella sonrió sin satisfacción.

—Gracias. Esta investigación ha terminado. Las quejas que puedan surgir o las apelaciones de alguna de las partes deberán ser dirigidas a Galac-Tech en la Tierra.

Sus cejas parecieron agregar Si se atreven. Hasta Van Atta consideró que era mejor mantener la boca cerrada.

Los ánimos en la lanzadera de regreso al Hábitat eran, para decirlo de la manera más suave posible, tensos. Claire, acompañada por una de las enfermeras del Hábitat, quien había tenido que acortar tres días su licencia, estaba acurrucada en el fondo, con Andy en los brazos. Leo y Van Atta estaba tan distanciados entre sí como lo permitía el espacio.

Van Atta habló con Leo en una ocasión.

—Te lo dije.

—Tenías razón —contestó Leo.

Van Atta se enfureció ante este ataque. Leo hubiera preferido atacarlo con un palo de metal.

¿Tendría razón Van Atta? ¿Su insistencia en obtener resultados instantáneos sería un signo de preocupación por el bienestar de los cuadrúmanos? ¿Querría que sobrevivieran? Leo llegó a la conclusión de que no. El único bienestar que le preocupaba a Bruce era el suyo propio.

Leo se reclinó hacia atrás y miró por la ventana, mientras la aceleración del despegue lo mantenía contra el respaldo del asiento. Un vuelo en una lanzadera todavía le producía cierto escalofrío, aun después de los innumerables viajes que había hecho. Había gente —millones, la gran mayoría— que nunca habían despegado los pies de sus planetas en todas sus vidas. Él era uno de los pocos afortunados.

Afortunado por conservar su trabajo. Afortunado por los resultados que había logrado en tantos años. La Estación de Transferencia Morita probablemente había sido la coronación de su carrera, el proyecto más importante en el que había trabajado. Había visto el lugar por primera vez cuando estaba completamente vacío, en pleno espacio, donde no podía haber nada de nada. El año anterior había estado allí, mientras hacía transbordo de una nave de Ylla a una nave dirigida a la Tierra. Morita tenía buen aspecto, realmente bueno. Viva, incluso después de pasar por extensiones de sus instalaciones, varios años antes de lo que todos habían esperado. Expansiones lentas. Los planes habían sido incorporados en los diseños originales. En ese entonces las llamaron expansiones demasiado ambiciosas. Ahora decían que eran expansiones visionarias.

Y también había habido otros proyectos. Todos los días, de un extremo del nexo del agujero de gusano al otro, se evitaban innumerables accidentes en la estructura porque él, y la gente que había preparado, habían hecho bien su trabajo. El trabajo intenso de una semana había prevenido a tiempo la propagación de resquebrajaduras en las líneas de reactores en la gran fábrica orbital Beni Ra y se habían salvado, tal vez, tres mil vidas. ¿Cuántos cirujanos pueden decir que salvaron tres mil vidas en diez años de sus carreras? En ese memorable recorrido de inspección, que había hecho una vez por mes durante años. Los desastres invisibles que nunca llegaban a ocurrir, en general, no aparecían en los titulares. Pero él lo sabía, y los hombres y mujeres que trabajaban con él también lo sabían. Y eso era suficiente.

Lamentaba haber golpeado a Bruce. La alegría del momento ciertamente no compensaba el haber arriesgado su empleo. Los dieciocho años de beneficios de pensión acumulados, las opciones de acciones, la antigüedad, sí, tal vez. Al no tener que mantener una familia, Leo podía decidir arrojarlas al viento si quería. Pero, ¿quién se ocuparía de la próxima Beni Ra?

Cuando regresaran al Hábitat, cooperaría. Se disculparía correctamente ante Bruce. Duplicaría sus esfuerzos de capacitación, aumentaría el cuidado. Se mordería la lengua, hablaría solamente cuando le dirigieran la palabra. Sería cortés con la doctora Yei. Diablos, incluso haría lo que ella le pidiera.

Cualquier otra actitud sería inútilmente arriesgada. Allí arriba había cientos de niños. Tantos, tan variados, tan jóvenes. Cien chicos de cinco años, ciento veinte de seis años, que llenaban las guarderías, que jugaban en el gimnasio de caída libre. Ningún individuo podía hacerse responsable por arriesgar todas esas vidas en algún intento aventurado. Sería interminable. Imposible. Criminal. Insano. ¿A dónde podría llevar eso? Nadie podía prever todas las consecuencias. Leo ni siquiera podía prever lo que sucedería a continuación. Nadie podía. Nadie.

Atracaron en el Hábitat. Van Atta hizo pasar a Claire, Andy y la enfermera por la escotilla, mientras Leo desabrochaba el cinturón del asiento.

—Oh, no —oyó decir Leo a Van Atta—. La enfermera llevará a Andy a la guardería. Tú regresarás a tu antiguo dormitorio. Sacar a ese bebé de aquí fue un acto criminal e irresponsable. Es obvio que no estás capacitada para hacerte cargo de él. Te puedo garantizar que también quedarás fuera de la lista de reproducción.

Los sollozos de Claire eran tan débiles que resultaban apenas perceptibles.

Leo cerró los ojos de dolor.

—Dios —preguntó—, ¿por qué yo?

Cuando terminó de desabrocharse, no pudo evitar pensar en su futuro.

7

—¡Leo! —Silver sujetó con una mano la puerta del ala donde estaban los dormitorios de los ingenieros y con las otras tres la empujó con cuidado—. ¡Leo, rápido! ¡Despiértese! ¡Ayúdeme! —Apoyó la mejilla en el plástico frío, amortiguó su grito—: ¿Leo? —No se atrevía a chillar más fuerte, por si la oía alguien más.

La puerta finalmente se abrió. Leo llevaba una camiseta y shorts rojos. Iba descalzo. Su saco de dormir colgaba en la pared del fondo, como un capullo abierto. Estaba completamente despeinado.

—Silver, ¿qué diablos…?

Tenía una expresión somnolienta.

—Venga rápido. ¡Vamos, de prisa! —dijo Silver, cogiéndolo de la mano—. Es Claire. Ha intentado salir por una esclusa de aire. Yo trabé los controles. No puede abrir la puerta externa, pero tampoco puede abrir la interna y está atrapada allí. Nuestro supervisor volverá pronto y entonces no sé lo que nos harán…

—Hijo de… —dijo mientras Silver lo conducía por el pasillo. Regresó a su cabina para coger las herramientas—. Bien, vamos, adelante.

Se apresuraron por los laberintos del Hábitat, mientras saludaban a los cuadrúmanos y terrestres que pasaban junto a ellos por el pasillo. Finalmente la puerta familiar de Hidroponía D se cerró tras ellos.

—¿Qué ha sucedido? ¿Cómo ha pasado? —le preguntó Leo, cuando pasaban junto a los tubos de cultivo, hacia el otro extremo del módulo.

—Anteayer no me permitieron ir a ver a Claire, cuando regresó con usted en la nave, a pesar de que las dos estábamos en la enfermería. Ayer nos habían puesto en dos grupos de trabajo diferentes. Pienso que lo hacen a propósito. Hoy he llegado a un acuerdo con Teddie. —La voz de Silver estaba colmada de desesperación—. Claire dijo que ni siquiera le habían permitido ir a la guardería a ver a Andy en su turno libre. Yo fui a buscar fertilizantes a almacenes para los tubos de cultivo con los que estamos trabajando y cuando regresé, la cerradura se estaba moviendo…

Si no la hubiera dejado sola. Si ya no hubiera permitido que la nave los sacara del Hábitat. Si no los hubiera traicionado bajo la presión de la doctora Yei. Si tan sólo hubieran nacido como todos los demás… o no hubieran nacido.

La esclusa de aire al final del módulo de Hidroponía no se usaba casi nunca y estaba allí para transformarse en una puerta que condujera al próximo módulo, cuando una futura expansión así lo exigiera. Silver presionó su rostro contra la ventana de observación. Para su inmenso alivio, Claire todavía estaba allí.

Pero se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, entre una puerta y la otra. Tenía los ojos llenos de lágrimas, el rostro lastimado y los dedos enrojecidos. Silver no podía determinar si luchaba por respirar o si sólo estaba sollozando, ya que la puerta acallaba todo sonido. Silver tenía el pecho tan comprimido que apenas podía respirar.

Leo miró en el interior. Apretó los labios, en señal de esfuerzo, cuando intentó hacer girar el mecanismo de la cerradura, con la ayuda de sus herramientas.

—La ajustaste demasiado bien, Silver…

—Tenía que hacer algo rápido. Si la ajustaba así, impedía que sonara la alarma en Sistemas Centrales…

—Oh… —las manos de Leo dudaron un momento—. Entonces no fue un acto al azar…

—¿Al azar? ¿En una caja de control de esclusas de aire? —dijo Silver y lo miró sorprendida y un tanto indignada—. No soy una niña de cinco años.

—Ya lo veo. —Una sonrisa iluminó por un instante su rostro tenso—. Cualquier cuadrúmano de seis años se daría cuenta. Mis disculpas, Silver. Entonces el problema ahora no es cómo abrir la puerta, sino cómo hacerlo sin que suene la alarma.

—Sí, exacto —respondió con ansiedad.

Leo contempló el mecanismo por encima y un poco más en detalle la puerta, que vibraba por los golpes en su interior.

—¿Estás segura de que Claire no necesita más ayuda?

—Tal vez la necesite —replicó Silver—, pero lo que le van a ofrecer es a la doctora Yei.

—Muy bien… —Su sonrisa desapareció. Ajustó un par de cables delgados y los reacomodó. Después de volver a mirar la puerta con cierta desconfianza, presionó en una placa de control dentro del mecanismo.

La puerta interna se abrió y Claire salió tambaleándose.

—Dejadme ir, dejadme ir —suplicaba entre dientes—. ¿Por qué no me habéis dejado ir? No puedo soportar todo esto…

Se hizo un ovillo en el aire y escondió el rostro.

Silver se lanzó sobre ella y la abrigó con sus brazos.

—Vamos, Claire. No vuelvas a hacer estas cosas. Piensa… piensa en cómo se sentiría Tony, en ese hospital allí abajo, cuando le dijeran…

—¿Qué importancia tiene? —preguntó Claire, apoyada en la camiseta azul de Silver—. Nunca me permitirán volver a. verlo. Sería lo mismo si estuviera muerta. Nunca me dejarán ver a Andy…

—Sí —dijo Leo—. Piensa en Andy. ¿Quién va a protegerlo si tú no estás aquí? No hoy, sino la semana próxima, el año próximo…

Claire se separó de Silver y le gritó con furia:

—¡Ni siquiera me van a permitir verlo! Me sacaron de la guardería…

Leo la asió por las manos superiores.

—¿Quién? ¿Quién te sacó?

—El señor Van Atta…

—Claro, debería haberlo sabido. Claire, escúchame. La respuesta adecuada para Bruce no es el suicidio, sino el asesinato.

—¿De veras? —dijo Silver, con marcado interés. Incluso Claire salió de su estado profundo de desdicha para mirar a Leo directamente a los ojos por primera vez.

—Bueno… Tal vez no literalmente. Pero no puedes permitir que ese maldito bastardo te destruya. Mirad, todos nosotros somos inteligentes, ¿no es así? Vosotras sois inteligentes. Yo también, en mi época, supe resolver un problema o dos. Tenemos que encontrar una manera de salir de todo este embrollo, si lo intentamos. No estás sola, Claire. Vamos a colaborar. Yo voy a ayudarte.

—Pero usted es un hombre de la compañía, un terrestre. ¿Cómo podría…?

—Galac-Tech no es Dios, Claire. No tienes por qué sacrificar a tu primogénito por la compañía. Galac-Tech, como cualquier otra compañía, es sólo una manera para que la gente se organice para hacer un trabajo que es demasiado grande para una sola persona. No es Dios, ni siquiera una persona, por suerte. No tiene una voluntad libre de la que responder. Es sólo un grupo de gente que trabaja. Bruce es sólo Bruce. Tiene que haber una manera de no pasar por él.

—¿Se refiere a pasar por encima de él? —preguntó Silver, pensativa—. ¿Tal vez hablarle a esa vicepresidente que estuvo aquí la semana pasada?

Leo hizo una pausa.

—Bueno… Tal vez no a Apmad. Pero he estado pensando… Durante tres días, no he pensado en otra cosa que en cómo hacer explotar toda esta maldita organización. Pero tenéis que esperar, hasta que tenga tiempo de trabajar… Claire, ¿podrás aguantar? ¿Puedes hacerlo? —Le sujetó las manos con más firmeza.

Ella meneó la cabeza, como si dudara.

—Duele tanto…

—Tienes que hacerlo. Mira, escucha. No hay nada que pueda hacer aquí en Rodeo, en esta burbuja con reglamentaciones tan particulares. Si fuera un gobierno planetario regular, juro que me empeñaría hasta las pestañas y os compraría a cada uno de vosotros un billete para salir de aquí. Pero si se tratara de un gobierno regular, eso no sería necesario. Galac-Tech tiene el monopolio sobre las plazas en las naves de Salto, se viaje en una nave de la compañía o no. De manera que tendremos que esperar una oportunidad.

»Pero dentro de poco tiempo, apenas unos meses, los primeros cuadrúmanos saldrán de Rodeo en la primera asignación real de trabajo. Trabajarán y pasarán por jurisdicciones verdaderamente planetarias. Gobiernos demasiado grandes y poderosos, con los que ni compañías como Galac-Tech se meterían. Estoy seguro… muy seguro de que si tomo los caminos apropiados —no el planeta de Apmad, por supuesto, pero digamos la Tierra—. La Tierra, de lejos, es la mejor opción. Yo allí soy un ciudadano. Podría iniciar una acción legal y declararos personas legales. Probablemente pierda mi empleo y los costos van a consumirme, pero es posible. No es exactamente el trabajo que tenía en mente… pero, con el transcurso del tiempo, podréis liberaros de Galac-Tech.

—Es demasiado tiempo… —suspiró Claire.

—No, no, el retraso es nuestro aliado. Los pequeños crecen día a día. Para cuando comience el proceso legal, todos estaréis listos. Iréis como un grupo, encontraréis un empleo… Incluso Galac-Tech no sería un patrón tan malo, si fuerais ciudadanos y empleados regulares, con todas las protecciones legales. Tal vez, incluso el Sindicato Espacial os adoptaría, aunque eso restringiría… Bueno, no estoy seguro. Si no creen que representáis una amenaza, se puede pensar en algo. Pero tenéis que esperar. Ser pacientes. ¿Me lo prometéis?

Silver volvió a respirar cuando Claire asintió. Llevó a Claire hasta el botiquín de primeros auxilios fijado en la pared, para aplicar antisépticos y vendajes plásticos en los dedos cortados y sacarla sangre de su rostro lastimado.

—Muy bien, muy bien. Así está mejor.

Mientras tanto, Leo volvió a colocar el control en su posición original y luego se acercó a las dos muchachas.

—¿Ahora te sientes mejor? —Se dirigió a Silver—. ¿Estará bien?

Silver no pudo evitar fruncir el ceño.

—Estará bien como todos nosotros… ¡No es justo! —exclamó—. Éste es mi hogar, pero empiezo a sentir que es una botella de oxígeno a punto de estallar. Todo el mundo está alterado, todos los cuadrúmanos, por lo que les sucedió a Claire y a Tony. Nunca había vuelto a pasar nada desde que Jamie murió en ese accidente terrible de una de las naves de propulsión. Pero esto… esto ha sido deliberado. Si fueron capaces de hacerle eso a Tony, que es tan bueno, ¿qué pasa… conmigo, por ejemplo? ¿Con cualquiera de nosotros? ¿Qué es lo que va a pasar ahora?

—No lo sé —dijo Leo, apesadumbrado—. Pero estoy seguro que el idilio ha terminado. Esto es sólo el comienzo.

—Pero, ¿qué haremos? ¿Qué podemos hacer?

—Bueno… en principio no tener miedo. Y no desesperarse. Sobre todo eso, no desesperarse…

Las puertas en el otro extremo del módulo se abrieron y se oyó la voz del supervisor de Hidroponía.

—¿Chicas? Por fin recibimos la remesa de semillas. ¿Está ya listo ese tubo de cultivo?

Leo se dio media vuelta por última vez antes de escabullirse a toda velocidad. Le estrechó la mano a cada una de las muchachas.

—Es un dicho muy antiguo, pero sé que es cierto, a partir de mi experiencia personal. La suerte favorece a las mentes preparadas. Así que sed fuertes… ya hablaremos…

Pasó junto al supervisor de Hidroponía, con un elaborado bostezo que parecía casual, como si sólo se hubiera detenido un momento para ver el trabajo que se estaba realizando.

A Silver se le contrajo el estómago cuando miró a Claire. Claire lloriqueó y se puso a trabajar de inmediato en el tubo de cultivo, escondiendo su rostro del supervisor. Silver se estremeció de alivio. Por ahora todo andaba bien.

Esa tensión fue lentamente reemplazada por algo que no era familiar, que quemaba, que la llenaba de miedo. ¿Cómo se atreven a hacerle esto a Claire, a ella, a todos nosotros"? No tienen derecho. Ningún derecho. Ninguno.

La furia le hacía estallar la cabeza, pero eso era mejor que el miedo creciente. Había casi una especie de regocijo en esa furia. Silver inclinó la cabeza para esconder su expresión ceñuda del supervisor.

La asistente de alimentación, una chica cuadrúmana de unos trece años, entregó a Leo la bandeja del almuerzo a través de la ventana de servicio, sin su sonrisa de costumbre. Cuando Leo sonrió y dijo «Gracias», la muchacha respondió con un gesto mecánico y se alejó rápidamente. Leo se preguntaba de qué manera distorsionada habría llegado a sus oídos la historia del desastre de Tony y Claire de la semana anterior. No era porque los hechos reales no fueran penosos de por sí. Todo el Hábitat parecía estar sumergido en una atmósfera de desesperación.

Leo se sentía un poco hastiado de los cuadrúmanos y de sus eternos problemas. Se alejó de un grupo de alumnos, que estaban almorzando cerca de la ventana, aunque ellos le hicieran señas para que se acercara. En cambio, flotó por el módulo hasta que vio un espacio vacío y puso su bandeja junto a las piernas de alguien. Cuando Leo se dio cuenta de que esas piernas pertenecían al capitán de k nave, Durrance, era demasiado tarde para retirarse.

Pero el saludo de Durrance no tuvo ninguna animosidad. Evidentemente, a diferencia de muchos otros que Leo podía nombrar, no consideraba que el ingeniero fuera el responsable del fiasco espectacular de su alumno Tony. Leo enganchó los pies en las trabas y así le quedaron las manos libres para atacar la comida. Le devolvió el saludo y bebió el café caliente. No había café suficiente en todo el universo que pudiera solucionar sus dilemas.

Durrance, aparentemente, estaba de humor para una conversación amable.

—¿Va a tomar pronto su permiso?

—Pronto… —En una semana, aproximadamente, pensó Leo. El tiempo se le iba de las manos, como todas las cosas que lo circundaban allí.

—¿Cómo es Rodeo?

—Pesado. —Durrance se metió en la boca una especie de pastel de verdura.

—Ah. —Leo miró a su alrededor—. ¿Ti está con usted?

Durrance soltó una carcajada.

—No es probable. Está abajo, en el hielo. Está apelando. —Hizo un gesto y levantó las cejas, como para que el segundo sentido de su frase fuera evidente—. No es lo correcto, desde mi punto de vista. Yo tuve una sanción en mi registro por culpa de ese maldito estúpido. Si hubiera sido la primera vez que se metía en problemas, tal vez podría haber evitado ser sancionado. Pero ahora no creo que tenga posibilidades. Su Van Atta quiere cubrir las puertas del Hábitat con su pellejo.

—En primer lugar, no es mi Van Atta protestó Leo vigorosamente—. Si lo fuera, lo cambiaría por un perro…

—… Y mataría al perro —concluyó Durrance. Su boca esbozó una sonrisa—. Van Atta. Eso estaría bien. Si el rumor que oí es cierto, tal vez no le quede mucho tiempo para pavonearse.

—¿Cómo? —Leo agudizó los oídos, esperanzado.

—Ayer estuve hablando con el piloto de la nave de Salto que hace el transporte semanal de personal de Orient IV. Acababa de terminar su permiso mensual allí. Escuche esto. Asegura que la embajada Betan está probando un mecanismo de gravedad artificial.

—¿Qué? ¿Cómo…?

—Por lo que yo sé, lo traen desde el espacio de un agujero de gusano. Apuesto a que Beta Colony está detrás de todo esto, esperando dar el golpe inicial en el mercado y recuperar sus costos de I + D. Aparentemente, sus militares hace un par de años que lo mantienen en secreto. Pronto empezarán a ponerlo en práctica. Galac-Tech y todos los demás tendrán que hacer grandes esfuerzos por alcanzarlos. Cualquier otro proyecto I + D en la compañía tendrá que despedirse de sus presupuestos durante un par de años. Ya verá.

—Dios mío —dijo Leo, mientras echaba una mirada a todo el módulo de la cafetería, llena de cuadrúmanos—. Dios…

Durrance se rascó el mentón.

—Si fuera cierto, ¿tiene alguna idea de lo que va a pasarle a la industria de transportes espaciales? Los pilotos de Salto arguyen que los betanos recibirán el maldito mecanismo dentro de dos meses, procedente de la Colonia Beta. No habrá límite de aceleración, sólo costos de combustible. Probablemente no afectará los bultos de carga, por la misma razón, pero revolucionará el mercado de los transportes de pasajeros. Se corre la noticia que afectará el índice de intercambio entre corrientes planetarias y el transporte militar, donde no importa lo que se gaste en combustible. Puede apostar a que va a afectar la política interplanetaria. Será un juego nuevo para todos.

Durrance terminó de comer lo que quedaba en su bandeja.

—Malditos sean los colonos. La vieja y noble Galac-Tech, con base en la Tierra, otra vez tambaleándose. Ya sabe, hay veces en las que emigraría al otro extremo del nexo del agujero de gusano. Pero mi esposa tiene familia en la Tierra, así que supongo que nunca podremos…

Leo seguía sujetándose a las bandas, mientras Durrance continuaba. Después de un momento, tragó el pedazo de concentrado que tenía en la boca. No encontró una manera mejor de deshacerse de él.

—¿Tiene noción de lo que esto significará para los cuadrúmanos?

Durrance pestañeó.

—No mucho, seguramente. Seguirá habiendo muchos trabajos para hacer en caída libre.

—Acabará con sus condiciones de superioridad respecto a los trabajadores ordinarios. Eso es lo que pasará. Eran las licencias médicas en los planetas lo que encarecía los costos de personal. Elimínelas y no habrá otra elección. ¿Esa cosa puede producir gravedad artificial en una estación espacial?

—Si la pudieron montar a una nave, la pueden poner en una estación — opinó Durrance—. Sin embargo, no se trata del movimiento perpetuo —previno—. Consume energía como una loca —dijo el piloto de Salto—. Va a costar bastante.

—No tanto, y seguramente, con el transcurso del tiempo, irán encontrando mejoras en el diseño que lo harán más eficaz. Oh, Dios.

Esta posibilidad no iba a beneficiar a los cuadrúmanos. Esta posibilidad no favorecía a nadie. Maldito, maldito tiempo. Dentro de diez años, por qué no dentro de un año, podría haber sido su salvación. Aquí, ahora, podría ser… ¿una sentencia de muerte? Leo desenganchó los pies de las trabas y se apresuró a salir por las puertas del módulo.

—¿Va a dejar su bandeja aquí? —preguntó Durrance—. ¿Puedo comerme su postre?

Leo asintió con impaciencia, sacudiendo una mano mientras se alejaba.

Una mirada al rostro afligido y hostil de Van Atta, cuando Leo entró en la oficina, sirvió para confirmar la historia de Durrance.

—¿Has oído esos rumores sobre la gravedad artificial? —preguntó, de todas maneras. Todavía tenía esperanzas de que Van Atta lo negara, que le dijera que era un fraude…

Pero éste lo miró con profunda irritación.

—¿Cómo diablos te has enterado?

—No es asunto tuyo. ¿Es cierto?

—Oh, sí que es asunto mío. Quiero que se mantenga en secreto el mayor tiempo posible.

Entonces, era cierto. A Leo se le contrajo el corazón.

—¿Por qué? ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

Van Atta tocó los bordes de un montón de hojas de plástico, impresos de ordenador y comunicados, magnetizados a su escritorio.

—Tres días.

—Entonces, es oficial.

—Sí, muy oficial. —Van Atta hizo un gesto de disgusto—. Recibí la comunicación de las Oficinas Centrales de Distrito de Galac-Tech en Orient IV. Apmad aparentemente se enteró de las noticias camino de su casa y tomó una de sus famosas decisiones.

Volvió a tocar los papeles y frunció el ceño.

—No hay nada más que hacer. ¿Sabes lo que llegó ayer a continuación de esta noticia? La Estación Kline ha cancelado el contrato con Galac-Tech. Era la primera estación a donde íbamos a enviar a los cuadrúmanos. Pagaron la multa sin decir una palabra. La Estación Kline fue hacia Beta Colony y deben de haberlo averiguado hace varias semanas o meses. Llegaron a un acuerdo con un contratista betano que, según suponemos, está trabajando a precios inferiores a los nuestros. El Proyecto Cay está arruinado. No podemos hacer nada, salvo ocultar todo esto e irnos de aquí lo más rápidamente posible. Cuanto antes, mejor. ¡Maldición! De manera que ahora estoy asociado a un proyecto perdedor. Voy a terminar oliendo a pérdida.

—¿Ocultarlo? Pero, ¿cómo? ¿Qué quieres decir con ocultarlo?

—Es lo que prefiere esa perra de Apmad. Apuesto a que estaba satisfecha cuando dio esas órdenes. Los cuadrúmanos le daban palpitaciones nerviosas. Serán esterilizados y distribuidos en los planetas. Todos los embarazos en curso serán abortados. ¡Mierda! Y tenemos quince. ¡Qué fiasco! Un año de mi carrera que se va por la borda.

—Dios, Bruce. No vas a llevar a cabo esas órdenes, ¿o sí?

—¿No? Mírame. —Van Atta miró con fijeza a Leo, mientras se mordía los labios. Leo también sintió la tensión y empalideció por la furia contenida—. ¿Qué quieres que haga, Leo? Apmad podría haber ordenado que los exterminaran. Recibirán una pena más liviana. Podría haber sido peor.

—¿Y si lo hubiera sido? ¿Si ella hubiera ordenado que los mataran? ¿Habrías llevado a cabo su orden? —preguntó Leo, con engañosa calma.

—No lo hizo. Vamos, Leo. No soy inhumano. Es verdad, lo lamento por los pequeños. Estaba haciendo lo imposible para que fueran rentables. Pero no hay forma de luchar contra esto. Todo lo que puedo hacer es que sea lo más rápido, limpio y menos doloroso posible. Tal vez alguien en la compañía lo aprecie.

—¿Menos doloroso para quién?

—Para todos. —Van Atta se puso más serio y se inclinó hacia Leo—. Eso significa que no necesito que se desparramen los rumores y el pánico por doquier. ¿Me oyes? Quiero que se siga con las operaciones hasta el último minuto. Tú y todos los demás instructores continuaréis con las clases, como si los cuadrúmanos fueran realmente a salir en sus asignaciones, hasta que las instalaciones planetarias estén listas y podamos comenzar a enviarlos. Tal vez enviemos primero a los más pequeños. Supuestamente, las partes salvables del Hábitat serán trasladadas en órbita a la Estación de Transferencia. Podríamos reducir costos si usásemos a los cuadrúmanos para esta última tarea.

—Para después encarcelarlos…

—Vamos, deja de dramatizar. Los pondrán en unos barracones perfectamente normales, que pertenecieron a los trabajadores de perforación y que abandonaron hace seis meses, cuando se secó el campo. —El rostro de Van Atta se iluminó, como si se autofelicitara—. Yo mismo lo descubrí, cuando estaba buscando posibles lugares para ellos. No costará casi nada reacondicionarlos, si se tienen en cuenta los costos de una construcción nueva.

Leo se lo imaginaba. Se estremeció.

—¿Y qué pasará dentro de catorce años, cuando Orient IV expropie Rodeo?

Van Atta agitó las manos en el aire, exasperado.

—¿Cómo diablos quieres que lo sepa? A esas alturas, ya será un problema de Orient IV. Esto es todo lo que puede hacer un ser humano, Leo.

Leo esbozó una sonrisa y con una macabra insensibilidad añadió:

—No estoy seguro… de todo lo que puede hacer un ser humano. Nunca había llegado hasta el límite. Pensaba que sí lo había hecho, pero ahora me doy cuenta de que no. Mis pruebas sobre mi persona nunca fueron destructivas.

Esta prueba tenía un orden de magnitud mucho mayor. Tal vez en este caso, el Probador rechazaba lo que pudiera ser humano. Leo intentó recordar cuánto tiempo había pasado desde que había rezado e inclusive creído. Llegó a la conclusión que nunca como ahora. Nunca antes había necesitado tanto…

Van Atta frunció el ceño, sospechoso.

—Eres extraño, Leo. —Enderezó la columna vertebral, como si buscara una postura de mando—. En caso de que no hayas comprendido mi mensaje, déjame que te lo repita en voz alta y clara. No debes mencionar esta historia de la gravedad artificial a nadie, en especial a los cuadrúmanos. Igualmente, guarda el secreto sobre su destino planetario. Dejaré que Yei busque la manera de que lo acepten sin patalear. Es hora de que Yei se gane su sustancioso salario. Ni rumores, ni pánico, ni revueltas de los trabajadores. Y si algo de esto ocurre, sabré a quién clavar en la pared. ¿Entendiste?

La sonrisa de Leo era canina, encubridora… todo.

—Comprendido.

Se retiró sin darse la vuelta, sin decir palabra.

En general, era muy difícil encontrar a la doctora Yei. Se había acostumbrado a circular entre los cuadrúmanos, observar su comportamiento, tomar notas, hacer sugerencias. Pero esta vez, Leo la encontró de inmediato, en su oficina. Había papeles desparramados por todas partes y su escritorio estaba iluminado por un árbol de Navidad. ¿Celebraban Navidad en el Hábitat?, se preguntó Leo. Sin saber por qué, pensó que no.

—¿Ha oído hablar de…?

Su rostro afligido respondió a la pregunta de Leo, aunque su palidez y su respiración entrecortada habían terminado de formularla.

—Sí —dijo con cansancio, mientras levantaba la vista—. Bruce acaba de inundar mi escritorio con la logística de evacuación del personal de todo el Hábitat para que la organice. Como él es ingeniero, me dice, se dedicará al desmantelamiento de las instalaciones y a la recuperación de los equipos. Tan pronto corno yo le saque los chimpancés del medio. Discúlpeme, los malditos chimpancés.

Leo sacudió la cabeza, desesperado.

—¿Va a hacerlo?

La doctora se encogió de hombros y frunció los labios.

—¿Cómo puedo dejar de hacerlo? ¿Yéndome furiosa? No cambiaría nada. Este asunto no será menos brutal si yo me voy. Podría ser mucho peor.

—No veo por qué —insistió Leo.

—¿No? No, creo que no lo entiende. Nunca ha apreciado en qué situación tan peligrosa estaban los cuadrúmanos aquí. Pero yo sí. Un paso equivocado y… al diablo con todo. Yo sabía que Apmad necesitaba un tratamiento cuidadoso. Todo se me escapó de las manos. Aunque supongo que esta cuestión de la gravedad artificial habría matado el proyecto, fuera quien fuese la persona que estuviera al cargo. Somos muy afortunados de que Apmad no haya ordenado que eliminaran a los cuadrúmanos. Tiene que entenderlo, tuvo algo así como cuatro o cinco abortos por defectos genéticos cuando era joven. No había manera de cambiar la situación. Finalmente, se dio por vencida, se divorció, aceptó un empleo fuera del planeta con Galac-Tech y fue escalando posiciones. Tiene un profundo interés emocional en sus prejuicios contra la manipulación genética. Yo lo sabía. Todavía puede ordenar que maten a los cuadrúmanos, ¿me entiende? Cualquier informe de problemas o de disturbios, magnificado por sus paranoias genéticas, y… —dijo, con los ojos cerrados, mientras se masajeaba la frente con las yemas de los dedos.

—Ella puede ordenarlo. Pero, ¿quién dice que usted tiene que llevarlo a cabo? Usted dijo que se preocupaba por los cuadrúmanos. Tenemos que hacer algo —dijo Leo.

—¿Qué? —Yei abrió sus puños cerrados—. ¿Qué, qué, qué? Uno o dos, hasta yo podría adoptar uno o dos y nevarlos conmigo, sacarlos de contrabando por algún medio. ¿Quién sabe? ¿Y después qué? Si vivieran en un planeta conmigo, socialmente relegados como lisiados, anormales, imitantes… Tarde o temprano, llegarían a la madurez y entonces, ¿qué? ¿Y qué pasaría con los otros? ¡Son un millar, Leo!

—Y si Apmad realmente ordenara que los exterminaran, ¿qué excusa encontraría entonces para no hacer nada?

—Oh, váyase —protestó—. Usted no llega a apreciar las complicaciones de la situación. Ninguna. ¿Qué cree que puede hacer una persona? Yo tenía mi propia vida, antes de que este empleo la devorara. Di seis años, cinco años y nueve meses más que usted. Di todo lo que pude. Estoy agotada. Cuando salga de este agujero, no querré volver a oír hablar de cuadrúmanos en toda mi vida. No son mis hijos. Yo no tuve tiempo de tener hijos.

Se frotó los ojos con enojo y respiró profundamente. ¿Lágrimas? ¿O sólo bilis? Leo no lo sabía. Tampoco le importaba.

—No son los hijos de nadie —dijo Leo—. Ese es el problema. Son una especie de… huérfanos genéticos o algo así.

—Si no va a decir nada útil, por favor váyase —repitió Yei. Con una mano señaló el montón de papeles—. Tengo mucho trabajo por hacer.

Leo nunca le había pegado a una mujer desde que tenía cinco años. Se retiró, temblando.

Recorrió los pasillos en dirección a su dormitorio, mientras intentaba calmarse. ¿Qué era lo que esperaba obtener de Yei, de todas maneras? ¿Alivio de responsabilidades? ¿Iba a poner su conciencia sobre su escritorio, como había hecho Bruce, y decir «Cuídela»?

Y sin embargo, sin embargo, sin embargo… Tendría que haber una solución en alguna parte. Podía sentirlo, como si le apretaran las entrañas, una frustración creciente. El problema que se negaba a desintegrarse, la solución evasiva… Había solucionado problemas de ingeniería que, al principio, se presentaban como paredes sólidas, imposibles de trepar. No sabía de dónde venían los saltos más allá de la lógica que los habían resuelto. Lo único que sabía era que no era un proceso consciente, no importaba el esmero que pusiera para esquematizarlo post facto. No podía solucionarlo y no podía deshacerse de él. Por el contrario, insistía en atraparlo, al igual que uno intenta atrapar un cangrejo, en una locura compulsiva. Las ruedas giraban, sin impartir ningún movimiento.

—Está aquí —murmuró, mientras se tocaba la cabeza—. Puedo sentirlo. Sólo que… no puedo… verlo…

Tenían que salir del espacio local de Rodeo como fuera. Hasta ahí, todo estaba claro. Todos los cuadrúmanos. Aquí no había ningún futuro. Era una organización legal muy peculiar. ¿Qué podía hacer? ¿Secuestrar una nave de Salto? Pero las naves de transporte de personal no llevaban más de trescientos pasajeros. También se imaginaba llevando un… ¿Un qué? ¿Un arma? No tenía una pistola. Lo único que podía encontrar en su bolsillo era un destornillador… Eso es, apuntar con el destornillador a la cabeza del piloto y gritar: «Llévenos hasta Orient IV». Allí lo arrestarían de inmediato y lo pondrían en prisión durante los próximos veinte años, por piratería. Y los cuadrúmanos quedarían solos para hacer… ¿Para hacer qué? Ni en sueños podría secuestrar tres naves al mismo tiempo y ése era el número mínimo necesario.

Sacudió la cabeza.

—Alguna posibilidad —murmuró Leo—. Alguna posibilidad… alguna posibilidad…

Orient IV no querría a los cuadrumanos. Nadie iba a quererlos. ¿Cuál sería su futuro aun si lograran liberarse de Galac-Tech? Huérfanos gitanos, alternativamente ignorados, explotados o maltratados, por su dependencia del estrecho medio de instalaciones espaciales en la cadena de la humanidad. Hablemos de las trampas de la tecnología. Se imaginaba a Silver… No le costaba mucho imaginarse a qué tipo de explotación sería sometida, con esa cara tan bonita y ese cuerpo hermoso. No habría lugar para ella allí afuera…

¡No! Leo negó en silencio. El universo era tan enorme. Tenía que haber un lugar. Un lugar que les fuera propio, lejos, lejos de las trampas de la llamada civilización humana. Las historias de otros experimentos sociales utópicos anteriores no eran alentadoras, pero lo cuadrúmanos eran excepcionales, en todo sentido.

En una fracción de segundo, tuvo una idea. No surgió como una cadena de razonamiento, más palabras, palabras, palabras, sino como una imagen, completa desde el primer momento, inherente, coherente, holística, gestaltiana, inspirada. Todas las horas de vida que le quedaban serían una exploración lineal de su plenitud.

Un sistema estelar con una estrella M, G o K, suave, estable. A su alrededor, un gigante gaseoso joviano con un anillo de metano e hielo, de donde extraer oxígeno, agua, nitrógeno e hidrógeno. Y, lo más importante de todo, un cinturón de asteroides.

Y otras tantas carencias igualmente importantes. Ningún planeta similar a la Tierra orbitando allí, que atrajera la competencia. Ninguna ruta de naves de importancia estratégica para cualquier conquistador potencial. La humanidad pasó por cientos de sistemas similares, en la incesante búsqueda de nuevas Tierras. Desaparecieron, junto con sus mapas.

Una cultura cuadrúmana que se expandiera por el cinturón desde su base inicial. Una sociedad de cuadrúmanos, por los cuadrúmanos, para los cuadrúmanos. Se harían excavaciones en la roca, para protegerse de la radiación y para encerrar el precioso aire. Excavaciones que se expandirían, a salto de rana, de una roca a la otra, en donde se construirían nuevos hogares. Habría minerales alrededor, muchos más de los que llegarían a necesitar. Todas las granjas de Hidroponía para Silver. Un nuevo mundo a construir. Un mundo espacial que hiciera que la Estación Morita pareciera un juguete.

—¡Bien! —los ojos de Leo se abrieron de placer—. Después de todo, es un problema de ingeniería.

Quedó suspendido en el aire, pensativo. Afortunadamente, no había nadie en el pasillo en ese momento. Si no habrían pensado que estaba loco o drogado.

La solución había estado ante sus ojos todo el tiempo, invisible, hasta que él había cambiado. Se rió con demencia, poseído. Se entregó a su proyecto sin reservas. Por completo. No había límites para lo que podía hacer un hombre, si se entregaba por completo y no cedía en nada.

No retroceder, no mirar hacia atrás, ya que no habría manera de volver atrás. Desde un punto de vista literal y médico, ésa era la clave de la cuestión. Los hombres se adaptaban a la caída libre. Era justamente volver hacia atrás lo que los convertía en lisiados.

—Yo soy un cuadrúmano —murmuró Leo, con sorpresa. Se miró las manos. Apretó y aflojó los dedos—. No soy más que un cuadrúmano con piernas.

No iba a retroceder.

En cuanto a la base inicial, ya estaba volando en ella en ese preciso instante. Sólo era necesaria una reconfiguración. La cadena de pensamientos se abocó a las posibilidades, con demasiada velocidad como para analizarlas. No necesitaba secuestrar una nave espacial. Ya estaba en una. Todo lo que necesitaba era un poco de energía.

Y la energía estaba al alcance de la mano en la órbita de Rodeo. En este momento la estaban desperdiciando gratuitamente para sacar productos petroquímicos de la órbita. ¿Qué podía representar una masa petroquímica, comparada con una parte del Hábitat Cay? Leo no lo sabía, pero sí podía averiguarlo. Los números estarían de su parte, de todos modos, más allá de cuales fueran las magnitudes precisas.

Los propulsores de carga podrían trasladar el Hábitat, si fuera reconfigurado apropiadamente, y cualquier cosa que pudieran trasladar los propulsores también podría trasladar una de las monstruosas naves de Salto. Todo estaba allí. Todo lo necesario para la conquista.

Para la conquista… 84

8

Leo tuvo que merodear durante una hora por el Hábitat hasta que pudo ver que Silver estaba sola, en una pantalla de monitor, en un pasillo que venía del gimnasio de caída libre.

—¿Hay algún lugar en el que podamos hablar en privado? —le preguntó—. Quiero decir, con absoluta intimidad.

Su mirada cautelosa a su alrededor confirmó que le había comprendido perfectamente. Sin embargo, parecía dudar.

—¿Es muy importante?

—Vital. Una cuestión de vida o muerte para los cuadrúmanos. Así de importante.

—Bien… Espere uno o dos minutos y luego sígame.

La siguió lenta y disimuladamente por el Hábitat. En una u otra esquina, se dejaba llevar por un destello de cabello brillante y camiseta azul. De repente, en un pasillo, la perdió.

—¿Silver?

—¡Shhh! —le dijo al oído. Había un recoveco en la pared y una de sus manos fuertes tiró de él, como un pez en el sedal.

El espacio estuvo oscuro sólo por un momento, hasta que, con un silbido, se abrieron unas compuertas y entraron en una cámara de forma extraña, de unos tres metros de ancho. Flotaron hacia ella.

—¿Qué es esto? —preguntó Leo, sorprendido.

—El Clubhouse. Bueno, nosotros lo llamamos así. Lo construimos en este lugar escondido. No se puede ver desde fuera, a menos que uno mire desde el ángulo correcto. Tony y Pramod construyeron las paredes externas. Siggy hizo el trabajo de las tuberías; otros, el de los cables… Construimos las puertas con repuestos.

—¿Y no faltaron en los inventarios?

Su sonrisa no era en absoluto inocente.

—Los cuadrúmanos también hacemos la entrada a los registros del ordenador. Los repuestos dejaron de existir en los inventarios. Éramos un grupo grande trabajando en esto. Lo terminamos hace apenas dos meses. Siempre pensé que la doctora Yei y el señor Van Atta habían averiguado lo de este sitio cuando me interrogaron —su sonrisa desapareció al recordar—, pero nunca me hicieron ninguna pregunta. Ahora los únicos vídeos que tenemos son los que estaban guardados aquí y Darla todavía no ha terminado el sistema de proyección.

Leo miró hacia una consola de holovídeo vacía, obviamente en proceso de reparación, adosada a la pared. Había otras comodidades: iluminación, un gabinete en la pared, lleno de botellitas pequeñas de aumentos disecados extraídos de Nutrición, uvas, cacahuetes y cosas por el estilo. Leo recorrió lentamente la habitación, mientras examinaba minuciosamente el trabajo de mano de obra. Era muy bueno.

—¿Este lugar fue idea tuya?

—Algo así. No podría haberlo hecho yo sola. Ya me entiende, está estrictamente prohibido que yo lo haya traído aquí —agregó Silver—. Así que es mejor que lo que me tiene que decir sea importante.

—Silver —dijo Leo—, es tu respeto tan pragmático de las reglas lo que te convierte en la cuadrúmana más valiosa de todo el Hábitat en este momento. Te necesito. Necesito tu valentía y todas esas otras cualidades que la doctora Yei llamaría antisociales. Tengo que hacer un trabajo que tampoco puedo hacer yo solo. —Respiró profundamente—. ¿Cómo verían los cuadrúmanos la idea de tener su propio asteroide?

—¿Qué? —exclamó Silver, con los ojos bien abiertos.

—Brucie-Baby intenta que esto sea un secreto, pero se ha programado la finalización del Proyecto Cay. Y quiero que entiendas el sentido más siniestro de la palabra finalización.

Le contó en detalle el rumor de la antigravedad y todo lo que ya había oído. Inclusive, los planes secretos de Van Atta para la eliminación de los cuadrúmanos. Con creciente pasión, describió su visión de la huida. No fue necesario que repitiera nada.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó Silver, cuando terminó.

—No mucho. Como máximo, unas semanas. Me quedas seis días antes de que me vea obligado a tomarme mi permiso de gravedad. Tengo que encontrar una manera de escapar a ese permiso. Me temo que si me voy, no me permitirán volver aquí. Nosotros. … vosotros los cuadrúmanos tenéis que elegir ahora. Yo no puedo hacerlo por vosotros. Yo sólo puedo colaborar en algunas cosas. Si no podéis salvaros a vosotros mismos, estaréis perdidos. Os lo garantizo.

Silver suspiró con un silbido silencioso. Se veía bastante perturbada.

—Pensaba… cuando veía a Tony y a Claire, que estaban haciendo las cosas de la manera equivocada. Tony hablaba de encontrar trabajo, pero no pensó en llevarse un traje de trabajo consigo. Yo no quería cometer los mismos errores. No estamos hechos para viajar solos, Leo. Tal vez sea algo que nos pusieron adentro.

—¿Puedes traer a los otros? —le preguntó Leo con ansiedad—. ¿En secreto? Déjame que te diga algo. Si hay algo que terminaría rápido con esta pequeña revolución sería que algún cuadrúmano tuviera miedo y hablara, tratando de colaborar. Ésta es una verdadera conspiración. Todas las reglas quedan excluidas. Yo sacrifico mi empleo, me arriesgo a un proceso legal, pero vosotros arriesgáis mucho más.

—Hay algunos a los que habría que decírselo en el último momento —dijo Silver, pensativa—. Pero puedo convencer a los más importantes. Tenemos nuestras propias maneras para que los de los planetas no se enteren de nuestros secretos.

Leo observó la habitación, más tranquilizado.

—Leo… —lo miró fijamente, con esos ojos azules—, ¿cómo vamos a deshacernos de la gente de los planetas?

—Bueno, no podremos meterlos en una nave y enviarlos a Rodeo. Seguro que no. Desde el momento en que esto se sepa, puedes estar segura de que no enviarán más suministros al Hábitat. —Sitiados era la palabra que la mente de Leo había sugerido, pero que evitó cuidadosamente—. Lo que he pensado es que los podemos llevar a todos a un módulo, introducir oxígeno de emergencia, desprender ese módulo del Hábitat y utilizar los propulsores para llevarlo en órbita hasta la Estación de Transferencia. A esa altura, pasarán a ser problema de Galac-Tech, no nuestro.

—Con suerte, eso también revolucionará las cosas en la Estación de Transferencia y nos dará un poco más de tiempo.

—¿Cómo planea llevarlos a todos a un módulo?

Leo se movió, incómodo.

—Bueno, ése es el punto donde no hay retorno, Silver. Hay muchas armas a nuestro alrededor aquí, sólo que no las reconocemos porque las llamamos herramientas. Un soldador láser sin el pestillo de seguridad es tan efectivo como un arma. Hay varias docenas en los talleres. Habría que apuntarlos y decirles «Moveos»… y se moverán.

—¿Qué pasa si no lo hacen?

—Entonces disparáis. O elegís no hacerlo y os llevarán abajo, a una muerte lenta y estéril. Y elegís por todos, no sólo por vosotros mismos.

Silver sacudió la cabeza.

—No creo que sea un buena idea, Leo. ¿Qué pasa si alguien tiene miedo y dispara de verdad? Alguien resultaría gravemente herido.

—Bueno… sí. Ésa es la idea.

Su rostro traslucía desesperación.

—Si tengo que dispararle a Mama Nula, prefiero que me lleven abajo y morir.

Mama Nilla era una de las encargadas de la guardería preferida de los cuadrúmanos. Leo la recordaba vagamente. Una mujer un tanto mayor… No había tenido oportunidad de conocerla bien, porque sus clases no incluían a los cuadrúmanos más pequeños.

—Yo pensaba más en términos de dispararle a Bruce —confesó Leo.

—Tampoco estoy segura de poder hacerle eso al señor Van Atta —dijo Silver —. ¿Alguna vez ha visto una quemadura de láser, Leo?

—Sí.

—Yo también.

Hubo un breve silencio.

—No podemos desobedecer a nuestros maestros —dijo Silver finalmente—. Todo lo que tendría que decir Mama Nilla sería «Dame eso, Siggy», con esa voz que tiene, y él se lo daría. No es… no es una buena idea, Leo.

Leo juntó las manos, con desesperación.

—Pero tenemos que sacar a esta gente de los planetas del Hábitat o no podremos hacer nada. Y si no hacemos nada, volverán a tomarlo y estaréis mucho peor que cuando comenzasteis.

—¡Muy bien, muy bien! Tenemos que deshacernos de ellos. Pero ésa no es la manera. —Hizo una pausa y lo miró—. ¿Sería capaz de dispararle a Mama Nilla? ¿Piensa que… Pramod podría dispararle a usted?

Leo suspiró.

—Probablemente no. No a sangre fría. Incluso los soldados en batalla tienen que llegar a un estado especial de excitación mental para disparar a personas completamente extrañas.

Silver parecía aliviada.

—Muy bien. Entonces, ¿qué otra cosa tendríamos que hacer? Suponiendo que tomáramos el Hábitat.

—Se puede remodelar el Hábitat con herramientas y suministros que ya están a bordo, aunque todo tendrá que ser racionado cuidadosamente. Tendremos que defender el Hábitat de cualquier intento por parte de Galac-Tech de recapturarlo mientras todo esto sigue su curso. Los soldadores láser de alta densidad y energía podrían ser efectivos para disuadir a las naves que intenten abordarnos… si alguien se animara a dispararnos —agregó Leo en un tono seco—. Afortunadamente el inventario de la compañía no incluye naves de ataque armadas. Una verdadera fuerza militar pondría un rápido fin a esta pequeña revolución. —Su imaginación seguía proporcionando detalles—. Nuestra única defensa real es irnos antes de que Galac-Tech produzca una. Esta operación requerirá de un piloto de Salto.

Leo la estudió nuevamente.

—Ahí es donde entras tú en juego, Silver. Conozco un piloto que pasará por la Estación de Transferencia muy pronto, que podría ser secuestrado con mayor facilidad que la mayoría. Especialmente, si tú aplicas tu persuasión personal.

—Ti.

—Ti —confirmó Leo.

—Puede ser.

Leo sentía náuseas. Ti y Silver mantenían una relación desde antes de su llegada. En realidad, no estaba utilizando a Silver. La lógica lo dictaba. De repente se dio cuenta de que lo que en realidad quería era alejarla lo más posible del piloto de Salto. ¿Para qué? ¿Para conservarla para él? Ponte serio, pensó. Eres demasiado viejo para ella. Ti tenía… ¿veinticinco años, tal vez? Quizá fuera violentamente celoso. Ella debía preferirlo a él. Leo intentó sentirse viejo. No le costó mucho. La mayoría de los cuadrúmanos le hacían sentir de ochenta años. Volvió a concentrarse en la tarea por delante.

—La tercera cosa que tendremos que hacer —Leo eligió las palabras y llegó a la conclusión de que no había muchas maneras de decirlo, porque se trataba de algo demasiado preciso— es conseguir una nave de Salto de carga. Si esperamos a poder llevar el Hábitat hasta el agujero de gusano, Galac-Tech tendrá tiempo de sobra para pensar en cómo defenderse. Eso significa —reflexionó sobre el próximo paso a seguir con cierta angustia— que tenemos que enviar una fuerza para secuestrar una nave. Y yo no puedo ir allí y a la vez quedarme aquí para defender y remodelar el Hábitat… Tendrá que ser una fuerza de cuadrúmanos. No sé… —Leo prosiguió—, tal vez ésta no sea una gran idea, después de todo.

—Envía a Ti con ellos —sugirió Silver—. Él sabe más de esas naves de carga que nosotros.

—Uhmm —dijo Leo, con cierto optimismo. Si iba a prestar atención a todas las contrariedades de esta huida, era mejor que abandonara todo ahora y así evitaría todos esos inconvenientes. Al diablo con las contrariedades. Confiaría en Ti. Si fuera necesario, creería en duendes, en ángeles y hasta en hadas. —Eso significa que sobornar a Ti es el paso número uno en los planes —razonó Leo en voz alta—. Desde el momento en que él falte, nuestro plan estará al descubierto, en una carrera contra reloj. Eso significa que es mejor que hagamos los planes del traslado del Hábitat con anticipación. Y… ¡Oh, Dios! —los ojos de Leo se iluminaron. —¿Qué sucede?

—Se me acaba de ocurrir una idea brillante para tener un buen inicio…

Leo calculó su entrada meticulosamente. Esperó a que Van Atta hubiera estado encerrado en su oficina en el Hábitat, durante las primeras dos horas del turno. Para entonces, el jefe del proyecto comenzaría a pensar en tomar café y en cómo superar la frustración que siempre se siente cuando hay que atacar un problema nuevo. En este caso, desmantelar el Hábitat I Leo podía imaginar casi con precisión el estado de desorden en que estarían sus planes. Él mismo ya había pasado por esto unas ocho horas antes, encerrado en su dormitorio, inspirándose en el ordenador para hacer que sus programas fueran inaccesibles a los curiosos. Los planes de seguridad militar que habían sido utilizados en el proyecto del crucero Argus funcionaban de maravilla. Leo estaba seguro de que nadie en Hábitat, ni siquiera Van Atta y mucho menos Yei poseía una clave mejor.

Van Atta frunció el ceño, detrás de una pila de papeles, cuando la pantalla del terminal centelleó con una serie de esquemas coloreados de todo el Hábitat — ¿Ahora qué quieres, Leo? Estoy ocupado. Los que pueden, trabajan. Los que no pueden, enseñan Y los que no pueden enseñar, terminó Leo en silencio, van a parar ala administración. Conservó su sonrisa habitual, sin dejar que sus pensamientos se vieran reflejados en la más mínima reflexión.

—He estado pensando, Bruce —dijo Leo—. Me gustaría ofrecerme como voluntario para el trabajo de desmantelación del Hábitat.

—¿Lo harías? —Van Atta levantó las cejas sorprendido y las volvió a bajar con sospecha—. ¿Por qué? A Van Atta le costaba creer que fuera producto de la bondad de su corazón. Leo estaba preparado.

—Porque, si bien me cuesta muchísimo admitirlo, tenías razón, como siempre. He pensado en lo qué voy a sacar en limpio de esta asignación. Contando el tiempo de viaje, he desperdiciado cuatro meses de mi vida y muchos más, antes de que todo esto termine y no he sacado nada en limpio, salvo unas manchas negras en mi curriculum.

—Tú mismo fuiste el responsable —le recordó Van Atta, mientras se frotaba el mentón, en donde el hematoma ya estaba tomando un color verdoso.

—Perdí la perspectiva durante un tiempo, es verdad —admitió Leo—. Ya la he recuperado.

—Un poco tarde —comentó Van Atta.

—Pero podría hacer un buen trabajo —argumentó Leo, a la vez que se preguntaba cómo uno podía lograr el efecto de un tipo avergonzado en caída libre. Pero era mejor no exagerar—. Realmente necesito una recomendación, algo que contrarreste aquellas reprimendas. Se me han ocurrido algunas ideas que podrían resultar en un porcentaje de recuperación bastante elevado y así se reducirían los costos. Eso te sacaría todo el trabajo minucioso de las manos y estarías libre para administrar.

—Uhmm —gruñó Van Atta, claramente entusiasmado por la visión de una oficina que vuelve a su serenidad primitiva. Estudió a Leo, con mirada punzante—. Muy bien. Hazlo. Aquí tienes mis apuntes, son todos tuyos. Ah, envía todos los planes e informes a mi oficina. Yo me encargaré de que sigan su curso. Después de todo, ése es mi trabajo, la administración.

—Con mucho gusto. —Leo recogió el montículo de papeles. Sí, te los enviaré, así podrás reemplazar mi nombre por el tuyo. Leo podía ver cómo se acentuaba el brillo en los ojos de Van Atta. Deja que Leo haga el trabajo y Van Atta se lleve todo el mérito. Oh, recibirás el mérito de cómo va a terminar este proyecto, Brucie Baby. Todo el mérito. Necesito algunas otras cosas —pidió Leo humildemente—. Quiero que todos los equipos de cuadrúmanos que puedan abandonar sus tareas regulares se incorporen a mis clases. Estos chicos inútiles van a aprender a trabajar como nunca trabajaron antes. Suministros, equipos, autorización para obtener propulsores y combustible. Tengo que realizar alguna supervisión in situ. y necesito poder ordenar a otros cuadrúmanos cualquier tarea que sea necesaria. ¿Estás de acuerdo?

—¿También te estás ofreciendo de voluntario para comunicar el proyecto? — La ambición de venganza se vio reflejada en el rostro de Van Atta. Luego vino la duda—. ¿Qué te parece si mantenemos todo esto en secreto hasta el último momento?

—Al principio, puedo presentar los planes preliminares como un ejercicio teórico en clase. Ganar una semana o dos. Pero a la larga, tendrán que enterarse.

—No tan pronto. Te hago responsable de que los chimpancés estén bajo control. ¿Te has enterado?

—De acuerdo. ¿Tengo la autorización? Ah… además voy a necesitar un aplazamiento a mi permiso en Tierra.

—A las Oficinas Centrales no les va a gustar. Es un riesgo.

—Eres tú o yo, Bruce.

—Cierto… —Van Atta sacudió una mano en el aire y se reclinó. Pasó de un tono molesto a un tono lánguido—. Muy bien. Cuenta con ello.

Un cheque en blanco. Leo reprimió una risa rapaz detrás de una sonrisa servil.

—Recordarás esto más adelante. ¿Verdad, Bruce?

Van Atta apenas abrió la boca.

—Lo garantizo, Leo. Lo recordaré todo.

Leo se inclinó para saludar y salió, irradiando gratitud.

Silver asomó la cabeza por la puerta del cubículo privado de la nodriza de la guardería.

—¿Mama Nilla?

—¡Shh! —Mama Nilla se llevó un dedo a los labios y movió la cabeza, en dirección a Andy, que dormía en un saco contra la pared. La cabeza le asomaba. Ella suspiró—: Por amor de Dios, no despiertes al bebé. Ha estado tan molesto… Creo que la fórmula no se lleva bien con él. Ojalá el doctor Minchenko estuviera de vuelta. Ten, saldré al pasillo.

Las puertas se cerraron detrás de ella. Lista para irse a dormir, Mama Nilla se había cambiado el uniforme de trabajo rosado por un pijama floreado, ajustado en su amplia cintura. Silver tuvo que contener sus ganas de abrazar ese cuerpo suave, como lo había hecho en momentos de desesperación cuando era pequeña. Ahora era demasiado grande como para acurrucarse allí, pensó en tono severo.

—¿Cómo está Andy? —preguntó, mientras señaló las puertas cerradas.

—Muy bien —respondió Mama Nilla—. Aunque espero solucionar este problema de la fórmula pronto. Y… bueno… No estoy segura de que se pueda llamar depresión, exactamente, pero su período de atención parece más corto y se pone inquieto. Pero no le digas esto a Claire. Pobrecita, ya tiene suficientes problemas. Dile que está bien.

Silver asintió.

—Comprendo.

Mama Nilla continuó:

—Envié una protesta, pero mi supervisora la interceptó. «Mal momento», me dijo. Me parece que fue porque el señor Van Atta la asustó. Yo podría haber… De todas maneras, estuve trabajando horas extra como loca y pedí una asistente para la guardería, a mi cargo. Tal vez cuando se den cuenta de que esta tontería les está costando mucho dinero, terminarán aceptando. Creo que puedes decírselo a Claire.

—Sí —dijo Silver—, podrá tener un poco de esperanza.

Mama Milla suspiró.

—Me siento tan mal por todo esto. ¿Qué idea tuvieron esos chicos para intentar escapar? Yo castigaría a Tony. Y en cuanto a ese estúpido guardia de Seguridad, juro que… bueno… —sacudió la cabeza…

—¿Ha tenido alguna otra noticia sobre Tony que pueda comunicarle a Claire?

—Ah, sí. —Mama Nula miró a uno y otro lados del pasillo, para asegurarse de su intimidad—. El doctor Minchenko me llamó anoche por el canal personal. Me asegura que Tony ya está fuera de peligro, que tienen la infección bajo control. Pero todavía está muy débil. El doctor Minchenko tiene intención de traerlo aquí al Hábitat cuando finalice su permiso. Piensa que Tony completará su recuperación con mayor rapidez aquí arriba. Así que son buenas noticias que puedes comunicar a Claire.

Silver calculó con los dedos inferiores, sin que Mama Nilla pudiera verla, y respiró con alivio. Era un problema importante que Leo ya podía considerar resuelto. Tony estaría de regreso antes de que la revuelta se manifestara abiertamente. Tal vez, inclusive su regreso a salvo podría ser la señal inicial. Una sonrisa iluminó su rostro.

—Gracias, Mama Nilla. Son muy buenas noticias.

Revolución 101 para los Asombrados. Leo decidió que ése podría ser el título de su curso. O aún peor: 050: Revolución Terapéutica El grupo de cuadrúmanos, que lo esperaban ansiosamente en el módulo de conferencias, había aumentado oficialmente por la incorporación de los dos equipos encargados de los propulsores y por todos los cuadrúmanos en horas libres con quien Silver había podido contactar en secreto. Todos juntos, sumaban sesenta o setenta. El módulo de conferencias estaba tan colmado que Leo pensó que tendría que ocuparse de los planes de consumo y regeneración de oxígeno para el Hábitat remodelado. Había tensión en el aire, y también anhídrido carbónico. Leo llegó a la conclusión de que ya se habían expandido los rumores, vaya a saber Dios de qué manera. Era el momento de reemplazar los rumores por hechos.

Silver hizo una señal con las manos desde la puerta: todo estaba despejado. Levantó los pulgares y sonrió a Leo, en el momento en que entraba el último cuadrúmano. La puerta se cerró y Silver quedó fuera, montando guardia en el corredor.

Leo ocupó su lugar de conferencia en el centro. El centro, el eje del timón, donde se concentraba la mayor tensión. Después de un murmullo inicial, de cabezas que espiaban, hicieron silencio, con una atención que resultaba atemorizadora. Podía sentirlos respirar. Lo necesitaríamos aunque no fuera un ingeniero, Leo, había dicho Silver. Estamos demasiado acostumbrados a recibir órdenes de personas con piernas.

¿Estás diciendo que necesitas alguien que dé la cara?, le había preguntado Leo divertido.

¿Es así como lo dicen?

Se estaba volviendo demasiado viejo. Su cerebro hacía cortocircuito con alguna melodía de rock lejana, allá por esos años ruidosos de su adolescencia. Déjame ser tú hombre, nena. Llámame Leo, Llámame en cualquier momento, día o noche. Déjame ayudarte. Echó un vistazo a las compuertas cerradas. ¿El hombre que sacudía el bastón al frente del desfile podía dominarlo o el bastón lo dominaba a él? Tenía una extraña premonición de que pronto sabría la respuesta. Respiró profundamente y volvió a concentrarse en la sala de conferencias.

—Como algunos ya sabéis —comenzó Leo; sus palabras caían como piedras en un mar de silencio—, una nueva tecnología de gravedad ha llegado de los planetas. Aparentemente, se basa en una variación de las ecuaciones Necklin de tensores de campo, las mismas matemáticas que constituyen la base de la tecnología que utilizamos para introducirnos en esos orificios del espacio-tiempo que llamamos agujeros de gusano. No he podido obtener las especificaciones técnicas, pero al parecer, ya se ha desarrollado para su comercialización. La posibilidad teórica, hablando sinceramente, no es del todo innovadora, pero nunca sospeché que vería su uso en la práctica en toda mi vida. Evidentemente, tampoco lo sospecharon las personas que os crearon a vosotros, los cuadrúmanos.

»Hay una especie de simetría en todo esto. El avance en la bioingeniería genética que ha hecho posible vuestra existencia se basó en la perfección de una nueva tecnología, la réplica uterina, de Beta Colony. Ahora, apenas una generación después, la nueva tecnología que os hace obsoletos proviene de la. misma fuente. Porque en eso os habéis convertido, inclusive antes de entrar en pleno funcionamiento. Tecnológicamente obsoletos. Por lo menos, desde el punto de vista de Galac-Tech.

Leo hizo una pausa para tomar aire y ver cuáles eran sus reacciones.

—Ahora bien, cuando una máquina se vuelve obsoleta, la tiramos. Cuando la capacitación de un hombre se vuelve anticuada, lo hacemos volver al colegio. Pero vosotros lleváis la obsolescencia en los huesos. Puede ser un error cruel o… —hizo una pausa para poner más énfasis en sus palabras—, la mejor oportunidad que tendréis para convertiros en personas libres.

—No… no toméis notas —dijo Leo, cuando vio que todos inclinaban la cabeza sobre sus anotadores y resaltaban sus palabras más importantes con sus lápices ópticos a medida que la autotranscripción iba apareciendo en sus pantallas —. Esto no es una clase. Es la vida real.

Tuvo que detenerse un minuto para recuperar el equilibrio. Estaba seguro de que algún chico en el fondo estaba resaltando las palabras «notas… vida real».

Pramod, suspendido junto a él, levantó la cabeza. Tenía la mirada agitada.

—¿Leo? Había un rumor rondando por ahí que decía que la compañía nos iba a llevar a todos abajo y que nos iban a disparar. Como a Tony.

Leo sonrió.

—Ésa es la posibilidad menos probable. Os llevarán abajo, es cierto, a una especie de campo de concentración. Pero es así como se maneja el genocidio libre de culpa. Pasaréis de las manos de un administrador a las de otro, y luego a las de otro y así interminablemente. Os convertiréis en un gasto de rutina en el inventario. Los gastos aumentan, como siempre sucede. En respuesta, los empleados de la compañía que están para ayudaros empiezan a desaparecer gradualmente, ya que la compañía determina que sois «autosuficientes». Los equipos de soporte vital se deterioran con el tiempo. Cada vez hay más rupturas y el mantenimiento y el reabastecimiento son cada vez más erráticos.

»Luego, una noche —sin que nadie dé una orden ni apriete el gatillo—, ocurre alguna ruptura crítica. Solicitáis ayuda. Nadie os conoce. Nadie sabe qué hacer. Los que os pusieron allí ya no están. Ningún héroe toma la iniciativa, ya que la burocracia de la administración se encargó de que desapareciera toda iniciativa. El inspector encargado de la investigación, después de contar los cadáveres, descubre con alivio que no erais más que un elemento en el inventario. Los libros sobre el Proyecto Cay están cerrados hace tiempo. Terminado. Oculto. Puede tardar veinte años, tal vez sólo cinco o diez. En una palabra, se olvidan de vosotros hasta que muráis.

Pramod se llevó una mano a la garganta, como si ya hubiera empezado a sentir la atmósfera tóxica de Rodeo.

—Creo que prefiero que me maten —murmuró.

—Si no —Leo subió el tono de su voz—, podéis tomar vuestras vidas en vuestras propias manos. Venid conmigo y arriesgad todo lo que tenéis. Juego grande para ganancia grande. Dejadme decir algo —tragó para cobrar valor, ya que sólo un maníaco podría lograr que todo esto tuviera éxito—, dejadme que os cuente algo sobre la Tierra Prometida…

9

Leo se estiró para echar una mirada a la Estación de Transferencia desde el puesto de observación de la nave remolcadora de carga. La nave de pasajeros que provenía semanalmente de Orient IV ya estaba estacionada en el eje de la rueda. Seguramente, como acababa de llegar, todavía estaba en la fase de desembarco. Pero Leo pensó que para un piloto o ex piloto como Ti, nada sería más seductor que la idea de ir a bordo de inmediato, para echar un vistazo.

La nave de Salto desapareció de su vista cuando se desplazaban en espiral alrededor de la estación, en dirección a la escotilla de lanzadera que les había sido asignada. El cuadrúmano que pilotaba la nave remolcadora, una muchacha de cabello oscuro y piel color cobre, llamada Zara, llevaba la camiseta y los shorts azules, propios de la tripulación de los remolcadores. La muchacha alineó con precisión la nave y la colocó en la rampa de aterrizaje. Leo se inclinó a pensar que Zara sería uno de los mejores pilotos de la tripulación, después de todo, a pesar de sus prejuicios por la edad: apenas quince años.

El suave vector de aceleración de la rotación de la estación en este radio tironeó a Leo y su asiento mullido giró sobre sus soportes para ponerse en posición erguida. Zara sonrió a Leo por encima del hombro. Obviamente, estaba excitada por la sensación. Silver, en el asiento junto a Zara, parecía más dudosa.

Zara completó la letanía formal de verificaciones con el control de tráfico de la Estación de Transferencia y apagó los sistemas. Leo suspiró, con un alivio lógico, ya que el control de tráfico no había hecho ninguna pregunta sobre el propósito de su plan de vuelo, «Recoger materiales para el Hábitat Cay». Tampoco había una razón para que tuvieran que hacerlo. Leo no tenía ninguna intención de excederse en sus poderes de autorización. Todavía.

—Mira, Silver —dijo Zara y dejó caer un lápiz de sus dedos. Cayó con suavidad sobre el piso mullido que ahora era pared y rebotó haciendo un arco. Zara lo volvió a tomar con su mano inferior.

Leo esperó con resignación a que también Silver lo intentara.

—Vamos. Tenemos que alcanzar a Ti —dijo luego.

—Bien. —Silver se incorporó con las manos superiores sobre el reposacabezas, soltó las inferiores y dudó. Leo extrajo el par de pantalones grises que había traído para la ocasión y la ayudó a ponérselos por los brazos inferiores, hasta la cintura. Silver sacudió las manos y los pantalones le cubrieron los brazos. Hizo una mueca. No estaba acostumbrada a esa ropa ajustada que le dificultaba los movimientos.

—Muy bien, Silver —dijo Leo—, ahora los zapatos que le pediste a esa muchacha a cargo de Hidroponía.

—Se los di a Zara para que los guardara.

—Oh —dijo Zara. Se tapó la boca con una de las manos.

—¿Qué?

—Los dejé en el compartimento de carga. —¡Zara! —Lo siento…

Silver suspiró detrás de la nuca de Leo. —Tal vez sus zapatos, Leo —sugirió. —No sé… —Leo se sacó los zapatos y Zara ayudó a Silver a ponérselos en las manos inferiores.

—¿Qué tal? —dijo Silver con ansiedad. Zara frunció la nariz.

—Se ven un tanto grandes. Leo se detuvo junto a ella para ver el efecto en la oscuridad. Parecían bastante absurdos. Leo se miró los pies como si nunca los hubiera visto antes. Cuando los llevaba puestos él, ¿se verían igual de ridículos? Sus calcetines, de repente, parecían gigantescos gusanos. Los pies eran apéndices insanos.

—Olvídate de los zapatos. Devuélvemelos. Dejemos que las perneras de los pantalones te cubran las manos.

—¿Y qué pasa si alguien me pregunta por mis pies? —preguntó Silver, preocupada.

—Te los amputaron —sugirió Leo—, debido a un caso terrible de entumecimiento durante tus últimas vacaciones en el continente antártico.

—¿Eso queda en la Tierra? ¿Qué pasa si empiezan a hacerme preguntas sobre la Tierra?

—Entonces… entonces yo los criticaré por su falta de cortesía. Pero la mayoría de la gente se inhibe ante este tipo de preguntas. Inclusive podemos usar la historia original de que la silla de ruedas está en Equipajes Extraviados y que vamos allí para recuperarla. Lo creerán. Vamos. Todos a bordo.

Silver se aferró con los brazos superiores al cuello de Leo, mientras que los inferiores abrazaban su cintura, haciendo una leve presión, ya que de repente había tomado conciencia de su nuevo peso. Su respiración era cálida.

Pasaron por el tubo flexible y entraron a la Estación de Transferencia en sí. Leo se dirigió al elevador que subía o bajaba a lo largo de la rampa, hasta el borde donde deberían encontrar los cubículos de descanso de pasajeros.

Leo esperaba un elevador vacío. Pero volvió "a detenerse y otros subieron. De repente, Leo sufrió un espasmo de terror ante la sola idea de que a Silver se le ocurriera entablar una conversación amistosa. Tendría que haberle dicho explícitamente que no hablara con extraños. Sin embargo, mantuvo una tímida reserva. El personal de la Estación de Transferencia lo miraba con ojos furtivos, pero Leo fijó la mirada en la pared y nadie intentó romper el silencio.

Leo se tambaleó cuando salió del elevador en el borde externo, donde las fuerzas de gravedad estaban maximizadas. Tenía que admitir que tres meses en condiciones de ingravidez habían causado los efectos inevitables. Pero, en una gravedad intermedia, su peso y el de Silver no llegaban a su peso normal en la Tierra. Leo se escabulló tan pronto como pudo del concurrido vestíbulo.

Golpeó la puerta numerada del cubículo. Se abrió. Una voz masculina dijo: «Sí, ¿qué?» Habían encontrado al piloto de Salto. Leo esbozó una sonrisa atractiva y entraron.

Ti estaba recostado en la cama. Llevaba pantalones, camiseta y calcetines oscuros. Estaba escrutando un visor manual. Miró a Leo con cierta irritación, hasta ahora desconocida. Luego abrió los ojos cuando vio a Silver. Leo la depositó con la misma ceremonia con lo que se pone un gato a los pies de la cama. Ninguna. Luego se dejó caer en la única silla del cubículo, para recuperar el aliento.

—Ti Gulik. Tengo que hablar con usted. Ti se había reclinado sobre el respaldo de la cama, las rodillas recogidas y el visor a un lado, olvidado. —¡Silver! ¿Qué diablos estás haciendo aquí? ¿Quién es este tipo? —señaló a Leo con el pulgar.

—Es el profesor de soldadura de Tony. Leo Graf —respondió Silver. Con mucha habilidad, se dio la vuelta y se incorporó con sus manos superiores—.¡Qué rara me siento!

Levantó las manos superiores, como si estuviera haciendo equilibrio, pensó Leo. Parecía una foca apoya da en el trípode que formaban sus brazos inferiores. Puso de nuevo las manos superiores en la cama, para apoyarse y adoptar una postura de perro. La gravedad le había robado toda su gracia. No había duda. Los cuadrúmanos pertenecían a la ingravidez.

—Necesitamos su ayuda, teniente Gulik —comenzó a decir Leo, tan pronto como pudo—. Desesperadamente.

—¿A quién se refiere con nosotros? —preguntó Ti, en un tono sospechoso.

—Los cuadrúmanos.

—Ah —dijo Ti—. Bueno, en primer lugar, me gustaría señalar que ya no soy el teniente Gulik. Soy simplemente Ti Gulik. Estoy desempleado y es muy posible que no vuelva a tener un empleo. Gracias a los cuadrúmanos. O, en el último de los casos, a un cuadrúmano en especial. —Frunció el ceño y dirigió la mirada a Silver.

—Les dije que no era tu culpa —dijo Silver—. No quisieron escucharme.

—Por lo menos podrías haberme encubierto —dijo Ti, en un tono petulante —. Al menos, me debías eso.

Por la expresión en su rostro, bien podría haberle pegado.

—Un momento, Gulik —gruñó Leo—. Silver fue drogada y torturada para poder extraerle una confesión. Me da la impresión que las deudas aquí pasan por otro lado.

Ti se ruborizó. Leo calmó su disgusto. No podían permitirse el lujo de perder al piloto de la nave de Salto. Lo necesitaban demasiado. Por otra parte, ésta no era la conversación que Leo había ensayado. Ti debería volverse loco con esos ojos de Silver, la psicología de la recompensa y todo eso. Seguramente, él debía responder a su bondad. Si el joven no la apreciaba, no merecía tenerla… Leo hizo que sus pensamientos volvieran al asunto en cuestión.

—¿Ha oído hablar de esa nueva tecnología de gravedad artificial? —comenzó Leo, una vez más.

—Algo —admitió Ti.

—Bueno, ha echado por los suelos el Proyecto Cay. Galac-Tech se va a desentender del problema de los cuadrúmanos.

—Sí. Bueno, eso tiene sentido.

Leo esperó un momento a que hiciera su próxima pregunta lógica, pero nunca vino. Ti no era idiota. Estaba siendo deliberadamente duro de mollera. Leo siguió avanzando.

—Planean llevar a los cuadrúmanos a Rodeo, a unos barracones de trabajadores abandonados… —repitió la situación de «olvidados hasta la muerte» que le había descrito a Pramod una semana antes y levantó la vista para ver qué efecto producía.

La expresión del piloto se mantenía imperturbable y neutra.

—Bueno, lo siento mucho por ellos —dijo Ti sin mirar a Silver—, pero no llego a ver qué se supone que puedo hacer al respecto. Me voy de Rodeo dentro de seis horas, para no volver jamás… Lo cual por otra parte me parece muy bien. Este lugar es una fosa.

—Y a Silver y al resto de los cuadrúmanos los van a arrojar a esa fosa y les van a poner la tapa encima. Y el único crimen que han cometido es que se han vuelto tecnológicamente obsoletos. ¿Eso no le importa? —gritó Leo, acaloradamente.

Ti se incorporó, indignado.

—¿Usted quiere hablar de tecnología obsoleta? Le mostraré tecnología obsoleta. ¡Esto! —Se tocó con la mano las placas de implante en la frente y las sienes y la cánula en la nuca—. ¡Esto! Me entrené durante dos años y esperé en fila durante un años más para poder ser operado y que me implantaran esto. Es una versión codificada en bits de un tensor, porque es el sistema de Saltos que utiliza Galac-Tech, y ellos corrieron con parte de los gastos. Trans-Stellar Transport y otras pocas compañías independientes también lo utilizan. El resto del universo utiliza el sistema Necklin. ¿Sabe cuáles son mis posibilidades de ser contratado por TST, después de que me despidan en Galac-Tech? Ninguna. Cero. Nada. Si quiero tener un empleo como piloto de Salto, necesito que me operen y que me hagan un nuevo implante. Sin un empleo, no puedo afrontar el implante. Sin implante, no puedo conseguir un empleo. ¡Jódete, Ti Gulik!

Leo se inclinó hacia adelante.

—Le daré un empleo como piloto, Gulik —dijo Leo con claridad—. En la nave de Salto más grande que jamás haya visto. —Rápidamente, antes de que el piloto pudiera interrumpirlo, detalló su visión del Hábitat convertido en una nave colonia —. Todo está aquí. Lo único que necesitamos es un piloto. Un piloto que pueda trabajar en el sistema de Galac-Tech; Todo lo que necesitamos… es a usted.

Ti estaba completamente apabullado.

—¡No está hablando de locura! ¡Está hablando de robo! ¿Tiene noción de cuál sería el costo de la remo delación total? No le dejarían salir de la cárcel hasta el próximo milenio.

—No voy a ir a la cárcel. Voy a las estrellas con los: cuadrúmanos.

—Su celda estará acolchada.

—Esto no es un crimen. Es… una guerra o algo así. Girar la espalda e irse es un crimen. —No para ningún código penal que yo conozca.

—Muy bien. Entonces, un pecado.

—Oh hermano —dijo Ti, con los ojos mirando al cielo—. Ahora entiendo. Eres un enviado de Dios. ¿no es así? Déjame bajarme en la próxima parada; por favor.

Dios no está aquí. Alguien tiene que ocupar su lugar. Leo se alejó de esa línea de pensamiento. Celdas acolchadas, por cierto.

—Pensé que estaba enamorado de Silver. ¿Cómo puede abandonarla a una muerte lenta?

—Ti no está enamorado de mí —interrumpió Silver, con sorpresa—. ¿Qué le hizo pensar en eso, Leo.

—No, por supuesto que no —acordó débilmente—. Tú… tú siempre lo supiste, ¿no es verdad? Solí teníamos un acuerdo de beneficio mutuo. Eso todo.

—Así es —confirmó Silver—. Yo obtengo libros y grabados, Ti obtiene un alivio de su tensión psicológica, hombres de los planetas necesitan el sexo para sentirse bien. No pueden tolerar la tensión. No les permite coordinar. Genes salvajes, supongo.

—¿De dónde sacaste toda esa mierda…? —comenzó a decir Leo y se detuvo —. No importa. —Podía suponerlo. Cerró los ojos, los presionó con las yemas de los dedos e intentó recobrar su argumento perdido. Muy bien. Entonces para usted, Silver es… eliminable. Como un pañuelo de papel. Se suena la nariz en ella y luego la tira. Ti parecía molesto.

—¡Basta ya, Graf! No soy peor que cualquier otro. —Pero le estoy dando la oportunidad de ser mejor, ¿no entiende?

—Leo —volvió a interrumpir Silver. Ahora estaba recostada sobre su estómago, con el mentón apoyado una de sus manos superiores—. Después de que leguemos a nuestro asteroide, aparte de cómo sea, qué vamos a hacer con la gigantesca nave de Salto?

—¿Gigantesca nave de Salto?

—La separaremos del Hábitat y con seguridad, la nave quedará allí, en órbita. ¿No se la podemos dar?

—¿Qué? —preguntaron Leo y Ti al unísono.

—En forma de pago. Nos lleva a nuestro destino. Luego se queda con la nave de Salto. Entonces puede irse y ser piloto y propietario de su propia nave, establecer su propia compañía de transporte o lo que le guste.

—¿Con una nave robada? —dijo Ti.

—Si estamos lo suficientemente lejos para que Galac-Tech no pueda alcanzarnos, también estamos lo suficientemente lejos para que Galac-Tech no te pueda alcanzar a ti —dijo Silver, con un razonamiento lógico—. Entonces tendrás una nave que se adecué a tu implante neurológico y nadie podrá volver a despedirte, porque estarás trabajando para ti mismo.

Leo se mordió la lengua. Había traído a Silver expresamente para que lo ayudara a persuadir a Ti. ¿Qué pasaba si no se trataba de la ayuda que había imaginado? Por la mirada confusa del piloto, habían logrado movilizarlo finalmente. Leo pestañeó y sonrió a Silver, alentándola.

—Además —continuó ella—, si tenemos éxito y podemos salir de aquí, del Hábitat y de todo esto, el señor Van Atta va a quedar como un verdadero estúpido. —Silver apoyó la cabeza de nuevo en la cama y le sonrió de costado a Ti.

—Oh —dijo Ti, con un tono esclarecedor—. Ah…

—¿Tiene hechas las maletas? —preguntó Leo.

—Ahí están —dijo Ti, señalando un montón de equipaje en el rincón—. Pero… pero… maldición. Si todo esto sale mal, van a crucificarme.

—Ah —dijo Leo—. Mire aquí… —abrió su uniforme colorado en el cuello y sacó el soldador láser, escondido en un bolsillo interno—. Trabé el seguro de esta cosa. Ahora disparará un rayo extremadamente intenso a una distancia bastante grande,"hasta que la atmósfera lo disipe. Mucho más que la anchura de esta habitación, por cierto. —Lo sacudió con negligencia. Ti se encogió y abrió los ojos—. Si terminamos arrestados, puede atestiguar que fue secuestrado a punta de arma por un ingeniero loco y por su asistenta mutante tan loca como él y que le hicieron cooperar bajo presión. Tal vez, un día u otro, sea un héroe.

La asistenta mutante loca sonrió a Ti. Los ojos le brillaban como estrellas.

—Usted… nunca dispararía esa cosa, ¿no es así? —dijo Ti, con precaución.

—Por supuesto que no —dijo Leo, mostrando sus dientes. Puso el soldador a un lado.

—Ah —respondió Ti, a la vez que hacía un gesto con la boca. Pero volvió a mirar varias veces el bulto en el uniforme de Leo.

Cuando regresaron a la escotilla de la nave donde estaba aparcada la nave remolcadora, Zara ya se había ido.

«Oh, Dios», murmuró Leo. ¿Se habría escapado? ¿Perdido? ¿La habrían llevado de allí por la fuerza? Después de una búsqueda frenética, no encontró ningún mensaje en el comunicador ni ninguna nota en ninguna parte.

—Piloto, ella es un piloto —razonó Leo en voz alta—. ¿Hay algo que fuera necesario que hiciera? Tenemos suficiente combustible, la comunicación con control de tráfico la hicimos desde aquí… —Entonces se dio cuenta, con un escalofrío, que en ningún momento le había prohibido que abandonara la nave. Era tan evidente que tenía que permanecer fuera de vista y alerta. Pero Leo comprendió que era evidente para él. ¿Quién podía decir que también era evidente para un cuadrúmano?

—Yo podría hacer volar este cacharro, si fuera necesario —dijo Ti, en un tono no forzado, mientras le echaba una mirada al tablero de controles—. Todo es manual.

—No se trata de eso —dijo Leo—. No podemos irnos sin ella. Se supone que los cuadrúmanos no tienen que estar aquí para nada. Si la atrapan las autoridades de la estación y comienzan a hacerle preguntas… Siempre suponiendo que no la hayan atrapado por algo peor…

—¿Qué cosa peor?

—No lo sé, ése es el problema.

Mientras tanto, Silver se había bajado del sillón de aceleración. Después de un momento de experimentación pensativa, se lanzó hacia adelante con las cuatro manos y pasó junto a las rodillas de Leo. Los pantalones le arrastraban.

—¿Dónde vas?

—Voy tras Zara.

—Silver, quédate en la nave. No necesitamos que sean dos de vosotras las que estéis perdidas, por el amor de Dios —le ordenó Leo, con firmeza—. Ti. y yo podemos movernos mucho más rápido. Nosotros la encontraremos.

—No creo —murmuró Silver, ausente. Llegó al tubo flexible y miró el pasillo, que giraba a izquierda y derecha—. Venid, no creo que haya llegado muy lejos.

—Si subió al elevador, ahora podría estar prácticamente en cualquier lugar de la estación —dijo Ti.

Silver se apoyó sobre sus brazos inferiores, levantó los superiores por sobré la cabeza y echó un vistazo dentro del elevador a su izquierda.

—A un cuadrúmano le costaría mucho trabajo llegar a los controles. Por otra parte, Zara sabe que tendría muchas más posibilidades de cruzarse con un extraño. Creo que se fue hacia este lado. —Levantó el mentón y se alejó a toda velocidad hacia la derecha, con las cuatro manos. Después de un momento, alcanzó mayor velocidad cuando logró un andar similar al de una gacela. Leo y Ti se vieron obligados a lanzarse tras ella. Leo se sentía absurdo. Parecía un hombre corriendo desesperadamente detrás de su cachorro. Era la ilusión óptica que le producía la locomoción de Silver. Los cuadrúmanos parecían más humanos en caída libre.

Un ruido extraño, un ruido sordo, provenía de la curva del pasillo. Silver gritó y se apoyó rápidamente contra la pared externa.

—Lo siento —gritó Zara, que. pasaba junto a ellos, con el mentón levantado y el torso apoyado en una tabla con ruedas. Las cuatro manos parecían ruedas que la ayudaban a deslizarse por la cubierta. Frenar le resultaba más difícil que cobrar velocidad y Zara se detuvo finalmente cuando se estrelló junto a Silver.

Leo, horrorizado, se acercó a ellas, pero Zara ya se estaba incorporando y sentándose. La tabla con ruedas estaba intacta.

—Mira, Silver —dijo Zara, cuando dio la vuelta a la tabla—. ¡Ruedas! Me pregunto cómo aguantarán la fricción, dentro de esas cubiertas. Toca, ni siquiera están calientes.

—Zara —gritó Leo—, ¿por qué has abandonado la nave?

—Quería ver cómo era un baño en los planetas —dijo Zara—. Pero no he encontrado ninguno en este nivel. Lo único que he visto es un armario lleno de artículos de limpieza y esas cosas —dijo, mientras tocaba la tabla—. ¿Puedo desarmar las ruedas y ver qué hay adentro?

—¡No! —exclamó Leo.

Parecía desorientada.

—Pero quiero saberlo.

—Tráetela —sugirió Silver—, y la desarmas más? tarde. —Silver miró hacia un lado y otro del pasillo. Leo se sentía reconfortado al ver que por lo menos un cuadrúmano compartía su sentido de la urgencia.

—Sí, más tarde —acordó Leo, con tal de terminar con este tema—. Ahora, en marcha.

Leo cogió la tabla con ruedas debajo de su brazo para evitar todo tipo de nueva experimentación. Había llegado a la conclusión de que los cuadrúmanos parecían no tener una idea muy clara sobre la propiedad privada. Tal vez, se debía a que habían pasado toda la vida en un Hábitat espacial comunal, con una ecología ajustada. Los planetas eran comunales de la misma manera, excepto que en algunos casos, esa igualdad estaba verdaderamente disimulada.

Por cierto, se trataba de hábitos de pensamiento. Aquí estaba preocupado por el robo de una tabla con ruedas, al mismo tiempo que estaba planeando el robo espacial más grande de la historia humana. Ti casi echó chispas cuando se enteró del resto de la misión que habían planeado para él. Leo, con prudencia, no completó estos detalles sino cuando la nave ya había salido de la Estación de Transferencia y estaba a mitad de camino entre la estación y el Hábitat.

—¿Pretendéis que sea yo quien robe la nave? —exclamó Ti.

—No, no —Leo le tranquilizó—. Solamente vas a ir como asesor. Los cuadrúmanos tomarán la nave.

—Pero mi culo va a depender de si pueden o no…

—Entonces sugiero que les aconsejes bien.

—Ya lo creo.

—Tu problema —Leo lo aleccionó con amabilidad—, es que careces de experiencia en la enseñanza. Si la tuvieras, tendrías fe en que la gente que uno menos puede imaginar aprende las cosas más sorprendentes. Después de todo, no naciste sabiendo cómo pilotar una nave de Salto. Y sin embargo, muchas vidas dependían de que lo hicieras bien la primera vez y todas las siguientes. Ahora podrás darte cuenta de cómo se sentían tus instructores. Eso es todo.

—¿Cómo se sentían los instructores?

Leo bajó el tono de voz y sonrió.

—Aterrados. Absolutamente aterrados.

Una segunda nave remolcadora, llena de combustible y suministros para su larga excursión, esperaba en lía entrada próxima a la de ellos, cuando llegaron al «Hábitat. Leo tuvo que reprimir la intensa necesidad de llevar a Ti a un lado y llenarle los oídos de consejos y sugerencias para su misión. Desafortunadamente, sus experiencias en el robo criminal no eran mucho mejores. Cero igual a cero, sin tener en cuenta el número desigual de años por los que se multiplicara.

Flotaron a través de la escotilla, dentro del módulo desembarque, y se encontraron con varios cuadrúmanos que les esperaban con ansiedad.

—Ya he modificado más soldadores, Leo —comenzó a decir Pramod sin necesidad, ya que con tres «manos sujetaba todo el arsenal improvisado contra su cuerpo—. Hay soldadores para cinco personas.

Claire, que se asomaba por detrás de su hombro, y miraba las armas con una extraña fascinación.

—Bien. Dáselas a Silver. Ella se hará cargo hasta la nave ya esté lejos —dijo Leo.

Siguieron avanzando, tomándose de los distintos pasamanos, hasta la próxima escotilla. Zara se introdujo allí para comenzar a realizar sus comprobaciones previas al viaje.

Ti se asomó detrás de ella. Parecía nervio.

—¿Vamos a partir de inmediato?

—El tiempo es crítico —dijo Leo—. No tenemos mas de cuatro horas antes de que comiencen a buscarte en la Estación de Transferencia.

—¿No tendría que haber… instrucciones o algo por el estilo?

Leo apreció que también Ti estaba teniendo problemas para comprometerse con la liberación. Bien era él el que empujaba o lo empujaban a él. Después del impulso inicial, no habría prácticamente ninguna diferencia.

—Con un impulso a un g hasta el punto medio si luego vais volando y frenando el resto del camino tendréis casi veinticuatro horas para trabajar en el plan de ataque. Silver dependerá de tu conocimiento de las naves de Salto. Ya discutimos varios métodos para lograr un efecto sorpresa. Ella te informará —Oh, ¿Silver también va? —Silver está al mando —informó Leo El rostro de Ti dejó traslucir una serie de expresiones hasta llegar a la consternación.

—¡Al diablo con todo! Todavía estoy a tiempo de volver y de alcanzar mi nave…

—Y ésa —interrumpió Leo— es precisamente la razón por la que Silver está al mando. La captura de una nave descarga es la señal para un levantamiento de los cuadrumanos aquí en el Hábitat. Y ese levantamiento es su garantía de muerte. Cuando Galac-Tech descubra que no puede controlar a los cuadrúmanos es casi seguro que su miedo hará que intenten exterminarlos violentamente. La huida debe estar asegurada pintes de que nos alcemos. La nave que debes capturar está en esa dirección. —Leo señaló hacia la nave—. Puedo confiar en Silver. Ella lo recordará. Tú no eres peor que cualquier otro —Leo sonrió entre dientes. Ante esto, Ti se dio por vencido, aunque no parecía feliz de hacerlo.

Silver, Zara, Siggy, un cuadrúmano particularmente robusto de la tripulación de las naves llamado Jon y Ti. Cinco, todos en una nave para un tripulación de dos personas y de ningún modo diseñada para un refugio nocturno. Leo suspiró. Estas naves llevaban un piloto y un ingeniero. Cinco a dos no era un número muy desfavorable. Sin embargo, Leo pensó que le hubiera gustado que las cosas estuvieran más a favor de los cuadrúmanos.

Pasaron por el tubo flexible y entraron en la nave. Silver, al final, se detuvo para abrazar a Pramod y a Claire, que se habían acercado para despedirles. — Vamos a recuperar a Andy —murmuró Silver a Claire—. Ya verás. Claire asintió y la abrazó con fuerza. En último lugar, Silver se dirigió a Leo, que contemplaba, con ciertas dudas, el tubo flexible por donde había desaparecido el resto de la tripulación. —Pensé que los cuadrúmanos iban a ser el eslabón f débil en esta operación de rapto —comentó Leo—. Ahora no estoy tan seguro. No permitas que Ti te derrumbe, Silver. No dejes que te deprima. Tenéis que salir de ésta con éxito.

—Lo sé. Lo intentaré. Leo… ¿por qué pensaste que Ti estaba enamorado de mí?

—No sé… Teníais una relación muy íntima. Tal vez el poder de la sugestión. Todas esas novelas románticas.

—Ti no lee novelas románticas. Lee Ninfa de lar Estrellas Gemelas.

—¿Tú no estabas enamorada de él? ¿Por lo menos al principio?

Ella frunció el ceño.

—Me resultaba emocionante quebrar las reglas con él. Pero Ti es… bueno, Ti es Ti. El amor, tal como aparece en los libros… yo siempre supe que no era real. Cuando me pongo a mirar a mi alrededor, a los propios terrestres que trabajan con nosotros, nadie es así. Creo que fui una estúpida por haberme gustado todas esas historias.

—Supongo que no son verídicas. Tampoco he leído ninguna, para decirte la verdad. Pero no es estúpido querer algo más, Silver.

—¿Algo más que qué?

Algo más que ser explotada por una serie de malditos egocéntricos con piernas, eso es todo. Todos nosotros no somos iguales… ¿o sí? ¿Por qué, después de todo, se sentía motivado a poner sobre las espaldas de la muchacha un peso que le era propio, justo en este momento en que necesitaba toda su concentración para llevar a cabo la tarea? Leo sacudió la cabeza.

—De todas maneras, tampoco dejes que Ti te confunda entre sus historias de Ninjas y lo que tú intentas hacer.

—Creo que ni siquiera Ti confundiría una nave de Salto de la compañía con la Liga Negra de Eridani —dijo Silver.

Leo hubiera esperado más certeza en su tono.

—Bueno… —carraspeó—. Cuídate. No dejes que te lastimen.

—Tú también ten cuidado.

No le abrazó, como había abrazado a Pramod y a Claire.

—Lo haré.

Y nunca pienses que nadie puede amarte, Silver, K gritó su mente cuando ella desaparecía en el tubo flexible. Pero era demasiado tarde para decir esas palabras en voz alta. Las compuertas se cerraron con un suspiro, casi un lamento. 102

10

La cubierta de desembarco de las naves de carga estaba helada. Claire tuvo que frotarse todas las manos para calentarlas. Sólo sus manos parecían sufrir el frío. Su corazón latía con el calor de la anticipación y el miedo. Miró de reojo a Leo, suspendido, casi impasible, junto a la puerta con ella.

—Gracias, por haberme hecho salir de mi turno de trabajo por esto —dijo Claire—. ¿Estás seguro de que no te meterás en problemas, cuando el señor Van Atta descubra todo esto?

—¿Quién se lo va a decir? —dijo Leo—. Por otra parte, creo que Bruce está perdiendo el interés por torturarte. Todo es tan obviamente fútil. Mucho mejor para nosotros. Además, también quiero hablar con Tony e imagino que tendré muchas más posibilidades de contar con su atención después de que os hayáis vuelto a encontrar. —Sonrió, de modo tranquilizador.

—Me pregunto en qué estado estará.

—Puedes estar segura de que está mucho mejor, o el doctor Minchenko no lo expondría a las tensiones del viaje, por más que lo hiciera para seguir de cerca su evolución.

El ruido de máquinas le dijo a Claire que la nave había llegado a su puesto de desembarque. Extendió las manos y las contrajo inmediatamente. El cuadrúmano que manejaba la cabina de control hizo señas a otros dos en el dique y colocaron los tubos flexibles en su correcta posición y los ajustaron. El tubo del personal se abrió en primer lugar. El ingeniero de la nave asomó la cabeza para volver a verificar todo, luego se perdió de vista. El corazón de Claire latía con toda su fuerza en el pecho y se le había secado la garganta.

Finalmente, apareció el doctor Minchenko y se detuvo un instante, sujetándose con una mano al pasamanos en la escotilla. Era un hombre fuerte, de rostro correoso. Tenía el cabello tan blanco como el uniforme del servicio médico de Galac-Tech que llevaba puesto. Había sido un hombre grande, pero ahora se había encogido a su tamaño actual, como un melocotón maduro. Pero, al mismo tiempo, todavía era consistente. A Claire le daba la impresión de que sólo necesitaba que lo rehidrataran y que así volvería a su condición de casi nuevo.

El doctor Minchenko se alejó de la escotilla y cruzó el dique hacia ellos, siempre sujetándose con firmeza de los ganchos en la puerta.

—Bueno, ¿qué tal, Claire? —dijo con una voz de sorpresa—. Y ¿aja… Graf? —agregó con menos cordialidad—. Así que era usted. Permítame decirle que no me gusta que me obliguen a autorizar una violación del protocolo médico. Tendrá que pasar el doble de tiempo en el gimnasio durante el período de su extensión. ¿Oye?

—Sí, doctor Minchenko. Gracias —dijo Leo con rapidez. Como Claire sabía, Leo no había ido nunca al gimnasio—. ¿Dónde está Tony? ¿Podemos ayudar para que lo lleven a la enfermería?

—Ah —dijo, a la vez que miró a Claire más de cerca— Ya o veo. Tony no está conmigo, querida. Sigue en el hospital allí abajo.

Claire quedó sin aliento.

—Oh, no. ¿Está peor?

—No, en absoluto. Tenía todas las intenciones de traerlo conmigo. En mi opinión, necesita la caída libre para su completa recuperación. El problema es administrativo, no médico. Y en este momento estoy tratando de resolverlo.

—¿Bruce ordenó que lo retuvieran allí? —preguntó Leo.

—Exacto. —Frunció el ceño—. Y no me gusta que interfieran con mis responsabilidades médicas. Es mejor que tenga una explicación convincente y sólida. Daryl Cay nunca habría permitido una canallada de esta naturaleza.

—¿Usted… no oyó todavía las nuevas órdenes? —dijo Leo cuidadosamente, con una mirada de advertencia a Claire.

—¿Qué nuevas órdenes? Voy a ver a ese pequeño cretino… quiero decir, a ese hombre, ahora mismo. Tengo la intención de llegar al fondo de todo esto… — Se dio la vuelta para mirar a Claire. Ahora su tono era más amable—. Todo está bien, vamos a poner las cosas en claro. Las hemorragias internas de Toy ya se han detenido y ya no hay indicios de infección. Vosotros, los cuadrúmanos, sí que sois fuertes. Tenéis una salud que responde en la gravedad mucho mejor que la nuestra en caída libre. Bueno, os diseñamos explícitamente para que no sufrierais un desacondicionamiento. Me hubiera gustado que el experimento que lo confirma no hubiera sucedido bajo tales condiciones inquietantes. Por supuesto —suspiró—, la juventud tiene mucho que ver con todo esto… Hablando de juventud, ¿cómo está el pequeño Andy? ¿Ya duerme mejor?

Claire casi se puso a llorar.

—No sé —confesó Claire y tragó.

—¿Qué?

—No me permiten verlo.

—¿Qué?

Leo, que estudiaba distraídamente sus uñas, agregó:

—Separaron a Andy del cuidado de su madre. Bajo el cargo de que era peligroso para el bebé o algo parecido. ¿Bruce tampoco le comentó nada?

El rostro del doctor Minchenko adquirió un color rojizo.

—¿Lo separaron? ¿De una madre que le da de mamar…? ¡Qué obsceno! — Su mirada recayó en Claire.

—Me dieron una medicina para secarme —explicó Claire.

—Bueno, eso es algo… —Su alivio era muy leve—. ¿Quién lo hizo?

—El doctor Curry.

—No me informó.

—Usted estaba con permiso.

—«Con permiso» no significa «incomunicado». Usted, Graf. ¡Escúpalo! ¿Qué es lo que está sucediendo aquí arriba? ¿Ese burócrata ha perdido la cabeza?

—Verdaderamente no ha oído nada. Es mejor que se lo pregunte a Bruce. Tengo órdenes estrictas de no discutirlo con nadie.

La mirada de Minchenko era verdaderamente cortante.

—Lo haré.

Se alejó y entró al pasillo por la puerta, mientras murmuraba algo entre dientes.

Claire y Leo se quedaron mirándose entre sí, consternados.

—¿Cómo vamos a hacer para que Tony vuelva? —gritó Claire—. ¡Faltan menos de veinticuatro horas para que Silver dé la señal!

—No sé… pero no te deprimas ahora. Recuerda a Andy. Va a necesitarte.

—No voy a deprimirme —dijo Claire. Tomó una bocanada de aire—. No volverá a pasar. ¿Qué podemos hacer?

—Bueno, veré qué cuerdas puedo tocar para intentar que Tony vuelva… Maldito Bruce. Le diré que necesito que Tony supervise a su grupo de soldadores o algo así. No estoy seguro. Tal vez Minchenko y yo juntos podamos pensar en algo, aunque no me gustaría levantar las sospechas de Minchenko. Si no puedo —Leo tomó aire con cuidado—, tendremos que pensar en otra cosa.

—No me mientas, Leo —dijo Claire.

—No te dejes llevar a conclusiones apresuradas. Sí, ya lo sabemos… Existe la posibilidad de que no podamos hacer que vuelva. Es cierto. Ya lo dije y en voz alta. Pero, por favor, ten en cuenta que cualquier ; situación alternativa depende de que Ti pilotee una ; nave para nosotros y tendremos que esperar hasta que podamos volver a conectarnos con la tripulación de secuestro. En este momento habremos capturado una nave y comenzaré a creer que todo es posible. —Movió las cejas, en tensión—. Y si es posible, lo intentaremos. Lo prometo.

Había una creciente frialdad en ella. Tenía que apretar los labios para que no temblaran.

—No puedes arriesgar todo por salvar a uno solo. No está bien.—Bueno… hay un millar de cosas que pueden salir mal entre este momento y algún punto sin regreso para Tony. Puede resultarte bastante académico. Lo sé. Dividir nuestras energías entre un millar de posibilidades en lugar de concentrarlas para el único paso seguro a tomar es una especie de autosabotaje. No se trata de lo que haremos la semana próxima. Lo que cuenta es lo que hacemos ahora. ¿Qué es lo que debemos hacer?

Claire tragó e intentó agudizar su sensatez.

—Volver a trabajar… Simular que no sucede nada. Continuar con el inventario secreto de todos los stocks de semillas posibles. Terminar el plan de cómo vamos a mantener las luces para que las plantas sigan creciendo, mientras que el Hábitat se aleja del sol. Y tan pronto como el Hábitat sea nuestro, comenzar los nuevos cortes y traer los tubos de reserva para comenzar a construir stocks de alimentos extra para las emergencias. Y disponer el críoalmacenamiento de muestras de cada variedad genética que tenemos a bordó para volver a iniciar el stock en caso de desastres…

—¡Es suficiente! —sonrió Leo—. ¡Sólo el próximo paso! Y tú sabes que puedes hacerlo.

Ella asintió.

—Te necesitamos, Claire —agregó Leo—. Todos nosotros, no sólo Andy. La producción de alimentos es uno de los temas fundamentales de nuestra supervivencia. Necesitaremos cada par, cada conjunto de manos expertas. Y tendrás que comenzar a preparar a las más jóvenes y transmitir el conocimiento práctico que cualquier biblioteca, por más completa que fuera desde un punto de vista técnico, no puede igualar.

—No voy a deprimirme —reiteró Claire entre dientes, dando respuesta a lo que se escondía en su mensaje, lo que no estaba en la superficie.

—Me asustaste, la vez de la esclusa de aire —se disculpó, molesto. —Yo misma me asusté —admitió. —Tenías razón de estar furiosa. Sólo recuerda, tu verdadero objetivo no está aquí… —le tocó la clavícula, sobre el corazón—. Está allí fuera.

De esta manera, había reconocido que era la furia, una furia interna, y no la desesperación lo que la había llevado a intentar suicidarse ese día. Por un lado, resultaba un alivio ponerle el nombre correcto a su emoción. Por otro lado, no.

— Leo… eso también me asusta.

Leo sonrió con ironía.

—Bien venida al club de los humanos.

—El próximo paso —Claire murmuró—. Correcto. El próximo logro. Saludó con la mano a Leo y se perdió por el pasillo.

Leo volvió a contemplar el dique de carga con un suspiro. El discurso del próximo paso a tomar funcionaba muy bien, excepto cuando la gente y las condiciones cambiantes alteran continuamente tu ruta enfrente de tus narices mientras que tus pies todavía están en el aire. Su mirada se concentró un momento en la tripulación de cuadrúmanos, que acababan de conectar el tubo flexible a la escotilla de carga de la nave y que en ese momento estaban bajando la carga en el dique, con los manipuladores de potencia. La carga consistía en cilindros grises del tamaño de un hombre. A primera vista, Leo no reconoció de qué se trataba.

Pero la carga no tenía por qué ser ¿reconocible. Se suponía que era un stock masivo de repuestos de varillas de combustible para las naves de carga.

—Para desmantelar el Hábitat —Leo había dicho a Van Atta, cuando hacía hincapié en el pedido—. De manera que no tenga que parar y volver a pasar el pedido. Si hay excedente, puede ir a la Estación de Transferencia con las naves remolcadoras cuando sean reubicadas. Sería un mérito del rescate.

Perturbado, Leo se acercó a los trabajadores de carga.

—¿Qué es esto, muchachos?

—Oh, señor Graf, ¿qué tal? Bueno, no estoy muy seguro —dijo el muchacho cuadrúmano de camiseta y shorts amarillos, que pertenecía a Mantenimiento de Sistemas Aéreos, subdivisión de Muelles y Cerraduras—. Nunca había visto nada igual. De todas maneras, es imponente. —Hizo una pausa para desenganchar un panel de su manipulador y se lo entregó a Leo—. Aquí tiene el manifiesto de carga.

—Se suponía que eran varillas de combustible para las naves remolcadoras…

Los cilindros tenían el tamaño adecuado. Seguramente no habrían podido rediseñarlos. Leo observó el registro del manifiesto de carga. Partida: una serie de números codificados. Cantidad: astronómica.

—Hace ruido como de líquido —agregó solícitamente el cuadrúmano de camiseta amarilla.

—¿Líquido? —Leo observó el número de código en el panel con más detenimiento y volvió a mirar los cilindros. Coincidían. Sin embargo, podía reconocer el código de las varillas, ¿o no? Introdujo «Varillas de combustible, Remolcador de Carga Orbital Tipo II, referencia, código de inventario». El panel centelleó y apareció un número. Sí, era el mismo… ¡No, por Dios! G77618PD en lugar del número G77681PD que llevaban los cilindros. Rápidamente marcó G77681PD. Hubo una larga pausa, no para el panel, sino para que el cerebro de Leo pudiera registrar.

—¿Gasolina? —repitió Leo sin podérselo creer—. ¿Gasolina? ¿Estos idiotas realmente habían transportado cien toneladas de gasolina a una estación espacial?

—¿Qué es? —preguntó el cuadrúmano.

—Gasolina. Es un combustible de hidrocarburo que se utiliza en la Tierra para hacer funcionar automóviles. Un subproducto de los desperdicios petroquímicos. El oxígeno atmosférico proporciona el oxidante. Es un líquido pesado, tóxico, volátil, inflamable, explosivo a temperatura ambiente. Por el amor de Dios, no permitáis que se abra ninguno de esos barriles.

—Sí, señor —prometió el cuadrúmano, claramente impresionado por la lista de peligros que Leo acababa de mencionar.

El supervisor de las tripulaciones orbitales llegaba en ese momento al dique, seguido de una tropilla de cuadrúmanos de su departamento.

—Hola, Graf. Mire, creo que fue un error dejarle que me convenciera de pedir este cargamento. Vamos a tener un problema de almacenaje…

—¿Usted pidió esto? —preguntó Leo.

—¿Qué? —el supervisor pestañeó y luego echó una mirada a lo que tenía delante de él—. ¿Qué… dónde están mis varillas de combustible? Me dijeron que estaban aquí.

—¿Usted mismo fue quien hizo el pedido? ¿Con sus propios dedos?

—Sí. Usted me pidió que lo hiciera. ¿Recuerda?

—Bueno —Leo respiró profundamente y le entregó el panel—, cometió un error al teclear.

El supervisor echó un vistazo al panel y palideció —¡Oh, Dios!

—Y ellos lo han enviado —murmuró Leo, mientras se pasaba las manos por lo que le quedaba de cabello—. Llenaron la nave… No puedo creerlo. Cargaron todo esto en una nave sin ni siquiera preguntarse por qué y enviaron cien toneladas de gasolina á una estación espacial sin pensar en ningún momento en que era completamente absurdo…

—Yo puedo creerlo —suspiró el supervisor—. Oh Dios. Bien. Tendremos que enviarlo de vuelta y volver a pasar el pedido. Probablemente llevará alrededor de una semana. No es porque los stocks de varillas sean escasos, a pesar de la cantidad que usted ha estado utilizando para ese «proyecto especial» que mantiene tan en secreto.

No tengo una semana, pensó Leo, con desesperación. Sólo tengo veinticuatro horas, tal vez.

—No tengo una semana —se dio cuenta de que lo decía en voz alta—. Las quiero ahora. Póngalo en un pedido urgente. —Bajó el tono de su voz al darse cuenta de que llamaba demasiado la atención.

El supervisor estaba lo suficientemente ofendido como para superar su culpa.

—No hay necesidad de que grite, Graf. Fue error mío y probablemente tendré que pagar por él, pero es realmente estúpido encargar a mi departamentos un viaje de urgencia tan seguido a éste, cuando demos esperar perfectamente. Las cosas ya están como están —señaló la gasolina—. Eh, muchachos —agregó—, detened la descarga. Este pedido es error, tiene que volver abajo. El piloto de la nave estaba a punto de salir por la cotilla del personal cuando lo oyó. ¿Qué?

Se acercó a ellos y Leo dio una breve explicación, pocas palabras, del error.

—Bien, no puede enviarla de vuelta en este viaje lijo el piloto con firmeza—. No tengo suficiente combustible como para una carga completa. Tendrá que esperar. —Se alejó, para tomarse su recreo obligatorio en la cafetería.

Los cuadrúmanos tenían una actitud de reproche, la segunda vez que invertían la dirección de su abajo. Pero limitaron su crítica a un quejido lastimoso.

—¿Está seguro esta vez, señor?

—Sí —suspiró Leo—. Pero será mejor que encentéis un lugar donde almacenar todo esto en un módulo aislado. No se puede dejar todo esto aquí.

—Sí, señor.

Volvió a dirigirse al supervisor de la tripulación de ; nave remolcadora.

—Sigo necesitando esas varillas de combustible.

—Bien, tendrá que esperar, porque yo no lo haré. Van Atta ya me va a sacar un buena parte de mi sangre por esto.

—Lo puede poner en mi proyecto especial. Yo firmaré.

El supervisor levantó las cejas, levemente aliviado. —Bien… lo intentaré. Lo intentaré. Pero, ¿qué me dice de su sangre?

Ya está vendida, pensó Leo.

—Eso es asunto mío. ¿No le parece? El supervisor se encogió de hombros — Supongo que sí murmuró, mientras se alejaba.

Uno de los cuadrúmanos de la tripulación de la nave remolcadora, que iba detrás del supervisor, miró a Leo, quien le devolvió la mirada con un movimiento de cabeza, enfatizado por un gesto con el dedo índice que amenazaba con cortarle el cuello y que indicaba ¡Silencio!

Se dio la vuelta y casi se llevó por delante a Pramod, que lo esperaba pacientemente detrás.

—¡No me andes espiando a escondidas! —gritó Leo. Intentó controlar sus nervios irritados—. Lo lamento. Me has asustado. ¿Qué sucede?

—Nos hemos metido en un problema, Leo.

—Por supuesto. ¿Quién me va a seguir para darme buenas noticias? No importa. ¿Qué sucede?

—Las abrazaderas.

—¿Las abrazaderas?

—Hay muchas conexiones ajustadas en el exterior. Estábamos revisando el plano del desmontaje del Hábitat para mañana…

—Ya lo sé. Sigue.

—.Pensamos que un poco de práctica podría acelerar las cosas.

—Sí, muy bien…

—Casi ninguna de esas abrazaderas se puede desenganchar. Ni siquiera con herramientas mecánicas.

—Bueno… —Leo hizo una pausa y entonces comprendió cuál era el problema—. ¿Son piezas de metal?

—La mayoría sí.

—¿Es peor del lado del sol?

—Mucho peor. No pudimos lograr que ninguna de las de ese lado pudiera aflojarse. Algunas están visiblemente fundidas. Algún idiota las debe de haber Asoldado.

—Soldadas, sí. Pero no es culpa de ningún idiota. Es por el sol.

—Leo, no hace tanto calor… —No directamente. Lo que estás viendo es una soldadura de difusión espontánea en el vacío. Las moléculas metálicas se evaporan de las superficies de las piezas en el vacío. Lentamente, eso es cierto, pero es un fenómeno calculable. En las zonas ajustadas, migran a otras superficies adyacentes y eventualmente alcanzan una buena fusión. Un poco más rápido con las piezas calientes del lado del sol, un poco más lentamente con las piezas frías del lado de la sombra. Pero apuesto a que algunas de esas piezas llevan allí más de veinte años —Oh. Pero, ¿qué hacemos ahora?

—Tendréis que cortarlas.

Pramod abrió la boca, expresando su preocupación.

—Eso lo retrasará todo.

—Sí. Y también tendremos que pensar en una manera de volver a ajustar cada conexión en la nueva remodelación… Necesitaremos más abrazaderas o algo que pueda servir igual… Ve a reunir a todo tu grupo de trabajo. Tendremos una pequeña sesión de emergencia.

Leo dejó de pensar si sobreviviría a la Gran Toma de Posesión y comenzó a preguntarse si llegaría vivo hasta la Gran Toma de Posesión. Rogó, con toda su alma, que Silver lo estuviera pasando mejor que él.

Silver deseaba de todo corazón que Leo lo estuviera? pasando mucho mejor que ella.

Se movió en el asiento durante la aceleración, cada vez más incómoda después de las primeras ocho horas de vuelo… Apoyó su mentón en el reposacabezas mullido para contemplar a la tripulación, en la cabina de la nave. Los otros cuadrúmanos estaban tan arropados y extenuados como ella. Solamente Ti parecía estar cómodo, con los pies adelante y recostado en su asiento en las fuerzas constantes de gravedad.

—Yo vi esa gran película —Siggy agitó las manos en forma entusiasmada—. Había una lucha a bordo. Los soldados usaban minas magnéticas para hacer agujeros en uno de los lados de la nave nodriza y así poder penetrar, —Emitió un grito extraño a modo de efectos especiales—. Los invasores corrían de un lado para otro. Volaban objetos en todas direcciones cuando se producía la explosión. …

—Yo la vi —dijo Ti—. Nido de muerte, ¿no es así?

—Fuiste tú quien nos la trajiste —le recordó Silver.

—¿Sabías que tenía una segunda parte? —le dijo Ti a Siggy—. La venganza del nido.

—¡No! ¿En serio? ¿Piensas que…?

—Ante todo —dijo Silver—, nadie ha descubierto todavía ningún invasor inteligente, ni hostil ni no. En segundo lugar, no tenemos ninguna mina magnética, gracias a Dios. Y en tercer lugar, no creo que Ti quiera que se hagan tantos agujeros en el costado de su nave.

—Bueno, no —concedió Ti.

—Entraremos por la esclusa del aire —dijo Silver con firmeza—, que está diseñada para ese propósito.

Pienso que la tripulación de la nave estará bastante sorprendida cuando la pongamos en su cámara de salvamento y la lancemos, sin asustarla con ningún tipo de alboroto prematuro para que haga vaya a saber uno qué. Aunque el coronel Wayne en Nido de I muerte llevó a sus tropas a la batalla con su grito rebelde por los intercomunicadores, no creo que los verdaderos soldados hagan eso. Seguramente interferiría con las comunicaciones. —Frunció el ceño a Siggy, para que obedeciera.

—Lo haremos a la manera de Leo —continuó Silver—, y les apuntaremos con los soldadores láser. No nos conocen, no sabrán si dispararemos o no. —¿Cómo iban a saber unos extraños lo que ella haría si ni ella misma lo sabía?—. Hablando de esto, ¿cómo sabemos qué nave… —hizo una pausa para encontrar la terminología adecuada— tendremos que separar del rebaño? Tendría que ser más fácil obtener un permiso para subir a bordo si Ti conociera bien a la tripulación. Por otra parte, también podría ser más difícil… —prosiguió, sin gustarle la idea—. En especial, si intentan contestar el ataque.

—Jon podría luchar contra ellos hasta que se sometieran —propuso Ti—. Para eso está aquí, después de todo.

El robusto Jon le echó una mirada de desprecio.

—Pensé que estaba aquí como respaldo del piloto de la nave. Luche usted con ellos, si quiere. Son sus amigos. Yo sólo tendré un soldador en Ja mano.

Ti carraspeó.

—Me gustaría capturar la nave D771, si está allí. Aunque no tendremos muchas alternativas. Posiblemente haya sólo un par de naves trabajando de este lado. Básicamente, capturaremos cualquier nave que haya venido de Orient IV, que haya bajado su carga y que todavía no haya comenzado a cargar los nuevos bultos. Eso nos proporcionará la huida más rápida. No hay mucho que planear. Sólo tenemos que hacerlo.

—El verdadero problema comenzará —dijo Silver— cuando se den cuenta de lo que pretendemos e intenten recuperar la nave.

Se hizo un silencio sombrío. Ni siquiera Siggy hizo sugerencias.

Leo encontró a Van Atta en el gimnasio, ejercitándose con vehemencia en la rueda, un mecanismo médico de tortura parecido a un estante invertido. Unas fajas de resortes empujaban al caminante hacia la superficie, contra la cual hacía presión con los pies durante una hora o más al día bajo prescripción. Era un ejercicio diseñado para reducir, si no detener, el desacondicionamiento del cuerpo y la larga desmineralización de los huesos de los habitantes de caída libre.

Por la expresión en el rostro de Van Atta, hoy estaba haciendo presión sobre la superficie con una considerable animosidad personal. La irritación cultivada era, por cierto, una manera de juntar la energía necesaria para llevar a cabo la tarea aburrida, pero necesaria. Después de pensárselo durante un momento, Leo decidió realizar un acercamiento casual y solapado. Se sacó el uniforme y lo sujetó a un gancho en la pared. Se quedó con la camiseta y los shorts rojos. Se acercó y se ajustó el cinturón y las fajas de la máquina desocupada junto a la de Van Atta.

—¿Han lubricado estos trastos con pegamento? —dijo, a la vez que se aferraba al manillar y hacía presión para que la superficie comenzara a moverse debajo de sus pies.

Van Atta giró la cabeza y se rió con cierta ironía.

—¿Qué sucede, Leo? ¿Minchenko, el minidictador médico, te ha ordenado un poco de venganza fisiológica?

—Sí, algo así… —por fin había comenzado a funcionar; sus piernas se flexionaban a un ritmo uniforme. Había faltado a muchas sesiones últimamente—. ¿Ya has hablado con él desde que ha llegado?

—Sí —Van Atta seguía haciendo presión con las piernas contra la máquina y un ruido furioso provenía de los engranajes.

—¿Ya le has dicho lo que sucedería con el Proyecto?

—Desafortunadamente, tuve que hacerlo. Pensaba dejarlo para lo último, con el resto. Minchenko probablemente sea el más arrogante de la Vieja Guardia de Cay. Nunca mantuvo en secreto su idea de que él debería haber sucedido a Cay como director del Proyecto, en lugar de traer a un extraño, como es mi caso. Si no hubieran programado que se jubilara en el término de un año, yo habría seguido los pasos necesarios para deshacerme de él antes de todo esto.

—¿Te hizo… alguna objeción?

—¿A qué te refieres? ¿A si gritó como un cerdo? Puedes apostar a que sí. Dijo algo como que yo era personalmente responsable por haber inventado la maldita gravedad artificial. Yo no necesito esa mierda. —La máquina de Van Atta protestó, haciendo eco de sus palabras.

—Si estuvo en el Proyecto desde un principio, supongo que los cuadrúmanos son prácticamente el trabajo de toda su vida —dijo Leo, con razón.

—Uhmm —asintió Van Atta—. Pero eso no le da derecho a declararse en huelga en un arranque de furia. Al fin y al cabo, incluso tú tuviste más sentido común. Si no da muestras de una actitud más cooperadora cuando tenga la oportunidad de calmarse y pensar lo inútil que es su postura, será más fácil ampliar la rotación de Curry y enviar a Minchenko abajo otra vez.

—Ah —Leo carraspeó. Esto no parecía el buen inicio que había esperado. Pero había tan poco tiempo…—. ¿Te dijo algo sobre Tony?

—¡Tony! —La máquina de Van Atta zumbó como un abejorro durante un momento—. Si no vuelvo a ver a ese individuo en toda mi vida, será demasiado pronto. No causó más que problemas, problemas y gastos.

—Yo, en cambio, estaba pensando en sacar un poco mas de provecho de él —dijo Leo, midiendo sus palabras—. Aunque no esté preparado físicamente para volver a cumplir con sus turnos en el exterior, tengo mucho trabajo de ordenador y de supervisión de tareas que podría delegarle, si estuviera aquí. Si pudiéramos hacerlo venir aquí.

—Tonterías —replicó Van Atta—. Sería mucho más fácil si se las delegaras a otro de tus cuadrúmanos al mando de grupos. Pramod, por ejemplo, o poner a cualquier otro cuadrúmano en su lugar. No me interesa quién. Para eso te di la autorización. Vamos a comenzar a hacer bajar a esos pequeños monstruitos dentro de dos semanas. No tiene ningún sentido que haga traer a uno de ellos, cuando, de todas maneras, Minchenko no lo va a dejar salir de la enfermería hasta entonces. Y eso fue lo que le dije. —Miró de lleno a Leo—. No quiero volver a oír una palabra más sobre Tony.

—Sí —dijo Leo. Maldición. Era obvio que tendría que haber apartado a Minchenko antes de que embarrara las aguas con Van Atta. No era sólo el ejercicio la razón por la que Van Atta estaba tan colorado. Leo se preguntó qué habría sido en realidad lo que había dicho Minchenko… Sin ninguna duda, habría sido un placer oírlo. Sin embargo, era un placer demasiado costoso para los cuadrúmanos. Leo intentó poner una expresión que Van Atta pudiera tomar como de comprensión y que ocultara la furia interior.

—¿Cómo anda el plan de rescate? —preguntó Van Atta, después de un instante.

—Ya está casi completo.

—¿De veras? —Van Atta dijo, con cierto entusiasmo—. Bien, por lo menos, ya es algo.

—Estarás sorprendido cuando veas hasta dónde se puede reciclar el Hábitat — Leo prometió, convencido de lo que decía—. Y también lo estará la compañía.

—¿Será pronto?

—Tan pronto como tengamos el conforme. Lo tengo todo programado como un juego de guerra. —Cerró los dientes para no revelar nada más—. ¿Sigues planeando el Gran Anuncio al resto del personal para mañana a las 13.00? — preguntó Leo, de pasada—. ¿En el módulo principal de conferencias? La verdad, me gustaría asistir. Tengo material visual para mostrar una vez que hayas terminado.

—No —dijo Van Atta.

—¿Qué? —exclamó Leo. No calculó bien un paso y los resortes le lastimaron la rodilla. Por suerte, la máquina estaba acolchada para estas situaciones fortuitas. Le costó volver a incorporarse.

—¿Te has hecho daño? —dijo Van Atta—. Estás gracioso…

—Estaré bien en un minuto. —Se incorporó. Los músculos de la pierna hacían presión contra la banda elástica, mientras recuperaba el aliento e intentaba encontrar una expresión de equilibrio entre el dolor y el pánico—. Pensé… que era así cómo ibas a dar a conocer la noticia. Creí que ibas a reunir a todos y comunicar los hechos de una vez.

—Después de Minchenko, estoy cansado de discutir todo esto —dijo Van Atta —. Le dije a Yei que lo hiciera. Ella puede llamarlos a su oficina en grupos pequeños y entregarles los programas de evacuación, individuales y por departamentos, al mismo tiempo. Con mucha más eficiencia.

Y entonces el hermoso plan de Leo y de Silver de deshacerse en forma pacífica de todos ellos, elaborado durante cuatro sesiones secretas, se iba por la borda. También se esfumaba la sugerencia solapada que intentaba convencer a Van Atta de que era idea suya la de reunir a todo el personal terrestre del Hábitat una sola vez y hacer su anuncio con un discurso que los persuadiera que los estaban salvando, no condenando…

Las órdenes programadas de separar el módulo de conferencias del Hábitat con sólo tocar un botón estaban preparadas. Las máscaras de emergencia para suministrar oxígeno a casi trescientas personas durante las próximas horas, durante las cuales se llevaría el módulo alrededor del planeta hasta la Estación de Transferencia, estaban cuidadosamente escondidas en el interior. La tripulación de las dos naves remolcadoras estaba preparada; las naves, con el combustible necesario y listas.

Había sido un tonto al desarrollar planes que dependían de la decisión de Van Atta sobre cualquier tema… De repente, Leo se sintió descompuesto.

Tendrían que utilizar el segundo plan. La emergencia que alguna vez habían discutido y descartado como demasiado arriesgada, en la que los resultados no eran potencialmente controlables. Desató los resortes con torpeza y los volvió a colocar en su lugar sobre el marco de la máquina.

—No has hecho la hora —dijo Van Atta.

—Creo que me he lastimado la rodilla —mintió Leo.

—No me sorprende. ¿Piensas que no sabía que habías estado faltando a tus sesiones de ejercicio? No intentes hacerle un juicio a Galac-Tech, porque podemos probar que se debe a una negligencia personal —dijo Van Atta con una sonrisa y siguió trabajando vigorosamente.

Leo se detuvo.

—A propósito, ¿sabías que los depósitos de Rodeo se equivocaron con una carga y enviaron al Hábitat cien toneladas de gasolina? Y nos echan la culpa a nosotros.

—¿Qué?

Cuando Leo se dio la vuelta, sintió la satisfacción de la venganza al oír que la máquina de Van Atta se detenía y que estaba desenganchándose tan rápido que los resortes golpearon a Van Atta.

—¡Ay! —gritó.

Pero Leo no se giró.

El doctor Curry saludó a Claire, cuando ella llegó a la enfermería para su cita.

—Ah, bien. Llegas justo a tiempo.

Claire miró a uno y otro lados del pasillo y sus ojos recorrieron la sala de tratamiento a la que la había llevado el doctor Curry.

—¿Dónde está el doctor Minchenko? Pensé que estaría aquí.

El doctor Curry se ruborizó levemente.

—El doctor Minchenko está en su dormitorio. No vendrá a trabajar.

—Pero yo quería hablar con él…

El doctor Curry carraspeó.

—¿Te dijeron, para qué era tu cita?

—No… Supuse que era para que me dieran más medicación para mis pechos.

—Ya veo.

Claire aguardó un instante, pero el doctor no le explicó nada más. Estaba muy ocupado disponiendo una bandeja de instrumentos, que comenzaba a colocar en un esterilizador. En ningún momento miró a Claire.

—Bien, no vas a sentir ningún dolor.

En otro momento, no habría hecho ninguna pregunta y se habría sometido dócilmente. Había pasado por miles de pruebas médicas, que habían comenzado mucho antes de salir como bebé del replicador uterino, el vientre artificial que la había gestado en una sección de la enfermería que ahora estaba cerrada. En otra ocasión, había sido otra persona, antes del desastre que le había sucedido a Tony. Durante el tiempo que sucedió a este incidente, estuvo a punto de no ser nadie. Ahora se sentía extraña, tenía miedo, como si temblara frente a un nuevo nacimiento. El primero había sido mecánico e indoloro, tal vez por eso no había podido afirmarse…

—¿Qué…? —comenzó a preguntar. Su voz era demasiado débil. Levantó la voz, que sonó fuerte, aun para sus propios oídos—. ¿Para qué es esta cita?

—Sólo un procedimiento abdominal local sin mucha importancia —dijo el doctor Curry, como de pasada—. No llevará mucho tiempo. Ni siquiera tienes que desvestirte. Sólo levántate la camisa y bájate un poco los shorts. Te prepararé. Tienes que quedarte inmóvil bajo la placa, por si caen una o dos gotas de sangre.

Usted no me va a inmovilizar…

—¿Qué clase de procedimiento?

—No te dolerá y no te hará ningún daño. Ven aquí. —El doctor sonrió y cogió la placa, que estaba saliendo de la pared.

—¿Qué? —repitió Claire, sin moverse.

—No puedo explicártelo. Es una… prescripción. Lo siento. Tendrás que preguntarle al señor Van Atta o a la doctora Yei o a cualquier otro. Te diré algo, inmediatamente después te enviaré a ver a la doctora Yei y podrás hablar con ella. ¿Te parece bien? —El doctor apretó los labios. Su sonrisa se volvía cada vez más fija.

—No le preguntaría… —Claire intentó reproducir una frase que le había oído decir a un terrestre en alguna ocasión—. A Bruce van Atta no le preguntaría ni la hora.

El doctor Curry parecía estar bastante perplejo.

—Oh —murmuró, no tan entre dientes esta vez—. Me pregunto por qué estabas segunda en la lista.

—¿Quién era la primera? —preguntó Claire.

—Silver, pero ese instructor ingeniero la tiene ocupada en una especie de misión. Amiga tuya, ¿verdad? Podrás decirle que esto no duele.

—No me importa… No me importa si duele o no duele. Quiero saber de qué se trata. —Cerró apenas los ojos, mientras se ajustaban las conexiones, y los volvió a abrir, llena de furia—. ¡Las esterilizaciones! —exclamó—. ¡Están comenzando con las esterilizaciones!

—¿Cómo sabes que…? Se suponía que tú… Quiero decir: ¿qué es lo que te hace pensar eso? —dijo al fin Curry.

Claire se escapó hacia la puerta. El doctor estaba más cerca y era más veloz y la cerró enfrente de sus narices. Claire se alejó del panel que se cerraba.

—Ahora, escúchame, Claire. ¡Cálmate! —dijo Curry, que zigzagueaba tras ella por la habitación—. Vas a hacerte daño, sin ninguna necesidad. Te podría aplicar una anestesia general, pero es mejor si uso anestesia local y si tú te quedas quieta. Lo único que tienes que hacer es permanecer quieta. Tengo quehacer esto, de una forma u otra.

—¿Por qué tiene que hacerlo? —gritó Claire—. ¿Era el doctor Minchenko el que tenía que hacerlo o es ésa la razón por la que no está aquí? ¿Quién le obliga a usted a hacer esto y cómo lo hace?

—Si Minchenko estuviera aquí, yo no tendría que hacerlo —replicó Curry, furioso—. Él eludió sus responsabilidades y dejó todo en mis manos. Ahora ven aquí y ponte debajo de esta plancha esterilizadora y déjame que encienda los monitores, o tendré que… ponerme duro contigo. —Respiró profundamente, tratando de calmarse.

—Tiene que hacerlo —exclamó Claire—. ¡Tiene que hacerlo! ¡Tiene que hacerlo! Es sorprendente, algunas de las cosas que ustedes piensan que tienen que hacer. Pero da la casualidad de que casi nunca son las mismas cosas que los cuadrúmanos tenemos que hacer. ¿Por qué cree que pasa así?

El doctor Curry suspiró y apretó los labios. Extrajo una aguja hipodérmica de su bandeja de instrumentos.

Tenía todo preparado de antemano, pensó Claire. Lo tenía ensayado, en su mente… Había pensado todo mucho antes de que yo entrara aquí…

El doctor se acercó hacia donde Claire estaba suspendida y le tomó el brazo superior derecho, con la aguja plateada en la otra mano. Claire le cogió la muñeca izquierda y la apretó con toda su fuerza hasta inmovilizarla. Así estuvieron trabados durante un instante. Los músculos les temblaban en el aire.

Luego ella levantó sus brazos inferiores para unirlos a los superiores. Curry hacía esfuerzos por respirar, mientras Claire le separaba los brazos, con mucha más fuerza de la que tenía el joven doctor. El pateaba y le golpeaba con las rodillas, pero al no tener nada donde apoyarse y hacer presión, no podía impartir la fuerza necesaria para que le doliera.

Claire sonreía, excitada, mientras le separaba y le volvía a juntar los brazos a voluntad. ¡Soy más fuerte! ¡Soy más fuerte! ¡Soy más fuerte que él y no me había dado cuenta…I Con cuidado, Claire apretó sus manos inferiores alrededor de las muñecas del médico y liberó las superiores. Con ambas manos forcejeó para 114

que sus dedos soltaran la aguja hipodérmica. Ahora era ella la que la tenía en alto.

—No le va a doler nada…

—No, no…

El doctor se movía demasiado para su falta de experiencia en colocar una inyección endovenosa, así que Claire decidió atacar un músculo. Lo sujetó con fuerza hasta que el médico se debilitó, después de varios minutos. Después de eso, no le costó mucho trabajo inmovilizarlo debajo de la plancha esterilizadora.

Claire observó la bandeja de instrumentos y los tocó al azar.

—¿Hasta dónde tengo que llevar adelante esta rotación? ¿Usted lo sabe? — preguntó en voz alta.

Él gimoteaba y se movía débilmente, con pánico en los ojos. En cambio, los ojos de Claire brillaban de placer. Tiró la cabeza hacia atrás y se rió, con ganas, por primera vez en… ¿Cuánto tiempo? No podía recordarlo.

Acercó los labios al oído del doctor y le dijo:

—Yo no tengo que hacerlo.

Seguía riéndose cuando cerró las puertas del ala de tratamiento detrás de ella y se alejó por el pasillo hacia un lugar donde refugiarse.

11

Silver se dio cuenta de que había sido un error permitirle a Ti que insistiera en acoplarse a la otra nave. El ruido y el estremecimiento del impacto de los ganchos de ajuste habían retumbado en toda la nave remolcadora. Zara, ansiosa, emitió un grito de miedo. Ti la miró por encima del hombro, reprimiéndola en silencio, y volvió su atención a los controles.

No, su error había sido permitir que una autoridad terrestre, masculina y con piernas, hubiera imperado sobre su sentido común. Ella sabía que Ti no estaba preparado para estas naves remolcadoras. Se lo había dicho él mismo. Él sería la única autoridad después de que subieran a la nave de Salto. No, se dijo a sí misma, no hasta entonces. —Zara —dijo Silver—, toma los controles. —Maldición — comenzó a decir TÍ—. Si piensas… —Necesitamos demasiado de Ti en los canales de comunicación como para desperdiciarlo en los mandos —interrumpió Silver. Esperaba realmente que Ti no menospreciara el elogio que le estaba brindando a su orgullo.

—Está bien —dijo Ti, con cierto resquemor, y le cedió el lugar a Zara. El anillo de acople del tubo flexible no cerraba bien. Un segundo acople, con todos los posibles ruidos que pudo producir, tampoco logró que el anillo cerrara con precisión. Silver tenía miedo de morir o tal vez esperaba morir. No estaba segura. Le sudaban las palmas de las manos y como se pasaba el soldador láser de una mano a la otra, el mango estaba cada vez más pegajoso.

—Ves —le dijo Ti a Zara—.Tú no lo puedes hacer mejor.

Zara lo miró.

—Has torcido uno de los anillos, inútil. Es mejor que sea el suyo y no el nuestro.

—Más que inútil, imbécil —corrigió Jon, que estaba trabajando en la escotilla para hacerlo enganchar—. Si vas a utilizar terminología terrestre, úsala bien.

—Nave remolcadora R-26 llamando a nave de Salto de Galac-Tech D620 — dijo Ti por el intercomunicador—. Von, vamos a tener que desenganchar e ir por el otro lado. Así no funciona.

—Adelante, Ti —respondió la voz del piloto de Salto—. ¿Estás enfermo? No se te oye muy bien. Además, ese acoplamiento ha sido desastroso. ¿Cuál es la emergencia, por cierto?

—Ya te lo explicaré cuando estemos a bordo. —Ti levantó la vista y obtuvo una confirmación de parte de Zara—. Desenganchando ahora.

Su suerte fue mucho mejor en la escotilla de estribor. No, se corrigió a sí misma Silver. Nosotros nos forjamos nuestra propia suerte. Y es mi responsabilidad ver que sea buena y no mala.

Ti fue el primero en pasar por el tubo flexible. El ingeniero de la nave de Salto lo estaba esperando al otro lado. Silver pudo oír su voz enojada.

—Gulik, has torcido nuestro anillo de acoplamiento externo. Todos pensáis que sois el señor «Dedos Rápidos» cuando estáis enchufados a los equipos, pero con el trabajo manual, sois los peores, sin excepción… —su voz se entrecortó cuando Silver apareció por la escotilla y le apuntó al estómago con su soldador láser.

Tardó un momento en percibir el arma. Abrió los ojos y la boca cuando vio que Siggy y Jon también lo apuntaban detrás de ella.

—Llévanos donde está el piloto, Ti —dijo Silver. Esperaba que el miedo que se reflejaba en su voz le diera un tono enojado y agresivo, no pálido y débil. Le parecía que había perdido toda su energía. Tenía la sensación de tener el estómago fláccido. Tragó y sujetó con más firmeza el soldador.

—¿Qué diablos es todo esto? —preguntó el ingeniero. Su tono de voz era aún más agudo que antes. Carraspeó y se volvió más grave—. ¿Quiénes sois vosotros? Gulik, ¿han venido contigo?

Ti se encogió de hombros y esbozó una sonrisa lánguida, que estaba muy bien estudiada o era real.

—No exactamente. Yo estoy con ellos.

Siggy recordó apuntar a Ti con el soldador. Silver aprobó esta maniobra y mantuvo en secreto su idea al respecto. El hecho de entrar con Ti desarmado, aparentemente bajo las armas de los cuadrúmanos, lo cubría en caso de una posterior captura y de un proceso legal. Al mismo tiempo, encubría la posibilidad de hacer que su secuestro fuera real, en caso que decidiera ponerse del lado de sus compañeros a último momento. Engranajes dentro de otros engranajes. ¿Todos los líderes tendrían que pensar en tantos niveles? La sola idea la hacía sentirse mal.

Atravesaron rápidamente la sección de la tripulación hacia el comandante. El piloto de Salto estaba sentado en su asiento mullido, conectado a la corona de sus auriculares de control. El uniforme morado de la compañía tenía unos listones llamativos que proclamaban sus rango y especialización. Tenía los ojos cerrados y tarareaba desafiando el ritmo de los latidos de la biorretroalimentación de su nave.

Su sorpresa fue evidente cuando los auriculares se desprendieron y se elevaron, cortando toda comunión con su máquina, cuando Ti tocó el control de desconexión.

—Por Dios, Ti, no hagas estas cosas. Tú sabes…

Su sorpresa fue aún mayor cuando vio a los cuadrúmanos. Tuvo que sofocar, un grito de asombro. Sonrió a Silver, totalmente consternado. Sus ojos recorrieron su anatomía y se volvieron a fijar en su rostro. Silver movió el soldador láser, para llamar su atención.

—Levántese —le ordenó.

El piloto se agachó aún más.

—Mire, señorita…¿Qué es esto?

—Un arma láser. Levántese.

Su mirada la escudriñó, escudriñó a Ti y finalmente al ingeniero. Llevó la mano a los sujetadores de su asiento, no sin dudar. Tenía los músculos tensos.

—Salga lentamente —agregó Silver.

—¿Por qué? —le preguntó.

Por si acaso, pensó Silver.

—Esta gente quiere pediros prestada la nave —explicó Ti.

—¡Secuestradores! —exclamó el ingeniero. Retrocedió y permaneció junto a la puerta. Los soldadores de Jon y de Siggy no dejaban de apuntarlo—. ¡Mutantes!

—Salga —repitió Silver. Su tono de voz subía incontrolablemente.

El rostro del piloto estaba perplejo y pensativo. Soltó las manos de su cinturón en una actitud que simulaba una relajación y las puso sobre sus rodillas.

—¿Qué pasa si no lo hago? —la desafió, con cierta tranquilidad.

Ella imaginó que perdería el control de la situación y que sería el piloto el que la dominaría. Todo por su superioridad y frialdad. Miró a Ti, pero él se sentía a salvo en su papel de victima inocente e indefensa. En una actitud sumisa, según dirían los terrestres.

Sintió palpitar el corazón una y otra vez. El piloto comenzó a relajarse, lo cual se hizo visible en su exhalación y en el brillo de triunfo de sus ojos. La había estudiado. Sabía que no podría disparar. Llevó otra vez la mano a su cinturón y recogió las piernas, como si quisiera accionar el sistema de palancas.

Silver lo había ensayado en su mente muchas veces, pero el hecho real era casi un anticlímax. Tenía una claridad cristalina, como si ella misma la estuviera observando a cierta distancia o desde otro tiempo, pasado o futuro. Se acercaba el momento de elegir el blanco, algo que había elaborado una y otra vez antes, sin llegar a ninguna conclusión. Apuntó el soldador justo debajo de las rodillas del piloto. No había ninguna superficie valiosa que se interpusiera entre ellos.

Apretar el botón fue sorprendentemente fácil. El trabajo de un solo músculo pequeño en su pulgar superior derecho. El rayo fue de un color azul apagado, que ni siquiera la hizo pestañear, aunque una llama amarilla intensa destelló en la tela del uniforme, supuestamente no inflamable. Enseguida se apagó. Podía sentir el olor de la tela quemada, aún más penetrante que el olor de la carne quemada. En un instante, el piloto estaba inclinado hacia adelante gritando de dolor.

—¿Por qué lo has hecho? —gritó Ti, con una gran tensión en la voz—. ¡Todavía estaba atado a su asiento, Silver! —Sus ojos no podían esconder su asombro. El ingeniero, después de un primer movimiento convulsivo, quedó inmovilizado, como una pelota sumisa. Sus ojos iban de un cuadrúmano a otro. Siggy tenía la boca abierta. Jon tenía los labios bien apretados.

Los gritos del piloto la asustaron y le crisparon tanto los nervios que sentía que iba a estallar. Volvió a apuntarlo con el soldador.

—¡Deje de hacer ese ruido! —le ordenó.

Para sorpresa de todos, el piloto dejó de gritar. Suspiró entre sus dientes apretados y la miró con ojos que destilaban dolor. Las quemaduras en las piernas parecían estar cauterizadas. Tenían un color negro ambiguo. Silver sentía una mezcla de repulsión y un deseo curioso de acercarse a ver lo que había hecho. Los bordes de las quemaduras tenían un color rojo intenso. El plasma amarillo seguía saliendo, pero quedaba adherido a la piel. Todavía no había necesidad de utilizar una aspiradora manual. La herida no parecía amenazar su vida. Al menos de inmediato.

—Siggy, suéltalo y sácalo de ese asiento de control —ordenó Silver. Por primera vez, Siggy obedeció sin protestar. Su mirada asustada ni siquiera parecía querer sugerir cómo hacerlo mejor.

Por cierto, el efecto de su acción sobre todos los presentes, no sólo los cautivos, era más que gratificante. Todos se movían rápidamente. Podía llegar a ser adictivo. No había protestas, no había quejas…

Algunas quejas.

—¿Era necesario? —preguntó Ti, mientras los prisioneros iban delante de ellos por el pasillo—. Estaba saliendo de su asiento…

—Intentaba saltar sobre mí.

—No puedes estar segura de eso.

—Pensé que no podría dispararle si se movía.

—Pero no me digas que no tenías otra elección…

Silver se dio la vuelta y lo miró con irritación. Ti se echó atrás.

—Si no logramos capturar esta nave, mil amigos míos van a morir. Tenía una elección. Elegí. Y volvería a elegir. ¿Me has entendido?

Y tú eliges por todos, Silver. Las palabras de Leo resonaban en su memoria.

Ti se rindió de inmediato.

—Sí, señora.

¿Sí, señora? Silver pestañeó y siguió avanzando delante de Ti, para esconder su confusión. Ahora le temblaban las manos. Entró en el compartimento sanitario antes que todos, ostensiblemente para desconectar todos los equipos de comunicación, excepto la alarma de emergencia direccional, y para verificar el equipo de primeros auxilios. Estaba allí, completo. Y también para estar sola durante un momento, lejos de la mirada de sus compañeros.

¿Era éste el placer que Van Atta sentía con su poder, cuando todos se abrían paso ante él? Era obvio lo que su disparo le había producido al piloto desafiante. Pero, ¿qué efecto había producido en ella? Por cada acción, una reacción igual y opuesta. Era una verdad somática, un conocimiento visceral que llevaban todos los cuadrúmanos desde el nacimiento, clara y evidente en cada movimiento.

Salió del compartimento. El piloto emitió un quejido de dolor cuando sus piernas golpearon accidentalmente la escotilla, mientras lo ponían a él y al ingeniero en el compartimento sanitario, lo cerraban y lo despedían de la nave de Salto.

La agitación de Silver dio lugar a una resolución fría en su interior, si bien le seguían temblando las manos por la desesperación que le producía el dolor del piloto. Era así. Los cuadrúmanos no eran diferentes de los terrestres, después de todo. Cualquier mal que ellos pudieran hacer, los cuadrúmanos lo podían hacer también. Si lo deseaban.

Muy bien. Si colocaban los tubos de cultivo en este ángulo, con una rotación de seis horas, podrían arreglárselas con cuatro espectros de luz menos en el módulo de hidroponía y al mismo tiempo tendrían suficientes lúmenes sobre las hojas como para estimular el florecimiento en catorce días. Claire introdujo la orden en el ordenador e hizo pasar, en forma acelerada, todo el ciclo en el modelo analógico, sólo para estar segura. La nueva configuración de crecimiento reduciría el consumo de energía del módulo en un doce por ciento, desde las primeras estimaciones. Bien. Hasta que el Hábitat llegara a destino y pudieran desarrollar los delicados colectores solares otra vez, la energía sería óptima.

Apagó el ordenador y suspiró. Ésa era la última tarea de planificación que podría realizar mientras estuviera aquí encerrada en el Clubhouse. Era un buen escondite, pero demasiado tranquilo. Le había costado muchísimo concentrarse, pero no tener nada que hacer, según descubrió a medida que pasaban los segundos, era peor. Se acercó al armario y sacó un paquete de uvas y las comió de una en una. Cuando las hubo terminado, regresó el mismo silencio pegajoso.

Imaginaba poder tener a Andy en sus brazos otra vez, poder agarrarle esos deditos cálidos, en una seguridad mutua. También esperaba que Silver se diera prisa y que enviara la señal. Por otra parte, cuando se imaginó a Tony, prisionero allí abajo, rogó ansiosamente que Silver se demorara, que por algún milagro pudieran recuperar a Tony en el último momento. No sabía si empujar o tirar de los minutos que pasaban, pero cada uno que pasaba, parecía despellejarla.

Sintió el ruido de las compuertas y le invadió la ansiedad. ¿La habían descubierto? No, eran tres muchachas cuadrúmanas. Emma, Patty y Kara, ayudantes de enfermería.

—¿Ya es la hora? —preguntó Claire.

Kara sacudió la cabeza.

—¿Por qué no empieza? ¿Qué es lo que Silver está…? —se detuvo. Se le ocurrieron tantas razones desastrosas para la demora de Silver.

—Es mejor que envíe la señal pronto —dijo Kara—. Todos te están buscando como locos por todo el Hábitat. El señor Wyzak, el supervisor de Mantenimiento de Sistemas Aéreos, finalmente pensó en mirar detrás de las paredes. En este momento están en la sección del dique de carga. Todos los integrantes de su tripulación están sufriendo la peor crisis de idiotez —dijo, con una sonrisa en su rostro—, pero, a la larga, buscarán por esta zona.

Emma cogió uno de los brazos inferiores de Kara.

—En ese caso, ¿es éste el mejor lugar para escondernos?

—Tendrá que serlo, por el momento. Espero que las cosas estallen antes que el doctor Curry siga haciendo su trabajo con todos los nombres de su lista, porque, de otra manera, este lugar va a estar repleto de gente — dijo Kara.

—¿Entonces el doctor Curry se ha recuperado? — preguntó Claire, sin estar segura si quería escuchar un sí o un no —. ¿Lo suficiente como para seguir adelante con sus cirugías? Esperaba que ya no estuviera en estado de hacerlo.

Kara sonrió.

—No exactamente. Lo único que hace es quedarse ahí inmóvil, mientras supervisa a la enfermera que da las inyecciones. En realidad, lo haría si pudieran encontrar alguna chica a quien darle las inyecciones.

—¿Inyecciones?

Abortivos — dijo Kara.

Oh. Entonces es una lista diferente de la mía. Por eso Emma y Patty estaban tan pálidas.

Kara suspiró.

—Sí. Bueno, todas nosotras estamos en una lista o en otra, supongo. — Luego, se retiró.

Claire se quedó en compañía de las otras dos muchachas, aunque esto representaba un peligro mayor de que las descubrieran, no sólo a ellas, sino sus planes. ¿Cuántas cosas más podían andar mal antes de que todo el personal terrestre del Hábitat comenzara a hacerse las preguntas correctas? Suponiendo que todo el plan se descubriera prematuramente, ¿sería por la pista abierta que ella había dejado? ¿Tendría que haberse sometido dócilmente al procedimiento del doctor Curry, aunque sólo fuera para mantener todo en secreto un tiempo más? ¿Qué pasaba si «un poco más de tiempo» era la diferencia entre el éxito y el desastre?

—¿Y ahora qué pasará? —dijo Emma, con una voz débil.

—Tendremos que esperar. A menos que hayas traído algo para hacer —dijo Claire.

Emma meneó la cabeza.

—Kara me hizo salir de mi turno de trabajo en Reparaciones Menores hace apenas diez minutos. No pensé que era para traerme aquí.

—A mí me sacó de mi saco de dormir —confirmó Patty. Se le escapó un bostezo, a pesar de toda la tensión—. Estoy tan cansada todos estos días…

Emma se frotó el abdomen inconscientemente con sus palmas inferiores, en un movimiento circular que a Claire le resultaba muy familiar. Entonces, las muchachas ya habían comenzado con su preparación para el parto.

—Me preguntó cómo va a salir todo esto —suspiró Emma—. Cómo resultará. Dónde vamos a estar todos nosotros dentro de siete meses…

Claire se dio cuenta de que no era una cifra dicha al azar.

—Por lo menos, lejos de Rodeo. O muertos.

—Si estamos muertos, no tendremos más problemas —dijo Patty—. Si no… Claire, ¿cómo es el parto? ¿Cómo es en realidad? —Sus ojos parecían suplicar que la experiencia de Claire la tranquilizara. Esta era la única que tenía conocimientos sobre los misterios maternales del cuerpo que estaba presente en este momento.

Claire, comprensiva, le respondió.

—No fue exactamente cómodo, pero no es nada que no puedas manejar. El doctor Minchenko dice que a nosotras nos va mucho mejor que a las mujeres terrestres. Tenemos una pelvis mucho más flexible, con un arco más amplio, y nuestro suelo pélvico es más elástico, por el hecho de no tener que luchar contra las fuerzas gravitacionales. Dice que fue idea suya diseñarnos así y eliminar el himen, o lo que fuera. Supongo que era algo doloroso.

—¡Ay! Pobres mujeres —dijo Emma—. Me pregunto si sus bebés son succionados de sus cuerpos por la gravedad.

—Nunca he oído nada así —dijo Claire, dudosa—. Él dijo que tenían problemas cuando se acercaba el término, porque el peso del bebé les cortaba la circulación y les apretaba los nervios y los órganos y esas cosas.

—Me alegra no haber nacido en la Tierra —dijo Emma—. Por lo menos, no ser una mujer terrestre. Piensa en las pobres madres que tienen que preocuparse por si sus ayudantes dejan caer a sus recién nacidos. —Se estremeció.

—Allí abajo, es horrible —confirmó Claire fervientemente, cuando recordó lo sucedido—. Vale la pena arriesgar cualquier cosa con tal de no tener que ir allí. De verdad.

—Pero nosotras estaremos solas dentro de siete meses —dijo Patty—. Tú tuviste ayuda. Tenías al doctor Minchenko. Emma y yo vamos a estar solas.

—No, no lo estaréis —dijo Claire—. ¡Qué idea tan horrible! Kara estará allí. Yo también. Todas os ayudaremos.

—Leo también vendrá con nosotros —dijo Emma, con ánimo de parecer optimista—. Él es un terrestre.

—No creo que ése sea exactamente su campo de experiencia —dijo Claire, honestamente. Trataba de imaginarse a Leo como especialista médico. Él había dicho que no le interesaban los sistemas hidráulicos—. De todos modos —prosiguió con firmeza—, la parte complicada del nacimiento de Andy tuvo que ver, en general, con la recopilación de datos, porque yo era una de las primeras y estaban ensayando los procedimientos. Eso fue lo que dijo el doctor Minchenko. El parto no fue nada complicado. El doctor Minchenko no lo hizo, en realidad… Fui yo la que lo hice, mi cuerpo. Lo único que hizo él fue sostener la aspiradora manual. Es un poco desordenado, pero rápido. —Si nada sale mal biológicamente, pensó y tuvo el sentido común de no decirlo en voz alta. Patty seguía intranquila.

—Sí, pero el parto no es más que el comienzo. El hecho de trabajar para Galac-Tech nos mantenía ocupadas, y hemos estado trabajando tres veces más desde que se planteó todo esto de la huida. Y hay que ser muy tonta como para no darse cuenta de que será peor después. No hay ningún fin a la vista. ¿Cómo vamos a manejar todo esto y además a los bebés? No estoy segura si creo en todo lo que se dice de la libertad. Leo habla de libertad, pero ¿libertad para quién? No para mí. Yo tenía más tiempo libre cuando trabajaba para la compañía. —¿Quieres ir a presentarte al consultorio del doctor Curry? —le sugirió Emma. Patty se encogió de hombros, incómoda. —No…

—No creo que cuando habla de libertad se refiera al tiempo libre —dijo Claire, pensativa—. Creo que se refiere más a la supervivencia. Como… como no tener que trabajar para otros que tienen el derecho de dispararte si lo desean. — Sus recuerdos se reflejaron en su voz. Suavizó el tono, de forma inconsciente—. Tendremos que seguir trabajando, pero será á para nosotros. Y para nuestros hijos.

—En especial para nuestros hijos —dijo Patty, con un tono sombrío.

—Eso no está mal —comentó Emma.

Claire creyó comprender el porqué del pesimismo de Patty.

—Y la próxima vez, si es que hay una próxima vez, podrás elegir quién será el padre de tu hijo. No habrá nadie que te lo diga.

El rostro de Patty se iluminó visiblemente.

—Eso es cierto…

La intención de Claire de tranquilizarla había surtido efecto. La conversación había entrado en vías menos amenazadoras, por el momento. Después de mucho rato, se abrieron las compuertas y asomó la cabeza de Pramod.

—Hemos recibido la señal de Silver —fue lo único que dijo.

Claire expresó su alegría en voz alta. Patty y Emma se abrazaron y daban vueltas en el aire.

Pramod extendió una mano, para prevenirlas.

—Las cosas todavía no han empezado. Tendréis que quedaros aquí un poco más de tiempo.

—¡No! ¿Por qué? —gritó Emma.

—Estamos esperando una nave especial de suministros de la Tierra. Cuando llegue al embarcadero, será la nueva señal para que todo comience.

El corazón de Claire comenzó a palpitar.

—Tony…¿Traen a Tony a bordo?

Pramod sacudió la cabeza. Sus ojos oscuros compartían su dolor.

—No, sólo las varillas de combustible. Leo está verdaderamente ansioso por recibirlas. Tiene miedo de que sin ellas no tengamos la energía suficiente para expulsar al Hábitat.

—Sí… claro —dijo Claire y volvió a encerrarse en sí misma.

—Quedaos aquí, esperad e ignorad cualquier sirena de emergencia que podáis oír —dijo Pramod. Juntó sus manos inferiores en un gesto de aliento y se retiró.

Claire se reclinó para esperar. Con la tensión que tenía, podría haberse puesto a llorar. Pero lo último que necesitaban Emma y Patty era un mal ejemplo.

Bruce van Atta presionó un dedo contra la nariz, apretando una de sus fosas nasales y respiró profundamente. Luego cambió de lado y repitió el procedimiento. Maldita caída libre, con todos los problemas, nasales que provocaba, entre otras incomodidades. No veía la hora de volver a la Tierra. Inclusive Rodeo sería una mejoría. Se preguntaba sí podría inventar una excusa… ir a inspeccionar si las barracas de los cuadrúmanos estaban listas, tal vez. Bien pensado, podría alargar ese trámite durante cinco días.

Se movió y se acercó a uno de los rincones del consultorio en forma de pastel de la doctora Yei. Se sentó sobre su escritorio, apoyó la espalda en una pared plana y enganchó los pies en la barra magnética, llena de papeles y formularios. Yei frunció los labios, molesta, y se entregiró para mirarlo. Van Atta cruzó los pies en una posición cómoda, con la intención deliberada de ensuciar los papeles y sacar a la psiquiatra de sus casillas. La doctora volvió a mirar la pantalla. No quería responder a esa provocación. Van Atta pisoteó un poco más los papeles. Un capricho femenino, pensó. Era un alivio que sólo les quedaran unas pocas semanas de trabajar juntos, así no tendría que seguir aguantándola más.

—Así que… —preguntó Van Atta—, ¿hasta dónde hemos llegado?

—Bueno, no sé cómo lo está haciendo usted… Por cierto —agregó, maliciosamente—, ni siquiera sé qué es lo que está haciendo…

Van Atta sonrió. Así que, después de todo, el gusano podía culebrear. Algunos administradores podrían haberse ofendido por la insubordinación implícita. Van Atta se felicitó a sí mismo por su sentido del humor.

—…pero hasta ahora, he terminado de orientar a casi la mitad del personal sobre sus nuevas asignaciones.

—¿Alguien ha causado problemas? Puedo hacerme el chico malo, si es necesario —se ofreció— y me encargaría de los que no quieren cooperar.

—Naturalmente, todo el mundo está bastante sorprendido —contestó la doctora—. Sin embargo, no creo que su… intervención directa sea necesaria. — Bien —dijo Van Atta, jovialmente. —No obstante, creo que habría sido mejor decírselo a todos al mismo tiempo. Revelar la información por sectores invita a que se empiecen a crear rumores, que es lo menos deseable.

—Sí. Bueno, ya es demasiado tarde… Sus palabras fueron interrumpidas por el trepidante ulular de una alarma procedente del intercomunicador. La pantalla de Yei fue abruptamente invadida por el canal de emergencia de Sistemas Centrales.

Una voz masculina, un rostro fatigado —por Dios, era Leo Graf— apareció en la pantalla.

—Emergencia, emergencia —gritó Graf. ¿Desde dónde estaba llamando?—, tenemos una emergencia. Estamos perdiendo presión. No es un simulacro.

Todo el personal terrestre del Hábitat debe ir de inmediato al área de seguridad y quedarse allí hasta que deje de sonar la alarma…

En la pantalla, apareció un mapa generado por ordenador que indicaba la ruta más corta desde esa terminal hasta los módulos de seguridad. Van Atta sólo veía un módulo. Maldición. La pérdida de presión debe ser en todo el Hábitat. ¿Qué diablos estaba pasando?

—Emergencia, emergencia. No es un simulacro —repetía Graf.

Yei también miraba el mapa con ojos de asombro. Ahora más que nunca parecía una rana.

—¿Cómo puede ser? Se supone que el sistema de compuertas aísla el área con problemas del resto…

—Apuesto a que lo sé —dijo Van Atta—. Graf debe haber afectado la estructura del Hábitat, con su trabajo preparatorio del salvamento… Apuesto a que él o sus cuadrúmanos han estropeado algo importante. A menos que ese idiota de Wyzak haya hecho algo… ¡Vamos!

—Emergencia, emergencia —siguió repitiendo la voz de Graf—. No es un simulacro. Todo el personal terrestre del Hábitat debe ir de inmediato…

—¡Hijo de puta!

El rostro de Leo desapareció de la pantalla. Lo único que se podía ver era el mapa de emergencia.

Van Atta se adelantó a Yei, que todavía seguía mirando el mapa. Salió de su oficina y atravesó las puertas abiertas en el extremo del módulo que, aunque deberían haber estado cerradas, no lo estaban. Estaban a medio cerrar. Los controles no funcionaban. Van Atta y Yei se unieron a un grupo de terrestres que se apresuraba para alcanzar el área de seguridad.

Van Atta tragó y maldijo su sinusitis. Le zumbaba un oído y el otro no dejaba de latirle. La ansiedad provocada por la subida de adrenalina le hacía temblar el estómago.

El módulo de conferencias C ya estaba lleno cuando llegaron. Había terrestres vestidos y a medio vestir. Uña de las integrantes del personal de Nutrición tenía una caja de alimento congelado debajo de un brazo. Van Atta pensó en un principio que podía contener información sobre la duración de la emergencia, pero luego decidió que simplemente la debía tener en sus manos cuando sonó la alarma y ni siquiera pensó en dejarla antes de escapar.

—¡Cerrad las puertas! —gritó un coro de voces cuando entraba su grupo y el de Yei. Hubo una brisa de aire, que se convirtió en un silbido y luego en silencio cuando las compuertas se cerraron.

El caos y el pánico reinaban en el módulo de conferencias.

—¿Qué sucede?

—Pregúntale a Wyzak.

—Seguramente está allí fuera, buscando una solución.

—Si no, es mejor que esté bien lejos…

—¿Están todos aquí?

—¿Dónde están los cuadrúmanos? ¿Qué pasa con los cuadrúmanos?

—Tienen su propia área de seguridad. Esta no es demasiado grande.

—Probablemente, su gimnasio.

—Yo no capté ninguna instrucción dirigida a ellos por la pantalla, ni para que fueran al gimnasio ni a ninguna otra parte…

—Pruebe por el intercomunicador.

—La mitad de los canales están muertos.

—¿Ni siquiera puede comunicarse con Sistemas Centrales?

—Señora, yo soy Sistemas Centrales…

—¿No tendríamos que haber hecho un recuento de personas? ¿Alguien sabe cuántos están cumpliendo su turno aquí arriba en este momento?

—Doscientos setenta y dos. Pero, ¿cómo se puede saber quiénes faltan porque están atrapados y quiénes faltan porque están allí fuera intentando solucionar el problema?

—Déjeme a mí manejar ese maldito intercomunicador…

—¡CIERREN LAS PUERTAS! —El mismo Van Atta se unió al coro, casi sin querer. La diferencia de presión era cada vez más marcada. Estaba contento de no haber sido uno de los últimos en llegar. Si esto seguía así, en poco tiempo se vería en la obligación de hacer que las puertas quedaran cerradas a toda costa, sin importarle quién golpeara al otro lado para que lo dejaran entrar. Tenía una pequeña lista… Bueno, cualquiera sin el sentido común de responder de inmediato a las instrucciones de emergencia no debería estar en una estación espacial. Aquí se trataba de la supervivencia del más adaptado.

Si no habían reunido a todas las doscientas setenta y dos personas a esta altura, seguramente faltaban pocas. Van Atta se abrió camino entre la multitud que atestaba el módulo hacia el centro, quitándole el lugar a tal o cual persona. Algunos se daban la vuelta para protestar, veían quién los había empujado y no hacían ningún comentario. Alguien había sacado la cubierta del intercomunicador y estaba revisando su interior con frustración, ya que no tenía las delicadas herramientas de diagnóstico, que debían de haber quedado en algún lugar del Hábitat.

—¿No puede, por lo menos, comunicarse con el gimnasio de los cuadrúmanos? —preguntó una mujer joven—. Tengo que saber si mi clase ha llegado hasta allí.

—Bueno, ¿por qué no fue con ellos, entonces? —contestó el supuesto reparador.

—Uno de los cuadrúmanos adolescentes los llevó. El me dijo que viniera aquí. Ni se me ocurrió discutirlo, con esa alarma que me estaba perforando los oídos…

—No funciona. —Después de hacer una mueca, el hombre volvió a poner la cubierta en su lugar.

—Bien, voy a averiguarlo —dijo la mujer joven, con tono decidido.

—Usted no va a ninguna parte —la interrumpió Van Atta—. Hay demasiada gente respirando aquí dentro para que abra la puerta y perdamos aire innecesariamente. Por lo menos, hasta que averigüemos lo que sucede, qué alcance tiene y cuánto tiempo durará.

El hombre golpeó la cubierta del holovídeo.

—Si no funciona, la única manera de averiguar algo es enviar a alguien con una máscara de oxígeno para que vaya a verificar.

—Esperaremos unos minutos más. —Maldito sea ese tonto de Graf. ¿Qué había hecho? ¿Y dónde estaba? En alguna parte con una máscara, seguro. O aún mejor, con un traje de presión. Aunque si había sido verdaderamente el causante de todo ese desorden, Van Atta no estaba seguro de desear que tuviera un traje. Bastaría con una máscara de oxígeno, y con que recibiera su merecido castigo. Idiota de Graf.

Malditas las famosas inspecciones de seguridad de Graf. Por lo menos, el ingeniero nunca más podría hacer alarde de ellas. Un poco de humildad le haría bien.

Y sin embargo, la situación era tan anómala. No era posible que todo el Hábitat comenzara a perder presión de repente. Había refuerzos y más refuerzos, compartimentos separados… Cualquier accidente de esta envergadura tendría que haber sido previsto y planeado.

Un leve silbido escapó de su boca. De inmediato, Van Atta se concentró con fuerza. Tenía los ojos bien abiertos. ¿Podría tratarse de un accidente planeado? ¿Sería posible?

Graf no era ningún idiota. Era un genio. Un accidente, un accidente, un accidente perfecto, el mismo accidente que él siempre había deseado y que nunca se había atrevido a mencionar. ¿Era eso? ¡Tenía que serlo! ¿Un desastre fatal para los cuadrúmanos, ahora, en el último momento, cuando estaban todos juntos y podía producirse de una sola vez?

Una docena de pistas encajaban en su lugar. La insistencia de Graf en manejar todos los detalles de la planificación del rescate, sus secretos, su ansiedad por estar informado constantemente sobre el programa de evacuación, todo ese aspecto general de un hombre con cronograma secreto… Todo culminaba en esto.

Por supuesto que era secreto. Ahora que había penetrado en el plan, a Van Atta sólo le restaba colaborar. La gratitud de los altos jefes de Galac-Tech hacia Graf por liberarlos del problema de los cuadrúmanos se traduciría en mejores asignaciones, promociones más rápidas… Tendría que pensar en alguna manera solapada de comunicarlo.

Por otra parte, ¿por qué compartirlo? Van Atta esbozó una sonrisa astuta. No era una situación en la que Graf pudiera exigir ningún reconocimiento, después de todo. Graf había sido sutil, pero no lo suficiente. Tendría que haber un sacrificio, en nombre de las formas, después del accidente. Lo único que tenía que hacer era mantener la boca cerrada y… volver a concentrar su atención en el entorno actual.

—¡Tengo que verificar cómo están mis cuadrúmanos! —La mujer joven tenía los ojos desorbitados. Se rindió finalmente ante el intercomunicador y comenzó a abrirse paso hacia la puerta.

—Sí —otro hombre se unió a ella—, y yo tengo que encontrar a Wyzak. Todavía no está aquí. Seguramente necesita ayuda. Iré con usted…

—¡No! —gritó Van Atta, desesperado, como si le faltara agregar van a echarlo todo a perder—. Tienen que esperar a que termine de sonar la alarma. No dejaré que cunda el pánico. Nos quedaremos aquí y esperaremos hasta recibir instrucciones.

La mujer lo entendió, pero el hombre dijo, con escepticismo:

—¿Esperar instrucciones de quién?

—Graf —dijo Van Atta. Sí, no era demasiado pronto para dejar en claro frente a testigos sobre las manos de quién estaba la responsabilidad. Logró controlar la respiración acelerada que le provocaba su excitación y así recuperar la calma. Aunque no demasiada. Tenía que estar tan sorprendido como todos. No, más sorprendido que cualquiera… cuando fuera evidente el alcance total del desastre.

Se dispuso a esperar. Los minutos pasaban lentamente. Un último grupo de refugiados logró entrar por la puerta. El índice de pérdida de presión en todo el Hábitat debía estar bajando. Uno de los administradores de control de inventario — los viejos hábitos nunca mueren— le presentó un recuento no solicitado de los presentes.

Maldijo en silencio la iniciativa de este censor, aun cuando aceptó los resultados, agradecido. La prueba de que no todos estaban presentes debería obligarlo a tomar una decisión que no deseaba.

Sólo faltaban once miembros del personal no cuadrúmano. Era un precio necesario, pensó Van Atta para tranquilizarse. Algunos seguramente estaban en otros sitios con presión o por lo menos eso es lo que podría decir que creyó más tarde. Sus errores fatales podría atribuírselos a Graf.

Un grupo, frente a la puerta, estaba dispuesto a salir. Van Atta aspiró con fuerza y se detuvo momentáneamente, inseguro de cómo detenerlos sin revelar nada. Pero de pronto se oyó el grito de desesperación de una mujer.

—¡No hay aire en el pasillo! No podemos salir sin los trajes de presión.

Van Atta suspiró de alivio.

Se abrió paso hacia uno de los puestos de observación del módulo. Todo lo que podía obtener era una visión de las estrellas. El puesto de observación del otro lado ofrecía una vista de una parte del Hábitat. Un cierto movimiento llamó su atención. Aplastó la nariz contra el vidrio frío en un intento por divisar los detalles.

El brillo plateado de los trajes de trabajo fue lo que alcanzó a ver sobre la superficie externa del Hábitat. ¿Refugiados? ¿Un grupo de reparaciones? ¿Sería correcta su primera hipótesis de un accidente real, después de todo? No eran buenas noticias, pero, de todas formas, seguía siendo el bebé de Graf.

Pero había cuadrúmanos allí fuera. Maldición. Cuadrúmanos que habían sobrevivido. Podía ver los brazos. Graf no había hecho un ataque completo. Con sólo dos cuadrúmanos que sobrevivieran, uno hombre y otro mujer, sería lo mismo que si fueran mil, desde el punto de vista de Apiñad. Tal vez eran todos hombres en el grupo de reparaciones.

Hasta el mismo Graf estaba entre todas esas figuras. Llevaban un equipo de herramientas. La visión distorsionada que tenía a través del puesto de observación le impedía divisar de qué se trataba. Torció el cuello, hasta dolerle. Pero el grupo de trabajo había desaparecido en una curva del Hábitat. Una nave remolcadora aparecía y desparecía frente a sus ojos, sobre el módulo de conferencias.

¿Otros que lograban escapar? ¿Cuadrúmanos o terrestres?

—¡Hey! —una voz excitada en el interior del módulo de conferencias interrumpió sus observaciones—. Tenemos suerte. Este armario está lleno de máscaras de oxígeno. Debe de haber unas trescientas.

Van Atta giró la cabeza para mirar el armario en cuestión. La última vez que había estado en el módulo, el armario estaba lleno de equipos audiovisuales. ¿Quién diablos había hecho ese cambio y por qué?

Un ruido repercutió en todo el módulo, con una resonancia particular. Algo así como meter la cabeza en un balde de metal y que alguien lo golpeara con un martillo. Fuerte. Temblores y gritos. Las luces se apagaron y luego volvió la luz, mucho menos intensa que antes. Estaban con la energía de emergencia del módulo. La energía proveniente del Hábitat se había cortado por completo.

La energía no era lo único que se había cortado. Sorprendido, Van Atta vio cómo el Hábitat comenzaba a girar lentamente junto a su puesto de observación. No, no era el Hábitat. Era el módulo lo que se estaba moviendo. Un grito generalizado provino de í la multitud en su interior, cuando comenzaron a caer sobre una pared, por la leve aceleración que se impartía desde el exterior.

Van Atta se aferró al pasamanos del puesto de observación.

Su toma de conciencia le afectó casi físicamente. Irradiaba calor desde el pecho, por los brazos y las piernas y le llegaba a la cabeza como si quisiera hacerle estallar el cráneo.

¡Traicionado! Había sido traicionado, traicionado por completo y a todo nivel. Una figura con traje espacial, y con piernas, los estaba despidiendo con la mano desde un agujero quemado en uno de los lados del Hábitat. Van Atta se estremeció de furia. ¡Te atraparé, Graf! ¡Te atraparé, maldito hijo de puta! A. ti y a todos esos malditos deformes de cuatro manos…

—¡Cálmese, hombre! —le estaba diciendo la doctora Yei, que también había logrado acercarse hasta el puesto de observación—. ¿Qué sucede?

Van Atta se dio cuenta de que había estado murmurando en voz alta. Se secó la saliva de las comisuras de la boca y miró a la doctora Yei.

—Fue usted… usted… la que no lo detectó. Se suponía que tenía que llevar un registro de todo lo que pasaba con esos monstruos. Y no detectó nada. —Se abalanzó sobre ella, sin saber con qué intención, se soltó de uno de los pasamanos y se estrelló contra la pared. La sangre le latía tanto en los oídos que tuvo miedo de sufrir un ataque coronario. Se quedó" quieto un momento, con los ojos cerrados, respirando, mientras intentaba controlar sus emociones. Contrólate, se decía a sí mismo, con un miedo mortal a su inminente autodestrucción. Contrólate. Mantente bajo control y ocúpate de Graf mas tarde. De atraparlo a él y a todos los demás…

12

Leo desoyó los sollozos de los cuadrúmanos perturbados.

—¿Qué queréis decir con que no los atrapamos a todos? —preguntó.

Su júbilo había desaparecido. Había esperado tanto que sus problemas —o por lo menos la parte terrestre de sus problemas— hubieran terminado con la puesta en marcha del jet que separaba el módulo de conferencias C.

—Cuatro supervisores de área están, encerrados en la cámara refrigeradora de vegetales con máscaras de colágeno y se niegan a salir —informó Sinda, de Nutrición.

—Y los tres hombres de la tripulación de la lanzadera que acaba de entrar en el desembarcadero intentaron volver a su nave —dijo un cuadrúmano de camiseta amarilla de Desembarcaderos y Esclusas—. Los atrapamos entre dos puertas, pero han estado forzando el mecanismo y creemos que no los podremos retener mucho tiempo más.

—El señor Wyzak y dos de los supervisores de sistemas de salvamento están atados en Sistemas Centrales, a los ganchos de la pared —informó otro cuadrúmano de amarillo—. El señor Wyzak debe de testar loco a esta altura — agregó con nerviosismo.

—Tres de las encargadas de la guardería se negaron a abandonar a sus chicos —dijo una muchacha cuadrúmana mayor, vestida de rosa—. Todavía están en el gimnasio con el resto de los más pequeños. Están bastante disgustadas. Todavía nadie les ha dicho lo que está pasando, por lo menos no hasta que yo me fui, —Y… hay otra persona más —agregó Bobbi, perteneciente al equipo de trabajo de soldadura de Leo—. No estamos seguros de qué hacer con él…

—Para empezar, inmovilizadlo —dijo Leo, con un tono cansado—. Tendremos que disponer de un compartimento sanitario para llevar a los rezagados.

—Tal vez no resulte tan fácil —dijo Bobbi.

—Vosotros sois más que él. Que vayan diez o veinte. Podéis tomar todas las precauciones que queráis. ¿Está armado?

—No exactamente —admitió Bobbi, que había encontrado en las uñas de sus dedos inferiores un nuevo objeto de fascinación.

—¡Graf! —resonó una voz autoritaria, cuando se abrió la puerta en el otro extremo del vestuario. El doctor Minchenko se abalanzó a través del módulo y se detuvo junto a Leo. Le dio un puñetazo al armario, como si quisiera acentuar su furia. Después de todo, no se podía patalear en caída libre. La máscara de oxígeno que traía le temblaba en la mano—. ¿Qué diablos está ocurriendo aquí? No hay ninguna emergencia por la pérdida de presión.

Inhaló profundamente, como si quisiera probarlo.

Kara, la muchacha cuadrúmana que llevaba la camiseta y los shorts blancos del Servicio Médico, venía tras él. Parecía mortificada.

—Lo siento, Leo —se disculpó—. No pude lograr que se fuera.

—¿Cómo iba a meterme en un armario mientras todos mis cuadrúmanos se asfixian? —preguntó Minchenko, indignado—. ¿Por quién me toma, señorita?

—La mayoría lo hizo —dijo la muchacha, en un tono dubitativo.

—Cobardes… Bribones… Idiotas —protestó Minchenko.

—Siguieron sus instrucciones de emergencia establecidas por ordenador — dijo Leo—. ¿Por qué no lo hizo usted?

Minchenko lo miró.

—Porque toda esa historia apestaba. Una pérdida de presión en todo el Hábitat sería casi imposible. Tendría que ocurrir una cadena de accidentes interrelacionados.

—Sin embargo, esas cadenas ocurren algunas veces —dijo Leo, que hablaba por su gran experiencia—. Prácticamente son mi especialidad.

—Así es —murmuró Minchenko, mientras cerraba los ojos—. Y ese maldito Van Atta lo contrató como su ingeniero favorito cuando lo trajo aquí. Francamente, pensé… —parecía sentirse un poco incómodo—, que usted podría ser su asesino profesional. Ahora, desde su punto de vista, el accidente parecía tan sospechoso y conveniente. Conociendo a Van Atta, prácticamente era lo primero que pensaría.

—Gracias —replicó Leo.

—Yo conocía a Van Atta. No lo conocía a usted. —Minchenko hizo una pausa. Luego prosiguió—: Todavía no lo conozco. ¿Qué piensa que está haciendo?

—¿No resulta obvio?

—No. No del todo. Es cierto, pueden resistir en el Hábitat durante unos meses, una vez separados de Rodeo… Tal vez años. Podrían hacer frente a los contraataques, si fueran lo suficientemente conservadores e inteligentes. Pero, ¿después qué? Aquí no hay ninguna opinión pública que venga a rescatarlos, ni tampoco un público a quien impresionar. Esto sólo es la mitad, Graf. No han tomado las precauciones necesarias en caso de que necesiten ayuda…

—No estamos pidiendo ayuda. Los cuadrúmanos van a rescatarse a sí mismos.

—¿Cómo? —preguntó Minchenko, en un tono de voz burlón. Tenía los ojos iluminados.

—Lanzaremos el Hábitat. Luego seguiremos adelante.

Hasta el propio Minchenko se quedó en silencio por un momento.

Leo terminó de luchar dentro de su uniforme rojo y encontró la herramienta que estaba buscando. Apuntó firmemente a Minchenko con el soldador láser. No parecía ser una tarea que pudiera delegar fácilmente a los cuadrúmanos.

—Y usted —dijo rígidamente— puede ir a la Estación de Transferencia en el compartimento sanitario con el resto de los terrestres. En marcha.

Minchenko apenas miró el soldador. Hizo un gesto de desprecio por el arma y por quien la esgrimía.

—No sea más estúpido de lo que puede, Graf. Sé que embaucaron a ese cretino de Curry, de manera que todavía hay por lo menos unas quince chicas cuadrúmanas embarazadas allí fuera. Sin tener en cuenta los resultados de los experimentos no autorizados, que, a juzgar por el número de preservativos que hay en esa caja dentro del cajón del escritorio de mi oficina, deben ser significativos.

Kara comenzó a sentir una desesperación culpable. —¿Por qué cree que las obligué a que me trajeran la usted? —agregó Minchenko—. Entienda, Graf —miró a Leo con ojo severos—, si se deshace de mí, ¿qué planea hacer si una de ellas se presenta en el parto con placenta previa? ¿O con un prolapso de útero posparto? ¿O con cualquiera otra emergencia médica que requiera algo más que una cinta adhesiva?

—Bueno… pero… —Leo estaba desbancado. No sabía lo que era una placenta previa, pero no creía que fuera algo insignificante. Tampoco ninguna explicación del término haría algo para calmar la ansiedad que en él engendraba. ¿Era algo que podía ocurrir, dadas las alteraciones de la anatomía cuadrúmana?—. Hay que elegir. Quedarse aquí significa la muerte para todos los cuadrúmanos. El hecho de irse es una elección, no una garantía, de vida.

—Pero me necesita —argumentó Minchenko.

—Tiene que… ¿Qué? —A Leo se le trabó la lengua.

—Me necesita. No puede deshacerse de mí. —Los ojos de Minchenko se centraron por una fracción de segundo en el soldador.

—Bueno… —Leo se atragantó—, tampoco puedo secuestrarlo.

—¿Quién le está pidiendo que lo haga?

—Usted, evidentemente… —carraspeó—. Mire, no creo que entienda. Me estoy llevando este Hábitat y no vamos a volver, nunca. Nos iremos tan pronto como podamos, más allá de todo mundo habitado. Es un pasaje de ida.

—Me siento mejor. En un principio, pensé que iban a intentar algo estúpido.

Leo descubrió que sus emociones eran confusas. Una mezcla de sospecha, ¿de celos? Y hasta una anticipación marcada… ¿Qué tipo de alivio sería no tener que llevar a cabo esto solo?

—¿Está seguro?

—Ellos son mis cuadrúmanos… —dijo Minchenko mientras apretaba las manos y las abría—. De Daryl y míos. No creo que llegue a entender cuál fue el trabajo que realizamos, qué buen trabajo hicimos al crear a esta gente. Están perfectamente adaptados a su medio. Superior a todo sentido. Fue el trabajo de treinta y cinco años. ¿Voy a permitir que un extraño se los lleve por la galaxia, vaya a saber a qué destino incierto? Por otra parte, Galac-Tech me iba. a jubilar el año próximo.

—Perderá la pensión —señaló Leo—. Tal vez su libertad… Y posiblemente la vida.

—No me queda mucha —replicó Minchenko.

No era cierto, pensó Leo. El biocientífico poseía una vida enorme. Más de tres cuartos de siglo de experiencia. Cuando este hombre muriera, un universo de conocimiento especializado desaparecería. Los ángeles llorarían por la pérdida. A menos que…

—¿Podría preparar a médicos cuadrúmanos?

—De lo que estoy completamente seguro es de que usted no podría, — Minchenko se pasó las manos por el cabello blanco, en un gesto que traslucía en parte exasperación, en parte súplica.

Leo miró a su alrededor, a los cuadrúmanos que esperaban con ansiedad, escuchando… escuchando que otra vez más los hombres con piernas decidieran su futuro. No era justo… Las palabras salieron de su boca antes de que su razonamiento lograra detenerlas.

—¿Vosotros qué pensáis, chicos?

Hubo un grito irregular pero inmediato en favor de Minchenko. Y también alivio en sus ojos. La autoridad familiar de Minchenko seguramente sería un inmenso placer para ellos, a medida que seguían su hacia lo desconocido. Leo de repente recordó que el universo había cambiado por completo el día en que murió su padre. Sólo porque seamos adultos !no quiere decir que podamos salvarles… Pero éste era un descubrimiento que cada cuadrumano tendría que hacer a su debido tiempo. Respiró profundamente.

—Muy bien.

¿Cómo podía ser que, de repente, uno sintiera que pesaba veinte kilos menos cuando en realidad no pesaba nada? Placenta previa, Dios. La reacción de Minchenko no fue de placer inmediato.

—Hay algo… —comenzó a decir, con una sonrisa humilde, que no cuadraba en su rostro.

¿Y ahora qué le preocupa?, se preguntó Leo, sospechando de nuevo.

—¿Qué?

—La señora Minchenko.

—¿Quién?

—Mi esposa. Tengo que traerla.

—Yo no… sabía que estaba casado. ¿Dónde está?

—Abajo. En Rodeo.

—Cielos… —Leo tuvo que contener las ganas de arrancarse el poco cabello que le quedaba. Pramod, que estaba escuchando, le recordó: —Tony también está abajo. —Lo sé, lo sé y le prometí a Claire… No sé cómo ; vamos a solucionarlo…

Minchenko estaba esperando. Su expresión era intensa. No era un hombre acostumbrado a rogar. Sólo sus ojos suplicaban. Leo estaba conmovido.

—Lo intentaremos. Lo intentaremos. Es todo lo que puedo prometer.

Minchenko asintió con gravedad.

—Por cierto, ¿cómo se va a sentir la señora Minchenko cuando se entere de todo esto?

—Ha detestado Rodeo durante veinticinco años —afirmó Minchenko… como de pasada, pensó Leo—. Estará encantada de irse de allí. —Minchenko no agregó Eso espero en voz alta, pero Leo llegó a oírlo, de todas formas.

—Muy bien. Bueno, aún tenemos que reunir a todos esos rezagados y deshacernos de ellos…

Leo se preguntó si era posible morir de un ataque de ansiedad. Condujo al pequeño grupo que se encontraba en el vestuario.

Claire volaba de un pasamanos a otro por los pasillos. Por fin había logrado calmarse, aunque el corazón le saltaba de emoción. Las compuertas que llevaban al gimnasio estaban abarrotadas de cuadrúmanos. Tuvo que contenerse para no abrirse paso a codazos. Una de sus antiguas compañeras de dormitorio, que llevaba camiseta y shorts rosados, la reconoció con una sonrisa y le extendió una de las manos inferiores para ayudarla a pasar por entre la multitud.

—Los más pequeños están junto a la puerta C —dijo la muchacha—. Te he esperado…

Después de echar una ojeada a su alrededor para asegurarse de que su trayectoria de vuelo no se cruzara violentamente con la de otro que intentara tomar el mismo atajo, su compañera de dormitorio la ayudó a lanzarse en la dirección elegida por la ruta más directa, atravesando el diámetro de la cámara.

La figura rolliza de ropa rosada que buscaba Claire estaba sumergida entre un enjambre de pequeños de cinco años, todos excitados y asustados. Claire sintió un poco de culpa por haber juzgado que era demasiado peligroso para su plan secreto advertir a los cuadrúmanos más jóvenes con anticipación sobre los cambios a los que iban a enfrentarse. Los más pequeños tampoco tienen voto, pensó.

Mama Nula sostenía a Andy, que lloraba inconsolablemente. Hacía esfuerzos denodados por calmarlo con una botella de fórmula en una mano, mientras que con la otra ponía un paño en la frente herida de otro niño de cinco años. Otros dos y tres se colgaban de sus piernas, mientras Mama Nula intentaba dirigir verbalmente los esfuerzos de un sexto que ayudaba a un séptimo a abrir un paquete de proteínas, que accidentalmente se habían desparramado por el aire. Durante esos instantes, su tono familiar tranquilo era apenas más tenso que lo habitual, hasta que vio que Claire se acercaba.

—Querida —dijo, en un tono débil.

—¡Andy! —gritó Claire.

Andy giró la cabeza hacia ella y se separó de Mama Nula, con unos movimientos frenéticos. Extendió la correa que lo sujetaba lo más posible, pero rebotó y volvió a manos de Mama Nula. Entonces comenzó a gritar con desesperación. Como por resonancia, el niño que estaba sangrando se puso a gritar aún más fuerte.

Claire se detuvo junto a la pared y los abrazó.

—Claire, cariño, lo siento —dijo Mama Nula, mientras con un gesto de la boca señalaba a Andy—, pero no puedo permitir que te lo lleves. El señor Van Atta me dijo que me despediría de inmediato, sin importarle si tenía veinte años o no y Dios sabe a quién traerían entonces. Son muy pocas las que tienen la cabeza puesta en su lugar… —Andy la interrumpió cuando decidió volver a lanzarse hacia Claire. Le sacó violentamente la botella que tenía en la mano y la arrojó. Unas gotas de fórmula se agregaron a la polución del medio ambiente general. Claire extendió las manos para cogerlo.

—No puedo… De verdad, no puedo… ¡Oh, mierda! Tómalo…—Era la primera vez que Claire oía una expresión así de boca de Mama Nula. Desenganchó la correa y, una vez liberada, se dedicó a atender instantáneamente a los otros niños que estaban esperando.

Los gritos de Andy se transformaron de inmediato en un sollozo. Se aferraba a su madre con desesperación. Claire lo abrazó con los cuatro brazos, con no menos desesperación. El bebé empezó a tocarle la camiseta. Inútil, pensó Claire. Ella se contentaba con sólo abrazarlo, pero no era algo recíproco. Le tocó el cabello y disfrutaba de su olor a bebé, de sus ojos tiernos, su piel traslúcida, sus pestañas, cada parte de su cuerpo. Le sonó la nariz con el borde de la camiseta azul.

—Es Claire —oyó decir que uno de los niños de cinco años le explicaba a otro —. Es una mamá de verdad. —Claire levantó la vista y los pescó inspeccionándola. Los niños se rieron. Ella les devolvió la sonrisa. Un niño de unos siete años había recuperado la botella y miraba a Andy con interés.

Una vez que la herida en la frente del niño dejó de sangrar, Mama Nula pudo, por fin, mantener una conversación.

—¿No tienes idea de dónde está el señor Van Atta? —le preguntó a Claire, preocupada.

—Se ha ido —dijo Claire, con una cierta satisfacción—. ¡Se fue para siempre! Nosotros somos la autoridad ahora.

Mama Nula pestañeó.

—Claire, no te permitirán…

—Tenemos ayuda. —Hizo un gesto hacia el otro lado del gimnasio, donde estaba Leo, que acababa de llegar. Junto a él estaba otra figura con piernas, de uniforme blanco. ¿Qué estaba haciendo el doctor Minchenko todavía aquí? De pronto, sintió temor. ¿Habían fracasado en su intento de sacar a todos los terrestres del Hábitat, después de todo? Por primera vez, se le ocurrió preguntarse por qué Mama Nula estaba aquí.

—¿Por qué no fue a su zona de seguridad? —le preguntó Claire.

—No seas tonta, querida. ¡Oh, doctor Minchenko! —Mama Nula le hizo un gesto con la mano—. ¡Por aquí!

Los dos hombres terrestres, que no tenían la misma experiencia que los cuadrúmanos para desplazarse por el aire, atravesaron la cámara con ayuda de una cuerda que colgaba de un arco y se acercaron al grupo de Mama Nula.

—Aquí tengo a uno que necesita pegamento biótico —le dijo Mama Nula al doctor Minchenko, mientras abrazaba al niño herido, cuando el doctor estuvo lo suficientemente cerca como para oírla—. ¿Qué sucede? ¿Estamos a salvo como para llevarlos de vuelta a los módulos de la guardería?

—Estamos a salvo —contestó Leo—, pero usted tendrá que venir conmigo, señorita Villanova.

—No abandonaré a mis chicos si antes no llega mi sustituía —replicó Mama Nula, en un tono áspero—, y parece que la mayor parte de los integrantes de mi departamento se han evaporado, inclusive mi director.

Leo frunció el ceño.

—¿La doctora Yei todavía no la ha informado?

—No…

—Guardaron lo mejor para el último momento —dijo el doctor Minchenko seriamente— por razones obvias. —Se dirigió a Mama Nula—. Galac-Tech acaba de poner fin al Proyecto Cay, Liz. ¡Y ni siquiera me consultaron a mí! —En pocas palabras, le describió la situación actual—. Yo estaba preparando una queja por escrito, pero Graf me puso al tanto de todo. Y sospecho que es mucho más efectivo. Los internos han tomado el manicomio. Graf cree que puede convertir el Hábitat en una nave colonia. Pienso… Prefiero creer que lo hará.

—¿Quiere decir que usted es el responsable de todo este desorden? —Mama Nula miró a Leo y observó a su alrededor. Parecía estar verdaderamente sorprendida—. Pensé que Claire estaba delirando… —Las otras dos mujeres terrestres que se ocupaban de los niños se acercaron durante la explicación y estaban allí, en el aire, no menos perplejas—. Galac-Tech no les da el Hábitat, ¿no es verdad? —Mama Nilla preguntó a Leo.

—No, señorita Villanova —respondió Leo con paciencia—. Lo estamos robando. Ahora, no me gustaría involucrarla en algo que usted no quisiera, de manera que si quiere acompañarme a la cápsula de salvamento…

Mama Nilla echó un vistazo al gimnasio. Unos pocos grupos de jóvenes ya estaban saliendo, con la ayuda de otros cuadrúmanos un poco mayores.

—¡Pero estos chicos no pueden hacerse cargo de todos los niños!

—Tendrán que hacerlo —dijo Leo.

—No, no… Creo que usted no tiene ni la menor idea del intenso trabajo que lleva a cabo este departamento.

—No la tiene —confirmó el doctor Minchenko, mientras se tocaba los labios con un dedo.

No hay otra alternativa —dijo Leo, entre dientes—. Ahora chicos, soltad a la señorita Villano va —se dirigió a los pequeños aferrados a ella—. Tiene que irse.

—¡No! —gritó el que la sujetaba de la rodilla izquierda—. Tiene que leernos los cuentos después del almuerzo. Lo prometió.

El que estaba herido comenzó a gritar nuevamente. Otro tiraba de su manga izquierda y suplicaba:

—¡Mama Nula! ¡Tengo que ir al baño!

Leo se pasó las manos por el cabello. Su esfuerzo por calmarse era evidente.

—Necesito vestirme y estar afuera en este preciso instante, señora. No tengo tiempo para discutir. Todas ustedes… —su mirada abarcó a las otras dos cuidadoras—. ¡Muévanse!

Los ojos de Mama Nilla brillaban con furia. Extendió el brazo izquierdo, detrás del que se escondía un niño que, con sus ojos azules, miraba a Leo, asustado.

—¿Van a llevar a esta niña al baño, entonces?

La muchacha cuadrúmana y Leo se miraron entre sí, con el mismo terror.

—Por supuesto que no —contestó el ingeniero. Miró a su alrededor—. Otra muchacha cuadrúmana lo hará. ¿Claire…?

Después de una investigación profunda, Andy eligió ese momento para comenzar a emitir sus protestas por la falta de leche en los senos de su madre.

Claire intentó calmarlo, con unas palmaditas en la espalda. También ella tenía ganas de llorar ante su desilusión.

—Supongo que a usted —dijo el doctor Minchenko— no le gustaría demasiado venir con nosotros, Liz. No habría regreso, por supuesto.

—¿Nosotros? —La mirada de Mama Nilla fue incisiva—. ¿Usted está de acuerdo con esta tontería? —Me temo que sí. —Muy bien, entonces. —Ella asintió. —Pero usted no puede… —comenzó a decir Leo. —Graf —interrumpió el doctor Minchenko—, ¿su drama de la falta de presión le da a estas señoras alguna razón para pensar que iban a seguir teniendo aire si se quedaban con sus chicos? — Teóricamente, no —dijo Leo. —A mí ni siquiera se me ocurrió —dijo una de las cuidadoras. De pronto parecía preocupada…

—A mí, sí —dijo la otra, mientras fruncía el ceño a Leo.

—Yo sabía que había salidas de aire de emergencia en el módulo del gimnasio —dijo Mama Nilla—. Después de todo, así está establecido. Todo el departamento tendría que haber venido aquí. —Yo los envié a otro lado —dijo Leo. —Todo el departamento tendría que haberlo mandado a la mierda —agregó Mama Nilla—. Permítame hablar por los ausentes. —Su sonrisa era gélida. Una de las cuidadoras se dirigió a Mama Nilla, con desesperación.

—Pero yo no puedo ir con ustedes. Mi marido trabaja abajo.

—¡Nadie le está pidiendo que lo haga! —exclamó Leo.

La otra cuidadora, haciendo caso omiso de Leo, se dirigió a Mama Nula.

—Lo siento. Lo siento, Liz. No puedo. Es demasiado.

—Sí, exacto —Leo tocó con una mano el bulto que tenía en el uniforme, lo abandonó y comenzó a hacerlas salir, agitando los brazos en el aire.

—Está bien, chicas, entiendo —Mama Nula intentó calmar su evidente ansiedad—. Yo me quedaré y resistiré en el fuerte, supongo. Después de todo, nadie está esperando este cuerpo viejo en ninguna parte —se rió. Pero era una risa forzada.

—¿Usted se hará cargo del departamento, entonces? —confirmó el doctor Minchenko con Mama Nilla—. Diríjalo de la manera que más le guste. Cuando no sepa qué hacer, pregúnteme.

Ella asintió. Parecía reservada, como si justo en ese momento comenzara a esbozarse la infinita complejidad de la tarea que tenía ante sí.

El doctor Minchenko se ocupó del niño que tenía el corte sangrante en la frente. Leo, finalmente, logró llevarse a las otras dos mujeres terrestres.

—Vamos. Ahora tengo que ir a vaciar la cámara frigorífica de vegetales.

—Con todo lo que está pasando, ¿por qué pierde tiempo limpiando una cámara frigorífica? —murmuró Mama Nula entre dientes—. ¡Qué locura!

—Mama Nula, tengo que irme ahora —la pequeña cuadrúmana la abrazó con todos sus brazos, efusivamente. Mama Nula se separó.

Andy seguía manifestando su desilusión con ataques intermitentes.

—Vamos, amigo —el doctor Minchenko se detuvo para dirigirse a él—, ésa no es manera de hablarle a tu mamá…

—No tengo leche —le explicó Claire. Se sintió r te e incapaz cuando le ofreció el biberón. El bebé lo arrojó. Cuando intentó separarlo momentáneamente para recogerlo, Andy se aferró a su brazo y gritó desesperadamente. Uno de los niños de cinco años se dio la vuelta y se tapó los oídos con las cuatro manos.

—Venga con nosotros a la enfermería —dijo el doctor Minchenko, con un sonrisa comprensiva—.; Creo que tengo algo que solucionará tu problema. A menos que quieras destetarlo ahora, lo cual no te recomiendo.

—¡Oh, por favor! —dijo Claire, esperanzada, —Nos llevará un par de días hacer que tus sistemas vuelvan a funcionar otra vez —previno—, dado el período de retraso en la reacción biológica. Pero no? he tenido oportunidad de revisarte desde que llegué.

Claire flotó detrás de él con gratitud. Hasta Andy dejó de llorar.

Pramod no había bromeado respecto a las pieza de ajuste, pensó Leo con un suspiro, mientras estudiaba la protuberancia de metal que tenía ante sus? ojos. Golpeó los mandos del ordenador que junto a él, con cierta lentitud y torpeza, puesto llevaba guantes. Este conducto aislado llevaba aguas residuales. Nada encantador, pero un error aquí p dría ser tan desastroso como cualquier otro.

Y bastante más repugnante, pensó Leo con una sonrisa. Miró a Bobbi y a Pramod, que estaban junto a él, con sus uniformes plateados. Se podían ver otros cincos grupos de trabajo de cuadrumanos en la superficie del Hábitat, mientras que un remolcador se colocaba en posición un poco más allá. Al fondo divisaba la luna creciente de Rodeo. Bueno, siguiente eran los fontaneros más caros de toda la galaxia.

El embrollo de tuberías codificadas que tenía ante si formaban las conexiones umbilicales entre un nódulo y el próximo, protegidas del polvo y otros agentes por una cubierta externa. La tarea que tenía |en manos era la de realinear los módulos en grupos longitudinales uniformes que soportaran la aceleración. Cada grupo, unido entre sí por compartimentos le carga, formaría una masa compacta, equilibrada, autosufíciente, por lo menos en términos de las fuerzas propulsoras relativamente bajas que Leo podía prever. Algo así como controlar una yunta de hipopótamos. Sin embargo, la realineación de los módulos traía aparejada una realineación de todas sus conexiones y había muchas, muchas, muchas conexiones.

Con el rabillo del ojo, percibió un movimiento. El de Pramod siguió la dirección del de Leo.

—Allí van —dijo Pramod. En su voz había un reflejo de triunfo y de remordimiento.

La cápsula de rescate con los últimos terrestres rezagados que quedaban a bordo caía silenciosamente el vacío. Una luz brilló en un puesto de observación a medida que la cápsula se perdía de vista, detrás de las curvaturas de Rodeo. Eso era todo para los hombres y mujeres con piernas, excepto él mismo, el doctor Minchenko, Mama Nilla y un supervisor de mantenimiento que sacaron de un conducto y que declaró su ardiente amor por una muchacha cuadrúmana de mantenimiento de Sistemas Aéreos, negándose a partir. Leo pensó que si volvía a sus cabales para cuando jugaran a Orient IV, podrían dejarlo allí. Mientras tanto, había que optar entre matarlo o ponerlo a trabajar. Leo había visto las herramientas que llevaba en la mano y le asignó un trabajo.

Tiempo. Los segundos parecían deslizarse por la piel de Leo como gusanos, debajo de su traje. El grupo de terrestres rezagados pronto alcanzaría al primer grupo de sorprendidos y comenzarían a comparar experiencias. Consideró que no pasaría mucho tiempo hasta que Galac-Tech comenzara su contraataque. No era necesario ser ingeniero para ver los cientos de aspectos en los que el Hábitat era vulnerable. La única opción que les quedaba a los cuadrúmanos era una huida a toda velocidad.

Leo intentó recordar que la flema era la clave para salir de esa situación con vida. Era necesario recordarlo. Volvió a concentrarse en el trabajo que tenía entre manos.

—Muy bien, Bobbi, Pramod, hagámoslo. Preparad los cierres de emergencia en ambos extremos y haremos que este monstruo se desplace… 136

13

Los refugiados que se encontraban con él se hicieron a un lado cuando Bruce van Atta salió de la manga de abordaje y pasó a la zona de llegada de pasajeros en la Estación de Lanzaderas número Tres de Rodeo. Tuvo que detenerse un instante, con las manos abrazadas a las rodillas, para superar el mareo que le había producido el regreso abrupto a la gravedad planetaria. El mareo y la furia.

Durante algunas horas en el viaje en el espacio orbital de Rodeo, en el interior del módulo de conferencias aislado, Van Atta había estado completamente seguro de que Graf tenía la intención de matarlos a todos, a pesar de la presencia contradictoria de las máscaras de oxígeno. Si esto era una guerra, Graf nunca sería un buen soldado. Inclusive a mí se me ocurriría algo mejor que humillar a un hombre de esta manera y luego dejarlo vivo. Lamentarás haberme traicionado, Graf. Y lamentarás aún mucho más no haberme matado cuando tuviste la oportunidad. Intentó con gran esfuerzo calmar su furia.

Van Atta se había colocado entre los pasajeros para embarcar en la primera nave disponible que vino de una Estación de Transferencia, sobrecargada ahora por la llegada inesperada de casi trescientas personas.

No había dormido en veinte horas, desde que las compuertas del módulo de conferencias aislado se habían acoplado finalmente a las del transportador de personal de la estación. Él y el resto de los empleados del Hábitat Cay habían desembarcado de la prisión móvil en grupos desordenados y habían sido transportados a la Estación de Transferencia, donde aún tendrían que perder más tiempo.

Información. Había pasado casi un día entero desde que los habían echado del Hábitat Cay. Debía conseguir información. Se dirigió al edificio de la administración de la Estación número Tres, donde se encontraba su centro de comunicaciones. La doctora Yei le siguió, murmurando algo. Van Atta le prestó poca atención.

Se vio reflejado en las paredes plásticas del tubo que lo llevaba por encima de la superficie de la estación. Demacrado. Se irguió y sacó pecho. No era conveniente aparecer ante otros administradores con un aire vencido y débil. La debilidad iba por dentro.

Observó la superficie de la Estación de Lanzaderas que se extendía debajo del tubo. En el extremo opuesto de la pista, en la terminal del monorraíl, comenzaban a apilarse varios bultos de carga. Ah, sí. Los malditos cuadrúmanos también eran un eslabón en esa cadena. Un eslabón débil, un eslabón roto, que pronto sería reemplazado.

Llegó al centro de comunicaciones en el mismo momento en que lo hacía la administradora de la estación, Chalopin. La seguía su capitán de Seguridad… ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, ese idiota de Bannerji.

—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Chalopin sin ningún preámbulo—. ¿Un accidente? ¿Por qué no han solicitado ayuda? Nos comunicaron que interrumpiéramos todos los vuelos… Tenemos una producción importante detenida a mitad de camino hacia la refinería.

—Manténganla allí, entonces. O llamen a la Estación de Transferencia. El traslado de su carga no es responsabilidad de mi departamento.

—¡Oh, claro que lo es! El traslado orbital de cargamentos ha estado bajo jurisdicción del Proyecto Cay durante un año.

—En forma experimental. —Van Atta frunció el ceño. Se sentía molesto—. Puede ser de mi departamento, pero, en este momento, no es lo que más me preocupa. Mire, señora. Tengo ante mí una crisis a gran escala. —Se dirigió hacia uno de los operadores de comunicaciones—. ¿Puede ponerme con el Hábitat Cay?

—No responden a nuestras llamadas —dijo el operador, preocupado—. Casi toda la telemetría regular ha sido interrumpida.

—Cualquier cosa. Una visión telescópica. Cualquier cosa.

—Podría obtener una visión panorámica del Hábitat —dijo el operador. Se dirigió a su panel, mientras murmuraba algo entre dientes. En unos minutos, la pantalla mostró una visión plana del Hábitat Cay, vista desde la órbita sincrónica. Hizo una ampliación.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Chalopin, mientras observaba.

Van Atta también observaba la pantalla. ¿Qué significaba aquel vandalismo demente? El Hábitat parecía un complejo rompecabezas tridimensional desarmado por un niño. Había módulos desparramados en un completo desorden que volaban por todo el espacio. Entre ellos se desplazaban pequeñas figuras plateadas. Los paneles de energía solar se habían reducido misteriosamente a un cuarto de su área habitual. ¿No estaría Graf embarcándose en un plan de fortificación del Hábitat ante un posible contraataque? Bueno, lo necesitaría, juró Van Atta en silencio.

—¿Se están… preparando para un sitio o algo así? —preguntó la doctora Yei en voz alta. Indudablemente seguía la misma línea de pensamiento que Van Atta—. Seguramente se darán cuenta de lo inútil que sería…

—¿Quién sabe lo que piensa ese maldito loco de Graf? —protestó Van Atta—. Se ha vuelto loco. Hay mil formas de situarnos a distancia y volar en pedazos todas esas instalaciones, sin tener que recurrir a una ayuda militar. O, si no, esperar y dejar que se mueran de hambre. Han caído en su propia, trampa. Graf no está sólo loco, sino que también es estúpido.

—Puede ser —dijo, con ciertas dudas, Yei—. Tienen intenciones de seguir viviendo allí arriba, en órbita. ¿Por qué no?

—¿Qué diablos está diciendo? Los voy a hacer salir de ahí, y pronto. Esté segura. De un modo u otro… Ningún grupo de miserables mutantes va a lograr llevar a cabo un sabotaje a esta escala. Sabotaje… robo… terrorismo…

—No son mutantes —comenzó a decir Yei—, son chicos creados por la ingeniería genética…

—¿Es usted el señor Van Atta? —dijo otro operador de comunicaciones—. Tengo un mensaje urgente para usted. ¿Lo puede coger aquí?

Yei se sintió ignorada y extendió las manos con frustración.

—¿Ahora qué? —murmuró Van Atta, que se había sentado frente a la unidad del comunicador.

—Es un mensaje grabado del director de la estación de traslado de cargamentos en el Punto de Salto. Lo paso —dijo el técnico.

El rostro vagamente familiar del director de la estación apareció ante los ojos de Van Atta. Lo había visto en una ocasión, al poco de su traslado. La pequeña Estación de Salto estaba controlada desde Orient IV y dependía de la división de operaciones de Orient IV, no de Rodeo. Sus empleados eran trabajadores terrestres, afiliados al sindicato y, normalmente, no tenían ningún contacto con Rodeo, ni con los cuadrúmanos que tendrían que reemplazarlos.

El director de la estación parecía molesto. Lo primero que hizo fue identificarse y luego pasó abruptamente al tema que le preocupaba.

—¿Qué diablos está pasando con su gente? Una tripulación de monstruos imitantes acaba de aparecer de la nada, secuestraron a un piloto de Salto, le dispararon a otro y robaron una nave de Salto de carga de Galac-Tech. Pero en lugar de lanzarse al exterior, volvieron con ella hacia Rodeo. Cuando lo notificamos a Seguridad, en Rodeo, nos indicaron que los mutantes probablemente le pertenecían. ¿Hay otros mutantes por ahí? ¿Se están volviendo locos o qué? Quiero respuestas, maldita sea. Tengo un piloto en la enfermería, un ingeniero aterrorizado y una tripulación al borde del pánico. —Por la expresión de su rostro, el mismo director de la estación estaba también al borde del pánico—. Estación de Salto, corto.

—¿Cuánto hace que tiene este mensaje? —dijo Van Atta, bastante desconcertado.

—Aproximadamente —el técnico de comunicaciones verificó el monitor—, doce horas, señor.

—¿Piensa que los secuestradores son cuadrúmanos? ¿Por qué no informaron… ? —La mirada de Van Atta se posó en Bannerji, que observaba la situación, escondido detrás de Chalopin—. ¿Por qué Seguridad no me informó de esto de inmediato?

—Cuando se nos comunicó el incidente, no pudimos encontrarle —dijo el capitán de Seguridad, desprovisto de toda expresión—. Desde entonces hemos estado rastreando el D-620 y continúa en dirección a Rodeo. No responde a nuestras llamadas.

—¿Qué es lo que están haciendo al respecto?

—Estamos observando su movimiento. Aún no he recibido órdenes sobre qué hacer.

—¿Por qué no? ¿Dónde está Norris? —Norris era el director de Operaciones para toda el área espacial local de Rodeo. Él debería estar al tanto de todo eso. También era cierto que el Proyecto Cay no estaba bajo su control, ya que Van Atta reportaba directamente a Operaciones de la compañía.

—El doctor Norris —dijo Chalopin— está en una conferencia sobre el desarrollo de materiales en la Tierra. En su ausencia, yo desempeño el cargo de directora de Operaciones. El capitán Bannerji y yo hemos discutido la posibilidad de que él tome a sus hombres y con la nave de Seguridad y Rescate de la Estación de Lanzaderas número Tres intente abordar la nave secuestrada. Aún no estamos seguros de quién es esta gente ni de lo que quieren, pero, aparentemente, tienen un rehén, lo cual nos obliga a tomar todas las precauciones necesarias. De manera que les hemos permitido que se pusieran fuera de alcance mientras intentamos obtener más información sobre ellos. Esto —miró a Van Atta con intensidad— nos trae a usted, señor Van Atta. ¿Este incidente está conectado, de alguna manera, con su crisis en el Hábitat Cay?

—No sé cómo… —comenzó a decir Van Atta y se detuvo, porque de repente comprendió—. Hijo de puta… —murmuró.

—Dios Krishna —dijo la doctora Yei y una vez más observó la imagen en vivo del Hábitat, casi desmantelado, que giraba en órbita encima de ellos—. No puede ser…

—Graf está loco. Está loco. Ese hombre es un maldito megalómano. No puede hacerlo… —Los parámetros de ingeniería pasaron inexorablemente por la mente de Van Atta. Masa… fuerza… distancia… Sí, un Hábitat reducido, eliminado un cierto porcentaje de componentes no esenciales, podía ser transportado al espacio por una gran nave de Salto, si se colocara en posición en un punto de Salto distante. ¡Maldición!—. ¡Están secuestrando toda esa maldita estructura! —gritó Van Atta, a viva voz.

Yei abrazó la pantalla con las manos.

—¡Nunca lo lograrán! ¡No son más que niños! ¡Los llevará a la muerte! ¡Es un acto criminal!

El capitán Bannerji y la administradora de la estación se miraron entre sí. Bannerji cerró los labios y extendió una mano, como si dijera Las damas primero.

—¿Piensa que los dos incidentes están conectados, entonces? —insistió Chalopin.

Van Atta también caminaba hacia adelante y hacia atrás, como si de esta manera pudiera encontrar un ángulo mejor de la visión plana del Hábitat.

—¡Toda la estructura!

Yei respondió por él.

—Sí, creemos que sí.

Van Atta seguía caminando.

—Cielos. Y ya lo han desarmado. No tendremos tiempo para hacer que se mueran de hambre. Les tendremos que detener por otros medios.

—Los trabajadores del Proyecto Cay estaban molestos por la terminación abrupta del Proyecto —explicaba Yei—. Se enteraron demasiado pronto. Tenían miedo de que los trasladaran abajo, porque no estaban acostumbrados a la gravedad. Nunca tuve la oportunidad de introducir la idea gradualmente. Pienso que, en realidad, deben estar intentando… escapar… de algún modo.

El capitán Bannerji abrió los ojos. Se inclinó sobre el ordenador y miró la pantalla.

—Piensen en el caracol —murmuró— que siempre lleva su casa en la espalda. En los días de lluvia, cuando sale de paseo, nunca tiene que desandar el camino…

Van Atta puso aún mas distancia entre él y el capitán Bannerji, de repente tan poético.

—Armas —dijo Van Atta—. ¿Qué tipo de armas puede utilizar Seguridad?

—Perdigones —respondió Bannerji, que se incorporó y estudió su pulgar derecho. ¿Había un dejo de burla en su voz? No, no se atrevería.

—Me refiero a la nave —dijo Van Atta, irritado—. Armas montadas en la nave. Dientes. No se puede soltar una amenaza sin mostrar los dientes.

—Hay dos unidades montadas con armas láser de media potencia. La última vez que las utilizamos fue, déjeme ver, para quemar un obstáculo de madera que interrumpía el avance de las aguas y amenazaba a todo un campamento de exploración.

—Sí, bueno. De todos modos, es más de lo que tienen ellos —dijo Van Atta, excitado—. Podemos atacar el Hábitat o la nave de Salto. En realidad, es lo mismo. Lo más importante es impedir que conecten entre sí. Sí, primero la nave de Salto. Sin ella, el Hábitat es un blanco que podremos destruir como mejor nos plazca. ¿Su nave de Seguridad tiene el combustible necesario para salir de inmediato, Bannerji?

La doctora Yei se puso pálida.

—¡Esperen un minuto! ¿Quién está hablando de atacar algo? Ni siquiera hemos establecido contacto verbal, todavía. Si los secuestradores son verdaderamente cuadrúmanos, estoy segura de que puedo persuadirles y hacerles entrar en razón…

—Es demasiado tarde para entrar en razón. Esta situación exige acción. —La humillación de Van Atta ardía en su estómago. El miedo no hacía más que acentuarla. Cuando los directivos de la compañía se enteraran de cómo había perdido el control… Bueno, era mejor que volviera a recuperarlo de nuevo.

—Sí, pero… —Yei se lamió los labios—, está bien que los amenacemos, pero el uso real de la fuerza es peligroso, tal vez destructivo. ¿No es mejor que antes consiga una especie de autorización? Si sucediera algo terrible, no tendría que cargar con toda la responsabilidad.

Van Atta hizo una pausa.

—Llevaría demasiado tiempo —objetó, finalmente—. Tal vez tardemos un día en llegar a la Sede Central del Distrito en Orient IV y volver. Y si decidieran que es algo muy peligroso y lo transfieren a Apmad en la Tierra, pasarían varios días antes de que obtuviéramos una respuesta.

—Pero van a pasar varios días, ¿no es verdad? —dijo Yei, que seguía observándolo con intensidad—. Aun en el caso de que llegaran a acoplar el Hábitat a la nave de lanzamiento no van a poder trasladarlo con rapidez. Nunca soportaría la presión. Necesitarían demasiado combustible. Todavía tenemos mucho tiempo. ¿No sería mejor conseguir una autorización, para estar más seguros? Así, si algo saliera mal… no sería solamente su culpa.

—Bueno… —Van Atta seguía considerándolo. Esa actitud era producto típico de la indecisión y la falta de convicciones de Yei. Casi podía oírla, en su cabeza Ahora, sentémonos y discutamos esto como gente razonable. … Detestaba permitirle que lo presionara. Sin embargo, ella tenía un punto a su favor: taparse el trasero era una regla fundamental para la supervivencia del mejor preparado.

—Bueno… ¡No, maldición! Si hay algo que puedo garantizar por completo es que Galac-Tech va a querer que se mantenga todo este fiasco en secreto. Lo último que querrán es que haya una serie de rumores circulando por ahí sobre el hecho de que sus mutantes se volvieron completamente locos. Lo que más nos conviene a todos es que esto se maneje estrictamente dentro del espacio local de Rodeo. —Se dirigió a Bannerji—. Esa es la prioridad número uno. O sea, usted y sus hombres tiene que regresar con la nave de Salto, por lo menos, inutilizarla.

—Eso —comentó Bannerji— sería un acto de vandalismo. Por otra parte, como se ha señalado con anterioridad, el departamento de Seguridad de la Estación número Tres no está bajo su control, señor Van Atta. —Miró a su jefa, que escuchaba con atención y al mismo tiempo jugaba con un mechón de cabello que se escapaba de su meticuloso peinado.

—Es cierto —corroboró—. El Hábitat puede ser su problema, señor Van Atta, pero este secuestro de la nave de Salto está sin duda bajo mi jurisdicción, más allá de las implicaciones que tenga. Y todavía hay una nave de carga allí que también es mía, aunque la Estación de Transferencia notificó haber recogido a su tripulación en una cápsula de salvamento.

Van Atta echaba chispas. Estaba completamente bloqueado. Bloqueado por las malditas mujeres. De pronto comprendió que lo que Yei quería era que Chalopin ejerciera presión y así ella finalmente asestaba un tanto a su favor.

—Entonces, esto es todo —dijo entre dientes, finalmente—. Pasaremos esta cuestión a las Oficinas Centrales. Y entonces veremos quién está a cargo aquí.

La doctora Yei cerró un instante los ojos, como si se sintiera aliviada. Con sólo una orden de Chalopin, un técnico de comunicaciones comenzó a preparar un sistema para la emisión de un mensaje de emergencia al Distrito, para que fuera transmitido a la velocidad de la luz a la estación del agujero de gusano, fuera grabado y retransmitido por Salto en el próximo transporte disponible y reemitido por radio a su destino.

—Mientras tanto —dijo Van Atta a Chalopin—, ¿qué vamos a hacer con su… —pronunció la palabra con sarcasmo— secuestro?

—Procederemos con cautela —contestó Chalopin—. Creemos que hay un rehén allí, después de todo.

—Tampoco estamos seguros de si todo el personal de Galac-Tech abandonó el Hábitat —agregó la doctora Yei.

Van Atta gruñó, por no poder contradecirla. Pero si todavía hubiera terrestres a bordo, los altos directivos seguramente tomarían conciencia de la necesidad £ de una respuesta rápida y vigorosa. Debía llamar a la próxima Estación de Transferencia. Si todos estos malditos idiotas le obligaban a quedarse sentado con las manos cruzadas durante los próximos días, por lo menos podría preparar sus planes de acción para cuando le desataran las manos.

Y estaba seguro de que le desatarían las manos, tarde o temprano. Había alcanzado a percibir el horror que Apmad le tenía a los cuadrúmanos. Cuando las noticias de estos acontecimientos le llegaran por fin a su escritorio, le harían saltar tres metros en el aire, con rehenes o sin rehenes. Van Atta cerró los ojos.

—¡Hey! —de repente tuvo una idea—. No estamos tan indefensos como creen. Este juego se puede jugar de a dos. Yo también tengo un rehén.

—¿Ah, sí? —dijo la doctora Yei, sorprendida. Se llevó una mano a la garganta.

—Sí. ¿Cómo no me he acordado antes? Ese maldito cuadrúmano de Tony está aquí abajo.

Era el alumno favorito de Graf y el pene preferido de la vagina de Claire. Y seguro que ella era una de las organizadoras. Van Atta giró sobre sus talones.

—¡Vamos, Yei! Esos malditos sí que van a responder ahora a nuestras llamadas.

Los pilotos de Salto podían jurar que sus naves eran hermosas, pero, en realidad, cuando Leo vio aparecer la D-620, pensó que una nave de Salto no era más que un calamar mutante mecánico. La parte delantera contenía una sala de control y la cabina de la tripulación. Estaba protegida de los peligros materiales que pudieran aparecer durante la aceleración por una pantalla laminada plana y de los peligros de la radiación por un cono magnético invisible. Hacia atrás se extendían cuatro brazos extremadamente largos, unidos entre sí. Dos de ellos sostenían los propulsores espaciales normales, los otros dos sostenían el corazón del objetivo de la nave: las varillas del generador de campo Necklin que trasladaba la nave por el espacio del agujero del gusano durante el Salto. Entre los cuatro brazos había un enorme espacio vacío, normalmente ocupado por los compartimentos de carga. La curiosa nave se vería mejor cuando ese espacio estuviera ocupado por los módulos del Hábitat, pensó Leo. En ese momento, incluso podría ser más compasivo y decir que era hermosa.

Con un movimiento de mentón, Leo pidió una visión de la energía y los niveles de suministro de su traje de trabajo, expuestos en la parte interna de su placa de recubrimiento. Tendría el tiempo suficiente para ver cómo se propulsaba el primer módulo en el espacio y luego hacer una pausa para recargar su traje. No porque no hubiera tenido tiempo de hacer una interrupción unas horas antes. Pestañeó. Le picaban los ojos. No veía la hora de poder frotárselos y tomar un trago de café caliente de su tubo de bebida. También quería café fresco. Lo que bebía en ese momento había estado afuera tanto tiempo como él y se estaba volviendo químicamente repugnante, opaco y verdoso.

La D-620 se colocó cerca del Hábitat. Hizo el cambio de velocidades con precisión y apagó los motores. Las luces de vuelo se apagaron y sólo siguieron brillando las luces de parada, como señal de que estaba a salvo. Las luces de los proyectores iluminaron la gran nave espacial, como si dijeran Bien venidos a bordo.

Leo dirigió su mirada a la sección de la tripulación, pequeña en comparación al tamaño de los brazos. Con el rabillo del ojo pudo ver un compartimento de personal que se separaba del lado de estribor de la nave de Salto y se dirigía hacia los módulos del Hábitat. Alguien volvía a casa. ¿Silver? ¿Ti? Tenía que hablar con Ti lo antes posible. De pronto, Leo descubrió que tenía un nudo en el estómago. Silver había regresado sana y salva. Luego se corrigió. Todos habían regresado, pero no estaban a salvo todavía. Activó los propulsores de su traje y alcanzó a la tripulación de cuadrúmanos.

Treinta minutos más tarde el corazón de Leo se tranquilizó cuando el primer módulo se situaba lentamente en el brazo de la D-620. Como una pesadilla que no desaparecía después de revisar y volver a verificar sus números, Leo siempre pensó que algo no encajaría y que habría demoras interminables para corregir algún posible error. El hecho de que todavía no hubieran tenido noticias de los de abajo, pese a los intentos repetidos de entablar comunicación, no lo hacía sentir mucho mejor. Los directivos de Gala-Tech en Rodeo tenían que responder a la larga y no había nada que él pudiera hacer para contrarrestar esa respuesta hasta que desapareciera. La parálisis aparente de Rodeo no podía durar mucho tiempo.

Mientras tanto, ya había transcurrido la mitad del descanso. Tal vez podría persuadir al doctor Minchenko para que le diera algo para la cabeza y así reemplazar las ocho horas de sueño que no iba a tener. Leo pulsó el canal de los jefes del grupo de trabajo del intercomunicador de su traje.

—Bobbi, hazte cargo como capataz. Me voy dentro. Pramod, trae a tu equipo tan pronto como ajustéis esa última sujeción. Bobbi, asegúrate que el segundo módulo esté atado en forma sólida antes de ajustar y cerrar todas las esclusas. ¿Correcto?

—Sí, Leo. Estoy trabajando en eso. —Bobbi hizo señales de que comprendía la orden desde el extremo opuesto del módulo moviendo un brazo inferior.

Cuando Leo se dio la vuelta, una de las naves remolcadoras que iba dirigida por un solo hombre, había llevado el módulo a su lugar, se separaba y giraba, mientras se preparaba para alejarse y traer la próxima carga que ya estaba alineándose al otro lado de la nave de Salto. Uno de los chorros de control de posición hizo una explosión y, cuando Leo miró, emitió una llama de color azul intenso. Su rotación tomaba velocidad.

¡Está fuera de control!, pensó Leo, con los ojos desorbitados. En el segundo que le llevó activar el canal adecuado en el intercomunicador de su traje, la rotación se convirtió en un giro vertiginoso. La nave remolcadora salió despedida y no se estrelló contra un cuadrúmano, por apenas un metro. Mientras Leo miraba horrorizado, la nave rebotaba en una barquilla sobre uno de los brazos Necklin de la gran nave de Salto y caía en el espacio posterior.

El canal de comunicación de la nave impulsora emitió un grito. Leo golpeó los canales.

—¡Vatel! —llamó al cuadrúmano que dirigía la nave remolcadora más cercana—. ¡Ve tras él!

La segunda nave giró y pasó a toda velocidad junto a él. Pudo ver cómo Vatel le hacía señales con una mano, dándole a entender que había comprendido la orden. Leo tuvo que contener la necesidad que sentía de salir tras ellos. Era tan poco lo que podía hacer en un traje de trabajo sin energía. Todo quedaba en manos de Vatel.

¿Había sido un error humano —o cuadrúmano— o un defecto mecánico lo que había causado el accidente? Bueno, podría determinarlo rápidamente una vez que recuperaran la nave remolcadora. Si alguna vez se recuperaba… Se sacó esa idea de la cabeza y se lanzó hacia la barquilla Necklin.

La cobertura de la barquilla estaba profundamente abollada en el lugar donde el remolcador la había tocado. Intentó calmarse. Es sólo la cobertura. Está ahí justamente para proteger la nave de accidentes de este tipo. ¿No es así? Desesperado, se apartó para iluminar con la luz de su traje de trabajo la abertura oscura en el extremo de la cubierta.

Oh, Dios.

El espejo vórtice estaba rajado. Con unos tres metros de ancho en su borde elíptico, y fruto de un diseño matemático y una precisión a nivel de ángstroms, era una superficie de control integral del sistema de Salto, que reflejaba o ampliaba el campo Necklin generado por las varillas principales a voluntad del piloto. No estaba sólo rajado. Estaba destrozado por una explosión. El titanio frío estaba deformado más allá del límite. Leo soltó un gemido.

Una segunda luz brilló junto a él. Se dio la vuelta y vio a Pramod.

—¿Es tan serio como parece? —dijo la voz de Pramod por su intercomunicador.

—Sí —suspiró Leo.

—No podemos… hacer una reparación de soldadura ahí, ¿verdad? —la voz de Pramod subía—. ¿Qué vamos a hacer?

Fatiga y miedo, la peor combinación posible. Leo dijo con un tono de voz cansado:

—La lectura del nivel de energía de mi traje dice que tenemos que ir adentro y hacer una interrupción de inmediato. Después de eso, veremos.

Para alivio de Leo, en el momento en que se había sacado el traje, Vatel había capturado la nave errante y la había traído de vuelta a su embarcadero en el módulo del Hábitat. Bajaron a un piloto cuadrúmano, asustado y contusionado.

—Se bloqueó. No pude liberarle —dijo la muchacha—. ¿Qué fue lo que toqué? ¿Golpeé a alguien? No quise descargar el combustible, pero fue lo único que se me ocurrió para detener el jet. Lamento haberlo desperdiciado. No pude evitarlo…

La muchacha tendría, pensó Leo, unos trece años.

—¿Cuánto tiempo hace que estás en el turno de trabajo? —le preguntó Leo.

—Desde que comenzamos —replicó. Estaba temblando. Le temblaban las cuatro manos, mientras estaba suspendida en el aire junto a él. Tuvo que contener sus ganas de enderezarla.

—Cielo santo, querida, eso es más de veintiséis horas seguidas. .Ve a descansar. Come algo y duerme unas horas.

La muchacha le miró con sorpresa.

—Pero separamos las unidades de los dormitorios y las unimos a las guarderías. No puedo llegar desde aquí.

—¿Es por eso que…? Mira, las tres cuartas partes del Hábitat son inaccesibles en este momento. Ocupa un rincón del módulo del vestuario o cualquier otra parte que encuentres.

Leo contempló las lágrimas en sus ojos durante un instante y luego agregó:

—Está permitido.

Era obvio que la muchacha quería su propio saco de dormir, pero Leo no estaba en condiciones de proporcionárselo.

—¿Yo sola? —dijo en un tono de voz débil.

Probablemente nunca había dormido con menos de siete chicos en la misma habitación en toda su vida, reflexionó Leo. Respiró profundamente para calmarse. No podía empezar a gritarle, a pesar de lo bien que le vendría para liberar sus propios sentimientos. ¿Cómo se había visto absorbido por esta cruzada infantil? En ese momento, no podía recordarlo.

—Vamos. —La llevó de la mano hacia el compartimento del vestuario. Encontró una bolsa de lavandería que enganchó en la pared y la ayudó a meterse en el interior, junto con un sándwich empaquetado. La muchacha asomó la cara por la abertura. Por un momento le hizo sentirse como un hombre a punto de ahogar una bolsa de gatos.

—Muy bien. —Leo hizo una sonrisa forzada—. ¿Estás mejor?

—Gracias, Leo —le dijo—. Lamento lo del remolcador. Y lo del combustible.

—Nosotros nos ocuparemos de eso. —Leo le guiñó el ojo—. Duerme un poco. Todavía hay mucho trabajo por hacer cuando te despiertes. No vas a perderte nada. Buenas noches…

—Buenas noches…

Una vez en el corredor, se frotó la cara con las manos.

¿Las tres cuartas partes del Hábitat inaccesibles? EQ este momento era casi la totalidad. Y todas las .cargas de los módulos estaban utilizando energía de emergencia, a la espera de ser adosadas al suministro principal de energía a medida que se cargaban a la gran nave de Salto. Era vital para la seguridad y la comodidad de aquellos que estaban a bordo de algunas unidades que el Hábitat fuera remodelado y que fuera operacional lo antes posible.

Sin mencionar el hecho que todos tendrían que comenzar a aprender los nuevos recorridos en este laberinto. Múltiples compromisos habían influido en el diseño. Las unidades de la guardería, por ejemplo, podían ir en un compartimento interior; los desembarcaderos y las esclusas habían sido situados de cara al espacio; algunas salidas de residuos se habían tenido que aislar inevitablemente; las unidades de nutrición, que ahora servían tres mil comidas por día, requerían un acceso a los almacenes… La tarea de reajustar las rutinas de todos iba a ser complicada, aun suponiendo que todos los módulos hubieran sido cargados y ajustados correctamente sin la supervisión personal de Leo, o incluso con ella. Tenía el rostro entumecido.

Y ahora la pregunta clave. ¿Tendrían que seguir cargando todo en una nave de Salto que, posiblemente, estaba fatalmente deteriorada? El espejo vórtice, Dios. ¿Por qué no habría tocado uno de los brazos del propulsor espacial? ¿Por qué no se habría llevado a Leo por delante?

—¡Leo! —gritó una voz masculina familiar. Flotando por el pasillo, con una actitud furiosa, pareció el piloto de Salto, Ti Gulik. Silver nadaba pomo una estrella de mar, de un pasamanos a otro, detrás de ti, seguida por Pramod. Gulik se aferró a pasamanos y se detuvo junto a Leo. La mirada de te se cruzó con la de Silver en un breve y silencioso hola, antes de que el piloto de Salto le arrinconara contra la pared.

—¿Qué le han hecho tus malditos cuadrúmanos a mis varillas Necklin? —dijo Ti con brusquedad—. Pasamos por todos esos problemas para conseguir esta nave, traerla aquí y prácticamente lo primero que haces es comenzar a destruirla. ¡Nada más detenerla! Por favor… dime que ese pequeño imitante —señaló a Pramod— está equivocado…

Leo carraspeó.

—Aparentemente, uno de los chorros de control de posición del remolcador se bloqueó e hizo que la nave entrara en una rotación vertiginosa, incontrolable. El término «accidente imprevisible» no está en mi vocabulario, pero de hecho no fue culpa del cuadrúmano.

—Ah, no —dijo Ti—. Bueno, por lo menos no intentas echarle la culpa al piloto… Pero, ¿cuál es el daño en realidad?

—La varilla en sí no está afectada…

Ti suspiró con cierto alivio.

—…pero se ha quebrado el espejo vórtice de titanio.

—¡Es igual de terrible!

—¡Cálmate! Tal vez no sea tan serio. Tengo una o dos ideas. Cuando tomamos el Hábitat, había una lanzadera de carga en el embarcadero.

Ti lo miró con actitud sospechosa.

—¡Qué afortunado! ¿Entonces?

—Planificación, no suerte. Algo que Silver no sabe todavía es que… —Leo la miró; la muchacha se preparaba para recibir una mala noticia—, no pudimos traer a Tony antes de tomar el Hábitat. Aún está en el hospital en Rodeo.

—Oh, no —murmuró Silver—. ¿Hay alguna manera de…?

Leo se frotó la frente.

—Tal vez. No estoy seguro de si es una buena estrategia militar —el precedente tuvo que ver con ovejas, creo—, pero no creo que pueda vivir con mi conciencia si no intentamos, por lo menos, traerlo de vuelta. El doctor Minchenko también me prometió ir con nosotros si podemos recoger a la señora Minchenko. También está abajo.

—¿El doctor Minchenko se ha quedado? —Silver juntó las manos, verdaderamente emocionada—. ¡Qué bien!

—Solamente si recuperamos a la señora Minchenko —Leo la previno—. De manera que existen dos razones para intentar una incursión. Tenemos una nave, tenemos un piloto…

—Oh, no —comenzó a decir Ti—, espere un minuto…

—…y necesitamos desesperadamente una pieza de recambio. Si podemos localizar un espejo vórtice en un almacén de Rodeo…

—No lo hará —interrumpió Ti—. Las reparaciones de las naves de Salto se llevan a cabo únicamente en los talleres orbitales del Distrito en Orient IV. Todos los depósitos se encuentran allí. Lo sé porque en una ocasión tuvimos un problema y tuvimos que esperar cuatro días para que una tripulación de reparaciones llegara desde allí. Rodeo no tiene nada que ver con las naves de Salto, nada. —Cruzó los brazos.

—Me lo temía —dijo Leo—. Bien, existe otra posibilidad. Podríamos intentar fabricar uno nuevo, aquí, en este momento.

Ti tenía la expresión de un hombre que estaba chupando un limón.

—Graf, no se pueden soldar esas cosas con un pedazo de hierro. Sé muy bien que las hacen de una sola pieza. Las juntas parecen impedir el flujo. Y ese succionador tiene tres metros de ancho en el extremo superior. Lo que utilizan para sellarlos pesa varias toneladas. Y la precisión requerida… Nos llevaría seis meses llevar a cabo un proyecto de esa naturaleza.

Leo tragó y juntó las manos, con los dedos abiertos. Si hubiera sido un cuadrúmano, se habría sentido tentado a duplicar el cálculo.

—Diez horas —dijo—. Es cierto, me gustaría tener seis meses. Abajo. En una fundición. Con una prensa de aleación de acero enorme. Y un mecanismo para enfriar el agua y un equipo de colaboradores y fondos ilimitados… Estaría preparado para hacer diez mil unidades. Pero no necesito diez mil unidades. Hay otro modo. Una acción rápida y precaria. Eso es todo lo que vamos a poder hacer con el tiempo que tenemos. Pero no puedo estar aquí arriba, fabricando un espejo vórtice, y al mismo tiempo allí abajo rescatando a Tony. Los cuadrúmanos no pueden ir. Te necesito, Ti. Te hubiera necesitado para pilotar la nave de todas maneras. Ahora te necesito para hacer algo más.

—Mira —comenzó a decir Ti—. La teoría era que yo iba a quedar fuera de todo esto, limpio, porque Galac-Tech pensaría que me habíais secuestrado y os habría hecho saltar porque me habríais apuntado con una pistola en la cabeza. Una situación simple, creíble. Esto se está complicando demasiado. Aun si pudiera realizar una acrobacia de esa envergadura, no van a creer que lo hice bajo presión. ¿Qué me impediría volar hacia abajo y entregarme? Ése es el tipo de preguntas que van a hacerme. Puedes apostar el pellejo. No, maldición. Ni por amor ni por dinero.

—Lo sé —murmuró Leo—. Ya te ofrecimos las dos cosas.

Ti le miró, pero escondió la cabeza para evitar la mirada de Silver.

Una voz aguda resonó en el corredor.

—¿Leo? ¡Leo!

—¡Aquí! —respondió. ¿Qué pasaría ahora?

Uno de los cuadrúmanos más jóvenes apareció y se abalanzó nadando hacia ellos.

—¡Leo! Le hemos buscado por todas partes. ¡Venga pronto!

—¿Qué sucede?

—Un mensaje urgente. Por el intercomunicador. Desde Rodeo.

—No respondemos a ningún mensaje. Incomunicación total, ¿recordáis? Cuanta menos información les demos, más tiempo les va a llevar imaginar de qué se trata todo esto.

—¡Pero es Tony!

A Leo se le contrajeron las entrañas y se lanzó tras el mensajero. Silver, pálida, lo siguió y detrás de ella, todos los demás.

La imagen del holovídeo se aclaró y mostró una cama de hospital. Tony estaba apoyado en el respaldo y miraba directamente a la pantalla. Llevaba camiseta y shorts. Tenía un vendaje blanco en el bíceps inferior izquierdo y la rigidez de torso indicaba que tenía vendajes debajo de la ropa. Tenía la frente arrugada y un leve rubor no llegaba a esconder su palidez. Movía los ojos azules de un lado a otro con cierto nerviosismo. A la derecha de la cama estaba de pie Bruce van Atta.

—Has tardado bastante tiempo en responder a nuestra llamada, Graf —dijo Van Atta. Sonreía con un deje de afectación.

Leo tragó.

—Hola, Tony. No nos hemos olvidado de ti aquí arriba. Claire y Andy están bien y juntos…

—Estás aquí para escuchar, Graf, no para hablar —interrumpió Van Atta. Operó un control—. Así está mejor, acabo de cortar tu audio, así que puedes ahorrarte la saliva. Muy bien, Tony —Van Atta apuntó al cuadrúmano con una varilla de color plateado. ¿Qué pretendería?, se preguntó Leo, con temor—. Explícale lo que tenías que decirle.

Tony volvió a mirar a la imagen silenciosa de la pantalla y dilató los ojos. Respiró profundamente y comenzó a hablar.

—No importa lo que estéis haciendo, Leo, seguid adelante. No os preocupéis por mí. Que Claire escape… que Andy escape…

La imagen se esfumó de repente, pero el canal de audio permaneció abierto durante un momento. Emitió un ruido extraño, un grito y la voz de Van Atta que decía:

—¡Quédate quieto, maldita mierda!.

Luego también desapareció el sonido.

Leo se descubrió aferrado a una de las manos de Silver.

—Claire venía hacia aquí —dijo Silver, en un tono grave—, para poder escuchar la llamada.

Leo la miró.

—Creo que es mejor que vayas a distraerla.

Silver asintió al comprender el mensaje.

—Muy bien.

Se alejó.

La imagen regresó. Tony estaba acurrucado silenciosamente en el extremo opuesto de la cama, con la cabeza gacha. Las manos le cubrían el rostro. Van Atta le estaba mirando y se balanceaba furioso, sobre sus talones.

—Evidentemente, el chico es un poco lento —le dijo Van Atta—. Yo lo haré breve y claro, Graf. Puedes retener a tus rehenes, pero si llegaras a tocarlos, podrías ser juzgado en cualquier corte de la galaxia. Yo tengo un rehén al que le puedo hacer lo que me plazca y bajo el amparo de la ley. Y si crees que no lo haré, intenta comprobarlo. Ahora bien, vamos a enviar una nave de Seguridad allí arriba en poco tiempo, para reestablecer el orden. Y tú vas a cooperar. —Levantó la varilla plateada y apretó algo. Leo vio salir una chispa eléctrica de la punta—. Este es un mecanismo simple, pero me puedo volver realmente creativo, si me obligas. No me fuerces a hacerlo, Leo.

—Nadie te está forzando a… —comenzó a decir Leo.

—Ah —Van Atta lo interrumpió—, espera un minuto… —tocó el control de su pantalla—, ahora habla, así puedo oírte. Y es mejor que sea algo que quiera oír.

—Nadie aquí puede forzarte a hacer nada —dijo Leo irritado—. Cualquier cosa que hagas, la haces por voluntad propia. Nosotros no tenemos ningún rehén. Lo que tenemos son tres voluntarios, que decidieron quedarse… supongo que por el bien de sus conciencias.

—Si Minchenko es uno de ellos, será mejor que te cubras la espalda, Leo. Al diablo con la conciencia. Lo que quiere es no desprenderse de su pequeño imperio. Eres un tonto, Graf. Acérquese —hizo un movimiento fuera de la pantalla—, venga a hablarle en su mismo idioma, Yei.

La doctora Yei apareció en la pantalla, se enfrentó a los ojos de Leo y se humedeció los labios.

—Señor Graf, por favor, no siga adelante con toda esa locura. Lo que intenta hacer es increíblemente peligroso, para todos los que están involucrados… —Van Atta acompañaba sus palabras mientras agitaba la varilla eléctrica sobre su cabeza, con una sonrisa. Ella lo miró con irritación, pero no dijo nada y siguió adelante con lo que estaba diciendo—. Ríndase ahora y el daño por lo menos resultará minimizado. Por favor. Por el bien de todos. Usted tiene el poder para detener todo esto.

Leo permaneció silencioso durante un momento y luego se inclinó hacia adelante.

—Doctora Yei, estoy cuarenta y cinco mil kilómetros más arriba. Usted está en la misma habitación. Deténgalo usted. —Apagó la pantalla y permaneció en silencio.

—¿Le parece que eso ha estado bien? —le preguntó Ti, con incertidumbre.

Leo sacudió la cabeza.

—No lo sé. Pero si no hay público, se acabó la función.

—¿Eso era una actuación? ¿Hasta dónde puede llegar ese hombre?

—En el pasado, solía tener un temperamento bastante incontrolable, cuando se veía amenazado. Cualquier cosa que elogiara sus intereses personales, solía calmarlo. Pero como tú mismo has podido comprobar, los beneficios para su carrera en todo este desorden son mínimos. No sé hasta dónde puede llegar. Tampoco sé si él mismo lo sabe.

Después de una larga pausa, Ti dijo:

—¿Todavía, necesitas… un piloto para la nave, Leo?

14

Silver se aferró a los brazos del asiento del copiloto de la lanzadera, en una mezcla de excitación y de miedo. Tenía los brazos inferiores sobre el borde delantero del asiento, donde encontraba un punto de apoyo. La desaceleración y la gravedad la sacudían. Soltó una mano para verificar el cinturón de seguridad justo en un momento en que la lanzadera alteró su rumbo hacia abajo y pudieron ver el suelo. Las montañas desérticas coloradas, rocosas y amenazantes, se encorvaban debajo de ellos, cada vez a más velocidad a medida que se acercaban.

Ti estaba sentado junto a ella en el asiento del comandante. Casi no despegaba las manos y los pies de los controles. Su mirada pasaba de una lectura a la otra y luego al horizonte real, totalmente absorto. La atmósfera crujía sobre la superficie de la nave, que se sacudía violentamente al atravesar fuertes ráfagas de viento. Silver comenzó a entender por qué Leo, a pesar de su angustia manifiesta ante el riesgo que representaría para todos ellos perder a Ti, no había puesto a Zara o a otro piloto de las naves remolcadoras en su lugar. Incluso exceptuando el hecho de manejar los pedales, aterrizar en un planeta era una disciplina muy diferente a pilotar una nave en caída libre, especialmente en un vehículo del tamaño de un módulo de Hábitat.

—Allí está el lecho seco del lago —Ti señaló con la cabeza sin sacar los ojos de su tablero—. Justo en el horizonte.

—¿Será mucho más difícil que aterrizar en una pista de la Estación de Lanzaderas? —preguntó Silver, preocupada.

—No hay problema —Ti sonrió—. Si hay alguna diferencia, es más fácil. Es un gran charco. De todas maneras, es uno de nuestros sitios de aterrizaje de emergencia. Sólo hay que evitar las hondonadas en el extremo norte y estamos libres en casa.

—Oh —dijo Silver, aliviada—. No sabía que habías aterrizado aquí antes.

—Bueno, en realidad, no lo hice —murmuró Ti—, porque todavía no ha habido ninguna emergencia… —se incorporó y se concentró aún más en los controles. Silver decidió que por el momento tal vez era mejor no distraerlo con su conversación.

Se asomó por encima del borde de su respaldo para mirar al doctor Minchenko, que ocupaba el asiento del ingeniero detrás de ellos, para ver cómo se lo estaba tomando. La sonrisa que le devolvió el doctor fue sarcástica, como si se estuviera burlando de su ansiedad, pero Silver percibió que también él estaba verificando el cinturón de seguridad de su asiento.

El suelo se acercaba a toda velocidad. Silver lamentaba que, después .de todo, no hubieran esperado que fuera de noche para hacer el aterrizaje. Por lo menos, no habría podido ver cómo se acercaba la muerte. Por supuesto, podía cerrar los ojos. Los cerró, pero los volvió a abrir casi de inmediato. ¿Por qué perderse la última experiencia de su vida? Lamentaba que Leo nunca le hubiera hecho una proposición amorosa. Seguramente, también él estaba bajo los efectos de la tensión acumulada.

Más y más rápido…

La nave chocó, rebotó, resonó, se meció y rugió sobre la superficie plana, pero agrietada. Silver lamentaba no haberle hecho una proposición a Leo. Obviamente, uno podía morir esperando que otra gente comience la vida por uno. El cinturón de su asiento le comprimió el pecho cuando la desaceleración la absorbió hacia adelante. La vibración ruidosa le hizo rechinar los dientes.

—No es tan uniforme como una pista —gritó Ti, que por fin le sonrió y le ofrecía una mirada luminosa—. Pero lo suficientemente buena para ser trabajo de la compañía…

Muy bien. Al parecer, nadie temblaba de miedo. Tal vez así era cómo debía ser un aterrizaje. Rodaron hasta detenerse en medio de la nada. Unas montañas rojas dentadas enmarcaban un horizonte vacío. Todo era silencio.

—Bien —dijo Ti—, aquí estamos… —Se soltó el cinturón con un movimiento rápido y se dirigió al doctor Minchenko, que hacía esfuerzos por salir del asiento del ingeniero—. ¿Ahora qué? ¿Dónde está?

—Si fuera tan amable —dijo el doctor Minchenko—, ¿no nos mostraría un panorama exterior?

Una vista del horizonte pasó varias veces por el í monitor, mientras los minutos sonaban en el cerebro de Silver. La gravedad, descubrió Silver,, no era tan horrible como la había descrito Claire. Era algo muy Aparecido al tiempo que se pasa bajo aceleración en el camino hacia un agujero de gusano, sólo que muy estable y sin vibración, o como estar en la Estación de Transferencia, sólo que más fuerte. Sería mejor si el diseño del asiento se hubiera ajustado a su cuerpo. —¿Qué pasa si el Control de Tráfico de Rodeo nos ha visto aterrizar? —dijo Silver—. ¿Qué pasa si Galac-Tech llega aquí antes?

—Es mucho peor si Control de Tráfico no nos ha visto —dijo Ti—. En cuanto a quién llega aquí antes… ¿Bueno, doctor Minchenko?

—Hum —dijo con seriedad. Luego se le iluminó el rostro, se inclinó hacia adelante y congeló la toma. Puso un dedo sobre una pequeña mancha en la pantalla, tal vez a unos quince kilómetros de distancia. —¿Una nube de polvo? — dijo Ti, que intentaba controlar sus esperanzas.

La mancha se hizo más nítida. —Un Land Rover —dijo el doctor Minchenko, que sonreía de satisfacción—. Buena chica.

La mancha se transformó en un remolino de polvo color anaranjado, que se levantaba detrás de un Land Rover. Cinco minutos más tarde, el vehículo se detuvo junto a la escotilla delantera de la nave. La figura debajo de la cubierta corrediza se detuvo para ajustar una máscara de oxígeno. Luego la cubierta se elevó y bajó la rampa lateral.

El doctor Minchenko se ajustó su propia máscara sobre la nariz y, seguido de Ti, bajó a toda carrera las escaleras de la nave para asistir a la mujer, débil y de cabello plateado, que estaba luchando con un montón de paquetes de formas extrañas. La mujer los entregó todos a los hombres con una felicidad evidente, excepto una caja negra pesada, con la forma de una cuchara, que apretó contra su pecho, casi de la misma manera que Claire aferraba a Andy. El doctor Minchenko condujo a su esposa con ansiedad hacia arriba —le costaba mucho subir las escaleras—, donde finalmente pudiera sacarse la máscara y hablar claramente.

—¿Estás bien, Warren? —preguntó la señora Minchenko.

—Perfectamente —la tranquilizó su esposo.

—No pude traer casi nada. Casi ni sabía qué elegir.

—Piensa en todo el dinero que ahorraremos en costes de embarque.

Silver estaba fascinada por la manera en que la gravedad daba forma al vestido de la señora Minchenko. Era un tejido de abrigo y oscuro, con un cinturón plateado en la cintura, y caía con gracia hasta los talones. La falda se movía mientras la señora Minchenko caminaba, haciendo eco a su movimiento.

—Es una locura total. Somos demasiado viejos para ser refugiados. He tenido que dejar el clavicémbalo.

El doctor Minchenko le dio unas palmaditas en el .hombro.

—No importa, en caída libre no sonaría. Los plectros funcionan gracias a la gravedad. —Su voz se resquebrajó por la urgencia—. ¡Pero ellos están tratando de matar a mis cuadrúmanos, Ivy!

—Sí, sí, entiendo… —La señora Minchenko sonrió a Silver, pero su sonrisa era tensa y hasta ausente—. Tú debes de ser Silver, ¿no es así?

—Sí, señora Minchenko —dijo Silver, casi sin aliento, con su voz más cortés. La mujer era, sin duda, la planetícola de más edad que Silver había visto, a excepción del doctor Minchenko y del mismo señor Cay. —Ahora debemos ir a recoger a Tony —dijo el doctor—. Volveremos tan pronto como podamos. Silver te ayudará. Es muy buena. ¡Proteged la nave!

Los dos hombres salieron y en pocos minutos, el Land Rover desaparecía a toda velocidad en el paisaje inhóspito.

Silver y la señora Minchenko se quedaron solas, mirándose entre sí.

—Bueno —dijo la mujer.

—Lamento que haya tenido que dejar todas sus cosas —se disculpó Silver, con timidez.

—Bueno, no puedo decir que lamento irme de este lugar —exclamó, mientras con los ojos señalaba el compartimento de carga de la nave, aunque en realidad se estaba refiriendo a Rodeo.

Se dirigieron al compartimento del piloto y se sentaron. El monitor no hacía más que registrar el horizonte monótono. La señora Minchenko seguía aferrada a su cuchara gigante. Silver se dio media vuelta en su asiento e intentó imaginar cómo sería estar casada con alguien dos veces mayor que uno. ¿La señora Minchenko habría sido joven alguna vez? Seguramente, el doctor Minchenko siempre había sido viejo.

—¿Cómo es que se casó con el doctor Minchenko? —curioseó Silver.

—A veces me lo pregunto —murmuró fríamente la señora Minchenko, casi para sí.

—¿Usted era enfermera o técnica de laboratorio?

Levantó la mirada, con una leve sonrisa en los labios.

—No, mi querida, nunca fui una biocientífica. Gracias a Dios. —Su mano no cesaba de acariciar la caja negra—. Soy música. O algo parecido.

Silver se mostró interesada.

—¿Sintetizadores? ¿Sabe programar? Tenemos algunos sintetizadores en nuestra biblioteca, es decir, en la biblioteca de la compañía.

La señora Minchenko esbozó una tenue sonrisa.

—No hay nada sintético en lo que hago. Soy una historiadora e intérprete. Mantengo vivas las viejas tradiciones. Piensa que soy un museo viviente, que de alguna manera necesita el polvo y que tiene telarañas en el codo. — Desabrochó la caja y la abrió para que Silver la inspeccionara. Una madera rojiza barnizada reflejaba las luces coloreadas del compartimiento del piloto. La señora Minchenko levantó el instrumento y lo colocó debajo de su mantón —. Es un violín.

—He visto fotos de violines — dijo Silver —. ¿Es real?

La señora Minchenko sonrió y pasó el arco por las cuerdas en una rápida sucesión de notas. La música subía y bajaba como… como los pequeños cuadrúmanos en el gimnasio. Fue lo único que se le ocurrió a Silver. El volumen era impresionante.

—¿Dónde se ajustan esos cables que tiene arriba, a los altavoces? — preguntó Silver, que se irguió sobre sus manos inferiores y extendió el cuello.

—No hay altavoces. El sonido proviene de la madera.

—¡Pero ha invadido todo el compartimento!

La sonrisa de la señora Minchenko se volvió casi feroz.

—Este instrumento podría llenar todo un teatro.

—¿Usted… toca conciertos?

—Antes, cuando era joven… Tal vez cuando tenía tu edad. Iba a una escuela que enseñaba estas cosas. La única escuela de música de mi planeta. Un mundo colonial, no había mucho tiempo para las artes. Había una competición… El ganador viajaría a la Tierra y allí haría carrera con sus grabaciones. Y así fue. Pero la compañía grabadora que estaba debajo de todo ese asunto solamente estaba interesada en el mejor. Yo quedé segunda. Hay lugar para tan pocos… — su voz se desvaneció en un suspiro —. Lo único que conseguí fue un logro personal que me complacía, pero que nadie quería oír y menos cuando lo único que tenían que hacer era poner un disco y escuchar, no solamente lo mejor de mi mundo, sino lo mejor de la galaxia. Afortunadamente, conocí a Warren en esa época. Mi patrón y mi público al mismo tiempo. Probablemente fue que yo tampoco tenía en mente hacer una carrera de esto. En esa época nos trasladábamos mucho. Él estaba terminando su formación y comenzaba a trabajar con Galac-Tech. Enseñé aquí y allá, para anticuarios interesados…

—Inclinó la cabeza y miró a Silver —. ¿Te han enseñado música, entre todas esas cosas que os han estado enseñando en ese satélite?

—Aprendimos algunas canciones cuando éramos pequeños — dijo Silver, con timidez —. Y después vinieron los pitos. Pero no duraron mucho tiempo.

—¿Los pitos?

—Sí, tubos pequeños de plástico en los que se soplaba. Eran de verdad. Una de nuestras nodrizas los trajo cuando yo tenía unos… ocho años. Pero después invadieron todo el lugar y la gente comenzaba a protestar por los pitidos. Así que tuvieron que llevárselos.

Entiendo. Warren nunca me mencionó los pitos.

—La señora Minchenko arqueó las cejas —. Ah, tipo de canciones?

—Oh… —Silver tomó aire y cantó—: Roy G. Biv, Roy G. Biv, es el cuadrúmano de color que nos da el espectro. Rojo-naranja-amarillo, verde y azul, añil, violeta, todos para ti… —se detuvo, ruborizada. Su voz sonaba tan débil, comparada con el sorprendente sonido del violín.

—Entiendo —dijo la señora Minchenko, en un tono de voz entrecortado. Los ojos le brillaban, así que a Silver ni se le ocurrió que pudiera estar ofendida—. Oh, Warren —suspiró—, todas las cosas que me vas a tener que explicar…

—¿Podría… ? —comenzó a decir Silver, pero se detuvo. Seguramente no le permitirían tocar esa antigüedad. ¿Qué pasaría si olvidaba sostenerlo un minuto y la gravedad se lo sacaba de las manos?

—¿Intentarlo? —la señora Minchenko terminó su idea—. ¿Por qué no? Aparentemente tenemos que matar el tiempo.

—Tengo miedo…

—Tonterías. Antes solía protegerlo. Nadie lo tocó durante años, encerrado en lugares protegidos del clima… muerto. Últimamente comencé a preguntarme ; para qué lo estaba cuidando tanto. Vamos, mira. Levanta el mentón, así. Pon el violín así —la señora Minchenko dobló los dedos de Silver en el cuello del violín—. ¡Qué dedos tan largos tienes, querida! Y…? Cuántos! Me pregunto si…

—¿Qué? —preguntó Silver, cuando la señora Minchenko se alejó.

—¿Cómo? Oh, estaba imaginándome a un cuadrúmano en caída libre con una guitarra de doce cuerdas. Si no estuvieras acurrucada en una silla como lo estás en este momento, podrías levantar esa emano inferior…

Tal vez era el efecto de la luz del sol de Rodeo que se escondía en el horizonte y enviaba sus rayos rojos a través de las ventanas de la cabina, pero la señora Minchenko parecía brillar.

—Ahora arquea los dedos, así…

Fuego.

El primer problema había sido encontrar suficiente titanio puro en el Hábitat para agregar al espejo vórtice rajado y así recuperar las pérdidas inevitables durante la refabricación. Leo se habría sentido tranquilo con un margen de masa adicional del cuarenta por ciento.

Tendría que haber habido recipientes de titanio para los líquidos corrosivos. Un solo tanque —digamos de cien litros— le habría servido. Durante la primera media hora desesperada de búsqueda, Leo estaba convencido de que su plan finalizaría en el Paso Numero Uno. Luego, de entre todos los sitios posibles, lo encontró en Nutrición. Un refrigerador lleno de latas de titanio, que llegaría a medio kilo por pieza. Leo y otros cuadrúmanos colocaron su variado contenido en cualquier recipiente disponible.

—La limpieza —dijo Leo, con un tono acusador, por encima del hombro a la muchacha cuadrúmana a cargo ahora de Nutrición—, se considera un ejercicio para el estudiante.

El segundo problema había sido encontrar un lugar donde trabajar. Pramod había sugerido uno de los módulos abandonados del Hábitat, un cilindro de cuatro metros de diámetro. Les llevó otras dos horas de trabajo hacer agujeros en el lateral para poder acceder y cubrir un extremo con toda la masa metálica conductiva que encontraron. Luego cubrieron la masa con más placas externas del módulo del Hábitat. Intentaron que el resultado tuviera una textura lo más parecida a un cristal, colocando la masa en una concavidad hueca con un arco cuidadosamente calculado que abarcaba el diámetro del módulo.

Ahora la masa de chatarra de titanio pendía, ingrávida, en el centro del módulo. Las piezas rotas del espejo vórtice y las latas de alimentos debidamente aplastadas estaban unidas por una bobina de cable de titanio puro que un cuadrúmano había extraído de Almacenes. El metal, de un gris intenso, brillaba bajo la luz de sus lámparas de trabajo, Leo echó una última mirada a la cámara. Cuatro cuadrúmanos en trajes de trabajo manejaban cada uno una unidad láser asegurada a la pared y frenaban la masa de titanio. Los instrumentos de medición de Leo flotaban junto a él, atados a su cinturón, listos para su uso. Había llegado el momento. Leo tocó el control de su casco y oscureció la placa de recubrimiento.

—Comenzad a disparar —dijo Leo por el intercomunicador de su traje.

Cuatro rayos de luz láser dispararon al unísono, en dirección a la chatarra. Durante los primeros minutos, pareció no suceder nada. Luego comenzó a brillar, un rojo oscuro, rojo brillante, amarillo, blanco… Entonces una de las ex latas de aumentos comenzó a ablandarse y a introducirse en la mezcla. Los cuadrúmanos continuaban suministrando energía. La masa comenzaba a desplazarse lentamente, según una de las lecturas de Leo, aunque el efecto todavía no era visible a simple vista.

—Unidad Cuatro, aumenta la energía aproximadamente en un diez por ciento —ordenó. Uno de los cuadrúmanos movió una palma inferior, en señal de acatamiento, y tocó su caja de control. El movimiento se detuvo. Bien, el plan estaba funcionando. Había tenido el horrible presentimiento de que la masa fundida de metal se estrellaría contra la pared. O aún peor, que se estrellaría fatalmente contra alguien. Pero los mismos rayos que la habían fundido parecían poder controlar su movimiento, por lo menos en ausencia de otras fuerzas más potentes.

Ahora la fundición era obvia. El metal se había convertido en un liquido blanco brillante que flotaba en el vacío, intentando adquirir la forma de una esfera perfecta. Chico, ¡conseguiremos que quede sin imperfecciones!, pensó Leo con satisfacción.

Verificó los controles. Ahora se estaban acercando a un momento crítico: ¿cuándo parar? Tenían que suministrar suficiente energía para lograr una fundición absolutamente uniforme, sin que quedaran grumos en el centro de la pasta. Pero no demasiada. Si bien no era visible al ojo humano, Leo sabía que en este momento había vapores que salían de la burbuja. Era parte de la pérdida que había estimado.

Pero lo más importante de todo era ver cuál sería el próximo paso. Tendría que recuperar cada kilocaloría que aplicaban a esa masa de titanio. En los planetas, la forma que intentaba lograr se habría obtenido en un molde de cobre, con mucha, mucha agua que redujera el calor hasta el punto deseado, en este caso rápidamente. Se llamaba enfriamiento por rociamiento de un único cristal. Bueno, al menos había imaginado cómo lograr la parte del enfriamiento…

—Dejad de disparar —ordenó Leo.

Y allí estaba suspendida la esfera de metal fundido, de color azul y blanco, con la violenta energía calorífica contenida en su interior, perfecta. Leo verificó una y otra vez la posición centrada y ordenó al láser número dos que le diera un lanzamiento de medio segundo, no para fundir, sino para obtener el punto exacto.

—Muy bien —dijo Leo por el intercomunicador—. Ahora saquemos todo lo que no quedará en este módulo y verifiquemos todo lo que quedará. Lo último que nos falta es que a alguien se le caiga la llave en la olla.

Hizo que los cuadrúmanos sacaran los equipos por los agujeros que se habían hecho en los lados del módulo. Dos de sus operadores de láser salieron, dos se quedaron con Leo. Revisó una vez más la posición y luego todos permanecieron junto a las paredes.

Conectó los canales del intercomunicador de su traje.

—¿Listo, Zara? —dijo.

—Listo, Leo —la piloto cuadrúmana respondió desde su remolcador, ahora adosado a la popa del módulo.

—Ahora recuerda, lentamente y con cuidado. Pero con firmeza. Piensa que tu nave remolcadora es un bisturí y que estás a punto de operar a uno de tus amigos o algo así.

—Bien, Leo. —Había un deje de sonrisa en su voz. No te jactes demasiado, muchacha, rogó Leo internamente.

—Adelante cuando estés lista. y —Adelante. Aguardad allí arriba.

En un primer momento no hubo ningún cambio perceptible. Luego las fajas que sostenían a Leo comenzaron a tirar de él suavemente. Era el módulo del Hábitat lo que se desplazaba, no la bola fundida de titanio, recordó. El metal no se movía. Era la pared del fondo la que avanzaba hacia la masa de metal.

Estaba funcionando. ¡Por Dios, estaba funcionando! La burbuja de metal tocó la pared del fondo, se esparció y se colocó en su molde hueco.

—Aumenta la aceleración un punto más —ordenó Leo por el intercomunicador.

El remolcador aumentó la aceleración y el círculo de titanio fundido se desparramó. Sus bordes alcanzaron el diámetro deseado, unos tres metros de ancho. El brillo intenso ya casi había desaparecido. Se estaba formando una superficie de titanio de un espesor controlado, listo —después del enfriamiento— para un moldeado explosivo en el último proceso.

—Mantenía así. ¡Eso es!

¿Enfriamiento por partes? Bueno, no exactamente, Leo era consciente de que probablemente no lograrían una congelación interna perfecta. Pero sería buena, lo suficientemente buena… siempre que fuera lo suficientemente buena como para que no lo tuvieran que derretir y volver a repetir el proceso. Eso era lo máximo que Leo se atrevía a pedir. Tendrían el tiempo justo para hacer una de estas succiones. No dos. ¿Y cuándo llegaría la amenazadora respuesta de Rodeo? Pronto, con seguridad.

Se preguntó de qué iba a servir la nueva tecnología de gravedad en los problemas de fabricación en el espacio. Por cierto, el término «revolucionar» parecía demasiado vacío. ¡Qué lástima que no la tengamos ahora!, pensó Leo. Y aún así —sonrió, debajo de su casco— lo estaban haciendo muy bien.

Miró el medidor de temperatura que había en la pared del fondo. La pieza se estaba enfriando casi con la rapidez que había esperado. Todavía tenían un par de horas hasta que hubiera perdido el calor suficiente como para sacarla de la pared y manejarla sin peligro de deformación.

—Muy bien, Bobbi. Os dejo a ti y a Zara a cargo —dijo Leo—. Todo parece estar bien. Cuando la temperatura baje unos quinientos grados centígrados, retrasadlo. Intentaremos estar listos para el enfriamiento final y la segunda etapa del proceso.

Con cuidado, sin querer agregar una vibración adicional a las paredes, Leo soltó sus cinturones de sujeción y se acercó al agujero de salida. Desde esa distancia, tenía una visión general de la D-620, ya cargada hasta la mitad. Y detrás, Rodeo. Era mejor que se fuera ahora.

Activó los pulsadores y se alejó rápidamente de la unidad que formaban el remolcador y el módulo, aún acelerando lentamente. Todavía tenía el aspecto de los restos de un naufragio, pero albergaba esperanza en su corazón.

Leo se dirigió hacia el Hábitat y a la Fase II de su esquema de Naves de Salto Reparadas a la Espera.

Era el atardecer en el lecho seco del lago. Silver miró ansiosamente el monitor de la cabina de control de la nave que enfocaba el horizonte, brillando y oscureciéndose cada vez que la bola roja del sol pasaba por delante.

—No hay manera posible de que vuelvan antes de una hora —señaló la señora Minchenko, que la observaba—, en el mejor de los casos.

—No es a ellos a quienes estoy buscando —respondió Silver.

—Hum.—La señora Minchenko tamborileó en la consola con sus largos dedos esculpidos por la edad y luego se reclinó en el asiento del copiloto. Miraba en forma pensativa el techo de la cabina—. No, supongo que no. Sin embargo… si el control de tráfico de Galac-Tech os vio aterrizar y envió una nave para investigar, ya tendrían que estar aquí. Tal vez no vieron el aterrizaje, después de todo.

—Tal vez no estén demasiado organizados —sugirió Silver—, y vengan de un momento a otro.

La señora Minchenko suspiró.

—También es posible. —Observó a Silver, que apretaba los labios—. ¿Y qué se supone que harás en ese caso?

—Tengo un arma. —Silver tocó el soldador láser que estaba apoyado en la consola, delante del asiento del piloto en el que ella se encontraba—. Pero preferiría no tener que disparar a nadie más. No, si puedo evitarlo.

—¿A nadie más? —Había un tono de respeto en la voz de la señora Minchenko.

Andar por ahí disparando a la gente era algo tan estúpido… ¿Por qué todos tenían que estar tan impresionados?, se preguntaba Silver, irritada. Uno pensaría que había hecho algo verdaderamente importante, como descubrir un nuevo tratamiento de alguna enfermedad. Apretó los labios.

Luego abrió la boca y se inclinó hacia delante para mirar bien por el monitor.

—Oh, oh. Ahí se acerca un coche terrestre.

—Seguramente no serán nuestros muchachos —dijo la señora Minchenko, con cierta intranquilidad—. ¿Hay algo que va mal?

—No es su Land Rover. —Silver pensaba en la resolución a tomar. La tenue luz del sol penetraba a través del polvo y lo convertía en una pantalla de humo rojiza—. Creo… que es un coche de Seguridad de Galac-Tech.

—Oh, querida. —La señora Minchenko se sentó erguida—. ¿Y ahora qué?

—No abrimos las escotillas, de ninguna manera. No importa lo que pase.

En unos minutos, el coche estaba a unos cincuenta metros de la lanzadera. Una antena se elevó en el techo. Silver conectó el intercomunicador (era tan irritante no poder usar los brazos inferiores) y pidió un menú de los canales de comunicación en el ordenador. La lanzadera parecía tener acceso a un número desmesurado de canales. El audio de Seguridad era 9999. Lo sintonizó.

—¡Por Dios! Los que están ahí adentro, respondan.

—Sí. ¿Qué quieren? —dijo Silver.

Hubo una pausa ruidosa.

—¿Por qué no respondían?

—No sabía que me estaban llamando a mí —respondió Silver, lógicamente.

—Sí, bien… Esta lanzadera de carga es propiedad de Galac-Tech.

—Yo también. ¿Y qué?

—¿Cómo? Mire, señorita, soy el sargento Fors de Seguridad de Galac-Tech. Tiene que desembarcar y entregarnos la lanzadera.

Una voz en el fondo, no lo suficientemente baja, preguntó:

—Oye, Bern. ¿Crees que nos van a bonificar con el 10 por ciento por haber recuperado esta lanzadera como propiedad robada?

—Sigue soñando —gruñó otra voz—. Nadie nos va a dar un cuarto de millón.

La señora Minchenko levantó una mano y se inclinó hacia adelante, para entrometerse en la conversación.

—Jovencito, soy Ivy Minchenko. Mi esposo, el señor Minchenko, se apropió de esta embarcación para responder a una emergencia médica. No solamente está en su derecho, sino que es su obligación legal. Y según el reglamento de Galac-Tech deben ayudarle, no ponerle trabas.

—Me pidieron que recuperara esta lanzadera. Ésas son mis órdenes. Nadie me dijo nada sobre una emergencia médica.

—Bueno. ¡Yo se lo estoy diciendo!

La voz que retumbaba en el fondo volvió a hablar.

—… No son más que dos mujeres. ¡Vamos!

—¿Van a abrir la escotilla, señoras? —preguntó el sargento.

Silver no respondió. La señora Minchenko levantó una ceja en señal de pregunta y Silver meneó la cabeza en silencio. La señora Minchenko suspiró y asintió.

El sargento repitió su demanda. Silver sentía que le faltaba muy poco para que su discurso degenerara en alguna obscenidad. Después de un minuto o dos, dejó de hablar.

Después de varios minutos más las puertas del coche se abrieron y tres hombres, con máscaras de oxígeno, bajaron y se acercaron a mirar las escotillas de la nave sobre sus cabezas. Regresaron al coche, subieron y dieron la vuelta. ¿Se iban? Silver tenía esa esperanza. Pero, no. El coche se acercó y se detuvo nuevamente debajo de la escotilla delantera de la nave. Dos de los hombres buscaron unas herramientas en el baúl y luego se subieron al techo del coche.

—Tienen una especie de herramientas cortantes —dijo Silver, alarmada—. Deben de querer intentar hacer un corte para entrar.

Un ruido intenso comenzó a retumbar en toda la lanzadera.

La señora Minchenko señaló el soldador láser.

—¿Es el momento de usarlo? —preguntó, temerosa.

Silver sacudió la cabeza.

—No. Otra vez no, no puedo permitir que estropeen la lanzadera… Tiene que estar en buenas condiciones para volar en el espacio o no podremos volver a casa.

Había observado a Ti… Respiró profundamente y tomó los controles de la nave. Le parecía casi imposible llegar a los pedales. Tendría que arreglárselas sin ellos. El motor derecho, activado. El motor izquierdo, activado. Un rugido atravesó la lanzadera de punta a punta. Los frenos… allí, obviamente. Llevó la palanca lentamente hacia la posición «liberar». No pasó nada.

Luego la nave comenzó a moverse hacia adelante. Asustada por el movimiento abrupto, Silver tocó la palanca de freno y la nave se detuvo de inmediato. Buscó desesperada los monitores externos. ¿Dónde…?

El alerón de estribor de la nave había pasado sobre el coche y no lo había tocado por medio metro. Silver se dio cuenta, con un estremecimiento de culpa, de que tendría que haber verificado la altura antes de comenzar a moverse. Podría haber arrancado el ala derecha, con todas las consecuencias desagradables que eso podría ocasionar.

Los guardias de Seguridad no estaban a la vista, en ninguna parte. No, allí estaban, sobre el lecho seco del lago. Uno de ellos se incorporó y comenzó a encaminarse hacia el coche. ¿Y ahora qué? Si ella se detenía, o si hacía unos metros y se detenía a una cierta distancia, volverían a intentarlo. No pasarían muchos intentos hasta que se las ingeniaran y le dispararan a las ruedas de la lanzadera o la inmovilizaran de cualquier otra forma. Sería una situación extremadamente peligrosa.

Silver se mordió el labio inferior. Entonces, inclinada hacia delante, en un asiento que no había sido diseñado para cuadrúmanos, liberó los frenos y aceleró el motor. La lanzadera se estremeció unos metros hacia delante, patinando y derrapando. Detrás de la lanzadera, el monitor mostraba el coche casi oculto tras el polvo anaranjado que levantaban los gases de escape. Su imagen vibraba por el calor que eliminaban los motores.

Clavó los frenos al máximo y aceleró el motor una vez más. El rugido se convirtió en un quejido. No se atrevía a llevarlo hasta el punto que había usado Ti durante el aterrizaje. ¿Quién sabía lo que pasaría entonces?

El techo plástico del coche se rajó y comenzó a hundirse. Si Leo había tenido razón cuando hizo la descripción del combustible de hidrocarburo que utilizaban aquí abajo para los vehículos, en no más de un segundo tenía que lograr que…

Una llamarada amarilla absorbió el vehículo, momentáneamente más intensa que el sol que se estaba poniendo. Pedazos de coche volaron en todas direcciones, arqueándose y rebotando por el efecto del campo de gravedad. Una mirada a los monitores permitió a Silver ver que todos los hombres de Seguridad corrían ahora en cualquier dirección, lejos del vehículo en llamas.

Silver desaceleró el motor, soltó los frenos y dejó que la lanzadera se desplazara a través del barro endurecido. Afortunadamente, el lecho del viejo lago era bastante uniforme, de manera que no tenía que preocuparse demasiado por los puntos más delicados del pilotaje de la nave, como, por ejemplo, las maniobras con el timón.

Uno de los hombres de Seguridad corrió tras ellas durante un minuto o dos, sacudiendo los brazos al aire, pero enseguida quedó atrás. Silver dejó que la nave siguiera desplazándose unos kilómetros más y entonces apagó los motores.

—Bueno —suspiró—, nos libramos de ellos.

—Seguro —dijo la señora Minchenko, que ajustaba la ampliación del monitor para poder echar un último vistazo hacia atrás. Una columna de humo negro y un resplandor anaranjado desaparecían en la penumbra distante, donde habían estado estacionadas un momento antes.

—Espero que tuvieran sus máscaras de oxígeno bien cargadas —agregó Silver.

—Oh, querida —dijo la señora Minchenko—. Tal vez tendríamos que volver y… hacer algo. Seguramente se les ocurrirá quedarse junto al coche y esperar ayuda. No creo que quieran intentar atravesar el desierto. Las películas de seguridad de la compañía siempre hacen hincapié en eso. «Quédense con su vehículo y esperen a que llegue Búsqueda y Rescate.

—¿No se supone que ellos pertenecen a Búsqueda y Rescate? —Silver estudiaba las pequeñas imágenes en el monitor—. No les queda mucho vehículo. Pero parece que los tres se han quedado allí. Bien… —sacudió la cabeza—. Es demasiado peligroso para nosotras intentar recogerlos. Pero cuando lleguen Ti y el doctor Minchenko con Tony, tal vez los guardias de Seguridad puedan usar su Land Rover para regresar. Si es que antes no llega nadie más.

—Oh —dijo la señora Minchenko—, es verdad. Buena idea. Me siento mucho mejor. —Observó con detenimiento el monitor—. Pobres.

Hielo.

Desde la cabina de control herméticamente cerrada que daba al compartimento de carga del Hábitat, Leo observaba a los cuatro cuadrúmanos con trajes de trabajo que liberaban el espejo vórtice intacto extraído de la segunda varilla Necklin de la D-620 por la escotilla hacia el exterior. El espejo era un objeto delicado para maniobrar, por ser, en efecto, un enorme embudo hueco de titanio, de tres metros de diámetro y un centímetro de espesor en su parte más ancha, curvado con precisión matemática y espesándose hasta alcanzar unos dos centímetros en la hendidura central. Una curva perfecta, pero decididamente no estándar, algo con lo que tenía que enfrentarse el plan de refabricación de Leo.

Montaron el espejo intacto en su lugar anidado en una masa de bobinas de refrigeración. Los cuadrúmanos con trajes espaciales salieron. Desde la cabina de control, Leo cerró la escotilla al exterior y se propuso regresar al compartimento de carga. Como resultado de su ansiedad, salió literalmente despedido de la cabina de control, con un zumbido del aire fruto del diferencial de presión remanente y tuvo que mover la mandíbula para destaparse los oídos.

Bobbi, en un momento de inspiración, encontró las únicas bobinas refrigeradoras lo suficientemente grandes como para adaptarse a la tarea, de nuevo en Nutrición. La muchacha cuadrúmana a cargo de ese departamento protestó cuando vio que Leo y su grupo de trabajo se acercaban una vez más. Habían desarmado sin piedad el compartimento refrigerador más grande y se habían llevado todo a su lugar de trabajo, en el módulo disponible más grande ya instalado como parte de la D-620. Aún quedaba menos de un cuarto de toda la reestructuración del Hábitat, según las estimaciones de Leo, a pesar de haber incluido una docena de sus mejores trabajadores en el proyecto.

En pocos minutos, tres de los cuadrúmanos se unieron a él en la bahía de carga. Leo les observó detenidamente. Llevaban puestas camisetas, shorts y unos uniformes de manga larga que habían dejado los terrestres. Llevaban las perneras bien sujetas a sus brazos inferiores y aseguradas con bandas elásticas. Habían recogido todos los guantes que habían encontrado. Bien, Leo había temido problemas de congelación, con todos esos dedos expuestos. Su aliento parecía humo en el aire congelado.

—Muy bien, Pramod, listos para deslizado. Traed las mangueras de agua.

Pramod desenrolló varios metros de manguera y se las entregó a los cuadrúmanos. Otro cuadrúmano hizo una verificación final de las conexiones al grifo de agua más cercano. Leo encendió las bobinas de refrigeración y cogió una manguera.

—Muy bien, muchachos. Miradme y os enseñaré un truco. Debéis hacer salir el agua lentamente sobre las superficies frías, evitando salpicar en el aire. Al mismo tiempo, debéis hacer que salga constantemente de manera que las mangueras no se congelen. Si sentís que se os entumecen los dedos, haced una breve pausa en la cámara contigua. No queremos que haya ningún herido en esta operación.

Leo se dirigió hacia la parte trasera del espejo vórtice y se situó entre las bobinas de refrigeración, sin llegar a tocarlas. El espejo había estado a la sombra en el exterior durante las últimas horas y ahora estaba bien frío. Leo tocó la válvula y dejó salir una burbuja plateada de agua, que golpeó contra la superficie del espejo y se desparramó en pequeñas gotitas de escarcha. Intentó arrojar unas gotas sobre las bobinas. Se congelaban con mayor rapidez.

—Muy bien, así está bien. Comenzad a hacer el molde de hielo alrededor del espejo. Hacedlo tan sólido como podáis, sin espacios de aire. No olvidéis colocar el tubo pequeño para permitir que más tarde salga el aire de la cámara matriz.

—¿Qué espesor debe tener? —preguntó Pramod, mientras miraba la manguera y observaba con fascinación cómo se iba formando el hielo.

—Por lo menos un metro. Como mínimo, la masa de hielo debe ser igual a la masa de metal. Como solamente tenemos una oportunidad, haremos lo posible para que sea, por lo menos, dos veces más espesa que la masa de metal. Desgraciadamente no podremos recuperar el agua. Quiero verificar las reservas de agua, porque, si contamos con el agua necesaria, dos metros de espesor sería mucho mejor.

—¿Cómo se te ocurrió esto? —preguntó Pramod, en un tono de admiración.

Leo rió entre dientes, cuando se dio cuenta de que Pramod tenía la impresión de que estaba elaborando todo este proceso de ingeniería sobre la marcha, según lo exigieran los acontecimientos.

—Yo no lo he inventado. Lo estudié. Es un antiguo método que utilizaban en los diseños de comprobación preliminares, antes de que se perfeccionara la teoría fractal y se mejoraran las simulaciones por ordenador en los niveles de hoy en día —Oh. —Pramod parecía bastante desilusionado.

Leo sonrió.

—Si alguna vez tienes que optar entre lo que aprendiste y la inspiración, muchacho, elige lo que aprendiste. Funciona la mayoría de las veces.

Eso «espero». Con un espíritu crítico, Leo se retiró hacia atrás y observó cómo trabajaban los chicos. Pramod tenía dos mangueras, una en cada par de manos, y las alternaba rápidamente entre ellas. Un chorro de agua tras otro caía sobre las bobinas y sobre el espejo. Ya se podía ver cómo el hielo comenzaba a espesarse. Hasta el momento, no se había desperdiciado una gota. Leo suspiró con alivio. Aparentemente, podía delegar con seguridad su parte de la tarea. Hizo una seña a Pramod y dejó el dique para continuar con esa parte del trabajo que no se atrevía a delegar.

Leo se perdió dos veces, mientras intentaba encontrar el camino por el Hábitat hacia Almacén de Tóxicos. Y eso que él mismo había diseñado la remodelación. No le sorprendía haber pasado junto a tantos cuadrúmanos con expresión de asombro por el camino. Todo el mundo parecía estar completamente ocupado.

Almacén de Tóxicos era un módulo frío que no tenía ninguna conexión de ningún tipo con el resto del Hábitat, salvo una compuerta de tres cámaras de acero espeso, que estaba siempre cerrada. Entró y se encontró con uno de los cuadrúmanos de su grupo, de soldadura y ensamble, todavía asignado a la remodelación del Hábitat, que salía en ese mismo momento.

—¿Qué tal, Agba? —preguntó Leo.

—Muy bien. —Agba parecía cansado… Tenía el rostro y la piel bronceados marcados con líneas rojas, pruebas de un uso prolongado y de su traje de trabajo— Esas malditas abrazaderas nos han retrasado bastante, pero estamos a punto de terminar con ellas. ¿Cómo va todo?

—Muy bien, hasta el momento. He venido a preparar el explosivo. Parece mentira, pero ya llegamos a esa etapa. ¿Recuerdas dónde diablos guardamos el explosivo? —Las paredes del módulo estaban abarrotadas de provisiones.

—Estaban por ahí —señaló Agba.

—Bien… —A Leo se le contrajo el estómago repentinamente—. ¿Qué quieres decir con que estaba? Seguramente había querido decir que lo habían cambiado de lugar, Leo se dijo a sí mismo para tranquilizarse.

—Bueno, lo hemos estado utilizando bastante para hacer volar las abrazaderas.

—¿Para hacer volar las abrazaderas? Pensé que las cortabais.

—Sí, pero un día Tabbi pensó en cómo colocar una pequeña carga que las partiera en dos, sobre la línea de fundición. En la mitad de los casos, se pueden reutilizar. El resto no quedan más estropeadas que si las cortáramos. —Agba parecía estar bastante orgulloso de sí mismo.

—¡No habréis utilizado todo el explosivo para eso, me imagino!

—Bueno, gastamos bastante. En el exterior, por supuesto —agregó Agba confundido en respuesta a la expresión horrorizada de Leo. Le mostró un frasco cerrado herméticamente de medio litro para que Leo lo viera—. Éste es el último. Supongo que apenas va a alcanzar para finalizar el trabajo.

—¡Maldición! —Leo agarró la botella entre las manos y la apretó contra el estomago, como un hombre que quiere desactivar una granada—. ¡Lo necesito! ¡Tengo que llevármelo! Necesito diez veces más, dijo su mente en silencio.

—Oh —dijo Agba—. Lo siento. —Su mirada traslucía una clara inocencia—. ¿Tenemos que volver a cortar las abrazaderas?

—Sí —contestó Leo—. Anda —agregó. Sí, antes de que él mismo explotara.

Agba salió por la esclusa, con una sonrisa incierta. La puerta se cerró y Leo quedó solo por un momento para despejarse en paz.

Piensa, hombre, piensa, se dijo a sí mismo. No te desesperes. Había algo, algún factor esquivo, algún factor en el fondo de su mente, que insistía en decirle que éste no era el fin. Pero, en ese momento, no podía recordar… Desgraciadamente, un repaso mental minucioso de sus estimaciones, llevando un registro con los dedos (oh, ¡quién pudiera ser un cuadrúmano!) no hacía más que confirmar su miedo inicial.

La transformación explosiva de la masa de titanio en la forma compleja del espejo vórtice requería, además de una serie de separadores, anillos y abrazaderas, tres elementos principales: una matriz de hielo, la masa de metal y el explosivo para unirlos. Lo que se llamaba soldadura por disparo. ¿Y cuál es el miembro más importante de este taburete de tres patas? El que faltaba, por supuesto. Y él había pensado que el explosivo sería la parte más fácil…

Desesperanzado, comenzó a recorrer sistemáticamente el módulo de Almacén de Tóxicos, revisando su contenido. Tal vez alguien hubiera puesto otra botella de explosivo en alguna parte. En esta ocasión era una lástima que los cuadrúmanos fueran tan concienzudos en su control de inventario. Cada frasco contenía solamente lo que decía su etiqueta, ni más ni menos. Inclusive Agba había actualizado la etiqueta unos momentos antes. «.Contenido: Explosivo Tipo B-2, frascos de medio litro. Cantidad: Cero».

Justo en ese instante, Leo tropezó, literalmente, con un barril de gasolina. No, eran unos seis barriles de ese maldito combustible, que de alguna manera habían ido a parar aquí y que ahora estaban asegurados con firmeza contra la pared. Vaya a saber Dios dónde había ido a parar el resto de las cien toneladas. Leo pensó una y otra vez dónde podrían haber tenido un uso concebible. Con todo gusto intercambiaría las cien toneladas por cuatro aspirinas. Cien toneladas de gasolina, de las cuales…

Leo pestañeó y emitió un ¡Ah! de júbilo.

… De las cuales, un litro aproximadamente, mezclado con tetranitrometano, haría un explosivo aún más poderoso.

Tendría que fijarse para estar seguro. Tendría que fijarse en las proporciones exactas de todas maneras, pero estaba seguro de que las recordaba correctamente. Aprendizaje e inspiración, era la mejor combinación de todas. El tetranitrometano se utilizaba como fuente de oxígeno de emergencia en varios sistemas de habitáis y naves remolcadoras. Proporcionaba más oxígeno por centímetro cúbico que el oxígeno líquido, sin los problemas de temperatura y de presión del almacenamiento, en una versión altamente refinada de las primitivas velas de tetranitrometano que, cuando se las encendía, liberaban oxígeno. Ahora…

¡Oh, Dios! Ojalá nadie hubiera utilizado el tetranitro-metano para hinchar los globos de los cuadrúmanos pequeños o para cualquier otra cosa… Habían estado perdiendo aire durante la remodelación del Hábitat…

Leo se detuvo sólo para volver a poner el frasco en su lugar y para colocar un cartel en los barriles que decía, en letras grandes y coloradas: ESTA GASOLINA PERTENECE A LEO GRAF. SI ALGUIEN MÁS LA TOCA, ÉL LES PARTIRÁ TODOS LOS BRAZOS. Luego salió a toda velocidad del módulo de Almacén de Tóxicos y se alejó en busca de la terminal de ordenador más cercana que lo conectara a una biblioteca.

15

El crepúsculo se dilataba sobre el lecho seco del lago. La luminosidad del cielo se oscurecía gradualmente, pasando de un turquesa profundo a un añil enmarcado de estrellas. Silver distraía su atención constantemente de la imagen del horizonte en él monitor y se concentraba en los colores cambiantes de la atmósfera planetaria que veía por las mirillas de observación. ¡Qué variedad tan sutil podía disfrutar la gente de los planetas! Franjas de púrpura, anaranjado, limón, verde, azul, con vetas de vapor de agua que se esfumaba en el cielo occidental. No fue sin lamentarlo que Silver cambió la pantalla a infrarrojo. Los colores del ordenador le daban claridad a la visión, pero parecían crudos y exagerados después de haber visto las coloraciones reales.

Finalmente apareció la visión que su corazón estaba esperando: un Land Rover que rebotaba en un paso montañoso distante y se deslizaba por las últimas pendientes rocosas, para derrapar en el lecho del lago a una aceleración máxima. La señora Minchenko se apresuró a salir del compartimento del piloto para bajar las escaleras de la escotilla cuando el Land Rover finalmente se detuvo junto a la nave.

Silver juntó todas las manos de felicidad cuando vio a Ti aparecer en la rampa, con Tony en sus brazos, de la misma manera que Leo la había llevado a ella en la Estación de Transferencia. ¡Lo han encontrado! ¡Lo han encontrado! El doctor Minchenko venía inmediatamente detrás de ellos.

Hubo una corta discusión en la puerta de acceso. Se escuchaban las voces del doctor Minchenko y su esposa. Posteriormente, el doctor Minchenko bajó rápidamente las escaleras y colocó una luz de bengala en el techo del Land Rover. Tenía un reflejo verde brillante. Bien, los guardias de Seguridad no tendrían problemas para ver esa baliza, decidió Silver con cierto alivio.

Silver se volvió a acomodar en el asiento del copiloto cuando Ti entró en la cabina, colocó a Tony en el asiento del ingeniero y se instaló en el asiento de mando. Se arrancó de un tirón la máscara de oxígeno de alrededor del cuello con una mano, mientras que con la otra encendía los controles.

—¡Hey! ¿Quién ha estado toqueteando mi lanzadera?

Silver se dio la vuelta y se levantó para mirar a Tony por encima del respaldo. Tony, que también se había quitado su propia máscara de oxígeno, estaba intentando ajustarse el cinturón de seguridad del asiento.

—¡Lo lograste!—le dijo Silver con una sonrisa.

Tony le devolvió la sonrisa.

—Venían justo detrás nuestro.

Silver percibió que sus ojos azules traslucían tanto dolor como excitación. Tenía los labios hinchados.

—¿Qué ha pasado? —Silver se dirigió a Ti—. ¿Qué le ha sucedido a Tony?

—Ese hijo de puta de Van Atta le quemó la boca con su maldita varilla, o cómo se llamara esa maldita cosa que tenía —dijo Ti, en un tono grave. No dejaba de mover las manos sobre los controles. Los motores se encendieron, las luces parpadearon y la lanzadera comenzó a deslizarse. Ti golpeó su intercomunicador—. ¿Doctor Minchenko? ¿Ya se han ajustado los cinturones de seguridad allí atrás?

—Espera un momento… —respondió el doctor Minchenko—. Ya está. Adelante.

—¿Habéis tenido algún problema? —le preguntó Silver, que volvió a acomodarse en el asiento y se ajustó el cinturón de seguridad mientras la lanzadera se desplazaba.

—Al principio, no. Llegamos al hospital perfectamente y entramos sin ningún problema. Estaba seguro de que las enfermeras iban a impedir que nos lleváramos a Tony, pero evidentemente todas allí piensan que Minchenko es un dios. Hicimos todo con rapidez y estábamos a punto de salir… Yo siempre haciendo el papel de burro, porque en definitiva eso es lo que soy. Siempre burro de carga… Estábamos saliendo cuando nos encontramos… ¿A que no sabes con quién? Con ese hijo de puta de Van Atta, que entraba justo en ese momento.

Silver estaba boquiabierta.

—Nos tropezamos con él. El doctor Minchenko quería detenerse y golpearle hasta matarlo, en nombre de la boca de Tony, pero tendría que haber dejado en mis manos gran parte de la pelea. Él es un hombre mayor, aunque no quiere admitirlo. Lo tuve que sacar arrastrando hasta el Land Rover. La última vez que oí a Van Atta corría y pedía a gritos un helicóptero de Seguridad. A esta altura ya debe haber encontrado alguno… —Ti verificó los monitores con nerviosismo—. Sí. Maldición. Ahí viene —señaló. Una luz brillaba sobre las montañas y señalaba la posición del helicóptero en el monitor—. Bueno, ya no pueden alcanzarnos.

La lanzadera se meció en un círculo amplio y luego se detuvo. El ruido de los motores comenzó siendo un ronroneo y luego se transformó en un lamento y finalmente en un rugido. Las luces blancas de aterrizaje iluminaban la oscuridad frente a ellos. Ti soltó los frenos y la lanzadera se abalanzó hacia adelante, siguiendo la luz, con un rugido aterrador que cesó abruptamente cuando giraron en el aire. La aceleración los echó hacia atrás en sus asientos.

—¿Qué diablos piensa que está haciendo ese idiota? —murmuró Ti entre dientes, cuando el helicóptero de propulsión a chorro apareció de repente en el monitor de rastreo—. ¿Piensa jugar a policías y ladrones conmigo?

Aparentemente ésa era exactamente la intención del helicóptero. Se desplazaba a toda velocidad hacia ellos. Se sumergía cuando ellos subían, evidentemente con la idea de obligarlos a bajar. La boca de Ti no era más que un línea blanca en su rostro. Los ojos le brillaban con intensidad. Aceleró aún más la lanzadera hacia arriba. Silver apretó los dientes, pero mantuvo los ojos abiertos.

Pasaron lo suficientemente cerca para ver, por las mirillas de observación, cómo el helicóptero pasaba como un latigazo frente a sus luces. En un abrir y cerrar de ojos, Silver pudo ver los rostros por la burbuja de la carlinga. Rostros blancos congelados con agujeros redondos —los ojos y la boca—, excepto un individuo, posiblemente el piloto, que se tapaba los ojos con las manos.

Después, nada se interpuso entre ellos y las estrellas plateadas.

Fuego y hielo.

Leo volvió a revisar cada una de las abrazaderas personalmente. Luego se retiró unos metros para inspeccionar por última vez el trabajo realizado. Estaban suspendidos en el espacio a una distancia segura, un kilómetro, de la remodelación del Hábitat D-620, que pendía, grande y completa sobre el arco del Rodeo. De todas maneras, parecía completa si se la miraba desde fuera, siempre y cuando uno no supiera demasiado sobre los arreglos histéricos de último momento que todavía se sucedían en el interior.

La matriz de hielo, una vez terminada, alcanzaba más de tres metros de ancho y casi dos metros de espesor. La superficie exterior era irregular. Podría haber sido una porción de desechos espaciales provenientes del anillo de hielo de algún gigante gaseoso. Su secreto lado interno duplicaba con precisión la curva suave del espejo vórtice que había moldeado.

La cámara interna evacuada estaba dividida por capas. En primer lugar, la capa de titanio. A continuación, una capa de gasolina pura para un separador. Leo había descubierto un segundo uso para esa capa: a diferencia de otros líquidos posibles, éste no se congelaría a la temperatura actual del hielo. Luego el círculo divisor de plástico delgado. Después su precioso explosivo de gasolina y tetranitrometano. Luego una capa metálica de la cubierta del Hábitat. Luego las abrazaderas… Con todas esas capas, parecía una verdadera tarta de cumpleaños. Era hora de encender la velita y pedir que los deseos se hicieran realidad, antes de que el hielo comenzara a derretirse por la luz del sol.

Se dio la vuelta para ordenar a sus asistentes cuadrúmanos que se colocaran detrás de la barrera protectora de uno de los módulos abandonados del Hábitat que flotaban muy cerca. Otro cuadrúmano, según lo que pudo ver, salía de la remodelación de la D-620 y del Hábitat. Leo esperó un momento, para darle tiempo a que se acercara y se colocara detrás de la protección. No era un mensajero, seguro. Tenía intercomunicador en el traje…

—Hola, Leo —dijo Tony, en un tono de voz más grave por efecto del intercomunicador—. Lamento llegar tarde para trabajar. ¿Me has dejado algo?

—¡Tony!

Intentar abrazar a alguien con un traje de trabajo no era tarea fácil, pero Leo hizo todo lo que pudo.

—¡Hey, hey! Llegas justo a tiempo para lo mejor muchacho —dijo Leo excitado—. Vi la lanzadera que entraba en el desembarcadero hace apenas unos instantes. —Sí, y qué asustado estuvo durante un momento, pensando que tal vez se trataba finalmente de la temible fuerza de Seguridad de Van Atta, hasta que terminó identificándola como una de las suyas—. No pensé que el doctor Minchenko te permitiera ir a otra parte que no fuera la enfermería. Y Silver, ¿está bien? ¿No deberías estar descansando?

—Ella está muy bien. El doctor Minchenko tenía muchas cosas por hacer y Claire y Andy están durmiendo. Miré al interior, pero no quise despertar al bebé.

—¿Estás seguro de que te sientes bien, hijo? Tu voz suena muy graciosa.

—Me lastimaron la boca. Ahora está bien.

—Ah. —En pocas palabras, Leo explicó la tarea en curso—. Has llegado a tiempo justo para la gran final.

Leo se desplazó con su traje de trabajo hasta que pudo ver por encima del módulo abandonado.

—Lo que tenemos ahí fuera, en esa caja allí arriba es un condensador de carga que almacena un par de miles de voltios. Conduce hacia un filamento de bombilla incandescente sin la cubierta. Eso que está allí es un ojo eléctrico extraído del control de una puerta. Cuando lo tocamos con este láser óptico, cierra el contacto…

—¿Y la electricidad activa el explosivo?

—No exactamente. El alto voltaje que sale del filamento hace explotar literalmente el cable y es la onda expansiva del cable que explota lo que activa el TNM y la gasolina. Lo cual hace estallar la masa de titanio hasta que toca la matriz de hielo y le transfiere su cantidad de movimiento, entonces el titanio se detiene y el hielo absorbe esa cantidad de movimiento. Es algo bastante espectacular. Es por eso que estamos detrás de este módulo… —se giró para controlar la posición del grupo de cuadrúmanos—. ¿Estáis listos?

—Si puedes asomar la cabeza y mirar, ¿por qué no podemos, hacerlo nosotros? —protestó Pramod.

—Yo necesito tener una línea de visión para el láser —dijo Leo.

Apuntó el láser óptico con sumo cuidado y se detuvo un instante, ante un arrebato de ansiedad. Tantas cosas podían salir mal… Había verificado y vuelto a verificar… pero siempre hay un momento en el que hay que dejar que las dudas se vayan y entregarse a la acción. Se puso en las manos de Dios y apretó el botón.

Un destello brillante e insonoro, una nube de va por hirviente y la explosión de la matriz de hielo. Volaban fragmentos por todas partes. El efecto era completamente fascinante. Con toda dificultad, Leo desvió la mirada y se refugió rápidamente detrás del módulo. La última imagen seguía danzando en su retina. Verde y magenta. La mano que tenía apoyada sobre la cubierta del módulo transmitía vibraciones intensas, mientras que unos cuantos cubos de hielo se estrellaban a toda velocidad contra el otro lado y rebotaban en el espacio.

Leo permaneció agachado durante un instante, con la vista más bien perdida en Rodeo.

Ahora tengo miedo de mirar.

Pramod se abalanzó por el módulo.

—Está todo en una pieza. Se está tambaleando. Cuesta ver cuál es la forma exacta.

Leo tomó aire.

—Vayamos a atraparlo, chicos. Y veamos qué es lo que tenemos.

Tardaron varios minutos en capturar la pieza. Leo se negaba a llamarla «el espejo vórtice» todavía… Todavía podía resultar ser un pedazo de metal. Los cuadrúmanos recorrieron con sus visores la superficie gris.

—No encuentro ninguna fisura, Leo —dijo Pramod, sin aliento—. En algunos lugares tiene unos milímetros de espesor de más, pero en ningún lado es más delgado.

—Nos podemos encargar del exceso de espesor durante el último retoque con el láser. Si era demasiado delgado, no podíamos solucionarlo. Prefiero que esté demasiado espeso —dijo Leo.

Bobbi sacudía su láser óptico de un lado a otro de la superficie curvada. Varios números aparecían en el lector digital.

—¡Son los números correctos, Leo! ¡Lo logramos!.

Leo parecía derretirse por dentro. Respiró profundamente y exhaló un cansado suspiro de felicidad.

—Muy bien, chicos, llevémoslo al interior. De vuelta al… ¡Maldición! No podemos seguir llamándola «Remodelación de la D-620 y el Hábitat».

—Claro que no —acordó Tony.

—Así que, ¿cómo vamos a llamarla? —Una serie de posibilidades revolotearon por la mente de Leo. El arca. Estrella de Libertad. La Locura de Graf…

—Hogar —dijo Tony, con toda sencillez, después de un momento—. Vayamos a nuestro hogar, Leo.

—Hogar… —Leo saboreó el nombre en la boca. Sabía bien. Sabía muy bien.

Pramod asintió y una de las manos superiores de Bobbi tocó su casco en señal de aprobación de la elección.

Leo pestañeó. Algún vapor irritante en el aire de su traje le estaba haciendo llorar los ojos, sin ninguna duda, y le comprimía el pecho.

—Sí. Llevemos nuestro espejo vórtice a casa, compañeros.

Bruce van Atta se detuvo en el corredor, fuera de la oficina de Chalopin en la Estación de Lanzaderas número Tres, para recuperar el aliento y controlar su temblor. También sentía una punzada en un costado. No estaría en absoluto sorprendido si terminaba con una úlcera después de todo esto. El fracaso en el lecho seco del lago había sido exasperante. Preparar el terreno para que después unos torpes subordinados le fueran completamente desleales era algo verdaderamente exasperante.

Había sido pura casualidad que, después de regresar a casa para tomar una ansiada ducha y dormir un poco, se hubiera despertado para orinar y hubiera llamado a la Estación número Tres para averiguar si había alguna novedad. De otra manera, ni siquiera le habrían informado sobre el aterrizaje de la nave. Anticipándose a la próxima maniobra de Graf, se vistió con toda rapidez y salió para el hospital. Si hubiera llegado unos segundos antes, habría atrapado a Minchenko en el interior.

Ya había hecho despedir al piloto del helicóptero por su cobardía al no conseguir hacer descender la nave y por no haber llegado al lecho del lago mucho antes. El piloto de tez colorada había apretado la mandíbula y los puños y sin decir nada. Sin ninguna duda, avergonzado de sí mismo. Pero el verdadero fracaso estaba mucho más arriba, al otro lado de esas puertas de oficina. Operó el control y las puertas se abrieron.

Chalopin, su capitán de seguridad Bannerji y la doctora Yei estaban congregados alrededor de la pantalla del ordenador de Chalopin. El capitán Bannerji tenía un dedo apoyado en la pantalla y le estaba diciendo a Yei:

—Podemos entrar aquí. Pero, ¿cuánta resistencia cree usted que encontraremos?

—Seguramente los asustará mucho —dijo Yei.

—Hum. No estoy tan loco como para pedirle a mis hombres que vayan allí arriba con armas de perdigones, a luchar contra gente desesperada con armas mucho más mortales. ¿Cual es la situación real de esas personas llamadas rehenes?

—Gracias a usted —irrumpió Van Atta—, la proporción de rehenes es de cinco a cero. Se llevaron a Tony, maldita sea. ¿Por qué no puso una guardia de veintisiete horas que vigilara a ese cuadrúmano como le dije? También tendríamos que haber puesto una guardia que vigilara a la señora Minchenko.

Chalopin levantó la cabeza. Su mirada era completamente inexpresiva.

—Señor Van Atta, usted parece estar trabajando sobre algunos cálculos erróneos respecto del tamaño de mis fuerzas de seguridad. Sólo tengo diez hombres para cubrir tres turnos, los siete días de la semana.

—Además de diez de cada una de las otros dos Estaciones de Lanzadera. Eso suma treinta. Adecuadamente armados, serían una fuerza de ataque sustancial.

—Ya solicité prestados seis hombres de las otras dos estaciones para cubrir nuestra propia rutina, mientras que toda mi fuerza está dedicada a esta emergencia.

—¿Por qué no los solicitó a todos?

—Señor Van Atta, Operaciones en Rodeo es una compañía grande, pero un ciudad muy pequeña. En total, los empleados no llegan a sumar diez mil, además de un número igual de dependientes no empleados por Galac-Tech. Mi seguridad es una fuerza policial, no una fuerza militar. Tienen que desempeñar sus propias funciones, duplicar sus esfuerzos en caso de búsqueda y rescate y estar listos para ayudar a Control de Incendios.

—¡Maldita sea! Les di una solución cuando les propuse lo de Tony. ¿Por qué no siguieron mi consejo de inmediato y atacaron el Hábitat?

—Yo tenía una fuerza de ochenta hombre listos para subir en órbita —dijo Chalopin ásperamente—, bajo palabra de que sus cuadrúmanos iban a cooperar. Sin embargo, no pudimos conseguir ninguna confirmación de esa cooperación por parte del Hábitat. Lo primero que hicieron fue mantener un silencio absoluto en las comunicaciones. Luego percibimos que nuestra lanzadera de carga regresaba, así que desviamos las fuerzas para capturarla. En primer lugar, un vehículo terrestre, y luego, cuando usted mismo apareció aquí, hace dos horas exigiéndolo a gritos, un helicóptero de propulsión a chorro.

—Muy bien. Reúna sus fuerzas nuevamente y póngalas en órbita. Maldita sea.

—En primer lugar, usted dejó a tres de ellos en el lecho del lago —señaló el capitán Bannerji—. El sargento Fors acaba de informar que su vehículo estaba inutilizado. Regresan en el Land Rover que abandonó el doctor Minchenko. No pasará menos de una hora antes de que lleguen. En segundo lugar, como ya ha señalado varias veces la doctora Yei, aún no hemos recibido autorización para usar ningún tipo de fuerza mortal.

—Seguro que tienen algún tipo de cláusula de emergencia —argumentó Van Atta—. Eso —dijo, mientras señalaba hacia arriba y refiriéndose a los acontecimientos que se estaban desarrollando en la órbita de Rodeo— es un robo a gran escala. Y no se olvide de que ya le han disparado a un empleado de Galac-Tech.

—No lo he olvidado —murmuró Bannerji.

—Sin embargo —interrumpió la doctora Yei—, al haber pedido autorización a las oficinas centrales para usar esa fuerza, nos vemos obligados a esperar su respuesta. Después de todo, ¿qué pasa si rechazan nuestra petición?

Van Atta frunció el ceño y cerró los ojos.

—Ya sabía que nunca teníamos que haber solicitado autorización. Usted fue la que nos indujo a todo eso, maldita sea. Siempre aceptaron todo hecho consumado que les presentamos y siempre estuvieron satisfechos. Ahora… — sacudió la cabeza con frustración—. De todas maneras, no están teniendo en cuenta otras fuentes de personal. Se podría utilizar al personal del Hábitat para respaldar la entrada de las fuerzas de Seguridad en el Hábitat.

—A esta altura, ya están desparramados por todo Rodeo —comentó la doctora Yei—. La mayoría de ellos ha regresado a sus lugares de permiso en los planetas. —¿Y tiene usted una idea del tipo de situación legal que esos acontecimientos le presentarían a Seguridad? —Bannerji se encogió visiblemente.

La consola del escritorio de Chalopin interrumpió la conversación. El rostro de un técnico de comunicaciones apareció en la pantalla.

—¿Administradora Chalopin? Aquí Centro de Comunicaciones. Usted solicitó que la mantuviéramos informada sobre cualquier cambio en la situación del Hábitat o de la nave D-620. Ellos… aparentemente se están preparando para salir de su órbita. —Transmítelo por aquí —ordenó Chalopin. El técnico de comunicaciones les proporcionó una visión plana del satélite. Aumentó la toma y la remodelación del Hábitat y de la nave D-620 ocupó la mitad de la pantalla. Los dos brazos propulsadores de la D-620 se habían multiplicado, al haberles sido incorporadas las grandes unidades de propulsión que los cuadrúmanos utilizaban para desplazar bultos de carga en órbita. Van Atta observaba la pantalla, horrorizado. Los motores parecían cobrar vida. El enorme vehículo comenzaba a desplazarse.

La doctora Yei miraba la pantalla, boquiabierta. Tenía las manos juntas sobre el pecho y un brillo extraño en los ojos. Van Atta sentía ganas de llorar de furia.

—Observen… —señaló la pantalla; su voz se resquebrajaba—. ¿Ven cuál es el resultado de todas esas vacilaciones? ¡Se están escapando!

—Oh, no. Todavía no —exclamó la doctora Yei—. Pasarán por lo menos un par de días antes de que puedan llegar al agujero de gusano. No hay razón para desesperarse. —Miró a Van Atta, pestañeó y continuó con un tono de voz casi de hastío—. Usted está extremadamente fatigado, por supuesto, como todos nosotros. La fatiga conduce a cometer errores de apreciación. Debería descansar… dormir un poco…

A Van Atta le temblaban las manos. Sentía una necesidad profunda de estrangularla en ese preciso instante. La administradora de la Estación y ese idiota de Bannerji estaban de acuerdo con ella y asentían. La garganta de Van Atta emitió un gruñido entrecortado.

—Cada minuto que esperen va a complicar nuestra logística, aumentar la distancia, incrementar el riesgo…

Todos tenían la misma expresión imperturbable en sus rostros. Van Atta no necesitaba ahondar demasiado. Podía reconocer la falta de cooperación concertada apenas la olía. ¡Maldición, maldición, maldición! Miró con cólera a Yei. Pero tenía las manos atadas. Su autoridad estaba socavada por el amable razonamiento de la mujer. Si Yei y todos los de su especie se salían con la suya, nunca nadie dispararía a nadie y el caos regiría el universo.

Protestó en silencio, giró sobre sus talones y se marchó.

Claire se despertó, pero no abrió los ojos de inmediato. Estaba abrigada en su saco de dormir. El cansancio que la había agotado al finalizar su último turno no desaparecía en sus extremidades. Todavía no podía sentir a Andy moverse. Bien, un respiro antes del cambio de pañales. Dentro de diez minutos lo despertaría e intercambiarían servicios. El le aliviaría el pecho absorbiendo la leche. Las mamas necesitan a los bebés, pensó en medio de su somnolencia, tanto como los bebés necesitan a sus mamas. Un diseño entrelazado, dos individuos que comparten un mismo sistema biológico… De la misma manera que los cuadrúmanos compartían el sistema tecnológico del Hábitat, siendo cada uno dependiente de los otros…

Dependiente de su trabajo, también. ¿Qué debía hacer a continuación? Las cajas de germinación, los tubos de cultivo… No, no podía trabajar con los tubos de cultivo hoy. Hoy era el Día de la Aceleración. Sus ojos se abrieron de repente. Aún más por la emoción.

—¡Tony! —exclamó—. ¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?

—Te he estado mirando durante quince minutos. Dormías tan bien… ¿Puedo entrar? —Permaneció suspendido en el aire, vestido otra vez con la camiseta y los shorts rojos tan familiares y la observaba en la penumbra de la cámara—. Tenemos que sujetarnos de inmediato. La aceleración está a punto de comenzar.

—¿Ya? —Se apartó a un lado para hacerle sitio a Tony. Se entrelazaron los brazos, le tocó la cara y el vendaje que seguía cubriéndole el torso—. ¿Estás bien?

—Ahora sí —suspiró con felicidad—. Allí abajo, en ese hospital… Bueno, no esperaba que nadie viniera a por mí. Para vosotros era un riesgo terrible. No valía la pena.

—Lo discutimos. Hablamos del riesgo. Pero no podíamos abandonarte. Nosotros, los cuadrúmanos, tenemos que permanecer siempre unidos. —Ahora estaba despierta por completo. Disfrutaba la realidad física de Tony, sus manos musculosas, sus ojos brillantes, sus cejas rubias y tupidas—. Leo dijo que perderte nos habría disminuido, y no sólo genéticamente. Ahora tenemos que ser un pueblo, no sólo Claire y Tony y Silver y Siggy y Andy. Creo que es lo que Leo llama «sinergia». De alguna manera somos sinergísticos.

Una vibración extraña estremeció las paredes de la cámara. Extendió los brazos para desatar a Andy, que estaba junto a ella sujeto a los aparejos para dormir, y lo acurrucó con sus manos superiores, mientras que con las inferiores sostenía a Tony, debajo de la cobertura del saco de dormir. Andy protestó y volvió a quedarse dormido. Lentamente, suavemente, sus omoplatos comenzaron a presionar contra la pared.

—Estamos en camino —murmuró Claire—. Está comenzando…

—Estamos juntos —observó Tony maravillado. Se aferraban el uno al otro—. Quería estar contigo en ese momento…

Ella dejó que la aceleración la dominara. Apoyó la cabeza contra la pared y colocó a Andy sobre su pecho. Algo había sonado en el armario. Lo verificaría más tarde.

—Esta es la manera de viajar —suspiró Tony—. Los latidos viajan de polizón.

—Será extraño, sin Galac-Tech —dijo Claire después de un instante—. Sólo nosotros los cuadrúmanos… ¿Cómo será el mundo de Andy?

—Eso dependerá de nosotros, me imagino —dijo Tony—. Creo que eso me da más miedo que las armas. Libertad. —Meneó la cabeza—. No era como me la había imaginado.

La sugerencia de Yei de que se fuera a dormir era impracticable. Van Atta no regresó a su dormitorio, sino a su propia oficina en el planeta. Hacía un par de semanas que no pasaba por ahí. En ese momento era casi medianoche, según la hora de la Estación número Tres. Su secretaria había terminado su turno. Pero lo que necesitaba su espíritu en este momento era estar solo.

Después de pasar unos veinte minutos hablando consigo mismo en la penumbra, decidió ver la correspondencia electrónica acumulada. La rutina usual de su oficina se había perdido por completo en las últimas semanas y, por supuesto, los acontecimientos de los últimos dos días la habían destrozado. Tal vez una dosis de tediosa rutina le calmaría lo suficiente y podría considerar la idea de dormir.

Notificaciones obsoletas, solicitudes de instrucciones pasadas de fecha, informes sobre progresos irrelevantes… Había un anuncio de que las barracas de los cuadrúmanos en el planeta estaban listas para ser ocupadas, un quince por ciento por encima del presupuesto… Si pudiera recuperar algún cuadrúmano para ponerlo allí. Instrucciones de las oficinas centrales respecto al Proyecto Cay. Consejo no pedido sobre el salvamento y la disposición de sus varias partes…

Van Atta se detuvo abruptamente y retrocedió dos imágenes en su video. ¿Qué decía?

ítem: Cultivos de tejidos experimentales posfetales.

Cantidad: mil. Disposición: incineración según las Reglamentaciones de Incineración del Biolaboratorio IGS.

Van Atta comprobó la fuente de la orden. No, no había llegado de la oficina de Apmad, como había supuesto en un principio. Venía de Contabilidad General y Control de Inventario y era parte de una larga lista generada por ordenador que incluía una variedad de laboratorios. La orden estaba firmada por un humano, algún gerente medio desconocido en la GA IC en la Tierra.

—¡Maldición! —protestó Van Atta con suavidad—. No creo que este tarado ni siquiera sepa qué son los cuadrúmanos. —La orden había sido firmada unas semanas antes.

Volvió a leer el párrafo de apertura.

El Jefe del Proyecto supervisará la finalización de éste cuanto antes. La rápida liberación del personal para otras asignaciones es particularmente deseable. Está autorizado para hacer cualquier pedido temporal de materiales o de personal de alguna división adyacente que usted requiera para terminar cuanto antes.

Después de otro minuto, sus labios esbozaron una sonrisa furiosa. Con cuidado, extrajo el precioso mensaje de la máquina, lo guardó en un bolsillo y partió para reunirse con Chalopin. Esperaba poder sacarla de la cama.

16

—¿Todavía no ha terminado el trabajo allí afuera? —La voz de Ti retumbó en el intercomunicador del traje de trabajo de Leo.

—Una última soldadura, Ti —respondió Leo—. Controla esa alineación de nuevo, Tony.

Tony agitó una mano, en señal de que había recibido la orden, y verificó con el láser óptico la línea que el soldador láser seguiría en unos instantes.

—Tienes vía libre, Pramod —dijo Tony y se apartó a un lado.

El soldador avanzó en sus carriles, a través de la pieza a soldar, engrampando una brida para la última abrazadera que sostendría el espejo vórtice en su lugar en el alojamiento. Una luz en la parte superior del soldador láser pasó de rojo a verde. Luego se apagó y Pramod se acercó para separarlo. Bobbi flotó inmediatamente detrás de él para verificar la soldadura con un examen sónico.

—Todo está bien, Leo. Se mantendrá adherido.

—Muy bien. Limpiad todo e introducid el espejo.

Los cuadrúmanos se movían con velocidad. En pocos minutos, el espejo vórtice estaba colocado en sus abrazaderas aisladas y la alineación verificada.

—Muy bien, muchachos. Apartémonos y dejemos que Ti haga la prueba del humo.

—¿La prueba del humo? — la voz de Ti irrumpió en el intercomunicador—. ¿Qué es eso? Pensé que queríais una aceleración del diez por ciento.

—Es un término antiguo y honorable para el paso final en cualquier proyecto de ingeniería —le explicó Leo—. Enciéndelo y fíjate si suelta humo.

—Tendría que haberlo imaginado —dijo Ti—. ¡Qué científico!

—El uso siempre constituye la prueba definitiva. Pero acelera lentamente, ¿de acuerdo? Hazlo con tranquilidad. Tenemos una muchacha delicada aquí con nosotros.

—Ya lo has dicho unas ocho o diez veces, Leo.¿El succionador funciona o no?

—Sí. Pero en la superficie. La estructura interna del titanio… Bueno, no está tan controlado como si se hubiera realizado en una fabricación normal.

—¿Funciona o no? No voy a acoplar una nave que lleva mil personas a la muerte. Y mucho menos si yo estoy incluido entre ellas.

—Funciona, funciona —repitió Leo entre dientes—. Pero no… no la sacudas, ¿de acuerdo? Hazlo por mi presión sanguínea, si no lo haces por otra cosa.

Ti murmuró algo. Podría haber sido Al diablo con tu presión sanguínea, pero Leo no estaba seguro. No se atrevió a pedirle que lo repitiera.

Leo y el grupo de cuadrúmanos recogieron los equipos y se colocaron a una distancia considerable del brazo Necklin. Estaban suspendidos a unos cien metros sobre su hogar. La luz del sol de Rodeo era pálida e intensa en ese punto. Más que una estrella brillante, pero mucho menos que el horno nuclear que había calentado el Hábitat en la Órbita de Rodeo.

Leo aprovechó el momento para observar la nave colonia ensamblada desde ese ventajoso ángulo exterior. Más de cien módulos habían sido acoplados al eje de la nave. Todos ellos llevaban a cabo, más o menos, sus funciones anteriores. No le importaba si el diseño no era excelente. Le recordaba aquellas primeras pruebas espaciales de los siglos veinte y veintiuno. No era justamente la belleza del diseño lo que destacaba.

Milagrosamente, se había mantenido unida bajo el efecto de la aceleración y desaceleración constantes durante dos días. Como era de esperar, tendrían que revisarse diferentes detalles en el interior. Los cuadrúmanos más jóvenes habían hecho un trabajo de limpieza elogiable. Nutrición había dado de comer a todos, si bien el menú no era nada elaborado. Gracias al esfuerzo denodado del joven supervisor de mantenimiento de sistemas de aire que se había quedado y a su equipo de trabajo, ya no tenían que interrumpir la aceleración periódicamente para que funcionaran las instalaciones sanitarias. Por un momento, Leo había estado convencido de que esas paradas iban a representar la muerte de todos ellos. Aunque él, por su parte, había aprovechado la oportunidad para darle el retoque final al espejo vórtice.

—¿Veis algo de humo? —incurrió la voz de Ti en. su oído.

—No.

—Bueno, esto es todo por ahora. Es mejor que vayáis al interior. Y tan pronto como tenga todo terminado, Leo, apreciaría, que te dirigieras a Navegación y Comunicaciones.

Algo en el timbre de voz de Ti estremeció a Leo.

—¿Qué sucede?

—Hay una lanzadera de Seguridad que se está acercando a nosotros desde Rodeo. Tu viejo amigo Van Atta está a bordo y nos conmina a detenernos y desistir. No creo que nos quede mucho tiempo.

—Me imagino que seguirás manteniendo el silencio en las comunicaciones, ¿verdad?

—Sí, por supuesto. Pero eso no me impide que escuche. Se están diciendo muchas cosas en la Estación de Salto, pero eso no me preocupa tanto como lo que viene detrás. Yo… pienso que Van Atta no es de las personas que saben resistir la frustración.

—Está nervioso, ¿no es verdad?

—Yo diría, más que nervioso. Esas lanzaderas de Seguridad están armadas, ¿sabes? Y son mucho más veloces que este monstruo en el espacio normal. Sólo porque el láser que transportan está clasificado como «armamento liviano» no quiere decir que sea una idea juiciosa ponerse delante de ellos. Yo saltaría antes de que estemos a su alcance.

—Entiendo—. Leo hizo señas a su grupo de trabajo para que se dirigieran a la escotilla de entrada al módulo del vestuario.

De manera que el ataque se avecinaba. Leo había imaginado una docena de defensas, soldadores láser, minas explosivas, para la confrontación física tan anticipada con los empleados de Galac-Tech que intentaran recuperar el Hábitat. Pero todo este tiempo había sido absorbido por el espejo vórtice y, como resultado, las únicas armas con las que podían contar en forma inmediata eran los soldadores láser, que no servirían de nada si la batalla se desarrollaba en el interior si había un abordaje. No podía dejar de imaginarse que un rayo láser errara el objetivo y rajara la pared contigua a un módulo de guardería. En una pelea cuerpo a cuerpo, los cuadrúmanos podrían tener alguna ventaja en caída libre. Pero las armas cancelaban esa ventaja, al ser más peligrosas para los defensores que para los atacantes. Todo dependía de qué tipo de ataque había lanzado Van Atta. Y Leo odiaba tener que depender de Van Atta.

Van Atta maldijo por el intercomunicador una última vez antes de darle un golpe furioso a la tecla «OFF». Todos sus insultos creativos habían desaparecido hacía ya varias horas y era consciente de repetirlos. Se alejó de la consola de comunicaciones y recorrió con la mirada el compartimento de control de la lanzadera de Seguridad.

El piloto y el copiloto, en el frente, estaban ocupados con su trabajo. Bannerji, que mandaba la fuerza, y la doctora Yei —¿cómo era que la doctora se había metido en esta expedición?— estaban sujetos a sus asientos de aceleración. Yei ocupaba el lugar del ingeniero, mientras que Bannerji ocupaba la consola de armas, al otro lado del pasillo donde se encontraba Van Atta.

—Así son las cosas, al parecer —dijo Van Atta bruscamente—. ¿Ya están a nuestro alcance para utilizar el láser?

Bannerji comprobó una lectura. —Todavía no.

—Por favor —dijo la doctora Yei—, déjeme que hable con ellos una vez más…

—Si están tan cansados de oír su voz como lo estoy yo, no van a responder —murmuró Van Atta—. Usted se pasó horas hablando con ellos. Entienda… No quieren escuchar nada más, Yei. Eso es todo para la psicología.

El sargento de Seguridad Fors asomó la cabeza desde el compartimento posterior, donde viajaba junto con otros veintiséis guardias de Galac-Tech.

—¿Cuáles son las ordenes, capitán Bannerji? ¿Nos vestimos ya para el abordaje?

Bannerji le hizo una seña con la ceja a Van Atta.

—¿Bueno, señor Van Atta? ¿Cuál es el plan? Aparentemente, tendremos que eliminar todas las posibilidades que comenzaban con la rendición de los cuadrúmanos.

—Entienda bien lo que le voy a decir. —Van Atta meditó ante el intercomunicador, que sólo emitía un zumbido vacío en la pantalla—. Tan pronto como los tengamos a nuestro alcance, comiencen a disparar sobre ellos. En primer lugar, dejen fuera de funcionamiento los brazos Necklin y luego los propulsadores espaciales normales, si es que pueden. Posteriormente, hagan una perforación en un costado, entren y acaben con ellos.

El sargento Fors carraspeó.

—Usted dijo que había un millar de esos imitantes a bordo, ¿no es así, señor Van Atta? ¿Qué le parece un plan en el que obviemos la parte del abordaje y transportemos toda la nave a cualquier lugar donde a usted se le ocurra? ¿No le parece que las probabilidades están un tanto en contra del abordaje?

—Las quejas a Chalopin. Ella fue la que se opuso a solicitar ayuda de Seguridad externa. Pero las probabilidades no son tan desfavorables como aparentan. Los cuadrúmanos son unos debiluchos. La mitad de ellos son niños que tienen menos de doce años, por el amor de Dios. Limítense a entrar y disparen a cualquier cosa que se mueva. ¿Cuántas chicas de cinco años supone que se necesitan para equiparar su fuerza, Fors?

—No lo sé, señor —Fors pestañeó—. Nunca me imaginé peleando con niñas de cinco años.

Bannerji tocó con los dedos la consola de armas y echó una mirada a Yei.

—Esa muchacha con el bebé que casi mato aquel día en el depósito, ¿está a bordo, doctora Yei?

—¿Claire? Sí —contestó Yei.

—Ah. —Bannerji esquivó su mirada intensa y cambió de posición en el asiento.

—Esperemos que su puntería mejore en esta ocasión Bannerji —dijo Van Atta.

Bannerji puso un esquema computerizado de una nave de Salto en su pantalla, al mismo tiempo que hacía cálculos.

—Imagino que se dará cuenta —dijo lentamente— de que la realidad va sufrir el efecto de algunos factores incontrolables… Existe una buena probabilidad de que hagamos otros agujeros en los módulos deshabitados, mientras apuntamos a las varillas Necklin.

—Es cierto —dijo Van Atta—. Mire, Bannerji —agregó Van Atta con impaciencia—, los cuadrúmanos son… se convirtieron en sacrificables al convertirse en criminales. Es igual que disparar a un ladrón que se escapa de algún robo. Además, no se puede hacer una tortilla si no se rompen huevos. La doctora Yei se cubrió el rostro con las manos.

—Dios Krishna —murmuró. La sonrisa que le ofreció Van Atta era un tanto peculiar—. Estaba esperando el momento en que dijera eso. Tendría que haber hecho una apuesta o algo así…

Van Atta se erizó a la defensiva.

—Si usted hubiera efectuado bien su trabajo —volvió a hablar, con la misma agresividad—, en este momento no estaríamos aquí rompiendo huevos.

Por lo menos, los podríamos haber hecho hervir con sus cáscaras en Rodeo. Por cierto, tengo la intención de resaltar este punto ante las autoridades más adelante, créame. Pero no tengo por qué seguir discutiendo con usted. Para cualquier cosa que se me ocurra hacer, tengo la autorización necesaria.

—Que hasta ahora nunca me ha mostrado.

—Chalopin y el capitán Bannerji la han visto. Si me lo permiten, le aseguro que éste será su fin, Yei.

Ella no dijo nada, pero dio por recibido el mensaje con un movimiento irónico de la cabeza. Se reclinó en el asiento y cruzó los brazos. Al parecer, sin ninguna intención de volver a hablar. Gracias a Dios, pensó Van Atta.

—Vístanse, Fors —le dijo al sargento de Seguridad.

La cámara de navegación y comunicaciones en la nave D-620 estaba repleta. Ti dirigía las operaciones desde el asiento de control, coronado por los auriculares. Silver manejaba el comunicador y Leo, al parecer, ocupaba el puesto del ingeniero en jefe. La cadena de mando se confundía a esta altura. Tal vez su título tendría que ser Oficial Encargado de las Preocupaciones. Se le contraían las entrañas y se le cerraba la garganta cuando veía que todas las líneas de acción se acercaban a la intersección de la que no había retorno.

—La lanzadera de Seguridad ha dejado de transmitir —informó Silver.

—Es un alivio —dijo Ti.

—No tanto un alivio —comentó Leo—. Si han dejado de hablar, tal vez se estén preparando para abrir fuego. —Y era demasiado tarde… Estaban demasiado cerca del punto de Salto para colocar un soldador láser en el exterior y responder del ataque.

Ti hizo un gesto con la boca. Su angustia crecía. Cerró los ojos. La nave D-620 parecía moverse y sacudirse bajo el efecto de la aceleración.

—Estamos casi en posición de Salto —dijo Ti.

Leo observó el monitor.

—Están casi en posición de disparar. —Se detuvo un momento—. Ya están en posición de disparar —agregó.

Ti emitió un sonido agudo y bajó los auriculares.

—Aceleración del campo Necklin…

—Con suavidad —murmuró Leo—. Mi espejo vórtice…

La mano de Silver buscó la de Leo. Leo estaba abrumado por un deseo de disculparse ante Silver, ante los cuadrúmanos, ante Dios. No sabía ante quién más… Yo os he llevado a todo esto…Lo siento…

—Si conectas un canal, Silver —dijo Leo desesperadamente, la cabeza inmersa en el pánico… todas esas criaturas…—. Estamos a tiempo de rendirnos…

—Nunca —dijo Silver. Apretó aún más su mano y sus ojos azules se clavaron en los de él—. Y yo estoy decidiendo por todos, no sólo por mí. Seguimos adelante.

Leo apretó los dientes y asintió. Los segundos retumbaban en su cerebro, al mismo ritmo que el martilleo de su corazón. La lanzadera de Seguridad crecía en el monitor.

—¿Por qué no disparan ahora? —preguntó Silver.

—¡Fuego! —ordenó Van Atta. Los esquemas del ordenador de Bannerji se estaban alineando, los números titilaban, las luces convergían. Van Atta vio que la doctora Yei ya no estaba en su asiento. Probablemente estaba escondida en el aseo. Esta dosis de realidad y de consecuencias reales era, sin duda, demasiado para ella. Igual que esos malditos políticos, pensó Van Atta con desprecio, que llevan a la gente al desastre y desaparecen cuando comienzan los disparos…

—¡Fuego, ahora! —repitió a Bannerji, cuando el ordenador indicaba estar listo, con el blanco en la mira.

Bannerji movió su mano hacia el botón de disparo, pero dudó.

—¿Tiene una orden para esto? —preguntó de repente.

—¿Sí tengo qué? —dijo Van Atta.

—Una orden. Se me ocurre que, desde un punto de vista técnico, esto podría ser considerado un acto de eliminación arriesgado. Y eso requiere una orden firmada por el autor de la solicitud, es decir usted; de mi supervisor, es decir la administradora Chalopin y del oficial a cargo del Departamento de Eliminaciones Arriesgadas.

—Chalopin lo envió conmigo. ¡Eso ya lo hace oficial, señor!

—Pero no del todo. El oficial a cargo del Departamento de Eliminaciones Arriesgadas es Laurie Gompf y está en Rodeo. Usted no tiene su autorización. La orden está incompleta. Lo siento, señor. —Bannerji se retiró de la consola de armas y se zambulló en el asiento desocupado del ingeniero, con los brazos cruzados—. Me podría costar mi puesto si llevo a cabo un acto de eliminación arriesgada sin una orden adecuada. El impreso de Valoración de Impacto Ambiental también debe cumplimentarse.

—¡Esto es un motín! —gritó Van Atta.

—No, no lo es —lo corrigió Bannerji cordialmente—. Esto no es el ejército.

Van Atta tenía el rostro encendido. Lanzó una mirada de furia a Bannerji, que se contemplaba las uñas. Con un insulto, Van Atta se dejó caer en el asiento de la consola de armas y volvió a fijar la mira. Tendría que haberlo sabido. Si quieres que una cosa se haga bien la tienes que hacer tú mismo. Dudó. Los parámetros de ingeniería de las naves de Salto, del tipo D le pasaban por la mente. ¿En qué lugar de esa estructura compleja un disparo no solamente pondría fuera de funcionamiento las varillas, sino que haría que los propulsores principales estallaran por completo?

Por cierto, se trataba de una incineración. Y, si fuera necesario, le echaría la culpa a Bannerji por las muertes de las cuatro o cinco personas no cuadrúmanas a bordo. Yo hice lo que pude, señora… Si él hubiera hecho su trabajo como se lo pedí desde un primer momento…

Los esquemas giraban en la pantalla. Tendría que haber un punto en la estructura… sí. Aquí y allá. Si pudiera destruir tanto ese nexo de control como esas líneas refrigerantes, podría provocar una reacción descontrolada que resultaría en… una promoción, probablemente, después de que se hubieran calmado los ánimos. Apmad lo besaría. Como si fuera un médico heroico, que logró, él solo, impedir que una plaga de malformaciones genéticas invadiera la galaxia…

El esquema del blanco volvió a alinearse. La palma sudada de Van Atta rodeaba la llave de disparo. En un momento… sólo en un momento…

—¿Qué está haciendo con eso, doctora Yei? —preguntó Bannerji, en un tono de desconcierto.

—Estoy aplicando la psicología.

La cabeza de Van Atta pareció explotar, con un ruido aterrador. Cayó hacia adelante, se cortó el mentón con la consola, golpeó los teclados, haciendo que el programa de disparo desapareciera de la pantalla. Veía estrellas dentro de la lanzadera, puntos borrosos, de color verde y púrpura. Se incorporó respirando con dificultad.

—Doctora Yei —objetó Bannerji—, si tiene la intención de dejar inconsciente a este hombre, tiene que golpearlo mucho más fuerte.

Yei retrocedió con miedo cuando vio que Van Atta comenzaba a salir de su asiento.

—No quería correr el riesgo de matarlo…

—¿Por qué no? —murmuró Bannerji entre dientes.

Van Atta, furioso, apretó con sus manos la muñeca de Yei. Le quitó la pieza de metal de la mano.

—No puede hacer nada bien, ¿verdad? —gruñó.

Yei respiraba con dificultad y sollozaba. Fors, con el traje espacial pero sin el casco, asomó una vez más la cabeza desde el compartimento trasero.

—¿Qué diablos está pasando aquí?

Van Atta arrojó a Yei hacia Fors. Bannerji, que se movía incómodo en su asiento, no era, por cierto, de confiar.

—Sujeta a esa perra loca. Acaba de intentar matarme con una llave inglesa.

—¿Ah, sí? A mí me dijo que la necesitaba para ajustar la posición del asiento —comentó Fors. Sostenía con firmeza los brazos de Yei. Por más que lo intentara, sus esfuerzos, como siempre, eran débiles y fútiles.

Van Atta regresó el asiento de la consola de armas y volvió a pedir el programa de disparo. Volvió a fijar la mira y conectó la visión del panorama exterior. La configuración del Hábitat y de la nave D-620 aparecía nítidamente en la pantalla. La luz solar, fría y distante, hacía brillar la estructura. Los esquemas convergían y la encerraban.

La nave D-620 se sacudió, giró y desapareció.

Los láseres dispararon, pero eran sólo rayos de luz que se perdían en el espacio vacío.

Van Atta protestó y golpeó la consola con los puños. Unas gotitas de sangre le salían del mentón.

—¡Se han escapado! ¡Se han escapado! ¡Se han escapado!

Yei sonrió.

Leo estaba suspendido lánguidamente en su asiento. La risa le hacía burbujas en la garganta.

—¡Lo logramos!

Ti se sacó los auriculares y también estaba sentado no menos lánguidamente. Tenía el rostro pálido. Los Saltos agotan a los pilotos. Leo se sentía como si tuviera todo revuelto en su interior, pero las náuseas pasaron rápidamente.

—Su espejo funcionó de maravillas —dijo Ti.

—Sí. Tenía miedo que fuera a explotar durante el esfuerzo y las tensiones del Salto.

Ti le miró indignado.

—Eso no fue lo que dijiste. Pensé que eras un ingeniero maniático de las verificaciones.

—Mira, yo nunca había hecho una cosa así antes —protestó Leo—. Uno nunca sabe. Sólo hago las suposiciones más factibles. —Se incorporó—. Aquí estamos. Lo logramos. Pero, ¿qué sucede en el exterior? ¿Ha sufrido algún daño el Hábitat? Silver, mira qué puedes obtener del comunicador.

Silver estaba demasiado pálida.

—¡Dios mío! —pestañeó—. Así que eso era un Salto. Parece como seis largas horas del suero de la doctora Yei comprimidas en un segundo. ¿Vamos a hacer esto muchas veces?

—Espero que sí —dijo Leo.

Se desató y se acercó a ella para ayudarla.

El espacio en torno al agujero de gusano estaba vacío y sereno. La visión paranoica de Leo de un Salto hacia un ataque militar ya no tendría lugar, pensó con alegría. Pero, aguardad, una nave se estaba acercando a ellos. No era una nave comercial. Parecía una nave oficial… peligrosa…

—Es una especie de nave de policía de Orient IV —supuso Silver—. ¿Estamos en problemas?

—Sin ninguna duda —interrumpió la voz del doctor Minchenko, que acababa de entrar al compartimento de Navegación y Comunicaciones—. Galac-Tech, de hecho, no va a aceptar todo esto sin reaccionar. Nos hará un gran favor a todos nosotros, Graf, si me deja hablar a mí en esta ocasión. Desplazó a Silver y a Leo a un lado y se instaló frente al comunicador—. El ministro de Sanidad de Orient IV resulta ser un colega profesional mío. Si bien no está en posición de sumo poder, es un canal de acceso a los más altos niveles gubernamentales. Si logro comunicarme con él, estaremos en mejor posición que si intentamos tratar en niveles más bajos, como es el caso de un sargento de policía o, aún peor, de un oficial militar. —Los ojos le brillaban—. En este momento, ya no hay un amor loco entre Galac-Tech y Orient IV. Cualesquiera que sean los cargos de Galac-Tech, nosotros, por nuestra parte, podemos acusarlos de fraude impositivo… Hay tantas posibilidades…

—¿Qué hacemos mientras usted habla? —preguntó Ti.

—Sigan avanzando —le aconsejó Minchenko.

—No se ha terminado, ¿verdad? —le dijo Silver a Leo, mientras salían del camino del doctor Minchenko—. Siempre pensé que nuestros problemas terminarían con sólo deshacernos del señor Van Atta.

Leo sacudió la cabeza. Todavía tenía una sonrisa de alegría. Tomó una de las manos superiores de Silver.

—Nuestros problemas habrían terminado si Brucie-baby nos hubiera disparado. O si el espejo vórtice hubiera estallado en medio del Salto, o si… No temas a los problemas, Silver. Son un indicio de la vida. Les haremos frente juntos… mañana.

Silver suspiró. La tensión estaba desapareciendo de su rostro, de su cuerpo, de sus brazos. Finalmente una sonrisa iluminó sus ojos, haciéndolos brillar como estrellas. Entregiró su cara para mirarlo.

Leo se descubrió con una sonrisa tonta, para un hombre de cuarenta años. Intentó que su rostro revelara facciones más dignas. Hubo una pausa.

—Leo —dijo Silver, en un tono repentinamente introspectivo—, ¿eres tímido?

—¿Quién, yo? —exclamó él.

Las estrellas azules se convirtieron, por un momento en un brillo depredador. Silver le besó. Leo, indignado por la acusación, la volvió a besar con mayor intensidad. Ahora le tocaba a ella esbozar una sonrisa tonta. Toda una vida con los cuadrúmanos, reflexionó Leo, podría estar bien… Los dos volvieron su mirada hacia el nuevo sol.

Título original: Falling Free

Traducción: Claudia Martínez

Diseño de colección y cubierta: LA MANUFACTURA / Arte + Diseño

Ilustración: Óscar Chichoni

© 1988 by Lois McMaster Bujold

© 1990; Ediciones B, colección Nova CF nº 24

ISBN: 84-406-1204-4

Depósito legal: Bi. 22-1990

Edición digital de Fostfre y Umbriel. Febrero de 2003.