Aparentemente, Iris Loughton no se fijaba en nada pero lo cierto era que nada le pasaba inadvertido. Aque líos días se sentía preocupada, si bien nadie notaba su preocupación. A su padre le ocurría algo. Estaba segura de que le ocurría algo, y ella adoraba a su padre.<

Powieść ukraińskiego pisarza sf, wydana w oryginale w 1967 roku. Akcja rozgrywa się w środowisku cybernetyków, którzy wytwarzają ludzkie sobowtóry metodą powielania informacji w basenie z pierwotną materią organiczną. Mają z początku kłopoty, produkują martwe, identyczne ciała i pozbywają się ich, a milicja rozpoczyna śledztwo w sprawie morderstw w okolicy — no bo skoro są zwłoki?

Całość znakomicie napisana, sylwetki bohaterów wyraziste, nauka bez zarzutu. Czyta się wręcz jednym tchem i z przyjemnością.

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Berta Mayherne era una muchacha extraordinariamente femenina. De una sensibilidad a flor de piel. El lo sabía. La amaba como jamás había creído amar a mujer alguna. Nunca pensó que un día llegara a estar tan ciego por una mujer determinada. La miraba en aquel instante. A la luz de la luna, apenas si podía apreciar las facciones, pero las sabía de memoria. Berta se apoyaba en la cancela. Una de sus manos, finas y aladas, se perdía entre los dedos masculinos en una caricia suave y prolongada. —¿A qué hora vendrás mañana? —preguntó la muchacha en un susurro. Y al rato, sin esperar respuesta—: Sólo son las nueve y veinte. ¿Por qué no entras? Papá y Claire juegan una partida en el salón. Podemos charlar hasta las diez en el saloncito del vestíbulo. Tiraba de él. Joe se dejó llevar. ¡Era tan grato estar junto a Berta! Todo había empezado seis meses antes. Se conocieron en el campo de golf. Un amigo le dijo: “¿No es una preciosidad?” El la estaba mirando desde que ella llegó al campo. Lo era. El amigo, bien informado, al parecer, le explicó: “Es hija de Rupert Mayherne.” En Wigan, e incluso en todo el condado de Lancaster, nadie desconocía a sir Rupert Mayherne, un hombre influyente, un potentado vinculado a la política, que vivía de sus rentas en una espléndida mansión. A él le tuvo muy sin cuidado este detalle. Sólo pensó en Berta, morena, con unos ojos azules extraordinarios, un cuerpo de sirena, esbeltísimo, más bien delgado, con unos senos menudos y túrgidos... En el instante que él la conoció, vestía unos graciosos pantalones rojos y un suéter negro. Llevaba el cabello recogido en lo alto de la cabeza, dejando al descubierto su nuca tersa y blanca. Estaba rodeada de hombres. Peter, su amigo, insistió: “La semana pasada llegó del pensionado. Dicen que se queda aquí definitivamente. La veo casada con Jimmy.”<

Patricia apareció en el comedor a las diez en punto de la mañana. Era una joven de unos veinte años. Morena de piel, cabellos color caoba, alta y esbelta, con unos ojos melosos de acariciadora expresión. Los ojos de Patricia Kruger eran famosos entre sus muchos amigos. De una limpidez extraordinaria, de una expresión suave, tal vez un poco melancólica, pero ante todo, encerraban al mirar una ternura tal, qué cuando Kurt Hurst los miraba, tras una de sus múltiples fechorías, se arrepentía, se llamaba idiota y pedía perdón a su novia con tal sinceridad, que ella, suave y tierna como sus ojos, no tenía más remedio que perdonar.<

—Ocurrió igual cuando me casé. Supongo que no lo habrás olvidado. Hablas de mí y me haces ver, o lo pretendes, mis errores. Yo me pregunto por qué no ves los tuyos. Jack Scott no es hombre negocios de papá. Cuánto mejor hubiese sido que entrase en la sección administrativa. Hoy tendría labrado un porvenir. ¿Y qué hace? Se da la gran vida, te pone en evidencia, y lo que es peor, tienes que mantener tú el rango en que vives. —Por favor…, cállate. —Y encima—siguió, impertérrita—, se da humos de gran señor y asiste a tertulias literarias y se pasa la vida entre esa gente bohemia que nunca sabe a ciencia cierta lo que quiere. Y ahora, para mayor escándalo, te abandona. —Te equivocas, Pía —apuntó muy serena en apariencia—. Brent me ama y no pensó jamás abandonarme.<

Hacía cuatro años que César la veía salir cada día del portal de su casa. En este tiempo, aunque lo deseaba vivamente, apenas se había atrevido a dirigirle unas palabras de cortesía. Laura, a su vez, también estaba esperando ansiosamente un mayor acercamiento entre ambos. Pero él temía esta relación, ésta y cualquier otra que pudiera llevarle al matrimonio. Llevaba consigo un secreto oculto, que nunca desvelaría a la mujer de la que estuviera enamorado...<

Era alto y firme, de músculos de acero.Tenía los ojos verdosos y el rostro cetrino. De un moreno casi exagerado. Arrogante, de largas piernas y cintura muy estrecha, vistiendo un pantalón de dril azul y camisa blanca, arremangada hasta el codo, Negel atravesó la cafetería y se lanzó a la calle sin prisa alguna.Tenía la moto aparcada al otro extremo de la calzada. Hubo de dar la vuelta a la glorieta para llegar a ella.Fue allí, al dar la vuelta, cuando tropezó con Peggy Hetherington.La muchacha (no más de veinte años, delgada, rubia, de grandes ojos azules, muy esbelta) hubo de asirse al borde del cemento para evitar la caída<

On September 11, 2001, FBI Special Agent Ali H. Soufan was handed a secret file. Had he received it months earlier—when it was requested—the attacks on New York and Washington could have been prevented. During his time on the front lines, Soufan helped thwart plots around the world and elicited some of the most important confessions from terrorists in the war against al-Qaeda—without laying so much as a hand on them. Most of these stories have never been reported before, and never by anyone with such intimate firsthand knowledge.

This narrative account of America's successes and failures against al-Qaeda is essential to an understanding of the terrorist group. We are taken into hideouts and interrogation rooms. We have a ringside seat at bin Laden's personal celebration of the 9/11 bombings. Such riveting details show us not only how terrorists think and operate but also how they can be beaten and brought to justice.

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—No te detengas, Barb —gritó el padre—. Lo que estás diciendo es muy grave. Tan grave, que te llevarán a la cárcel. —Papá… —Y esta vez no podré sacarte de allí, hija mía —gritó desesperadamente—. ¿Te das cuenta de lo que dices? ¡Matar a un hombre! ¿Estás segura de que lo has matado? —Papá… —Di; deja de llorar. ¿Estás segura? —¡Oh…! ¡Oh…! ¡Oh…! —Bárbara —susurró la dama, sentándose a su lado y atrayéndola hacia sí—, piensa un poco. ¿Estás segura? ¿Qué has hecho tú? ¿Dónde está la persona que has matado? ¿Adónde la llevaron? Y si la has matado, ¿cómo es que estás tú aquí, que no te han detenido? —Es… es… capé. —¡Cristo! —gritó el padre. —¡Santo Dios, hija! —se lamentó la madre, horrorizada.<

Hubo de retirarse para que pasara el lujoso automóvil negro, de línea estilizada. El conductor aminoró un poco la marcha. Maud pudo ver sus ojos de un castaño claro, fijos, descarados. Era la séptima vez en un mes que se encontraba con aquellos ojos de hombre. Malhumorada consigo misma por inquietarse de aquel modo por algo que no le atañía, aceleró el paso. Al cruzar ante una cafetería, el hombre alto, fuerte, de mirada aguda, estaba allí. Maud, nerviosísima, estuvo a punto de torcer por otra calle, pero su casa se hallaba a pocos metros y no era ella mujer que se intimidara ante una mirada descarada y una sonrisa de hombre. Cruzó, pues, a paso ligero. Vio de refilón al hombre fuerte y alto, de unos treinta y tantos años vestido de gris sin ningún rebuscamiento, que seguía mirándola fija y descaradamente. Apresuró el paso. Llegó al portal de su casa y subió corriendo las escaleras. Eran las ocho de la noche. Una lenta y amarga sonrisa curvó sus labios. Estaba segura de encontrar a su padre allí, tirado en el camastro, convertido en un pelele, borracho como una cuba. La puerta de su casa siempre estaba abierta. Era inútil que ella la cerrase. Su padre la abría y gruñía ferozmente cuando la encontraba cerrada. Empujó y penetró en el piso. Un piso pobre, casi miserable. Se estremeció. Siempre se estremecía ante aquel espectáculo desolador. Si tía Magdalena levantara la cabeza… Pero había muerto. Desgraciadamente había muerto, y jamás volvería a este mundo para ampararla. —Maud —gritó la voz de Leonard Green—. ¿Has vuelto? La joven no contestó. Recostóse en el umbral de la alcoba y se quedó quieta, mirando a su padre. Con los cabellos en desorden, la boca torcida, los ojos inyectados en sangre, temblonas las manos, sentado en el borde del camastro más parecía un despojo que un auténtico ser humano.<

After pumping eight blasts from a sawed-off shotgun at a group of rival gang members, eleven-year-old Kody Scott was initiated into the L.A. gang the Crips. He quickly matured into one of the most formidable Crip combat soldiers, earning the name Monster for committing acts of brutality and violence that repulsed even his fellow gang members.

When the inevitable jail term confined him to a maximum-security cell, Scott channeled his aggression and drive into educating himself. A complete political and personal transformation followed: from Monster to Sanyika Shakur, black nationalist, member of the New Afrikan Independence movement, and crusader against the causes of gangsterism.

In a document that has been compared to and Eldridge Cleaver’s , Shakur makes palpable the despair and decay of America’s inner cities and gives eloquent voice to one aspect of the black ghetto experience today.

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'—¿Eres tú, Raquel? —Sí, mamá. —Estoy en la cocina. La joven colgó el abrigo en el perchero del pasillo y atravesó éste en dirección a la cocina. Mercedes Astra se volvió junto al fogón, y limpiando las manos en el delantal de tela floreada que rodeaba su cintura, exclamó: —¿Hoy has tardado más que otros días o es que se ha adelantado el reloj? —Tal vez haya tardado más. —Eso me parece. Pon la mesa, ¿quieres? Luego llegará tu padre y Emilio. A propósito de éste. ¿Sabes lo que me ha dicho la vecina? Tu hermano acompaña a María Valdés...'<

Merle ha contraído matrimonio con Rex hace apenas dos meses, pero las cosas no marchan como esperaba. Tal como le confiesa a su amiga Irma a la vuelta de la luna de miel, Merle se ha dado cuenta de que comparte muy poco con su nuevo marido. Solo la atracción física, si acaso. De manera que más que su esposa, ella viene a ser como una amante para él. Y eso la inquieta y la defrauda. Por si fuera poco, un antiguo novio sin escrúpulos reaparece ahora en su vida y la amenaza con airear unas cartas muy comprometedoras a menos que le entregue cinco mil dólares.<

—Estamos arruinadas —dijo Romy súbitamente, con gran firmeza. Yo me estremecí, pero aún no me atrevía a mirar a Romy. Oía su voz diferente, firme, escueta, casi ronca. No preguntaba. De repente se diría que un presentimiento la asaltaba y no quería huir de él. —Sí, Romy. Así es. Hace mucho tiempo que veníamos tu madre y yo haciendo muchos equilibrios para ocultaros la situación económica. Cuando hace años falleció tu padre, yo le sugerí a tu madre, que en paz descanse, la fórmula para evitar el terrible desenlace. Vender la gran casona añeja, llena de gratos e íntimos recuerdos y esplendores pasados. Alguna tierra, para hacer frente a la situación crítica. Tu madre se negó.<

Katia Robinson salió de la alcoba frotándose aún los ojos. Era una dormilona empedernida. Y lo reconocía. Katia era una joven que reconocía fácilmente sus defectos y sus cualidades. De ambos tenía en abundancia. Pensó, como pensaba tantas veces al tirarse de la cama cada mañana, que cuando se casara (si se casaba algún día), dormiría todas las mañanas hasta las dos de la tarde. Eso es. Al llegar aquí con sus pensamientos, sonreía. Suponiendo, naturalmente, que se casara bien. Su hermana estaba casada, era esposa de un abogado, y, no obstante, tenía que levantarse casi al amanecer para preparar el desayuno de su marido. Pero se amaban. Se amaban mucho. Con algo tenía que compensarse el madrugón.<

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