Una mujer virtuosa vale más que los rubíes

Para el príncipe Raja al-Somari sacrificar su libertad por su país no era una opción, sino un deber. Pero tuvo que utilizar ciertas tácticas mucho más placenteras para convencer a su nueva esposa… Hacía apenas unos días, Ruby Sommerton no era más que una chica corriente que iba a trabajar y cotilleaba con su compañera de piso, pero de pronto descubrió que era una princesa y que su príncipe la esperaba, impaciente, en un palacio en el desierto. La nueva esposa de Raja tenía mucho que aprender para comportarse como una noble… además de descubrir lo excitantes que eran las noches con su marido, para quien tener un heredero era una prioridad.

Lynne Graham

Una Joya en su corona

Capítulo 1

LA PRECIOSA morena que descansaba envuelta en las sábanas observaba a su amante mientras se vestía. El príncipe Raja al-Somari tenía el cabello negro y unos exóticos ojos de color dorado oscuro. Excepcionalmente guapo y carismático, era una fuerza de la Naturaleza tanto en la cama como fuera de ella.

Chloe, una de las modelos más afamadas del momento, no tenía quejas de su amante. Siempre le habían gustado los hombres ricos y poderosos, y el príncipe de un país rico en petróleo como Najar se correspondía a la perfección con ese perfil. Por eso había sido un gran alivio que la novia del matrimonio que le habían concertado hubiera muerto en un accidente de avión; y aunque le estaban preparando otro, Chloe estaba decidida a conservarlo como amante.

Raja observó de reojo a Chloe acariciar el brazalete de diamantes que acababa de regalarle y sonrió para sí por lo fácil que era satisfacerla. Aunque apenas había podido verla en los últimos meses, Chloe no había montado ninguna escena, ni le había exigido más atención de la que podía darle. Como las demás mujeres occidentales que había conocido durante sus años universitarios en Inglaterra, era sencillo aplacarla con joyas. Un hombre de su apetito sexual necesitaba amantes, pero para él no eran más que un entretenimiento. Como regente del conservador país de Najar, debía disfrutar de su vida sexual con discreción.

Además, Raja tenía muchas otras preocupaciones en la cabeza. El accidente de avión había supuesto un duro golpe para su gente y la del vecino y antiguo enemigo país de Ashur. El futuro de ambos países estaba al borde de la catástrofe. Una guerra de siete años entre el rico Najar y el deprimido Ashur había concluido gracias a la mediación de intermediarios escandinavos, y para añadir un cariz personal al tratado de paz se había concertado un matrimonio entre las dos familias reales. Aunque Raja había vivido casi toda su vida como hombre de negocios antes de servir a su país, había aceptado la boda con la princesa Bariah de Ashur por sentido del deber, a pesar de que ella pasaba de la treintena y a él le faltaban años por alcanzarla. Su país, cuyos intereses ponía por encima de todo, necesitaba alcanzar una paz duradera.

Desafortunadamente, la tragedia del accidente había puesto en crisis el acuerdo. Al haber perdido a su familia real, los oficiales de la corte de Ashur buscaban frenéticamente en el árbol genealógico de la familia una posible sustituta para Bariah como consorte de Raja.

Sonó el móvil y contestó.

– Tienes que venir a casa -dijo su hermano Haroun en tono grave-. Wajid Sulieman, el consejero de la corte de Ashur, está de camino. Sonaba muy animado, así que sospecho que te ha encontrado novia.

Aunque Raja estaba preparado para la noticia, sintió un peso en el pecho.

– Confiemos en nuestra suerte.

– ¡La suerte sería que no encontraran a nadie! -dijo su hermano menor-. ¿Por qué aceptas un matrimonio de conveniencia? No vivimos en la Edad Media.

Raja se mantuvo impasible. Su padre le había enseñado a comportarse como rey y a no mostrar sus sentimientos delante de terceros.

– ¿Algún problema? -preguntó Chloe cuando colgó.

– Tengo que irme.

Ella se levantó y se abrazó a él.

– Creía que íbamos a salir esta noche -susurró coqueta, sonando más desilusionada que exigente. Sabía bien lo que no debía hacer si quería tener contentos a sus amantes.

– Te recompensaré en mi próxima visita -prometió Raja, separándose de ella para continuar vistiéndose.

Aunque se sentía atrapado por el lugar que ocupaba en la vida pública, se negaba a cuestionarse sus circunstancias, así que solo le quedaba confiar en que su futura mujer fuera mínimamente atractiva.

El avión privado lo llevó a Najar en cuestión de horas y su hermano fue a recibirlo al aeropuerto.

– ¡Yo no me casaría con una desconocida! -dijo Haroun, indignado.

– Yo accedo gustosamente por ti -Raja se alegraba de que su hermano pequeño no tuviera que hacer un sacrificio similar-. En este momento nuestro país necesita una vuelta a la tradición.

– Ashur está en bancarrota. ¿Por qué no les ofrecemos una parte de nuestros beneficios petrolíferos a cambio?

– ¡Haroun, cuidado con lo que dices! -le recriminó Raja-. Hasta que la paz sea estable debemos actuar con extrema diplomacia.

– ¿Desde cuándo la verdad es una ofensa digna de castigo? -protestó Haroun-. Aunque hemos ganado la guerra te ves obligado a una alianza con un país que cuando nuestro bisabuelo ya era rey no eran más que un puñado de pastores.

Consciente de que muchos najarís eran de la misma opinión debido a la profunda brecha que la guerra había abierto entre los dos países, Raja se limitó a mirar a su hermano con impaciencia.

– Un joven educado como tú debería tener una visión más sensata.

En el palacio real los esperaba el maduro consejero ashurí y un asistente; ambos parecían contentos.

– Espero no haberlo importunado al solicitar una cita en tan breve plazo, Alteza Real -dijo Wajid, inclinándose. Sin perder tiempo, dejó una carpeta sobre la mesa-. Hemos descubierto que la única posible heredera al trono soltera es la hija del difunto rey Anwar y de una ciudadana británica…

– ¿Británica? -preguntó Haroun, intrigado-. ¿Anwar no fue rey antes que Tamim, el padre de la princesa Bariah?

– Era el hermano mayor de Tamim. Si no recuerdo mal, Anwar se casó más de una vez. ¿Quién era la madre de la dama de que hablamos? -preguntó Raja.

– Una mujer inglesa. El matrimonio duró poco y tras el divorcio, ella se volvió con la niña a su país.

– ¿Cuántos años tiene? -preguntó Haroun con curiosidad.

– Veintiuno. Nunca se ha casado.

– Muy joven. ¿Tiene buen carácter? -preguntó Raja.

– Desde luego -dijo el consejero, irguiéndose.

Raja no pareció convencido. En su experiencia las mujeres interesadas en príncipes solo querían pasarlo bien y recibir joyas.

– ¿Por qué se divorció el rey Anwar de su madre?

– Porque no pudo tener más hijos. Fue un breve matrimonio por amor. El rey tuvo dos hijos con su segunda mujer. Ambos murieron en la guerra.

Raja agachó la cabeza como muestra de respeto por una generación de jóvenes que se había visto diezmada por la cruenta guerra. Si su matrimonio podía lograr que enemigos acérrimos se reconciliaran, era un sacrificio que estaba dispuesto a hacer.

– ¿Cómo se llama?

– Ruby. Cuando la princesa y su madre abandonaron Ashur, la familia real perdió contacto con ella.

Desafortunadamente, la princesa Ruby no ha sido educada para la vida de la corte -al ver el gesto de contrariedad de Raja, añadió-: Pero es joven y aprenderá pronto.

– ¿Tiene una fotografía? -preguntó Haroun.

Wajid sacó una de la carpeta.

– Me temo que se tomó hace años.

Raja estudió la imagen de la joven delgada y rubia que posaba en minifalda delante de la catedral de Ashur. Tenía los rasgos indefinidos de una adolescente y un cabello largo y rubio que Raja encontró fascinante.

Haroun estudió la imagen y dejó escapar un silbido de aprobación.

– ¿Cuándo voy a conocerla? -preguntó Raja tras lanzar una mirada de censura a su hermano.

– En cuanto sea posible, Alteza -dijo Wajid, aliviado con la prontitud con la que Raja había aceptado la propuesta.

– Por favor, Ruby -suplicó Steve, sujetándola por la delgada cintura.

– ¡No! -gritó ella enérgicamente a su novio, apartando sus manos de debajo de su jersey.

No estaba dispuesta a tener que forcejear con él dentro de un coche aparcado en un siniestro aparcamiento a plena luz del día.

Steve la miró enfurruñado antes de volver a su asiento.

Ruby, con sus grandes ojos marrones, su cabello rubio y su espectacular figura, era un trofeo que todos sus amigos envidiaban, pero ofrecía la resistencia de una roca de granito.

– ¿Puedo pasar a verte esta noche?

– Estoy cansada -mintió Ruby-. Tengo que volver al trabajo.

Steve la dejó en el bufete donde trabajaba de recepcionista. Ambos vivían en Yorkshire. Él llevaba una agencia inmobiliaria, al otro lado de la calle, y persistía en intentar convencerla de que el sexo era una actividad deseable. Ruby había pensado que Steve, al que había encontrado muy atractivo, conseguiría hacerle cambiar de opinión. Pero sus besos eran demasiado húmedos y la tocaba como si amasara pan. Con él había aprendido que un hombre podía resultar atractivo sin ser sexy.

– Llegas tarde, Ruby -dijo la encargada, una mujer con gafas y gesto agrio.

Ruby se disculpó y se puso a trabajar, dejando que su mente vagara mientras llevaba acabo las tareas de rutina.

Había empezado a trabajar en Collins, Jones & Fowler con dieciocho años, tras la muerte de su madre. Sus colegas de trabajo eran mayores que ella y poco interesantes. Hablaban de sus padres y de sus hijos; nunca cotilleaban ni hablaban de moda o de hombres.

Aunque estaba resignada a la monotonía de su vida, a veces añoraba algo más de variedad y diversión.

Su madre, sin embargo, sí que había vivido plenamente.

La joven modelo había seducido a un príncipe árabe con el que se había casado tras un breve romance. Ruby había nacido en Ashur, en el Golfo Pérsico. Sin embargo, su padre, Anwar, había tomado una segunda mujer y Vanesa había pedido el divorcio, tras el cual volvió a Inglaterra.

Como las hijas no tenían ningún valor para un rey, Anwar había olvidado pronto su existencia.

Un año más tarde, Vanesa, que había recibido una cuantiosa suma como acuerdo de divorcio, se casó con Curtis Sommerton, quien le había dado su apellido a Ruby para olvidar a la familia de su primer marido. Curtis había gastado el dinero de su madre y la había abandonado.

Aquel segundo golpe sentimental había roto el corazón de Vanesa, que había muerto al poco tiempo, precisamente de un ataque cardiaco.

«Mi error ha sido dejarme llevar por los sentimientos», le había dicho a menudo a Ruby. «No te dejes seducir por encantadores de serpientes como he hecho yo».

De carácter fuerte e inteligente, Ruby era muy práctica y detectaba al instante a cualquiera que quisiera aprovecharse de ella. Había amado mucho a su madre y prefería recordarla como una mujer cariñosa y buena, demasiado inocente con los hombres. Por otro lado, su padrastro había sido un ser repugnante al que ella había temido y odiado. Mientras su madre creía en el amor, en su experiencia Ruby había aprendido que los hombres solo querían sexo. Como otros hombres antes que él, Steve le había hecho sentir asco, y estaba decidida a romper con él.

Después del trabajo volvió a su casa, un pareado que compartía con su amiga Stella Carter y su perra Hermione.

La esclavitud que representaba un perro estaba compensada con creces por la compañía y la protección que la fiel Jack Russel Terrier le había proporcionado a lo largo de los años. Hermione la había protegido de su padrastro, evitando que entrara a hurtadillas en su dormitorio durante la noche.

Al llegar, le sorprendió ver un lujoso BMW aparcado delante de la casa, y apenas había metido la llave en la cerradura cuando la puerta se abrió de par en par.

– ¡Menos mal que has llegado! -exclamó Stella con ojos desorbitados. En un susurro, añadió-: Tienes visita.

Alguien relacionado con tu padre biológico.

Desconcertada, Ruby entró en la pequeña sala que parecía abarrotada de gente. Un hombre bajo de cabello gris la saludó con una reverencia, seguido de un hombre más joven y de una mujer madura, de modo que Ruby se encontró mirando las coronillas de tres cabezas.

– Alteza -dijo el hombre mayor-, es un placer conocerla

– Desde que ha llegado insiste en que eres una princesa -masculló Stella.

– Yo no soy princesa -dijo Ruby con expresión entre incómoda y divertida-. ¿Quién es usted?

Wajid Sulieman se presentó a sí mismo, a su mujer, Anilla, y a su ayudante.

– Represento los intereses de la familia real de Ashur, y me temo que en primer lugar he de darle malas noticias.

Ruby les pidió que se sentaran. Entonces Wajid le informó de que su tío Tamim, su mujer y su hija, Bariah, habían muerto en un accidente de aviación tres semanas antes. Los nombres le resultaron vagamente familiares por la única visita que había realizado a Ashur cuando tenía catorce años.

– Si no recuerdo mal, mi tío era el rey…

– Y hasta el año pasado, su hijo mayor era su heredero -explicó Wajid.

Ruby lo miró sorprendida.

– ¿Tengo un hermano?

– Su padre tuvo dos hijos con su segunda esposa.

– No lo sabía -dijo Ruby con sarcasmo-. ¿Ellos saben de mí?

Wajid puso gesto solemne.

– Es mi deber darle la triste noticia de que ambos murieron en la reciente guerra entre Najar y Ashur.

Ruby abrió los ojos desorbitadamente.

– Es cierto…, he leído sobre la guerra en la prensa. ¡Lo siento mucho! Debían ser muy jóvenes -dijo, incómoda con su grado de desconocimiento de la realidad.

No había conocido ni a su padre ni a ninguno de sus familiares. Cuando había planeado el viaje al país, Vanesa había escrito una carta anunciando sus planes, pero ni siquiera había recibido respuesta. Tampoco había contestado nadie a sus llamadas una vez llegaron, de manera que no habían podido visitar el palacio, y ambas habían pasado por la humillante experiencia de que se les impidiera la entrada en la misma verja cuando la familia de su padre se había negado a recibirlas. Desde aquel instante, Ruby había borrado de su mente toda curiosidad por su lado ashurí.

– Sus hermanos eran muy valientes -dijo Wajid-. Murieron luchando por su país.

Ruby asintió con una sonrisa respetuosa y pensó con tristeza en los hermanos que no había llegado a conocer.

– Comparto estas tragedias con usted -continuó Wajid-, para que comprenda que es la única heredera al trono de Ashur.

– ¿Yo, la heredera? -dijo Ruby, riendo con incredulidad-. Pero si soy mujer. ¿Por qué me llama Alteza si no tengo título?

– Aunque no haya usado el título, es princesa desde su nacimiento -dijo Wajid.

Aunque sonara muy rimbombante, Ruby sabía que Ashur no era más que un país pobre que se recuperaba de una guerra en la que había entrado con su rico país vecino como prueba de su carácter indómito a pesar de tener todas las de perder.

Intentó mostrarse serena a pesar de lo surrealista de la situación. ¿Qué podía ser más ridículo que una princesa que trabajaba como recepcionista y que a veces tenía que hacer horas extra en el supermercado en el que trabajaba su amiga Stella para llegar a fin de mes?

– Me temo que soy una mujer muy vulgar -dijo, evitando resultar ofensiva.

– Eso es lo que nuestra gente quiere. Somos un pueblo de trabajadores -declaró Wajid con orgullo-. Y usted debe ocupar el lugar que le corresponde en el reino.

Ruby lo miró atónita.

– ¿Pretende que vaya a Ashur a vivir como una princesa?

– Para eso hemos venido -dijo el consejero, abriendo los brazos.

Ruby sacudió la cabeza enérgicamente.

– Ashur no es mi hogar. Me fui siendo una niña y nadie ha mostrado el menor interés por mí.

– Tiene razón -dijo Wajid con solemnidad-, pero las tragedias que se han producido en la familia Shakarian han cambiado las circunstancias. Ahora usted es muy importante, la hija de un rey reciente y sobrina de otro, con derecho a heredar…

– ¡Pero yo no quiero heredar el trono! Además, si no me equivoco, en Ashur no puede reinar una mujer -dijo Ruby con impaciencia-. Estoy segura de que hay un hombre preparado para gobernar el país.

Wajid se cuadró de hombros.

– Tiene razón en cuanto a que en nuestro país se prefiere la línea masculina de primogenitura…

– Así que no soy tan importante como insinúa -dijo Ruby.

¿De verdad la había creído tan ignorante de las costumbres de Ashur cuando la vida de su madre había sido destrozada por ellas?

Encontrándose en una incómoda posición que no había previsto, Wajid enrojeció y consideró un error haber subestimado la inteligencia de la princesa.

– Siento contradecirla, pero su importancia es incuestionable. Sin usted, no tendremos rey.

– No comprendo. ¿Qué quiere decir? -preguntó ella, enarcando las cejas.

Wajid vaciló antes de explicar:

– Ashur y Najar deben aliarse por medio de un matrimonio entre las familias reales como condición esencial para firmar la paz.

Ruby tuvo que contener una carcajada al ver con claridad cuál era su importancia real a ojos de aquel testarudo hombre. Solo la necesitaban porque era joven y estaba soltera, y no había ninguna otra candidata.

– No sabía que en Ashur se siguieran concertando matrimonios.

– Solo en la familia real -dijo Wajid-. A veces los padres conocen mejor a sus hijos que ellos mismos.

– Pero yo no tengo padres; y mi padre nunca se dignó a conocerme. Así que, señor Sulieman, está perdiendo su tiempo. No quiero ser princesa ni casarme con un desconocido -poniéndose en pie para dar por concluida la conversación, Ruby casi sintió lástima del emisario-. En estos tiempos no creo que haya muchas jóvenes dispuestas a aceptarlo.

Stella y Ruby siguieron hablando del encuentro rato después de que los visitantes hubieran partido.

– ¿De verdad no sabías que eras princesa? -preguntó Stella.

– Supongo que no quisieron decírselo a mi madre. Su familia actuó como si no existiera.

– Me pregunto cómo es el hombre con el que quieren casarte -dijo Stella con mirada ensoñadora.

– Si es la mitad de cruel que su padre, no me pierdo nada. Mi padre abandonó a mi madre porque no le daba un hijo y supongo que mi futuro marido haría cualquier cosa por convertirse en rey de Ashur.

– Yo no sé si habría reaccionado tan rápidamente como tú en la misma situación. Ser princesa no debe estar tan mal.

– Ashur no tiene nada interesante -dijo Ruby sin poder reprimir la amargura que sentía cada vez que pensaba en el país que la había rechazado a pesar de que el sincero amor que había manifestado Wajid a su patria la había conmovido.

Tras el fin de semana, Ruby volvió al trabajo. El sábado había quedado con Steve y había dado su relación por terminada. Él no se lo había tomado bien y alternaba los mensajes y llamadas suplicantes con los desagradables y violentos. Ruby terminó por ignorarlo, preguntándose qué le habría llevado a salir con él.

– Vuelves locos a los hombres -dijo Stella con un suspiro de envidia cuando llegó un mensaje en el desayuno-. A mí no me importaría que alguien me dedicara tanta atención.

– Ese tipo de atención es irritante -dijo Ruby. Y se mantuvo firme en su determinación.

Aquella tarde, un hombre alto con un brillante cabello negro, entró en la oficina. Quizá fue su traje de corte exquisito y la sensación de que acababa de salir de una revista de moda, pero lo cierto fue que Ruby se descubrió mirándolo embobada. Tenía un algo se removió en su interior al mirar a un hombre.

Capítulo 2

EL PRÍNCIPE Raja vio a Ruby en cuanto entró en la recepción del bufete. La joven atractiva de la fotografía, se había transformado en una belleza con una rubia melena, ojos dulces y chispeantes y una boca que le hizo pensar en un melocotón maduro.

– ¿Eres Ruby Shakarian? -preguntó el príncipe, a cuya espalda había un hombre corpulento.

– No uso ese apellido -dijo ella, frunciendo el ceño mientras se preguntaba cuántos más emisarios pensaban mandarle antes de darse por vencidos.

– Wajid Sulieman me ha pedido que venga a verte. Shakarian es el nombre de tu familia.

– Estoy trabajando y no tengo tiempo -dijo ella a la vez que estudiaba sus increíbles ojos, las pobladas pestañas y las perfectas cejas, la piel cetrina, los pómulos marcados y los sensuales labios.

El corazón le latió con fuerza y se dio cuenta de que le faltaba el aire, una reacción que la irritó porque se enorgullecía de tener una armadura de indiferencia frente a los hombres.

– ¿No vas a ir a comer? -preguntó uno de sus compañeros de trabajo al pasar a su lado.

– Podríamos almorzar juntos -se apresuró a sugerir Raja.

Desde que su avión había aterrizado aquella fresca mañana de primavera en Yorkshire, el príncipe Raja se sentía como un marciano recién llegado a un extraño planeta. No estaba acostumbrado a ciudades pequeñas, ni a alojarse en hoteles de tercera.

– Si quieres hablarme de la propuesta de Wajid, la respuesta es «no» -dijo Ruby, poniéndose en pie y tomando el bolso sin molestarse en aclarar que siempre comía en casa.

A Raja le hizo gracia haberse hecho una idea equivocada de su altura debido al aspecto esbelto que presentaba en la fotografía, y comprobar que en realidad le llegaba a mitad del pecho.

Ruby se inclinó hacia él para no ser oída por nadie y usando una entonación sarcástica, dijo:

– ¿Tú crees que parezco una princesa?

– No, pareces una diosa -se oyó decir el príncipe antes de censurar sus pensamientos.

– ¿Una diosa? -preguntó Ruby, sorprendida-. Nunca me habían dicho algo así.

Y le dedicó una sonrisa que lo dejó tan consternado, que solo fue capaz de preguntar:

– ¿Almorzamos?

Ruby estaba a punto de rechazar la oferta cuando vio que Steve la esperaba en la puerta, y pensó que si la veía con otro hombre conseguiría quitárselo de encima.

– Está bien -dijo bruscamente, posando una mano sobre el brazo de Raja-, pero antes tengo que ir a casa a sacar a mi perra.

A Raja le tomó por sorpresa el contacto físico porque normalmente la gente no trataba tan familiarmente a un miembro de la familia real.

– De acuerdo -dijo.

– ¿Quién es ese tipo? -preguntó ella con suspicacia. Y su cabello rozó el hombro de Raja que aspiró el perfume a flores frescas que llevaba.

– Uno de mis guardaespaldas -explicó-. Mi coche está esperándonos.

El guardaespaldas se les adelantó y casi chocó con Steve, mientras otro mantenía la puerta abierta para ellos.

– ¿Ruby? -la llamó Steve mirando a Raja con cara de pocos amigos-. ¿Quién es ese hombre?

– No tengo nada más que decirte, Steve.

– ¡Tengo derecho a saberlo! -exclamó él, indignado.

– No tienes ningún derecho sobre mí -dijo ella con exasperación.

En cuanto Steve dio un paso para aproximarse, Raja hizo un gesto casi imperceptible y un guardaespaldas le bloqueó el acceso. Al mismo tiempo, otro de ellos abrió la puerta de la limusina.

– No puedo meterme en un coche con un desconocido -dijo Ruby.

Raja no estaba acostumbrado a que se le tratara con tanta desconfianza, ni a que una mujer rechazara el lujo de una limusina con bar y champán frío, pero se dijo que si aquel malencarado era un ejemplo de los hombres con los que salía era de comprender la baja estima en la que tenía a su sexo.

– Vivo cerca. Prefiero andar hasta casa y que nos encontremos allí -Ruby le dio la dirección y caminó aceleradamente, sin molestarse en volver la cabeza cuando Steve la llamó.

Raja observó la forma en la que la brisa hacía flotar su cabello rubio, golpeando sus pálidas mejillas. Tenía ojos del color del chocolate y el tipo de pestañas que se veían en los personajes de dibujos animados. Con las curvas precisas, su cintura era estrecha y sus piernas finas y bien torneadas. Se preguntó si Steve habría encontrado acomodo entre ellas y ese pensamiento lo sacudió a la vez que el coche pasaba de largo y la perdía de vista. Una mujer con aquel rostro y aquel cuerpo podía hacer que un matrimonio concertado resultara tentador. Tanto, que Raja sintió que la sangre se le aceleraba al tiempo que notaba una presión en la entrepierna.

Ruby sacó a Hermione a pasear y cuando volvió, vio que la limusina esperaba fuera. En aquella ocasión observó que además del guardaespaldas de dentro del coche, había otros dos más en un coche que estaba aparcado detrás, y se preguntó por qué aquel hombre necesitaba tantas medidas de seguridad.

Miró el reloj y frunció el ceño al darse cuenta de que apenas le quedaba tiempo para almorzar, así que llamó al despacho y pidió a la supervisora una prórroga, que solo accedió a cambio de que trabajara hasta más tarde.

Entonces salió y vio que el conductor le abría la puerta del coche. Ruby se mordió el labio en un gesto de nerviosismo y cruzó la acera.

– Necesito que me digas quién eres -dijo, crispada.

Por primera vez en mucho tiempo, tuvo que presentarse.

– Así que Raja y eres príncipe -repitió Ruby cuando concluyó-. Pero, ¿qué haces aquí?

Raja esbozó una sonrisa.

– Soy el hombre con el que Wajid quiere que te cases.

Ruby se quedó tan atónita que entró en el coche y se sentó sin decir palabra. ¿Aquel espectacular tipo era el hombre con el que querían casarla? La realidad y lo que hubiera podido imaginar no podían ser más opuestas.

– Asumo que eres un miembro de la familia real del otro país, Najar -dijo cuando recuperó el habla.

– Soy el príncipe regente de Najar. Mi padre, el rey Ahmed sufrió una embolia hace varios años y está paralítico.

Ruby comprendió que aunque el rey no estuviera físicamente en condiciones, seguía siendo quien ocupaba el trono, y probablemente quién decidía los pasos de su hijo. ¿Seria esa la razón de que Raja estuviera dispuesto a casarse con una desconocida? ¿Planeaba con ello gobernar Ashur y liberarse de la intromisión de su padre?

A Ruby le irritó no estar mejor informada sobre la política de ambos países. Lo único que estaba claro era que Raja estaba muy lejos de ser el pobre y resignado personaje que había imaginado. Llevada por su curiosidad, lo estudió de soslayo. Era joven, no debía llegar a los treinta, y además de extremadamente guapo era obvio que era rico, lo cual hacía la situación todavía más incomprensible.

– Alguien localiza a una total desconocida que resulta tener una conexión familiar con la familia Shakarian y ¿estás dispuesto a casarte con ella?

– Tengo buenas razones para acceder y por eso he venido a hablar contigo personalmente -dijo con un ademán que hizo reflexionar a Ruby sobre la mezcla de elegante delicadeza y masculinidad que proyectaba.

Esa idea la hizo enrojecer y sorprenderse, pues tendía a rehuir a los hombres agresivamente masculinos. Su padrastro había sido de ese tipo, capaz de hablar de cualquier deporte, bebedor de cerveza, con constantes comentarios machistas en la boca.

– Me digas lo que me digas, no vas a convencerme -advirtió a Raja al tiempo que la inquietud que le causaba el efecto que su proximidad tenía en ella le hizo bajar la mirada.

Desafortunadamente, lo primero que vio fue la pierna de Raja, cuyos músculos se percibían a través de la delicada tela de sus pantalones, así como el bulto que se marcaba en la bragueta y que daba una idea del tamaño de sus atributos. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, retiró la mirada espantada, pues era la primera vez que observaba a un hombre como si fuera un objeto sexual. Al pensar en cuánto odiaba que los hombres la observaran de aquella manera, sintió vergüenza de sí misma.

El príncipe la llevó al único restaurante decente de la ciudad.

Su presencia hacía girarse cabezas, especialmente las femeninas, no ya por su aspecto, sino por el aire de dignidad con el que se movía. Junto a él, ella se sintió desaliñada e inadecuadamente vestida. Estaba segura de que las otras mujeres se preguntaban qué hacía alguien como ella con un hombre como aquel.

Afortunadamente, el maître los sentó en un apartado, donde Ruby se sintió más cómoda. Durante la comida, Raja le habló de la guerra entre Najar y Ashur y de cómo su país de nacimiento empezaba a recuperarse.

Ruby prestaba atención a lo que decía, pero sobre todo a él. Se ruborizó una vez más al mirar sus manos e imaginarlas sobre su cuerpo. Siguió cada modulación de su voz y de su aterciopelado acento. Y para su horror, cuando miró a sus ojos negros como la noche, se sintió embriagada y se le secó la boca.

– Todas las infraestructuras de Ashur quedaron destrozadas; la pobreza y el desempleo están aumentando -continuó Raja-. El país necesita grandes inversiones en carreteras, hospitales y escuelas. Najar está dispuesto a contribuir, pero solo si tiene lugar un matrimonio entre las dos familias reales. Esa es la condición del tratado de paz.

Ruby dio un largo sorbo al agua para intentar volver a la tierra, y retirar la mirada de él le supuso un esfuerzo sobrehumano.

– Es una completa locura -dijo con firmeza.

Raja la miró con desaprobación.

– En absoluto. En el presente, es la única vía efectiva para la reconciliación sin que ninguno de los dos países se sienta humillado.

– Comprendo que nadie quiera que la guerra estalle de nuevo -dijo Ruby, que se sentía más afectada por las circunstancias de Ashur de lo que hubiera estado dispuesta a admitir.

No había sido consciente de la seriedad de los problemas por los que el país pasaba, y aunque la familia real hubiera ignorado su existencia, se avergonzaba de no haber estado más informada.

– Por eso tenemos un papel tan importante -dijo Raja-. Ashur solo aceptará el apoyo económico de mi país si va acompañado de un matrimonio tradicional entre las familias reales.

– ¿Y qué puede pasar cuando sepan que la boda no va a celebrarse? -preguntó Ruby manteniéndose impasible.

Raja la observó en silencio con ojos entornados y su rostro adquirió una mayor dureza.

– Puesto que el tratado no se cumpliría, las hostilidades podrían estallar de nuevo. Sin embargo, nosotros podemos convertirnos en una fuerza unificadora.

– ¿Y tú estás dispuesto a sacrificar tu libertad por conseguir la paz? -preguntó Ruby, escéptica.

– No tengo elección, es mi deber -dijo él haciendo un gesto con la mano que expresó más que sus palabras.

Ruby lo observó detenidamente antes de decir:

– Me cuesta creerlo.

Raja tomó aire antes de responder.

– Como miembro de la familia real he gozado de una vida privilegiada, y fui educado para que el bien de mi país sea mi prioridad.

Indiferente a tal solemnidad, Ruby puso los ojos en blanco.

– Yo, en cambio, no he tenido ningún privilegio y no poseo ese tipo de motivación. Incluso me cuesta creer que tú la tengas.

Raja se sintió ofendido, pero contuvo su indignación porque sospechaba que Ruby tendía a hablar sin reflexionar y sabía que él no tenía costumbre de ser cuestionado.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó.

– ¿Luchaste en la guerra? -preguntó Ruby súbitamente.

– Sí.

– ¿Y ahora pretendes erigirte en salvador de mi país cuando antes fuiste el agresor? -preguntó ella con desdén, apartando el plato-. Lo siento, pero no pienso convertirme en un peón en una lucha por el poder, ni pienso ayudarte a que limpies tu conciencia. Y ahora, si no te importa, quiero irme.

– No me has escuchado -dijo Raja, airado.

– Al contrario -dijo Ruby, alzando la barbilla en un gesto desafiante-. Por eso mismo sé que no soy la mujer que necesitas. No soy una princesa y no deseo sacrificarme por salvar al país que destrozó el corazón de mi madre.

Raja tuvo que morderse la lengua para no reaccionar ante aquella melodramática afirmación.

– Estás hablando como una cría.

– ¿Cómo te atreves a decir eso? -dijo ella, acaloradamente.

– Porque necesito que pienses como una adulta para analizar la situación. Puede que no sientas afecto por tu país, pero no saques a relucir viejas historias como…

– Haber nacido sin un padre no tiene nada de vieja historia -dijo Ruby, furiosa. Y se puso en pie-. Ni que se que casara con otra mujer cuando seguía casado con mi madre.

– Siéntate y baja la voz -masculló el príncipe.

Ruby se quedó tan anonadada por la orden, que volvió a sentarse mientras miraba a Raja con ojos desorbitados.

– No te atrevas a hablarme así -dijo.

– Pues cálmate y piensa en los que son menos afortunados que tú.

– Eso no va a convencerme de que me case con un desconocido que se casaría con cualquiera si se lo pidieran -dijo Ruby con aspereza.

– ¿Qué insinúas? -exigió saber Raja.

– ¿Crees que soy tan idiota como para no darme cuenta de que pretendes utilizarme para hacerte con el trono de Ashur? -preguntó ella a su vez, dando una palmada sobre la mesa.

Mientras la miraba con incredulidad, Raja observó aún más atónito cómo Ruby se levantaba y se encaminaba hacia la puerta. ¿Acaso no tenía modales? ¿De verdad creía que le interesaba el trono de Ashur siendo el heredero de uno de los países más ricos y sofisticados del Golfo Pérsico?

Caminando deprisa, Ruby llegó al despacho en veinte minutos sin conseguir decidir si había juzgado al príncipe con excesiva severidad, pero el trabajo se acumulaba sobre su escritorio y tuvo que concentrarse en él.

A breves intervalos, no pudo evitar dar vueltas a lo que había descubierto sobre su país de origen y preguntarse cómo se sentiría si, tal y como decía el príncipe, su negativa a casarse daba lugar a que se anulara el tratado de paz y la guerra estallara de nuevo.

Para obtener más información de otras fuentes, aquella tarde hizo una búsqueda en Internet mientras Stella preparaba la cena. Desafortunadamente, todo lo que leyó le resultó perturbador. Las circunstancias de Ashur eran desesperadas y su gente ansiaba la paz. Al leer el blog de un cooperante sobre el creciente número de huérfanos y personas sin hogar, Ruby sintió que los ojos se le inundaban de lágrimas. Se las secó con brusquedad y fue a cenar. Por mucho que su cabeza le dijera que Ashur le era indiferente, fue consciente de que su instinto le decía lo contrario. El país necesitaba imperiosamente fondos para su reconstrucción y el pueblo sufría. ¿Cómo era posible que el futuro de un país dependiera de la decisión que ella tomara?

Reflexionando sobre la responsabilidad que le había caído sobre los hombros, Ruby empezó a considerar distintas opciones.

Stella salió después de cenar y mientras Ruby recogía la cocina, concentrada en sus pensamientos, sonó el timbre de la puerta.

En aquella ocasión, no le sorprendió que se tratara del príncipe, ya que para entonces era consciente de que tenían una conversación pendiente. Aun así, su masculina belleza y sus facciones de bronce, la dejaron muda. Sus ojos rodeados de pobladas pestañas ejercían una atracción magnética sobre ella. Conseguir apartar la mirada de él requería de toda su fuerza de voluntad.

– Será mejor que pases. Tenemos que hablar -saludó, dando media vuelta para ocultar el rubor de sus mejillas.

– En mi cultura es de mala educación dar la espalda a un invitado o a un miembro de la familia real -dijo Raja con indiferencia.

Ruby se volvió con impaciencia.

– ¡Tenemos problemas más importantes que mi desconocimiento del protocolo!

En cuanto el hombre alto y fuerte entró detrás de Ruby, Hermione salió de su cesta y le gruñó.

– ¡Calla! -le ordenó Ruby.

Raja aceptó su muda invitación para sentarse mientras se esforzaba por apartar la mirada de la forma en que unas mallas ceñidas y una camiseta de tirantes dejaban apreciar la silueta de su perfecto cuerpo. Al fijarse en sus zapatillas rosas, sonrió para sí.

Ruby suspiró profundamente al tiempo que se sentaba delante de él en tensión. Incluso sentado, la embriagadora fuerza de su cuerpo, y sus largas y musculosas piernas resultaban evidentes, y contuvo el aliento al notar que se le endurecían los pezones.

– Te estaba esperando -dijo. Raja aguardó a que continuara-: Lo mejor va a ser que sea clara contigo.

– Jamás accedería a casarme con un desconocido, así que esa posibilidad queda completamente descartada -Ruby hizo una pausa. Al ver que Raja parecía dispuesto a seguir escuchando, añadió-: Pero si es cierto que solo una boda puede asegurar la paz en Ashur, estoy dispuesta a considerar una posibilidad que sea factible para los dos.

Raja le dirigió una sonrisa de aprobación mientras recorría el cuerpo de Ruby con la mirada y al apreciar la forma en que se marcaban sus pezones, sintió una presión en la entrepierna. Irritándose por perder la concentración, apretó los labios.

– Estoy convencido de que solo nuestro matrimonio puede asegurar una paz duradera -admitió-. Pero no se me ocurre qué propuesta quieres hacerme.

– Una farsa -dijo Ruby sin vacilar, con un brillo malicioso en sus ojos habitualmente serios-. Nos casamos y aparecemos en público juntos, pero en privado no seremos un matrimonio de verdad.

El príncipe ocultó la sorpresa que le causó la sugerencia para evitar que viera lo contrario a sus principios que era un engaño de esas proporciones.

– ¿Estás hablando de un acuerdo platónico?

Ruby asintió con vehemencia.

– No pretendo ofenderte, pero el sexo no me interesa.

– ¿Conmigo o en general? -Raja no pudo reprimir la pregunta.

– En general. No es nada personal -dijo ella precipitadamente para tranquilizarlo-. Así tendrías la perfecta excusa para divorciarte de mí.

Raja la miró atónito.

– ¿A qué te refieres?

– No soy tonta, Raja, si no tenemos hijos, puedes usar la falta de un heredero para el divorcio y casarte con alguien más adecuado.

– No sería tan sencillo, aunque comprendo de dónde has sacado la idea -dijo él-, pero en mi familia no ha habido ningún divorcio.

Ruby se encogió de hombros.

– No vamos a encontrar una solución perfecta -dijo con impaciencia-. Y un matrimonio fingido es la que se acerca más a serlo, Raja.

El pensó que si no se daba cuenta de lo profundamente que un divorcio ofendería a su pueblo, era porque no era más que una niña. Pero al menos la propuesta de Ruby ofrecía una solución parcial al problema.

– Pero hay algo más -dijo Ruby, sacándolo de sus reflexiones-. Exijo tener los mismos derechos que tú en el gobierno. Puesto que eres de Najar, siempre tenderías a beneficiar a tu país. Solo me casaré si puedo tomar parte contigo en las decisiones.

– Es una idea revolucionaria, y resulta interesante -comentó Raja, intentando no pensar en la cara que se le pondría a Wajid Sulieman al descubrir que su princesa no era una marioneta-. Por mi parte, estoy de acuerdo, pero no será tan sencillo convencer al consejo de ancianos, que son los que actúan como gobierno en ambos países. Por otro lado, tienes que admitir que no sabes nada de nuestra cultura y…

– Pero puedo aprender -lo interrumpió Ruby con determinación-. Esas son mis condiciones.

– ¿No vas a negociar?

– No.

A Raja le hizo gracia su seguridad en sí misma, que solo acentuaba su ingenuidad. Solo demostraba que no sabía nada sobre su país, y sin ese conocimiento no podía ser consciente de cuánto estaba en juego.

Por el contrario, él sabía bien que no podía darse el lujo de tomar decisiones personales, y que su principal deber en aquel momento era persuadir a la princesa de que asumiera su papel oficial en su país y casarse con él, dos objetivos que estaba decidido a conseguir por cualquier medio. Aunque para ello tuviera que aceptar un matrimonio célibe en una sociedad donde el matrimonio extramatrimonial era considerado pecado.

Como a cualquier hombre, que Ruby hubiera dicho que no le interesaba el sexo lo intrigaba. Puesto que no podía hacer esa afirmación y a la vez ser virgen, Raja asumió que había topado con algún amante torpe. Consciente de que su experiencia en ese campo lo convertía en un experto, dirigió una mirada sensual y especulativa a Ruby.

Estaba seguro de que podría hacerle cambiar de idea.

– Bien, ¿qué piensas? -le presionó Ruby.

– Me lo pensaré -dijo el príncipe, poniéndose en pie y mirándola con ojos entornados.

Su habilidad para ocultar lo que pensaba tras la hermosa máscara de su rostro, irritaba a Ruby, que siempre había encontrado simples a los hombres. Estar en la sombra la inquietaba y la frustraba. El príncipe tenía la habilidad de un diplomático, y Ruby debía admitir que estaba igualmente preparado para analizar distintos puntos de vista y asuntos políticos sensibles.

– Pensaba que el tiempo acuciaba -señaló Ruby, molesta por su silencio.

Raja sonrió seductoramente.

– Si me das tu teléfono, te llamaré más tarde para darte una respuesta.

Ruby se lo dio y lo acompañó hasta la puerta. Cuando fue a abrirla, él le puso la mano sobre un hombro y ella alzó una mirada inquisitiva hacia él. Hermione gruñó. Raja ignoró al animal y deslizó la mano por su brazo arriba y abajo al tiempo que agachaba la cabeza con ojos brillantes. Ruby contuvo la respiración y se le quedó la mente en blanco a la vez que todos sus sentidos parecían despertar.

El aliento de Raja le acarició la mejilla y al mirar sus labios Ruby notó una cálida humedad entre las piernas. El deseo la atravesó sin que pudiera hacer nada por evitarlo, como no pudo reprimir el impulso de apoyar la palma de la mano contra el musculoso pecho de Raja. Mirándolo con ojos muy abiertos, empezó a temblar de anticipación de lo que iba a suceder. Y Raja no la desilusionó. Antes de alcanzar sus labios, le besó el cuello; la sujetó por la cintura y finalmente selló sus labios con un beso devorador. Ruby sintió una espiral de deseo sexual brotar en su pelvis. Raja solo levantó la cabeza cuando le fue imposible ignorar los tirones que Hermione le daba a los pantalones.

– Dile a tu perra que pare -dijo con voz ronca.

Ruby utilizó la excusa para separarse de él y llevar a Hermione con manos temblorosas a su cesta. El sudor le perlaba el labio superior. Por primera vez en su vida había experimentado lo que un hombre podía llegar a hacerle sentir. Al ver que él la observaba con curiosidad, Ruby se sintió avergonzada y enfadada consigo misma por haber sido tan débil.

– ¡No tenías derecho a tocarme!

Él sonrió, mirándola con un brillo divertido en los ojos.

– No, pero sentía curiosidad -dijo, insolente-. Y ha valido la pena.

Un minuto después se había marchado y Ruby tuvo que contenerse para no dar un portazo a su espalda. Estaba furiosa. Ningún hombre la había hablado antes con tanta condescendencia. Lo habitual era que intentaran complacerla, halagándola o con regalos. En cambio Raja le había robado un beso sin que ella ofreciera la menor resistencia.

El teléfono sonó a las once, cuando estaba a punto de irse a la cama.

– Soy Raja -oyó su voz tranquila y carente de emoción-. Espero estés dispuesta a entrar en acción, porque debemos actuar con prontitud.

Ruby apretó los dientes porque seguía irritada con él por haber herido su orgullo. En tono crispado, dijo:

– Eso depende de si aceptas mis condiciones o no.

– Estoy de acuerdo. Mientras hago los preparativos para casarnos aquí…

– ¿Tan pronto? ¿Aquí? -lo interrumpió Ruby, atónita.

– Es lo mejor. Si no, los consejeros tardarán tanto en decidir cómo organizar la boda que pasaran meses antes de que la celebremos.

Sin molestarse en reaccionar a los intentos de protestar de Ruby por la facilidad con la que daba órdenes asumiendo que sería obedecido, añadió que debía dejar su trabajo y hacer las maletas. Ruby esperó a Stella para contarle lo que había sucedido en su ausencia. Su amiga la miró perpleja.

– No estás bien de la cabeza -dijo con gesto preocupado-. Has dejado que te convenza haciéndote sentir culpable. El país de tu padre no ha hecho nada por ti.

Cuarenta y ocho horas antes, Ruby habría estado de acuerdo con ella, pero ya no lo tenía tan claro. Los problemas de Ashur se habían convertido en los suyos y no podía cerrar los ojos a la posibilidad de contribuir a ayudar a su pueblo.

– Creo que si puedo hacer algo por ellos, debo hacerlo.

– ¿Y si llegas allí y resulta que tiene otra esposa?

– Si fuera así, no habría venido a buscarme.

– ¡Pero piensa en lo que le pasó a tu madre!

– La diferencia es que ella se casó por amor, mientras que yo solo cumplo un acuerdo sin ningún romanticismo -aclaró Ruby, alzando la barbilla-. Soy fuerte y puedo cuidar de mí misma.

– Como quieras -dijo Stella, sorprendida por la vehemencia de Ruby.

Ruby no logró conciliar el sueño. La idea de casarse con el príncipe Raja le resultaba irreal. Que Stella le hubiera hecho pensar en su madre no ayudó a tranquilizarla, pero se repitió que no habiendo ningún romanticismo en lo que iba hacer, no tenía por qué sufrir.

Por otro lado, las imágenes de devastación que poblaban su imagen al pensar en Ashur la ayudaron en su decisión. El dolor de los compatriotas de su padre justificaba que aceptara un matrimonio concertado. Aun así, pensar en cambiar tan radicalmente de estilo de vida le causaba una inmensa inquietud e inseguridad.

En los últimos años, había sentido que su vida era aburrida y carente de emociones, pero en aquel instante pensaba en el dicho: Cuidado con lo que deseas, no vaya a convertirse en realidad.

Capítulo 3

LA DEPENDIENTA les mostró un espantoso traje color berenjena ante la insistencia de Raja de que debía casarse con un conjunto discreto.

– ¡No tiene nada que ver con mi estilo! -protestó Ruby.

– Pues elige algo deprisa -dijo él con impaciencia-. Muestra algo de iniciativa.

Raja no podía entender que le importara tanto qué ponerse cuando incluso en vaqueros y con un jersey azul estaba espectacular.

A Ruby le irritó que le pidiera que mostrara iniciativa cuando desde hacía más de una hora, tras encontrarse ya como futuro marido y mujer, no había aceptado ni una sola de sus sugerencias. Solo hacía un rato que habían firmado los documentos que les permitirían casarse por lo civil y ya quería estrangularlo.

Entrando en la tienda más exclusiva de la ciudad, Ruby repasó las perchas hasta encontrar un traje de chaqueta rojo.

– Voy a probarme este.

– Es un poco llamativo -dijo él, sonriendo.

– Has dicho que me harán fotografías y quiero que se me vea bien.

Ruby observó una vez más a Raja como si sus espectaculares rasgos y la profundidad de su mirada la hipnotizaran. Mientras la dependienta llevaba el traje al probador, él alzó la mano y recorrió el voluptuoso labio inferior de Ruby con su pulgar, recordando su maravillosa suavidad en contacto con sus propios labios. Ella se tensó y le dirigió una mirada de sorpresa al tiempo que intentaba ignorar el cosquilleo que le provocaba la caricia. Cuando él bajó la mano, ella le dijo en un susurro:

– Recuerda que esto no es más que un contrato entre nosotros.

Raja esbozó una sonrisa. Ruby Shakarian era una socia testaruda y mucho más atractiva que ninguna otra con la que hubiera sellado un acuerdo. Podía tratarse de un contrato para ella, pero en lo que a él concernía, eso no descartaba el sexo. Para él era lógico que una mujer atractiva despertara su libido, además de suponer una gran ventaja tratándose de un matrimonio en el que además, se exigía conseguir un heredero. Ni siquiera era necesario que tuviera sentimientos más refinados. De hecho, habiendo experimentado y sufrido el amor en el pasado, habiéndosele roto el corazón en una ocasión, consideraba mucho más conveniente que los sentimientos no formaran parte de la ecuación.

Aunque Ruby no lo creyera, sin embargo, su matrimonio iba a ser de lo más convencional. Él no estaba dispuesto a divorciarse porque hacerlo significaría reconocer que había fallado a su país. Tomó aire ante la dimensión de la responsabilidad que asumía, pero Raja al-Somari había descubierto hacía mucho tiempo que la vida casi nunca era justa. La realidad era que mucha gente dependía de que el príncipe y la princesa establecieran una relación con futuro y que un matrimonio que no lo fuera en todos los sentidos, no alcanzaría ese objetivo.

Durante los tres días que siguieron, Ruby estuvo demasiado ocupada como para tener tiempo de arrepentirse. Dejó su trabajo sin demasiado pesar e hizo una selección de sus pertenencias mientras Stella se lamentaba de perderla como compañera de casa y ponía un anuncio en el quiosco de prensa local.

Un día antes de la boda, Hermione fue enviada junto con su juguete favorito a Ashur, y la mirada de miedo que había dirigido a Ruby desde la jaula en la que la trasportaban, le robó el sueño a su dueña.

La boda tuvo lugar en una habitación del hotel, con la más absoluta discreción. Dos diplomáticos actuaron como testigos, mientras que Stella acompañó a Ruby. Cuando llegó al lado de Raja se quedó sin aliento al verlo con el cabello engominado y un elegante traje mil rayas. La miró con semblante serio y una vez más a Ruby le inquietó no tener ni idea de lo que estaba pensando. Para cuando el juez de paz empezó la ceremonia, el corazón le latía aceleradamente. Raja le puso una alianza que le quedaba demasiado grande, por lo que para Ruby no cumplió la función de hacerle sentirse casada.

«Objetivo conseguido», pensó Raja, alegrándose de que la novia no hubiera cambiado de idea en el último minuto. Observó su perfil con aprobación. Aunque pareciera frágil como una flor tenía un interior de hierro, y habiendo dado su palabra, la había cumplido.

Uno de los diplomáticos estrechó la mano de Ruby y se dirigió a ella como «Alteza», un título al que dudaba que llegara a acostumbrarse.

– Me cuesta imaginarte como princesa -dijo Stella con una risita nerviosa.

– Dale tiempo -comentó Raja.

– No voy a cambiar, Stella -dijo Ruby, ruborizándose.

– Ya verás como sí -la contradijo el príncipe con vehemencia, conduciendo a la novia hasta una mesa con un arreglo floral donde iban a ser tomadas las fotografías-. Vas a cambiar de vida y estoy seguro de que te acostumbrarás pronto. Sonríe.

– Raja -dijo ella en un susurro, aprovechando que él inclinaba la cabeza en su dirección-. Deja de darme órdenes.

Raja se limitó a sonreír, burlón. Ruby no aguantaba que la mandaran y Raja al-Somari no hacía otra cosa. No parecía comprender que aunque pudiera cometer algunos errores, por el bien de ambos estaba decidida a aprender con celeridad.

Alzando la barbilla en un gesto de dignidad, Ruby se despidió de Stella con un abrazo, prometió llamarla y subió a la limusina que los llevaría al aeropuerto. Ruby habría querido cambiarse, pero Raja le dijo que mientras actuara de princesa consorte debía vestir de manera acorde a su papel. La imagen de sí misma en un coche, intentando zafarse de Steve hacía apenas una semana, la asaltó en un momento de incredulidad ante el giro copernicano que había sufrido su vida. Y solo consiguió relajarse al recordar que no era la esposa de Raja más que en papel.

Al subir al lujoso avión y ver las miradas de curiosidad del personal se dio cuenta de que, efectivamente, su nuevo estatus iba a exigir ciertos cambios en su comportamiento.

Así, en lugar de quitarse los zapatos y acurrucarse en el asiento, tal y como habría hecho espontáneamente, se descubrió sentándose con las rodillas pegadas y muy erguida.

Al poco de despegar, Raja le puso una carpeta delante.

– Mi personal te ha preparado fotografías y detalles de los principales miembros de las dos familias y de varios personajes relevantes de la sociedad.

– ¿Deberes? -bromeó Ruby-. Yo que creía que se habían acabado al terminar el colegio…

– Una preparación cuidadosa te facilitará la transición.

A Ruby le pareció asombroso que la creyera capaz de memorizar tantos nombres y caras; o que leyera en detalle los voluminosos documentos sobre la historia de ambos países. Después de un ligero almuerzo, abandonó la carpeta y observó de soslayo a Raja, que trabajaba en su ordenador. Sus largas pestañas proyectaban una sombra sobre sus mejillas, y cada vez que sus ojos se volvían hacia ella con su brillo dorado, Ruby sentía que se le cortaba la respiración. Era tan guapo que era imposible no admirarlo. Eso era todo. No se trataba de que le gustara personalmente. A cualquier mujer le habría pasado lo mismo.

En cierto momento, él salió de la cabina y volvió vestido con una túnica y un tocado que se sujetaba a la cabeza con un cordón dorado y negro.

– Pareces salido de una película antigua -dijo ella, impresionada con la transformación, que le daba un aire majestuoso.

– En Najar es el traje habitual -explicó él-. En mi país no sigo las costumbres occidentales.

Ese comentario puso alerta a Ruby, que no pudo evitar preguntarse hasta qué punto eso era verdad no solo de su aspecto externo, sino también de sus actitudes.

Al cabo de unos minutos, Raja le anunció que aterrizarían en media hora y que ella sería conducida a Ashur, donde él se reuniría con ella más adelante.

– ¿Voy a estar sola en Ashur? -preguntó Ruby con incredulidad.

– Solo un par de días.

– ¿No se supone que hoy es nuestra noche de bodas?

– ¿Eso es una proposición? -dijo él, esbozando una sonrisa seductora.

– ¡Por supuesto que no! -dijo ella, ruborizándose.

– Entonces da lo mismo. Nadie sabe la fecha exacta de la boda.

Ruby tomó aire profundamente, preguntándose si no se trataría de una provocación.

– ¿Cómo que da lo mismo? ¿Te parece normal dejarme sola con un montón de desconocidos? Ni conozco a nadie, ni se hablar la lengua local ni sé cómo actuar -gritó airada. La azafata que entraba en ese momento, volvió a la parte trasera discretamente-. ¿Cómo puedes abandonarme así?

Raja la miró con desaprobación. Era evidente que Ruby no tenía ni idea de la organización que era precisa para cubrir su seguridad, y que no había lugar para la improvisación.

– ¿Qué quieres decir con que te abandono?

Ruby se avergonzó de estar sonando tan melodramática. Frunció los labios y dijo:

– Se supone que eres mi marido. Raja arqueó las cejas.

– Creía que solo interpretábamos un papel.

– ¡Pues eres muy mal actor! -exclamó ella, enfureciéndose-. Un marido debe apoyar a su mujer. No sé cómo ser una princesa y no quiero ofender a nadie. ¡Necesito que me aconsejes!

Tomado por sorpresa por aquel arrebato de inquietud de Ruby, Raja la miró con severidad.

– Me temo que por cuestiones de seguridad no puedo cambiar los planes en el último minuto.

Súbitamente avergonzada por haber perdido los nervios, Ruby recuperó la compostura y dijo con calma.

– Está bien, no te preocupes. Seguro que no pasa nada. Estoy acostumbrada a estar sola.

A partir de ese momento guardó silencio, irritada consigo misma por tener expectativas absurdas, como pensar que Raja la apoyaría, cuando no conocía ningún hombre que ofreciera su apoyo espontáneamente. Él tenía sus prioridades, que no tenían nada que ver con las de ella. Tal y como le había recordado, tanto el matrimonio como la relación en sí misma eran una pura farsa. De hecho, eso era lo que ella misma había exigido. Sus sensuales labios describieron una curva descendente. Era evidente que si no se acostaba con él, Raja no se consideraba atado a ella; así que, como había sucedido siempre a lo largo de su vida, Ruby estaba sola…

Capítulo 4

EN CUANTO bajó del avión, el calor húmedo hizo que Ruby transpirara y que el vestido se le pegara al cuerpo. A lo lejos, la terminal era un edificio moderno que centelleaba bajo el sol. Ruby respiró profundamente y siguió a Raja.

Este se detuvo una fracción de segundo, indeciso. Las palabras de Ruby reverberaban en su cabeza y no podía evitar pensar que tenía razón y que debía darle su apoyo en sus primeras horas en el país. Así que cuando llegó junto a los oficiales que habían acudido a recibirlos, intercambió unas palabras con uno de ellos que fueron seguidas de una agitada conversación entre los oficiales para organizar un cambio de planes.

En la pista, esperaba el pequeño avión que parecía listo para despegar con su mujer, y Raja fue hacia él con prontitud. Su jefe de seguridad lo siguió precipitadamente, pero Raja lo ahuyentó diciéndole que no había sitio para más pasajeros.

Ruby se puso el cinturón. Nunca había volado en un avión tan pequeño y le inquietaba haberse quedado sola.

Cuando un hombre joven acudió con un té fragante y frío, y se lo ofreció con una inclinación de cabeza, ella lo bebió sin titubear, aunque le sorprendió el amargor que le dejó en la boca. Posó el vaso en la bandeja y despidió al azafato con una sonrisa.

Una fracción de segundo más tarde oyó que llegaba alguien y Raja la sorprendió sentándose a su lado.

– ¿Has cambiado de idea y vienes conmigo?

Raja se dejó envolver por la cálida sonrisa que ella le dedicó.

Ruby, por su parte, recordó que le había preguntado si le estaba ofreciendo una noche de bodas y por un instante temió que hubiera decidido cobrársela, aunque descartó la idea de inmediato. Un hombre con su aspecto no podía estar tan desesperado como para desear a una mujer que no se había mostrado disponible.

El azafato reapareció con otro té, pero al ver a Raja, se quedó paralizado y cayó de rodillas, inclinando la cabeza hasta casi hacer caer la bandeja. Raja tomó el vaso a pesar de que tuvo que estirarse para alcanzarlo.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Ruby cuando el hombre retrocedió con gesto nervioso hasta la cabina. En cuanto cerró la puerta arrancaron los motores.

– No se ha dado cuenta de quién era hasta que me ha visto de cerca. Debía creer que era uno de tus guardaespaldas.

– ¿Voy a tener guardaespaldas?

– Claro. Debe estar sentado con el piloto -Raja tomó el té de un trago e hizo una mueca por el amargor que le dejó en la boca-. Wajid te habrá organizado un cuerpo de seguridad.

Ruby sintió que se le nublaba la vista y respiró hondo para aclarar su mente.

– Me estoy mareando… Deben de ser los nervios. No me gustan los aviones pequeños.

– Es un vuelo corto -la tranquilizó Raja.

Ruby sintió la cabeza pesada y la apoyó en la mano.

– ¿Estás bien? -preguntó Raja.

– Debe de ser el cansancio -dijo ella, asiendo los reposabrazos mientras el avión despegaba y los motores rugían.

Cuando alzó la mirada hacia Raja, este vio que tenía las pupilas empequeñecidas.

– ¿Has tomado alguna medicina? -preguntó.

– No -dijo ella con voz quebrada. Sentía la lengua hinchada y la cabeza le daba vueltas.

– ¡Han debido poner algo en la bebida! -exclamó él, poniéndose en pie con torpeza.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó ella, arrastrando las palabras y sin poder impedir que se le cerraran los ojos.

Raja se tambaleó hacia la cabina de pilotos e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Bajó el brazo como si le pesara. Tenía la sensación de moverse a cámara lenta. Le fallaron las piernas y un grito de frustración le atenazó la garganta. Ruby estaba inconsciente en el asiento, con el cabello cubriéndole el rostro, y él no estaba en condiciones de protegerla.

Ruby abrió los ojos en la oscuridad y le llegaron sonidos extraños. Algo era sacudido por el viento, podía oler a cuero y a café. Estaba completamente desorientada, le dolía espantosamente la cabeza y le castañeteaban los dientes de frío. Poniendo en movimiento su dolorido cuerpo, logró sentarse. Estaba vestida, pero descalza, y bajo los pies sentía el suelo duro y helado.

– ¿Dónde estoy? -balbuceó.

– ¿Ruby? -susurró Raja. Y ella le oyó moverse. A continuación escuchó una cerilla prendiéndose y una lámpara de aceite iluminó el interior de una tienda de campaña. Al ver a Raja ante sí, suspiró aliviada. Cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra vio que, a pesar del frío, solo llevaba unos boxers.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó, angustiada.

Raja se puso en cuclillas ante ella y sus facciones perfectas, recortadas por el juego de sombras, la fascinaron.

– Hemos sido secuestrados y abandonados en el desierto de Ashur. No tenemos teléfonos ni forma de comunicarnos.

– ¿Quién podría querer secuestrarnos? -tartamudeó ella.

– Alguien que quería evitar que nos casáramos, y que no sabía que ya lo estábamos -dijo él con gesto de preocupación-. Debieron asumir que nos casaríamos en la catedral de Simis pasado mañana, que es cuando se ha organizado una ceremonia de reconciliación.

– ¡Dios mío! -dijo Ruby estremeciéndose-. ¿Por qué hace tanto frío si estamos en el desierto?

– Porque las noches son muy frías -dijo él, tapándola con una manta que tenía a los pies.

– ¿Tú no tienes frío? -preguntó ella. Cuando Raja negó con la cabeza, ella añadió-. Nunca mencionaste que pudiera correr peligro.

– Si te sirve de consuelo no creo que pretendan hacerte daño. No contaban con que yo estuviera contigo porque cambié de planes en el último momento -explicó Raja-. Pretendían impedir que llegaras a la boda para ofender a mi pueblo y que saliera a protestar a las calles.

– Así que no todo el mundo desea nuestra boda -dijo ella, lanzándole una mirada acusadora-. No me habías dicho que hubiera un grupo hostil.

– No son más que una minoría.

– ¿Cómo has conocido sus intenciones?

– Porque ellos mismos me las proporcionaron. La droga no me noqueó como a ti, así que para cuando dos hombres enmascarados nos trajeron ya me estaba recuperando. Desafortunadamente, no tenía fuerzas y me amenazaron con una pistola, que dudo que hubieran usado a no ser que hubiera tratado de impedirles la huida -explicó Raja en un tono en el que Ruby adivinó la humillación que había supuesto para él elegir entre la prudencia y el valor-. Habría sido una estupidez arriesgar que me hirieran cuando tú no tenías quién te protegiera. Estoy convencido de que eran mercenarios contratados por nuestros súbditos para impedir la boda.

– ¿Nuestros… súbditos? -balbuceó Ruby.

– Estamos en Ashur, pero los hombres eran de origen occidental. Miembros de las dos casas reales conocían nuestros planes, así que será difícil identificar a los traidores. Pero lo lograremos.

– Al menos no estamos heridos.

– Eso no disminuye la gravedad del crimen -dijo él con aspereza-. Además, nuestra desaparición puede colocar a nuestros países en una situación peligrosa de pánico y agitación.

Ruby sacudió la cabeza para retirarse el cabello de la cara y gimió.

– Tengo un espantoso dolor de cabeza.

Raja le tocó la mano y vio que la tenía helada.

– Voy a encender un fuego. Al menos nos han dejado suficiente madera -dijo con preocupación.

– ¿Qué demonios vamos a hacer?

Raja empezó a apilar leños.

– Para ahora se habrá organizado una partida para buscarnos. Las fuerzas aéreas de Najar estarán listas para una misión de rescate. Tenemos comida y cobijo, y estamos en un oasis al que es frecuente que acudan las tribus beduinas para que abreve el ganado. Podría ir en su busca y hacer uso de sus teléfonos para pedir ayuda, pero no quiero dejarte sola.

– Puedo ir contigo -sugirió ella.

– No aguantarías el calor, ni podrías seguir mi paso -dijo él con firmeza-. Voy a preparar un té.

Dolida porque la considerara tan débil, Ruby se frotó los pies para intentar calentarlos.

– ¿Cómo es posible que estés tan tranquilo?

– Cuando todo va mal, lo mejor es ser positivo. Al menos no hemos sufrido ningún daño.

La bebida caliente sació la sed de Ruby y contribuyó a que se le pasaran los escalofríos, aunque no evitó que siguiera sintiéndose exhausta.

– Intenta dormir un rato -le aconsejó Raja.

La fina colchoneta sobre la que estaba echada no la aislaba del helador suelo y se acurrucó sobre el costado mientras Raja la arropaba como si fuera una niña. Cuando al cabo de un rato seguía temblando, él dejó escapar un gruñido, se metió debajo de la manta y se pegó a su espalda.

– ¿Qué haces? -exclamó ella, tensándose.

– No tienes por qué pasar frío estando yo aquí.

– ¡No eres una bolsa de agua caliente! -dijo ella, dejando que brotara su habitual desconfianza hacia las intenciones masculinas.

– Ni tú eres tan irresistible como crees -dijo él con sorna.

Ruby se avergonzó de sí misma, lo que la hizo tensarse aún más. Ignorando su obvia incomodidad, Raja la rodeó con sus cálidos brazos.

– No me gusta -dijo ella, crispada.

– A mí tampoco -dijo Raja-. Prefiero el sexo a los abrazos.

Ruby se indignó y sus ojos brillaron a la luz de las llamas.

Habría querido darle un codazo, pero tuvo que admitir que empezaba a pasársele el espantoso frío, y pensó que resultaría ridículamente mojigata si se empeñaba en separarse de él.

– Además, piensa en el disgusto que se van a llevar los secuestradores cuando sepan que ya estamos casados -dijo él con voz ronca.

– ¿Por qué?

– Porque si no lo estuviéramos, arruinarías tu reputación por pasar la noche conmigo y el consejo impediría que se celebrara la boda.

Ruby giró la cabeza para mirarlo a la cara.

– ¿Eso qué significa?

– Que ningún hombre aceptaría una relación sin sexo.

– Tú la has aceptado -le recordó Ruby.

Hacía rato que Raja había dejado de pensar con la cabeza. De hecho, su mente era incapaz de controlar la increíble erección de su sexo. Mechones del perfumado cabello de Ruby le acariciaba el hombro, su precioso trasero se cobijaba entre sus el deseo sexual que lo quemaba por dentro.

Capítulo 5

CUANDO Ruby se despertó sintió calor al instante y la ropa pegada al cuerpo. Pero en lugar de abrir los ojos en una refrescante ducha, tal y como le habría gustado, se encontró en el claustrofóbico interior de la tienda. Miró el reloj y le sorprendió que fuera ya de tarde. Al no ver a Raja se incorporó de inmediato y vio su maleta en una esquina.

Entonces recordó que todo su equipaje había sido enviado a Ashur por adelantado mientras que con ella se había quedado una maleta con lo básico. También Hermione habría llegado a Ashur, y Ruby sintió lástima por lo atemorizada que debía estar entre desconocidos.

La abrió y buscó unos zapatos en vano antes de salir a ver si encontraba a Raja. En cuanto asomó la cabeza al exterior se quedó atónita al contemplar un mundo que le resultaba completamente extraño. Un manto de arena alcanzaba hasta el horizonte, salpicada por algún pequeño arbusto y coronada por una bóveda de un azul refulgente, en cuyo cenit había un sol tan brillante que cegó a Ruby.

– ¿Quieres café? Has dormido profundamente -dijo Raja, que estaba junto al fuego que había encendido bajo el toldo de la tienda.

– Como un tronco -dijo ella. ¿Cómo era posible que encendiera un fuego con el calor que hacía?

Allí estaba, sentado en actitud relajada, con un aspecto inmaculado, con la túnica que había vestido el día anterior, tan cómodo como si estuviera en un hotel de cinco estrellas.

– ¿De dónde has sacado agua para el café? -preguntó Ruby, intentando no pensar en que tendría el pelo despeinado y el rímel corrido.

– Como te dije, estamos en un oasis. Un arroyo subterráneo alimenta la poza que hay tras las rocas -indicó el otro lado de la tienda-. ¿Quieres beber?

Ruby se giró y vio una pared rocosa con palmeras y vegetación.

– Preferiría no correr el riesgo. Desde ahora solo voy a tomar agua embotellada.

El príncipe sonrió al verla tan menuda y desprotegida, pero tan decidida a no mostrar la menor señal de fragilidad. Aunque estuviera desaliñada, su cabello brillaba como seda y su piel tenía un resplandor nacarado. Su belleza no requería artificios.

– Me temo que no tenemos agua embotellada.

– Ya lo sé, no soy tonta -dijo Ruby, airada-. Nunca me ha gustado ir de acampada, nunca le he visto el encanto y no voy a descubrírselo ahora.

– Lo entiendo -dijo él sin inmutarse.

Consciente de la mala impresión que debía estar causando a un hombre que con toda seguridad habría recibido entrenamiento en tácticas de supervivencia, Ruby le lanzó una mirada de odio.

– ¡Me da lo mismo que te rías de mí! -exclamó, volviendo a la tienda.

Cuando abrió la maleta descubrió con indignación que sus secuestradores la habían registrado, con toda seguridad para cerciorarse de que no tenía un móvil. Sacó un neceser, un cambio de ropa y unas deportivas, y mirando a su alrededor comprobó que Raja no había tenido tanta suerte. Se cambió de ropa interior, se puso una camiseta y un pareo a la cintura, y salió, moviéndose con lentitud para no sudar. Al llegar al borde de la sombra del toldo, dijo:

– Tengo un cepillo de dientes nuevo y una cuchilla que te dejo usar, y podemos compartir mi toalla.

Teniendo en cuenta el estado de ánimo en el que se encontraba su esposa, Raja pensó que era una oferta extremadamente generosa. Una sonrisa maliciosa curvó sus sensuales labios e iluminó su rostro de bronce, y Ruby no pudo evitar mirarlo fijamente mientras un reguero de fuego la recorrió de abajo arriba hasta estallar en forma de rubor en sus mejillas.

Comenzó a trepar la pendiente hasta que divisó la poza que se formaba en una hondonada, protegida por una roca. Raja la siguió y la tomó por el codo para ayudarla a mantener el equilibrio y a sortear las dificultades.

A Ruby no dejaban de sorprenderle sus buenos modales y le agradeció mentalmente que se esforzara en mantenerlos. Por su parte, era consciente de no estar siendo una buena compañera en la desventura, y se sentía en inferioridad por encontrarse en un medio que le resultaba ajeno.

Llegaron a la balsa de agua cristalina bordeada de palmeras y bebieron de una fuente natural que brotaba de la roca. Luego Ruby se quitó las deportivas para meter los pies en el agua. La temperatura le resultó maravillosa en contraste con su piel caliente. Obligándose a no ser pudorosa, se quitó la ropa y se quedó en ropa interior, diciéndose que era como llevar un bikini. Raja la imitó y dejó la túnica sobre una roca. Ruby no pudo evitar admirar sus anchos y musculosos hombros y espalda, y solo cuando recordó cuánto odiaba que su padrastro la observara con avidez, retiró la mirada, avergonzándose de sí misma.

Con el agua por la mitad de los muslos, Raja contempló a Ruby lavarse, y su cuerpo reaccionó al instante al ver lo que la ropa interior mojada dejaba intuir. Sus endurecidos pezones parecían querer atravesar la tela y Raja se preguntó cómo reaccionarían si los mordisqueaba.

Cuando Ruby salió, las bragas dejaron entrever el triángulo oscuro entre los muslos, el territorio vedado, y Raja pensó que era más excitante aquella insinuación que la desnudez completa.

Para contener la enorme erección que sintió, desvió la mirada hacia el agua esforzándose por recordar que aunque fuera su esposa, había prometido no tocarla. Y de hecho pensó que la fuerza de su deseo era tal que si llegaba a tocarla no sería capaz de contenerse.

Ruby salió del agua y tomó la toalla para secarse, al tiempo que se ponía al sol.

– Es la hora más calurosa del día. Tápate antes de quemarte -dijo Raja.

Desoyendo lo que consideró una nueva orden de Raja, Ruby se alejó unos pasos. Se envolvió el pareo alrededor del pecho y se peinó el cabello mientras observaba de soslayo el imponente físico de Raja. Su torso era puro músculo, sus brazos fuertes y torneados; tenía las caderas estrechas, y los muslos, fibrosos. Mientras se salpicaba la espalda con agua y las gotas se depositaban en su piel como pequeños diamantes al trasluz, Ruby apreció un revelador bulto en el medio de sus boxers. Sintiéndose como una voyeur apartó la vista al instante, al tiempo que se preguntaba si era posible que fuera su cuerpo la causa de esa reacción física.

La idea le espantaba y la halagaba simultáneamente porque demostraba que a pesar de que Raja hubiera dicho que no era irresistible, al menos la encontraba lo bastante atractiva como para que su cuerpo reaccionara.

También descubrió lo bien… dotado que estaba. Y como respuesta sintió una presión entre los muslos que la desconcertó tanto como darse cuenta de que le excitaba saber que era responsable de la excitación de Raja.

Era la primera vez que un hombre tenía ese efecto en ella. Nunca se había sentido cómoda ni con su cuerpo ni con su sexualidad por culpa de su padrastro, que durante su adolescencia había hecho continuos comentarios obscenos en cuanto su madre se ausentaba sobre su transformación en mujer. A pesar de que nunca había llegado a tocarla, Ruby había acabado por desarrollar una aversión hacia el sexo y una profunda desconfianza hacia las intenciones de los hombres.

El príncipe cubrió los hombros de Ruby con la toalla húmeda.

– Eres de piel muy blanca. Permanece en la sombra o te quemarás.

Actuando en contra de su naturaleza, Ruby obedeció en silencio y se sentó para observar a Raja mientras se afeitaba mirándose en el espejo que le había dejado. La curiosidad que despertaba en ella se incrementaba exponencialmente y habría querido tener acceso a Internet para buscar información sobre él y su vida privada. Siendo tan rico y tan atractivo, debía tener muchas mujeres dispuestas a tener una aventura con él. Las relaciones tendrían que ser discretas, dado lo conservadores que eran Najar y Ashur. ¿Buscaría a sus amantes entre las mujeres que conocía en el extranjero?

Tras ponerse la túnica, Raja se aproximó a ella.

– Deberíamos comer algo.

En la tienda le enseñó un viejo frigorífico que funcionaba con un generador.

– Se ve que tienes experiencia en este tipo de vida -dijo Ruby.

– Cuando era pequeño, mi padre solía mandarme a pasar tiempo en el desierto con mi tío, que es el jeque de una tribu nómada -explicó-. Pero en Najar ya no quedan verdaderos nómadas. En Ashur, sin embargo, sigue siendo una forma de vida habitual.

En el frigorífico había fruta, verdura, carne y pan, así como algunas latas.

– No creo que vayamos a estar aquí mucho tiempo -dijo Raja, pasándole una taza.

Ruby entrecerró los ojos para enfocar lo que parecía una bandera roja en lo alto de una roca prácticamente vertical.

– ¿Qué es eso?

– Una manta que he atado esta mañana para llamar la atención.

– ¿Cómo has subido? -preguntó Ruby, admirada.

– No ha sido difícil -dijo él con un encogimiento de hombros-. Tenía que ver si había cerca alguna población, pero no hay nada.

– Supongo que eligieron un lugar aislado -dijo Ruby-. Al menos yo no tengo familia que pueda preocuparse. ¿Tú?

– Un padre, una madre y dos hermanas, además de decenas de familiares. Quien más me preocupa es mi padre. Sufre del corazón y no quiero imaginar cómo se tomará mi desaparición -Raja contrajo la cara en un gesto de preocupación-. Pero me temo que no puedo hacer nada.

Ruby sintió lástima.

– ¿Yo tengo familia en Ashur?

– Solo algunos primos lejanos.

La habilidad con la que preparó algo para comer con una simple hoguera, dejó a Ruby asombrada, especialmente porque ella no sabía cocinar. Stella, por otra parte, era una buena cocinera, así que nunca le había supuesto un problema hasta aquel momento, en el que le hizo irritarse consigo misma por no poder mostrarse más resolutiva ante Raja.

La sensación de inutilidad hirió su orgullo y Ruby transformó su irritación en una continua actividad a lo largo de la tarde. Ordenó su ropa, dobló las mantas, sacudió la arena de las colchonetas y salió a buscar ramas y hojas secas para alimentar el fuego. El calor la drenó de energía y al cabo de unas horas, sudada y exhausta, decidió volver a darse un baño.

El contacto con el agua fresca le resultó maravilloso, y al salir, se envolvió en el pareo y se sentó en una roca a peinarse el cabello, que se anudó en la parte de atrás.

Miró al otro lado de la poza y vio que su príncipe del desierto se acercaba moviéndose con la elegancia de una gacela. Era espectacularmente guapo y rico, y sabía cocinar. Lo sorprendente era que siguiera soltero. Aunque por contra tenía esa irritante obsesión por saberlo todo y por asumir que siempre tenía razón. Al que, por otro lado, a menudo era verdad, pensó al sentir los hombros levemente quemados.

– Ten cuidado con…

Ruby alzó las manos con un gesto de impaciencia.

– ¡Ya está bien, Raja, deja de decirme lo que tengo que hacer!

– Mi gente y yo pertenecemos al desierto. Por eso sabemos cómo actuar en él.

Ruby dio un resoplido y pateó una piedra con ímpetu.

– ¡Ruby!

Algo salió de debajo de la roca a toda velocidad y Raja prácticamente saltó hacia adelante para tomar a Ruby del brazo y apartarla. Protegida tras su torso, Ruby vio horrorizada decenas de insectos amarillentos que escapaban corriendo.

– Son escorpiones -explicó él-. Durante el día se esconden en la sombra. Su picadura es muy dolorosa.

– Odio los insectos -dijo ella, temblorosa.

– También hay víboras.

– ¡Cállate! -gritó ella-. Esto no es una excursión educativa y no quiero saberlo -Raja le hizo volverse y la miró fijamente con expresión risueña-. Deja de intentar convertirme en un miembro de la familia real que lo hace todo bien -añadió ella, acaloradamente.

Raja al-Somari estalló en una carcajada porque encontraba a Ruby distinta a cualquier otra mujer que hubiera conocido. Ni coqueteaba ni usaba sus armas de seducción, al menos con él; jamás intentaba halagarlo y no le había contado ninguna historia con la que pretendiera ensalzarse. En conjunto, tenía que admitir que le gustaba lo sincera y espontánea que era.

– Así que tienes sentido del humor. ¡Menudo alivio! -dijo ella, sacudiendo la cabeza con fuerza, de manera que el cabello se soltó del nudo que se había hecho y rozó el hombro de Raja. Él miró embelesado su precioso rostro y sus labios rosados; agachó la cabeza como si una poderosa fuerza invisible tirara de él y la besó, primero con delicadeza y en pocos segundos, apasionadamente. El deseo arrastró a Ruby como una ola, nunca había sentido una necesidad tan intensa como la que despertó la presión de los labios de Raja sobre los suyos y el sabor de su boca la emborrachó.

Sin mediar palabra, Raja se separó bruscamente y, posando una mano en la parte baja de su espalda, la impulsó en dirección a la tienda.

Ruby, que nunca había experimentado nada parecido, se sintió súbitamente rechazada. Se recorrió los labios hinchados con la lengua sin poder pensar en otra cosa que en volver a tener los de Raja pegados a ellos. La violencia de su deseo la asustó. Tenía los pezones endurecidos, doloridos, y las piernas le temblaban hasta el punto de que le costaba caminar. Y entre tanto, no dejaba de intentar adivinar qué estaría pensando Raja.

Al llegar a la tienda lo miró llena de curiosidad. Apretaba los labios y en sus ojos brillaban sentimientos contradictorios e intensos, a los que el corazón de Ruby respondió latiendo a toda velocidad.

– No juegues conmigo, Ruby -dijo él con voz ronca.

A Ruby le molestó la insinuación.

– No sé a qué te refieres. Me has besado tú.

– Pero tú no lo has impedido. Y te recuerdo que me dijiste que no querías que te tocara.

– No había imaginado lo que podría llegar a pasar -dijo ella, avergonzada-. Supongo que la situación… Me he dejado llevar.

– Toda acción tiene consecuencias -dijo él, apretando los puños para intentar controlar un cuerpo que no reaccionaba con tanta rapidez como su mente.

Ruby se sentó dentro de la tienda. Ni siquiera el calor exterior llegaba a ser tan intenso como el que sentía en su vientre. No podía relajarse. Alzó una mano y vio que temblaba. Había bastado un beso para que el suelo temblara bajo sus pies. Quería más. Quería hacer el amor con un hombre que podía volverla loca con tanta facilidad.

Jamás había experimentado nada parecido.

Su comportamiento hasta entonces había hecho que en más de una ocasión tuviera que explicar que no era homosexual ni frígida porque nunca había deseado verdaderamente hacer el amor.

Así que, ¿por qué se refugiaba en la tinada como si se avergonzara de sí misma o no estuviera segura? Ni siquiera podía quedarse embarazada, puesto que tomaba la píldora para regularizar sus periodos. Y aunque llevaba algún día sin tomarla, suponía que el efecto duraría. Alzó la barbilla. No había jugado con Raja porque no era su estilo y no quería que Raja creyera que lo era. Dándose impulso, se puso en pie.

Encontró a Raja mirando a las brasas de la hoguera, tan inmóvil y hermoso que parecía una escultura.

– No estaba jugando -dijo Ruby en un susurro.

Él la miró con expresión ardiente y dijo:

– Te deseo tanto que me estoy volviendo loco.

La confesión atravesó a Ruby como una corriente eléctrica y la dejó muda.

– No me sentía así desde que era un adolescente -continuó Raja, poniéndose en pie con la elegancia de un felino-. Eres tan hermosa…

También lo era él, pero Ruby era demasiado orgullosa como para admitir que su perturbadora belleza se había prendido en su alma desde el primer momento, y que apartar la mirada de él representaba un ejercicio de voluntad. Sin pensarlo, dio un paso hacia él y Raja agachó la cabeza hasta adueñarse de sus labios y besarla con una pasión que hizo que se le encogieran los dedos de los pies. Ruby lo rodeó por la cintura y alzó las manos hacia su cabello, animándolo a continuar. Él apretó su cuerpo contra el de ella, acoplándose a sus curvas.

Ruby tuvo que separar su boca para respirar, pero volvió a buscar la de él al instante, continuando sus caricias torpes y ansiosas. Él la soltó una fracción de segundo para quitarse la túnica y el pareo que Ruby llevaba puesto cayó al suelo, aunque ni siquiera le dio tiempo a notarlo porque él, dejando un rastro de besos en su cuello, la hizo echarse sobre las mantas.

Ruby se revolvió de placer, sintiendo que este aumentaba exponencialmente cuando él le mordisqueó la piel. El calor que sentía en la pelvis amenazaba con quemarla. El sujetador desapareció. Raja tomó en sus manos uno de sus senos y agachó la cabeza para mordisquear su rosada punta, logrando con ello que Ruby se arqueara contra él. Ella le tomó la cabeza para obligarle a subir y besarlo mientras le acariciaba el torso. Él le tomó la mano y se la llevó a su sexo erecto. Un escalofrío lo recorrió cuando ella aceptó la invitación y deslizó su mano arriba y abajo. Colocó a Ruby debajo de sí y volvió a mordisquear sus pezones hasta que ella gimió de placer.

– Preciosa y apasionada -musitó él.

El pulsante dolor que Ruby sentía en la entrepierna le hacía mecer las caderas. Él le acarició la delicada piel en ese punto y ella se estremeció violentamente. Raja la penetró con los dedos y sentir su húmedo calor le hizo gemir. Capturó su boca y recorrió su interior con la lengua, logrando que la sangre se le acelerara hasta que Ruby temió que le estallaran las venas. Raja volvió a acariciar su núcleo de placer y ella se retorció.

– ¡No pares! -suplicó-. ¡No pares!

El príncipe la miró con expresión ardiente.

– Si sigo, no habrá vuelta atrás -dijo él, al tiempo que le separaba las piernas y la tomaba por las caderas para impulsarlas hacia sí.

Cuando la penetró, Ruby sintió un agudo dolor y gritó.

– ¿Qué sucede? -preguntó él, desconcertado.

– Nada importante. Sigue -dijo ella, que nunca había imaginado que perder la virginidad pudiera ser doloroso.

Al ver que Raja seguía mirándola, confesó-: Es mi primera vez.

Raja abrió los ojos como si para él sí tuviera importancia. Con un escalofrío, intentó controlar cada fibra de su cuerpo para reprimir el impulso de penetrarla profundamente.

– Sigue. No pasa nada -susurró Ruby, avergonzada.

Raja la besó con delicadeza y por primera vez pensó en ella como su esposa, lo que representaba un salto cualitativo para un hombre tan acostumbrado a negar cualquier emoción. Se movió lentamente y Ruby sintió que su interior se transformaba en miel caliente.

– Ahh -gimió con los labios entreabiertos y los ojos cerrados.

– Quiero que sea maravilloso -dijo él.

Ruby lo miró, electrizada.

– Lo está siendo.

Raja continuó meciéndose lentamente, enseñándole a acompañar su ritmo a la vez que gozaba de su aterciopelado y estrecho conducto. Poco a poco aumentó el recorrido y la velocidad, excitándola hasta que, en pleno delirio, Ruby se arqueó sacudida por violentas oleadas de placer que la arrastraron a un explosivo clímax.

Después, Raja la abrazó con fuerza mientras la atravesaban suaves ráfagas de placer.

– Siento haberte hecho daño. De haberlo sabido habría sido más cuidadoso.

Ruby, que se sentía en las nubes, lo miró con expresión extraviada.

– Quizá no habría sido tan excitante.

Riendo, Raja se levantó, se puso los calzoncillos y salió de la tienda. Ruby estaba demasiado exhausta como para plantearse qué estaría haciendo, y solo le quedó una leve inquietud por haber roto el acuerdo platónico al que habían llegado. Su excusa era que se encontraban en una situación excepcional en la que no regían las normas.

Raja entró y se arrodilló a su lado. Nada más verlo, Ruby sintió que se le contraía el vientre. Su sonrisa la dejó sin aliento. Él se inclinó y le estiró las piernas, que tenía encogidas en posición fetal.

– ¿Qué haces? -preguntó, desconcertada.

En lugar de contestar, Raja la lavó delicadamente con la toalla, que había humedecido en el agua, refrescándola y revitalizándola, y a Ruby le emocionó que fuera tan considerado.

Luego comieron algo bajo el toldo de la tienda.

– No creo que pasemos aquí mucho tiempo -dijo él-. En cuanto se anuncie que estamos casados, no tendrá sentido que nos mantengan aislados.

– ¿Y quién va a admitir que nos retiene?

– Pueden hacer llegar la información sin delatar la fuente.

Cuando Ruby se puso en pie, él la imitó y la atrajo hacia sí. Mirándola con expresión ardiente, hundió los dedos en su cabello y, haciéndole inclinar la cabeza, la besó con voracidad al tiempo que con la otra mano le pellizcaba los pezones tras retirarle el pareo. Un cosquilleo húmedo vibró entre los muslos de Ruby, que se asió a él, anhelante y enfebrecida, deseándolo aún más que la primera vez.

Capítulo 6

RAJA sacudió a Ruby bruscamente.

– ¡Vístete! -dijo en cuanto entreabrió los ojos-. Nos han localizado y nos vamos.

Siguiéndolo al exterior con la mirada, Ruby vio un par de helicópteros de aspecto militar. Se vistió precipitadamente con unos pantalones, una camiseta y una camisa de gasa y se cepilló el cabello mientras recordaba los acontecimientos de las horas precedentes con un profundo sentimiento de vergüenza.

Ella, que jamás actuaba alocadamente, que era reflexiva y cautelosa, había hecho trizas el acuerdo al que había llegado con Raja. ¿Cómo iban a redefinir su relación habiendo permitido que el sexo interfiriera?

Tenía que ser sincera y admitir que el príncipe najarí la fascinaba y que lo encontraba increíblemente atractivo; que era el primer hombre con el que había querido descubrir por qué otras mujeres sentían interés por el sexo.

Y debía reconocer que en la cama, su príncipe perdía toda frialdad y se convertía en pura e irresistible pasión.

Cuando salió de la tienda lo vio hablando con un grupo de hombres uniformados, que en cuanto la vieron, se inclinaron y murmuraron un saludo respetuoso. Raja la tomó de la mano para presentarla a los jefes de la aviación antes de ayudarla a subir al helicóptero más próximo.

– Desayunaremos en Najar…

– Debería quedarme en Ashur tal y como habías planeado inicialmente -dijo Ruby quedamente.

Raja la miró dubitativo.

– Es lógico que vayas a ver a tu padre para tranquilizarlo -añadió ella-. No te preocupes por mí.

Raja le miró la mano.

– ¿Dónde está la alianza?

– ¡Vaya, no me había fijado! -dijo ella, mirándose el dedo-. Me quedaba grande y ha debido caérseme.

– Te compraré otra -dijo él. Y con ojos chispeantes, añadió-. Nos veremos esta noche.

– ¿Esta noche? -preguntó ella, que había asumido que la separación duraría algo más y le daría tiempo a reflexionar.

– Hasta esta noche -confirmó él, antes de subir en el segundo helicóptero.

Durante el vuelo, Ruby respiró profundamente para aligerar la tensión que le causaba imaginar las expectativas que su llegada a Simis, la capital, habría despertado, y tuvo que recordarse que era razonablemente inteligente y sensata, además de tener la mejor actitud posible.

La terminal del aeropuerto no era más que un hangar y verla rodeada de soldados y policía le puso nerviosa.

Wajid Sulieman la recibió y ya en el coche le preguntó sobre sus días de secuestro en el desierto.

– Tuve suerte de tener al príncipe a mi lado -dijo ella, tras referir lo ocurrido-. ¿Cómo nos han encontrado?

– Por una llamada anónima a la prensa. Desde el momento en que se anunció el secuestro, el pueblo acudió a las puertas del palacio para seguir los acontecimientos.

Pronto surgieron rumores que acusaban a los najarís y se produjeron algunas revueltas. Hubo momentos muy tensos.

– Supongo que pasó lo mismo en Najar -dijo Ruby.

– Claro, allí su marido es un héroe de guerra -tras una pausa, Wajid añadió-: Tengo entendido que se reunirá con usted en breve.

– Sí -contestó Ruby, al tiempo que observaba las aceras, repletas de gente que esperaba ver pasar el coche-. ¿Están esperándome? -susurró, incrédula.

– Su llegada ha despertado una enorme curiosidad. Es la primera vez que pasa algo bueno en muchos años -explicó él-. En los próximos días acudirá a numerosos sitios para darse a conocer. La fotografía que enviaron tras la boda tuvo mucho éxito. El príncipe fue muy considerado organizándola por nosotros.

– Raja piensa en todo -dijo Ruby, recordando las quemaduras del sol, los escorpiones, el sexo… Una oleada de calor la recorrió con solo pensarlo.

En su única visita a Ashur de adolescente, solo había visto el imponente edificio del palacio desde la verja de entrada. En aquella ocasión, por el contrario, entró por una puerta lateral con Wajid, donde un grupo de sirvientes la recibieron con una profunda reverencia. A continuación, fue escoltada al primer piso.

– Su tío, el fallecido rey Tamim y su familia usaban el ala este, pero he pensado que usted preferiría la suite del ala más moderna del palacio.

Ruby sonrió para sí al ver que para Wajid una decoración de los años sesenta era «moderna»

– ¿Cómo era mi tío?

– Tenía ideas muy firmes, igual que su hija, la princesa Bariah.

– Mi prima.

– Una mujer excepcional, destinada a casarse con el príncipe Raja de no haber sufrido tan dramático accidente -dijo el anciano, sin darse cuenta de que Ruby se paraba en seco y lo miraba con desmayo.

Aunque le pareció lógico, era la primera vez que Ruby era consciente de que su prima había estado destinada a Raja, y saberlo la atravesó como un cuchillo al recordarle que no había nada personal en su relación con el futuro rey de Najar y que este había estado igualmente dispuesto a casarse con su prima.

¿Qué habría sentido por ella? Era lógico pensar que habría estado igualmente dispuesto a compartir su cama con ella. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para caer en tal grado de intimidad con él? El deseo no podía ser justificación suficiente.

Al cruzar una puerta oyó ladrar un perro antes de ver a Hermione correr hacia ella moviendo la cola frenéticamente. Ruby se arrodilló para tomarla en brazos y acariciarla mientras Wajid mencionaba la ceremonia de reconciliación que tendría lugar aquella tarde en la catedral, así como una recepción nocturna en la que conocería a mucha gente importante. Ruby contuvo un gemido confiando en que el traje rojo fuera apropiado, ya que no contaba con otro vestuario.

Llamaron a la puerta y entró una mujer joven.

– Alteza, esta es Zuhrah, que la ayudará en todo lo que necesite -explicó Wajid-. Habla inglés perfectamente.

Wajid se fue y la bonita joven mostró a Ruby las espaciosas habitaciones que le habían sido asignadas.

Durante un liviano almuerzo que se sirvió en el comedor, Ruby mencionó su traje y Zuhrah se apresuró a localizarlo.

En cuanto terminó de comer, Ruby se dio una prolongada ducha. Después de secarse el pelo, salió en albornoz y al ver a Zuhrah le preguntó si habían encontrado su bolso.

Ruby recordó entonces que tendría que ver a un médico si quería tomar la píldora, aunque pensó que no la necesitaría como método anticonceptivo puesto que no pensaba volver a acostarse con Raja. De hecho, ya se había arriesgado bastante manteniendo relaciones sin tomarla.

¿Qué haría si se quedaba embarazada? Un escalofrío le recorrió la espalda al imaginar el conflicto que representaría para acabar con una relación que solo lo era sobre el papel. ¿O acaso Raja le dejaría volver a Inglaterra con su heredero?

La ceremonia en la catedral no exigió de ella más que su presencia, mientras que la celebración de palacio fue agotadora y la obligó a contestar preguntas que habría preferido evitar. Afortunadamente, en cierto momento llegó Raja y la atención se centró en él. Wajid se disculpó para ir a recibirlo, al tiempo que todas las cabezas se giraban hacia la puerta y un rumor recorría la sala.

«Ahí viene un verdadero miembro de la familia real.

¡Cómo se nota la diferencia!». Oyó murmurar Ruby a alguien, y se ruborizó. ¿Tan mal lo había hecho? Había intentado comportarse con dignidad y educación, evitando temas controvertidos, tal y como le había aconsejado Wajid, pero ¿qué esperaban de ella? Después de todo, no era más que una chica normal, que había crecido en un ambiente normal.

Vestido con un traje gris, su marido estaba espectacular… ¿Por qué pensaba en él como su marido cuando no lo era? Una mujer elegía a su marido con el corazón, y ese no había sido el caso entre Raja y ella, se dijo, mientras observaba el rostro que tanto le gustaba, obligándose a no sentir nada.

Raja circuló entre los asistentes con la destreza de un profesional, haciendo comentarios amables, bromeando con unos, charlando con más solemnidad con otros. A su lado, Wajid parecía un niño el día de Navidad.

Cuando se sirvió un refrigerio, Raja pudo finalmente reunirse con Ruby. Con un brillo metálico en sus ojos ámbar, posó la mano en la parte baja de su espalda y ella se tensó, rechazando esa familiaridad al pensar simultáneamente en que Bariah, al contrario que ella, se habría sentido en su medio en una reunión como aquella.

– A mi familia le ha desilusionado mucho no conocerte -dijo él quedamente.

– En cambio aquí les ha desilusionado que no sea una princesa de verdad -dijo ella con aspereza, aunque se arrepintió al instante de dar esa prueba de inseguridad.

– Eso son imaginaciones tuyas. Una mujer hermosa y elegante es siempre mejor recibida que un hombre -replicó él.

Wajid los presentó a una pareja madura que representaba a una ONG con un orfanato a las afueras de Simis que, aparentemente, Ruby iba a visitar al día siguiente. Al recibir la noticia, fue consciente por primera vez de hasta qué punto había perdido la libertad de hacer sus propios planes. Desde entonces, su tiempo ya no le pertenecía a ella, sino a sus deberes, responsabilidades y obligaciones, entre las que se incluía la de aprender la lengua para poder prescindir de un intérprete lo antes posible.

– Estás muy callada. ¿Pasa algo? -le preguntó Raja cuando Ruby subía ya a sus aposentos.

– Nada de importancia -Ruby entró en el dormitorio precipitadamente, ansiosa por ponerse algo con lo que estar más cómoda.

Una sirvienta estaba colgando ropa de hombre en el armario, y Ruby apretó los labios al tiempo que volvía al salón, donde encontró a Raja mirando por la ventana.

– ¿Se supone que vas a alojarte en mi suite?

– Las parejas casadas suelen compartir alojamiento -dijo él con calma.

Su tono elevó la irritación de Ruby. ¿Por qué se refería a su relación como si fuera sencilla cuando no lo era en absoluto?

– No me había dado cuenta de que, de no ser por el accidente de avión, te habrías casado con mi prima Bariah -dijo sin pensarlo.

– Habría sido imposible incluir una boda en el acuerdo de paz de no haber pensado en un novio y una novia.

Una vez más, su tono pausado, como si se tratara de una obviedad, la sacó de sus casillas.

– ¡Supongo que habrías preferido una genuina princesa de Ashur!

Raja la miró con gesto imperturbable, evidenciando su resistencia a tratar un tema tan delicado.

La ira vibró en el interior de Ruby como un huracán buscando una ranura de salida.

– ¡He dicho que…!

– No estoy sordo -le cortó Raja, fríamente-. Pero no sé qué esperas que conteste.

Ruby lo miró de hito en hito.

– ¿Sería demasiado pedirte que contestaras con honestidad?

– En absoluto. Pero no pienso insultaros ni a ti ni a tu difunta prima comparando dos mujeres completamente distintas y expresando mi preferencia por una u otra -Raja avanzó hacia ella con la mandíbula en tensión y mirada fría-. No creo que sea una petición razonable.

– ¡A mí sí me lo parece! -replicó ella, airada.

– ¿No te das cuenta de que si contestara, os estaría faltando al respeto?

– Al contrario que tú, soy humana. Aunque no sé por qué me molesto en preguntar. Es lógico asumir que una verdadera princesa como Bariah y tú tuvierais mucho más en común que nosotros.

– Sin comentarios -dijo Raja, impasible, en el momento en que la sirvienta salía del dormitorio y, haciendo una reverencia, dejaba la suite.

– Bariah hablaba la lengua nacional, conocía el país -afirmó Ruby, en un tono lastimero que delataba lo inadecuada que se sentía para la función que le había sido encomendada.

– Con tiempo y esfuerzo, tú aprenderás -musitó Raja con una paciencia que en lugar de apaciguar a Ruby, contribuyó a irritarla.

– Mi prima habría sabido cómo comportarse en cada situación.

– Wajid opina que estás actuando magníficamente -dijo Raja con dulzura.

Ruby se irguió y sus ojos refulgieron.

– ¡No seas paternalista!

– Voy a darme una ducha -dijo Raja con un suspiro, al tiempo que dejaba la chaqueta en el respaldo de una silla e iba hacia el dormitorio.

Ruby lo siguió con la mirada.

– ¿De verdad tienes pensado dormir aquí conmigo?

Raja, que había empezado a desabrocharse la camisa, le dirigió una mirada de impaciencia, pero no dijo nada.

Ruby se quedó hipnotizada observando cómo su torso emergía poco a poco desde debajo de la camisa.

– Hay dos sofás en la habitación contigua -apuntó por si Raja no había barajado esa opción.

Él respondió al comentario con la indiferencia que obviamente le merecía. Sus ojos brillaban como oro bajo sus tupidas pestañas, apretaba la mandíbula en un gesto que resultaba amenazador.

– Está bien… Yo dormiré en el sofá -dijo Ruby, decidida a mantenerse firme en su decisión.

Estaba convencida de que si mantenían las distancias, pronto olvidarían el territorio de intimidad en el que se habían adentrado y que retomarían el acuerdo inicial.

Raja arqueó una ceja con escepticismo al tiempo que se quitaba los calzoncillos y caminaba hacia el cuarto de baño pausadamente, dejando a Ruby boquiabierta.

Mientras él se duchaba, Ruby preparó un sofá como cama, se puso el pijama, apagó la luz y se metió entre las sábanas. Hermione se acurrucó a sus pies.

Un rato más tarde, un sonoro ladrido de la perra sobresaltó a Ruby cuando ya estaba a punto de dormirse.

– Dile que se calle o la mando a la perrera -masculló Raja cuyo rostro contrariado era visible por la luz procedente del dormitorio.

Ruby se incorporó de un salto con Hermione en brazos.

– ¿Qué haces aquí?

– Recuperar a mi esposa -dijo Raja en tono amenazador.

– ¡Yo no soy tu mujer de verdad! -protestó ella.

– Si no eres ni una princesa ni una esposa, ¿qué eres? -preguntó Raja, retador, a la vez que la tomaba en brazos-. ¿Una amante? ¿Una amiga con derecho a roce?

Añadió una tercera opción cuya crudeza hizo que Ruby abriera los ojos desorbitadamente.

– ¿Cómo te atreves…?

Raja la dejó sobre la cama con mayor delicadeza de la que sus palabras podían hacer esperar, luego tomó a Hermione y la sacó del dormitorio. Desde el otro lado de la puerta, la perra ladró y arañó la puerta.

– ¿Vas a comportarte conmigo de la misma manera si me enfrento a ti? -preguntó Ruby, enfurecida-. No pienso volver a dormir contigo…

– Yo tampoco estaba pensando en dormir.

Desde su considerable altura, Raja abrió las sábanas y se echó al lado de ella.

– ¡No soy ni tu «amiguita» ni eso otro que has dicho! -exclamó Ruby, airada.

– Tienes razón, eres mi mujer -insistió Raja con testarudez.

A Ruby le desconcertó que se levantara, fuera hasta su chaqueta y sacara del bolsillo algo antes de volver y tomarle la mano.

– ¿Qué haces? -preguntó ella con desconfianza.

– Darte la alianza que te corresponde.

Y en aquella ocasión encajaba en su dedo a la perfección, además de ser un diseño distinto. La primera no era más que una sencilla banda de oro, mientras que la nueva era de platino y mucho más elaborada.

– No vuelvas a llamarme «esposa» -dijo Ruby, desconcertada, mientras hacía girar el anillo en el dedo-. Me hace sentir atrapada.

En aquella ocasión el enfado de Raja fue tan evidente que Ruby contuvo el aliento. Se le dilataron las aletas de la nariz y sus ojos la miraron como si fueran dos dardos en llamas.

– ¡Deberías enorgullecerte de ser mi esposa! -dijo con orgullo.

Ruby no había pretendido ofenderlo ni insultarlo, pero ya no podía dar marcha atrás.

– Lo estaría si te amara -susurró, con una respuesta que pretendía aplacarlo.

Raja dejó escapar una carcajada despectiva.

– ¿Quién necesita amor con el tipo de fuego que nos consume?

Entonces fue Ruby quien se sintió ofendida ante la falta de romanticismo del hombre con el que se había casado.

Él le tomó la barbilla firmemente al tiempo que con la otra mano le rodeaba la cintura antes de agachar la cabeza para apoderarse de sus labios.

Durante una fracción de segundo Ruby pensó en rechazarlo e incluso alzó las manos hasta sus hombros para apartarlo de sí. Pero el roce de su lengua entre los labios, y la mano que ascendió por dentro de su pijama para rodear su seno provocó un húmedo calor en la sensible piel de su entrepierna y un golpe de deseo la poseyó con tanta fuerza que cada milímetro de su cuerpo le suplicó que pidiera más, que mendigara si era preciso para saciar el anhelo que la devoraba.

Capítulo 7

– NO DEBERÍAMOS hacer esto! -dijo Ruby, jadeante, en un último intento por retener el control y no dejarse arrastrar por la atracción magnética que Raja ejercía sobre ella.

Él, que ya le había quitado los pantalones del pijama, giró las caderas para hacerle sentir su firme erección contra el estómago. Ruby se estremeció y puso toda su voluntad en el intento de resistirse, pero el deseo se había adueñado de ella con la fuerza de una adicción.

– ¡No debes dejarme embarazada! -exclamó en cambio, asustada al pensar en las consecuencias que esa circunstancia podría acarrear, que ni siquiera era capaz de imaginar.

Él le alzó las caderas y susurró:

– En el desierto no tomamos precauciones.

– Pero no debemos arriesgarnos. Tomo la píldora, pero me he saltado algunos días, así que debo ser extremadamente precavida.

A Raja le resultó irónico que el embarazo que a ella tanto le atemorizaba sería motivo de júbilo en ambos países, pero al contrario de lo que sucedía habitualmente, en aquel momento quiso pensar en el presente y no en su responsabilidad como gobernante. Mirando su hermoso rostro, se dio cuenta de que estaba dispuesto a lo que fuera para contentarla.

– No te preocupes. Me protegeré.

– No podemos ser amantes. Es indecente…

– Me gusta lo indecente -dijo Raja con picardía al tiempo que le recorría el muslo lentamente con los dedos.

Y para acallar la contradicción en la que intuía que Ruby se debatía, la besó sensualmente, trazando su labio superior con la lengua antes de meterla en su boca, al tiempo que con el pulgar acariciaba la parte más sensible de todo su cuerpo, con una maestría que le hizo retorcerse y gemir en respuesta.

Antes de que tuviera tiempo de recuperar el aliento, Raja se inclinó hacia la mesilla, abrió un paquete de papel de plata y sacó un preservativo. El corazón de Ruby se aceleró hasta que llegó a creer que se le escaparía del pecho, pero se prohibió pensar en lo que estaba haciendo.

Sabía que estaba actuando en contra de todos los principios por los que se había regido siempre, pero también que nunca había deseado nada tanto como deseaba a Raja en aquel instante. Por eso se avergonzaba de sí misma, de que su desbocado y ardiente deseo le nublara la mente y esclavizara su cuerpo.

Raja se adentró en ella con un lento y decidido empuje, acariciándola por dentro con su sexo. La sensación fue tan maravillosa que Ruby gritó y sus músculos se contrajeron para abrazarlo.

Al borde del placer extremo, Raja se estremeció violentamente, sintiendo un hambre tan devoradora como la que ella experimentaba.

– Nunca he sentido nada igual… -le confesó.

Ruby habría querido decir que ella tampoco, pero no pudo articular palabra. Sus cuerpos se movían al unísono; con cada leve cambio de su poderoso miembro, lograba que la espiral de placer ascendiera hasta casi ahogarla.

Raja salió casi por completo de ella antes de penetrarla profundamente y empezar a mecerse a una velocidad creciente que le hizo arquearse y gemir frenéticamente, indefensa ante el embate de las exquisitas sensaciones que le provocaba. El clímax la alcanzó como una fuerza incontenible que la hizo estallar en miles de fragmentos antes de devolverla al planeta Tierra. Un último grito escapó de su garganta al sentir la violenta liberación de Raja, que la meció en una renovada oleada de exquisitas sensaciones.

Raja se separó nos centímetros para mirarla, se inclinó y la besó en la mejilla.

– Eres increíble -dijo, jadeante.

– ¿Qué hemos hecho? -se lamentó Ruby, sintiendo su orgullo herido por haber cedido a sus instintos por primera vez en su vida.

Raja rió y le explicó en términos extremadamente gráficos lo que acababan de hacer.

– No tiene gracia -dijo ella, golpeándole con el puño.

– Eres mi esposa. Nos deseamos y el sexo ha sido fantástico, ¿cuál es el problema? -preguntó él sonriente y desconcertado por la facilidad con la que Ruby despertaba su buen humor.

A Ruby le desconcertó comprobar que estaba en un estado de ánimo completamente distinto al de ella.

– No es tan sencillo. Llegamos a un acuerdo…

– Un estúpido acuerdo destinado a fracasar desde el primer momento -la cortó Raja como si en su mente no cupiera la menor duda-. ¿Cómo íbamos a vivir juntos y no sucumbir a la atracción que sentimos el uno por el otro?

Indignada con aquella afirmación, Ruby se revolvió para liberarse de sus brazos y rodó al lado opuesto de la cama.

– No fue eso lo que me dijiste en el momento.

Raja la miró con impaciencia.

– No tenía opción. Debía conseguir que accedieras a casarte conmigo.

– ¿Cómo que «debías conseguir»? -apuntó Ruby en tensión.

Consciente de que estaba decidida a montar una escena, Raja se retiró el cabello que le caía sobre la frente y la miró con desaprobación.

– No seas ingenua, Ruby. Con esta boda hemos logrado que la guerra terminara, además de sentar las bases para la futura paz entre los dos países. Para mí no hay nada más importante y nunca he fingido que lo hubiera. Sacrificamos nuestra libertad personal en aras de un bien superior.

Aquel discurso, expresado en un tono desapasionado y carente de toda emoción, dejó a Ruby helada. Con él Raja hizo añicos cualquier fantasía que hubiera podido albergar de que su relación fuera algo más que un asunto de Estado.

Quizá el error era solo suyo, puesto que él en ningún momento había dicho lo contrario. La cuestión era, ¿desde cuándo había confiado ella en elevarlo a otra categoría?

Saliendo de la cama para evitar pensar en lo que acababa de pasar en ella, se puso la bata y se cruzó de brazos mientras se decía que actuaría con la misma frialdad y lógica que él desplegaba.

– ¿Qué has querido decir al describir nuestro acuerdo como estúpido?

– A que los dos éramos conscientes de que nos gustábamos.

– Entonces ni siquiera lo mencionaste -protestó Ruby.

– A veces eres de una ingenuidad asombrosa -dijo él con un suspiro al tiempo que reposaba su magnífico cuerpo sobre las almohadas en actitud relajada-. ¿Por qué crees que fui a conocerte a Inglaterra? Mi trabajo era convencerte lo antes posible de que aceptaras casarte conmigo y ocupar tu puesto en la familia real de Ashur.

– ¿Cómo que tu trabajo?

– No hay nada emocional en alcanzar un tratado de paz, Ruby, sino mucho sentido práctico. Habría hecho lo que hiciera falta para convencerte.

Horrorizada con la frialdad en la que Raja se expresaba, Ruby preguntó.

– ¿Quieres decir que en el desierto planeaste seducirme?

– No puedo negar que te deseaba enormemente -dijo Raja con ojos chispeantes.

– La pregunta es si seducirme formaba parte de tus obligaciones.

Raja la miró con gesto de incomprensión.

– No sé a qué te refieres.

– ¡No finjas que tu inglés no es lo bastante bueno porque es tan bueno como el mío! -gritó ella.

Raja cambió de postura con parsimonia, como un felino acomodándose antes de atacar.

– ¿Es eso lo que estoy haciendo? -preguntó, fingiendo inocencia.

Su actitud agravó la rabia que sentía Ruby.

– Deja que lo exprese con claridad: ¿te quitaste el otro día los calzoncillos y te acostaste conmigo por el bien de tu querido país?

Consciente de que sería como aplicar una llama a un escape de gas, Raja contuvo la carcajada que brotó de su garganta.

– Estoy dispuesto a admitir que nunca tuve la intención de aceptar que nuestro matrimonio no se consumara. Quería que fuera un matrimonio de verdad desde el mismo día de la boda.

La crudeza con la que Raja se expresó sacudió a Ruby de arriba abajo.

– Así que me engañaste.

– No me dejaste otra salida. Un divorcio representaría un desastre económico y político. Las buenas relaciones establecidas por la boda se transformarían en animadversión entre los dos países. ¿Y cómo podría gobernar Ashur sin una princesa nacional a mi lado? -dijo Raja bruscamente-. Tu gente no me aceptaría como gobernante.

Desafortunadamente para él, Ruby no estaba en disposición de compadecerse de él. Una combinación de profundo dolor y humillación la asfixiaban.

– Me engañaste -repitió con amargura-. Confié en ti y tú me engañaste.

– Siempre supe que haría lo que fuera necesario para hacerte feliz -dijo Raja entre dientes, con un reflejo de irritación e incomodidad en los ojos que indicaba que era consciente de no haber sido tan honesto con ella como se merecía o como le hubiera gustado-. Esa es la única justificación que puedo ofrecer para mi comportamiento.

– Pero si lo que me hace feliz es el divorcio, no piensas ponérmelo fácil -dijo Ruby, palideciendo. Dio media vuelta y añadió-: Voy a dormir al sofá.

Cuando la puerta se cerró a su espalda, Raja emitió un juramento. Le había hecho daño a pesar de que no lo había pretendido, y se sentía tan frustrado que le habría gustado gritar y golpear las paredes con los puños. Pero la disciplina de toda una vida lo contuvo, obligándolo a detenerse y reflexionar.

Continuar la discusión tal alterados como estaban solo habría servido para empeorar la situación. Podía haberle mentido, pero había creído que la mujer con la que se había casado merecía saber la verdad. Irónicamente, Raja creía saber lo que su esposa quería de él porque había asumido que era lo mismo que todas las mujeres con las que había estado hasta entonces: devoción y promesas vacías de amor eterno.

Raja había aprendido muy joven a no comprometerse con ese tipo de mujeres y a relacionarse con aquellas que, como su amante, Chloe, actuaban movidas por la avaricia y el egoísmo.

Por el contrario, Ruby era muy emocional e iba a exigirle más cosas de las que él estaba dispuesto a darle, y que acabarían por hacerle sentir incómodo.

Pensó en sus años de universidad y en la única vez en su vida en que había estado verdaderamente enamorado.

Como entonces, Ruby le pediría romanticismo, una atención constante y le amenazaría con suicidarse si alguna vez miraba a otra mujer. Raja se estremeció con el recuerdo. Él no estaba dispuesto a ser el perrito faldero de ninguna mujer y aunque su padre fuera un apreciado poeta en Najar, él secretamente odiaba la poesía.

Volvió a gemir de frustración. ¿Por qué las mujeres eran tan difíciles y tan exigentes? Ruby era hermosa y divertida, y el sexo con ella era fantástico. A él eso le bastaba y era una base sólida para un matrimonio entre desconocidos.

Por su parte, estaba más que satisfecho. ¿Por qué ella no lo estaba? ¿Cómo la convencería de que su visión era la más sensata?

En el sofá, Ruby cambiaba de postura una y otra vez, sin lograr dar crédito a que Raja la hubiera mentido y que desde un principio hubiera sabido que no aceptaría una relación platónica entre ellos. Por eso había aprovechado la primera oportunidad para atacarla… Aunque si era sincera consigo misma, era ella quien lo había buscado, quien se había dejado arrastrar por la tórrida pasión que despertaba en ella su magnífico cuerpo.

Eso era todo: lascivia, Y se había dejado dominar por ella sin apenas ofrecer resistencia. Por mucho que quisiera culpar a las circunstancias de lo ocurrido, no podía cerrar los ojos a la verdad. Sabía con toda certeza que de no haber encontrado a Raja al-Somari irresistible, no habría pasado nada entre ellos por muy angustiada que hubiera estado por el secuestro.

Pero aparentemente, Raja le había hecho el amor por razones mucho más prosaicas que el deseo. Había querido con ello consumar el matrimonio y asegurarse de que no rompería la relación. Incluso cabía la posibilidad de que hubiera querido seducirla por el mero hecho de que hubiera desafiado sus deseos y expectativas. ¿Cuántas mujeres lo habrían rechazado a pesar de su belleza y su riqueza? ¿Se habría convertido con ello en un reto irresistible?

Los ojos le picaban por las lágrimas que rodaban por sus mejillas y que la humillación había hecho brotar. Nunca había podido adivinar lo que pensaba Raja, pero la pelea de aquella noche había sido toda una lección. Hasta entonces había sido un completo misterio y se había sentido peligrosamente fascinada por él.

Quizá hacía tiempo que necesitaba encontrar un hombre que la afectara más que ella a él. ¿Habría llegado a envanecerse por ello? ¿Habría llegado a creer que ningún hombre podría hacerle daño o engañarla? Había asumido que podría ser quien marcara la pauta con Raja, pero este acababa de demostrarle que se equivocaba. El hombre con el que había cometido el error de casarse era mucho más frío, astuto y cruel de lo que ella pudiera llegar a ser nunca. La había manipulado para que hiciera lo que quería y en el proceso había hecho añicos su orgullo.

Hermione protegía el sueño de Ruby cuando Raja entró en la sala poco después de amanecer. Recibió un mordisco antes de lograr controlar a la pequeña fiera y sacarla de la suite a la vez que ordenaba a los guardas que se ocuparan de ella. Luego volvió al interior para contemplar a su mujer mientras dormía. Ni siquiera llegaba a ocupar todo el sofá y parecía extremadamente joven.

Bajo la despeinada melena rubia, solo su perfil era visible y al ver en sus mejillas el rastro de lágrimas, Raja dejó escapar una maldición y se sintió culpable.

Había actuado mal, terriblemente mal. Debía haber mantenido la boca cerrada. Por más que mentir no le resultara sencillo, diciendo la verdad había hecho mucho más daño a Ruby. De alguna manera tenía que repararlo y conseguir que su matrimonio funcionara. Con tan escasa experiencia en el terreno matrimonial y solo una larga lista de amantes sin escrúpulos en las que basarse, Raja no tenía ni idea de cómo hacer feliz a una mujer, y menos a una mujer tan inusual como Ruby.

Lo menos que podía hacer era disculparse aunque no hubiera hecho nada que no debiera, pero suponía que a ojos de Ruby era culpable y por el bien de las relaciones maritales asumía que debía responder adecuadamente.

También le compraría algún regalo. ¿Flores? La idea le dilató las aletas de la nariz y contrajo su rostro en una mueca de desagrado. Las flores tenían para él el mismo efecto que la poesía. ¿Unos diamantes? No conocía ninguna mujer que no se derritiera al recibirlos…

Capítulo 8

PARA evitar ponerse de nuevo el traje rojo, Ruby eligió un vestido negro y una rebeca beige que había comprado para el funeral de su madre. Con un poco de maquillaje para disimular la hinchazón de los ojos y la palidez, y tras recogerse el cabello en una cola de caballo, tomó aire y salió al comedor para reunirse con Raja a desayunar.

– Buenos días -la saludó él como si no se hubieran peleado la noche anterior.

– Buenos días -respondió ella.

Bastó una mirada a aquel espectacular rostro para que se le acelerara el corazón al tiempo que una bola candente le presionaba la pelvis y le obligaba a apretar los muslos al sentarse frente a él. Con las mejillas acaloradas, se consoló pensando que no tenía la culpa de ser tan débil, que realmente era un hombre tan hermoso como para cortar el aliento. Su único error era no haberse dado cuenta de hasta qué punto podía ser astuto y manipulador, pero a partir de entonces no volvería a tomarla desprevenida.

– He dispuesto que te hagan un vestuario completo en Najar -le informó Raja.

– Aunque necesito ropa nueva porque no tengo nada adecuado, preferiría prendas discretas y sencillas -dijo Ruby mientras se preparaba una tostada y él le se servía una taza de té-. Tal y como está el país, sería una falta de respeto vestirme como si fuera una celebridad.

– Wajid no opinaría lo mismo. Según él la vida en Ashur es tan triste que tú puedes representar el brillo y el colorido de un futuro mejor. Te guste o no, aquí eres una celebridad, y debes vestirte como tal.

Zuhrah llegó con Asim, el asistente personal de Raja.

Comentaron las visitas de Ruby a un orfanato y a una escuela y leproporcionaron una carpeta con documentación; y al descubrir que las responsabilidades de más peso, como visitar un campamento de refugiados o un hospital provisional recaían en Raja, asumió que Wajid consideraba que no eran adecuadas para una mujer.

En cierto momento entró una sirvienta con unas maravillosas rosas blancas en un precioso florero que colocó sobre la mesa.

– ¡Qué hermosura! -exclamó Ruby. Al inclinarse a olerlas descubrió una nota con su nombre, escrito con una caligrafía que identificó como de Raja.

Con la mirada velada, la tomó y se sentó a leerla: Siento haberte disgustado. Raja.

Ruby apretó los dientes sin que el detalle la ablandara lo más mínimo, convencida como estaba de que cualquier cosa que Raja hiciera solo tenía como objetivo el tratado de paz entre los dos países. Una mujer que apenas lo mirara o hablara con él no era más que un problema que tenía que resolver.

– Gracias -dijo con la entonación monocorde de un autómata y una sonrisa forzada.

Wajid habría estado orgulloso de ella por reprimir el impulso de tirarle las flores a la cara. Si de verdad lo sentía, ¿no se habría limitado a decírselo de palabra?

Raja identificó la falsedad de su sonrisa y en cierto momento le pareció que apartaba de sí el jarrón como si no quisiera verlo, lo que le hizo irritarse consigo mismo por prestar atención a detalles tan triviales y dotarlos de significado.

Dejó la habitación para ir a llamar a su joyero y pedirle un diamante de la mayor pureza. Él nunca se sentía avergonzado, pero el silencio de Ruby le había incomodado. No quería que el personal percibiera que había desavenencias entre ellos y que se extendiera el rumor de que el matrimonio podía fracasar.

Wajid la acompañó a visitar el orfanato y le explicó a Ruby que Raja le había pedido que lo hiciera al saber que harían visitas separadas.

– Su Alteza quiere protegerla. Si no está con usted quiere que cuente con mi apoyo -dijo con aprobación.

Ruby encontró irónico que el hombre que pretendía protegerla fuera el que más poder tenía para herirla. Más que protegerla, lo que sucedía con Raja era que se trataba de ese tipo de hombres para los que una mujer era un ser frágil e inútil. Lo que no llegaba a entender era por qué había conseguido hacerle tanto daño. Y solo a regañadientes y en un esfuerzo de honestidad tuvo que admitir que para ella no se había tratado solo de sexo.

Raja era inteligente y habilidoso y esas eran dos características que ella admiraba. Combinadas con un aspecto espectacular, un sex-appeal incuestionable y un encanto equiparable, tenía sentido que sus defensas hubieran empezado a desmoronarse sin que ella ni siquiera se hubiera dado cuenta.

Como era lógico, jamás había conocido a nadie como Raja al-Somari. Procedía de otro mundo, de otra cultura, y al mismo tiempo había recibido la educación que proporcionaban el estatus y la riqueza. Hacía algo más de veintidós años, la madre de Ruby, Vanesa había cometido el error de enamorarse de un hombre parecido y ella tendría que hacer lo que fuera necesario para evitar caer en la misma trampa.

La limusina en la que viajaban se detuvo a las puertas del orfanato, donde acudió a recibirlos la pareja que había conocido la noche anterior.

Ruby siempre había adorado a los niños y a medida que avanzó la visita pasó alternativamente del espanto ante las trágicas historias de los pequeños a la emoción por su capacidad de superar el horror. El orfanato necesitaba desesperadamente más personal, ropa de cama y juguetes, y aun así los niños tenían la capacidad de reír y jugar.

Una niña pequeña se asió a Ruby prácticamente desde el momento que entró. Se llamaba Leyla, tenía tres años, grandes ojos negros, una mata de rizos negros, y se chupaba el pulgar con fruición.

Al director de orfanato le sorprendió su comportamiento porque acostumbraba a rehuir a la gente. Sus padres habían muerto durante la guerra y desafortunadamente en Ashur no era frecuente la adopción y menos aún en un momento en el que las familias apenas podían subsistir.

Cuando llegó el momento de partir, Leyla se asió a Ruby como si su vida dependiera de ello y lloró inconsolablemente. A Ruby le sorprendió cuánto le costaba separarse de ella y sentir el vacío que dejó su cuerpecito caliente al bajarla de sus brazos, le hizo llorar.

De pronto sus problemas personales le parecieron nimiedades, y a pesar de la mirada de desaprobación de Wajid, prometió volver. La visita al colegio fue más breve e informal, y Ruby se mezcló con los adolescentes que la bombardearon con preguntas que intentó contestar en la medida de sus posibilidades. En varias ocasiones tuvo que reprimir el impulso de amonestar a su asesor cuando este recriminó a algún muchacho por tratarla con demasiada familiaridad.

– A mí no me gusta la etiqueta. Prefiero un trato más próximo -explicó a Wajid, ya en el coche.

– La realeza debe mantener cierta reserva -la sermoneó él.

Ruby le dirigió una mirada de determinación con la que su esposo empezaba a familiarizarse.

– Cumpliré con mis obligaciones como la persona normal y corriente que soy, Wajid. Solo puedo hacer este tipo de cosas porque me gusta mezclarme entre la gente y charlar.

– La princesa Bariah jamás habría tomado en brazos a un niño -dijo el consejero.

– Yo no soy Bariah y me he educado en una sociedad distinta.

– Pronto será reina y los súbditos no podrán tratarla con tanta familiaridad.

Consciente de que era lógico que un hombre de su edad mantuviera una perspectiva tan conservadora, Ruby dejó el tema. Pero el día anterior había observado a Raja y más que distante lo había encontrado cortés y natural con todo el mundo.

Cuando llegó a palacio estaba tan cansada que se echó y durante un buen rato pensó en Leyla con tristeza. La pequeña le había tocado el corazón, y antes de quedarse dormida durante varias horas, intentó pensar en distintas maneras de ayudarla. Despertó al oír una llamada a la puerta, tras la que una sirvienta entró con una bolsa con ropa. Al abrirla, Ruby descubrió un sofisticado vestido azul zafiro y unos zapatos de tacón.

Unos minutos más tarde, Raja entró en la habitación.

– ¿Te has ocupado tú de esto? -le preguntó Ruby, señalando el vestido.

– Sí. Esta tarde vas a conocer a los amigos y familiares de tu difunto tío. Te habrías sentido incómoda si no hubieras tenido la ropa adecuada -dijo Raja.

– Hasta has acertado con la talla -comentó Ruby, pensando como tantas otras veces que era irresistible-. Se ve que acostumbras a comprar ropa a mujeres.

Raja frunció el entrecejo al tiempo que se quitaba la chaqueta.

– Sin comentarios -se limitó a decir-. Me alegro de que te guste.

Ruby le lanzó una mirada de rabia.

– ¿No piensas contestar?

– Nunca dije que fuera virgen -dijo él con sarcasmo.

– Ya me había dado cuenta -replicó Ruby, pensando en la facilidad con la que la había seducido.

En retrospectiva, su gran experiencia como amante resultaba tan evidente que, inevitablemente, se cuestionó qué habría pensado él de ella como amante en comparación con las otras.

¿Cómo le gustarían, rubias, morenas, pelirrojas? ¿La habría considerado atractiva de no haber sido una princesa ashurí? Con cada pregunta que se hacía, más se irritaba consigo misma. ¿Por qué permitía que Raja le hiciera sentir insegura y vulnerable? Después de lo que había averiguado que Raja pensaba verdaderamente, lo mejor que podía hacer era protegerse con una coraza de acero.

– En mi cama no habrá ninguna otra mientras tú seas mi esposa -dijo Raja bruscamente, mirándola fijamente.

– ¿De verdad crees que me importa? -dijo Ruby con una sonrisa sarcástica-. Me da lo mismo lo que hagas. Tengo que aceptar que si no podemos librarnos el uno del otro, no vale la pena discutir continuamente.

– Me parece una buena idea -dijo Raja, aunque sus ojos habían centelleado al oírle decir que le daba lo mismo lo que hiciera.

– Ni siquiera voy a pedirte que duermas en el sofá, ni voy a dormir yo. Somos adultos y estoy segura de que sabrás respetar el acuerdo al que llegamos y olvidar el sexo.

Raja la miró perplejo. ¿Cómo podía Ruby pensar que eso era posible cuando era la combinación de todas sus fantasías, con sus preciosos ojos, sus voluptuosos labios y unas piernas que eran una continua tentación?

Tuvo que recordarse que aquel era su castigo por haberla engañado y que debía darle tiempo para adaptarse a su nuevo papel.

– Haré lo que pueda -dijo finalmente con resignación.

Ruby percibió la rabia que irradiaba y se dio cuenta de que intentar meterse en su cabeza y adivinar lo que pasaba por ella se había convertido en un hábito. ¿Le molestaba no poder hacer el amor con ella porque pensaba que era su derecho como esposo o la deseaba por sí misma? Y si en el fondo ella no estaba interesada en mantener una relación de verdad con él ¿qué diferencia había entre una cosa u otra, o por qué había de importarle?

Más tarde, Raja subió la cremallera del vestido azul, que envolvió a Ruby como un guante, además de contrastar perfectamente con la palidez de su piel. Cuando se sentó ante el espejo para retocarse el cabello, Raja le presentó una caja de joyas.

– Toma, un pequeño detalle.

Ruby la abrió y contempló boquiabierta el diamante en forma de lágrima que colgaba de una cadena. Aunque no tenía ni idea del valor de algo así, tuvo la seguridad de que costaba una fortuna.

– Gracias -balbuceó.

– Permíteme.

Mientras Ruby se retiraba el cabello de la nuca, Raja le abrochó el colgante y ella se estremeció al sentir el roce de sus dedos, además de una palpitante sensación en el vientre.

– Te habría regalado unos pendientes, pero no tienes perforadas las orejas -comentó él.

– No. Una vez fui con una amiga a que se hiciera los agujeros y además de sangrar, se desmayó, así que se me quitaron las ganas -dijo ella precipitadamente, ansiosa por llenar el incómodo silencio.

Mirándola en el espejo, Raja posó una mano en su hombro.

– Ruby…

– Mi madre solía decir que mi padre eligió mi nombre -siguió ella bruscamente-. Para él una mujer virtuosa era más valiosa que los rubíes. Es una vergüenza que solo concibiera mi futuro como esposa de alguien.

– Yo me alegro de tenerte por esposa.

– Solo porque gracias a mí has podido firmar el tratado de paz -dijo Ruby, impasible -. Ya sabes, soy una especie de botín de guerra.

Dos semanas más tarde, la noche anterior a la primera visita de Ruby a Najar, Raja soñaba despierto en su limusina con que, un siglo antes, de haber obtenido a Ruby como botín de guerra, habría sido suya plenamente. Era una agradable fantasía masculina con la que entretenerse mientras lo llevaban al orfanato que su mujer había visitado a diario desde su llegada.

No había sido ella, sino Wajid, quien le había proporcionado esa información. Ruby se comunicaba lo mínimo con él y lo evitaba en los escasos periodos de tiempo libre que disfrutaban. Era otra de las maneras con la que su esposa, que solo lo era en nombre, demostraba que había perdido su confianza. Aunque compartieran la cama. Ruby había colocado una almohada entre ellos, algo que le había hecho reír la primera noche, pero a lo que había dejado de verle la gracia muy pronto.

Sonó la entrada de un mensaje en el móvil y Raja frunció el ceño al ver que se trataba de una fotografía que le enviaba Chloe, sexy y sonriente. Quizá Ruby no tenía unos rasgos tan perfectos. Tenía la nariz levemente respingona y un encantador hueco entre los dientes. Pero cada vez que estaba con ella en una habitación, no tenía ojos para nadie más. El hermoso rostro de Raja se contrajo en una mueca de desagrado al leer el sugerente mensaje de su amante, a la que no tenía la menor intención de contestar.

En cambio, si se hubiera tratado de Ruby, habría respondido encantado, tratando de ser creativo y sexy.

Pero esperar eso de ella era como pretender que Ashur enviara un cohete a la Luna.

Por otro lado, Raja no tenía de qué quejarse ya que su esposa llevaba a cabo sus obligaciones como futura reina con considerable disciplina y buen humor. Con su personalidad cálida y su naturalidad se había ganado a la gente de Ashur.

Como había sido advertida de que iba a recibir la visita extraoficial del príncipe, la directora del orfanato acudió a recibirlo y lo llevó directamente hasta Ruby, que estaba en una de la salas, con una niña sentada en su regazo y rodeada de un grupo de niños a los que leía con gran esfuerzo un cuento en la lengua ashuri, que tanto esfuerzo estaba poniendo en aprender.

– A la princesa se le dan los niños de maravilla. Es una lástima que la pequeña que tiene en brazos, Leyla, esté encariñándose en exceso con ella -dijo la directora a Raja en voz baja.

Él entendió a qué se refería al ver a la niña alzar la mano al rostro de Ruby y mirarla con adoración, mientras con la otra mano se asía a su ropa. Al ver cómo Ruby la miró en respuesta, Raja se dio cuenta de que el afecto era recíproco, y se dijo que daría cualquier cosa por recibir una mirada como aquella.

En cuanto Ruby lo vio en la puerta, se puso en pie de un salto con la niña en brazos en un gesto protector. Un miembro del personal se aproximó y ella le pasó a la niña, que empezó a llorar de inmediato.

– Raja… -dijo Ruby en un susurro.

Vestido con la túnica tradicional blanca que usaba desde que habían vuelto, estaba espectacular, y solo verlo hizo que sintiera un hormigueo en el estómago, la misma razón por la que evitaba coincidir con él lo menos posible.

Raja era como una fiebre que intentaba curar por inanición.

– Quería darte una noticia -dijo Raja en tono animado-. Hasta que Wajid me lo ha dicho, no sabía que pasabas aquí la mayoría de tus tardes.

– Me gusta estar con los niños. Solo con ellos puedo relajarme.

– La señora Balwin dice que tienes especial cariño a una niña…

– Leyla… Hay algo en ella que me emociona cada vez que la veo -dijo Ruby, decidiendo ser sincera-. Me encanta pasar tiempo con ella. Es tan lista y tan dulce…

Cuando estaban en la limusina, de vuelta a palacio, Ruby preguntó:

– ¿Qué era tan urgente como para que decidieras venir a recogerme?

– Se han producido algunas detenciones en Najar. Los miembros del servicio real que proporcionaron a los secuestradores la información de nuestro itinerario han sido identificados y arrestados junto con sus seguidores.

– ¿Quiénes eran? -preguntó ella, consternada.

– Un ayudante de mi padre y el secretario privado del equipo de Wajid en palacio. Wajid se siente muy avergonzado de la conexión, así que te ruego que, si hablas con él del tema, seas considerada. Es muy consciente de que el secuestro podría haber acabado en tragedia.

– Pero no nos pasó nada -se apresuró a decir ella.

Raja la miró con gesto sombrío.

– Quizá no, pero podría haber estallado un conflicto entre los dos países y muchas vidas corrieron peligro. Los mercenarios que contrataron para llevar a cabo el secuestro habrán huido ya del país, pero los instigadores irán a cárcel.

– Comprendo.

La justicia en Ashur era inflexible y severa con quien infringía la ley. Ruby había aprendido a atemperar sus opiniones a medida que aprendía de la sociedad en la que vivía, pero ocasionalmente le irritaba depender tanto de la interpretación que Raja daba a los acontecimientos y a las personalidades. Después de varias semanas viviendo en el país era consciente de lo ingenua que había sido al creer que podría participar en las decisiones de gobierno con Raja, ya que cuanto más tiempo pasaba, más consciente era de todo lo que tenía que aprender sobre las distintas facciones que se enfrentaban entre sí en el país y los consejos de ancianos que mediaban y tomaban las decisiones. Raja pasaba la mayoría del tiempo aplacando a unos y a otros y en reuniones con empresarios de Najar para organizar la reconstrucción de Ashur. Sus deberes parecían no tener fin y trabajaba de la mañana a la noche, porque al mismo tiempo actuaba a distancia como regente en Najar. Por su parte, Ruby, que no se consideraba capacitada para ayudarlo, se sentía culpable.

De hecho, cuanto más tiempo pasaba en Ashur, menos claros tenía sus propios deseos. Estaba convencida de que Raja se había casado con ella con las mejores intenciones y que había actuado desde su punto de vista adecuadamente al intentar convertir su matrimonio platónico en una relación duradera. Había jugado sus cartas sin pretender hacerle daño ni humillarla. Quería que siguieran casados, pero en todos aquellos días no la había presionado, y Ruby se lo agradecía profundamente.

Por otro lado, y aunque lo hubiera hecho responsable de la pelea que se había producido entre ellos, sabía que ella tenía una parte importante de responsabilidad por la fuerza de la atracción que sentía hacia él. Había sido su decisión de sucumbir a esa atracción lo que había enturbiado las aguas, y lo que inconscientemente la había llevado a esperar más de él de lo que estaba dispuesto a dar. Si era ella quien había exigido un matrimonio solo sobre papel,¿cómo podía culparlo a él de haber cambiado de opinión?

Por otro lado, evitar a Raja y mantenerse en el borde de la cama opuesto a él empezaba a resultar infantil. Todo ello era cada vez más desesperante porque llevaba unos días de retraso del periodo y no podía evitar angustiarse ante la posibilidad de haberse quedado embarazada, una sospecha que tener los pechos especialmente sensibles e hinchados no ayudaba a ahuyentar.

– La pequeña con la que estabas… -empezó Raja.

Ruby se puso en tensión automáticamente.

– ¿Leyla? ¿Qué pasa con ella?

– ¿Has ido al orfelinato todas las tardes?

– ¿Te parece mal? -preguntó Ruby a la defensiva.

– ¿No te preocupa que la niña se encariñe contigo?

¿Qué le pasará si desapareces de su vida? -preguntó él con dulzura.

Ruby apretó los puños.

– No tengo intención de desaparecer.

Percibiendo su inquietud, Raja posó la mano delicadamente sobre la de ella.

– Mañana nos vamos de Ashur para un par de semanas.

– ¡Estaba pensando en adoptarla! -dijo ella, expresando una idea a la que ni siquiera se había atrevido a dar forma en su cabeza-. Supongo que te parecerá una locura, pero la quiero mucho y me gustaría darle un hogar.

Raja la miró atónito.

– Pero si piensas divorciarte de mí…

– En algún momento -dijo Ruby, frunciendo el ceño.

– Entonces no lo has pensado con claridad -dijo Raja-. La ley de la corte de Ashur no permite la adopción por parte de extranjeros y exigiría que la niña se quedara aquí. No creo que quieras hacerle pasar por eso.

– ¡Pero Leyla necesita amor más que nada en el mundo! -estalló Ruby, angustiada.

– El amor no siempre es suficiente -dijo él en tono lacónico.

Ruby le lanzó una mirada de furia y subió las escaleras hacia la suite de dos en dos con el corazón golpeándole las costillas aceleradamente. Cuando por fin expresaba sus deseos respecto a Leyla, Raja aplastaba cualquier esperanza. Peor aún era el dolor que le causaba la parte de verdad que tenían sus palabras. No tenía sentido que adoptara a Leyla si pensaba divorciarse de él. La cuestión era si verdaderamente eso era lo que planeaba hacer.

¿En qué momento podría tomar esa decisión sin que la estabilidad de Ashur corriera peligro? Le costaba concebir que llegara el día en que un divorcio no fuera recibido con la amenaza de revueltas políticas en el país de su padre.

Había tomado la decisión tan precipitadamente, que no había tenido en cuenta la posibilidad de que un matrimonio breve y traumático pudiera tener peores consecuencias para el país que haberse negado a casarse. Un divorcio provocaría la inestabilidad económica y política.

En ese sentido, Raja no la había mentido, ya que Ruby había comprobado por sí misma hasta qué punto el pueblo confiaba en su matrimonio como símbolo de unidad y reconciliación.

Su mente invocó la carita de Leyla y se le encogió el corazón.

– ¿Qué sabes tú del amor? -dijo en tono retador mientras servía el té de menta que los esperaba en su suite-. ¿Has estado alguna vez enamorado?

– Una vez ha sido suficiente -dijo él con sarcasmo.

Sin saber por qué, Ruby se sintió ofendida. ¿A ella no la amaba, pero había amado a otra?

– ¿Quién era?

Raja hizo una mueca de desagrado.

– Se llamaba Isabel. Nos conocimos en Oxford y yo perdí la cabeza por ella -con una expresión de espanto con la que invitó a Ruby a reír, añadió-: Leíamos poesía e íbamos a todas partes de la mano.

– La gente suele hacer esas cosas cuando está enamorada -apuntó Ruby, consciente de que Raja jamás había hecho ademán de hacer una cosa u otra con ella, y en consecuencia, sintiéndose más enfadada que divertida.

– La relación se convirtió en una pesadilla -continuó entonces él, apretando los labios en un rictus al tiempo que se le ensombrecía el rostro-. Era muy celosa y posesiva y todo se convertía en un drama con ella. Bastaba que hablara con otra mujer para que se enfadara. Yo solo tenía diecinueve años y era completamente inexperto.

Ruby, que bebía el té a sorbitos, apreció su sinceridad y le emocionó que compartiera con ella sus sentimientos.

– Supongo que a esa edad es difícil saber cómo reaccionar ante una mujer inestable.

– Amenazó con suicidarse cuando le dije que quería dejarlo. Y cuando me mantuve firme, cumplió la amenaza: tomó una sobredosis -concluyó él en tono solemne. Al ver la expresión de espanto de Ruby, añadió-: Cuando he dicho que fue una pesadilla, no exageraba. Sus padres la ingresaron en una clínica para que le trataran la depresión y yo tardé mucho tiempo en librarme del sentimiento de culpa.

– Supongo que eso te hizo rechazar el amor tal y como ella lo concebía -dijo Ruby, pensativa, comprendiendo a la perfección mientras imaginaba a un joven e inocente Raja leyendo poesía y haciendo manitas-. Pero por lo que dices, Isabel tenía una idea muy retorcida de lo que es el amor. Fue una lástima que tuvieras tan mala suerte.

Raja se encogió de hombros con gesto de fatalidad.

– Mi madre tuvo dos malas experiencias -continuó ella, sorprendiéndolo-. Se ve que no tenía buen criterio. Se enamoraba y asumía que su hombre era perfecto. Mi padre se casó con su segunda esposa a su espalda y luego le dijo que no le había quedado opción porque necesitaba un hijo y ella había sufrido una histerectomía después de tenerme.

– ¿Y el segundo marido? -preguntó Raja con curiosidad.

Ruby tuvo un escalofrío.

– Por su culpa Hermione gruñe a cualquier hombre que se me acerque. Curtis, mi padrastro, intentaba continuamente…

– ¿Intentó abusar de ti? -preguntó Raja, indignado.

Ruby asintió con la cabeza.

– Empezó a molestarme cuando cumplí doce años. Por entonces, mi madre trabajaba varias noches a la semana y yo me quedaba con él en casa.

Raja no concebía que un hombre pudiera atacar a una niña tan pequeña y menos aún en su propia casa, el lugar donde debía sentirse más segura. Por primera vez intuyó el origen de la naturaleza fiera e independiente de Ruby, así como su desconfianza en el sexo.

– ¿Por qué no le dijiste a tu madre lo que pasaba? -preguntó, asumiendo que no lo había hecho.

– Porque le hubiera roto el corazón -dijo Ruby, abatida-. Adoraba a Curtis, y ya lo había pasado suficientemente mal con mi padre.

– ¿Tu padrastro nunca consiguió llegar a tocarte?

– No, pero viví en un estado de terror permanente. Fue un alivio que un día desapareciera. A mí me hizo desconfiar de los hombres, y a mi madre la dejó arruinada -dijo Ruby al tiempo que dejaba la taza y se dirigía al dormitorio.

– ¿Ruby? -la llamó Raja.

Ella se volvió con gesto triste.

– ¿Hasta qué punto deseas proporcionar un hogar a Leyla?

Ella palideció, pareciendo a un tiempo muy joven y muy decidida.

– Nunca he deseado algo tanto… -aparte de a él, pero esa era una verdad que no hubiera estado dispuesta a admitir.

– Haré las averiguaciones oportunas de nuestra parte.

– ¿De los dos?

– Solo puede adoptar una pareja casada. Tendríamos que solicitarlo ambos.

Ruby tembló de emoción.

– ¿Se trata de una oferta? Raja la miró largamente.

– No -dijo al fin-. Significa que te apoyaré en lo que decidas.

Ruby comprendió muy bien el mensaje implícito en aquellas palabras. Una «pareja casada» era una pareja que planeaba seguir estándolo. Bajando la mirada y sin saber qué contestar, fue a darse una ducha.

Mientras se secaba, reflexionó sobre sus circunstancias.

Puesto que estaba enamorada de Raja, lo mejor era aceptarlo. Estaba locamente enamorada de él. Aparte de su obsesivo sentido del deber con el que tanto daño le había hecho, tenía que admitir, que le gustaba todo lo demás: su fuerza, su inteligencia, su generosidad, su consideración, su comprensión, su tolerancia. No era solo espectacularmente guapo y sexy, sino que era el hombre al que había llegado a amar incluso a pesar de haber intentado resistirse a su arrollador atractivo.

Aquella noche, no colocó la almohada en medio de la cama, e incluso llegó a preguntarse si no la habría estado poniéndola como barrera para sí misma y no para él.

Treinta minutos más tarde, Raja entró y fue lo primero que observó. Se metió en la cama y permaneció inmóvil.

Que no hubiera una almohada entre ambos no significaba nada porque pensaba actuar como si hubiera un muro divisorio ya que no estaba dispuesto a que Ruby creyera que había puesto un precio al apoyo que le había ofrecido para adoptar a Leyla.

Le había impresionado la entrega de Ruby a la niña, así como la voluntad de convertirse en madre a una edad tan joven, cuando la mayoría de las mujeres que conocía habrían preferido poder disfrutar lo más posible de su ilimitada riqueza.

Apenas unos centímetros de él, Ruby también estaba despierta. Deseaba a Raja con una intensidad casi dolorosa, pero también sabía que volver a introducir el sexo en su relación cuando las cosas entre ellos seguían sin estar claras, era extremadamente imprudente, pero por otro lado, ansiaba que Raja aceptara la muda invitación.

Sin embargo, la invitación fue ignorada y Ruby tardó horas en conciliar el sueño, durante las que pensó en Leyla, preguntándose si conseguirían proporcionarle un hogar y si Raja llegaría a amarla.

Debía haber hablado más detalladamente del tema con él.

Tenía que aprender a ser la mitad de una pareja, y se preguntó por qué esa era una capacidad que Raja parecía tener por naturaleza.

Capítulo 9

– SEGÚN Wajid, la adopción de un niño ashurí representaría una perfecta campaña de relaciones públicas -dijo Raja manteniendo la mirada al frente mientras iban al aeropuerto a media mañana del día siguiente-. La directora del orfanato está encantada con nuestra decisión porque espera que sirva como modelo y se produzcan más adopciones.

– ¡Dios mío, qué rápido has actuado! -dijo Ruby, sintiéndose culpable de que Raja hubiese dedicado su tiempo a satisfacer sus deseos.

Se había despertado antes del amanecer y había tenido que ir al cuarto de baño porque tenía náuseas. Luego había vuelto a la cama y había dormido hasta más tarde de lo habitual. En aquel momento, que se encontraba bien, se preguntó si habría sido una mera indigestión o si se trataba de un síntoma más de un posible embarazo.

¿Cuándo podría averiguar si estaba embarazada? ¿Y cómo podría lograrlo discretamente?

Al ver que la limusina entraba por la verja del orfanato, se sorprendió.

– Ceo que ha llegado el momento de que conozca a Leyla -dijo Raja a modo de explicación al darse cuenta de que le desconcertaba el cambio de itinerario-. Y supongo que querrás despedirte antes de partir.

Los Baldwin salieron a recibirlos a la puerta para expresar su agradecimiento por la generosa donación que había hecho Raja. No se lo había contado a Ruby y se mostró claramente incómodo con las demostraciones de agradecimiento de la pareja. Los acompañaron a un despacho al que luego llevaron a Leyla. En cuanto la niña vio a Ruby su rostro se iluminó y corrió hacia ella hasta que, al ver a Raja, se paró en seco. Él se puso en cuclillas y le ofreció una pelota que sacó del bolsillo y que ella tomó en su pequeña manita mientras estudiaba a Raja con suspicacia. Pero él, actuando como si acostumbrara a relacionarse con niños a diario, le habló, sonrió y bromeó hasta que la niña estalló en una carcajada y ocultó el rostro en las manos.

Ruby observó el proceso atónita.

– Se ve que tienes práctica con niños -comentó.

– Más me vale. Tengo cinco sobrinos de mis hermanas y unos treinta de mis primos -explicó él, incorporándose con Leyla en brazos, que se chupaba el dedo con ojos brillantes.

El esfuerzo que estaba haciendo y la amabilidad que desplegaba conquistó aún más el corazón de Ruby y por primera vez le dio lo mismo que hubiera abusado de su vulnerabilidad en el desierto y se diluyó su enfado.

Después de todo, ¿no había dado ella el último paso?

Por otro lado sabía bien que era un hombre práctico y con un profundo sentido del deber, leal a su país y a su familia, fiel a sus promesas y decidido a cumplir cualquier expectativa puesta en él. Y en términos básicos, lo único que había querido de ella era que estuviera dispuesta a intentar que su matrimonio funcionara.

El hombre con que el tanto se había enfadado por la frialdad con la que concebía su relación, era el mismo que en aquel momento sostenía en brazos a la niña con la que ella se había encariñado y cuya adopción Raja estaba dispuesto a considerar por su felicidad. Ningún otro hombre había dedicado una décima parte del esfuerzo que él ponía en hacerla feliz.

Aterrizar en Najar fue una experiencia muy diferente a la de llegar a Ashur. En primer lugar, el aeropuerto era grande y sofisticado. De hecho, según avanzaban por las calles de la ciudad, rodeados de los coches de escolta, Ruby contempló asombrada lo distinto que era todo a Ashur. Había rascacielos, tiendas exquisitas, mezquitas con cúpulas que parecían de oro; y todo ello formaba un conjunto ordenado y limpio, de amplias avenidas.

Contemplándolo, Ruby comprendió bien la incredulidad con la que Raja había recibido su acusación de querer apoderarse del trono de Ashur. Su país de nacimiento era el hermano pobre, muy detrás de su rico vecino en tecnología y desarrollo. El palacio, por otro lado, estaba situado en la antigua ciudadela, aislado de la moderna ciudad por un gigantesco parque público que se extendía más al á de las murallas.

Su aspecto exterior antiguo, sin embargo, no se correspondía con el interior, tal y como Ruby descubrió muy pronto al contemplar con pasmo la grandeza y opulencia de los materiales y del mobiliario que apreció nada más entrar.

Estaba pellizcando con un gesto nervioso la tela del sencillo vestido negro que llevaba, sintiendo cómo se acumulaba la tensión en su interior, cuando se abrió una puerta y apareció un grupo de mujeres que corrieron a darles una calurosa bienvenida.

Raja la tomó por el codo y la animó a dar un paso a delante.

– Os presento a Ruby.

Y esta habría querido matarlo por no haberle avisado de que las mujeres de su familia vestían de alta costura a diario. Bastaba mirarlas para sentirse el Patito Feo. Todas ellas iban vestidas como si fueran a acudir a una fiesta, con espectaculares trajes de seda y satén, complicados peinados, maquillaje, y fantásticas joyas.

Entraron en la sala de la que las mujeres acababan de salir rodeados de animación y en un continuo parloteo al que se unieron los sobrinos de Raja, mientras que los hombres, que permanecían de pie, fingían no sentir tanto interés como sus esposas por la nueva mujer de Raja.

Solo uno de ellos acudió para estrechar su mano con una formalidad que contradecía una encantadora sonrisa.

– Raja había dicho que eras aún más hermosa que en la fotografía, y tenía razón. Soy su hermano, Haroun -dijo, calurosamente.

A Ruby le halagó que Raja le dedicara piropos a su espalda, y se preguntó si no se los diría a ella por temor a que se envaneciera o porque no le parecía apropiado dentro de una relación platónica. Haroun parecía una versión menor, más joven y menos intensa de su hermano, y en pocos minutos estaba haciendo bromas políticamente incorrectas sobre Ashur.

Unos camareros uniformados sirvieron bebidas y algo de picar, y dos de las hermanas de Raja, Amineh y Hadeel, se acercaron a hablar con Ruby.

– Eres muy guapa -dijo con admiración Hadeel, una mujer alta de unos veinticinco años-. Y mucho más apropiada para mi hermano que tu difunta prima.

– ¿Ah, sí? -Ruby miró a su cuñada con curiosidad-. Nunca la conocí, así que no tengo ni idea.

– Bariah tenía treinta y siete años, y era viuda -dijo Amineh.

– Pero también era una buena mujer -se apresuró a decir Hadeel, temiendo que su hermana hubiera podido ofender a su prima.

Muy al contrario, Ruby estaba encantada con esa información, porque el que las hermanas de Raja estuvieran dispuestas a compartirla, significaba que querían establecer un vínculo con ella. Ruby ya sabía que Bariah era ocho años mayor que Raja y que había estado casada, porque Wajid se lo había contado y su orgullo le había impedido hacer más preguntas.

Además de a las hermanas de Raja, conoció a un gran número de familiares, adultos y niños. Todos ellos fueron encantadores con ella y para cuando él acudió a buscarla, disfrutaba relajadamente del encuentro.

– Mi padre evita los grandes grupos, así que está esperándonos en el salón contiguo para conocerte en privado.

El rey Ahmed tenía aspecto frágil y estaba en silla de ruedas. Tenía los ojos de Raja y el cabello blanco. Aunque apenas hablaba inglés, la calidez de su mirada y el afectuoso apretón de manos con el que la recibió, bastó para que Ruby se sintiera bienvenida a la familia. Pero lo que la sorprendió fue descubrir que Raja ya le había hablado de sus planes con Leyla. El anciano manifestó su apoyo y expresó su pesar por el daño causado a tantas familias durante la guerra.

– No sabía que habías hablado de Leyla -comentó Ruby cuando volvían a la fiesta después de la audiencia con el rey.

Raja rió.

– Hablamos todos los días por teléfono y no le habría gustado enterarse por otras fuentes.

– Me habría encantado conocer a mi padre -dijo ella con melancolía. Y sintió unas leves náuseas que la inquietaron porque le preocupaba que la asaltaran en público.

Raja se detuvo y la miró fijamente.

– Él se lo perdió, Ruby. Siento que sufrieras por la traumática separación de tus padres.

– No podía ser de otra manera después de lo que él le hizo.

– Por lo que a mí me habían contado, tu madre sabía que él podía tomar otras esposas -dijo Raja con calma-. Quizá no sabía en lo que se estaba metiendo.

– Es posible… -Ruby fijó sus grandes ojos marrones en los de él con expresión de desmayo-. Acabo de darme cuenta de que no te lo he preguntado, pero…

Raja rió y posó un dedo sobre sus labios.

– No hace falta que lo preguntes, habibi. Una esposa ha sido siempre suficiente para los hombres de mi familia; y la idea de tener más de una como tú me resulta cuando menos inquietante.

– ¿Inquietante? ¿Por qué? -preguntó Ruby. Pero en ese momento su estómago se rebeló y tuvo que acudir al servicio más próximo.

Desafortunadamente, en lugar de que el episodio pasara desapercibido, las hermanas de Raja la esperaron a la puerta para asegurarse de que estaba bien y para conducirla a los aposentos que pertenecían a Raja dentro de la fortaleza.

Contaba con personal propio, uno de cuyos miembros la acompañó a un dormitorio magníficamente decorado.

Ruby se descalzó y se echó sobre la cama. Le sirvieron una bebida que supuestamente contribuía a asentar el estómago, y tras tomarla y descansar un rato, se encontró mucho mejor, e incluso hambrienta.

Raja entró en la habitación con dos perros de caza pisándole los tobillos, y con Hermione, que saltó sobre la cama al tiempo que sus nuevos amigos se acercaban para presentarse a Ruby.

– ¡Qué preciosidad, Raja! -dijo ella, acariciándolos-. ¿Son tuyos?

– Sí. Parece que le caen bien a Hermione. ¿Cómo te encuentras?

– Muy bien -dijo ella con una sonrisa tímida-. De hecho, voy a levantarme y me gustaría tomar algo. Siento haberos preocupado.

– ¿Estás segura de que te encuentras lo bastante bien?

Ruby se levantó y riñó a Hermione por haber subido a la cama mientras que los sabuesos estaban echados junto a la puerta.

– Estoy bien, de verdad.

– Pediré algo de comer.

– ¿Tú tampoco has comido?

– Primero quería comprobar cómo estabas.

Ruby entró en el vestidor y descubrió los armarios y cajones llenos de ropa que desconocía.

– ¡Me has comprado todo un vestuario! -dijo, alzando la voz hacia Raja.

– Te pongas lo que te pongas, estarás preciosa -dijo él con voz ronca.

A Ruby le sorprendió el comentario. Se asomó al dormitorio con un camisón de seda transparente azul sobre el brazo, y descubrió a Raja cambiándose la túnica tradicional por unos vaqueros y una camisa. La elegancia de sus movimientos, la fuerza de sus músculos al contraerse, seguían dejándola sin aliento cada vez que lo miraba.

– Me voy a duchar -balbuceó.

El cuarto de baño era tan espectacular como el resto, y el chorro potente del agua le devolvió la energía. Por contraste, no pudo evitar preguntarse cómo había podido Raja soportar las incomodidades del palacio de Ashur, mucho más modesto, y su capacidad de adaptación sin emitir una sola queja contribuyó a que aumentara su admiración por él.

Cuando Ruby volvió al dormitorio, Raja estaba hablando por teléfono en árabe. Este alzó la cabeza y al verla con su pálido rostro enmarcado en su hermosos cabello rubio, y el camisón azul ajustado a la cintura y flotando alrededor de sus piernas, concluyó la conversación y guardó el teléfono.

La mirada que dedicó a Ruby hizo que esta se ruborizara, que se le endurecieron los pezones y que un pulsante calor se le asentara entre los muslos.

Raja cruzó la habitación sin apartar los ojos de los de ella y Ruby se quedó clavada al suelo. Sin mediar palabra, él le retiró el cabello hacia atrás y se inclinó para acariciar sus labios con la lengua, antes de abrírselos mientras le acariciaba el cuello y se apoderaba de su boca con una ferocidad que dejó a Ruby inerme.

Tomada por sorpresa por una pasión que Raja no intentó contener, Ruby echó la cabeza hacia atrás y al mirarlo a través de las pestañas se encontró con su ardiente mirada devorándola. Con un solo beso había conseguido prender una luz en su interior que irradiaba un resplandor cálido y envolvente.

– Te deseo tanto que ardo por ti -dijo él en un ronco susurro.

Ruby tembló al sentir que se humedecía y que el núcleo de su feminidad palpitaba. Estaba tan turbada que su garganta no lograba articular ningún sonido reconocible.

Pero no tenía ni la menor duda de lo que quería que sucediera a continuación. Sin que les diera una orden, sus manos se alzaron y empezaron a desabrochar la camisa de Raja. Los labios de este se extendieron en una sonrisa sensual y volvió a agacharse para besarla sensualmente.

– Voy a hacer que sea maravilloso para ti, aziz -dijo en un tono que hizo estremecer de placer anticipado a Ruby.

Las rodillas le flaquearon ante la certeza de que cumpliría su promesa. Sabía que le haría perder la cabeza y estaba deseándolo. Hipnotizada por la cruda sensualidad que desplegaba Raja, se alzó de puntillas para acariciarle el rostro y trazar la línea de sus angulosos pómulos y de sus preciosos y perfilados labios.

Él volvió a capturar su boca a la vez que escapaba de su garganta un gemido ahogado. La caricia de Ruby pareció liberar en él una pasión primaria, libre de todo autocontrol y Raja le quitó el camisón y la empujó sobre la cama antes de quitarse la camisa y echarse a su lado.

Contemplándola con la respiración entrecortada, susurró:

– No sé cómo he podido reprimir el impulso de tocarte. Ha sido una tortura.

Ruby se incorporó sobre los codos. Se sentía maravillosamente irresistible, y con ojos brillantes, se inclinó para bajarle la cremallera de los pantalones. El volumen que causaba su erección, complicó el gesto y Ruby rio al necesitar que él la ayudara. Entonces él le presionó a mano contra su sexo y la prueba de su deseo incrementó la excitación de Ruby que, agachándose, lo tomó en su boca, dejando que su cabello le acariciara los muslos.

Observándola, Raja gimió por la intensidad del placer y hundió los dedos en su cabello, apartándole la cabeza cuando estaba llegando al límite.

– ¿Raja? -dijo ella, desconcertada.

– Quiero entrar en ti -dijo él con voz ronca-. Y una vez no va a ser suficiente.

Temblorosa como respuesta a la tensa presión que le palpitaba en el interior, Ruby dejó que la moviera. Su cuerpo estaba listo y preparado, tan anhelante y ansioso que casi le daba miedo.

Raja la penetró de un solo y decidido movimiento, adentrándose en ella con una fuerza y una energía que estuvo a punto de hacerla desmayarse de placer. Gimió y jadeó cuando él le levantó las piernas sobre sus hombros y se meció en su interior de seda una y otra vez.

Una excitación incontrolable la poseyó mientras la conducía a un clímax delirante. En el momento álgido, perdió el control, sacudiéndose y retorciéndose con una satisfacción libre de todo control, con violentos espasmos que la sacudieron en sucesivas oleadas. Cuando terminó, Raja la abrazó contra sí sin dejar de susurrarle en su lengua, acariciándole el rostro con los dedos y la mirada.

No cenaron hasta medianoche.

Ruby se despertó de madrugada sintiendo náuseas una vez más y Raja insistió en que fuera a ver al médico por temor a que tuviera gastroenteritis. Mientras Ruby yacía intentando controlar las ganas de devolver, él se ocupó de concertar una cita y fue a vestirse.

Una hora y media más tarde, la pregunta que Ruby llevado haciéndose desde hacía días, obtuvo respuesta.

– Enhorabuena -dijo la doctora Sema Mansour con una amplia sonrisa-. Me siento honrada de darle una noticia tan importante.

Ruby hizo tal esfuerzo por sonreír que le dolieron los músculos del rostro.

– Por favor, no se lo diga a nadie -suplicó, aunque sabía perfectamente que sería un secreto difícil del guardar.

– Claro que no. Es un asunto confidencial.

Tomando su maletín, la médico que había recomendado la princesa Hadeel, se fue.

Una sirvienta sirvió a Ruby el desayuno en la cama y le ahuecó las almohadas para que estuviera cómoda.

Mientras mordisqueaba una tostada con desgana, Ruby se preguntó cómo recibiría Raja la noticia. La noche anterior habían hecho el amor y el grado de deseo que inspiraba a su marido le había hecho sentir exultante.

Pero nunca habían hablado de formar una familia, aunque Raja estuviera dispuesto a secundarla en su deseo de adoptar a Leyla.

Ruby había asumido que algún día querría tener hijos, pero hasta conocer a Leyla no había sentido la llamada de la Naturaleza. La niña le había robado el corazón, despertando un impulso maternal en ella que la había tomado por sorpresa.

Y en aquel momento, llevaba en su seno el bebé de Raja. Había sido rápido, aunque tenía que admitir, con cierto rubor, que los días en el desierto habían sido muy activos y se habían comportado como dos adictos al sexo.

Con una mueca de preocupación, se preguntó qué pasaría, pues era consciente de que la existencia de un heredero al trono lo cambiaba todo.

En poco tiempo, Ruby había estado dispuesta a olvidar el divorcio y su libertad si con ello conseguía adoptar a Leyla. Aun así, había confiado en que en unos diez años, Raja y ella pudieran llegar a un acuerdo que les permitiera seguir con sus vidas sin que sus respectivos países se vieran afectados.

Pero la irrupción de un segundo hijo en la ecuación la obligaba a mantener una actitud más práctica. Tenía que plantearse si estaba dispuesta a someter a Leyla y a su futuro hijo o hija a la experiencia de un hogar roto tan solo porque ansiaba que su marido la amara como ella lo amaba a él. Los niños deseaban que sus padres vivieran juntos. Y ella tenía la oportunidad de tomar decisiones que afectaran positivamente a sus hijos.

Raja apareció en la puerta con gesto expectante y preocupado. Al verla comer, el rictus de sus labios se relajó.

– Supongo que solo ha sido un mal de estómago por comer alimentos a los que no estás acostumbrada. Debía pedirle al cocinero que prepare comida inglesa.

– No, lo que necesitamos es usar mejores anticonceptivos -explicó Ruby, dando unos sorbos al té sin apartar la mirada de su marido.

Raja arqueó las cejas con expresión desconcertada.

– ¿Mejores anticonceptivos? -repitió.

– No usamos nada en el desierto -dijo Ruby con un suspiro, pensando que entre las náuseas y la tensión de los pechos, estar embarazada no le estaba resultando nada divertido.

Raja se quedó mirándola fijamente mientras su mente se aceleraba.

– ¿Estás…? -preguntó finalmente con voz temblorosa-. ¿Estás embarazada?

– Así, es. Enhorabuena, eres un semental -dijo ella en un tono que no invitaba al entusiasmo.

Raja pareció no reaccionar. La noticia le había dejado la mente en blanco.

– Me siento idiota. La verdad es que no me había planteado que pudiera pasar.

– Yo tampoco. Al menos hasta después de hacerlo -dijo Ruby.

– Debías haberme dicho que lo sospechabas. No puedo creer que haya pasado por alto que cupiera la posibilidad -dijo Raja en tono solemne.

– Eso es poco propio de ti -dijo Ruby, que lo tenía por un hombre que siempre lo planeaba todo-. En un principio he llegado a pensar que dejarme embarazada podía ser parte de un plan para dificultar que te pidiera el divorcio.

– Jamás querría que una mujer tuviera un hijo mío sin desearlo -replicó Raja al instante, pasándose los dedos por el cabello con impaciencia-. No soy Maquiavelo. El deseo que despiertas en mí es muy fuerte y he actuado siempre por razones puramente instintivas.

A Ruby le perturbaba no llegar a darse cuenta de qué emociones despertaba en Raja saber que estaba embarazada. Inicialmente, había asumido que le agradaría y por eso se lo había contado sin ninguna solemnidad, pero ni su rostro ni su actitud le daban pistas de lo que sentía.

– Seguro que Wajid va a estar encantado -continuó en tono de broma.

– Mientras que imagino que tú te sientes aún más atrapada que antes -dijo Raja, apretando los dientes-. Sé que querías ofrecer a Leyla un hogar, pero eres muy joven para asumir la responsabilidad de la maternidad.

– Raja, en mi colegio algunas chicas se quedaban embarazadas a los catorce años. Con veintiún años me considero lo bastante madura, o no habría sugerido adoptar a Leyla -dijo Ruby, sintiéndose ofendida y preguntándose si la consideraba inmadura.

Raja fue hasta la ventana y contempló el jardín con expresión tensa.

– Comprendo cómo debes sentirte con todos los cambios que están produciéndose en tu vida. Sé sincera contigo misma y conmigo.

Ruby se irguió, alerta.

– ¿Qué quieres decir? ¿Y cómo te sientes tú?

– Cuando supe que parte del tratado de paz exigía que me casara me sentí atrapado -admitió súbitamente-. No quería casarme con una mujer a la que no había elegido yo mismo. Mi padre me recordó que él ni siquiera conocía a su mujer antes de casarse, pero tal y como le dije, él había sido educado y había crecido en un mundo en el que eso era lo normal. Yo jamás había esperado que me concertaran un matrimonio, pero tuve que aceptarlo.

Con aquella inesperada confesión, Ruby sintió que le clavaba un cuchillo en el corazón. Hasta entonces siempre había pensado que ella era la víctima, pero nunca había considerado la posibilidad de que él se hubiera resistido a aceptar una mujer que no quería. «No quería casarme con una mujer a la que no había elegido yo mismo». Aquel a frase resumía todo lo que necesitaba saber.

En el fondo, todo el tiempo habían tenido mucho más en común de lo que ella había estado dispuesta a admitir. Era comprensible que Raja no hubiera compartido con ella sus propias dudas. Pero a pesar de las dudas que hubiera tenido, desde un principio se había intentado adaptar a su nueva posición y a las responsabilidades que su nueva vida exigía de ella, que, por otro lado, era mucho más interesante que la que había dejado atrás en Inglaterra.

Paradójicamente, le había dolido que su marido dijera que él también se había sentido atrapado al tener que casarse con ella. Era desafortunado averiguarlo en el preciso momento en que descubría que estaba esperando un hijo suyo. Pero quizá estaba siendo injusta con él, se dijo, intentando no reaccionar con el tipo de dramatismo del que Raja había acusado a su primer amor. Después de todo, ¿qué entusiasmo podía esperar de él por tener un hijo con una mujer a la que no amaba y que sería un eslabón más en la cadena que lo ataba a ella?

Raja se sentó en la cama y le tomó la mano.

– Tendremos dos hijos y formaremos una familia incluso antes de haber aprendido a ser una pareja.

– ¿Lo habías planeado de otra manera? -preguntó Ruby.

– Entre nosotros nada parece pasar de acuerdo a lo planeado, y quién dice que esto no sea lo mejor que podía habernos pasado -dijo él en actitud reflexiva, como si intentara convencerla-. Yo estoy acostumbrado a los cambios y sabré encajarlo, pero tú has sufrido muchas transformaciones en un breve espacio de tiempo, y comprendo que quedarte embarazada te resulte un exceso.

Ruby lo miró atónita.

– Yo…

– Sé que es culpa mía y que debía haber sido más cuidadoso -Raja suspiró-. Ya tenías bastante, sin necesidad de tener que asumir esta responsabilidad.

– Todavía no me has dicho qué sientes. ¿Te alegras de ir a tener un hijo? -preguntó Ruby, ansiosa.

Raja la miró con incredulidad.

– Por supuesto que deseo ese hijo, pero no a costa de tu salud física o emocional.

– Voy a estar perfectamente -dijo Ruby, desilusionada porque no hiciera un comentario algo más personal-. Pero dudo que esos vestidos tan bonitos que me has comprado vayan a servirme en los próximos meses.

– No pasa nada. Me encanta comprarte cosas -dijo Raja, acariciándole el interior de la muñeca-. Quiero que pases los próximos días descansando y acostumbrándote a tu nuevo estado.

Ruby sonrió con picardía.

– Entonces, ¿ya no va a haber más sesiones nocturnas de sexo?

El tono oscuro de la piel de Raja se intensificó al tiempo que esbozaba una sonrisa de complicidad.

– Oh, Ruby… -musitó, a la vez que la estrechaba en sus brazos y le daba uno de aquellos besos que la derretían.

Sintiéndose osada, Ruby retiró la sábana.

– Podrías descansar conmigo -lo invitó.

– Tengo que estar en una reunión en el otro extremo de la ciudad en menos de un cuarto de hora -dijo él, dándole un segundo beso. Y mirándola después fijamente, se puso en pie a regañadientes y se ajustó los pantalones para acomodar la inmediata respuesta de su cuerpo a Ruby-. Eres una tentación constante. Nos veremos por la tarde y repasaremos los papeles que debemos rellenar para solicitar la adopción de Leyla.

Ruby se consoló pensando que al menos su marido la encontraba muy atractiva. Y aunque solo se tratara de lascivia, había muchas parejas que compartían incluso menos que eso. Raja se había tomado la noticia con el mismo sentido de la responsabilidad con el que reaccionaba ante todo en la vida. No tenía sentido lamentarse por lo que no tenían en lugar de concentrarse en lo que sí. Y siempre cabía la posibilidad de que Raja llegara a quererla por puro hábito. ¿Qué tenía eso de malo? ¿Necesitaba poesía y hacer manitas? Habría sido mucho peor enamorarse de un hombre que perteneciera a otra mujer. Al menos estaba casada con un hombre espectacularmente guapo y sexy, ¿cómo era posible que sintiera lástima de sí misma?

Estaba adormeciéndose cuando oyó sonar un teléfono móvil. Con un gruñido alzó la cabeza y al ver la luz de la pantalla de un teléfono oculto entre los pliegues del edredón, imaginó que se le había caído a Raja al besarla.

Ruby lo tomó y de inmediato vio la fotografía de una preciosa rubia.

Eso bastó para que, sin el menor sentimiento de culpa, Ruby averiguara que alguien llamado Chloe le había enviado numerosos mensajes muy sugerentes. Una mujer que obviamente debía ser su amante y con la que habría compartido mucha más intimidad que con ella. Ruby releyó los textos horrorizada. Los mensajes habían sido enviados después de casados. Ruby revisó los mensajes salientes y comprobó que si Raja los había contestado, se había ocupado de borrarlos.

La cuestión era quién era Chloe y qué iba a hacer ella al respecto. ¿Se trataría de su última novia? ¿Por qué no le había exigido que dejara de importunarlo? ¿Por qué no había dado la relación por terminada si había prometido serle fiel mientras estuvieran casados?

De pronto la calma inicial con la que Ruby había reaccionado al ver la llamada empezó a resquebrajarse como si se tratara de un volcán a punto de estallar.

Capítulo 10

LA ANGUSTIA envolvió a Ruby durante unos minutos que se le hicieron eternos porque no era capaz de pensar.

Había sido engañada con anterioridad, pero solo por hombres con los que se había negado a acostarse, y nunca le había causado tanto dolor como para querer gritar y llorar al mismo tiempo.

Sin embargo, ella había confiado intuitivamente en Raja.

Miró de nuevo la foto de Chloe. Era una mujer muy hermosa. Pocos hombres se veían sometidos a la prueba de abandonar a una mujer como aquella a cambio de un matrimonio concertado. ¿Por qué iba a Raja a serle fiel si no la amaba?

Hacía unas horas, al descubrir que estaba embarazada, había sido sincero por primera vez y había confesado que tampoco él había querido casarse. Hasta entonces había sufrido en silencio mientras ella aireaba su mal humor y su resentimiento. Saber la verdad le había resultado doloroso.

¿Pensaría Raja conservar a Chloe mientras fingía ser un devoto esposo? ¿Representaba ella la libertad frente a las obligaciones de la vida real y de un matrimonio al que se había visto forzado?

Dudaba que la llegada de dos hijos lo acercaran más a ella, sino que más bien le harían sentir más atrapado. Las exigencias de la vida doméstica que conllevaba una familia nunca podrían competir con el excitante atractivo de Chloe, que estaba dispuesta a enviarle mensajes insinuantes sobre lo que le gustaría hacerle entre las sábanas.

Ruby estaba destrozada. Había comprendido a lo que Raja se refería al decir que deberían haber tenido más tiempo para conocerse como pareja antes de convertirse en padres. Era consciente de que había buscado su propia ruina. Las lágrimas le corrieron por las mejillas al pensar en Leyla, porque sabía que a pesar de todo, habría seguido actuando de la misma manera respecto a ella. La necesidad que sentía de proporcionarle un hogar era más poderosa que ningún otro sentimiento. Pero con ello había forzado a Raja a un compromiso que este probablemente rechazaba. Ruby echaba de menos terriblemente a la niña y esperaba con ansiedad a que llegara el día en que pudiera ir a recogerla. Había imaginado la escena numerosas veces, con Raja a su lado, apoyándola, conquistando a la niña tal y como había hecho en su primer encuentro, pero estaba segura de que las insinuantes e íntimas promesas de los mensajes de Chloe debían resultarle sin duda mucho más atractivas.

Tras vestirse con una falda vaquera y una camiseta, Ruby salió al patio a tomar una ensalada de pollo. Se trataba de un precioso patio con naranjos y flores que suavizaban el impacto de las murallas de piedra. En el centro había una susurrante fuente que refrescaba el ambiente y aliviaba el calor. De haber estado de mejor humor, Ruby se habría sentido en el paraíso.

No dejaba de pensar en qué le diría a Raja sobre los mensajes. Tendría que ser directa y mostrarse tranquila, pero cuando la conversación concluyera debía haber averiguado hasta qué punto Chloe era importante para él, y él tendría que ser honesto y confesar la verdad.

Los ladridos de Hermione le anunciaron la llegada de Raja, tal y como confirmó el eco de pisadas aproximándose justo antes de que apareciera vestido con un ligero traje italiano, tan guapo como siempre.

– ¿Me he dejado aquí el teléfono? -dijo al tiempo que alargaba la mano hacia el teléfono, que estaba sobre la mesa-. Lo he estado buscando por todas partes. Lo uso constantemente…

El rostro de Ruby se tensó.

– Lo sé -dijo con gesto serio-. Voy a serte franca: he leído los mensajes de Chloe. Me temo que al llamar ha salido su foto y ante la sorpresa, no he podido evitar curiosear. Y si quieres que te diga la verdad, me alegro.

Por una fracción de segundo, Raja se quedó paralizado.

– Chloe -repitió en tono de hastío-. Esa es una historia pasada.

– Si es así, ¿por qué ha seguido mandándote mensajes hasta la semana pasada?

Raja frunció el ceño.

– ¿Has leído mis mensajes?

Ruby alzó la barbilla.

– Estamos casados -dijo, airada-. He pensado que estaba en mi derecho.

Raja la miró con expresión retadora.

– Incluso casados, me corresponde cierto grado de intimidad.

– Si vas a estar casado conmigo, no está bien. Reconozco que no ha estado bien, pero no me arrepiento de haberlo hecho -concluyó Ruby sin titubear-. Por mi parte, no guardo ningún secreto.

Raja la observó con expresión impasible y el corazón de Ruby se aceleró. De pronto, él la desconcertó esbozando una sonrisa.

– Me avergüenza pensar que hayas leído esos mensajes.

– Debía avergonzarte haberlos recibido -dijo Ruby. Pero la confesión de Raja y su sonrisa, habían empezado a quebrar su enfado. Le costaba creer que sonriera así si había algo serio entre él y Chloe.

– Mi relación con Chloe ha terminado. Terminó en el mismo instante en que tú y yo consumamos el matrimonio -dijo Raja.

– Si es así, ¿por qué sigue enviándote ese tipo de mensajes? -insistió Ruby.

– Piénsalo -dijo Raja-. Para mí Chloe era un objeto sexual. Para ella, yo representaba el dinero que me gastaba en contentarla, y es lógico que le cueste aceptar que ya no va a tenerlo. Como no quería volver a verla, intenté llegar a un acuerdo económico con ella a través de mi abogado. Supongo que con esos mensajes intenta atraerme de nuevo a su cama, y pensé que contestándole solo la animaría a insistir.

– Así que era tu amante -señaló Ruby, aliviada por la explicación de que no había habido nada emocional en su relación, pero al mismo tiempo perturbada por la capacidad que tenía Raja de disociar el sexo del afecto-. Hablas de ella con tanta… frialdad.

– El acuerdo nos satisfacía a los dos. Yo no quería complicaciones y ella quería los lujos que le proporcionaba su relación conmigo -Raja se encogió de hombros-. Pero ahora te tengo a ti y mientras sea así, no necesito a ninguna otra mujer.

Hubo algo maravilloso y balsámico para Ruby en aquella afirmación. Raja se expresó con una determinación y una vehemencia que no le dejó duda de que decía la verdad, y le halagó saber que le gustaba tanto como para sustituir a cualquier sofisticada amante que hubiera tenido en el pasado. Gran parte de la tensión que la había dominado, se diluyó súbitamente.

– Me he sentido fatal cuando he visto los mensajes -admitió a regañadientes.

– Comprendo que hayas dudado de mi integridad. Pero puedes confiar en mí, Ruby -dijo él con franqueza-. Creo en la mutua confianza y en la honestidad dentro de la pareja. No te traicionaría con otra mujer.

Ruby sentía que le picaban los ojos y pestañeó para contener las lágrimas, pero algunas rodaron por sus mejillas.

– Te creo -dijo con voz temblorosa-. Y no sé por qué estoy llorando -añadió con una risita.

– Hadeel me ha advertido de que podrías estar especialmente emocional durante los próximos meses debido a las hormonas -dijo Raja, sorprendiendo a Ruby con la predicción y explicando precipitadamente-: Le he dicho que estabas embarazada.

Ruby lo miró con ojos muy abiertos.

– ¿Se lo has dicho ya a tu familia?

– Solo a Hadeel, porque es la hermana con la que tengo la relación más estrecha, y guardará el secreto hasta que lo compartamos con los demás. ¡Era una noticia tan maravillosa que tenía que contárselo a alguien! -exclamó Raja entre disculpándose y exultante.

Era la primera vez que daba muestras de estar contento con la noticia del bebé y saberlo hizo que Ruby volviera a sentir ganas de llorar.

– No sé qué me pasa -balbuceó sin conseguir contener las lágrimas.

Susurrándoles palabras afectuosas, Raja la tomó en brazos, entró en la casa y abriendo la puerta del dormitorio con el hombro, la dejó sobre la cama.

– ¿Quieres que empiece a mandarte mensajes como los de Chloe? -preguntó ella de pronto.

Raja la miró desconcertado y se echó a reír.

– No, gracias. Para serte sincero, no es mi estilo.

– ¿De verdad? -preguntó ella, ansiosa.

– De verdad. Me gusta más hacerlo que hablar de ello, aziz -dijo con ojos brillantes-. Sobre todo, siempre que sea contigo.

– ¿En serio crees que te bastará conmigo?

– Te aseguro que sí -afirmó Raja con rotundidad.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

– Porque has sido especial desde el primer momento. En cuanto te vi en la fotografía, pensé que eras preciosa, y conocerte en persona solo contribuyó a confirmarlo -confesó Raja-. Desde que te vi en el despacho me costó apartar la vista de ti, y pronto descubrí cuánto me excitabas.

– A mí me pasaba lo mismo -dijo Ruby-. Pero antes has dicho que te sentías frustrado por tener que casarte…

– Hasta que vi a mi preciosa novia y mi destino se hizo mucho más soportable -la cortó Raja, riendo al ver la cara que ponía-. Lamento ser tan predecible, pero te deseé desde el primer instante y debo admitir que eso contribuyó a que olvidara las objeciones que tenía a aceptar un matrimonio concertado.

Ruby frunció el ceño.

– Suena terriblemente primitivo.

Raja alzó las manos como si le pidiera que esperara a forjarse una opinión definitiva.

– Pero es que en cuestión de horas y cuando menos lo esperaba, me di cuenta de que me había enamorado de ti.

– ¿Que te habías qué? -exclamó Ruby, atónita.

– Inicialmente fue algo puramente sexual, pero luego fueron tu sonrisa, tu fuerza y tu sentido del humor lo que me atrajeron. Me enamoré de ti sin ni siquiera darme cuenta -declaró Raja, mirándola arrebatadamente-. Sin previo aviso, te habías convertido en lo más importante de mi vida.

– No puedo creerlo. Dijiste que te habías acostado conmigo para que nuestro matrimonio fuera de verdad.

– Lo hice porque te deseaba. Cualquier otra aspiración fue secundaria -admitió-. De hecho, me molestó que más tarde dijeras que te daba lo mismo lo que hiciera.

– Entonces, ¿no planeaste seducirme?

– No pude evitarlo -dijo Raja, entrelazando sus dedos con los de ella.

– Yo estuve insoportable en el desierto y te traté como si fuera culpa tuya.

– Estabas asustada y tratabas de disimularlo. Era lógico -dijo Raja. Y le besó los labios delicada y pausadamente-. Y luego me entregaste tu cuerpo y yo habría hecho cualquier cosa por ti.

– Para mí esa noche fue excepcional, pero para ti no pudo ser tan especial.

– Claro que lo fue, aziz. Aunque creo que me enamoré de ti por el poco respeto y la naturalidad con la que me tratabas.

– No me tomes el pelo -dijo ella, hundiendo los dedos en el cabello de Raja y atrayéndolo hacia sí para besarlo con toda su alma.

– La segunda noche que pasamos juntos fue extraordinaria -dijo Raja, mirándola con ojos chispeantes-. Y maravillosa.

– Sí que lo fue -coincidió Ruby, arqueándose hacia él para obligarle de nuevo a que se agachara.

– Pensaba que no volvería a amar nunca, pero entonces te conocí y supe que serías la mujer de mi vida. Intenté dominarme, pero fue en vano. Cuando nos rescataron y me dijiste que no querías tener nada que ver conmigo, intenté todos los trucos de seducción posibles, pero tú desaparecías cada tarde y solo me hablabas cuando era inevitable. No estoy acostumbrado a ser ignorado.

– Seguro que fue una buena lección -bromeó Ruby, arrugando la nariz-. Entretanto, yo sentía que me había comportado como una estúpida. Primero había exigido que mantuviéramos una relación platónica y luego me dejaba seducir sin ofrecer la menor resistencia. Llegó un momento en que no sabía cómo actuar.

– Y yo permanecía en vela cada noche, ardiendo en deseo por ti -gimió Raja, estrechándose contra ella-. Nunca me había sentido tan frustrado, pero al mismo tiempo sabía que no debía presionarte.

– Es cierto que necesitaba un poco de espacio -Ruby frotó su mejilla contra la mano de Raja como si quisiera consolarlo por el dolor de aquellos días-. Yo también te deseaba, pero estaba angustiada. Además, estaba exhausta y temía cometer un error si confiaba en ti.

– Fui yo quien cometió el mayor error. Fui demasiado impaciente -suspiró Raja, con la mirada velada-. No debería haberte tocado mientras estuvimos en el desierto. Te arrastré a una situación para la que todavía no estabas preparada, y en el proceso, casi te pierdo.

– Es imposible planearlo todo. Yo también me había enamorado de ti a mi pesar -musitó Ruby, mirándolo con ojos que rebosaban amor y abrazándose a él-, pero tenía miedo de que me hicieras daño y de estar enamorándome de un hombre que nunca sentiría lo mismo por mí.

– Jamás te haré daño, aziz. Eres mi amor, y mi felicidad depende de la tuya.

– ¿Eso quiere decir que ya no te sientes atrapado?

– No, porque estar atrapado contigo es sinónimo de libertad -dijo Raja-. Cuando me has dicho que estabas embarazada me he sentido culpable por haber actuado de una manera tan egoísta e irreflexiva.

– Aquella noche valió la pena. Volvería a hacerlo una y mil veces -dijo Ruby, acariciándole el torso y sonriendo de satisfacción cuando él buscó sus labios y la besó apasionadamente.

– Algún día me gustaría llevarte de nuevo al desierto y mostrarte sus maravillas.

– Ya me las mostraste el otro día -dijo ella, que no sentía la tentación de estar rodeada de escorpiones y serpientes.

– Te amo -dijo él al cabo de un rato, mientras yacían el uno junto al otro tras saciar su mutuo deseo.

– Y yo a ti, pero las palabras no bastan. Ni me has leído poesía ni hemos hecho manitas -bromeó Ruby.

– Por favor, no me hagas leer poesía -gimió él-. La odio con toda mi alma.

Ruby rió y besó su firme barbilla, aspirando su delicioso aroma. Se sentía feliz y le bastaba su presencia para sentirse amada.

Epílogo

CASI DOS años más tarde, Ruby sonreía al ver que Leyla mandaba a su hermano Hamid a ordenar los juguetes, antes de explicarle cómo hacerlo y a ayudarlo.

Leyla era una niña vivaracha de cinco años con una actitud protectora y un tanto mandona hacia su hermano.

Hamid caminó sobre sus firmes piernecitas y metió un camión en la caja de los juguetes, olvidando al instante los demás coches esparcidos por la alfombra. Incluso tan pequeño, estaba acostumbrado a la presencia de sirvientes que recogían detrás de él y hacían cualquier cosa por satisfacerlo.

Hamid, el heredero al trono unificado de Najar y Ashur era tratado como si fuera la octava maravilla del mudo.

Podría haberse convertido en un niño mimado, pero Raja era consciente del peligro y actuaba como un padre cariñoso pero firme.

Con sus grandes ojos negros y su cabello rizado y negro, el hijo de Ruby era la viva imagen de su padre, y tenía el temperamento vivo y la determinación de su madre. Ruby intentó contener la risa al ver cómo Leyla intentaba obligar a su hermano a seguir ordenando mientras este se sentaba y se resistía a dar un solo paso más con un testarudo silencio.

Ruby seguía asombrándose de ser madre de dos hijos y de que hubiera llegado el segundo aniversario de su boda con Raja. El tiempo había pasado volando y cargado de valiosos momentos. La adopción de Leyla había representado un momento álgido de felicidad. Ruby nunca olvidaría el día en que Raja y ella habían ido a recogerla al orfanato. Un decreto real la había nombrado princesa para que no fuera el único miembro de la familia sin título real.

Afortunadamente, siguiendo el ejemplo de la familia real, muchos de sus compañeros de orfanato fueron también adoptados.

El cumpleaños de Hamid, un par de meses atrás, se recibió con júbilo y con celebraciones públicas en Ashur y Najar. Su hijo representaba la siguiente generación de gobernantes y era el símbolo de los cambios positivos que se habían producido en los dos países. Ashur había salido de su estado de ruina y devastación. Lentamente se reconstruían las infraestructuras y las cifras de desempleo disminuían, al tiempo que leyes más liberales habían contribuido al desarrollo del comercio y el turismo. Con el aumento de su nivel de vida, el estado de ánimo del pueblo de Ashur había mejorado y los ciudadanos de ambos países se relacionaban cada vez más entre sí y viajaban con regularidad de un país a otro.

Raja y Ruby disfrutaban de una gran popularidad. Ruby no había llegado a tomar parte en las decisiones de gobierno porque al poco de fallecer el padre de Raja, el rey Ahmed, el año anterior, se habían celebrado elecciones y la monarquía había adquirido un papel representativo constitucional. La muerte de su padre había representado un duro golpe para Raja, y su dolor, compartido con Ruby, los había unido aún más.

Ruby jamás hubiera soñado que pudiera ser tan feliz en su matrimonio, pero Raja le hacía sentir maravillosamente feliz y segura. Era increíblemente paciente y afectuoso con los niños, y a ella la apoyaba en todo. Viviendo con él se sentía irresistible y adorada.

Alto, guapísimo y, como siempre, objeto de las fantasías de su mujer, Raja apareció en la puerta del cuarto de jugar con una sonrisa que hizo que el corazón Ruby diera un salto de alegría.

– Tenemos que marcharnos -dijo son una sonrisa arrebatadora.

Ruby salió de su ensoñación al tiempo que Hamid y Leyla corrían hacia su padre. Raja los abrazó e hizo una señal al servicio para que se ocuparan de ellos, a la vez que alargaba la mano hacia Ruby para que se moviera.

– ¿Por qué no me dices dónde vamos? -preguntó ella mientras lo seguía fuera del palacio y hacia un helicóptero.

– Es una sorpresa de aniversario -dijo él una vez más.

Cuando Ruby vio que sobrevolaban el desierto, se le encogió el corazón. Pero cuando se dio cuenta de que descendían sobre una formación rocosa, sonrió.

Raja bajó de un saltó y la ayudó.

– He instalado electricidad y un cuarto de baño, pero me temo que no hay supermercado.

Ruby parpadeó al ver la gran estructura de lona que tenía ante sí.

– ¿Pero qué es…?

– El único tipo de sitio en el que tú podrías vivir en el desierto, habibi -dijo Raja-. He incluido todas las comodidades posibles para que podamos celebrar nuestro aniversario y recordar nuestra primera vez.

– ¡Qué romántico!

Bajo la sombra del toldo, Ruby se giró entre los brazos de Raja para mirarlo con expresión amorosa. Por él, estaba dispuesta a actuar como si disfrutara de cada minuto de la estancia en el desierto que Raja había preparado con tanto cuidado.

– Quería haberlo hecho el año pasado, pero Hamid era demasiado pequeño y no habrías querido dejarlo solo -dijo Raja.

Cuando entraron en el espacio central, Ruby se quedó boquiabierta por la opulencia que los rodeaba. Había alfombras y sillones, una cama y, al fondo se veía una puerta tras la que imaginó que estaría el cuarto de baño.

– Tú sí que sabes conquistar el corazón de una chica -dijo con ojos brillantes-. ¿Cómo has organizado todo esto sin que me enterara?

– Con mucho sigilo. Llevo semanas planeándolo -confesó él, tomándola de las manos y besándosela-. Feliz aniversario, Majestad. Que celebremos muchos, muchos más juntos…

Ruby alzó la mirada a sus ojos dorados y se sintió desfallecer de amor al tiempo que se estremecía al imaginar que más tarde se bañarían desnudos en la poza.

Estaba segura de que Raja creía que, teniendo un cuarto de baño, no querría repetir esa experiencia, pero Ruby estaba decidida a sorprenderlo.

– Te adoro -dijo en un susurro-. Yo te había preparado una cena con tu comida favorita, pero te la has perdido.

– No creas. Dentro de unas horas llegará un chef para ocuparse de nuestra cena.

– No se te escapa ningún detalle -dijo Ruby, apoyando la cabeza en su pecho, emocionada-. Por eso te amo tanto.

Tomándola por la barbilla, Raja le hizo alzar el rostro y la besó con una pasión que hizo que el mundo girara a su alrededor. Entonces la tomó en brazos y la depositó sobre la cama. Sintiendo la felicidad burbujear en su interior, Ruby dejó que Raja le mostrara la pasión que sentía por ella, que era otra de las muchas razones por las que lo amaba hasta la locura.

Lynne Graham

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