Capítulo 11
—¿Por qué quieres ser hacker?
La Harry de trece años intentó dar con alguna respuesta que impresionara a aquel chico moreno y guapo con una media sonrisa. Como no se le ocurrió nada, le confesó la verdad.
—Porque puedo hacerlo.
Esperaba alguna reacción, pero ni se inmutó. Por el contrario, parecía absorto admirando la colección de soldadores y destornilladores repartidos por los estantes de su habitación. Iba de negro, como un joven sacerdote, y lucía un flequillo espeso que le llegaba por encima de las gruesas cejas. En aquella situación, a ella le hubiera gustado lucir otra ropa en lugar del uniforme escolar marrón y aquellos horribles zapatos acordonados.
Su madre había hecho subir al muchacho hasta su habitación y se comportaba como si el FBI hubiera aparecido por la puerta. Cuando él se presentó como Dillon Fitzroy, investigador de la Bolsa de Dublín, un escalofrío recorrió la espalda de Harry.
El chico cogió un destornillador y, con la punta, se iba propinando golpecitos en la mano.
—Así que dime, ¿por qué Pirata? —preguntó refiriéndose a su seudónimo.
—Pi-ra-ta —corrigió Harry, pronunciando rápidamente la palabra con una «r» vibrante—. Así es como se dice en español.
Sonaba infantil, pero él asintió con la cabeza como si se tratara de una elección acertada. La miró fijamente y su boca dibujó una amplia sonrisa.
—¿Te parece bien que te haga estas preguntas?
Ella también asintió mientras notaba cómo le empezaban a arder las mejillas. Se sentó en la cama y se quedó mirando sus gruesos zapatos, rogando porque aquel encendido rubor desapareciese. Era plenamente consciente de que su madre se encontraba al otro lado de la puerta escuchándolo todo.
Los ojos de Dillon barrieron toda la habitación, incluido el amasijo de hardware informático desmontado y radios destrozadas.
—¿Estás construyendo algo?
Ella intentó encoger los hombros con un aire indiferente.
—Ponme en una habitación con una caja que tenga cables y te la desmontaré.
Arrepentida de aquella actitud displicente, se mordió los labios. Sabía que se hallaba en un buen aprieto.
Dillon sacó la silla con ruedas situada debajo del escritorio y encontró un gran paquete rojo sobre el asiento. Harry lo cogió rápidamente y se lo colocó en el regazo. Dillon se sentó de cara a ella con los brazos cruzados.
—Comprendes la razón de mi visita, ¿verdad?
Por fin iban al grano. Ella no apartaba la mirada del suelo.
—Sí.
—¿Te importa que le eche una ojeada? —preguntó al tiempo que señalaba el ordenador.
Harry negó con la cabeza, aunque él ya se había dado la vuelta para situarse de cara a la pantalla. Tecleaba muy rápido. Harry se fue moviendo sobre la cama hasta encontrarse lo bastante cerca para alcanzar a ver qué hacía. El texto corría en la pantalla; estaba echando un vistazo a sus archivos y comprobaba el estado de sus herramientas de hackeo.
—Vives en una casa muy bonita —le dijo sin mirarla.
Harry arqueó las cejas.
—Supongo. Sólo hace un año que vivimos aquí.
Fijó su atención en las pomposas cortinas blancas y la ropa de cama con encaje: era la habitación de una princesa. Resultaba absurdo que aún echara de menos el diminuto desván reformado que había compartido con Amaranta, con sus estrechos divanes y la comba que su hermana extendía en el suelo para delimitar su territorio. Pero su padre había conseguido un nuevo empleo. Su madre insistió en recordarle lo mal que había acabado en Schrodinger, pero él aseguró que, en aquella ocasión, todo sería distinto. En eso no se equivocaba.
Volvió a mirar a Dillon y se dio cuenta de que él la estaba observando. Repasó con la vista su uniforme escolar y acabó fijándose en aquellos zapatos con los que daba la impresión de tener los pies torcidos. Harry cerró los ojos muerta de vergüenza.
—¿Y has cambiado de colegio? —le preguntó mientras se centraba de nuevo en los archivos.
Algo se le revolvió en su interior cuando pensó en el colegio. Se encogió de hombros y dibujó una expresión que daba a entender que carecía de importancia.
—Sí, pero puedo soportarlo, excepto las conversaciones sobre las vacaciones en la nieve o la ropa de diseño exclusivo. —Bajó la voz y señaló con la cabeza hacia la puerta—. Mamá cree que debería hacer más amigos.
—Las madres son difíciles de complacer.
Ella le lanzó una rápida mirada. No había ningún rastro de burla en sus ojos oscuros.
Dillon señaló el paquete que Harry tenía en su regazo.
—¿Es un regalo de Navidad?
Ella lo apartó a un lado.
—Es para papá. Aún no se lo he dado.
—¿No está aquí?
—Estuvo jugando al póquer en Nochebuena. Seguramente aparecerá dentro de uno o dos días.
Dillon abandonó su tarea.
—¿Se perdió las navidades?
Ella se encogió de hombros.
—Como la mayoría de las veces.
Dillon se quedó callado un momento. Harry cogió el paquete para dejarlo sobre la cama y, al moverlo, se oyó el ruido de su contenido. Le había comprado a su padre un juego completo de póquer: seiscientas fichas de plástico, dos barajas de cartas y un grueso libro de instrucciones, todo ello dentro de un brillante estuche negro. Había ahorrado durante meses para comprarlo.
Dillon se concentró de nuevo en la pantalla. Entornó los ojos para inspeccionar un archivo y Harry forzó la vista para averiguar qué había captado su interés. Se trataba del código de una de las herramientas de hackeo que ella misma había diseñado.
Dillon dio unos golpecitos entrecortados sobre las teclas, cerró el archivo y abrió otro. Hizo avanzar el texto que apareció en la pantalla y seguidamente se detuvo a estudiarlo línea por línea. Mantuvo los ojos fijos en la pantalla y emitió un débil silbido.
Señaló una línea de código.
—¿Y cuál es la función de este trozo?
Harry lo leyó y empezó a explicarle cómo lo había diseñado atropellando las palabras, impaciente por comunicar sus ideas. Tuvo que inclinarse hacia él para alcanzar el teclado y percibió el calor de su cuerpo y el olor del aromático y suave jabón que usaba.
Cuando acabó, Dillon se quedó mirándola a la cara un buen rato.
—¿Has hecho todo esto tú sola?
—Sí. —Harry respiró hondo—. ¿Ahora puedo preguntarte yo algo?
—Claro.
No apartaba su mirada de la de Harry.
—¿Cómo has dado conmigo?
—Fue sencillo. Colgaste demasiada información sobre tu proeza en los tablones de noticias. Los de seguridad siempre estamos atentos a ese tipo de cosas. Si permaneces en línea durante un cierto tiempo, también podemos localizarte.
Harry se sintió como una estúpida. Así de simple. Había sido poco cuidadosa, pero al fin y al cabo no estaba acostumbrada a esconderse.
Dillon tecleó algo y cerró los archivos. Después, giró la silla para mirarla de frente. Cogió de nuevo el destornillador y comenzó a darle vueltas sobre el escritorio.
—Tocaste archivos de operaciones financieras que pertenecían a la Bolsa de Dublín —dijo—. ¿Sabes qué ocurrió cuando detectaron el error?
—No.
—El administrador de bases de datos casi pierde su empleo. —Dillon se inclinó hacia delante con expresión grave—. Sólo tiene veinticuatro años y su mujer está embarazada.
Harry bajó la cabeza. Sintió que la piel le ardía como si le estuviera brotando una molesta erupción.
—No pensé... Parecía algo sin importancia.
Dillon negó con la cabeza.
—No sólo estás jugando con ordenadores, también puedes arruinar la vida de la gente.
Harry no era capaz de mirarle.
—Lo siento.
—Explícame qué otros sistemas has dañado.
De repente, irguió la cabeza.
—Es la primera vez que hago algo así. Normalmente no causo ningún daño, sólo echo un vistazo.
La observó un momento. Ella no sabía si le creía. Dillon lanzó el destornillador sobre el escritorio con estrépito y se cruzó de brazos como si ya lo hubiera decidido.
—De acuerdo, ya he visto cómo lo haces. Ahora querría saber el porqué.
—Ya te lo he dicho.
—No, no lo has hecho. Tu respuesta ha sido una evasiva. Cuéntamelo otra vez, ¿por qué quieres ser hacker?
Harry tenía la mente en blanco. ¿Qué tipo de respuesta esperaba? Se sintió como si estuviera en el colegio y el profesor le planteara una serie de preguntas ideadas para conducirla a una única respuesta. Pero ¿cuál era?
Trató de analizar de qué modo se sentía cuando acometía alguna de sus hazañas.
—Bueno, está bien, es posible que me encante meterme en los sistemas y acceder a lugares a los que no debería entrar.
—Así que te gusta correr riesgos. ¿Por qué? ¿Te hace sentir poderosa?
Harry recordó cómo se le erizaba el vello de la nuca siempre que estaba a punto de conseguir introducirse en un sistema. Pensó en cómo la adrenalina corría por sus venas cuando abría la última puerta de alguna red. Tenía razón. Ser hacker le hacía sentir más poderosa que ninguna otra cosa en la vida. Pero había algo más.
Negó con la cabeza.
—Supongo que en parte sí. Pero sobre todo es que no creo a la gente cuando me asegura que no puedo acceder a un sistema. No tiene que ser cierto sólo porque un manual lo diga. —Se frotó la nariz como si de ese modo ordenara sus pensamientos—. Sé que siempre existe una manera de conseguirlo si tengo la paciencia suficiente.
—Entonces ¿es por la tecnología? ¿Quieres averiguar cuál es la clave de todo?
—Sí, algo así. Es como si... no sé. —Le miró a la cara—. Como buscar la verdad.
Los ojos de Dillon brillaban. Permaneció sentado y en silencio.
—Precisamente en eso consiste ser hacker. En buscar la verdad.
Se inclinó hacia delante apoyando los codos sobre las rodillas, con las manos juntas. Su cara estaba sólo a unos centímetros de la de Harry.
—La gente piensa que la labor de un hacker es sinónimo de destrucción, pero no pueden estar más equivocados. Tiene que ver con poner a prueba la tecnología, llevarla al límite y compartir conocimientos. Un verdadero hacker expande su mente más allá de lo que se escribe en los libros o de lo que se enseña en las aulas. Encuentra una forma de hacer las cosas allí donde el pensamiento convencional fracasa. —Dillon clavó sus ojos en ella—. Todo eso es bueno, son las personas las que son malas.
Cogió las manos de Harry, que notó una oleada de calor por todo el cuerpo y se sobresaltó.
—Ser hacker es una actitud —le explicó—. No sólo lo somos con los ordenadores, sino también con nuestras propias vidas. —Le apretó las manos con fuerza y sus ojos ardieron en los de Harry—. Nunca permitas que lo que digan los demás te haga sentir limitada. Nunca aceptes su versión de cómo deben ser las cosas.
Harry lo escuchaba fascinada. «Limitada.» Así se sentía cada minuto del día. Controlada por su madre, que estaba siempre disgustada con ella; etiquetada en el colegio, donde no conseguía dar la talla. De repente, comprendió que Dillon le estaba explicando de qué manera debía afrontar la vida.
Dillon dejó caer las manos sin más y se recostó, como si de repente se sintiera avergonzado de su propia intensidad.
—Fin de la lección. Gracias por haber hablado conmigo. —Se levantó y se dirigió hacia la puerta—. No hace falta que me acompañes.
Harry se puso de pie, confusa por aquel cambio repentino.
—Pero espera... y ahora ¿qué pasará?
Dillon se encogió de hombros.
—Probablemente nada. Debo informar a tus padres sobre todo lo que has hecho, pero nadie va a llevar a los tribunales a una niña de trece años. Aunque, si lo repites, te meterás en un buen lío.
Con la mano en el pomo de la puerta, volvió a mirarla con ojos todavía algo febriles.
—Algún día tendré mi propia empresa con los mejores ingenieros del país. —Retorció los labios y le guiñó un ojo—. Si no acabas antes en la cárcel, quizá te contrate.