Capítulo 16
Harry se acurrucó delante de una taza de té y empezó a reflexionar sobre las ilusiones ópticas. «Me ves, no me ves», pensó.
La imagen del laberinto se dibujó en su mente y sintió una opresión en el pecho. Dejó la taza y salió disparada por el pasillo para comprobar el estado de la puerta de su apartamento. Aún estaba cerrada. Después dio una vuelta por todas las habitaciones fijándose en las ventanas y prestando atención a cualquier sonido que no le resultara familiar. Era la segunda ronda que daba aquella mañana.
La noche anterior, Dillon la había llevado en coche de vuelta a su apartamento y se quedó allí hasta que ella se durmió en el sofá. Cuando despertó, un edredón la cubría hasta los hombros y todo indicaba que él había dormido en el suelo. Dillon ya se había levantado para ir a la oficina. Arrodillado junto a ella, le pidió después que se tomara un descanso.
Echó un vistazo al apartamento vacío y tembló. Había pasado las últimas horas limpiándolo, pero aún no se sentía en casa.
Dillon había llamado a la policía desde su coche justo después de salir del laberinto, pero cuando los agentes llegaron allí, no había rastro del intruso. El único indicio que vio la policía fue una verja oxidada con las bisagras dobladas.
Harry extendió la mano para comprobar el cierre de la ventana de guillotina de la sala, pero en el último momento apretó el puño. ¡Maldición, basta de rituales neuróticos! Volvió a la cocina con paso firme, se preparó un café lo bastante fuerte para estimular su mente y empezó a caminar de un lado a otro mientras se lo bebía. La hinchazón de la rodilla empezaba a remitir y el cuerpo ya no le dolía tanto. La necesidad de acción le atravesó las extremidades como una corriente eléctrica.
Necesitaba datos concretos. ¿Qué había ocurrido con la operación Sorohan? ¿Quiénes eran los otros miembros de la organización? ¿Cómo había actuado su padre? Si lograba entender la mecánica de las actividades ilícitas de su padre, quizá podría averiguar de dónde provenían los doce millones de euros y quién diablos se encontraba detrás de aquel asunto.
Respecto a las ilusiones ópticas, ella se guiaba más por la ciencia y la tecnología que por el humo y los espejos. Los doce millones no eran ninguna ilusión. Los había visto en la pantalla con sus propios ojos, y el banco se lo había confirmado; no se trataba de un truco del mago Houdini.
A no ser que alguien hubiera manipulado su cuenta.
Desaceleró el paso. Pero ¿cómo podían haberlo hecho? ¿Y por qué? Modificar la base de datos del banco para mostrar un ingreso falso no convertía aquel dinero en real. Sí, constaría temporalmente en sus operaciones, pero los procedimientos de reconciliación del banco detectarían pronto el error. Nadie podría acceder a aquel dinero nunca, no a una cantidad semejante. Harry negó con la cabeza. Era un sinsentido: el dinero tenía que ser real. La pregunta era: ¿quién lo había ingresado allí?
Colocó su cartera encima de la mesa de la cocina y empezó a hurgar en ella. Dillon le había sugerido que hablara con su padre. Tenía razón. Necesitaba explicaciones y no había mejor forma de obtenerlas. Sin embargo no se podía enfrentar a aquello, aún no. Tenía que existir otra manera.
Sacó unas cuantas tarjetas de visita de la cartera y les echó una ojeada hasta que encontró la que buscaba. Se mordisqueó el labio inferior mientras la examinaba. Ya había mantenido una contienda con aquel tipo y no le apetecía pedirle ningún favor, pero no tenía elección. Aparte de su padre, era el único banquero de inversión que conocía.
Marcó el número que aparecía en la tarjeta y esperó. Estaría trabajando aunque fuera sábado. Los fines de semana no significaban nada para los banqueros de inversión.
—Hola, Jude Tiernan al habla.
Su voz era grave, como un instrumento de viento de madera. Harry se dio cuenta demasiado tarde de que no había preparado ningún argumento. Tendría que mantener la calma e improvisar.
—Oh, hola, soy Harry Martínez.
El silencio al otro lado de la línea se prolongó excesivamente. Ella le puso en antecedentes.
—Nos vimos ayer.
—No se preocupe, la recuerdo muy bien —le replicó—. Es sólo que no puedo creer que tenga que mantener otra conversación con usted.
Harry cerró los ojos. A lo mejor se merecía aquello. Decidió ser franca.
—Escuche, le debo una disculpa. Es posible que ayer me excediera.
—Más que eso: nos calumnió en toda regla.
Los ojos de Harry se abrieron de par en par.
—Me provocaron abiertamente, ¿recuerda? No se puede decir que su colega midiera sus palabras.
—Felix Roche es un imbécil, en eso le doy la razón. Pero según recuerdo, sus acusaciones parecían ir dirigidas a toda la sala.
Harry se dejó caer en una silla y suspiró.
—Escuche, ¿podemos empezar de nuevo? Me gustaría mucho hablar con usted sobre otro asunto. —Empezó a toquetear una esquina de la tarjeta de visita—. Es sobre mi padre.
—Continúe.
—Querría hacerle algunas preguntas sobre lo que hizo.
—¿Por qué no se las hace a él?
Harry esbozó una mueca de disgusto.
—Es un poco complicado. Si nos vemos esta tarde, podré explicárselo.
—No va a darse el caso. Estaré ocupado todo el día, y después me voy al aeropuerto. Así que si esto es todo...
—Ayer alguien me empujó delante de un tren. —Maldita sea, no quería contarlo de ese modo. Intentó adoptar un tono más formal—. El tipo que lo hizo mencionó algo sobre el dinero de Sorohan.
Hubo otra pausa.
—¿La OPA por la que fue detenido su padre?
—Sí.
—No entiendo nada, y tampoco comprendo qué quiere de mí. ¿Se lo ha explicado a la policía?
—Por supuesto. —Cruzó los dedos ante aquella mentira—. Pero si pudiera hacerle algunas preguntas, me resultaría de gran ayuda. Prometo no robarle mucho tiempo.
Su interlocutor dudó, y Harry sabía que sólo disponía de una última oportunidad para convencerlo. Era un banquero de inversión. Quizás ella no le interesara, pero el dinero sí. Respiró hondo.
—Creo que con la operación Sorohan ganaron doce millones de euros y sé exactamente dónde se encuentra ese dinero.
Se hizo el silencio al otro lado de la línea. Finalmente, Jude respondió:
—Puede acompañarme durante el trayecto hacia el aeropuerto. La recogeré fuera del aparcamiento del IFSC a las seis. Es todo cuanto puedo hacer.
Harry se recostó en la silla.
—Muy amable, agradezco de veras este gesto por su parte.
—Bueno, no lo hago por usted, no se equivoque. Lo hago por su padre. —Su tono sonaba desafiante—. Me caía bien.