Capítulo 25
El RAT había hecho bien su trabajo. Harry tecleó los datos de conexión y la puerta trasera del ordenador de Frank Buckley se abrió de par en par. La atravesó y, con unos pocos golpes de tecla, la cerró al pasar. Si hubiera sido una ladrona con una llave para asaltar un domicilio no le habría resultado más sencillo.
Miró a Jude, que estaba girando el poso de la cerveza y lo examinaba como si leyera las hojas del té. El pub estaba casi vacío y Harry oía el choque y el tintineo de los vasos que limpiaban y guardaban detrás de la barra.
Volvió a concentrarse en el teclado y se abrió camino con sigilo en el ordenador de Frank Buckley, dejando a un lado sus archivos personales y yendo directa hacia las conexiones de red. Desde allí, accedió a los ordenadores centrales de KWC dispuesta a encontrar los archivos de correo electrónico de la empresa. Por si acaso, también empezó a buscar paralelamente los archivos de contraseñas del sistema. No creía que fuera a necesitar permisos de administrador, pero tampoco estaría de más conseguirlos.
—¿Qué está buscando exactamente? —le preguntó, todavía con la mirada fija en el fondo del vaso.
—El nombre del tipo que ha querido matarme.
Jude dejó de darle vueltas al vaso de cerveza y fijó sus ojos en ella. Entonces se levantó y rodeó la mesa para situarse junto a Harry y miró la pantalla por encima de su hombro. Había algo muy masculino en aquella combinación de loción para después del afeitado y cerveza tibia.
La búsqueda de ficheros le había reportado cientos de archivos ordenados alfabéticamente. Cada uno llevaba el nombre de una persona distinta y las fechas se remontaban a 1999.
—Vaya, es una lista de los empleados de KWC —comentó Jude acercándose más.
—En realidad son sus archivos de correo electrónico. —Le sonrió satisfecha—. Incluso el suyo se encuentra aquí.
Jude se colocó a su lado en el sofá y torció el gesto al ver la pantalla. Ella le miró. Desde un ángulo determinado, la mole de la parte superior de su cuerpo le recordaba a un héroe de dibujos animados.
—Necesitará una contraseña para abrirlos, ¿no?
La voz de Jude resonó en el pub vacío como cuando alguien habla demasiado alto en una iglesia.
—¿Eso cree usted? —Harry hizo avanzar la lista y halló un grupo de archivos que pertenecían a Felix Roche. Eran ocho, uno por cada año desde 1999 a 2007—. La gente se obsesiona mucho con su correo electrónico y lo protege con nombres de usuarios y contraseñas pero, cuando se realiza una copia de seguridad, muchas veces el correo se vuelca en un fichero que todo el mundo puede leer.
Empujó suavemente el ratón hasta situarlo sobre el archivo correspondiente al 2000, el año de la operación Sorohan. Su mano se quedó paralizada sobre el ratón. Todo su cuerpo pareció bloquearse y luchó contra unas ganas incontenibles de echar a correr a casa y esconderse. Entonces pensó en las oscuras calles y los sombríos callejones que la separaban de su apartamento. Volvió a mover el ratón y abrió el archivo.
Según Ruth Woods, Felix espiaba la organización interceptando su correo electrónico. Harry estaba convencida de que había copiado aquellos mensajes directamente en su buzón. Buscó en el archivo los enviados por Leon Ritch: encontró muchos, pero en ninguno aparecía Felix como destinatario. La periodista no se equivocaba.
Harry abrió el primer mensaje. Llevaba fecha de 17 de enero de 2000 y estaba dirigido a la cuenta de su padre, salvador.martinez@kwc.com. Algo se marchitó en su interior al leer el nombre de su progenitor.
Sal,
Mercury Corp ha dado luz verde a la operación de Key Ware hoy. ¡Aún no se ha anunciado públicamente! Hagámonos con KeyWare y volvamos a forrarnos.
LEÓN
Jude se revolvió en el sofá.
—No puedo creer que Felix conserve algo tan comprometido como esto.
Harry se encogió de hombros.
—A lo mejor pensó que necesitaba alguna pequeña medida preventiva.
Abrió otro mensaje con fecha 28 de abril.
Sal,
Mi fuente me dice que Dynamix Software ha contratado a JX Warner para gestionar sus adquisiciones. El primer objetivo es Zephyr o Sage Solutions. ¡No hay que perderlas de vista!
LEÓN
Jude enderezó la espalda.
Harry le echó una mirada y volvió la vista a la pantalla.
—¿Qué?
—Dynamix. Trabajé en todas sus operaciones. Ésa no se hizo pública hasta por lo menos julio o agosto. ¿Cómo puede ser que esta piltrafa lo supiera en abril?
Algo se encendió en la cabeza de Harry y observó a Jude un momento.
—¿Usted trabajó para JX Warner?
Asintió con la cabeza sin apartar los ojos de la pantalla.
—Durante algunos años. Me incorporé a KWC después de la operación de Dynamix.
Notó una sacudida en el estómago igual que cuando perdía el equilibrio en las escaleras. Intentó mantener una expresión neutra al recordar lo que Ruth Woods le había comentado. Según la periodista, la información privilegiada de El Profeta siempre estaba ligada a las operaciones de JX Warner, y la policía sostenía que era uno de los banqueros de inversión de aquella entidad. El hombre al que había acudido en busca de ayuda encajaba con exactitud en aquella descripción.
Pero ¿y qué? Había montones de banqueros de inversión que trabajaban para JX Warner. Aun así, a Harry no le gustaba aquella casualidad. Observó a Jude, que estaba mirando el mensaje con el ceño fruncido.
—¿No se ha fijado en algo más? —preguntó ella.
—¿En qué?
Harry dio un golpecito con la uña en la pantalla para señalar la lista de destinatarios del mensaje. Estaba dirigido a su padre, pero también le habían enviado una copia a Jonathan Spencer. Su implicación estaba fuera de toda duda.
Él arrugó la cara como si le hubiera comunicado que su perro había muerto.
—Oh, mierda.
Harry echó un vistazo a Jude, buscando acaso alguna señal de fingimiento. Su padre había hecho de ella una experta en descubrir los faroles de los jugadores de póquer y, en general, sabía ver si alguien mentía. Sin embargo, en aquel caso no vio señales de falsedad y el malestar de Jude parecía sincero. Aun así, la coincidencia de JX Warner le chocaba, pero de momento aparcó el asunto.
Se pasaron los siguientes cuarenta minutos escudriñando el resto de los mensajes de Leon. El alcance de las actividades de la organización era impresionante. Operación tras operación, acuerdo tras acuerdo, Leon, Jonathan y su padre filtraban información privilegiada, abusaban de ella e iban acumulando millones. Cuando Harry situó el ratón sobre el último mensaje, se sentía agotada. De momento, no había descubierto nada sobre la identidad de El Profeta.
—Es increíble. —Jude se frotó la cara con las manos. Estaba tan aturdido como si le hubieran golpeado con un bate de béisbol—. Qué falta de principios.
Harry se dejó caer sobre el respaldo del asiento.
—La ética no ha sido nunca una prioridad para mi padre, créame.
—La gente piensa que el abuso de información privilegiada es un delito sin víctimas, pero no es cierto. —Señaló la pantalla—. Manipular los precios de este modo destruye toda la credibilidad de la Bolsa. La justicia se esfuma. —Parpadeó y la miró desconcertado—. Eran tres banqueros de inversión experimentados y muy respetados. ¿En qué demonios estarían pensando?
Tres banqueros de inversión experimentados. Cuatro con El Profeta. Harry volvió a mirar la pantalla. Se había concentrado tanto en localizar a El Profeta que se olvidó del supuesto quinto miembro de la organización, cuya identidad Leon había protegido en caso de necesitar sus favores posteriormente. Pero no importaba: los mensajes de Leon tampoco lo mencionaban.
—Vamos —sugirió Jude—. Leamos el último.
Harry hizo clic con el ratón y abrió el último mensaje de Leon. Tenía fecha del 8 de agosto de 2000 y, como casi todos, iba dirigido a su padre y a Jonathan Spencer.
Chicos,
¿¿Por qué no contestáis nunca al teléfono?? ¡La operación Dynamix-Zephyr está CANCELADA! ¡Deshagámonos de Zephyr cuanto antes o acabaremos todos bien jodidos!
LEÓN
Había otro mensaje de correo electrónico adjunto dirigido solamente a Leon:
Leon,
Dynamix tiene dificultades para reunir los fondos destinados a la adquisición de Zephyr. Las negociaciones se han aplazado. Se está preparando una nota de prensa. Sugiero que os deshagáis de vuestra posición en Zephyr inmediatamente.
EL PROFETA
Los ojos de Harry fueron directos a la dirección del remitente: 2877bp9@alias.cyber.net.
—¿El Profeta? —dijo Jude—. ¿Quién diantre es?
Harry no sabía si debía explicárselo, pero al final le acabó contando todo, incluidos los rumores sobre un quinto banquero no identificado. Naturalmente, se le pasó por la cabeza la posibilidad de que aquello no fuera nuevo para él, pero prefirió no darle más vueltas por el momento.
—¿Es El Profeta quien la persigue? —preguntó.
Se encogió de hombros.
—Quizá. Puede ser cualquiera de ellos, o tal vez sean todos.
Jude señaló la pantalla con la cabeza.
—Esa dirección de correo electrónico parece bastante extraña.
—Lo envió desde un re-mailer. —Antes de que le dedicara una de sus caras de perplejidad, Harry prosiguió—: Eliminan los nombres y las direcciones de los mensajes de correo electrónico antes de mandarlos; no dejan ni rastro de su procedencia.
—Seguro que existe algún medio de averiguarlo.
Harry negó con la cabeza.
—Resulta complicado. Los re-mailer s suelen estar encadenados, de modo que el mensaje salta de uno a otro antes de llegar a su destino final. En cada salto puede pasar por un país diferente, con su propia jurisdicción y sus leyes de privacidad. Pruebe a abrirse camino entre semejante pesadilla de litigios.
—¿Así que es anónimo?
Dedicó una mirada irónica a Jude.
—Tan anónimo como las cuentas bancarias suizas. En los re-mailer s menos seguros siempre existe una base de datos en algún lugar con tu nombre real. Un hacker puede acceder a ella, o también existe la posibilidad de sobornar a algún empleado para que filtre la información. —Señaló la pantalla con el dedo—. Pero conozco este re-mailer. Ahora está cerrado, pero costaba mucho introducirse en él. Pasaba por unos doce países diferentes y empleaba modelos criptográficos avanzados. No me sorprende que las autoridades se hayan topado con serias dificultades a la hora de localizar a El Profeta.
—¿Y ahora qué?
Harry suspiró y consultó el reloj al pie de la pantalla. Eran casi las once. Se masajeó las esquinas de los ojos. Los notaba secos y arenosos; le dolía todo el cuerpo. Estaba deseando ir a dormir para olvidarse de los problemas y dejar que su subconsciente procesara todo aquello durante unas horas, pero aún no había terminado.
Volvió a usar el teclado para registrar el archivo de Felix, pero esta vez en busca de los mensajes enviados por Jonathan Spencer. No encontró nada. Era evidente que aquel hombre había actuado con mucha cautela. Entonces Harry se acordó de la búsqueda de archivos de contraseñas del sistema que había iniciado en paralelo. Comprobó los resultados. Nada.
Todavía le quedaba una cosa por hacer. Consciente de que no podía posponerla más, Harry flexionó los dedos y empezó a teclear. Tenía que hallar todo el correo que había enviado su padre.
Sólo encontró un mensaje con fecha 5 de octubre de 2000.
Leon,
Las acciones de Sorohan han tocado fondo. Ahora es el momento de comprar, antes de que Aventus lo filtre a la prensa. Son las cartas que estábamos esperando. Subamos la apuesta esta vez.
SAL
Harry sintió un vago dolor en el pecho como si hubiera hurgado en una antigua herida. El bueno de su padre. Podía imaginárselo en aquel mismo momento: sonrisa relajada, tez bronceada y su simpática ceja izquierda ligeramente arqueada como si dijera: « ¿Quién, yo?».
Observó a Jude. Miraba la pantalla con ojos entrecerrados como si no lo hubiera entendido bien a la primera. Conocía aquella sensación.
—No lo entiendo —confesó—. Pensaba que le conocía. Fue mi mentor en KWC. Por Dios, yo lo admiraba. —Apartó la vista de la pantalla y se dio la vuelta para mirarla—. ¿Se puede saber por qué lo hizo?
Harry realizó un ejercicio de introspección. ¿Cómo podía definir a alguien como su padre? Hombre de negocios, estafador, adicto al juego y al riesgo, totalmente despreocupado por cómo pudiera afectar todo aquello a los demás.
Se encogió de hombros.
—Porque pudo.
Jude frunció el ceño y negó con la cabeza.
—Pero tenía mucho que perder.
—Formaba parte del atractivo. Cuanto más arriesgara, mejor. —Toqueteó el pie de su copa de vino—. Una vez, apostó nuestra casa en una partida de póquer y perdió. No es que fuera nada del otro mundo, la zona era bastante mala, pero aun así era nuestro hogar.
Jude la miró sobresaltado.
—¿Y qué hicieron?
—Nos vimos obligados a mudarnos. Mi madre, mi hermana y yo vivimos en una pensión durante tres meses.
Harry tenía nueve años por aquel entonces. Aún recordaba la destartalada casa de Gardiner Street y el olor a col y cebolla rancia en cada rellano. Podía ver la desvencijada cama que compartía con Amaranta y el hombre gordo que cada viernes venía a recoger el dinero que le entregaba su madre y silbaba al respirar.
—¿Dónde estaba su padre?
—Hospedado en una suite del Jury’s Hotel, jugando al póquer.
Jude se quedó mirándola fijamente y después señaló la pantalla.
—No le he sido de gran ayuda en este asunto, ¿verdad?
Harry sonrió.
—No demasiado. —Entonces se acordó del archivo de contraseñas del sistema oculto y se mordió el labio inferior—. Pero hay algo que puede hacer.
—¿Sí?
Harry señaló la pantalla con la cabeza.
—Sé lo que sucedió hace nueve años, pero ¿qué es lo que está ocurriendo ahora? ¿Qué ha sucedido para que las cosas se hayan revuelto de nuevo?
Se inclinó hacia delante y escrutó el rostro de Jude.
—Necesito ver el correo actual de Felix. Tengo que comprobar si ha interceptado algún mensaje reciente de la organización.
—Pero ya no trabaja en seguridad de TI. ¿Cómo podría interceptarlos ahora?
—¿De verdad cree que se limitó a apartarse de toda la información y el poder sin procurarse un medio de volver a las andadas? Apuesto a que, antes de abandonar seguridad, dejó abiertas algunas puertas traseras.
—Pero los nuevos empleados de seguridad las detectarían, ¿verdad?
Harry negó con la cabeza.
—No necesariamente. No olvide que él construyó los sistemas. Créame, él aún dispone de acceso a ellos. Seguramente por eso se posicionó en contra de que yo hurgara por allí. —Contempló a Jude un momento—. Tengo que leer el correo actual de Felix y, para ello, necesito su contraseña. Ahí es donde entra usted.
Él la miró perplejo.
—Pero yo no tengo su contraseña.
—No, pero puede conseguirla. —Se recostó, cruzó los brazos, y le lanzó una mirada retadora—. Creo que está preparado para hacer un poco de ingeniería social.