Capítulo 28
—Felix Roche ha muerto.
Harry se incorporó de golpe en la cama y llevó las piernas desnudas al suelo.
—¿Qué?
—Su apartamento se incendió anoche y él se encontraba dentro. —Jude hablaba al otro lado del teléfono en voz baja, como si no quisiera que le oyeran—. La policía ha estado por aquí. De momento he procurado que su nombre no salga a relucir, pero no resulta fácil. Ese maldito detective es como un gato, nos observa y espera a que hablemos.
Lynne. Harry sintió náuseas en la boca del estómago y tragó saliva.
—¿Ha sido un accidente?
—Hasta ahora nadie lo ha llamado de otro modo, pero han hecho muchas preguntas.
Mierda, mierda, mierda. Harry apretó los ojos y se abrazó la cintura. ¿Cómo podía ser que Roche hubiera muerto? Apenas hacía unas horas que habían hablado con él.
—¿Harry? ¿Sigue ahí?
—Sí...
Encorvó los hombros y empezó a moverse de un lado a otro como si tuviera calambres. El día anterior, Felix le había confesado a El Profeta que sabía quién era. Hoy estaba muerto.
Trató de imaginarse a Roche emitiendo silbidos al respirar, obeso y aborrecible. No le gustaba, pero tampoco quería que acabara así. Tenía que haber hablado con él antes.
Entonces recordó algo y se detuvo.
—Anoche lo llamé.
Hubo una pausa al otro lado de la línea.
—¿Qué hizo qué?
—Era tarde, cerca de las dos de la madrugada. No podía dormir.
Se recordó sentada al borde de la cama en la oscuridad mientras lo llamaba por teléfono y esperaba a que él descolgara.
—¿Qué sucedió? —preguntó Jude.
—Nada, no respondió. —Le temblaban las piernas y notaba la camiseta fría y húmeda. La incipiente angustia que sentía en el estómago se hacía cada vez más patente—. ¿Cree que ya estaba muerto?
—Quién sabe. Al menos no habló con él.
—Ojalá lo hubiera hecho. Él conocía la verdadera identidad de El Profeta.
—Tengo la impresión de que si averigua más cosas sobre El Profeta se va a ver en serios apuros. —La voz de Jude sonaba severa—. En su lugar, yo me alejaría de él.
Harry frunció el ceño al oírle hablar en aquel tono. ¿Le preocupaba su seguridad o la estaba amenazando? Negó con la cabeza e inspiró profundamente. Por Dios, Jude le había ayudado la noche anterior. Corrió un grave riesgo al proporcionarle información privilegiada a Felix; se puso en manos de aquel hombre. Harry se miraba absorta los dedos de los pies.
A no ser, claro está, que supiera que en unas horas Felix iba a morir.
—¿Le va a decir algo a la policía? —preguntó Jude.
Su voz resultaba inexpresiva, críptica.
—Sobre mi padre no, no puedo.
De repente, le resultaba difícil hablar. Tenía la boca tan seca que las palabras parecían salirle a trompicones.
—¿No es demasiado tarde para preocuparse de él? Además, ¿por qué le importa? Creía que lo odiaba.
—No lo odio. — ¿Era realmente así?—. A pesar de todo, es mi padre.
—¿Aunque esté implicado en un asesinato?
Harry se tambaleó y por un momento creyó que iba a desmayarse. Dejó caer el teléfono y llegó al baño justo a tiempo. Vomitó hasta que la garganta ya no pudo dolerle más. Sentía escalofríos por todo el cuerpo y se apoyó sobre el frío lavabo esmaltado. Se refrescó la cara con agua y caminó hacia la cama haciendo eses. Se tapó con el edredón. Cogió el teléfono pero era demasiado tarde: Jude había colgado.
¿Y ahora qué? Ya no tenía más pistas para continuar su investigación. La única persona que conocía la identidad de El Profeta había muerto, y Harry tenía la certeza de que ella iba a ser la próxima.
Colocada en posición fetal, se sopló las manos para entrar en calor. Las extremidades le pesaban debido a la falta de sueño. Después de telefonear a Felix la noche anterior se había sentado delante del portátil para poner a prueba el sistema de protección de anon.obfusc, el re-mailer anónimo que usaba El Profeta. Durante varias horas golpeó sus puertas, lo escudriñó y realizó varios experimentos, pero su seguridad perimetral era hermética. Tampoco podía recurrir a la ingeniería social, ya que los encargados de los re-mailer s eran experimentados especialistas en seguridad informática y no consideraba sensato acercarse a ellos en falso. A las seis y media de la mañana, llegó a la conclusión de que Felix debía de tener algún contacto personal que le filtraba información en la empresa. Aquella idea la venció. El re-mailer operaba desde varios países; averiguar quién era el topo de Felix se convertiría en una misión casi imposible.
Harry se acurrucó aún más bajo el edredón. La luz del día brillaba a través de las cortinas y cerró los ojos. ¿Por qué la organización no se limitaba a coger su dichoso dinero y la dejaba en paz? Se lo devolvería al instante si a cambio pudiera recuperar su vida.
Abrió los ojos de golpe y se le ocurrió una idea. Devolver el dinero. ¿Por qué no? Una vez que El Profeta tuviera ese dinero la dejaría tranquila, ¿no? Después de todo, ella no sabía quién era y, por lo tanto, no suponía ninguna amenaza para él.
Se incorporó en la cama al momento. Notaba el estómago más ligero y ya no estaba sudorosa. Apartó el edredón tirándolo al suelo y corrió por el pasillo hasta el despacho. Su portátil estaba encendido desde la noche anterior. Se sentó enfrente y flexionó los dedos.
El tono de aquel mensaje de correo electrónico era decisivo. Debía redactarlo como si ella controlara la situación y supiera lo que estaba haciendo. El corazón le golpeaba en el pecho mientras escribía el borrador. Hizo varios intentos; al final, seguía sin estar satisfecha, pero tenía que enviarlo. Lo leyó una vez más:
Tengo tus doce millones de euros. Indícame dónde debo enviarlos y te los devolveré con una condición: dile a tus matones que se mantengan alejados de mí. No represento ninguna amenaza para ti: acudir a la policía no ayudaría en nada a mi padre, y regalarles mi cadáver tampoco te haría ningún favor.
HARRY MARTÍNEZ
Le hubiera gustado que el estilo fuera más incisivo pero, en realidad, no estaba en situación de mostrarse tan contundente. Cuando entregara el dinero, ya no ejercería ninguna influencia sobre ellos.
Escribió la dirección del re-mailer de El Profeta y, tras dudar un momento, acabó enviando el mensaje.
Se recostó en la silla y espiró largamente. Por primera vez en varios días, sentía que controlaba la situación.
Sonó el teléfono y Harry contestó.
—¿Si?
—Hola.
Era Dillon. Se abrazó la cintura.
—Ah, eres tú.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, estoy bien.
Ni siquiera a ella le sonaron convincentes aquellas palabras. Mierda. ¿Dónde había quedado su picardía cuando la necesitaba?
—Pues no lo parece.
—No te preocupes. —Echó un vistazo a su correo—. Pero tal vez debería tomarme uno o dos días de descanso en el trabajo, si te parece bien.
—No hace falta que lo preguntes, Harry, ya lo sabes. —Su voz era amable—. Olvídate del trabajo. Imogen envió el informe de Sheridan. Están contentos. Nuestra colaboración con ellos ya ha terminado, así que tómate el tiempo que quieras.
Harry frunció el entrecejo. Tarea finalizada. Algo se removió en algún rincón de su cerebro, pero no supo reconocer qué era. Le había quedado alguna cosa por hacer, pero era incapaz de recordarla. Movió la cabeza de un lado a otro y lo dejó correr.
—Gracias —contestó.
Dillon hizo una pausa.
—¿Te atreves a cenar en mi casa esta noche? Cocino yo.
Harry dudó y cerró los ojos. De repente estaba de nuevo a oscuras, dando vueltas por el laberinto. Se le secó la boca.
—Perdón, ha sido una estupidez por mi parte —admitió Dillon para romper el silencio—. Debe de ser el último lugar en el que deseas estar. Es sólo que..., me disgustaría que le cogieras miedo a mi casa, ¿sabes? En caso de que quieras venir alguna otra vez.
El corazón le dio un vuelco, pero ella trató de ignorarlo.
—No tengo miedo, me gustaría volver. De todos modos, no sabía que cocinaras.
—Caliento la comida. Mi ama de llaves es la que cocina. —Por el tono de su voz, Harry notó que esbozaba una ligera sonrisa e imaginó cómo se dibujaba en sus labios—. Entonces, ¿te recojo a las siete?
Recordó las velocidades a las que Dillon había conducido en los dos últimos días y se estremeció.
—Prefiero ir por mi cuenta, tengo algunas cosas que hacer antes. ¿Te parece bien a las ocho y media?
—Sí, perfecto, aunque será mejor que te indique cómo llegar. La última vez te dormiste, ¿recuerdas?
Harry escuchó sus concisas instrucciones y esbozó un mapa en el reverso de un sobre. Colgó el teléfono, se sentó en el borde de la cama y se sorprendió a sí misma pensando qué se pondría. Resultaba difícil no anticipar acontecimientos y no imaginarse cómo podía acabar la cena. En aquel momento, quizá fuera aconsejable evitar las complicaciones de vivir una aventura con su jefe.
La última vez que se preocupó de su vestuario por culpa de Dillon fue el verano pasado. La llamó por sorpresa y le ofreció un empleo, quince años después de haberse sentado en su habitación para aleccionarle sobre la ética de los hackers. Quedaron en el vestíbulo del Shelbourne Hotel, tomaron café y sándwiches y se pusieron al día.
Harry aún recordaba cómo las mariposas le revoloteaban en el estómago. Aquel chico apasionado y guapo se había convertido en un atractivo hombre seguro de sí mismo, muy satisfecho con sus logros. La intensidad de antaño estaba más oculta, pero aún brillaba de vez en cuando en sus ojos. Ante tanta desenvoltura, Harry volvió a convertirse en una niña de trece años temerosa de comer sándwiches por si se le quedaba algo pegado a los dientes.
El portátil emitió un sonido y miró otra vez su correo. Un escalofrío le recorrió la espalda: había un mensaje nuevo en la bandeja de entrada.
Eres una chica sensata, Harry. No le harías ningún favor a tu papá recurriendo a la policía. Hay muchas preguntas sobre la operación Sorohan que quiere dejar sin respuesta.
Lo haremos a tu manera. Yo recupero mi dinero y tú recuperas tu vida.
Pero no me falles, Harry. Tu padre me traicionó y me disgustaría enormemente que hicieras lo mismo. Sé lista. Si no, tú y todos aquellos que te importan estarán en peligro. Te enviaré las instrucciones para que me devuelvas el dinero.
EL PROFETA
Le sudaban las palmas de las manos y su respiración era cada vez más superficial. ¿Había funcionado el plan? Con movimientos lentos y pausados, accedió a su cuenta bancaria en línea y consultó el saldo.
Examinó las cifras y parpadeó. Volvió a cargar la página web y las comprobó de nuevo. No había ningún cambio. Se derrumbó por dentro y casi dejó de respirar.
«Me ves, no me ves.»
El dinero ya no estaba allí.