Capítulo 35

Harry habló durante un buen rato. Observó cómo su padre apretaba los puños al explicarle que Leon y El Profeta le seguían los pasos. Cuando le relató el episodio de las montañas de Dublín, apretó los ojos bien fuerte, bajó la cabeza y se sujetó las sienes con los puños. Alzó la vista. Había palidecido por completo.

—Lo siento. —Su voz era apenas un susurro—. Tú nunca tendrías que haberte visto implicada en esto, nunca. —Se llevó una mano al pecho y le tendió la otra sobre la mesa—. Haré todo lo posible para ayudarte, cariño. Lo sabes, ¿verdad?

Sal tenía los ojos rojos y su boca cerrada dibujaba una línea recta. Harry acercó más las manos a las de su padre. Sólo algunos centímetros separaban los dedos de ambos, pero en realidad parecían metros. Harry se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza. Por el momento, era mejor callar.

—Hablaré con Leon —aseguró su padre mientras se erguía—. Lo llamaré y le ordenaré que no se acerque a ti.

Harry tragó saliva y negó con la cabeza.

—Él no me preocupa, El Profeta es quien manda en este asunto.

—Entonces dime qué necesitas, Harry. Haré todo lo que quieras, sólo tienes que pedírmelo.

Lo miró y pensó que le gustaría disponer de más tiempo.

Quería preguntarle muchas cosas, pero los treinta minutos ya se estaban agotando.

—Cuéntame más detalles sobre la operación Sorohan.

Por un momento, la mirada de su padre pareció perderse en la nostalgia.

—Fue la operación más importante que realizamos. Después del auge del puntocom las acciones de esa empresa perdieron su valor, pero entonces nos enteramos de que Aventus quería absorberla. Invertí todo lo que teníamos en comprar acciones de Sorohan para la organización antes de que la noticia saliera a la luz.

—¿Tu administrabas los fondos de la organización?

—En algunas operaciones, sí. Nunca abusábamos de nuestra propia información, ésa era la máxima que seguíamos. Resultaba demasiado arriesgado. Por ejemplo, si se filtraba información de Merrion & Bernstein, alguien de KWC gestionaba la operación, y viceversa. De ese modo, era imposible establecer ninguna relación entre las operaciones y la información que obteníamos. Era nuestro modo de protegernos.

—¿Y qué me dices de JX Warner? El Profeta trabajaba allí, ¿verdad?

—Por lo que sabemos, sí. Pero él nunca llevó a cabo ninguna operación. Funcionó así desde el principio: recibía su parte sin asumir ningún riesgo. —Movió la cabeza con gesto de disgusto—. Tenía a otra gente que le hacía el trabajo sucio.

Harry recordó los susurros de su agresor la noche anterior y sintió un escalofrío. El Profeta seguía dejando el trabajo sucio para otros.

Se abrazó el pecho y olvidó las montañas por un rato.

—Así que fuiste tú quien se encargó del dinero en la operación Sorohan.

Sal asintió con la cabeza.

—Sorohan contrató a JX Warner para negociar el cierre de la operación, ahí fue cuando El Profeta consiguió la información. Pero Aventus contrató a Merrion & Bernstein, con lo cual Leon no podía intervenir. KWC no estaba involucrado, y eso me permitía actuar con libertad.

—¿Y qué salió mal?

Su padre suspiró.

—Incumplimos nuestra máxima. Leon conservaba el dinero de una operación anterior y lo convencí en el último minuto para que comprara acciones de Sorohan con aquellos fondos. Era una gran oportunidad y pensé que, por una vez, podía valer la pena. Lamentablemente, tanto movimiento levantó las sospechas de la Bolsa. Leon estaba relacionado con Aventus y Merrion & Bernstein así que, como era de esperar, fueron primero a por él. —Negó con la cabeza—. Fuimos unos estúpidos, pecamos de avaricia.

Harry se miró las manos. Tenía que preguntarle algo más, pero se le hacía muy difícil.

—¿Y Jonathan Spencer? —dijo finalmente sin levantar la vista—. ¿Qué le sucedió?

Su padre arqueó las cejas.

—¿Sabes lo de Jonathan? —Hizo una mueca de disgusto y suspiró—. Nunca debió meterse en aquello, no tenía el carácter adecuado. Era sólo un chico de la misma edad que Amaranta. Intenté que su nombre no saliera a relucir en el juicio. Quiso abandonar la organización aproximadamente cuando se llevó a cabo la operación Sorohan. Estaba aterrorizado. Lo convencí para que fuera discreto y dejara el asunto en mis manos.

—¿Y qué pasó?

El desagrado se hizo patente en el rostro de su padre.

—Hablé con Leon y reaccionó de forma exagerada. Estaba convencido de que Jonathan representaba una amenaza para la organización. Era absurdo, aquel chico no iba a causar ningún problema, pero Leon no me escuchó. Se dejó llevar por el pánico y contactó con El Profeta para comunicarle que la operación Sorohan se cancelaba. —Con la mirada perdida, movió la cabeza de un lado a otro—. De todos modos, aquello quedó al final en una falsa alarma, ya que el pobre Jonathan murió en un accidente de coche poco después.

—¿Cuanto dinero ganasteis con la operación Sorohan?

Sal volvió a buscar los ojos de Harry. Sin levantarse, inclinó la silla hacia atrás sobre las patas traseras y se llevó las manos a la nuca. Miró sonriente el techo y movió la cabeza de nuevo.

—Unos dieciséis millones de dólares —confesó—. En una sola operación.

Harry hizo los cálculos. Eran unos doce millones de euros.

—¿Y dónde está ese dinero ahora? —preguntó—. ¿Lo confiscaron las autoridades?

Su padre se balanceaba en la silla y el corazón de Harry se disparó mientras esperaba una respuesta. Si el dinero había desaparecido, estaba en apuros.

Se oyó el chirrido de las patas delanteras de la silla al apoyarse en el suelo. Negó con la cabeza.

—No lo encontraron, lo cambié de banco. —Echó un vistazo a los guardas y bajó el tono de voz—. Cuando Leon me delató, les reveló información sobre mi cuenta de Credit Suisse en las Bahamas. Era la única que conocía. La abrí en 1999 cuando empezamos con la organización y la utilicé para nuestras actividades durante más de un año. Las autoridades no necesitaron más pruebas.

—Pero ¿existía otra cuenta?

Él asintió con la cabeza.

—Unos seis meses antes de la operación Sorohan, Credit Suisse comenzó a hacerme preguntas incómodas. No les gustaban los movimientos que veían en mi cuenta. Comprar acciones antes de una OPA puede resultar sospechoso si se repite con demasiada frecuencia. Así pues, decidí llevar el dinero a otro lugar.

—¿Lo sacaste de las Bahamas?

—Oh no, me gustaban demasiado. —Le sonrió—. Sol, arena y leyes de privacidad, ¿qué más quiere un banquero corrupto?

Harry movió la cabeza, incrédula. A veces, tenía la sensación de estar hablando con un niño travieso.

—Entonces, ¿te limitaste a cambiar de banco? —preguntó.

—Bueno, me informé. La cuestión era encontrar una entidad con suficiente discreción. ¿Me sigues?

Harry asintió con la cabeza y suspiró.

—Entonces, conocí en Nassau a un tipo en una partida de cartas —continuó su padre—. Se llamaba Philippe Rousseau. Un jugador interesante. Me enteré de que era banquero y le comenté que estaba buscando a alguien para gestionar mis inversiones. —Esbozó una sonrisa irónica—. Algo en su forma de jugar al póquer me hizo pensar que nos íbamos a llevar bien. Se arriesgaba y no le importaba hacer trampas de vez en cuando, así que nos entendimos.

—¿Abriste una cuenta con un extraño que conociste en una partida de póquer?

—¿Por qué no? Trabajaba en un banco muy seguro y con buena reputación. Le enviaba por fax las instrucciones para las operaciones con un seudónimo que acordamos. Si quería sacar dinero o realizar transferencias a otras cuentas debía hacerlo en persona. Previamente, tenía que avisarle por fax empleando el mismo nombre en clave. —La miró a los ojos un momento y sonrió—. El nombre que elegí te gustaría. —Suspiró y apartó la vista de nuevo—. En cualquier caso, me iba como anillo al dedo, y a él también. Realizó las mismas operaciones que yo y amasó una fortuna. La gente suele tomar nota de las transacciones que obtienen buenos resultados.

Harry asintió con la cabeza y pensó en cómo Felix Roche se aprovechó de las operaciones de la organización, pero recordó que había muerto carbonizado mientras dormía. Al final, no le salió a cuenta imitarlos.

—Evidentemente, aquello era un suicidio profesional para un banquero —prosiguió su padre sin saber que Harry pensaba lo mismo—, pero disfrutaba con el riesgo. Solía reunirme con él cada pocos meses para jugar al póquer y ocuparnos de nuestros negocios. Más tarde, lo ascendieron a director de inversiones y fue sustituido por un descafeinado gestor de cuentas. Owen, o John, o algo así. Nunca llevé a cabo ninguna operación con él y ya no realicé ningún movimiento desde esa cuenta.

—¿El dinero de Sorohan aún se encuentra allí?

—Sí, claro.

Harry se toqueteó la correa del reloj. Se estaba acabando la media hora y era el momento de ir al grano, pero aún le quedaba algo más por preguntar. No apartó la vista del reloj, como si evitar mirar a su padre le protegiera contra las respuestas dolorosas.

—¿Por qué lo hiciste?

Hubo una pausa.

—Me gustaría poder decírtelo, Harry. Aquí he tenido mucho tiempo para pensar y me lo he preguntado una y otra vez. ¿Por qué lo hice? ¿Valió la pena? ¿Lo volvería a hacer si se me presentara la ocasión? —Suspiró—. Seguramente sí.

Harry lo miró a los ojos. Su padre arqueó las cejas en señal de disculpa, pero no le rehuyó la mirada.

—No fue sólo por dinero —admitió—. Era uno de los motivos, por supuesto, pero no era el único. —Frunció el entrecejo mientras buscaba las palabras adecuadas—. No lo sé. Quizá fue por el poder. La información privilegiada nos permitía controlarlo todo, saberlo todo. —Los ojos le brillaban bajo las oscuras cejas—. La Bolsa era nuestra.

Harry se puso tensa al reconocer aquella sensación. «La Bolsa era nuestra». La frase le evocó la imagen de ella misma delante del teclado explorando alguna red, poniéndola a prueba, burlando su seguridad y hackeando la cuenta del administrador; una vez se hacía con el sistema, le invadía una sensación prohibida.

Su padre clavó los ojos detrás de ella en un lugar indeterminado. Inclinado hacia delante, se apretaba tanto los ojos que la piel se le abolsaba.

—El peligro y el riesgo lo hacían más emocionante, me sentía vivo. La vida no es divertida si no lo arriesgas todo alguna vez. —Movió la cabeza de un lado a otro y se recostó en la silla. Regresó aquella mirada de disculpa—. ¿Lo entiendes, Harry?

No fue capaz de contestar.

Percibió un ligero movimiento a la derecha: uno de los guardas miraba el reloj. Su padre también debió de advertirlo, porque se inclinó y extendió las manos hacia Harry otra vez.

—Mira, nada de esto va a ayudarte —aseguró—. ¿Por qué no dejas que lo arregle con Leon y El Profeta? Puedo hablar con ellos, hacerles que...

Ella negó con la cabeza.

—No vas a conseguir nada hablando con ellos. Al menos no con El Profeta.

—Entonces dime qué puedo hacer.

Harry respiró hondo.

—Necesito todo el dinero.

Retiró las manos hasta que los codos le tocaron los costados.

—¿Qué?

Harry se revolvió en la silla.

—Ya lo he explicado. Si no devuelvo los doce millones de euros a El Profeta, su matón acabará conmigo, y puede que también con otras personas. No tengo alternativa.

Su padre se quedó mirando la mesa mientras se estiraba la barba. Unas pequeñas gotas de sudor le brillaban en la frente.

Negó con la cabeza.

—No puedes confiar en un tipo como ése. ¿Quién te dice que no enviará a su esbirro a por ti aunque reciba el dinero?

—Pero por lo menos el dinero me ofrece la posibilidad de negociar. Sin él, estoy perdida.

Alzó el tono de voz, no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo era capaz su padre de esgrimir argumentos en contra de aquello? Su vida estaba en peligro.

Sal se masajeó el rostro con las palmas de las manos, como si estimulando el riego sanguíneo pudiera hallar una respuesta útil. Al apartar las manos y colocarlas sobre la mesa de nuevo, Harry se percató de que tenía cara de sueño y estaba cansado.

—Ese dinero no les pertenece —aseguró sin alterarse—. Soy el único que ha pagado un precio por él: seis años en esta caja de hormigón. Seis años haciendo cola a la hora del desayuno junto a pedófilos y asesinos con un aliento tan asqueroso que te revuelve el estómago. Seis años en un lugar en el que la única salida para muchos es el suicidio. —Respiró hondo—. El dinero era lo único que me ayudaba a seguir adelante.

Harry se estremeció, cerró los ojos y trató de detener su imaginación.

—Lo siento, pero no se me ocurre otra solución. Aparte de acudir a la policía.

Su padre se puso tenso.

—Tiene que haber otra forma de arreglarlo, estoy seguro.

Harry lo miró y algo se encogió en su interior.

—No vas a ayudarme, ¿verdad? —le dijo.

Su voz sonó desconcertada y herida, incluso ella misma lo notó. Se vio de nuevo en el muro del colegio y se le hizo un nudo en el pecho. Todo seguía igual. ¿Cómo podía ser tan ingenua y creer que las cosas habían cambiado?

De repente, la actitud de su padre dio un vuelco. La miró a los ojos y dibujó una sonrisa que Harry juzgó forzada: su mirada lo delataba.

—No seas tonta, claro que voy a ayudarte —le aseguró con mirada firme—. Pero entiéndelo, desde la cárcel no puedo conseguirte el dinero, ¿no te parece? No lo tengo aquí.

Colocó las palmas de las manos hacia arriba y se encogió de hombros exageradamente, al estilo de los europeos continentales. Harry ya se había fijado con anterioridad en aquel gesto, más francés que español. Sospechaba que no lo había heredado de sus ancestros hispánicos, sino que más bien era de cosecha propia.

La puerta que había detrás de Sal se abrió y un funcionario entró en la sala.

—Caballeros, el tiempo se ha acabado —dijo sin separarse de la puerta abierta.

El anciano a la izquierda de su padre se levantó con dificultad. Gracie se quedó sentada con la intención de poner fin a su monólogo antes de que su hermano regresara a la celda.

El padre de Harry empujó la silla hacia atrás y dirigió la vista hacia los vigilantes.

Hablaremos esta tarde —le propuso en español.

—¿Esta tarde?

Se levantó, irguió los hombros y se relajó.

—Nos vemos en las puertas de fuera a las dos.

Harry frunció el ceño.

—¿En las puertas de fuera? No lo entiendo.

Su padre inclinó la cabeza a un lado.

—Salgo hoy. Me han reducido la condena, pensaba que lo sabías.

Harry parpadeó.

—No, no lo sabía. No pensaba que fuera tan pronto.

Se acordó del mensaje que su madre le había dejado en el contestador. Seguramente intentó comunicárselo.

Así que, después de tanto tiempo, su padre quedaba aquel día en libertad. Se sintió desinflada y vencida, como un neumático al pinchar.

Harry suspiró.

—Y si quedamos, me ayudarás.

Ni se molestó en emplear un tono interrogativo. ¿Para qué, si daba igual lo que contestara?

—Claro que sí, cielo. —Su padre fue avanzando lentamente hacia la puerta—. No te preocupes, todo saldrá bien.

Harry lo miró fijamente. No se creía ni una palabra.