XXV
Déjà vu

«Louis, presiento que éste es el

comienzo de una hermosa amistad.»

Casablanca

RECUERDO CON CLARIDAD la primera vez que vi a Travis. Yo llevaba poco en La Fábrica, así que mi cometido allí era el de un mero matón a prueba. Lo conocía de oídas, porque a menudo recurrían a él para conseguir material o transportar alguna cosa de aquí para allá sin hacer muchas preguntas. Sí, como Jason Statham en Transporter, sólo que este tío medía casi dos metros, estaba mucho más cuadrado y tenía algo de pelo, pero tampoco mucho, la verdad.

Llegó conduciendo una especie de furgoneta de reparto, que aparcó a la puerta de la Fábrica, muy cerca de donde yo estaba. Descargó la mercancía de la parte de atrás, le dieron un maletín con el dinero y se disponía a largarse cuando reparó en mi presencia. Yo le miraba con cierta displicencia, era mi rol, ya saben. Sobre el papel el tío tampoco parecía muy amigable.

—¿Eres nuevo?

—Eso parece.

Mis compañeros estaban a una cierta distancia. La suficiente. Su tono era duro pero hasta cierto punto cordial, el mío socarrón.

—Sabes con quiénes tratas, ¿verdad?

—¿Lo sabes tú? —le respondí, con ensayada chulería.

—Si me permites un consejo —me dijo sin variar un ápice su gesto duro—, baja los humos. Si les hablas a ellos como a mí, tendrás problemas.

—Es posible que no me importe tenerlos.

—En ese caso no he dicho nada…

Abrió la puerta del conductor.

—Espera —le dije—. Llevo poco aquí, es cierto, pero pienso llegar lejos. Y cuando lo haga, prefiero tener a gente con agallas de mi parte, no en mi contra.

—No me conoces.

—Correcto.

—No sabes nada de mí.

—Sé que Tyler te respeta. Y, por lo que he podido comprobar, no todo el mundo puede decirlo.

Yo estaba de espaldas a la Fábrica, pero él estaba de lado. Sé que vio algo por el rabillo del ojo.

—¿Quieres que seamos amigos? —bramó inopinadamente—. Tengo trabajo que hacer. Mejor será que vayas a que te dé un poco el aire.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó una voz a mis espaldas.

Tenía a Tony respirándome en el cogote. Había oído al menos la última frase. Deduje que por eso Travis había dado por terminada la conversación de una forma tan abrupta.

—Nada. Estaba deseándole un buen viaje —dije con el ceño fruncido mientras veíamos a la furgoneta partir.

—No te pases de listo.

—Lo tendré en cuenta.

Aquel día pensé que quizá Travis era un poli infiltrado y estaba tratando de mandarme una señal. Tiempo después llegué a la conclusión de que solamente era un buen tío encerrado en la apariencia de un gigantón, y que vio algo en mí que le hizo pensar que podríamos ser amigos.

Amigos. Una de las palabras utilizadas con menor propiedad de cuantas existen. ¿Se han dado cuenta de que hasta en las redes sociales se emplea con la mayor alegría del mundo? Aunque bueno, en las redes sociales se hace cada cosa…

Conforme pasan los años, vas entrando en contacto con gente de lo más variopinta, por estudios, por trabajo, por el barrio en el que vives o los bares o tiendas que frecuentas, y en seguida se les tilda de amigos cuando muchas veces son sólo conocidos, personas cuya cara y nombre te resulta familiar pero de las que, en muchos casos, no sabes nada de nada y por las que no arriesgarías ni lo más mínimo.

Para mí Travis era algo bastante parecido a un amigo, y eso era decir mucho. Supongo que por eso no se sobresaltó en exceso cuando toqué el timbre de su puerta.

Oí cómo descorría el cerrojo tras haber echado un vistazo por la mirilla.

—No sabía que habías vuelto.

—No se lo he dicho a casi nadie. ¿Puedo pasar?

Se apartó de la puerta, que volvió a dejar cerrada con llave, y fuimos al salón.

Le conté mi plan. Bueno, no todo, claro. La parte que le incumbía a él. Mi vida se estaba convirtiendo en un curioso e inquietante déjà vu. El problema es que no sonaba el despertador y se escuchaba aquello de «Bienvenido al Día de la Marmota». Aquello era real y mucho más desalentador.

—¿Te fías de mí? —me preguntó Travis.

—Si no, no estaría aquí, ¿no crees?

—¿Y si soy yo el que tiene secuestrada a tu chica?

—En ese caso te sacaré los ojos y haré que te los tragues.

Hablaba en serio. Ya lo creo que sí.

—Si no contienes tu ira, se volverá contra ti.

Tenía razón, pero yo estaba cabreado, cansado y un pelín neurótico.

—Como me salgas ahora con lo de «dar cera, pulir cera»

—Está bien. Como quieras. ¿Cuándo empezamos?

—Ahora mismo. No hay tiempo que perder.

En aquel momento no tenía ni idea de dónde me estaba metiendo pero ¿qué otra cosa podía hacer? Tenía que rescatar a Susan sí o sí. Aunque me costase la vida.