XXVII
Mi jefe actual
«Y, después de todo, ¿qué es una mentira?
Nada más que la verdad con máscara.»
Lord Byron
COMO ME IMAGINABA, no fui el primero en llegar. Aparqué justo al lado del otro coche, el único que había a aquellas horas de la noche a la puerta de aquel bar de mala muerte. Sus ocupantes, en plural, estaban fuera, apoyados en el vehículo. Yo sólo esperaba a uno, así que allí sobraban dos personas. Mal asunto. Me bajé del coche.
—No sabía que seríamos tantos.
—No es un trabajo para sólo dos hombres.
Supuse que tenía razón y lo dejé estar. Conocía de vista a uno de los tíos, al otro no. Eran jóvenes y fornidos pero tenían un defecto muy evidente: llevaban escrita la palabra «policía» en la frente. Nuestra ciudad había empezado a adquirir fama de estar formando a tíos fuertes y eficientes en el Cuerpo. Más nos valía que fuese así.
Por su parte, John tenía el mismo aspecto que la última vez que nos habíamos visto. Quizá su pelo estaba aún más canoso si cabe y había comenzado a escasear por las sienes. No se puede decir que mi jefe y yo hubiésemos congeniado nunca, pero le había pedido que viniese y había venido. Lo cual no sé si era buena o mala señal.
—Lo mejor será que no perdamos tiempo. El factor sorpresa siempre es crucial en este tipo de operaciones.
Su voz era áspera como la lija. Cuando hablaba, siempre parecía estar dando órdenes. Comprenderán por qué nunca me había caído especialmente bien… ya saben, tengo cierta tendencia a no acatar bien los mandatos de mis superiores.
—Con el debido respeto —dije con más malicia que sinceridad—, hoy no estás aquí en calidad de jefe y yo de subordinado. Hoy somos un equipo de dos… de cuatro, y tenemos un enemigo común.
—Déjate de gilipolleces y escucha: me has llamado y aquí estoy. Vamos a ir a por ese cabrón ahora y, por mucho que te joda, sigo siendo tu jefe.
—No hay trato —dije y me giré hacia mi coche.
—¿Nunca pones las cosas fáciles?
No respondí. Era demasiado obvia la respuesta.
—Está bien. Vamos a colaborar en esto. A mí tampoco me gusta que todo el trabajo de estos últimos años esté a punto de irse por la borda, ¿de acuerdo? Pero lo primero es trincar a los de La Fábrica y luego ir a por el Ruso, si es que no está allí.
Creo que aquí merece la pena que deslice una pequeña explicación: le había contado a mi jefe policía que sospechaba que mi otro jefe, el de La Fábrica, era quien había orquestado toda esta conspiración en mi contra, seguramente a sabiendas de que yo era un poli encubierto. En realidad no tenía ni pajolera idea de si esto era cierto o no, pero me interesaba que John lo creyese.
Él, por su cuenta y riesgo, y pese a que yo le había dicho que me parecía improbable, había deducido que Tyler se había confabulado con el Ruso para acabar conmigo, con Eliot y, en definitiva, con todo el tema de los polis infiltrados. Tampoco sé si él tenía razón o no, pero en aquel momento hubiese apostado diez contra uno a que no.
Los jóvenes cadetes esperaban en silencio.
—Monta —dijo John con su voz de sargento.
—Espera. Tengo que coger algo.
Saqué de mi coche la cazadora y unas cuantas armas.
—Veo que vas bien equipado.
Las metimos en el maletero del otro coche y montamos. Conducía el poli que yo conocía de vista, el otro iba a su lado. Mi jefe y yo íbamos atrás. Perfecto para ir conversando, ¿no les parece?