XXXIII
Arenas movedizas

«El que sospecha invita a traicionarlo.»

Voltaire

—NO HE PODIDO LLAMARTE antes. ¿Qué tienes?

—¿Estás solo?

Travis se mostraba cauteloso. Eliot iba sentado a mi lado pero yo tenía que hablar de todos modos.

—Sí, sí. Venga, dime. ¿Sabes dónde la tienen?

—Tengo la dirección desde donde se grabó el vídeo.

—Genial.

—No sé si es genial… No te va a gustar.

Ya me habían dicho eso más veces. Le apremié a seguir:

—Da igual. Dímelo.

Me dijo la dirección. Era la de la casa de mi compañero. Le miré de reojo.

—Creo que eso es imposible. He estado allí hace poco —tapé el auricular y dije mirando a Eliot con la mayor naturalidad que pude—: Travis dice que tenían a Susan en La Fábrica.

—Imposible —me confirmó, sin pestañear, con la vista fija en la carretera.

Volví al teléfono:

—No puede estar allí.

—No he dicho que esté allí. Digo que se grabó desde allí.

Acababa de estar en casa de Eliot. Conocía el salón y tenía una idea general de la distribución de la vivienda, pero ¿había estado alguna vez en su habitación?

—Bueno, el caso es que ya no está allí, ¿no es eso?

—Sí, eso creo. Vamos, no lo creo. Sé dónde está.

—¿Dónde?

—En casa del Ruso.

Vamos hacia allá ahora.

—Yo también. ¿Que estás con él?

—Sí, eso es.

—¿Y te fías?

—Eso es.

—Vamos, que no tienes ni idea de si te la va a jugar o no.

—Claro, es lo que me imaginaba.

—Genial…

Tenía que preguntarle algo antes de que colgase.

—Y a todas estas, ¿cómo sabes que está allí?

—Rastreé su teléfono móvil.

—O sea que sólo sabes que su teléfono está allí.

—¿Tienes algo mejor?

Me quedé callado unos segundos. No, la verdad.

—Bien. ¿Dónde nos vemos?

—A la entrada. ¿En veinte minutos?

Miré el reloj.

—Sí, eso es, media hora.

—O sea, que me dé prisa para llegar antes que vosotros, ¿no?

—Vale, pues nos vemos allí en media hora.

Colgué. Eliot preguntó:

—¿Te fías de él?

—Más o menos —murmuré.

—Eso no es bueno en nuestra profesión.

—Tiene armas. Y está tratando de localizar a Susan. Dice que está, o ha estado, en casa del Ruso. Nos vemos con él allí en media hora.

—¿A la puerta?

—Sí, a la puerta.

Acababa de tener una conversación simétrica con mis dos mejores colaboradores. Me fiaba parcialmente de ambos. No me fiaba por completo de ninguno de los dos. Y ellos también parecían desconfiar el uno del otro. Qué maravilla.