XXXV
Él dijo, ella dijo
«She may be the face I can't forget,
the trace of pleasure or regret,
maybe my treasure or
the prize I have to pay.»
She (Elvis Costello)
EL MUERTO NO ERA OTRO que Tyler; normal que no lo hubiésemos encontrado en La Fábrica. La nota que me había dejado al principio de toda esta historia podía ser real después de todo. Había huido, lo habían localizado y ahora ya no respiraba.
—Podría ser un montaje —sugirió Eliot.
—No lo creo. ¿Qué sentido tendría?
Nos miramos. Ninguno de los tres añadió nada más sobre ese asunto.
Luego estuvimos un rato intercambiando ideas sobre cuál sería la mejor manera de regresar a la casa y no morir en el intento.
****
Dos horas después estábamos otra vez delante de la mansión del Ruso. El plan era llamar al timbre y que uno se quedase de conejillo de indias en la puerta principal mientras los otros se colaban saltando la verja por un lateral. El factor sorpresa y esas cosas. No era el mejor plan del mundo, como ya habrán observado, pero no teníamos tiempo ni neuronas para discurrir algo mejor a aquellas horas.
Llegaron los dóbermans y los matones. ¿Les suena? Mientras discutían conmigo y me amenazaban con echarme a las fieras (los perros), Eliot y Travis hicieron su aparición triunfal escalando la verja. Después, lo esperado. Unos cuantos disparos y cuatro malas bestias menos en este mundo. Había sido fácil. ¿Demasiado?
Las voces y, sobre todo, los disparos habían dado la voz de alarma al resto de habitantes de la casa. Nos pusimos a cubierto y fuimos avanzando yardas, al más puro estilo fútbol americano, disparando, esquivando balas, rodando por la hierba. De repente se hizo el silencio.
Sentimos unos pasos rápidos. Carreras. Parapetado tras una estatua del jardín, me asomé. Vi a un tío tratando de huir. Estaba herido en una pierna y cojeaba visiblemente. Vacié el cargador.
Miré a Eliot, que estaba a unos diez metros de mi posición, tras unos arbustos. Le hice un gesto. Buscamos con la mirada a Travis, un poco más allá. Todos bien, todos enteros. Nos pusimos de pie y sentimos más carreras.
Entré en la casa pistola en mano y vi a un par de chicas ligeras de ropa salir corriendo por el pasillo. Corrí tras ellas y alcancé a una. La sujeté por el brazo.
—¿Y el Ruso?
No sé si no entendía mi idioma o si estaba tan asustada que no sabía qué decir. Eliot meneó la cabeza para los lados. La solté y la dejé marchar.
Entre los tres registramos la casa de palmo a palmo. Ni rastro de Susan. El Ruso, durante el tiroteo, se las debió arreglar para salir por piernas porque tampoco dimos con él.
—¿Dónde narices está? —le pregunté hecho una furia a Travis.
—¿No debería estar en La Fábrica? —preguntó a su vez Eliot, algo desconcertado.
—Me aseguraste que estaba aquí —volví a la carga, ignorando a Eliot.
Travis subió mucho el tono, cosa rara en él:
—¡Era lo que indicaba el GPS de su móvil!
—¿O sea que no sabes si ella estaba aquí o no?
—¿Cómo quieres que lo sepa? Bastante hago que te ayudo en esto. Rastreé su puto móvil. No sé dónde está ella si no lleva el móvil encima.
Una idea cruzó mi mente.
—¡Vamos a buscarlo!
Estaba lo bastante mosqueado como para exigirles que me echasen una mano en eso también. Además, me habían ayudado a cargarme a los hombres del Ruso, ¿por qué no me iban a ayudar a poner patas arriba toda la casa buscando el dichoso móvil?
Marqué su número y dejé mi teléfono encima de la mesa. Agudizamos el oído. Nada. Registramos la casa entera. Nada. El móvil no estaba allí, si es que alguna vez lo estuvo.
Di al botón de colgar. No sabía qué hacer, dónde más buscar. Había estado en La Fábrica, en casa de John, de Eliot y del Ruso. Sólo se me ocurría otro lugar.
Un nuevo mensaje. Uno que me descolocó por completo. Di al play mientras Eliot y Travis, que llevaban un rato discutiendo entre ellos, se agolpaban a mi alrededor para ver el vídeo.
—Seguimos esperando —dijo el tío del pasamontañas—. ¿Dónde estás? ¿Cuánto tardarás en llegar? Ella quiere saberlo. —Le quitó la mordaza de la boca y la conminó a contestar—: Ven pronto —dijo ella—. Por favor… —Su voz de súplica me conmovió y cabreó a partes iguales.
El tío del pasamontañas volvió a hablar:
—Tienes una hora. O la chica muere. Adivina dónde estamos y ven a por nosotros… o atente a las consecuencias. Tú solo. Desarmado.