XXXVI
Verdades desagradables

«But the truth is so unkind.

What do you know, how low the sky.»

Subterranean (Foo Fighters)

EL VÍDEO NOS DEJÓ a todos boquiabiertos. Si Eliot y Travis estaban allí conmigo, era evidente que no lo habían mandado ellos pero… ¿y si tenían algún cómplice? Por otra parte, el hecho de que me lo hubiesen mandado justo después de que yo intentase contactar con Susan inducía a pensar que tenían su teléfono y habían visto mi llamada. Parecía ilógico conservar el teléfono y no a la chica pero ¿quién me podía asegurar que no se la habían cargado ya y que sólo estaban jugando conmigo?

Estaba fuera de mí. No sabía qué hacer. Miré para mis compañeros esperando alguna propuesta. Alguna idea. Algo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Eliot.

—Déjame el móvil —me pidió Travis.

Caminamos hacia su coche. Sacó un ordenador portátil y ejecutó un par de programas. Luego contactó con su amigo hacker por chat y le pasó el vídeo.

—Le he dicho que se dé prisa. Espero que en unos minutos nos pueda decir algo.

 

****

 

No sé cómo lo hizo, pero en menos de diez minutos teníamos la dirección. Un bloque de viviendas en medio de la ciudad. No pertenecía a nadie que conociésemos ninguno de los tres. Tardamos menos de quince minutos en llegar. El plan era que no había plan. Entrar a saco. Les dije que no hacía falta que subiesen al piso conmigo, bastaba con se quedasen abajo por si acaso. Insistieron en quedarse en el rellano del piso en cuestión. Menos mal.

—Mucho cuidado. Ese tío es un psicópata —me advirtió Eliot antes de que tocase el timbre.

La puerta se abrió como un resorte. Entré, consciente de que posiblemente me dirigía al matadero. Eliot y Travis me esperaban con armas y entrarían si tardaba más de la cuenta o si les llamaba a voces o con el móvil. ¿De qué se sorprenden? Ya les he dicho que no había plan.

En cuanto traspasé la puerta los acontecimientos se sucedieron vertiginosamente. De la nada aparecieron dos tíos tamaño armario empotrado. Me cachearon para ver si llevaba armas y luego me sujetaron por los brazos y me hicieron sentarme en una silla. Me sonaba mucho aquello. Esta vez nadie me ató. Se quedaron de pie, uno a cada lado. Apareció un tercer tío. El del pasamontañas. Iba vestido igual que en los vídeos.

—Has tardado mucho.

—Hay mucho tráfico por el centro.

—¿Que vas de gracioso por la vida, verdad?

Se acercó y me abofeteó. El golpe físico no fue muy grande, el moral bastante. Opté por no replicar.

—¿Sabes por qué estás aquí?

—Por el dinero del Ruso no, desde luego.

—Veo que has hecho bien los deberes. Tu trabajo te ha costado pero ya vas hilando más fino, ¿no?

Se quitó el pasamontañas. No había visto a ese tío en mi vida.

—¿Sabes quién soy?

—No, pero apuesto a que me lo vas a decir.

Nuevo golpe. Esta vez con el puño cerrado. Caí al suelo. Los gorilas se encargaron amablemente de volver a sentarme en la silla.

—¿No te parece que aquí falta algo?

—Pudiera ser…

—Tengo algo para ti —me tendió una hoja.

 

El juego llega a su fin. Si quieres volver a ver con vida a Susan, ven solo a tu casa. Sin armas, sin amigos, sin polis, sin trampas. No avises a nadie. No expliques nada a nadie. De esta forma, y si tienes suerte, todo saldrá bien.

Ah, se me olvidaba. Una última cosa: el viejo ya no pinta nada. ¿Has visto Sin City? Espero que sí. Así todo será... justo.

 

Mierda. ¿Ahora andábamos con acertijos? Por fortuna, sí que había visto Sin City. Recordaba perfectamente la frase de Bruce Willis: «El viejo muere, la chica vive. Me parece justo...». ¿Saben qué? A mí también me lo parecía.

—Ahora sal ahí y deshazte de tus amiguitos —dijo Pasamontañas.

Salí con cautela, escoltado por los dos gorilas. En el pasillo les conté una milonga bastante inverosímil a mis compañeros. No me creyeron. El caso que es logré deshacerme de ellos igualmente tras hacerle una curiosa promesa a Travis. Les aclaré que si les explicaba algo la matarían. No tenía ninguna garantía de que fuese así o de que no lo hubiesen hecho ya. Me quedé con ganas de mandarles liquidar a los tres del piso del secuestro. Quizás en otra ocasión.

Llegué a la casa, mi casa, en menos de quince minutos. Abrí la puerta. Ni un ruido, ni un sonido. Miré en la cocina. Nadie. Avancé por el pasillo hacia el salón.

—¿Ya estás aquí?

La voz salió de un tío vestido de negro igual que el que había dejado en la otra casa, con una bonita Glock en la mano izquierda. No se quitó el pasamontañas pero daba igual. Era mucho más alto y corpulento que el otro.

Me iba a abalanzar sobre él pero algo intangible me detuvo.

Dio tres palmadas. Se abrió la puerta del dormitorio y apareció Susan. Contuve la respiración. Iba vestida diferente que en los vídeos. Mucho más provocativa, con un top de tirantes muy escotado y una minifalda a medio muslo. No estaba atada. Nadie la retenía. Nadie le apuntaba con un arma. ¿Qué demonios estaba pasando allí?

—Siento que las cosas tengan que ser así —dijo mirándome con… ¿picardía? Después hizo algo que jamás me hubiese esperado: se dio un breve morreo con el secuestrador.

—¿Pero qué…?

—¿Te lo has cargado? —preguntó Pasamontañas 2—. Al Ruso —aclaró—. ¿Has acabado con él, o sólo con sus matones?

—¿Qué está pasando aquí?

—Pasa que ya no estabas a la altura —dijo Susan, mirándome de una forma desafiante, retadora. Con una mirada que no había puesto nunca antes—. Contesta: ¿te has cargado al Ruso? ¿O sólo a tu jefe, el imbécil ese que roba a escondidas y guarda el dinero en su propia casa?

No daba crédito a lo que veía y oía. No podía pensar con claridad.

—¿De qué va todo esto?

—Conseguiste el dinero para el Ruso, ¿verdad que sí?

—¿Para qué preguntas cosas que ya sabes?

Touché. Aquí la nena y yo hemos decidido darte un escarmiento.

—¿Tú estabas en esto desde el principio? —pregunté mirándola y deseando que no fuese más que una pesadilla.

—Tú mismo te lo buscaste.

—¿Y todo lo que me dijeron Eliot y Travis? —pregunté. No sabía si ellos estaban metidos en aquello o no. No sabía nada. Ése había sido mi problema durante todo el tiempo.

—¿Sobre qué? —preguntó Pasamontañas 2 con aparente indiferencia.

—Sobre el Ruso. Su sobrina. El calvo de la cicatriz. Tyler. John.

—Todos están muertos… o poco les falta —replicó con hastío.

—¿Es una especie de golpe de estado? ¿Trabajas para la sobrina del Ruso y me han utilizado, me habéis utilizado todos porque sabíais que era el único que podría conseguir cargarme a todos los que se pusieran en mi camino? ¿Que haría cualquier cosa por ella?

La palabra «zorra» estaba a punto de aflorar en mi boca. Me contuve, esperando un gesto por su parte que no llegó.

—Hay que reconocerte algo. Susan tenía razón. Eres listo. Muy listo. Estás bastante cerca de la verdad. Es una lástima que no puedas seguir investigando y sacando conclusiones. Una verdadera lástima.

Le dio la pistola a Susan. No podía creérmelo.

—Todo tuyo —le dijo.

Susan me miró con sus preciosos ojos de color ámbar. Pensé que no lo haría. Estaba seguro de que no. Era imposible que lo hiciese. Me sentí confiado durante unos instantes. Después noté el impacto y caí al suelo. Lo había hecho. Me había disparado.