V
Cuando llamé a Dick van Arnhem a la mañana siguiente, me cogió el teléfono su secretaria, Simone Godliman: una señora muy preparada para su trabajo, de unos cincuenta años, que atendía a todo el mundo con extrema eficiencia y corrección. Llevaba ya muchos años siendo su secretaria personal y hacía las veces de parapeto entre él y todo aquel que quisiera acercársele, manejándolo todo con mano muy firme. Tal vez su propia esposa fuera la única persona que podía llamarle sin pasar por el cedazo, pero incluso eso me atrevía a ponerlo en duda.
También esta vez se portó conmigo —gallina en corral ajeno y cualquier cosa antes que un hombre de negocios importante— de manera muy correcta. Estaba al tanto y me puso en seguida con él.
—Hola, buenos días, Jager. Gracias por devolverme la llamada. ¿Qué tal estás?
—Muy bien. Gracias.
—Estupendo. Seré breve. Un vecino de mi edificio se ha dirigido a mí solicitándome ayuda y, aunque no es la clase de trabajo que haces normalmente, en seguida me vino su nombre a la cabeza. ¿Estás disponible?
—Sí, en principio sí, pero ¿de qué se trata?
—Se llama Kalman Teller. Lleva ya una década envuelto en una causa judicial; no él directamente, pero sí es él quien paga la asistencia jurídica de una mujer que antes le llevaba las cuentas y que se ha convertido en la víctima de una negligencia médica.
¿Una causa que se arrastraba ya desde hacía diez años? ¿Una negligencia médica? Esa no era mi especialidad en absoluto. Dick van Arnhem debió de haber notado mi confusión.
—No parece muy lógico, pero me ha contado unas cuantas cosas que me llevaron a pensar en seguida en ti.
—¿Y esas cosas fueron?
—No han cesado de tener mala suerte en todo este asunto judicial y ya son varias las veces que les han aconsejado mal. Lo que están buscando, ante todo, es alguien en quien poder confiar plenamente, una persona íntegra.
Yo ya sabía que me consideraba un buen profesional, pero esto era muy halagador. Además, así, de manera tan directa.
—Por lo visto, la integridad es algo muy importante, ¿no?
—Sí, con todo lo que han pasado, el asunto no puede volver a torcerse otra vez.
—¿Puedes contarme algo más?
—En resumen, todo se reduce a que esa mujer ha quedado casi inválida debido a una negligencia mientras le administraban la anestesia para una sencilla operación. Para ella y su marido es obvio que se trata de una negligencia, pero el hospital lo niega todo y ha permitido que el caso llegara hasta los tribunales. Llevan ya más de diez años enzarzados sin mucho éxito y, en su opinión, la cosa va de mal en peor.
—¿Y qué quieren de mí? Yo no soy ningún jurista. Me imagino que se lo habrás dicho.
—Sí, por supuesto, aunque ahora eso es lo que menos necesitan. Pero me parece que lo mejor será que te lo expliquen ellos mismos.
—¿Ella y su marido? Prefiero hablar con ese señor Teller antes de verme arrastrado por un remolino de emociones.
—No habrá problema.
—¿Sabes algo más de él?
—Pues creo que ya se ha jubilado, pero ha trabajado casi toda su vida para la Shell, en un departamento que asesoraba sobre las posibles estrategias al consejo de administración. Eso atestigua algo sobre su inteligencia y esa es también la impresión que me da. Es muy celoso de su privacidad, pero es de origen húngaro, de ahí el nombre. Por lo demás, es judío y durante la guerra estuvo en Auschwitz. Esto último, la verdad, no lo sé por él. En mi opinión, es un hombre en el que se puede confiar plenamente.
Por su tono de voz me percaté de que la conversación empezaba a resultarle demasiado larga. Seguía sin verle la posible relación conmigo, pero Dick van Arnhem no era el tipo de hombre dispuesto a endilgarme algo simplemente porque se le había ocurrido mi nombre de pronto. Y fuera quien fuese ese Kalman Teller, lo cierto es que podía permitirse un piso de más de un millón de euros. Dick van Arnhem vivía en uno de los edificios de apartamentos más caros de Róterdam, en la cabecera del Wilhelminakade, con una vista panorámica sobre la ciudad y el Mosa.
—Está bien. Iré a hablar con él.
—Estupendo, gracias. Te paso en seguida con Simone. Ella te dará su número y le dirá que vas a llamarle. ¿Cuándo te viene bien?
De momento estaba en el Veluwe y, en cualquier caso, debería esperar hasta que regresara.
—Algún día de la semana que viene.
—Muy bien.
Poco antes de que concluyera nuestra conversación, me tenía preparada otra sorpresa:
—Una cosa más, te aviso de que tiene las manos mutiladas. No es plato de buen gusto. Y tampoco querrá estrechártela.