XXVIII
El antiguo colega de Kalman Teller se llamaba Douwe Bazen y lo primero que me dijo cuando le llamé por teléfono fue que contaba con mi llamada: «Kalman ya me había puesto al corriente de que usted podría llamar en cualquier momento para pedir información sobre él».
Era cierto, pero omití prudentemente que esa era mi norma antes de aceptar un trabajo.
Desde el principio quedó claro que al otro lado de la línea tenía a alguien al que le gustaba hablar sobre su antiguo colega. Y a medida que avanzaba la conversación, comprendí que no lo hacía únicamente porque le parecía agradable recordar su pasado común, sino también porque sentía una admiración manifiesta por Kalman Teller. También fue la primera vez que estuve hablando con alguien que le llamaba por su nombre de pila.
Se conocieron poco después de la guerra. Kalman Teller vivía por aquella época en Scheveningen, en Pension De Kapitein, una impresionante casa señorial, con un aspecto colonial que le proporcionaban las galerías blancas, y que no estaba lejos del Kurhaus, el hotel balneario, y del paseo marítimo. Él disfrutaba de alojamiento y comida a cambio de la ayuda que prestaba a la patrona en todo tipo de tareas: limpiaba, iba a hacer la compra, cocinaba y cuidaba de los niños. Allí debió de encariñarse con algo, porque cuando obtuvo su primer empleo en la Shell y empezó a ganar más dinero, no fue esta una razón para mudarse. Cuando se convirtieron en colegas, Douwe Bazen se pasaba con regularidad por la casa a visitarle y comprendió mejor por qué Pension De Kapitein era un concepto. La comida era buena, el precio muy asequible, pero por encima de todo la patrona era una mujer cordial y hospitalaria que transmitía a los visitantes la sensación de que eran bienvenidos. Allí vivía un grupo variopinto de composición variable: personas que alquilaban una habitación por tiempo indefinido, antiguos colonos de Indonesia, gente de La Haya que se había empobrecido, exiliados de países de Europa del Este, pero también muchos huéspedes temporales: artistas de revista que actuaban en el Kurhaus y en verano, naturalmente, muchos turistas. Las veces que Douwe Bazen iba a visitarle disfrutaba del ambiente, que sobre todo durante los meses estivales tenía algo de cosmopolita y expansivo. Y aunque Kalman Teller se mantenía siempre un poco al margen, el señor Bazen pronto se dio cuenta de que la patrona le había tomado bajo su protección e intentaba cuidarle. Kalman Teller no se mudó hasta finales de la década de los años sesenta, cuando cerraron la pensión, y era evidente que tuvo muchas dificultades con ese cambio.
Una de las primeras cosas que me quedaron claras, mientras escuchaba a Douwe Bazen, fue que el interés de Kalman Teller por el pico petrolero no estaba dictado en absoluto en un primer momento por el deseo de enriquecerse prediciendo tan bien como le fuera posible el precio del petróleo.
—Kalman es exactamente igual que Hubbert, igual de testarudo. Trabajó para nosotros durante un tiempo en Texas y allí conoció también a Hubbert, que en aquella época ya era anciano, pero seguía derrochando vitalidad y claridad en sus opiniones. ¿Sabía usted acaso que Hubbert se llevó muy mal durante un tiempo con la directiva que había entonces en la Shell? —Cuando le respondí con una negativa, continuó—: Hubbert fue el primero en predecir que las reservas de petróleo se acabarían en Estados Unidos. Para ser exactos: él predijo en 1956 que la producción de petróleo de los llamados «Lower 48», todos los Estados con la excepción de Alaska, Hawái y el golfo de México, alcanzaría su punto más elevado a finales de la década de los años sesenta, principios de la década de los setenta. Hasta entonces, se pensaba aún que esas fuentes serían suficientes durante mucho más tiempo para el consumo nacional. La dirección intentó prohibirle que hiciera declaraciones públicas, porque estaba claro que esa clase de rumores no era algo agradable para oídos de accionistas y otros interesados. Sin embargo, Hubbert era obstinado, así que hizo caso omiso de la prohibición y siguió divulgando sus predicciones. En vano, porque nadie le escuchaba. Hasta muchos años después, cuando resultó que tenía razón, no empezó a cambiar todo. El caso es que a la Shell, naturalmente, no le interesaba que alguien, incluso dentro de sus propias filas, divulgara abiertamente que el producto en torno al cual giraba toda la empresa alcanzaría su punto máximo en cuanto a producción se refiere. La consecuencia fue que nadie escuchó a Hubbert y eso ha cambiado la historia del mundo. Tal vez esta afirmación le suene muy pomposa, pero no es exagerada. Cuando a principios de los años setenta quedó claro que el petróleo se estaba agotando en los Estados Unidos, se decidió rápidamente dar mucha más prioridad en la política exterior al control de las reservas de petróleo en el extranjero. ¡Todo empezó quince años después de lo que tendría que haber empezado si hubieran seguido a rajatabla sus consejos entonces! El mundo habría tenido un aspecto muy distinto. Por ejemplo, no habría sido necesaria toda la crisis energética de la década de los años setenta. Y solo se trata de las erróneas estimaciones del pico petrolero en los Estados Unidos de Norteamérica. Después de su encuentro con Hubbert, Kalman ha ido obsesionándose cada vez más con cuáles serían las consecuencias de no reconocer a tiempo el momento del pico petrolero para todas las reservas de petróleo en el mundo. Y al igual que Hubbert a la sazón, Kalman se topó en su camino con la directiva de la Shell.
—¿Afirma usted que la Shell está intentando posponer adrede la fecha del pico petrolero real?
Se hizo el silencio por un instante al otro lado de la línea y, cuando obtuve respuesta, esta no fue muy directa:
—Según la Shell, ese momento se producirá en algún año entre 2020 y 2030. Según Kalman, diez años antes con seguridad. Se habrá dado cuenta de que no pronuncio la palabra «adrede» porque me parece una acusación demasiado grave. El cálculo exacto depende de muchos factores: política económica, demanda del mercado, tecnología de búsqueda y tecnología de extracción. Todos esos cálculos, por lo demás, dependen de que se mantenga la constante del crecimiento económico actual, porque si hubiera una recesión en la economía mundial, ese momento tardaría más en llegar, naturalmente.
—Según el señor Teller, esos diez años de diferencia son de gran importancia. Al menos, es lo que he deducido de lo que usted acaba de contarme.
—Es correcto, sí. Por otra parte, no se trata solo de su opinión. En 2005 apareció el denominado Informe Hirsch, que lleva el nombre de su autor principal, Robert Hirsch, y fue redactado a instancias del Departamento de Energía de los Estados Unidos. Hirsch argumenta que si no se toman medidas a tiempo, los costes económicos, sociales y políticos no tendrán precedentes. A continuación, propone que se debe empezar con las medidas mitigantes diez años antes del pico, y menciona la cantidad de diez trillones de dólares al año, que se necesitarán para poner en marcha estas medidas. Un uno con diecinueve ceros. —Dejó que se produjera un breve silencio y luego continuó—: O, dicho de otra manera, diez mil millones por mil millones. Esa es una cantidad que está por encima de nuestra capacidad de entendimiento, no digamos ya de la de los políticos, que solo tienen una visión a corto plazo.
Entre ese grupo también podía contarme yo, porque en este momento tenía otras cosas en mente:
—¿Dijo usted que el señor Teller también tuvo problemas con la dirección?
—Sí, claro. La Shell es una empresa con accionistas y objetivos, y Kalman hablaba cada vez más a menudo de política mundial. Tómeme a mí, por ejemplo: yo era científico principal de técnicas de reserva y para eso me habían contratado. De Kalman, a su vez, se esperaba que diera consejos estratégicos, pero relacionados con el propio producto y lo que la Shell debería hacer para mantener su posición en el mercado o reforzarla.
—¿Al final despidieron al señor Teller?
La reacción de Douwe Bazen fue de sorpresa:
—¿Despedir? No, claro que no. Kalman tenía una hoja de servicios demasiado importante como para que le despidieran. Se acogió a la jubilación anticipada.
—Y ahora gana mucho dinero con sus conocimientos.
Su anterior colega salió en seguida en su defensa:
—Bueno, eso es simplificarlo mucho. Kalman estuvo durante años manifestando su opinión, pero cuando por fin llegó a la conclusión de que nadie iba a escucharle, decidió cambiar de táctica, y en esa táctica el dinero desempeña un papel importante. ¿Le ha contado algo sobre sus empresas?
Sabía que Mira Roes había estado ayudándole muchos años con la contabilidad de esas empresas, pero era todo lo que había oído al respecto.
—No, ese tema todavía no ha salido.
—Kalman, en efecto, gana mucho dinero en la bolsa, pero todo lo que gana vuelve a invertirlo. Acabo de darle esa cantidad enormemente elevada que se necesita para hacer frente a una próxima crisis energética con todos los desastres adicionales. Kalman aporta a su manera su granito de arena. Es el propietario de varios fondos de inversión. El dinero que gana lo mete ahí y, acto seguido, se invierte en toda clase de fuentes de energía alternativa y su desarrollo. Energía solar y energía eólica, naturalmente, pero también biodiésel sacado de la jatropha, una planta que se da mucho en África. Además, invierte grandes cantidades en investigación para recuperar la energía de las corrientes marinas de nuestros océanos.
—¿Puedo preguntarle de cuánto dinero se trata?
—¡Uy, muchas decenas de millones!
—Vaya, es una buena suma. ¿Y todo eso lo hace desde casa? Tendrá que conocer a las personas de esas empresas, ¿no? Me dijo que apenas pisaba la calle.
—Kalman analiza en profundidad las empresas en las que piensa invertir. Además, es infalible a la hora de evaluar las cualidades de las personas. Con una, a lo sumo dos conversaciones telefónicas, ya tiene suficiente. No conozco a nadie que sepa escudriñar tan bien en los entresijos de otras personas. Es como si te estuviera atravesando con la mirada. Yo siempre he sido claro y directo con él, así que en mi caso, casi como autoprotección, servía el dicho de «lo que hay es lo que ves».
—Y eso lo hace sin mostrar nada de sí mismo —añadí—. Naturalmente, apenas conozco al señor Teller, pero es la impresión que me da.
—Sí, lo ha captado bien. Pero, entre tanto, yo ya le conozco lo suficiente como para saber que se puede confiar por completo en él. Acepté pronto que había determinadas cosas que eran tabú y que, por tanto, nunca llegaría a conocerlas. Por lo demás, con su historia no es tan extraño, y, desde luego, tampoco es el único.
—¿Se refiere al hecho de que estuvo en Auschwitz?
—Exacto. Él sobrevivió, pero toda su familia murió en las cámaras de gas. ¿Lo sabía?
—No.
—Bueno, eso sí me lo contó. El padre, la madre, cuatro hermanas y tres hermanos, además de tíos, tías, primos y primas: allí perdió a todos. Kalman fue el único que sobrevivió.
—¿Nunca contó cómo?
—No. Lo único que alguna vez dijo al respecto es que había tenido suerte. Por lo demás, no creo que me contara lo que me contó para desahogarse o exteriorizar su pena. Antes bien, creo que le parecía que de todas formas tenía derecho a saber algo, siendo como era su colega más cercano. Así pues, fue inspirado más por una suerte de cortesía que por el deseo de querer compartir algo conmigo.
—¿No le molestaba?
—No, pero ¿cómo puedo explicárselo para que me entienda?
Esta vez se quedó mucho tiempo callado. Cuando volvió a hablar, lo hizo más despacio y con mayor mesura que antes:
—Yo solamente soy un par de años mayor que Kalman. Cuando estalló la guerra, tenía catorce años. En ciertos aspectos, la época de la guerra para los niños de mi edad fue un período emocionante y de aventuras. Para Kalman debe de haber sido el infierno en la Tierra, sobre todo cuando los llevaron al campo de concentración. Entre su mundo y el mío se abrió entonces un abismo que ya nunca más se pudo volver a cerrar. Tras la guerra, aparentemente vivíamos en el mismo mundo, pero para alguien como Kalman eso no era más que apariencia. Por supuesto, nunca se lo tomé a mal, hasta ahí sí que llega mi capacidad de comprensión. —Pensé por un momento que iba a dejarlo aquí, pero estableció una relación con la obsesión de Kalman Teller, si bien en un tono algo más ligero—: Mucha gente piensa que no será para tanto si no nos anticipamos a tiempo al momento del pico petrolero, pero Kalman les recrimina su ignorancia. Una vez dijo literalmente que a las personas que nunca han sufrido una verdadera desgracia les falta imaginación para ver venir la siguiente.
Cuando colgué y releí mis anotaciones, me di cuenta de que había olvidado preguntarle si sabía cómo había sufrido Kalman Teller esa mutilación en las manos. Por un momento dudé en volver a llamarle para preguntárselo, pero a continuación abandoné la idea. Aunque me había enterado de un montón de cosas nuevas, la conversación había sido al final decepcionante. Este antiguo colega de Kalman Teller apenas sabía más de su pasado de lo que ya había oído antes. Hacía ya mucho tiempo que este hombre le había cerrado la puerta a ese pasado para no dejar que pasara nadie nunca más. Su familia entera había sido masacrada allí, lo que era razón suficiente para no querer regresar a Hungría, donde todo se lo recordaría, y razón suficiente para no querer hablar con nadie del tema. Probablemente ni siquiera fuera una cuestión de no querer, sino más bien de no poder. Él había sido el único que había sobrevivido y, tras esta conversación, seguía sin saber si había sido por casualidad. Según Eva Lisetsky, los rumores en la comunidad judía apuntaban a que había habido una razón. ¿Qué pensaría él mismo del hecho de haber sido el único de su familia en sobrevivir al infierno? Me pareció tan terrible que muy bien podría llegar a considerarse una especie de castigo.