6

Como he visto a un galés con sombrero de copa dirigir un impi Zulú y yo mismo he cabalgado con una partida de indios apaches con pintura de guerra y taparrabos, creo que no debería de haber sentido ningún asombro por el hecho de que Gurdana Khan, el rudo montañés del Khyber, supiera hablar tan bien la lengua del Tío Sam: había algunos tipos muy extraños en aquella época, se lo aseguro. Pero las circunstancias eran extrañas, permítanme decirlo, y yo me quedé pasmado durante algunos segundos antes de ponerme la túnica. Reaccioné y vomité, en cambio él se quedó refunfuñando como un protestante ante los tres cuerpos encapuchados y el cadáver desnudo de la pobre putita de Cachemira rodeada de agua ensangrentada. Y aunque digo pobre puta… lo cierto es que había hecho todo lo posible para dejarme más plano que un lenguado. El hombre al que yo había disparado el dardo estaba revolcándose, en los estertores de la muerte.

—Dejémosle así —dijo Gurdana Khan—. ¡Maltratar a las mujeres es algo que no puedo soportar! Vámonos.

Se dirigió hacia una escalera escondida en las sombras del otro lado del baño, empujándome con impaciencia frente a él. Subimos y me guió a lo largo de kilómetros de pasadizos intrincados, ignorando mis incoherentes preguntas, luego a través de un amplio vestíbulo, por una sala de guardia donde había unos irregulares vestidos negros y al fin llegamos a una habitación espaciosa y confortable que parecía en todos los aspectos la guarida de un solterón de nuestro país, con grabados y trofeos en las paredes, estanterías con libros y butacas de fina piel. Yo estaba temblando de frío, por la conmoción y la sorpresa; él me hizo sentar, puso un chal por encima de mis piernas y sirvió dos tragos: whisky de malta, no se lo pierdan. Dejó a un lado su cuchillo Khyber y se quitó su puggaree. Era un pathan, a pesar de todo, con aquel cráneo rapado, la cara de halcón y la barba grisácea, aunque gruñó «Slainte»[74] mientras levantaba su vaso, colocando primero en su cuello aquel extraño collar de acero que había visto la tarde anterior… Dios mío, ¿habían pasado sólo doce horas? Acabó de beber y se me quedó mirando ceñudo como un director de colegio a un alumno descarriado.

—Ahora, dígame, señor Flashman… ¿dónde demonios estaba usted anoche? ¡Peinamos todo el palacio, incluso miramos debajo de su cama, maldita sea! Bien, ¿señor?

Todo aquello era absurdo… Todo lo que sabía era que alguien trataba de asesinarme, pero desde luego no aquel tipo tan irritable… ¡Así que me había expuesto a una muerte horrible colgado de las ventanas mientras él y su banda me buscaban para protegerme, maldita sea! Aparté el vaso de mis castañeteantes dientes.

—Yo… estaba fuera. Pero… ¿quién demonios es usted?

—¡Alexander Campbell Gardner! —exclamó—, antiguo instructor de artillería del khalsa, actualmente comandante de la guardia del maharajá y recientemente a su servicio… ¡Considérese afortunado!

—¡Pero usted es norteamericano!

—Eso es —me miró con unos ojos como taladros—. De Wisconsin.

Debí ofrecer el aspecto de una completa estupidez, porque él palmeó aquel objeto de hierro que llevaba en el cuello de nuevo, bebió su trago de whisky y graznó:

—¿Y bien, señor? Usted dejó caer esa palabra, como le había dicho Broadfoot que hiciera, en una emergencia. ¿Cuándo, pregunta? ¡Maldita sea, al pequeño maharajá, y luego al viejo Ram Singh! Llegó hasta mí, no importa cómo; y fui directamente a ayudarle, ¡y ni rastro de usted! ¡Lo siguiente que supe es que estaba usted jugando a hacer cositas feas con la maharaní! ¿Era ésa una conducta inteligente, señor, cuando usted sabía que Jawaheer Singh estaba a punto de cortarle la garganta? —vació su vaso, golpeó con el collar de hierro en la mesa y me lanzó una mirada iracunda—. ¿Cómo demonios sabía usted que le iba detrás, de todos modos?

Esta diatriba me había dejado perplejo.

—¡Pero si yo no lo sabía! Señor Gardner, estoy confuso…

—¡Coronel Gardner! Entonces, ¿por qué, por todos los demonios del infierno, hizo usted sonar la alarma? ¡Gritando Wisconsin a todas las personas que se encontraba, demonios!

—¿Eso hice? Debió de ser sin darme cuenta…

—¿Sin darse cuenta? ¡Maldita sea, señor Flashman!

—Pero usted no lo entiende… ¡Todo esto es una locura! ¿Por qué iba a querer matarme Jawaheer? ¡Ni siquiera me conoce… sólo le he visto una vez, y estaba tan borracho como una cuba! —un espantoso pensamiento me asaltó entonces—. Entonces, no fue su gente… sino la de la maharaní. ¡Sus esclavas! Ellas me llevaron a aquel condenado baño… ¡ellas sabían lo que iba a ocurrir! Ella tuvo que darles la orden…

—¡Cómo se atreve! —Eso fue lo que dijo, con las patillas hirsutas de furia—. Sugerir que ella pudiera… ¡Después de toda la… amabilidad que le ha mostrado! ¡Estaría bueno! Le digo que esas cachemiríes habían sido sobornadas y coaccionadas por Jawaheer y sólo por Jawaheer… ¡Ésos eran sus sicarios, enviados para silenciar a las chicas una vez que hubieran acabado con usted! ¿Cree usted que no les conozco? ¡La maharaní, vamos, ésta sí que es buena! —Estaba realmente indignado, de verdad—. No estoy diciendo —continuó— que ella sea el tipo de joven que uno llevaría a su casa a conocer a su madre… ¡pero insinuar eso, señor! ¡Con todas sus debilidades, de las cuales usted ya se ha aprovechado bastante, Mai Jeendan es una dama encantadora e inteligente y la mayor esperanza de este territorio dejado de la mano de Dios desde Runjeet Singh! ¡Tiene que recordar esto, por todos los demonios, si quiere que usted y yo sigamos siendo amigos!

Yo no estaba solo en mi entusiasmo por la dama, según parece, aunque adiviné que el suyo era de un tipo más espiritual. Pero yo seguía in albis como antes.

—Muy bien, si usted dice que fue Jawaheer… ¿pero por qué demonios iba a querer matarme?

—¡Porque desea la guerra con los británicos! ¡Por eso! Y la manera más segura de iniciarla es eliminando a un emisario británico aquí en Lahore. Fíjese, Gough podría estar en el Satley con cincuenta mil bayonetas antes de que usted dijera Jack Robinson… John Company y los khalsa podrían estar enseguida a la greña… y eso es lo que quiere Jawaheer, ¿no lo ve?

No lo veía, y así se lo dije.

—Si él quiere la guerra… ¿por qué no ordena simplemente a los khalsa que marchen sobre la India? Ellos están ansiosos por luchar contra nosotros, ¿no es verdad?

—Claro que sí… ¡pero no bajo la dirección de Jawaheer! Nunca han tenido confianza en él, así que la única manera de empujarlos a la lucha es consiguiendo que los británicos ataquen primero. Pero maldita sea, ustedes no le responden, por muchas provocaciones que lance por toda la frontera… así que Jawaheer está ya desesperado. ¡Está en bancarrota, el khalsa le odia y desconfía de él y está dispuesto a desollarlo vivo por la muerte de Peshora, y le tienen prisionero en su propio palacio con las pelotas cogidas con unas tenazas! —tomó aliento—. ¿No lo sabe, señor Flashman? Jawaheer necesita una guerra, ahora mismo, para mantener ocupado al khalsa y salvar el pellejo. Por eso ha intentado eliminarle en el baño esta noche, Dios le confunda, ¿no lo ve?

Bueno, visto así, parecía lógico. Todo el mundo parecía querer una guerra sangrienta excepto Hardinge y su seguro servidor… pero ahora comprendía por qué la necesidad de Jawaheer era más acuciante que la de la mayoría. Había oído la opinión que tenía el khalsa de él aquella misma tarde, y había presenciado el terror que sentía. Sí, demonios, eso es lo que había querido decir cuando me señaló y gritó que los británicos tendrían un motivo para venir…, ¡ese malvado hijo de puta! Estaba al acecho, esperando mi llegada… y de repente una espantosa e increíble sospecha me asaltó.

—¡Dios mío! ¿Sabía Broadfoot que Jawaheer trataba de matarme? ¿Me mandó aquí precisamente para…?

Él soltó una carcajada como un ladrido.

—Oiga, usted tiene una opinión estupenda de sus superiores, ¿verdad? Primero Mai Jeendan, ahora el mayor Broadfoot… No, señor… ¡ése no es su estilo! Vaya, si hubiera previsto una cosa semejante… —frunció el ceño y sacudió la cabeza—. No, Jawaheer ha tramado esto en las últimas horas, supongo… Su llegada le puede haber parecido una oportunidad enviada por el cielo. Y la habría aprovechado si yo no hubiera estado pegado a sus talones desde el momento en que llegó a la habitación del durbar. —Resopló con incredulidad—. ¡Todavía no puedo olvidar ese maldito baño! No volverá a meterse en agua jabonosa nunca más, imagino.

Aquello bastaba para ponerme de pie y dirigirme a su botella de licor sin pedir permiso siquiera. ¡Dios!, ¿en qué nido de serpientes me había metido Broadfoot? Todavía no podía ordenar todo aquello en mi mente, aturdida por el torbellino de las últimas horas. ¿Me había quedado dormido leyendo Crotchet Castley lo había soñado todo: mis acrobacias en el balcón, Mangla y Jawaheer y el sorprendente espectáculo en la habitación del durbar, el ebrio y extático acoplamiento con Jeendan, el horror de la piedra cayendo sobre la bañera, el tremendo y sangriento encontronazo en el que se habían perdido cinco vidas en apenas un minuto, esta increíble Némesis con tartán, con su cuchillo Khyber y su acento yanqui,[75] que me miraba mientras yo le daba fuerte a su malta? Tardíamente murmuré la palabra «gracias», añadiendo que Broadfoot era afortunado de tener un agente como él en Lahore. El coronel replicó agudamente.

—¡Yo no soy su maldito agente! Soy su amigo, y en todo lo que permite mi deber hacia el maharajá, simpatizo con los intereses británicos. Broadfoot sabe que yo le ayudaré, y por eso le dio mi contraseña —se contenía con dificultad—. ¡Y fue bastante inconsciente al hacerlo, por cierto! Pero eso es todo, señor Flashman. Ahora usted y yo seguiremos nuestros caminos por separado, usted no se dirigirá a mí ni me reconocerá de ahora en adelante excepto como Gurdana Khan…

—¿De ahora en adelante? Pero si me vaya ir… Hombre, no puedo seguir aquí, con Jawaheer…

—¿Cómo que no puede? Es su deber, ¿no? Sólo porque la guerra no vaya a empezar mañana no quiere decir que no vaya a estallar algún día. Oh, sí, lo hará… y entonces Broadfoot le necesitará aquí —para no estar al servicio de Broadfoot, parecía saber mucho acerca de cuál era mi deber—. Además, después de esta noche lo tiene mucho mejor. Lo del baño será bastante explícito: todo el mundo sabrá que Jawaheer trató de matarle… y por qué. Pero nadie dirá ni una palabra al respecto… incluyéndole a usted —viendo que iba a protestar, me acalló—: ¡Ni una palabra! Eso causaría un escándalo que podría empezar la guerra en beneficio de Jawaheer…, así que silencio, señor Flashman. Y no tema, ahora que está bajo la protección de Mai Jeendan, lo peor que puede hacerle Jawaheer es mirarle mal.

Ya había oído esas palabras tranquilizadoras antes.

—¿Y por qué demonios me va a proteger ella?

—¡Venga, no se haga el delicado conmigo, señor! —me señaló con un dedo tieso, el Tío Sam con el corte de pelo de Kandahar—. ¡Usted sabe muy bien por qué, y también lo sabe cada correveidile en este condenado burdel real! Oh, claro, ella tiene también razones políticas… Bueno, simplemente mantenga la boca cerrada y sea agradecido —concluyó lacónicamente—. Y ahora, si está ya recuperado, volveremos a sus habitaciones. Y no diga Wisconsin a menos que quiera decirlo. Jemadar, idderao![76]

Apareció un suboficial como por arte de magia, y Gardner le comentó que a partir de ese momento tendría yo un par de sombras discretas junto a mí y preguntó si alguien había cuidado de mí hasta entonces; el jemadar dijo que sólo mi ordenanza.

Gardner frunció el ceño.

—¿Y quién es ése, uno de los pathan de Broadfoot? No le vi llegar con usted.

Le expliqué que Jassa tenía la costumbre de desaparecer cuando más se le necesitaba, y que no era un pathan… ni un derviche, como él decía.

—¿Un derviche? —se sorprendió—. ¿Qué aspecto tiene?

Le describí a Jassa, incluso la marca de la vacuna, y él juró y perjuró y se puso a pasear por la habitación.

—Debe de ser… ¡no, no puede ser! Hacía años que no había oído hablar de él y ni siquiera él tendría la cara dura de… ¿Está seguro de que es un hombre de Broadfoot? No lleva barba, ¿eh? Bueno, ya veremos. Jemadar, busque al ordenanza, dígale que el huzoor le reclama, con toda urgencia… y si pregunta algo, dígale que yo estoy fuera, en Maian Mir. Usted siéntese, señor Flashman. Sospecho que esto puede interesarle.

Después de los acontecimientos de aquella noche, dudaba de que Lahore pudiera albergar más sorpresas… pero saben, lo que siguió fue quizás el encuentro más sorprendente entre dos hombres que jamás haya visto… y háganse a la idea de que yo estuve en Appomattox y vi a Bismarck y a Gully cara a cara con los puños en alto, y sujeté la escopeta cuando Hickok se enfrentó a Wesley Hardin. Pero lo que ocurrió en la habitación de Gardner supera a todo eso.

Esperamos en silencio hasta que el jemadar llamó a la puerta, y Jassa entró, evasivo como siempre. En el momento en que sus ojos se posaron en la sombría figura con tartán, se sobresaltó como si hubiera pisado ascuas, pero luego se rehízo y me miró inquisitivo mientras Gardner le contemplaba casi con admiración.

—No está mal, Josiah —dijo—. Puedes tener la conciencia más culpable al este de Suez, pero por Dios que tienes también la desfachatez más grande, para hacerle compañía. Nunca te había visto afeitado —su voz se endureció hasta convertirse en un ladrido—. Y ahora, ¿cuál es tu juego? ¡Habla, jildi!

—¡A ti qué demonios te importa! —saltó Jassa—. Soy un agente especial al servicio británico… ¡Pregúntaselo a él si no me crees! ¡Y eso me pone fuera de tu alcance, Alick Gardner! ¡Así que ya lo ves!

Dicho en pashto, lo habría considerado una buena respuesta… un poco irresponsable, por lo que había visto de Gardner, pero lo que uno esperaría de un duro khyberés. Pero lo dijo en inglés… ¡con un acento más norteamericano que el del propio Gardner! No daba crédito a mis oídos. Un maldito yanqui paseándose con traje afgano por allí ya era bastante malo… ¡pero dos! Y el segundo era mi propio ordenanza, cortesía de Broadfoot… ¿Les maravilla que me quedase allí sentado con la boca abierta? Gardner explotó.

—¡Agente especial, una porra! Tú, cuáquero marrullero, si estás trabajando para Broadfoot quiere decir que él no sabe quién eres. Y no lo sabe, ¡apuesto lo que quieras! No, porque tú eres anterior a su época, Josiah… ¡saliste de Kabul antes de que llegaran los británicos, y fuiste muy listo! Sekundar Burnes te conocía, sin embargo… ¡como el agente doble y sinvergüenza que eres! Pollock también te conoce… él te echó de Birmania, ¿verdad? ¡Maldita sea, no creo que haya ni una sola ciudad entre Rangún y Basora en la que no hayas dejado una camisa! Así que, veamos… ¿de qué se trata esta vez?

—No voy a contestarte —dijo Jassa—. Señor Flashman, si usted hace caso de esto, yo no. Usted sabe que soy agente del mayor Broadfoot…

—¡Contén tu lengua o te la cortaré! —rugió Gardner—. ¿Estás fuera de mi alcance? ¡Ya lo veremos! Usted conoce a este hombre como Jassa —me dijo—. Bueno, pues tengo el honor de presentarle al doctor Josiah Harlan de Philadelphia, antigua rata de barco, impostor, falsificador de dinero, espía, traidor, revolucionario y experto en todas las bellaquerías que se le ocurran… y se le ocurren muchas, ¿verdad? No se trata de simples raterías. Fuiste una vez príncipe de Ghor, ¿verdad, Josiah?, y gobernador depuesto de Gujarat, para no decir nada de tus pretensiones (es la verdad, Flashman). ¡Nada menos que al trono de Afganistán! ¿Sabe cómo llaman a esta belleza allí arriba en las montañas? ¡El Hombre que Quiso Reinar! —Se echó hacia delante, con los pulgares en el cinturón, y metió su mandíbula en la cara de Jassa—. ¡Bueno, tiene un minuto para decirme qué demonios hace en Lahore, doctor! ¡Y no me digas que eres un puro y simple ordenanza, porque nunca has sido ninguna de las dos cosas!

Jassa no movió ni un músculo de su fea cara picada de viruelas, pero se volvió hacia mí con una pequeña inclinación de cabeza.

—Dejando a un lado los insultos, parte de lo que dice es verdad. Fui una vez príncipe de Ghor, pero la memoria del coronel Gardner le traiciona. No le ha dicho que lord Amherst personalmente me nombró cirujano de las fuerzas de Su Majestad Británica en la campaña birmana…

¡Ayudante de cirujano, que robaba licores en un hospital de campaña de artillería! —dijo desdeñosamente Gardner.

—… ni que desempeñé una importante misión militar y goberné tres distritos bajo el reinado de Rajá Runjeet Singh…

—¡Que te echó a patadas por estafador, maldito bribón! ¡Anda, dile que eras embajador de Dost Mohammed y trataste de iniciar una revolución en Afganistán y le vendiste tantas veces que perdiste la cuenta! ¡Dile cómo sobornaste a Muhammed Khan para que traicionara a Peshawar a los sijs! ¡Cuéntale cómo te llenaste los bolsillos con la expedición de Kunduz y engañaste a Reffi Bey, y tuviste los cojones de plantar las barras y estrellas en el Cáucaso indio, maldita sea tu estampa! —Hizo una pausa para tomar aliento mientras Jassa se mantenía frío como un témpano—. Pero, ¿para qué perder tiempo? Dile cómo lograste engañar a Broadfoot. ¡A mí también me gustará escucharlo!

Jassa le dirigió una mirada inquisitiva, como para asegurarse de que había terminado, y se dirigió a mí.

—Señor Flashman, le debo una explicación, pero no una disculpa. ¿Por qué debía decirle yo algo que su jefe no le había dicho? Broadfoot me alistó hace más de un año; qué parte conoce él de mi historia, no lo sé… y no me importa tampoco. Él conoce su oficio y confía en mí, o yo no estaría aquí. Si duda de mí ahora, escríbale, contándole lo que ha oído esta noche… Como todo el que se mezcla en asuntos diplomáticos en estos lugares, estoy acostumbrado a que mi reputación se vea arrastrada…

—¡Sí, por todo el maldito Himalaya! —rechinó Gardner—. Si eres tan completamente digno de confianza, ¿dónde estabas anoche cuando Jawaheer trató de asesinar a Flashman?

Era listo, Gardner. Conociendo a ese tipo, seguramente tenía la pregunta en la mente desde el principio, pero se la había reservado para coger a Jassa desprevenido. Tuvo éxito: Jassa se quedó boquiabierto, miró a Gardner, luego a mí, y gruñó ásperamente: «¿Qué demonios quieres decir?».

Gardner se lo dijo en cuatro frases secas, mirándole con ojos de lince, y Jassa ofreció un espectáculo digno de ver. Se había quedado pálido y lo único que hada era frotarse la cara y murmurar: «¡Jesús!» antes de volverse desconsolado hacia mí.

—Yo… no sé… Debí de quedarme dormido… Después de subirle del balcón, cuando salió hacia la habitación del durbar… Bueno, pensé que iba a pasar la noche allí… —evitaba mis ojos—. Yo… me fui a la cama, me desperté hace una hora, vi que no había vuelto, salí a buscarle, pero nadie le había visto… Entonces justamente llegó el jemadar buscándome. Ésa es la verdad —se frotó la cara de nuevo y miró a Gardner—. Dios, no pensarás…

—¡No, no lo pienso! —gruñó Gardner, y movió la cabeza—. Seas lo que seas (y eres muchas cosas), no eres un asesino. Si lo fueras, estarías colgando de una cuerda en este mismo instante. No, Josiah —dijo con torva satisfacción—, eres sólo un piojoso guardaespaldas… y sugiero que el señor Flashman informe también de esto al mayor Broadfoot. Y hasta que obtenga una respuesta, puedes meditar sobre tu vida en una celda, doctor…

—¡Al demonio! —gritó Jassa, y se volvió hacia mí—. Señor Flashman… ¡No sé qué decir, señor! Le he fallado, lo sé. Lo siento mucho. Si el mayor Broadfoot cree que debe castigarme…, qué se le va a hacer. ¡Pero no es asunto de «él», señor! —señaló a Gardner—. En lo que a él respecta, estoy bajo protección británica, y gozo de inmunidad. Y con todo respeto, señor, a pesar de mi fallo de esta noche… todavía estoy a su servicio. No debe usted repudiarme, señor.

Bueno, yo había tenido un día muy largo, y una noche muy larga también. La conmoción de descubrir que mi ordenanza afgano era un ayudante médico americano[77] (y sin duda un villano tan grande como decía Gardner) era pequeña comparada con todo lo demás. No significaba más conmoción que el propio Gardner, realmente. Una cosa sí era segura: Jassa, o Josiah, era un hombre de Broadfoot, y él tenía razón, no podía repudiarle basándome sólo en las sospechas de Gardner. Dije eso y, para mi sorpresa, Gardner no me hizo callar con un grito, aunque me miró con dureza.

—¿Después de todo lo que le he contado de él? Bueno, señor, es responsabilidad suya. Es posible que usted no lamente esta decisión, pero lo dudo. —Se volvió a Jassa—. En cuanto a ti, Josiah… No sé qué te ha hecho venir de nuevo al Punjab con otro de tus disfraces. Sé que no ha sido Jawaheer, o algo tan simple como el trabajo político británico…, es algún sucio asuntillo particular tuyo, ¿verdad? Bueno, olvídalo, doctor… porque si no lo olvidas, con inmunidad o sin ella, te enviaré de vuelta a Broadfoot atado a la bala de un cañón que dispararé a Simla. Puedes contar con ello. Buenas noches, señor Flashman.

El jemadar nos condujo de vuelta a mis habitaciones a través de un dédalo de corredores tan confuso como mi propia mente; yo estaba cansado como un perro y todavía mortalmente asustado, y no tenía ganas ni voluntad de interrogar a mi recientemente desenmascarado ordenanza afgano-americano, que seguía murmurando sin cesar disculpas y justificaciones todo el camino. Nunca se habría perdonado a sí mismo si me hubiera ocurrido algo malo, y yo debía escribir a Broadfoot al momento para aclarar su buena voluntad; él no descansaría hasta que las calumnias de Gardner hubieran sido desmentidas…

—Alick no quiere hacerme daño… Nos conocemos desde hace años, pero la verdad es que él está celoso, ya que ambos somos norteamericanos y tal, y él no ha llegado demasiado alto, mientras que yo he sido príncipe y embajador, como él ha dicho… Por supuesto, el destino no ha sido demasiado amable conmigo últimamente, y por eso tomé el primer empleo honorable que se me ofreció… ¡Dios mío!, no tengo palabras para disculparme por mi lapsus de esta noche… ¿Qué pensará usted?, ¿qué pensará Broadfoot? Sin embargo, me habría gustado que él comprendiera por qué dejé de ser gobernador… No hice moneda falsa, ¡oh, no, señor! Yo soy aficionado a la química, y hubo un experimento que salió mal…

Todavía estaba charlando cuando llegamos ante mi puerta, donde me sentí tranquilizado al ver a dos robustos guardianes, presumiblemente enviados por Bhai Ram Singh. Jassa —con esa fea cara fronteriza y el traje no podía pensar en él con otro nombre— juró que él estaría también a mano, más cerca que un hermano, vaya, y que se acostaría allí mismo, en el pasillo…

Cerré la puerta, con la cabeza dándome vueltas de pura fatiga, y me quedé un momento en bendita soledad y tranquilidad antes de caminar inestable hacia el dormitorio, donde dos luces brillaban débilmente a cada lado de la almohada… y me detuve. Los cabellos se me erizaron en la nuca. Había alguien en mi cama y unos efluvios perfumados en el aire. Antes de que pudiera moverme o gritar, una voz de mujer susurró desde la oscuridad.

—Mai Jeendail debe de haber quedado bien harta —decía Mangla—. Casi está amaneciendo.

Yo me acerqué y la miré. Estaba echada, desnuda, bajo un tenue velo de gasa negra extendido sobre ella como una sábana… No tienen nada que aprender acerca de la exhibición erótica en el Punjab, ya lo ven. Yo la miré, vacilando, y una muestra de lo exhausto que estaba es que pregunté, como un idiota:

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿No te acuerdas? —murmuró ella, y yo vi sus dientes brillar cuando sonreía desde la almohada, con el negro cabello extendido a su alrededor como un abanico—. Una vez ha cenado el ama, es el turno de la doncella.

—¡Oh, Dios mío! —dije yo—. Ya no tengo hambre.

—¿Ah, no? —susurró ella—. Entonces tengo que estimular tu apetito —y se sentó, lenta y lánguida, apretando aquel velo transparente tirante contra su cuerpo, haciendo pucheros—. ¿No quieres probar un poquito, huzoor?

Por un momento estuve tentado. Completamente agotado, sólo apto ya para el desguace, necesitaba dormir como el aire que respiraba. Pero cuando contemplé aquel magnífico material agitándose debajo de la gasa, pensé: «Señor, no nos dejes caer en la tentación».

—Tienes razón, querida —dije—. ¿Has traído un poco más de esa bebida tan divertida?

Ella se rió levemente y cogió una copa que había junto a la cama.