13
Un tipo muy especial, Littler, y no sólo porque procediera de Cheshire, cosa que no le suele pasar a mucha gente, según mi experiencia. No puedo recordar a un solo hombre que me asustara hasta tal punto, y sin embargo era muy tranquilizador, todo al mismo tiempo. Porque tenía razón, ¿saben? Yo había hecho lo correcto, y lo había hecho bien, pero nunca se me tendría en cuenta, pasara lo que pasara. Si Gough era derrotado, necesitarían un chivo expiatorio, ¿y quién mejor que uno de esos fanfarrones políticos a quienes el resto del ejército detestaba? Por el contrario, si el khalsa era derrotado, lo último que quería oír John Bull era que aquello había sido amañado mediante un trato sucio con dos generales sijs traidores… ¿Dónde quedaría la gloria del ejército de Britannia? Así que aquello podría silenciarse, como lo ha sido hasta el mismísimo día de hoy.
Se pueden ustedes preguntar cómo demonios podía encontrar yo tranquilizador el varapalo de Littler. Bueno, la idea de tener a aquel pequeño iceberg de mi lado, si la cosa llegaba ante un consejo de guerra, era decididamente reconfortante. Yo había actuado ya como acusador, y gracias a Dios nunca tuve un testigo de la defensa como él. Y Broadfoot me apoyaría, y Van Cortlandt… y mi reputación afgana hablaría en mi favor. Me percaté de aquello más tarde, aquel mismo día, cuando descansaba mi pierna herida y me mordía las uñas en la veranda después del almuerzo, y oí a los tres generales de brigada de Littler que hablaban detrás del chick;[107] Nicolson debía de haber hecho correr la historia de mis hazañas y estaban muy bien informados.
—¿Los sijs están haciendo lo que Flashman les ha dicho? ¿Contra sus propios intereses? ¡Que me asen vivo! La desfachatez de esos políticos no tiene límites.
—La de Flashman no, en todo caso. Pregúntales a todas las mujeres de Simla.
—¿Sí? ¿Es del tipo faldero? Es extraño… Su mujer está buenísima, es una belleza. La he visto. Rubia, ojos azules.
—No me suena. ¿Es cierto eso?
—De primera, una barbaridad.
—Quiero decir… que no recuerdo el nombre de la dama. No lo he oído mencionar en los barracones.
—No lo han mencionado. Sólo dicen que está buenísima. Y tiene dinero, también. Lo oí comentar.
—Los tíos como Flashman siempre parecen tener ambas cosas. Me he dado cuenta de eso.
—Es un tipo popular, ¿sabes?
—No con Cardigan. Le largó de una patada de los húsares.
—Eso es algo a favor del chico. ¿Por qué?
—No lo recuerdo. Con tipos así, por cualquier cosa.
—Es verdad. Bueno, que Dios le ayude si Gough queda fuera de juego.
—Es inevitable, ya lo verás. No pueden hacer nada contra el hombre que salvó Jalalabad.
—¿Cardigan hizo eso?
—No, hombre, Flashman. En el 42. Tú estabas en Tenasserim.
—¿De verdad? Ah, sí, ya me acuerdo. Él defendió no sé qué fuerte. Ah, entonces no podrán tocarle.
—Ya lo creo que no. El público no lo toleraría.
—No, si su mujer está tan buena.
Todo aquello era muy halagüeño, aunque no me hacía ninguna gracia oír hablar de Elspeth con tanta libertad. Pero me esperaba todavía un día muy largo, en el calor bochornoso de las líneas de Firozpur. El 62 sudaba enfundado en sus casacas rojas en las trincheras, y los cañoneros cipayos de casaca azul estaban echados a la sombra de sus piezas, mientras a sólo tres kilómetros de allí el sol brillaba en las armas de las poderosas huestes de Tej Singh. Littler y su plana mayor pasaron todo el día en la silla, cabalgando por el sureste para examinar la brumosa distancia. Gough estaba en algún lugar allá fuera, yendo al encuentro de los gorracharra que Lal Singh había enviado contra él., si es que los había enviado. ¿Y si no los había enviado? ¿Y si había ignorado mi plan, o lo había alterado? ¿Y si los temores de Littler estaban bien fundados, y Lal me había estado engañando…? Pero no, aquello no podía ser, aquel tipo estaba casi fuera de sí. Tenía que estar avanzando para encontrarse con Gough… pero ¿tendría en cuenta él lo que yo le dije acerca de destacar regimientos a lo largo del camino, para igualar las oportunidades? Supongamos… Bueno, ¡se podía suponer una cantidad tal de cosas! No podía hacer más que esperar, apartarme del camino de Littler, cojear por allí, consciente de los ojos que me miraban y desviaban la vista.
Eran más o menos las cuatro y el sol estaba empezando a esconderse cuando oímos el primer estruendo hacia el este, y Huthwaite, el coronel artillero, se quedó quieto en la veranda, con la boca abierta, escuchando, y luego gritó: «¡Son grandes! ¡Del 48! ¡Sijs, seguro!».
—¿A qué distancia? —preguntó alguien.
—No podría decirlo… a treinta kilómetros al menos, quizá treinta…
—¡En Moodkee, pues!
—Tranquilo, ¿quieres? —Huthwaie tenía los ojos cerrados—. ¡Son obuses![108] ¡Es Gough!
Y así era, el soldado de la guerrera blanca con un exhausto ejército a sus talones, mal alimentados, sedientos y sin organización alguna, con menos cañones pero no, gracias a Dios, con menos efectivos que los enemigos, dirigiéndose hacia ellos de la única forma que conocían: embistiendo como locos y al diablo con las consecuencias. Por aquel entonces no sabíamos nada de todo esto; sólo podíamos quedarnos allí en la veranda, con las polillas arremolinándose en torno a las lámparas, oyendo el distante cañoneo hora tras hora, mucho después de la puesta de sol, cuando ya podíamos ver los relámpagos reflejados en el distante cielo de la noche. Hasta que uno de los exploradores de la caballería ligera de Harriott volvió, atragantado de polvo y excitación, no tuvimos ni idea de lo que estaba ocurriendo en aquella asombrosa acción, la primera en la gran guerra sij: la Medianoche de Moodkee.
Cuando yo llevo toda mi chatarra, en ocasiones de gran gala, tengo medallas de un sinfín de campañas, desde «Kabul 42» hasta «Sudán 96»… pero no de ésa, la batalla que yo empecé. No me importa; yo no estuve allí, gracias a Dios, y no fue una famosa victoria para nadie, pero me gusta pensar que impedí que fuese una catástrofe. El ejército de Gough, que un khalsa bien manejado podía haber aplastado por su simple peso, vivió para luchar otro día porque yo había igualado las oportunidades… y porque no hay mejores soldados a caballo en el mundo que la Brigada Ligera.
Entre ellos, Hardinge y Gough estuvieron condenadamente cerca de convertirlo en una derrota, uno por su precaución de abuelita medrosa, el otro por su alocada irresponsabilidad. Gracias a Hardinge, estábamos mal preparados para la guerra, los regimientos estaban retenidos desde el frente, no teníamos estaciones de aprovisionamiento adecuadas en la línea de marcha (y de ese modo Broadfoot y sus políticos tenían que saquear el campo para improvisarlas), ni siquiera un hospital de campaña listo para recoger heridos. Paddy tenía que seguir adelante con sus efectivos, cincuenta kilómetros al día a marchas forzadas, con lo que el transporte y servicios auxiliares quedaban desperdigados detrás por todo el camino a Umballa. Hardinge había decidido dejar de ser gobernador general y convertirse de nuevo en soldado, así que fue a toda prisa a Ludhianay vació la guarnición para unirse a la marcha, y cuando alcanzaron Moodkee tenían cerca de doce mil hombres, bastante agotados después de un día de marcha, donde estaban los gorracharra de Lal esperándoles, diez mil efectivos y un par de miles de infantería.
Ahora era el turno de Paddy. Los sijs habían estacionado sus soldados y cañones en la selva, y Gough, en lugar de esperar que llegasen, tenía que echarse sobre ellos en caso de huida… y eso era todo lo que él sabía. La artillería se batió bien, levantando una nube de humo y polvo… El hijo de Hardinge me dijo más tarde que era como luchar con la niebla de Londres; el hecho es que no hay dos relatos de la batalla que concuerden, porque nadie podía ver absolutamente nada durante la mayor parte del tiempo. Ciertamente, había tal cantidad de gorracharra que amenazaban con envolvernos, pero nuestra propia caballería los empujó por los flancos, a ambos lados, y rompió su formación. El Tercero de Ligeros galopaba entre los cañones y la infantería sij, pero cuando Paddy lanzó un ataque frontal de infantería echaron a correr entre una gran nube de metralla, y todo el asunto estuvo pendiente de un hilo durante un rato, porque cuando llegaron a la selva los cañones sijs estaban todavía haciendo grandes estragos, y hubo una encarnizada lucha entre los árboles. Por entonces estaba oscuro y aquellos tipos estaban disparando a sus propios camaradas, algunos de nuestros regimientos cipayos volaron literalmente por los aires, todo era confusión por ambas partes. Entonces los sijs se retiraron, dejando diecisiete cañones tras ellos. Nosotros tuvimos unas doscientas bajas y tres veces más heridos; las pérdidas sijs, según me dijeron, fueron mayores, pero nadie lo sabe.
Pueden llamar a esto un tanto a nuestro favor,[109] pero aquello aclaró pocas cosas. Nosotros habíamos tomado el terreno y los cañones, para que el khalsa pudiera ser vencido… a un alto coste, porque ellos habían luchado como tigres entre los árboles, y sin tomar prisioneros. Nuestros cipayos habían perdido parte de su miedo a los sijs, y nuestra caballería, británica e india, había visto la espalda de los gorracharra. Si Gough podía continuar con rapidez, y disponer del resto de las fuerzas de Lal que estaban concentradas en Firozabad, a veinte kilómetros, antes de que las huestes de Tej vinieran a reforzarle, estaríamos en el buen camino para triunfar. Pero si el khalsa se reagrupaba… bueno, entonces sería otra historia.
Enseguida, a la mañana siguiente, se vio claro todo esto. Pero por entonces yo tenía ya otras preocupaciones. Uno de los mensajeros que Littler había enviado con noticias de mis disposiciones con Lal y Tej había alcanzado a Gough en el punto culminante de la batalla; era una visión asombrosa, con veinte mil caballos, soldados de infantería y cañones enfrentándose unos a otros a la luz de las estrellas, y el viejo loco en persona rabioso porque no podía tomar parte personalmente en la carga del Tercero de Ligeros al flanco sij.
—¡Maldición! ¡Aquí estoy yo, y ahí están ellos, yo podría estar igualmente en mi cama! ¡Venga, Mickey, y dale s una de mi parte! ¡Hurra, hurra, chicos…!
El mensajero había decidido sabiamente que no le haría caso durante un buen rato, y cerca de medianoche, cuando la lucha había acabado, Gough y Hardinge abrieron los despachos al dejar el campo, con Broadfoot siguiéndoles. El mensajero dijo que fue como un sueño extraño: una gran luna dorada brillando en la llanura llena de matorrales y la selva, los cañones de los sijs, con sus artilleros muertos amontonados en torno a ellos; los cuerpos mutilados de nuestros Dragones Ligeros y lanceros indios señalando el camino de su carga entre las posiciones del khalsa, las grandes masas confusas de hombres y caballos y camellos muertos y moribundos desperdigados por la llanura; el coro de gemidos de los heridos, y los gritos de nuestra gente mientras buscaban a sus amigos entre los caídos; la montaña de cuerpos apilados como un monolito donde Harry Smith había atacado con sus árabes, plantando los colores de la reina en la cabeza de la columna del khalsa, rugiendo a sus compañeros que fueran y lo cogieran… como así hicieron; Gough y Hardinge de pie un poco apartados, hablando tranquilamente a la luz de la luna, y Paddy dándole al mensajero su respuesta, y añadiendo las palabras que hicieron asomar mi corazón a la garganta.
—Mis respetos a sir John Littler, y dígame que oirá hablar de mí… ¡Y que le estaré muy agradecido si me manda a ese joven Flashman cuando pueda! ¡Quiero decirle dos palabras!
No fueron unas palabras duras, sin embargo; en realidad, lo primero que dijo, cuando aparecí cojeando ante su presencia en la gran tienda en Moodkee, fue:
—¿Qué te pasa en la pierna, chico? Siéntate y Baxu te traerá un vaso de cerveza. ¡Da mucha sed galopar en esta época!
Primero, sin embargo, tuve que presentarme ante Hardinge, que estaba con él en la cena, un tipo serio, de cara inexpresiva y muy silencioso, con la manga vacía del brazo izquierdo que le faltaba metida en la casaca. Me desagradó nada más verle, y el desagrado fue mutuo: me dirigió un saludo glacial, pero Broadfoot estaba allí, con una gran sonrisa y un caluroso apretón de manos. Fue una buena bienvenida, se lo aseguro. La cabalgada de cincuenta kilómetros desde Firozpur, dando un rodeo hacia el sur por si había exploradores gorracharra, con sólo seis suboficiales sowars como escolta, me deprimió mucho y no hizo ningún bien a mi tobillo lastimado, y cuando alcancé Moodkee sufrí un espantoso golpe. Llegamos por el sur al ponerse al sol, y por eso no vimos nada del campo de batalla, pero estaban enterrando a los muertos, y me aventuré a mirar a un lado a través del mosquitero abierto de una tienda y allí, envuelto en un capote, estaba el cuerpo del viejo Bob Sale.
Aquello me derrumbó. Era un tipo tan agradable, tan entrañable que todavía me parece verle secándose las nobles lágrimas de sus rojas mejillas ante mi lecho de herido en Jalalabad, o sonriendo desde la cabecera de la mesa ante los arranques más locos de Florentia, o golpeándose la rodilla: «No habrá retirada de Lahore, ¿verdad?». Ahora habían tocado a retirada para él, ese viejo luchador de Bob. La metralla le había alcanzado cuando atacaron la selva… ¡El oficial de intendencia cargando con la infantería! Bueno, gracias a Dios yo no tenía que darle la noticia a ella.
Pero el pobre y viejo Bob pronto fue olvidado en presencia del gran guerrero y jefe del ejército, porque de nuevo tuve que contar mi cuento, ahora ante una distinguida audiencia… Thackwell, el jefe de caballería, estaba allí, y Charlie, el hijo de Hardinge, y el joven Gough, el sobrino de Paddy, pero sólo tres caras contaban: Hardinge, frío y grave, con la mejilla apoyada en un dedo; Gough inclinándose hacia delante, con la morena y atractiva cara iluminada por el interés, tirándose del blanco mostacho; y Broadfoot, con sus patillas rojas y sus gafas de culo de vaso, mirándoles para ver cómo se lo tomaban, como un maestro mientras su mejor alumno da la lección. Sonaba bien, y se lo conté de corrido, sin trucos de falsa modestia que yo sabía que no tendrían sentido allí… Mensaje falso, Goolab Singh, Maka Khan, parrilla, escape, intervención de Gardner (no me atreví a omitir aquello, con George allí), mi encuentro con Lal y Tej. Cuando acabé se hizo el silencio, interrumpido por George de forma autoritaria.
—¿Puedo decir antes que nada, Excelencia, que apoyo todas las acciones del señor Flashman sin reserva alguna? Son precisamente las que yo habría deseado que emprendiese.
—¡Bien, bien! —dijo Gough, y dio unas palmadas en la mesa—. Buen chico.
Hardinge no estaba de acuerdo. Supe que, como Littler, pensaba que había tomado demasiadas decisiones por mí mismo, pero a diferencia de Littler no estaba dispuesto a admitir que yo había acertado.
—Afortunadamente, no parece haber causado un gran daño —dijo fríamente—. Sin embargo, cuanto menos se dijera de esto mejor, creo yo. Estará usted de acuerdo, mayor Broadfoot, en que cualquier publicidad de la traición de los sijs podría tener unas graves consecuencias. —Sin esperar la respuesta de George, siguió, dirigiéndose a mí—: Y no desearía que su suplicio fuese aireado por ahí. Fue algo espantoso —como si estuviera hablando del tiempo— y le felicito por haber escapado, pero si se supiera, esto tendría un efecto incendiario, y no llevaría a ningún buen fin. —Ni mencionar el efecto incendiario que había tenido aquello para mí. Aun en medio de la guerra estaba temiendo por nuestras armoniosas relaciones con el Punjab cuando todo hubiese acabado, y el socarrado trasero de Flashy no debía de ningún modo estropear las perspectivas. Henry Hardinge ya no me había gustado antes, pero ahora le odiaba. Así que estuve de acuerdo inmediatamente, como buen adulador, y Gough, que tamborileaba con los dedos en la mesa impacientemente, tomó la palabra:
—Dígame esto, hijo…, y si se equivoca no lo tendré en cuenta. Ese Tej Singh…, ahora le conoce. ¿Podemos confiar en que cumpla su parte?
—Sí, señor —contesté—. Eso creo. Se habría quedado sentado frente a Firozpur eternamente. Pero sus oficiales pueden forzarle.
—Creo, sir Hugh —cortó Hardinge—, que sería más inteligente sopesar los hechos que conocemos, antes que la opinión del señor Flashman.
Gough frunció el ceño, pero asintió.
—Sin duda, sir Henry. Pero de todos modos, debe ser Firozabad. Tan pronto como sea posible.
Yo fui despedido después de aquello, pero no antes de que Gough hubiera insistido en beber a mi salud: Hardinge apenas levantó su vaso de la mesa. Al infierno con él, yo estaba demasiado exhausto para preocuparme, y dispuesto a dormir durante un año entero, pero, ¿tuve oportunidad acaso? Apenas me había quitado las botas y estaba metiendo el pie en agua fría cuando mi tienda fue invadida por Broadfoot. Venía con una botella, exultante de alegría repartiendo felicitaciones, incluyéndose a sí mismo por ser tan listo de haberme mandado a Lahore. Le dije que Hardinge no parecía pensar así, por lo que gruñó y dijo que Hardinge era un burro y un pomposo esnob que no tenía ni idea de política…, pero no importaba, tuve que contarle otra vez todo lo de Lahore, palabra por palabra, y se dejó caer en mi charpoy,[110] con las gafas brillantes como un espejo, para oírlo.
Ustedes ya lo saben todo, y hacia la medianoche él también lo sabía todo salvo las partes más animadas con Jeendan y Mangla, que tuve la delicadeza de no mencionar. Insistí mucho en mi amistad con el pequeño Dalip, hablé en términos de admiración de Gardner y mencioné a Jassa… Él sabía cuál era la identidad de aquel notable bellaco desde el principio, pero me lo ocultaba. Cuando acabé, se frotó las manos con satisfacción.
—Todo esto será de mucho valor. Lo que importa, por supuesto, es que usted se haya ganado la confianza del joven maharajá… y de su madre. —Me miró suspicaz y yo le devolví la mirada con inocencia infantil, ante lo cual se puso colorado y se limpió las gafas—. Sí, y también de Goolab Singh. Esos tres serán las figuras más relevantes, cuando todo esto haya acabado. Sí… —se quedó pasmado con uno de sus trances célticos durante un momento, y luego se recobró—. Flashy…, voy a pedirle una cosa un poco dura. No le gustará, pero hay que hacerlo. ¿Me comprende?
«Oh, Dios mío, ¿qué pasa ahora? Quiere que vaya a Birmania, que me tiña el pelo de verde o que secuestre al rey de Afganistán… pues ni hablar», pensé. Yo había cumplido ya mi parte, y al demonio con él. Así que, por supuesto, le pregunté de qué se trataba, y él miró mi tobillo herido que ahora estaba descansando, todavía enrojecido e hinchado, envuelto en una toalla húmeda.
—Todavía le duele, ya lo veo. Pero eso no le ha impedido cabalgar cincuenta kilómetros hoy… y si hay una carga de caballería contra el khalsa mañana, estará usted allí aunque se muera de dolor, ¿verdad?
—¡Eso espero, maldita sea! —grité yo, con el corazón en las botas ante el simple pensamiento de aquella posibilidad, y él sacudió la cabeza con admiración.
—¡Lo sabía! Acaba de salir de la boca del lobo y ya está impaciente por volver allí. Es lo mismo que en la retirada de Kabul. —Me dio una palmada en el hombro—. Bueno, lo siento mucho, chico… Eso no va a ser posible. Quiero que mañana no pueda dar ni un solo paso, y no digamos montar a caballo…, ¿me sigue?
Aquello era muy extraño.
—Pues así será —dijo seriamente—. La noche pasada libramos la batalla más terrible que he visto en mi vida. Estos sijs son los tipos más duros y valientes del mundo… Cada uno de ellos vale por dos ghazis. ¡Yo mismo maté a cuatro —dijo solemnemente—, y le digo, Flashy, que murieron como verdaderos valientes! Sí, señor —hizo una pausa, frunciendo el ceño y añadió—: ¿Ha notado alguna vez… lo blanda que es la cabeza de un hombre?[111] Bueno, lo que hicimos la noche pasada lo repetiremos nuevamente. Gough debe destruir la mitad del khalsa de Lal en Firozabad… y a menos que me equivoque será el día más sangriento que nunca se haya visto en la India. Esto puede decidir la guerra…
—¡Sí, sí! —grité, ansioso, a punto de vomitar—. Pero, ¿qué tiene que ver todo este lío con que yo no pueda andar…?
—A toda costa —dijo él sombrío— debe usted mantenerse alejado de la lucha. Una razón es el crédito y la confianza que usted ha adquirido con las personas que gobernarán el Punjab bajo nuestra protección el año que viene. Usted es demasiado valioso para que se arriesgue. Así que cuando Gough le solicite mañana (que sé que lo hará), que no pueda contar con usted. No quiero decirle a él por qué, ya que no tiene más idea de política que el gato del ministro, y no lo entendería. Así que debemos engañarle, a él y al resto del ejército, y su pierna herida nos valdrá de mucho —puso una mano en mi hombro, mirándome fijamente—. No es agradable, pero es por el bien del servicio. Sé que es mucho pedir rogarle a usted, entre todos los hombres, que se mantenga en retaguardia mientras nosotros nos batimos, pero… ¿qué me dice, viejo amigo?
Pueden imaginarse mi emoción. Eso es lo bueno de tener una reputación de héroe… Pero hay que saber cómo comportarse de acuerdo con ella. Yo asumí la expresión adecuada de apenada y sorprendida indignación, y puse un estremecimiento en mi voz.
—¡George! —dije, como si hubiera golpeado a la reina—. ¡Me está pidiendo… que falte a mi deber, que me escaquee! ¡Oh, sí, eso es lo que está haciendo! ¡Pero no puede ser! He hecho su trabajo en Lahore, y por todo eso… ¿no merezco la suerte de ser soldado de nuevo? ¡Además —grité con gran sentimiento—, les debo una buena a esos bastardos! ¿Y espera que me quede aquí sentado?
Me miró con viril comprensión.
—Ya le había dicho que era algo duro.
—¿Duro? Maldita sea, es… ¡es demasiado! ¡No, George, no puedo hacerlo! ¿Fingir que me escaqueo…, engañar al viejo y querido Paddy? ¡De todas las cobardías que he oído en mi vida…! —hice una pausa con la cara roja, temiendo ir demasiado lejos por si él cambiaba de opinión. Cambié de táctica—. Pero, ¿por qué me preocupo, de todos modos? Cuando la guerra acabe, será completamente indiferente quién juegue a la política en Lahore…
—He dicho que ésa era una razón —cortó—. Pero hay otra. ¡Necesito que vuelva a Lahore ahora mismo! O lo más pronto que pueda. Mientras todo esté aún por decidir, debo tener a alguien en las cercanías del poder…, y usted es el hombre. Es el papel que había planeado para usted desde el principio, ¿lo recuerda? Pero su regreso debe ser un secreto conocido sólo por usted, Hardinge y yo… Bueno, si usted finge estar enfermo nadie se extrañará de que se haya apartado de la refriega mientras tanto —sonrió complaciente—. ¡Oh, ya sé, soy un tipo retorcido! Tengo que serlo. Así que irá con muletas por la mañana… y déjese crecer la barba. Cuando vuelva al norte otra vez será Badú el Badmash… No puede pedir que le dejen entrar en el fuerte de Lahore como el señor Flashman, ¿verdad?
Afortunadamente, yo estaba sin habla. Sólo miraba estupefacto a aquel bruto de patillas rojas… y él tomó mi silencio por consentimiento, cuando en realidad ni siquiera significaba comprensión. Todo el asunto era demasiado monstruoso para ser expresado con palabras, y mientras yo me sentaba con la boca abierta él se reía y me golpeaba en la espalda.
—Eso hace que las cosas adquieran una perspectiva muy diferente, ¿verdad? Usted se escaqueará directamente de camino hacia la boca del lobo, ya lo ve… así que no necesitará envidiarnos a los demás por luchar en Firozabad. —Se puso de pie—. Hablaré ahora con Hardinge y en un día o dos le daré todos los detalles de lo que hará cuando llegue a Lahore. Hasta entonces… cuide ese tobillo, ¿eh? ¡Duerma bien, Badú! —hizo un aparatoso guiño, apartando el mosquitero, e hizo una pausa—. ¡Ah, Harry Smith me ha contado una buena hoy! ¿Sabe por qué vamos a complacer al khalsa? Puede decírmelo, ¿eh? ¿Se rinde?
—Me rindo, George —y por Dios que me rendía de verdad.
—¡Porque sijs quieren pelea, la tendrán! —gritó—. ¿Lo coge? ¡Si quiere pelea! —Soltó una carcajada—. No está mal, ¿verdad? ¡Buenas noches, amigo!
Y salió riendo.
—¡Si quieren pelea!
Fueron las últimas palabras que le oí decir.