Nota aclaratoria
Tan irregulares y excéntricas fueron la vida y la conducta de sir Harry Flashman, condecorado con la Cruz Victoria, que no sorprende que fuera tan errático a la hora de compilar sus memorias, ese pintoresco catálogo de desgracias, escándalos e historias militares que salió a la luz, encuadernado en hule, en una sala de ventas de los Midlands hace más de veinte años. Desde entonces acá se han ido publicando en una serie de volúmenes, de los cuales éste es el cuarto. Empezando, de forma muy peculiar, con la expulsión de Rugby en 1839 por embriaguez (y por tanto identificándose a sí mismo, para asombro de los historiadores de la literatura, con el bravucón de Los días escolares de Tom Brown), el viejo héroe victoriano continuó su crónica al azar, moviéndose hacia atrás y hacia delante en el tiempo según le apetecía. Ni que decir tiene que existen muchas lagunas en su historia que todavía no han sido cubiertas; ahora bien, con la publicación del presente volumen, referente a su primera juventud, la primera mitad de su vida está casi completa; sólo queda un intrigante lapso a principios de la década de 1850 y algunos meses sueltos por aquí y por allá.
Hasta el momento, no se trata de un relato edificante y, desde luego, su último capítulo está de acuerdo con su descripción de un energúmeno inmoral y sin escrúpulos cuya única cualidad (ya que términos como «virtud» y «gracia redentora» es imposible aplicárselos a quien se vanagloriaba de carecer de ellos) era un don innato para la observación aguda; fue ésta, junto a la nueva e inesperada luz que permite arrojar sobre los grandes acontecimientos y famosas figuras de su época, lo que excitó el interés de los historiadores, y llevó a comparar sus memorias con los papeles de Boswell. De todos modos, es cierto que empleó su talento de forma plena, aunque dispersa, en la campaña imperial descrita en este volumen: «La más corta, sangrienta y extraña, creo, de toda mi vida». Realmente fue muy extraña, incluso en sus orígenes, y el relato de Flashman es un notable antecedente de cómo ocurre una guerra, y los engaños, perfidias e intrigas que participan en su gestación y desarrollo. También es la historia de una joya fabulosa y, al mismo tiempo la de un extraordinario cuarteto de personajes: una reina hindú, una esclava y dos aventureros mercenarios; una historia que podríamos considerar demasiado peregrina para ser ficción (aunque Kipling, al parecer, hizo uso de uno de estos personajes) si sus carreras no se pudieran fácilmente constatar a partir de fuentes contemporáneas.
Al igual que en los anteriores paquetes de Los Diarios de Flashman, que me confió su anterior propietario, el señor Paget Morrison, ésta ha sido mi principal preocupación: comprobar si la narrativa de Flashman cuadra con los hechos históricos, en tanto en cuanto puedan ser comprobados. Aparte de esto, sólo he corregido algunos ocasionales lapsus de ortografía y he añadido las habituales notas a pie de página, los apéndices y el glosario.
G.M.F.