APÉNDICE B:
El rajá blanco
Ahora, cuando está de moda contemplar sólo el aspecto oscuro del imperialismo, no se oye hablar mucho de James Brooke. Fue uno de aquellos victorianos que dieron buen nombre a la construcción de un imperio, y cuyo peor defecto, quizá, fue amar la aventura por su cuenta y riesgo, tenía una inconmovible confianza en su propia misión civilizadora y disfrutaba luchando contra los piratas. Su filosofía, típica de su clase y de su época, puede no ser bien vista universalmente hoy en día, pero un examen honesto de lo que realmente hizo descubrirá más motivos de alabanza que de censura.
El relato que Steward dio a Flashman es sustancialmente cierto: Brooke fue a Sarawak en busca de aventuras, y acabó como gobernante y salvador. Abolió la tiranía bajo la cual se encontraban, reavivó el comercio, redactó un código legal y aunque virtualmente sin recursos y sólo con un puñado de aventureros y cazadores de cabezas reformados para ayudarle, mantuvo su guerra particular contra los piratas de las islas. Le costó seis años ganar, y considerando el salvajismo y el abrumador número de sus enemigos, la naturaleza organizada y tradicional de la piratería, las distancias y costas desconocidas en las que se movía y las pequeñas fuerzas a su disposición, fue un logro asombroso.
Que fue una lucha brutal y sangrienta lo sabemos, y quizá fuera inevitable que al final de ella Brooke se viera descrito por algún periódico como «pirata, asesino a gran escala y criminal», y que presentaran demandas en el Parlamento Hume, Cobden y Gladstone (que admiraba a Brooke, pero no sus métodos) para que se realizara una investigación de su conducta. Palmerston, igualmente de forma inevitable, defendió a Brooke como hombre de «honor sin tacha», y Catchick Moses y los comerciantes de Singapur también le apoyaron.
Finalmente, la investigación exoneró completamente a Brooke, lo cual probablemente fue una decisión correcta; sus críticos debían pensar que él había perseguido a cazadores de cabezas y piratas con excesivo entusiasmo, pero los pobladores de la costa que habían sufrido generaciones de saqueo y esclavitud tenían una visión diferente.
Y lo mismo sucedió con el gran público británico. No había escasez de héroes a los que venerar en la época victoriana, pero entre los Gordons, Livingstones, Stanleys y demás, James Brooke ocupó merecidamente un lugar único. Después de todo, representaba al típico aventurero inglés de la vieja tradición: independiente, intrépido, honesto, gazmoño y animosamente inmodesto, y con un pequeño toque de bucanero; no fue de extrañar que toda una generación de novelistas para jóvenes lo tomara como modelo. Lo cual era un gran cumplido, pero no mayor que el que le tributaron las tribus de Borneo; para ellos, según dijo un viajero, era simplemente sobrehumano. Los piratas de las islas quizás hubieran estado de acuerdo.[65]