Capítulo 6

Murphy se quedó conmigo hasta que estuvo segura de que no iba a caerme inconsciente en cualquier momento; no obstante, me hizo prometer que la llamaría en un par de horas para asegurarse. Ratón la acompañó hasta la puerta cuando se fue, y Murphy se volvió para cerrarla con las dos manos soltando un gruñido por el esfuerzo que suponía acomodarla en el marco. Arrancó el coche y se marchó.

Aticé mi cerebro con un palo imaginario para decidir mi próximo movimiento. Mi cerebro se apresuró a señalar que conocía al actual caballero del Verano de la Corte de Verano y que el tipo me debía algunos favores bastante grandes. Le salvé la vida cuando era solo un tránsfuga aterrorizado tratando de no ser devorado por una incipiente guerra entre Invierno y Verano. Cuando todo quedó resuelto se convirtió en el nuevo caballero del Verano, el campeón mortal de la Corte de Verano. Se le concedió mucha influencia en la mitad del reino de los sidhes, y probablemente sabía más acerca de lo que ocurría allí que cualquier otra persona oriunda del mundo real. Mi cerebro pensaba que sería realmente maravilloso si pudiera hacer una llamada telefónica a Fix y obtener toda la información que necesitaba acerca de las Cortes sidhe en una bandeja de plata.

Mi cerebro es a veces demasiado optimista, pero le concedí la remota posibilidad de que saliera ganador de la lotería de la investigación.

Cogí el teléfono. Sonó once veces antes de que alguien respondiera.

—¿Sí?

—¿Fix? —pregunté.

—Eh… —contestó una voz ahogada que sonaba masculina—. ¿Quién es?

—Harry Dresden.

—¡Harry! —Su voz se iluminó de inmediato con una alegría un poco somnolienta que ya parecía mucho más propia del caballero del Verano de la corte sidhe que yo conocía—. Eh, ¿cómo estás? ¿Qué pasa?

—Esa es la pregunta del día —le dije—. Necesito hablar contigo acerca de los tejemanejes de Verano.

El sueño se desvaneció de su voz. Igual que la cordialidad.

—Oh.

—Mira, no es nada grave —comencé—. Solo necesito…

—Harry —dijo en tono cortante. Fix nunca me había cortado antes. De hecho, si me hubieran pedido mi opinión profesional un año antes, hubiera dicho que nunca había interrumpido a nadie en su vida.

—No podemos hablar de esto. La línea podría no ser segura.

—Vamos, hombre —le dije—. Nadie puede controlar la línea telefónica con un hechizo. Se quemaría en un segundo.

—Hay alguien que no está jugando con las viejas reglas, Harry —dijo—. Pinchar un teléfono no es demasiado difícil.

Fruncí el ceño.

—No te falta razón —concedí—. Entonces tenemos que hablar.

—¿Cuándo?

—Lo más pronto posible.

—En el territorio neutral de siempre —respondió.

Se refería al pub McAnally. El local de Mac siempre había sido un lugar de reunión para la comunidad sobrenatural de Chicago. Cuando estalló la guerra, alguien tuvo la brillante idea de colocarlo en una lista de territorios neutrales donde, por virtud de los Acuerdos Unseelie, todo el mundo respetaba la neutralidad de la propiedad y se esperaba que se comportase de manera civilizada. No sería un encuentro privado, pero era probablemente el lugar más seguro en la ciudad para discutir este tipo de cosas.

—Muy bien —dije—. ¿Cuándo?

—Tengo un asunto esta noche. Lo más pronto que puedo es mañana. ¿Almorzamos?

—Nos vemos al mediodía —contesté.

Hubo un murmullo somnoliento en el otro extremo de la línea, una voz de mujer.

—Shhhhh —siseó Fix—. Claro, Harry. Nos vemos allí.

Colgamos y me quedé mirando al teléfono con los labios fruncidos. ¿Fix durmiendo a estas horas? Y con una chica en la cama con él, nada menos. E interrumpiendo a un mago sin pensárselo dos veces. Quién le ha visto y quién le ve.

Por supuesto, había tenido una gran exposición a las hadas desde la última vez que lo vi. Y si poseía un poder parecido al que había visto desplegar a los campeones de los sidhes, ya le había dado tiempo a acostumbrarse a él. Nunca se sabe cómo alguien va a manejar el poder hasta que lo recibe y se ve lo que hace con él. Fix había cambiado, sin duda.

Algo en el estómago me decía que debería tener más cuidado del habitual cuando hablara con él. No me gustó aquella sensación. Antes de pensarlo mucho, me obligué a levantar el teléfono y seguir adelante con lo que mi cerebro me decía que era el siguiente paso razonable: preguntar si alguien había oído algo acerca de la presencia de magia negra en la ciudad.

Llamé a varias personas: el recién casado Billy el hombre lobo; a Mortimer Lindquist, el ectomante; a Waldo Butters, médico y compositor de la Polka Quasimodo; a una docena de tipos con poderes mágicos de poca monta y a mi antiguo editor en Arcano. Ninguno de ellos había oído hablar del tema, así que les advertí que pusieran un oído en tierra. Incluso llamé al Archivo. Recibí la respuesta de un contestador y nadie me devolvió la llamada.

Me senté y miré la base del teléfono mientras un tono de marcado zumbaba en mi enguantada mano izquierda.

No había llamado a Michael ni al padre Forthill. Si tenía presente el concepto básico de que a cuanta más gente llamara, más posibilidades de éxito tendría, probablemente debería haberlo hecho. Por otra parte, si el de arriba quería a Michael en el caso, no importaba quién lo llamara o el número de objetos inamovibles que se interpusieran en el camino.

Había visto a menudo cómo funcionaban estas cosas, confiaba en que siguiera siendo así.

Era un buen razonamiento, pero no engañaba a nadie. Ni siquiera a mí mismo. La verdad es que no quería hablar con ellos a menos que, de verdad, de verdad, de verdad tuviera que hacerlo.

El tono de llamada se convirtió en el molesto zumbido que indicaba que no se había podido establecer una conexión.

Colgué el teléfono con la mano temblorosa. Entonces me levanté, me agaché junto a la zona torpemente recortada de moqueta que cubría la trampilla en el suelo del apartamento y la abrí revelando la escalera extensible de madera que bajaba a mi laboratorio.

El laboratorio se halla en el segundo sótano, que es un nombre mucho mejor que el sótano-sótano. Es poco más que una caja grande de hormigón con una escalera para salir. Las paredes están llenas de estantes de esos baratos que se pueden conseguir en las tiendas Wal-Mart. Allí almaceno contenedores de todo tipo, desde bolsas de plástico a una vajilla para microondas, cajas de madera e incluso una caja forrada de plomo y sellada donde guardo una pequeña cantidad de polvo de uranio empobrecido. Otras cosas como libros, cuadernos, sobres, bolsas de papel, lápices y objetos aparentemente inútiles de todo tipo luchan entre sí por un espacio en los estantes. En todos, menos en uno de madera con velas en los extremos, en el que solo había cuatro novelas románticas, el catálogo de Victoria’s Secret y un cráneo humano blanqueado.

Una larga mesa ocupaba el centro de la habitación y dejaba libre de cualquier desorden una zona en el fondo del sótano, donde dispuse un círculo de plata en el suelo: mi círculo de invocación. Cuarenta y cinco centímetros de hormigón por debajo, y dentro de otra pesada caja de metal envuelta en su propio círculo de conjuros y hechizos, había una moneda de plata ennegrecida.

La palma de mi mano izquierda, que había sufrido graves quemaduras salvo en el dibujo con la forma del símbolo angelical de Lasciel grabado en mi piel, comenzó a picarme de repente.

Me la froté contra la pierna e ignoré la picazón.

Mi mesa de trabajo siempre había estado llena de material desde que la bajé al laboratorio. Ahora ya no era así.

En aquel momento sentí que le debía una disculpa a alguien. Cuando Murphy me preguntó sobre el dinero del Consejo la respuesta que le di fue una verdad a medias. Era cierto que fijaron el sueldo de los centinelas en los años cincuenta, pero ni siquiera el Consejo era tan rígido como para ignorar cosas como la inflación estándar, por lo que el cheque para los centinelas había seguido el ritmo del coste de la vida a través de la discreta financiación de… Dios mío, estoy empezando a sonar como parte del sistema.

Resumiendo: los centinelas cuentan con formas fraudulentas de cobrar más y el dinero que recibía de ellos, sin ser una barbaridad, tampoco era nada despreciable. Sin embargo, no lo había gastado en arreglar mi apartamento.

Lo había gastado en lo que estaba en mi mesa de trabajo.

—Bob —dije—. Despierta.

Unas llamas anaranjadas cobraron vida en las cuencas de los ojos del cráneo.

—¡Oh, por el amor de Dios! —se quejó una voz desde el interior—. ¿No puedes tomarte una noche libre? Estará terminado cuando esté terminado, Harry.

—No hay descanso para los malvados, Bob —le dije alegremente—. Y eso significa que no podemos aflojar o se nos van a adelantar.

La voz del cráneo adquirió un tono quejumbroso.

—Pero hemos estado jugando con esta estupidez todas las noches durante seis meses. Por cierto, te está saliendo un remolino en el pelo y un diente nuevo. Si sigues así tendrás que retirarte a un asilo para majaretas y tarados mágicos.

—Monsergas —dije.

—No puedes decir que es una monserga —gruñó Bob—. Ni siquiera sabes lo que significa.

—Claro que sí. Significa que los espíritus del aire deben callarse y ayudar a su mago antes de que este los envíe otra vez en busca de demonios fúngicos.

—No recibo ningún respeto —suspiró Bob—. Está bien, está bien. ¿Qué es lo que quieres hacer ahora?

Hice un gesto hacia la mesa.

—¿Está listo?

—¿Listo? —dijo Bob—. Nunca va a estar listo, Harry. Tu sujeto fluye, es siempre cambiante. El modelo debe cambiar también. Si quieres que sea lo más preciso posible va a ser un dolor de cabeza mantenerlo al día.

—Sí, eso es lo que quiero, y ya lo sé —le dije—. Así que habla. ¿Dónde estamos? ¿Está listo para una prueba?

—Ponme en el lago —dijo Bob.

Alargué la mano hacia el estante, cogí el cráneo y lo coloqué en el borde oriental de la tabla.

El cráneo estaba junto a una maqueta de la ciudad de Chicago. La había construido en la mesa, con todo el detalle que mi nuevo sueldo me permitió. Los rascacielos se erigían a treinta centímetros de altura, cada edificio fabricado a partir de estaño fundido, algo bastante caro, ya que tenía que ser encargado individualmente. Las calles de asfalto real serpenteaban entre los edificios alineadas con farolas y buzones hechos con esmero y en total la ciudad se extendía tres kilómetros en todas las direcciones, desde Burnham Harbor. Los detalles fallaban a las afueras de la maqueta, pero realicé cada edificio, cada calle, cada canal, cada puente y cada árbol con toda la exactitud que me fue posible y de la que fui capaz.

Había pasado meses dando vueltas por la ciudad para recoger pedazos de todas las características del mapa. Cortezas de los árboles, sobre todo. También lascas de asfalto de las calles. Me llevaba un martillo, arrancaba un pedacito o dos de cada edificio que quería representar y luego insertaba las piezas de los originales en la estructura de sus homólogos modelados.

Si lo había hecho correctamente, la maqueta sería de gran valor para mi trabajo. Sería capaz de usar diversas técnicas para hacer todo tipo de cosas en la ciudad: localizar objetos perdidos, escuchar las conversaciones dentro del área representada por ella, seguir a gente por la ciudad desde la relativa seguridad de mi laboratorio… un montón de cosas interesantes. La maqueta me permitía enviar mi magia a través de Chicago con mayor facilidad y amplitud de aplicaciones de lo que lo hacía actualmente.

Por supuesto, si no lo hubiera hecho correctamente…

—Este mapa está muy bien —dijo Bob—. Diría que ya es hora de enseñárselo a alguien.

—No —dije—. Se trata de una maqueta diminuta de la ciudad en el laboratorio de mi sótano. Es un proyecto que se parece al lado malvado y psicótico de Lex Luthor más de lo que me gustaría.

—Bah —dijo Bob—. Ninguno de los genios del mal con los que he trabajado podría haber montado algo como esto. —Hizo una pausa—. Aunque algunos de los psicópatas sí, supongo.

—Si se supone a su vez que eso es un halago, necesitas algo de práctica.

—¿Acaso no soy bueno para tu ego, jefe? —El cráneo se giró lentamente, de izquierda a derecha, estudiando el modelo de la ciudad con las llamas titilando en las cuencas de sus ojos; no observaba su constitución física, sino el alineamiento mágico en miniatura que había construido en la superficie de la mesa, las trayectorias de energía mágica que fluían por la ciudad como la sangre a través del cuerpo humano.

—Parece… —Hizo un ruido similar a alguien exhalando una respiración con los dientes apretados—. Eh, no tiene mal aspecto, Harry. Tienes un don para este tipo de trabajo. Esa maqueta del museo ha convertido el flujo alrededor del estadio en algo bastante exacto, hablando taumatúrgicamente.

—¿Existe de verdad esa palabra? —pregunté.

—Debería —respondió con aires de superioridad—. Ya se puede hacer algo con Pequeño Chicago, si quieres probar. —La calavera se giró para colocarse frente a mí—. Dime que esto no tiene nada que ver con las contusiones en tu cara.

—No estoy seguro —dije—. Hoy me enteré de que el guardián de la puerta —Bob se estremeció al oír el nombre— cree que hay magia negra en la ciudad y que tengo que hacer algo al respecto.

—Y quieres usar Pequeño Chicago para encontrarla.

—Tal vez —dije—. ¿Crees que funcionará?

—Creo que los hermanos Wright probaron su nuevo material en Kitty Hawk en lugar de en el Gran Cañón por una razón —dijo Bob—. En concreto, porque si el avión se rompía debido a un diseño defectuoso en Kitty Hawk podrían sobrevivir.

—O tal vez no podían permitirse el lujo de viajar —dije—. Además, ¿tan peligroso sería?

Bob me miró un momento.

—Has estado vertiendo energía en esto todas las noches durante seis meses, Harry, y en este momento contiene trescientas veces la capacidad de energía de tu anillo cinético.

Parpadeé. A plena potencia, aquel anillo podía volcar un coche.

Trescientas veces este tipo de energía trasladada a… bueno, era algo que sería mejor no experimentar dentro de los angostos límites del laboratorio.

—¿Tanta tiene?

—Sí, y no lo has probado todavía. Si te has equivocado en alguno de los armónicos, te podría explotar en la cara, en el peor de los casos. En el mejor, volarás el proyecto y volverías a la zona cero.

—Planta —le corregí—. Así se llama al comienzo de un proyecto. La zona cero es el área inmediatamente debajo de la explosión de una bomba.

—Las dos cosas tienden a parecerse —dijo Bob con amargura.

—Voy a tener que vivir con el riesgo —dije—. Esa es la apasionante vida de un mago profesional y su audaz asistente.

—Oh, por favor. A los asistentes se les paga.

En respuesta, metí la mano en una bolsa de papel que tenía debajo de la mesa y saqué dos novelas de bolsillo.

Bob dejó escapar un sonido chirriante y su cráneo traqueteó y castañeteó en la superficie azul pintada en la mesa que representaba el lago Michigan.

—¿Es eso? ¿Es eso? —chilló.

—Sí —dije—. Tienen la calificación de «muy caliente» por parte de algún tipo de sociedad romántica.

—¡Mucho sexo y guarradas! —canturreó Bob—. ¡Dame!

Los devolví a la bolsa y miré alternativamente a Bob y a Pequeño Chicago.

El cráneo se giró de nuevo.

—¿Sabes de qué tipo de magia negra se trata? —preguntó.

—No tengo ni idea. Solo negra.

—Una información vaga y sin embargo, inútil —dijo Bob.

—Es un fastidio.

—Oh, el guardián no lo hizo para fastidiarte —exclamó Bob—. Lo hizo para evitar cualquier posibilidad de una paradoja.

—Eh… —Parpadeé—. ¿Qué?

—Se enteró de este asunto por retrospección, no tiene más remedio que haber sido así —dijo Bob.

—Retrospección —murmuré—. ¿Quieres decir que viajó al futuro para esto?

—Bueno —dijo Bob a la defensiva—. Eso sería romper una de las leyes, así que probablemente lo hizo de otra forma. Podría haberse enviado un mensaje a sí mismo desde allí, o tal vez se procuró algún tipo de espíritu pronosticador. Incluso podría haber desarrollado cierta capacidad para ello él mismo. Algunos magos lo hacen.

—¿Y eso qué significa? —le pregunté.

—Significa que es posible que no haya sucedido nada, todavía. Sin embargo, quería ponerte en guardia respecto a algo que sucederá en un futuro inmediato.

—¿Por qué no me lo dijo? —pregunté.

Bob suspiró.

—Te cuesta entenderlo, ¿verdad?

—Supongo que sí.

—Está bien. Digamos que se entera de que alguien va a robarte el coche mañana.

—Oh —dije con amargura—. Bueno, digamos eso.

—Bueno, no puede simplemente llamarte y decirte que muevas el coche.

—¿Por qué no?

—Porque si altera de manera significativa los acontecimientos gracias a su conocimiento sobre el futuro, podría causar todo tipo de inestabilidades temporales. Podría provocar nuevas realidades paralelas que se separarían de la original en el punto mismo de la alteración, abrir un abanico de múltiples alteraciones imposibles de predecir o incitar una violenta reacción en su propia conciencia y volverse loco. —Bob me miró de nuevo—. Lo cual, como ya sabemos, no es algo que a ti te disuada en absoluto, pero otros magos se toman ese tipo de cosas en serio.

—Gracias, Bob —dije—. Pero todavía no entiendo por qué han de suceder algunas de esas cosas.

Bob suspiró.

—Está bien. Estudios temporales 101. Digamos que se entera de que van a robarte el coche. Entonces vuelve para advertirte y como consecuencia de ello no te quedas sin coche.

—Suena bien hasta ahora.

—Pero si no te roban el coche —dijo Bob—, ¿cómo iba a saber él que debía regresar para advertirte?

Fruncí el ceño.

—Esa es la paradoja, y puede provocar todo tipo de reacciones desagradables. La teoría sostiene que incluso puede destruir nuestra realidad si sucediera en un punto lo bastante débil. Pero eso no se ha podido demostrar nunca ya que no ha llegado a pasar. Y lo sabemos porque seguimos aquí, claro.

—De acuerdo —dije—. Entonces, ¿qué sentido tiene enviar el mensaje si no puede cambiar nada?

—Oh, sí que puede —dijo Bob—. Si se hace sutilmente, de manera indirecta, puedes cambiar todo tipo de cosas. Sigamos con el ejemplo del robo del coche. Él te advierte de ello y tú lo aparcas en un garaje, donde en lugar de que te lo robe el drogadicto que iba a hacerlo en la calle después de dispararte lo hace un profesional que se lo lleva sin lastimarte. Al alterar el destino del coche, altera indirectamente el tuyo.

Fruncí el ceño.

—Es una línea muy fina.

—Sí, por esa misma razón alterar el tiempo va contra la ley —explicó Bob—. Es posible cambiar el pasado, pero, como te digo, hay que hacerlo indirectamente. Si metes la pata, se corre el riesgo de provocar el fin del mundo por paradoja.

—Entonces me estás diciendo que al advertirme está creando indirectamente un ángulo diferente de todo el asunto.

—Estoy diciendo que el guardián suele ser mucho más específico respecto a este tipo de cosas —dijo Bob—. Todos los miembros del Consejo de Veteranos se toman la magia negra muy en serio. Tiene que haber una razón para que te suministre semejante información de esta manera. Mi instinto dice que lo hace desde una perspectiva temporal.

—Tú no tienes instinto —dije amargo.

—Tus celos hacia mi intelecto son algo feo, muy feo, Harry —contraatacó Bob.

Fruncí el ceño.

—Ve al grano.

—Sí, jefe —continuó el cráneo—. Lo que sucede es que la magia negra es muy difícil de encontrar a no ser que la busques directamente. Si tratas de hacer aparecer ejemplos de magia negra en tu maqueta, como si Pequeño Chicago fuera una especie de radar de malas energías, es probable que te estalle en la cara.

—El guardián me advirtió sobre la magia negra —dije—. Pero tal vez su intención era que me fijara en otra cosa. Algo relacionado con ella de manera indirecta.

—Lo que debería ser mucho más fácil de encontrar con la ayuda de tu maqueta —dijo Bob, alegre.

—Claro —dije—. Siempre y cuando tuviera la menor idea de qué buscar. —Arrugué la cara—. Así que en lugar de buscar magia negra, buscaremos cosas que suelen acompañarla.

—Bingo —dijo Bob—. Y mientras más normales, mejor.

Saqué mi taburete y me senté con gesto de concentración.

—¿Empezamos por buscar cadáveres? Sangre. Miedo. Accesorios bastante típicos de la magia negra.

—El dolor también —dijo Bob—. Les motiva el dolor.

—Así es la comunidad sadomaso —dije—. En una ciudad de ocho millones de habitantes hay decenas de miles de personas así.

—Oh. Buena idea —dijo Bob.

—Lo lógico es que hubieras sido tú el que pensara en ello —me enorgullecí—. No obstante, la gente a la que le va el sadomaso no teme el dolor. Así que en su lugar trata de buscar solamente miedo, miedo de verdad, no miedo del cine. Terror. No es posible que haya gran cantidad de sangre humana derramada en lugares sin actividad violenta, a menos que alguien se cuele en un hospital o algo así. Lo mismo pasa con los cadáveres. —Tamborileé con los dedos de mi mano buena sobre la mesa, cerca de Bob—. ¿Crees que Pequeño Chicago podrá soportarlo?

Lo consideró durante un largo rato.

—Tal vez solo alguna de esas cosas —comentó en un tono cauteloso—. Pero este hechizo va a ser muy difícil, largo y peligroso para ti, Harry. Eres bueno para tu edad, pero aún no posees el ajustado control que adquirirás con los años. Va a requerir de toda tu concentración y te drenará mucho; si es que puedes soportarlo.

Respiré hondo y asentí lentamente.

—Muy bien. Entonces haremos un ritual en toda regla para que salga como debe. Limpieza, meditación, incienso…

—Incluso si lo haces todo bien puede que no funcione —dijo Bob—. Y si Pequeño Chicago resulta ser defectuoso, acabarás mal.

Asentí de nuevo, lentamente, contemplando la maqueta de la urbe.

Había ocho millones de personas en mi ciudad y, de todas ellas, tal vez apenas dos o tres poseían la capacidad de hacer magia negra o el tipo de conocimiento y poder requerido para detener a un mago negro. No solo eso, existía la enorme posibilidad de que yo fuera el único que pudiera encontrar y contrarrestar al hechicero antes de que comenzaran los asesinatos. Yo era también, presumiblemente, el único que había sido advertido.

Tal vez sería mejor frenar esto un poco. Esperar el desarrollo de los acontecimientos, que mis amigos me informaran. Entonces podría obtener una mejor lectura de la amenaza y de cómo lidiar con ella. Quiero decir, ¿valía la pena jugarme la vida haciendo aquel hechizo cuando con paciencia obtendría informaciones igual de útiles?

Era probable que no mereciera la pena jugarme mi propia vida, pero no hacerlo le costaría a alguien la suya. La magia negra no es el tipo de cosa que deja gente indiferente a su paso y, en general, las víctimas que mueren son las afortunadas. Si no hacía uso de la maqueta, tendría que esperar a que los malos realizaran el primer movimiento.

Así que tenía que hacerlo.

Estaba cansado de ver cadáveres y víctimas.

—Reúne todo lo que sepas sobre este tipo de hechizo, Bob —le dije con calma—. Voy a comer algo y luego prepararemos el ritual. Empezaré la búsqueda del miedo cuando se ponga el sol.

—A la orden —dijo Bob, y por primera vez hablaba en serio y no me estaba haciendo burla.

Vaya.

Subí la escalera antes de que me diera tiempo a pensar mucho en aquello y cambiara de idea.