Capítulo 10
Le pedí al taxista que no subiera la bandera y me encaminé hacia la puerta principal de los Carpenter. Molly permaneció fría, distante y sumida en un silencio imperturbable durante el trayecto por el pequeño jardín. Subió los escalones con calma… y comenzó a sudar en cuanto toqué el timbre.
Era agradable saber que no era el único. No estaba ansioso por hablar con Michael. Si la conversación era breve y no me acercaba mucho a él, puede que no sintiera la presencia del demonio dentro de mí. Las cosas podían salir bien.
Sentí en mi cabeza, que ya me dolía desde antes, los latidos de mi corazón.
A mi lado, Molly contorsionó los hombros espasmódicamente y se atusó el pelo como si le estuvieran dando pequeños ataques. Se alisó la andrajosa falda e hizo una mueca al ver las botas.
—¿Están manchadas de barro?
Me detuve un segundo a considerar la pregunta. Entonces dije:
—Tienes dos tatuajes a la vista y probablemente usaste un carnet falso para que te los hicieran. Tus piercings harían saltar cualquier detector de metales que se preciara de serlo y además los llevas en partes de tu cuerpo que tus padres preferirían que no supieras aún que existen. Vas vestida como una prostituta gótica y te has teñido el pelo de colores que hasta ahora pensaba que solo se usaban para el algodón de azúcar. —Me giré para ponerme delante de la puerta—. No perdería el tiempo preocupándome por un poco de barro en las botas.
Por el rabillo del ojo vi a Molly tragar saliva nerviosa, sin apartar los ojos de mí hasta que la puerta se abrió.
—¡Molly! —chilló la aguda voz de una niña. La estela de un pijama rosa de algodón surcó el aire, se oyó un grito de felicidad y una de las hermanas pequeñas de Molly se abrazó a ella.
—Hola, hobbit —dijo Molly al tiempo que cogía a la niña por un tobillo y la dejaba colgando en el aire, lo que causó gritos de placer por parte de la chiquilla. Molly la devolvió a su posición vertical.
—¿Cómo te va?
—Daniel es ahora el niño jefe, pero no es tan bueno como tú —dijo la niña—. Grita mucho. ¿Por qué tienes el pelo azul?
—Eh, que también es rosa.
La niña, una cría de seis o siete años y cabellos dorados, advirtió mi presencia y enterró enseguida su rostro en el cuello de Molly.
—Recordarás a Hope —me dijo Molly—. Dile hola al señor Dresden.
—¡Me llamo hobbit! —declaró imperiosa la pequeña antes de volver a bajar el rostro hacia la curva del cuello de Molly para esconderse de mí. Entretanto, surgieron ruidos de pasos y gritos en la casa. Se encendieron algunas luces en la planta de arriba y las escaleras temblaron a medida que los hermanos y hermanas bajaban corriendo hacia la puerta principal.
Un par de chicas fueron las primeras en llegar, las dos mayores que Hope. Ambas asaltaron a Molly con gritos y abrazos voladores.
—Bill —me saludó la más pequeña de la pareja, y añadió—: Has venido de visita.
—En realidad me llamo Harry —dije—. Y me acuerdo de ti. Amanda, ¿verdad?
—Soy Amanda —admitió con cautela—. Pero ya tenemos a un Harry. Por eso tú eres Bill.
—Y esta es Alicia —dijo Molly de la otra, una niña tan desgarbada y canija como era la propia Molly cuando la conocí a su edad. Su cabello era más oscuro que el de las otras, corto, y llevaba unas gafas de montura negra sobre su rostro serio—. Es la segunda chica por edad. Recuerdas al señor Dresden, ¿verdad, Sanguijuela?
—No me llames Sanguijuela —dijo en el tono paciente de alguien que ha dicho algo millones de veces y cuenta con que tendrá que hacerlo millones de veces más—. Hola, señor —me dijo.
—Alicia —respondí con un movimiento de cabeza.
Evidentemente, el uso de su verdadero nombre constituyó un gesto partidista. Me sonrió aliviada y cómplice.
Aparecieron un par de chicos. El mayor estaría a punto de poder sacarse el carnet de conducir, el otro se debatía precariamente entre la educación básica y el acné. Ambos tenían el cabello oscuro de Michael y su sobria expresión. El más joven parecía a punto de lanzarse sobre Molly en cuanto la vio, pero se contuvo y se conformó con un hola y un abrazo. El mayor se cruzó de brazos y frunció el ceño.
—Mi hermano Matthew —dijo Molly del menor. Lo saludé con un gesto de cabeza.
—¿Dónde has estado? —dijo el chico mayor mirando a Molly con gesto serio durante un momento.
—Me alegro de verte, Daniel —respondió ella—. Ya conoces al señor Dresden.
Me saludó con la cabeza y devolvió la atención hacia su hermana.
—No estoy de broma. Te fuiste sin más. ¿Tienes idea de cómo se han complicado las cosas aquí a causa de eso?
La boca de Molly formó una línea.
—No pensarías que iba a quedarme para siempre, ¿no?
—¿Es Halloween en el lugar de donde vienes? —quiso saber Daniel—. Mírate, mamá se va a poner como loca.
Molly entró en la casa y prácticamente lanzó a Hope a los brazos de Daniel.
—¿Y cuando hace otra cosa? ¿No deberían estar estas dos ya en la cama?
Daniel hizo una mueca mientras cogía a Hope, y dijo:
—Es lo que estaba intentando hacer hasta que alguien interrumpió la hora de dormir. —Tomó a Amanda de la mano y entre algunas débiles protestas volvió a meter a las chicas en la casa.
Se escuchó un crujido en el piso de arriba y Alicia le dio un firme codazo a Matthew. Los dos desaparecieron a medida que unos fuertes pasos bajaron por las escaleras.
Michael Carpenter era casi tan alto como yo y bastante más musculoso. Ostentaba la clase de rostro que le decía a cualquiera que lo mirara que era un hombre honesto y bueno que podría hacerte pedazos si te atrevías a usar la violencia contra él. No estaba seguro de cómo se las apañaba para conseguirlo. Algo en su fuerte mandíbula, quizás, albergaba el poder de su cuerpo y de su mente. En lo que respecta a la bondad, eso iba asociado al alma. Se percibía en la calidez de sus ojos grises.
Llevaba unos pantalones kaki y una camiseta azul claro. Una vaina de plástico duro, sin duda la que usaba para transportar su espada, colgaba de un agarre sobre uno de sus hombros. Una bolsa de viaje colgaba del otro y llevaba el pelo húmedo de la ducha. Bajó por las escaleras al paso de un hombre que se dirige a algún sitio, hasta que nos vio a Molly y a mí de pie en la puerta.
Se quedó clavado donde estaba y su rostro se iluminó con una sonrisa al ver a Molly. La bolsa de viaje cayó al suelo con estrépito cuando la soltó para cubrir en varias largas zancadas la distancia que le separaba de su hija mayor. La abrazó con fuerza contra su pecho.
—Papá —protestó.
—Calla, déjame abrazarte.
Los ojos de Molly repararon en la vaina que todavía pendía del hombro de su padre y su expresión se tiñó de una repentina preocupación.
—¿Cuándo te vas?
—Me has pillado por poco —respondió él—. Me alegro.
Le devolvió a su padre el abrazo y cerró los ojos.
—Es solo una visita —dijo.
Él se separó del abrazo unos instantes después, estudiando el rostro de su hija con preocupación en sus ojos. Entonces asintió, sonrió, y dijo:
—De todas formas me alegro. —Entonces echó la cabeza hacia atrás como si no hubiera sido consciente de la apariencia de su hija hasta aquel momento y entornó los ojos—. Margaret Katherine Amanda Carpenter —dijo con voz rasposa—. Por la sangre de Cristo, ¿qué has hecho con tu…? —La miró de arriba abajo con una gentil consternación—. ¿Con tu…?
—Contigo —sugerí—. Qué has hecho contigo.
—Contigo —susurró Michael. Miró de nuevo a Molly de arriba abajo. Ella estaba tratando de ostentar aquella expresión que dejaba a las claras lo poco que le importaba lo que su padre pensara sobre su apariencia, sin embargo, quedó dolorosamente claro que le importaba muchísimo—. Eso son tatuajes. El pelo no está tan mal, pero… —Negó con la cabeza y me ofreció su mano—. Dime, Harry. ¿Soy demasiado viejo?
No quería darle la mano a Michael. La presencia de Lasciel, aunque no fuera en su forma completa, era algo que notaría si tenía contacto físico conmigo. Durante los dos últimos años lo había estado evitando con cualquier excusa, guardando la esperanza de deshacerme de mi pequeño demonio sin tener que molestarlo con el asunto.
Para ser exactos, me avergonzaba demasiado la idea de que supiera lo que había sucedido. Michael era probablemente el ser humano más honesto y decente que había tenido el privilegio de conocer. Siempre había pensado bien de mí, algo que me había proporcionado un gran alivio durante un bache o dos, y odiaba la idea de perder su confianza y amistad. La presencia de Lasciel, la colaboración de, literalmente, un ángel caído, destruiría aquello.
Pero la amistad no es una calle de sentido único. Había traído a su hija de vuelta porque pensé que era lo correcto y porque pensaba que él haría lo mismo por otra persona en una circunstancia similar. Le respetaba lo bastante para hacerlo. Y le respetaba demasiado para mentirle. Ya llevaba evitando enfrentarme a él demasiado tiempo.
Le estreché la mano.
Y ni sus formas ni su expresión cambiaron. Ni un ápice.
No había detectado la presencia de Lasciel ni su marca.
—¿Y bien? —me preguntó con una sonrisa.
—Si piensas que tiene aspecto de idiota, eres demasiado viejo —le dije después de un momento—. Soy moderadamente arcaico para los estándares de las jóvenes generaciones y creo que solo se ha pasado un poco de rosca.
Molly puso los ojos en blanco, con las mejillas rosadas de nuevo.
—Supongo que un buen cristiano debe estar dispuesto a poner la otra mejilla cuando se trata de asuntos de moda —dijo Michael.
—El que no haya llevado unos vaqueros gastados que tire la primera piedra —dije asintiendo.
Michael se echó a reír y me apretó brevemente el hombro.
—Me alegro de verte, Harry.
—Y yo de verte a ti —le dije, intentando sonreír. Le eché un vistazo a la vaina de plástico en su hombro—. ¿Viaje de negocios?
—Sí —dijo.
—¿Adónde?
Sonrió.
—Lo sabré cuando llegue.
Negué con la cabeza. Michael se encargaba de blandir una de las espadas de los caballeros de la Cruz. Era uno de los dos únicos hombres en el mundo que portaban aquellas armas tan poderosas. Como tal, tenía mucho mundo que cubrir. Yo no tenía claro cuál era su itinerario exactamente, pero a menudo debía viajar lejos de su hogar y su familia, convocado donde su poder era necesario.
No estoy metido en religión, pero creo en el Todopoderoso. He presenciado cómo un gran poder ayudaba a las acciones de Michael. La coincidencia era a veces demasiado grande, tanto que le aseguraba estar siempre en el lugar adecuado para ayudar a alguien en peligro. Había visto a aquel poder herir gravemente a algunos malvados enemigos solo con que Michael alzara la voz. Tal poder, tal fe, lo habían llevado a través de peligros y batallas de las que era imposible salir vivo, y mucho menos ganar.
Sin embargo, nunca me había parado a pensar en lo duro que debía de ser para él dejar su casa cuando los arcángeles o Dios o quien fuera lanzaran una bengala para que acudiera a remediar una crisis.
Miré de reojo a Molly. Estaba sonriendo, pero podía ver la tensión y la preocupación bajo la superficie.
Era también duro para su familia.
—¿No te habías ido? —dijo una voz de mujer desde las escaleras. La casa chirrió de nuevo y la esposa de Michael apareció por las escaleras—. Vas a llegar…
Se quedó de repente sin palabras. No había visto nunca a Charity con un kimono de seda roja. Como Michael, tenía el pelo húmedo de la ducha. Incluso mojado parecía rubio. Charity tenía unas bonitas piernas y unos músculos bien definidos en las pantorrillas que avanzaron a lo largo de la parte superior de las escaleras, y lo que pude ver del resto era más o menos igual: fuerte, en forma, saludable. Llevaba en brazos a un niño dormido, el menor de la camada, llamado Harry en mi honor. Llevaba los brazos y piernas despatarrados sobre su madre, sumido en una total relajación, y usaba su hombro como almohada. Tenía las mejillas rosadas y ese aspecto tan particular que tienen los niños pequeños cuando están dormidos.
Los ojos azules de Charity se abrieron de par en par a causa de la sorpresa y durante un momento se quedó helada mirando a Molly fijamente. Abrió la boca medio segundo, con las palabras dudando en la punta de su lengua. Entonces los ojos se fijaron a mí y la sorpresa se tornó en reconocimiento, seguida de una mezcolanza de rabia, preocupación y miedo. Se ajustó el kimono un poco, mientras su boca seguía buscando qué decir.
—Disculpad un momento —dijo finalmente.
Se esfumó, y reapareció un momento después sin el pequeño Harry, enfundada en una larga bata de rizo y con los pies dentro de unas zapatillas peludas.
—Molly —dijo en voz baja, y bajó las escaleras.
La chica apartó la vista.
—Madre.
—Y el mago —dijo al tiempo que la boca se le convertía en una fina línea—. Por supuesto. —Ladeó la cabeza hacia un lado mientras que su expresión se endurecía por momentos—. ¿Es con él con quien has estado, Molly?
La densidad del aire de la habitación se cuadriplicó y el rostro de Molly se oscureció, pasando del rosa al escarlata.
—¿Y qué si es así? —preguntó con el desafío resonando en la voz—. No es asunto tuyo.
Abrí la boca para asegurarle a Charity que yo no tenía nada que ver con nada, y no es que eso fuera a alterar la naturaleza de la conversación, pero Michael me miró y negó con la cabeza. Cerré la boca y esperé acontecimientos.
—Estás equivocada —dijo Charity con mirada beligerante e inamovible—. Eres una niña y yo soy tu madre. Es asunto mío, de quién si no.
—Pero es mi vida —respondió Molly.
—Claramente careces de la disciplina y la inteligencia para saber llevarla.
—Ya empezamos otra vez —dijo Molly—. Adelante, maniaca controladora.
—No uses ese tono de voz conmigo, jovencita.
—Jovencita —remedó Molly poniendo el tono nasal de la voz de su madre y con los puños en las caderas—. ¿Qué sentido tiene? He sido estúpida al creer que podrías querer hablar conmigo de verdad en lugar de decirme cómo debo vivir cada segundo de mi existencia.
—No veo qué tiene eso de malo ya que no tienes ni idea de lo que estás haciendo, jovencita. Mírate. Pareces una… una salvaje.
Mi boca se abrió en un acto reflejo.
—Oh, sí, una salvaje de la famosa tribu de los Pelopintados Cahokianos Góticos.
Michael hizo una mueca.
La mirada que me dedicó Charity podría haber dejado seco a un pequeño animal o haber marchitado la planta de una maceta.
—Disculpe, señor Dresden —dijo afilando las sílabas—. No recuerdo haber hablado con usted.
—Perdone —dije, y le concedí la más dulce de mis sonrisas—. No me lo tenga en cuenta. Solo pensaba en voz alta.
Molly se giró para mirarme con odio, pero su tentativa se quedó en apenas una pálida imitación de la de su madre.
—No necesito que me defiendas.
La atención de Charity retornó a su hija.
—No le hablarás a un adulto en ese tono mientras estés en esta casa, jovencita.
—Eso no es problema —disparó Molly, y entonces giró sobre sí misma y abrió la puerta.
Michael extendió una mano, sin esfuerzo aparente, y la puerta se cerró con un golpe sonoro y seco.
Un repentino silenció invadió la residencia de los Carpenter. Tanto Molly como Charity miraron a Michael con sendas expresiones de sorpresa total.
Este respiró hondo y luego dijo:
—Señoras, trato de no inmiscuirme en estas discusiones. Sin embargo, resulta obvio que la conversación de esta noche es poco probable que resuelva las diferencias que habéis tenido. —Las miró a las dos alternativamente y su voz, aunque seguía siendo amable, se convirtió en algo tan inamovible como una montaña de huesos—. No tengo la sensación de que mi viaje vaya a ser largo —dijo—, pero nunca sabemos lo que Él tiene planeado para nosotros. O cuánto tiempo nos queda. El disgusto en esta casa ya ha durado bastante. Esta disputa está haciéndonos daño a todos. Encontrad una manera de resolver vuestras diferencias antes de que regrese.
—Pero… —comenzó a decir la chica.
—Molly —interrumpió Michael, su tono de voz inexorable—. Se trata de tu madre. Merece tu respeto y cortesía. Se los mostrarás durante una conversación civilizada.
Molly apretó los labios, pero apartó la mirada de su padre. Él la miró fijamente durante un momento, hasta que vio que asentía brevemente.
—Gracias —dijo—. Quiero que ambas hagáis un esfuerzo por hablar apartando a un lado la rabia. Por Dios, señoras, no me voy lejos de mi casa en respuesta a la llamada para volver luego a ella y encontrarme con más conflictos y disputas. Bastante tengo de eso cuando estoy fuera.
Charity lo miró otro momento, y luego dijo:
—Pero Michael… no vas a irte ahora. Ahora que… —Hizo un gesto vago en mi dirección—. Habrá problemas.
Michael se acercó a su mujer y la besó con dulzura.
—¿Estás seguro?
—Se requiere de mis servicios —dijo con una tranquila certeza. Le tocó la cara a su esposa con una mano y añadió—: Harry, ¿me acompañas al coche?
Lo hice.
—Gracias —dije una vez que estuvimos fuera—. Me alegro de haber salido de ahí. La tensión se cortaba con un cuchillo.
Michael asintió.
—Ha sido un año largo.
—¿Qué les ha pasado? —pregunté.
Michael tiró la vaina y la bolsa de viaje en la parte de atrás de su camioneta blanca.
—Molly fue arrestada. Por posesión.
Parpadeé.
—¿Estaba poseída?
Michael suspiró y me miró.
—Posesión de estupefacientes. Marihuana y éxtasis. Estaba en una fiesta y la policía hizo una redada. La cogieron con eso encima.
—Vaya —dije en un tono comedido—. ¿Qué pasó?
—Servicios a la comunidad —dijo—. Hablamos sobre ello. Se arrepentía. Pensé que la humillación y la sentencia serían suficientes para dar carpetazo al asunto, pero Charity creía que estábamos siendo demasiado blandos con ella. Trató de restringirle a Molly la gente a la que podía ver.
Hice una mueca.
—Ah, ahora entiendo lo que ha pasado.
Michael asintió, entró en su camioneta y se apoyó sobre la ventanilla abierta, mirándome.
—Sí. Ambas son orgullosas y obstinadas. Las fricciones aumentaron hasta que acabaron por explotar en primavera. Molly se fue de casa, dejó el instituto. Ha sido… difícil.
—Ya lo veo —dije, y suspiré—. Quizás deberías discutirlo con Charity. Tal vez los dos podáis controlarla hasta que vuelva al camino correcto.
Michael sonrió un poco.
—Es la hija de Charity. Ni cien padres y madres podrían hacer que se sometiera. —Sacudió la cabeza—. La autoridad de un padre solo puede llegar hasta cierto punto. Molly tiene que empezar a pensar y elegir por sí misma. En este punto, obligarla a dar su brazo a torcer no va a ayudarla a conseguirlo.
—No parece que Charity esté de acuerdo contigo —dije.
Michael asintió.
—Quiere mucho a Molly. Le aterran las cosas que podrían pasarle a su niña. —Lanzó una mirada fugaz hacia la casa—. Lo cual me hace plantearte una pregunta.
—¿Sí?
—¿Se está desarrollando algún acontecimiento peligroso?
Me mordí el labio y luego asentí.
—Parece probable, pero no tengo todavía nada específico.
—¿Tiene mi hija algo que ver?
—No que yo sepa —le dije—. Esta noche han arrestado a su novio. Me convenció para que le pagara la fianza.
Los ojos de Michael se entrecerraron, pero enseguida se controló y vi cómo espantaba la expresión de enfado de su rostro.
—Ya veo. ¿Cómo demonios la convenciste para venir aquí?
—Era mi precio por la ayuda —dije—. Trató de echarse atrás. Sin embargo, la convencí de que no lo hiciera.
Michael soltó un gruñido.
—¿La amenazaste?
—Educadamente —dije—. Nunca le haría daño.
—Lo sé —dijo Michael, en un tono amablemente reprobatorio. Detrás de nosotros, se abrió la puerta principal. Molly salió al porche, abrazándose a sí misma. Permaneció así unos momentos, ignorándonos. Unos segundos después se encendió una luz en el segundo piso. Seguramente Charity había vuelto arriba.
Michael observó a su hija durante unos momentos, se notaba el dolor en sus ojos. Entonces respiró hondo y dijo:
—¿Puedo pedirte un favor?
—Sí.
—Habla con ella —me pidió Michael—. Le gustas. Te respeta. Unas pocas palabras tuyas harían más que cualquier cosa que yo pueda decirle en estos momentos.
—Vaya —dije—. No lo sé.
—No tienes que negociar un tratado —dijo Michael, sonriendo—. Solo pídele que hable con su madre. Que ceda un poco.
—El compromiso ha de funcionar por las dos partes —dije—. ¿Qué pasa con Charity?
—Cambiará de actitud.
—¿Soy el único que se da cuenta de que Charity no me trata con lo que la mayoría de la gente considera justicia o simplemente amabilidad? Soy la última persona en el mundo capaz de convencerla de que se siente a tener una charla conciliadora.
Sonrió.
—Ten un poco de fe.
—Oh, por favor —suspiré, pero en realidad no estaba enfadado.
—¿Intentarás ayudar? —me preguntó Michael.
—Sí —casi le espeté.
Me sonrió, sobre todo con los ojos.
—Gracias. Siento que esta noche hayas tenido que pasar entre el fuego cruzado.
—Molly me dijo que había problemas en casa. Traerla aquí me pareció lo correcto.
—Te lo agradezco. —Michael arrugó la cara con la mirada distante durante unos momentos y después añadió—: Debería irme ya.
—Claro —dije.
Me miró a los ojos y dijo:
—Si algo sucede, ¿cuidarás de ellas en mi ausencia? Me sentiría mejor sabiendo que están a tu cargo hasta que regrese.
Miré en dirección a la casa.
—¿Qué ha pasado con la fe?
Sonrió.
—Es un poco anodino esperar que el Señor haga todo el trabajo, ¿no es cierto? —Recuperó el gesto serio—. Además, sí que tengo fe, Harry. En Él. Y en ti.
Mi ser infestado por un demonio se arrugó, agitado por una incómoda culpabilidad.
—Cuidaré de ellos, por supuesto.
—Gracias —dijo Michael, y metió primera—. Cuando vuelva, quiero hablar de negocios contigo, si tienes tiempo.
—Claro. Buena caza.
—Que Dios te acompañe —respondió con un solemne movimiento de cabeza, y entonces arrancó y se marchó con su espada. ¡Arre, Silver, adelante!
Hacer que Molly y Charity se sentaran a hablar las cosas. De acuerdo. Tenía tantas posibilidades de conseguirlo como de subir al monte Rushmore con mi coche a cuestas. Tenía la sombría certeza de que incluso si me las arreglaba para reunirlas, solo lograría que las cosas se volvieran espectacularmente peores. Era probable que la casa explotara entera en el momento en que el ego de la madre y el de la hija chocaran.
Ningún bien saldría de aquello. ¿Por qué demonios accedí a intentarlo?
Porque Michael era mi amigo y porque, en general, era demasiado estúpido para dejar en la cuneta a la gente que necesitaba ayuda. Y tal vez por algo más.
La casa de Michael siempre había estado llena de una actividad frenética, pero también de diálogo, calidez, risas y buena comida. Los feos gritos y quejidos de la disputa de Molly y Charity la habían manchado. No pertenecían a aquel lugar.
Nunca tuve una casa así cuando era pequeño. Incluso ahora que me había encontrado con Thomas, al pensar en una familia lo primero que se me venía a la cabeza era la residencia de los Carpenter. Nunca disfruté de aquella clase de intimidad, de cercanía. Las personas que pertenecían a familias así rara vez se daban cuenta de lo raro y precioso que era. Era algo que merecía la pena conservar. Quería ayudar a que siguiera siendo así.
Y Michael estaba en lo cierto. Puede que tuviera ocasión de hacer entrar en razón a Molly. Aquello era solo la mitad de la batalla, por decirlo de alguna manera, pero probablemente era más de lo que él podía lograr desde su posición.
No obstante, el gran poder que manejaba los hilos tenía un demencial sentido de la oportunidad, teniendo en cuenta todo lo que tenía ya encima. Maldición.
Molly se acercó a mí cuando la camioneta de Michael desapareció. Se quedó a mi lado en silencio, bajo aquella noche tranquila de verano.
—Supongo que necesitas que te lleve a casa —dije.
—No tengo dinero —contestó en voz baja.
—De acuerdo —dije—. ¿Adónde tienes que ir?
—A la convención —respondió—. Tengo amigos allí y una habitación para el fin de semana. —Miró hacia la casa por encima del hombro.
—Los mocosos parecían contentos de verte —observé.
Sonrió momentáneamente y su voz ganó en calidez:
—No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a los pequeños jawas.
Consideré darle un empujoncito hacia su madre con algún comentario, pero decidí no hacerlo. Puede que lograra avanzar algo sin presiones, pero en cuanto se diera cuenta de que estaba intentando obligarla, se volvería inamovible.
—Son unos chicos adorables —fue todo lo que dije.
—Sí —dijo casi inaudiblemente.
—Yo también iba a la convención de todos modos —le dije—. Sube al taxi.
—Gracias —dijo.
—De nada —contesté.