Capítulo 16
Cuando te acostumbras a ellos, todos los hospitales suelen ser parecidos. Excepto el Mercy, donde llevaron a las víctimas del ataque, y que de alguna manera se desmarcaba de la esterilidad, la desinfección y la silenciosa desesperanza características de muchos otros. Era el hospital más antiguo de Chicago, fue fundado por las hermanas del convento de Mercy y seguía siendo una institución católica. Aunque cuando se construyó era ridículamente grande, los famosos incendios de Chicago de finales del siglo diecinueve llevaron al Mercy al límite de su capacidad. Los doctores trataron a seis o siete veces más pacientes que cualquier otro hospital durante la emergencia, y todo el mundo dejó de quejarse sobre lo inútilmente grande que era aquel lugar.
Había un policía de guardia en el pasillo donde se encontraban las habitaciones de las víctimas, por si acaso el asesino loco disfrazado venía a por ellos. Puede que también estuviera allí para espantar a la prensa, que siempre acudía en pos del frenesí de la sangre. No me sorprendió en absoluto comprobar que el policía era Rawlins. Estaba sin afeitar y todavía tenía colgada la tarjeta de ¡SplatterCon! en la pechera. Llevaba vendado el antebrazo con gasas limpias y bien ajustadas, pero aparte de eso transmitía la apariencia de estar totalmente alerta a pesar de haber resultado herido y apenas haber descansado desde la noche anterior. O quizá sus facciones recias lo disimulaban bien.
—Dresden —dijo Rawlins desde su asiento. Había arrastrado una silla a la mitad del pasillo. Era un hombre diligente, no un loco—. Tienes mejor aspecto. Salvo por los moratones.
—Los mejores salen al día siguiente —apostillé.
—Gran verdad —convino.
Murphy nos miraba alternativamente.
—Veo que no tienes muchos escrúpulos a la hora de elegir con quién trabajas, Harry.
—Anda —dijo Rawlins arrastrando las vocales y sonriendo—. ¿Es esta la pequeña Karrin Murphy? Hoy no me he traído los prismáticos.
Ella también sonrió.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No encontraron a un poli de verdad para vigilar el pasillo?
Soltó un gruñido, estiró las piernas y las cruzó. Noté que a pesar de la postura indolente, su arma enfundada permanecía cerca de la mano derecha. Miró a Ratón con los labios fruncidos.
—No creo que se permitan perros aquí.
—El perro está conmigo —dije.
—El mago está conmigo —dijo Murphy.
—Eso lo convierte en un perro policía, entonces —convino Rawlins. Hizo un gesto de cabeza hacia el pasillo—. La señorita Marcella está ahí. Tienen a Pell y a la señorita Becton en la uci. El otro chico que trajeron no sobrevivió.
Murphy hizo una mueca.
—Gracias, Rawlins.
—De nada, pequeña —respondió Rawlins y su voz grave adquirió un matiz paternal.
Murphy lo miró con sorna un momento y acto seguido emprendimos camino por el pasillo para visitar a la primera de las víctimas.
Era una habitación individual. Molly estaba allí, en una silla junto a la cama, donde era evidente que había dormido un poco tras pasar la noche en vela. Cuando entré en la habitación y cerré la puerta me la encontré mirando a su alrededor y frotándose la boca con la manga. En la cama estaba Rosie, pequeña y pálida.
Molly tocó el brazo de la chica y la ayudó con cuidado a incorporarse. Rosie levantó la vista y parpadeó varias veces.
—Buenos días —dijo Murphy—. Espero que haya podido descansar.
—U…un poco —dijo la chica con voz rasposa. Miró a su alrededor, pero Molly ya le estaba pasando una vaso de agua con una pajita. Rosie dio un sorbo y luego echó la cabeza hacia atrás, cansada. Murmuró una palabra de agradecimiento para su amiga.
—Un poco —dijo de nuevo, esta vez más fuerte—. ¿Quiénes son ustedes?
—Me llamo Karrin Murphy. Soy detective del Departamento de Policía de Chicago. —Hizo un gesto hacia mí y sacó un bolígrafo y una libreta del bolsillo de la cadera—. Este es Harry Dresden. Está trabajando con nosotros en el caso. ¿Le importa que esté aquí?
—¿Qué estás haciendo aquí? —me preguntó Molly entre dientes.
—Investigar —respondí en el mismo tono—. Está pasando algo extraño.
Molly se mordió el labio.
—¿Estás seguro?
—Del todo —dije—. No te preocupes. Averiguaré qué es lo que le ha hecho daño a tu amiga.
—Amigos —dijo Molly, enfatizando el plural—. ¿Sabes algo de Ken? Es el novio de Rosie. Nadie nos dice nada.
—¿Es el chico que trajeron?
Molly asintió ansiosa.
—Sí.
Me quedé mirando la espalda de Murphy sin decir palabra.
Molly lo captó. Se puso pálida.
—Oh, Dios. Cuando se entere… —Se cruzó de brazos y negó con la cabeza varias veces. Entonces dijo—: Tengo que… —Miró alrededor de la habitación y dijo en voz alta—: Mataría por un café. ¿Alguien quiere?
Nadie quería. Molly cogió su bolso y se giró para dirigirse a la puerta. Al hacerlo, pasó a unos centímetros de Ratón. En lugar de gruñir, Ratón frotó su cabeza afectuosamente contra su pierna cuando pasó y se llevó como recompensa un par de caricias en la oreja antes de que la chica saliera.
Le dediqué una mirada ceñuda a Ratón en cuanto Molly se fue.
—¿Te me vas a poner bipolar?
Se tranquilizó enseguida. Murphy comenzó a hacerle a Rosie preguntas predecibles sobre el ataque.
El reloj estaba en marcha. Olvidé durante un momento el motivo del extraño comportamiento de Ratón y dejé que vigilara la puerta mientras yo usaba la vista.
Suponía un ligero esfuerzo de concentración apartar las preocupaciones del mundo material, como por ejemplo, mis dolores, los moratones y la razón por la que mi perro le había gruñido a Molly la noche anterior. No obstante, las luces, sombras y colores del mundo se fundieron en una cascada de energía, luminosidad y poder que yacía bajo la superficie.
Murphy tenía el mismo aspecto siempre que la analizaba con mi vista. Era ella misma, o casi, su aspecto era en cierto modo más claro; le brillaban los ojos y estaba ataviada con una túnica blanca, casi angelical, manchada en algunas zonas de la sangre y el barro de la batalla. Una corta y recta espada con la hoja forjada en un color tan blanco que hacía daño a la vista le pendía debajo del brazo izquierdo, donde sabía que llevaba la pistola en la cartuchera bajo la chaqueta de algodón. La miré y vi su rostro físico como una sombra vaga bajo la superficie del que ahora tenía delante. Su sonrisa era como la luz del sol, aunque el rostro de su cuerpo físico seguía siendo una máscara neutral. Estaba presenciando la vida, la emoción detrás de su semblante.
Me contuve para no mirarla tanto tiempo seguido, pero al menos aquella sonrisa era algo que no me importaría recordar. Rosie era otra historia.
La Rosie física era una joven pequeña, pálida, de frágiles y delgadas facciones. La Rosie que me revelaba la vista era completamente diferente. La piel blanca se convertía en un recubrimiento pálido, sucio y de textura parecida al cuero. Los grandes ojos parecían si cabe más grandes y miraban hacia todas direcciones temblando nerviosos como los de un pajarillo asustado. Eran ojos furtivos, le daban el aspecto peligroso de un perro perdido o tal vez de algún tipo de rata; los ojos de una superviviente cobarde, desesperada.
Unas venas sinuosas por las que fluía una energía verde y negra de alguna clase latían bajo su piel, en particular alrededor de la cara interior del codo izquierdo. Los hilos de energía se retorcían y terminaban en la superficie de su piel, en decenas de pequeñas bocas que se abrían y cerraban; las marcas de pinchazos que vi la noche anterior. Su brazo derecho no paraba de lanzarse hacia el izquierdo como si tratara de rascarse un persistente picor. Pero los dedos no llegaban. Había una especie de película de motas que chisporroteaban entre sus manos casi como unos guantes de boxeo y no podía llegar a tocarse aquellas bocas terriblemente hambrientas. Peor, tenía lo que parecían marcas de quemaduras en las sienes; pequeños agujeros negros, bien formados, como si alguien le hubiera introducido una aguja caliente en la piel y atravesado el cráneo. Había una especie de sangre fantasmagórica alrededor de las heridas; sin embargo, sus ojos estaban abiertos aunque idos, como si no las notara. ¿Qué demonios? Había visto víctimas de ataques espirituales antes y nunca era agradable. A menudo parecían las víctimas del ataque de un tiburón o alguien atacado por un oso. Nunca había visto a nadie con unos daños como los de Rosie. Parecía que una especie de cirujano demente hubiera ido a por ella con un bisturí láser. El nivel de locura había superado el récord anterior en dos puntos.
Empezó a latirme muy fuerte el corazón, así que dejé de usar la vista. Me apoyé un momento contra la pared y me froté las sienes hasta que las pulsaciones se relajaron y estuve seguro de que mi vista normal había regresado.
—Rosie —dije, cortando a la mitad una de las preguntas de Murphy—, ¿cuándo fue la última vez que te pinchaste?
Murphy me miró por encima del hombro, con el ceño fruncido. Tras ella, la chica me miró culpable y luego giró la cabeza hacia un lado.
—¿Qué quiere decir? —me preguntó Rosie.
—Me imagino que es heroína —dije. Mantuve la voz en el tono más bajo y a la vez audible que pude—. Vi las marcas anoche.
—Soy diabé… —comenzó a decir.
—Oh, por favor —dije, y dejé que se me notara el fastidio en la voz—. ¿Crees que soy tan estúpido?
—Harry —comenzó Murphy. Había una nota de advertencia en su tono, pero me dolía demasiado la cabeza para que aquello me detuviera.
—Rosie, estoy tratando de ayudarte. Responde a la pregunta.
Se quedó callada un largo momento.
—Dos semanas —reconoció al romper su silencio.
Murphy enarcó una ceja y su mirada volvió a centrarse en la chica.
—Lo dejé —dijo—. De verdad, me refiero, en cuanto me enteré de que estaba embarazada… Ya no puedo hacerlo.
—¿De verdad? —pregunté.
Levantó la vista, sus ojos eran directos, aunque no había confianza en ellos.
—Sí, he acabado con eso. Ni siquiera lo echo de menos. El bebé es más importante.
Apreté los labios y luego asentí.
—De acuerdo.
—Señorita Marcella —dijo Murphy—, gracias por su tiempo.
—Espere —dijo cuando Murphy se dio la vuelta—. Por favor. Nadie nos dice nada sobre Ken. ¿Saben cómo está? ¿En qué habitación lo tienen?
—¿Ken es su novio? —preguntó Murphy con cautela.
—Sí. Vi cómo lo metían en la ambulancia anoche. Sé que está aquí… —Rosie miró fijamente a Murphy un segundo, y entonces se puso más pálida si cabe—. Oh, no. Oh, no, no, no.
Me alegré de haber usado la vista en ella antes de que supiera lo de su novio. Mi imaginación me proporcionó una bonita imagen de las heridas emocionales abriéndose como si una espada invisible empezara a cortarla desde dentro de su ser; al menos me había librado de aquel recuerdo.
—Lo siento mucho —dijo Murphy en voz baja. Su tono era firme, había compasión en sus ojos.
Molly eligió aquel momento para regresar con un vaso de café. Miró a Rosie, soltó el café y se apresuró a consolarla. Rosie lloraba y temblaba. Molly se sentó inmediatamente en la cama, a su lado, y la abrazó mientras lloraba.
—Estaremos en contacto —dijo Murphy en voz baja—. Vamos, Harry.
Ratón miró a Rosie con expresión triste y tuve que tirarle de la correa un par de veces para que se moviera. Nos marchamos y nos acercamos a la escalera más cercana. Murphy se dirigió a la uci, que estaba en el edificio colindante.
—No le vi anoche las marcas del brazo —dijo pasado un minuto—. La presionaste demasiado.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque podría significar algo. Todavía no sé el qué. Sin embargo, no podíamos perder el tiempo escuchando sus negaciones.
—No ha sido honesta contigo —dijo Murphy—. Nadie se quita de la heroína tan rápido. Si hace solo dos semanas, debería seguir teniendo el mono.
—Sí —dije. Salimos para ir al otro edificio. La brillante luz de la mañana intensificó mi dolor de cabeza, y el suelo comenzó a darme vueltas. Me detuve a esperar que se me acostumbraran los ojos a la luz.
—¿Estás bien? —me preguntó Murphy.
—Es duro. Ver a alguien así —dije en voz baja—. Y probablemente ella sea la menos tocada de los tres.
Frunció el ceño.
—¿Qué viste?
Traté de describirle el aspecto de Rosie. Me sonó irreal y atropellado. No creo que lograra transmitirlo muy bien.
—Tienes un aspecto terrible —dijo cuando terminé.
—Pasará. Solo es este maldito dolor de cabeza. —Sacudí la cabeza y me centré en controlar mi respiración hasta que pudiera obligar al dolor a remitir—. De acuerdo. Estoy bien.
—¿Averiguaste lo que querías? —preguntó Murphy.
—Todavía no —dije—. Necesito ver también a los otros. Comprobar si hay algún tipo de patrón en sus heridas.
—Están en la uci.
—Sí. Necesito encontrar una manera de acercarme sin pasar cerca de nadie con respiración asistida. No puedo quedarme a hablar con ellos. Tal vez me baste con un minuto o noventa segundos para verlos a los dos. Entonces me marcharé y te dejaré hablar a ti.
Murphy respiró hondo y dijo:
—¿Estás seguro de esto?
—No —le dije—. Pero no puedo ayudarte si no los veo, no hay otra manera de hacerlo. Si logro permanecer en calma y relajado, no le haré daño a nada ni a nadie por estar allí un minuto o dos.
—Pero no hay forma de que estés seguro.
—¿Y cuándo la hay?
Dudó, pero asintió.
—Déjame ir a mí delante —dijo—. Espera aquí.
Busqué una silla y la llevé al pasillo para sentarme con Ratón y Rawlins. Nos hicimos compañía en silencio. Apoyé la cabeza en la pared y cerré los ojos.
Mi dolor de cabeza empezó a desaparecer justo cuando regresó Murphy.
—De acuerdo —dijo con calma—. Tenemos que bajar un piso y luego tomar unas escaleras traseras. Una enfermera nos va a dejar entrar. No pasarás cerca de ninguna de las otras habitaciones para llegar hasta nuestros testigos.
—De acuerdo —dije, y me puse en pie—. Acabemos con esto.