Capítulo 19
El pub McAnally se encuentra en la planta baja de un edificio no demasiado lejos de mi oficina. Siendo Chicago lo que es, básicamente un enorme pantano con una ciudad flotando en medio, el edificio se había hundido con el paso de los años, y en la entrada al pub era necesario bajar un par de escalones tras pasar la puerta. Se trata de una sala de techos bajos, o al menos a mí siempre me lo ha parecido, y ofrece la atracción añadida de varios ventiladores de techo. Al entrar por la puerta los tengo a la altura de mi cabeza, cuando bajo los escalones siguen estando incómodamente cerca.
Hay un cartel que Mac hizo colgar en la pared que dice «Territorio neutral acordado». Se suponía que el pub era una zona exenta de combates según los términos dispuestos en los Acuerdos de Unseelie, un reciente e influyente conjunto de principios convenido hace diez o doce años entre la mayoría de las naciones de lo sobrenatural. Los términos de los Acuerdos estipulan que no se permiten peleas entre miembros de naciones en conflicto dentro del bar, y se supone que tampoco podemos intentar provocar a nadie allí. Si las cosas se ponían hostiles, los Acuerdos decían que había que salir del local o arriesgarse a ser censurado por las naciones firmantes.
Y lo más importante, al menos para mí, es que Mac era un amigo. Cuando venía a comer a este lugar me consideraba un invitado y él era mi anfitrión. Aceptaba su declarada neutralidad por puro respeto, pero era bueno saber que el trasfondo de los Acuerdos la avalaba. No todos los miembros de la comunidad sobrenatural son tan educados y buenos vecinos como yo.
El local de Mac consiste básicamente en un gran salón con trece gruesas columnas de madera repartidas por toda la estancia, cada una de ellas tallada con imágenes referentes a viejos cuentos del Viejo Mundo. Hay una barra con trece taburetes y trece mesas dispuestas irregularmente por la sala. En general, el local tiene un aire informal, confortable y asimétrico.
Entré al local armado hasta los dientes y proyectando una actitud desafiante. Portaba mi bastón en la mano izquierda y me había sacado del cinturón mi nueva vara: un palo de madera de sesenta centímetros de largo y tan ancho como mis dos dedos pulgares juntos. El brazalete escudo se ajustaba a mi mano izquierda, el anillo de fuerza a la diestra y Ratón caminaba a mi derecha con la correa al cuello, enorme, sobrio y alerta.
Un par de personas me miraron de pleno y acto seguido trataron de aparentar que no les interesaba lo más mínimo. No estaba de mal humor, pero quería que lo pareciera. Desde que empezó la guerra con la Corte Roja, aprendí por las malas que los depredadores, ya fueran humanos o de otra índole, sentían el miedo y buscaban la debilidad. Así que entré en el local como si tuviera la esperanza de poder pisarle el cuello a alguien, porque era muchísimo más fácil desalentar a los depredadores potenciales desde el primer momento que quitármelos luego de encima cuando me seguían.
Crucé la sala hasta el bar y Mac me saludó con la cabeza. Era un hombre esbelto entre los treinta y los cuarenta años. Llevaba su atuendo habitual de prendas oscuras y un delantal blanco inmaculado, ya que mientras atendía el bar, alimentaba el gran fogón de leña donde cocinaba varios platos para los clientes. El calor veraniego se disimulaba bien por la sombra, los ventiladores y la naturaleza parcialmente subterránea del lugar; sin embargo, Mac tenía varias manchas de sudor en la ropa y en su calva coronilla.
Mac sabía de qué iba aquello de mi entrada con cara de tipo duro y estaba claro que no le importunaba. Me hizo un gesto con la cabeza cuando me senté en el taburete.
—Mac, ¿tienes alguna cerveza fría por ahí detrás?
Me miró sin diversión en sus ojos.
Apoyé mi bastón en la barra y alcé las dos manos para aplacarlo.
—Bromeaba. Pero dime que tienes una limonada bien fría —le rogué—. Hace trillones de grados ahí fuera.
Su respuesta fue un vaso de limonada enfriado con sus patentados cubitos de hielo extraídos a partir de la propia limonada, de tal modo que podías bebértela fría y que además no se aguara, todo a la vez. Mac es un completo genio en lo que se refiere a las bebidas. Y sus sándwiches de carne deberían ser considerados un bien nacional.
—¿Negocios? —me preguntó.
Asentí.
—He quedado con Fix.
Mac soltó un gruñido y se acercó a una mesa esquinada con una clara perspectiva de la puerta. La apartó un poco de la pared, la limpió con un trapo y puso rectas las sillas que la rodeaban. Asentí para darle las gracias y me senté en la mesa con mi limonada.
No tuve que esperar mucho. Un par de minutos antes del mediodía, el caballero del Verano apareció por la puerta y entró.
Fix había crecido, y lo digo literalmente. Antes medía un metro cincuenta y ocho aproximadamente. Ahora casi llegaba al metro ochenta. Antes era un tipo pequeño y delgado con el pelo tan rubio que parecía blanco, ahora solo parte de aquello seguía siendo verdad. La delgadez pasó a ser esbeltez y el alambre de espinos que solía llevar como peinado había evolucionado y ahora el cabello le llegaba por los hombros, en un corte más típico de los nobles de las hadas. Fix nunca fue guapo y la altura y el músculo añadido no hicieron nada para remediar aquello. Lo que había cambiado era su talante, antes nervioso y risueño a partes iguales. El caballero del Verano transmitía confianza y fuerza, ambas cosas emanaban de él igual que la luz de una estrella. Cuando abrió la puerta, las tenues sombras del local retrocedieron de alguna forma y una susurrante brisa que olía a pino y madreselva invadió la estancia. El aura en torno a él provocaba algún efecto en la luz, la devolvía limpia, más pura, más fiera de lo que era antes de que él la tocara.
Fix no estaba tratando de aparentar nada, como hiciese yo. Sencillamente se había convertido en lo que tenía ante mí, en el caballero del Verano, campeón mortal de la Corte Seelie —las hadas buenas, en teoría—, una tempestad ataviada con pantalones vaqueros y camiseta verde de algodón. Sus ojos fueron a parar primero a Mac, y le dedicó al barman una pequeña y educada reverencia como señal de respeto. Luego se volvió hacia mí, sonrió e inclinó la cabeza.
—Harry.
—Fix —dije—. Ha pasado mucho tiempo. Has crecido.
Se echó una mirada a sí mismo y por un momento me recordó al jovencito atolondrado que conocí en su día.
—Me pilló por sorpresa.
—La vida tiene sus maneras de hacerlo —convine.
—Espero que no te importe. Alguien quería también hablar contigo.
Giró la cabeza sin decir nada, y un momento después la señora del Verano entró en el pub.
Lily nunca había sido difícil de mirar. Siendo hija de una sidhe y un mortal su apariencia era la normalmente reservada a las estrellas del cine y las chicas de portada de revista. Por si fuera poco, al igual que Fix, había crecido. No me refiero a un crecimiento físico, aunque un ojo avispado habría hecho ciertas comparaciones con el pasado y encontraría algunas nuevas y atractivas novedades. Lo que había cambiado era la tímida incertidumbre que caracterizaba sus palabras y movimientos. La vieja Lily apenas era capaz de cuidar de sí misma; esta de ahora era la señora del Verano, la más joven de las reinas Seelie, y cuando entró en el local de repente todo pareció cobrar vida. El sabor de la limonada se volvió más intenso, al tiempo amargo y dulce en mi lengua. Cada suspiro de aire alrededor de los ventiladores girando holgazanes era audible, como el murmullo de una suave música. Lily llevaba un simple vestido verde que contrastaba de manera drástica con el blanco puro de sus cabellos, que le caían en cascada hasta la cintura.
No solo eso. Transmitía una sensación de propósito, una especie de calma, una suave fortaleza, algo tan firme y acogedor y poderoso como la luz de un sol de verano. Su rostro también había ganado en carácter. La extraña timidez en sus ojos se había visto reemplazada por una especie de amable percepción; una continua, leve sonrisa tocada por una vaga tristeza. Al pasar entre dos de las columnas talladas, las flores esculpidas en la madera se encogieron para luego de repente florecer y explotar en vivos colores.
Todos los que estábamos allí, yo incluido, dejamos de respirar durante un segundo.
Mac fue el primero en recuperarse.
—Lily —la saludó al tiempo que inclinaba la cabeza—. Me alegro de verte.
Ella sonrió cálidamente cuando mencionó su nombre.
—Mac —contestó—. ¿Sigues haciendo esos cubitos de hielo de limonada?
—Que sean dos —dijo Fix con una amplia sonrisa. Le ofreció su brazo a Lily y ella posó su mano en él, era un gesto tan familiar para ellos que lo hacían prácticamente sin pensar. Se acercaron a la mesa y me levanté educadamente hasta que Fix le retiró la silla a Lily y ella se sentó. Entonces los hombres hicimos lo propio. Mac trajo las bebidas y se volvió a marchar.
—Bueno —dijo Fix—. ¿Qué pasa, Harry?
Lily sorbió la limonada con una pajita. Traté de no mirarla fijamente para que no se me cayera la baba.
—Eh… se me ha pedido que me ponga en contacto contigo —dije—. Tras el ataque de la Corte Roja, cuando se internaron en territorio de las hadas el año pasado, esperábamos una respuesta por vuestra parte. Nos estamos preguntando por qué no hubo ninguna.
—¿«Nos» quiere decir el Consejo? —preguntó Lily en voz baja. Su voz era calmada, pero algo bajo la superficie me advirtió de que mi respuesta podría ser importante.
—Yo y algunas personas que conozco. Esto no es exactamente, eh… oficial.
Fix y Lily intercambiaron una mirada. Ella asintió una sola vez y Fix dejó escapar el aire contenido.
—Bueno, bueno. Esperaba que ese fuera el caso —comentó aliviado.
—No se me permite hablar con el Consejo Blanco en representación de la Corte de Verano —explicó Lily—. Sin embargo, en tu caso particular, cuentas con la ventaja de mi amistad y la de mi caballero. Nada me impide hablar con un viejo amigo de los difíciles tiempos que corren.
Los miré a los dos alternativamente durante un momento antes de decir nada.
—Entonces, cuéntame, ¿por qué los sidhe no le han dado una paliza a la Corte Roja?
Lily suspiró.
—Es un asunto complicado.
—Pues empieza por el principio y explícamelo —sugerí.
—¿Qué principio? —preguntó—. ¿Y de quién?
Sentí mis cejas enarcarse.
—Demonios, Lily. No esperaba de ti los típicos juegos de palabras sidhe.
Una calmada y remota belleza cubrió su rostro como una máscara.
—Lo sé.
—Me parece que estás un par de puntos rojos por debajo en el marcador de favores dados y recibidos —dije—. Entre aquel lío de Oklahoma y lo de tu predecesora…
—Lo sé —dijo de nuevo mientras su expresión decía menos que nada.
Me recosté en la silla un segundo, sin dejar de mirarla con intensidad, sintiendo aquella vieja frustración subiendo de nuevo por mi espina dorsal. Maldita sea, odiaba tratar con los sidhe. Verano o Invierno, los dos eran un coñazo.
—Harry —dijo Fix con un gentil énfasis—, Lily no siempre dispone de libertad para hablar.
—Y un cuerno —dije—. Es la señora del Verano.
—Pero Titania es la reina del Verano —apostilló Fix—. Y si me perdonas que te recuerde algo tan obvio, no hace mucho asesinaste a su hija.
—¿Qué tiene que ver eso con nada? —comencé, pero cerré la boca al decir la última palabra. Por supuesto. Cuando Lily se convirtió en la señora del Verano obtuvo el paquete completo, y consistía en algo más complicado que aquella cabellera blanca. Tenía que seguir el extraño conjunto de límites y reglas a los que todas las reinas de las hadas parecían ligadas. Y, lo más importante, significaba que tendría que obedecer a las reinas de Verano más poderosas: Titania y la Madre Verano.
—¿Me estás diciendo que Titania os ha ordenado a ambos que no me ayudéis?
Los dos me miraron con aquellas caras de póquer que no expresaban nada, tan propias de las hadas.
Asentí, comenzaba a entender.
—No se os permite hablar oficialmente de parte de Verano. Y Titania os ha impuesto alguna clase de obligación a los dos para impedir que me ayudéis a mí a título personal —dije—. ¿Verdad?
Si hubiera habido grillos cerca, los hubiera oído claramente. Si mis compañeros de mesa fueran estatuas, hubieran reaccionado de alguna manera.
—No podéis prestarme ayuda. No podéis contarme lo de la obligación. —Continué la cadena lógica un paso más—. Sin embargo, queréis arrimar el hombro, así que aquí estáis. Lo que significa que el único modo de conseguir información de vosotros es de manera indirecta, de otro modo la obligación os forzará a callar. ¿Ando cerca?
Si seguía hablando corrían el peligro de que una paloma se les posara encima.
Fruncí el ceño y pensé en ello durante un minuto.
—Hablando en teoría —pregunté entonces—, ¿qué tipo de cosas podrían impedir que Invierno y Verano reaccionaran ante la incursión de otra nación?
Los ojos de Lily centellearon e hizo un gesto con la cabeza hacia Fix. El otrora pequeñín se giró hacia mí.
—En teoría, solo unas pocas circunstancias imposibilitarían semejante cosa —explicó—. La más simple sería el escaso respeto hacia la fuerza de la nación entrante. Si las reinas no la consideraran una amenaza, no habría necesidad de actuar.
—Ajá —dije—. Continúa.
—Una razón mucho más seria es el equilibrio de poderes entre las Cortes de Verano e Invierno. Cualquier reacción ante una invasión alteraría los recursos que una de ellas tuviera a mano. Si una Corte no actuara de acuerdo con la otra, la contraria se encontraría con una oportunidad ideal para un ataque sorpresa mientras su rival tuviera la retaguardia baja.
Me froté las manos contra los muslos y cerré un ojo.
—Veamos si lo he entendido bien. Verano está lista para atacar. Sin embargo, Invierno no va a ayudaros, porque aparentemente prefieren meteros el dedo en el ojo mientras estáis centrados en otra amenaza.
Tomé el silencio de Fix como una respuesta afirmativa.
—Eso es de locos —dije—. Si tal cosa sucede, ambas cortes sufrirían. Ambas os veríais debilitadas. La que sobreviviera, no importa cuál, sería una presa fácil para los Rojos. Hablando en teoría.
—Un desequilibrio entre el Invierno y el Verano no es nada nuevo —dijo Lily—. Ha existido desde los tiempos en que te conocimos, Harry. Hoy en día continúa debido al destino del actual caballero blanco.
Hice una mueca.
—Dios mío. ¿Sigue vivo? Después de… ¿cuánto? ¿Cuatro años?
Fix se estremeció.
—Lo vi una vez. El hombre era un psicópata, un drogadicto y un asesino…
—Y un violador —añadió Lily en voz baja y triste.
—Eso también —convino Fix con expresión sombría—. Le rompería el cuello y no me quitaría el sueño. Pero nadie merece… —Tragó saliva, se puso pálido—. Eso.
—El imbécil traicionó a Mab —dije con calma—. Conocía los riesgos cuando lo hizo.
—No —dijo Fix estremeciéndose de nuevo—. Créeme, Harry. No sabía lo que le pasaría. No podía haberlo sabido.
La evidente incomodidad de Fix creó cierta impresión en mí, especialmente debido a que Mab había demostrado un insistente interés hacia mi persona, y a que todavía le debía un par de favores. Me agité nervioso en mi silla y traté de espantar mis pensamientos.
—Sea como sea, hay un caballero del Verano y un caballero del Invierno. ¿Qué tiene eso de desequilibrio?
—El de Invierno no está ejerciendo su poder —respondió Fix—. Es un prisionero y todo el mundo lo sabe. No tiene libertad ni voluntad. No puede permanecer del lado de Invierno como su campeón. En lo que respecta a la tensión entre las Cortes, el caballero del Invierno no existe.
—De acuerdo —murmuré—. Mab tiene a un hombre en el área de penalti y quiere ir al ataque antes de que Verano haga una jugada, así que está buscando maneras de igualar las fuerzas. Si Verano se apresura a atacar a los Rojos, eso le dará a ella una oportunidad de atacar a su vez. —Sacudí la cabeza—. No voy a dármelas de que conozco muy bien a Mab, pero sé que no es una suicida. Si el desequilibrio es tan peligroso, ¿entonces por qué mantiene con vida al caballero del Invierno? Y estoy seguro de que se imagina cuáles serían las consecuencias de otra guerra Invierno-Verano. —Los miré a los dos—. ¿No?
—Por desgracia —dijo Lily en voz baja—, nuestra inteligencia respecto a la política interna de Invierno es muy limitada, y Mab no es de las que revela sus pensamientos a nadie. No sé si se da cuenta del peligro potencial. Sus últimas acciones han sido… —Cerró los ojos un momento y luego, con un obvio esfuerzo, dijo—: Han sido erráticas.
Apoyé la barbilla en la palma de mi mano, pensando.
—Mab será cualquier cosa —dije pensativo—, menos errática, demonios. Es fría como un maldito glaciar gigante. No se puede hacer nada para detenerla, pero al menos siempre sabes cuál es su próximo movimiento. ¿Cómo dice el bardo? Tan constante como la estrella del norte.
Fix frunció el ceño, como si luchara un rato contra una decisión interna, entonces dejó escapar un suspiro exasperado y dijo:
—Creo que muchos de los que conocen a los sidhe estarían de acuerdo contigo.
Lo cual no confirmaba ni desmentía nada, ni técnicamente ni de ninguna manera. Pero por otro lado, la magia y los lazos de los sidhe tendían a apoyarse en detalles técnicos.
Me eché de nuevo lentamente hacia atrás. Mis pensamientos fluían entre docenas de ideas e informaciones que al juntarse formaban una gran imagen. Y no era agradable. La última vez que una de las reinas de las hadas se había vuelto un poco desequilibrada, la situación había degenerado en una potencial catástrofe global de igual magnitud que el impacto de un meteorito mediano o un moderado intercambio nuclear. Y aquello fue culpa de la más joven de las reinas de la amable y razonable estirpe de Verano. La predecesora de Lily, Aurora. La recientemente fallecida Aurora, supongo.
Si Mab se enfadaba las cosas no serían así de graves.
Serían peores.
Mucho peores.
—Necesito saber más sobre este asunto —les dije en voz baja.
—Lo sé —dijo Lily. Se llevó una mano hasta la sien y cerró los ojos como si le doliera la cabeza—. Pero… —Negó con la cabeza y cayó en silencio cuando el nexo con Titania selló sus labios.
Miré a Fix, que solo fue capaz de suspirar:
—Lo siento, Harry —dijo antes de cerrar también los ojos y adoptar un aspecto vagamente enfermizo.
—Necesito respuestas —murmuré pensando en voz alta—. Pero no podéis dármelas. Y no puede haber tanta gente que sepa lo que está pasando.
Silencio y vagas sensaciones de dolor. Pasados unos segundos, Fix pudo hablar:
—Creo que hemos hecho todo lo que hemos podido.
Sacudí la cabeza unos segundos.
—No, no lo habéis hecho —sentencié.
Lily abrió los ojos y me miró, arqueando una perfecta y plateada ceja.
—Necesito a alguien que conozca tal información y no se encuentre bajo la obligación de no ayudarme. Y solo se me ocurre una persona que cumpla tal premisa.
Los ojos de Lily se abrieron de par en par en cuanto terminé de hablar.
—¿Puedes hacerlo? —pregunté—. ¿Ahora mismo?
Se mordió el labio inferior durante un segundo, luego asintió.
—Llámala —dije.
Fix nos miró de tope en tope.
—No lo entiendo. ¿Qué estáis haciendo?
—Algo estúpido, probablemente —dije—. Pero se trata de algo grande. Necesito más información.
Lily cerró los ojos y colocó los brazos sobre su regazo mientras relajaba su expresión hasta adoptar una de profunda concentración. Pude sentir la sutil agitación de energía a su alrededor.
Mi estómago rugió. Le pedí a Mac que me pusiera un sándwich de carne y me senté a esperar.
No tardó mucho. Mi sándwich estaba aún a medio hacer cuando Ratón soltó un repentino gruñido de advertencia y la temperatura del bar bajó tres o cuatro grados. Los ventiladores dejaron escapar gemidos de protesta y giraron más deprisa. Entonces la puerta se abrió y dejó entrar la luz solar, languidecida por un parche de nubes grises. La luz formó una larga silueta negra.
Fix entornó los ojos. Sus manos se deslizaron disimuladamente fuera de la vista, bajo la mesa.
—Oh. Ella —dijo.
La joven que entró en el bar podría ser la hermana de Lily. Ambas tenían la misma belleza exótica, los mismos ojos oblicuos y felinos, la misma pálida e inmaculada piel. Sin embargo, el cabello de esta caía en largos y desordenados bucles; cada uno de ellos lucía un tono ligeramente diferente de azul pálido y verde, como si cada mechón hubiera tomado prestado el color de un glaciar distinto. Sus ojos eran de una fría y brillante tonalidad verde, casi enteramente oscurecidos por unas pupilas que parecían dilatadas por el consumo de drogas o por mera excitación. Un aro alargado centelleaba a un lado de la nariz y un collar de cuero negro moteado con copos de nieve plateados rodeaba la graciosa esbeltez de su garganta. Llevaba sandalias y unos vaqueros azules cortados, muy cortos. Y muy ajustados. En la camiseta blanca, también muy ajustada a su pecho, en unas letras azul pálido alargadas y con intrigantes curvas, se leía: «Tu novio me desea».
Surcó la sala en nuestra dirección haciendo ostentación de sus caderas, sus labios y sus fascinantes ojos. Parecía demasiado joven para moverse con tan licenciosa sensualidad, pero a mí no me engañaba. Bien podría tener más de cien años. Eligió tener aquel aspecto por ser quien era: la señora del Invierno, la más joven reina de la Corte de las hadas malditas, la suplente de Mab en malevolencia y poder. Cuando pasó junto a las flores que habían cobrado vida en presencia de Lily, estas se congelaron, se marchitaron y murieron. No les dedicó más atención que la propia Lily.
—Harry Dresden —me saludó en voz baja, como una dulce nana.
—Hola, Maeve —respondí yo.