Capítulo 27

El ángel caído y yo trazamos planes. Fue rápido. Resulta que tener una conversación con la mente va, literalmente, a la velocidad del pensamiento, sin todos esos molestos fonemas estorbando.

Apenas pasó un minuto hasta que volví a abrir los ojos y le dije en voz muy baja a Rawlins:

—Tienes razón. Te matarán. Tenemos que salir de aquí.

El policía hizo una mueca de dolor y asintió.

—¿Cómo?

Me esforcé para incorporarme. Moví un poco los hombros para activar el flujo de sangre hacia mis brazos, que estaban esposados debajo de mí. Probé la cadena. Estaba anclada al suelo de cemento por un enganche en forma de u. Los eslabones tintinearon al deslizarse hacia delante y hacia atrás.

Comprobé si Crane reaccionaba al ruido. El tipo no paraba de hablar por el móvil y no pareció darse cuenta del movimiento.

—Voy a sacarme uno de los grilletes por la muñeca —le dije, y señalé con la cabeza a un viejo mueble rotatorio con herramientas—. Tiene que haber algo ahí dentro que nos sirva. Nos liberaré a los dos.

Rawlins negó con la cabeza.

—¿Estos dos se van a quedar ahí mirando mientras hacemos eso?

—Lo haré rápido —dije.

—¿Luego qué?

—Apago las luces y salimos.

—La puerta tiene una cadena —dijo Rawlins.

—Deja que yo me preocupe de eso.

Rawlins arrugó los ojos. Parecía muy cansado.

—¿Por qué no? —dijo asintiendo—. ¿Por qué no?

Asentí y cerré los ojos, aminorando la respiración para empezar a concentrarme.

—Eh —dijo Rawlins—. ¿Cómo vas a sacarte las esposas?

—¿Has oído hablar de los yoguis orientales?

—De Yogui Berra —dijo enseguida—. Y del oso Yogui.

—Esos yoguis no. Me refiero a los encantadores de serpientes.

—Ah, vale.

—Se pasan la vida aprendiendo a controlar sus cuerpos. Pueden hacer cosas bastante impresionantes.

Rawlins asintió.

—Como doblarse a sí mismos para caber en una bolsa de gimnasio y quedarse sentados en el fondo de una piscina durante media hora.

—De acuerdo —dijo. Seguí las instrucciones de Lasciel, concentrándome poco a poco a un ritmo creciente—. Algunos de ellos pueden romperse los músculos de las manos. Usan los músculos y tendones para alterar la tensión, cambiar la forma. —Me centré en mi mano izquierda, y por un momento estuve agradecido de que estuviera tan atontada y entumecida. Lo que estaba a punto de hacer, incluso con la ayuda de Lasciel, iba a doler como mil demonios—. Estate atento y preparado.

Asintió y se quedó quieto, sin girar la cabeza hacia Crane o Glau.

Me olvidé de él, del almacén, de mi dolor de cabeza y de todo lo que no fuera mi mano; toda mi percepción estaba en ella. Tenía la idea general de lo que iba a suceder, pero no tenía ningún conocimiento práctico y al detalle. Era una sensación terriblemente rara, como si fuera un consumado pianista que de repente ha dejado de estar familiarizado con las teclas.

—No demasiado rápido —murmuró la voz de Lasciel en mi cabeza—. Tus músculos y articulaciones no han sido entrenados para esto. —Notaba una sensación extraña en mis pensamientos, como recordar de repente la manera de hacer algo que hasta aquel momento hacía sin pensar y con suma familiaridad—. Así —susurró la presencia de Lasciel, y aquella misma familiaridad de repente pasó a mi brazo.

Flexioné el pulgar, hice un movimiento ondulante con los dedos y estiré todos los músculos de mi mano en un repentino movimiento. Me disloqué el pulgar con un enfermizo pequeño chasquido de la carne.

Durante un momento pensé que acabaría inconsciente por el dolor.

—No —dijo la voz de Lasciel—. Debes controlar esto. Debes escapar.

—Lo sé —le espeté en mi mente—. Al parecer los nervios dañados por las quemaduras no evitan que sientas cómo alguien te saca un dedo de su sitio.

—¿Alguien? —dijo Lasciel—. Te lo has hecho tú mismo, mi anfitrión.

—¿Puedes apartarte y dejarme espacio para trabajar?

—Eso es ridículo —replicó Lasciel. Pero la sensación de su presencia se retiró abruptamente.

Respiré bocanadas largas y profundas y giré la mano izquierda. Mi piel gritó a modo de protesta, pero me aferré a mi dolor y continué moviéndome, lento y firme. Conseguí que los dedos de mi mano derecha agarraran ligeramente el grillete de mi muñeca izquierda y comencé a pasar mi mano por el frío círculo de metal. La mano se dobló de una manera que me produjo sensaciones nunca experimentadas. El acuciante dolor me dejó casi sin respiración.

Sin embargo, logré deslizarla unos centímetros por debajo del aro de metal.

Giré de nuevo la cabeza, en exactamente la misma posición, sin soltar la presión, trabajando para acompasar el dolor de manera que fuera una ayuda en lugar de una distracción.

Estaba unos centímetros más cerca de liberarme. El dolor se hizo más y más intenso a pesar de mis esfuerzos por apartarlo de mi mente, como un resplandeciente sol del mediodía que brilla sobre los ojos a pesar de tenerlos cerrados. Solo un momento más. Bastaba con seguir en silencio y centrarme en mi labor unos pocos segundos más.

Soporté el dolor. Aumenté la presión y sentí el frío metal del grillete pasar por el exterior de mi pulgar, uno de los pocos puntos de mis dedos donde quedaba sensación táctil. Mi mano se liberó y sostuve con firmeza la esposa libre con la mano derecha para evitar que tintineara.

Abrí los ojos y miré a mi alrededor en el taller. Crane andaba de un lado para otro, hablando por teléfono. Esperé a que estuviera casi de espaldas para moverme. Entonces me levanté y arrastré la cadena contra el perno del suelo hasta que la circunferencia de las esposas chocó contra él. Aún seguía atado a una cadena de unos treinta centímetros, pero me moví lo más silenciosamente que pude y alargué la palpitante mano izquierda hacia el armario rodante de herramientas.

Tuve problemas para hacer cooperar a mis dedos, pero pese a todo conseguí abrir el armario. Las herramientas de dentro llevaban allí mucho tiempo, años cuando menos. Estaban manchadas de óxido. Desde donde estaba agazapado solo podía ver la mitad del armario, y no había nada en él que me pudiera servir. Odiaba tener que hacerlo, pero tanteé con mis torpes dedos la zona invisible del armario. Me aterraba la posibilidad de no sentir la presencia de una herramienta aunque mis dedos la tocaran, y me inquietaba todavía más la idea de tirar algo y llamar la atención.

Me tembló la mano, pero tanteé el armario con toda la celeridad que pude, comenzando desde arriba y bajando.

En el suelo del armario sentí un objeto, el mango de una especie de herramienta. Lo saqué con el mayor cuidado que pude y comprobé que se trataba de una sierra para metales. Mi corazón dio un salto de alegría. Regresé a mi posición original, más o menos, sin que mis captores se dieran cuenta de nada, y con la sierra bien agarrada en la mano. Mi pulgar dislocado dolía abominablemente, así que me puse la sierra en la mano derecha, respiré hondo y comencé a serrar el eslabón inmediatamente debajo del grillete en la cadena.

Solo podía cortar con breves serradas porque la cadena seguía unida a mi muñeca derecha y producía un sonido bajo y vibrante que no podría ser confundido con otra cosa que no fuera una sierra. Estaba seguro de que no me daría tiempo a cortar la cadena; sin embargo, el acero de la sierra cortó el metal plateado como si fuera madera. Tres, cuatro, cinco serradas y el eslabón se desprendió. Tiré con fuerza con la mano derecha y la cadena se deslizó por el enganche en forma de u y el eslabón roto chasqueó cuando las esposas chocaron contra él.

Me levanté, libre.

Crane soltó un repentino aullido de sorpresa, tiró el móvil y echó mano de su pistola. No había tiempo de liberar a Rawlins, así que le tiré la sierra y me tiré hacia un lado para esquivar el disparo de Crane. Saltaron chispas de la superficie del armario y una descarga de adrenalina hizo desaparecer los dolores de mi cuerpo. Mantuve la cabeza lo más baja que pude y me escurrí hacia un lado, con la intención de poner una vieja camioneta oxidada entre el director y yo. Busqué mi magia, pero la esposa aún unida a mi brazo reaccionó con la misma ráfaga de dolor, destrozando mi concentración.

Vi movimiento con el rabillo del ojo. Crane quería rodearme desde el otro lado, buscando una línea de fuego clara. Me desplacé como una ardilla, siempre con la camioneta de por medio y agachado para evitar un tiro limpio. Me acerqué a la puerta del pasajero con la esperanza de encontrar algo dentro de la camioneta, cualquier cosa, que pudiera ayudarme a defenderme.

Cerrada.

—¡Glau! —gritó Crane. Su segundo disparo rompió el cristal de la puerta del pasajero y la bala pasó a pocos centímetros de mi cabeza.

Metí la mano, desbloqueé la puerta y la abrí. La cabina estaba llena de paquetes de cigarrillos vacíos, envases de comida rápida y latas de cerveza aplastadas, además de un martillo grande y tres o cuatro botellas de cristal.

Perfecto.

Agarré el mango de acero del martillo con los dientes, cogí las botellas y lancé una al otro lado del taller. Se rompió con un estruendo. Me levanté enseguida, con otra botella lista y la lancé con tanta fuerza como fui capaz.

La primera botella había provocado que Crane girara la cabeza a un lado, en busca de la fuente del sonido. Apartó la vista de mí solo un segundo, pero fue suficiente distracción para que pudiera tirar la otra.

La botella cayó de punta y se estrelló contra la lámpara de trabajo con un escándalo de cristales rotos. Se produjo una lluvia de chispas y una breve nube de indignada electricidad y entonces reinó la oscuridad sobre nosotros.

—Ahora —le dije a Lasciel mentalmente.

La oscuridad desapareció, sustituida por líneas y planos de luz plateada que perfilaban el garaje, el camión, los armarios de herramientas y los bancos de trabajo, así como las puertas y ventanas y el enganche en la pared donde estaba encadenado Rawlins.

En realidad no estaba viendo el garaje, por supuesto, no había luz física para que mis ojos lo vieran. Lo que había ante mí era una mera ilusión.

La parte de Lasciel en mi cabeza era capaz de crear sensaciones ilusorias de casi cualquier tipo, aunque si sospechaba de cualquier alteración podría defenderme contra ella con bastante facilidad. Aquella ilusión, sin embargo, no tenía la intención de engañarme, sino de ayudarme, resaltando las precisas dimensiones y disposición del taller en mis propios sentidos y proyectándolas en mis ojos para permitirme moverme en la oscuridad.

No era una ilusión perfecta, por supuesto. Era simplemente un modelo. No me proporcionaba un seguimiento de los objetos animados y si algo se movía en mi entorno, no me enteraría hasta que me dejara inconsciente. En cualquier caso, no requeriría de ella mucho tiempo. Corrí hacia Rawlins.

—¡Glau! —gritó Crane, a no más de tres o cuatro metros de distancia—. ¡Cubre la puerta!

Lancé la tercera botella al suelo, a mis pies. Fue una sensación extremadamente rara, la botella se esbozó en la luz plateada hasta el justo momento que salió de mi mano. Desapareció en la oscuridad y se hizo añicos en el suelo cerca de mí.

Siguió un momento de quietud silenciosa, solo roto por el roce de la sierra contra las esposas del policía. Crane dio un par de pasos hacia mí, luego vaciló, y aunque no podía verle percibí sus dudas. Luego se movió de nuevo, volviendo sobre sus pasos, probablemente creía que yo planeaba otra distracción. Mis labios se estiraron en una sonrisa lobuna cuando caminé con cuidado hacia Rawlins con paso seguro y estable a pesar de la oscuridad total.

Llegué al enganche de la viga de acero y me lo encontré de pie debajo, respirando con dificultad, aserrando tan rápido como podía. Saltó cuando le toqué el hombro, pero le puse el martillo en la mano y susurré:

—Soy Harry. Baja la cabeza.

Lo hizo. Miré la plateada ilusión del perno, estabilicé mi respiración y levanté el martillo muy lentamente, centrándome solo en aquel movimiento. Entonces solté un suspiro y golpeé el enganche con toda la fuerza física que pude reunir.

No soy levantador de pesas, pero nunca me acusaron de ser un marica. Más importante aún, años y años de estudios y práctica de la metafísica me habían proporcionado una gran capacidad de concentración. El martillo golpeó el enganche que sujetaba el otro anillo de grilletes de Rawlins. Saltaron chispas. El enganche, tan oxidado y ruinoso como el resto del edificio, se rompió.

Mi compañero me arrastró hasta el suelo un instante antes de que la pistola de Crane tronara de nuevo desde el otro lado del garaje. Una bala rebotó en la viga de metal con un feo y estruendoso quejido.

—Vamos —susurré. Cogí a Rawlins de la camisa. El policía gruñó y avanzó ciegamente detrás de mí tratando de permanecer tranquilo, aunque dadas sus lesiones no podía hacer mucho. Tendría que recurrir a la velocidad ya que el sigilo no era posible. Atravesamos el taller de lado a lado, rodeando un nicho mecánico y varias pilas de neumáticos viejos.

—¿Adónde vamos? —me preguntó sin aliento—. ¿Dónde está la puerta?

—No vamos a salir por la puerta —dije en voz baja, lo cual era cierto. No estaba muy seguro de cómo saldríamos del garaje, pero ciertamente no sería por la puerta.

El taller Luna Llena había permanecido abandonado desde la desaparición de sus anteriores propietarios, un grupo de licántropos con una notable falta de sentido común a la hora de elegir a sus enemigos. No era una coincidencia tan grande como parecía que Crane estuviera usando el mismo edificio. Era viejo, estaba abandonado, no tenía ventanas, se encontraba cerca del centro de convenciones y era fácil entrar y salir. Para ser más concretos, era un lugar donde habían sucedido cosas bastante horribles y la fea energía generada por aquella causa permanecía aún en el aire. No estaba seguro de qué eran Crane y Glau, exactamente, pero un lugar como aquel resultaría cómodo y familiar para muchos habitantes del lado oscuro.

Estuve cautivo en aquel edificio en otra ocasión y mi medio de salida todavía existía: un agujero debajo del borde del muro de metal corrugado barato, excavado en la tierra por una manada de lobos para salir fácilmente hacia el estacionamiento de grava. Llegué a la pared y me arrodillé para cotejar el modelo mental de Lasciel con la realidad que representaba. El agujero estaba todavía allí. Si acaso, los años lo habían vuelto más amplio y profundo.

Tiré de las manos de Rawlins hacia abajo para que lo sintiera.

—Vamos —le susurré—. Hay que bajar para salir.

Gruñó un asentimiento y empezó a desplazarse por el túnel. La constitución del policía era mucho más grande que la mía, pero cabía sin problemas en el agujero ampliado por el paso del tiempo. Me agaché para seguirlo, cuando escuché pasos apresurados detrás de mí.

Me eché hacia un lado, mis ojos ya estaban lo bastante ajustados a la oscuridad como para permitirme ver la débil luz ambiental de la ciudad colándose a través del agujero. Detecté una forma vaga en la oscuridad, y entonces las manos de Glau agarraron a Rawlins por el pie herido. Este gritó.

Me lancé hacia delante y golpeé el antebrazo de Glau con el martillo. Lo alcancé con una fuerza brutal y se oyó un sonido inequívoco de fractura ósea.

Glau dejó escapar un falsete salvaje, un grito ululante, como el de algún tipo de guerrero primitivo. El martillo se agitó en mis manos. Oí un zumbido en el aire y me agaché a tiempo para evitar que el abogado me devolviera el favor. Me retorcí, balanceando en el aire la cadena todavía ligada al grillete, hacia la zona donde estimaba que estaban los ojos del sapo. La cadena golpeó a Glau, que dejó escapar otro chillido lastimero y cayó hacia atrás.

Me lancé al hoyo y me retorcí por él como una comadreja engrasada. Crane disparó de nuevo, perforando un agujero en la pared a pocos metros de distancia. Los pasos se retiraron y algo de metal tintineó. Me oí a mí mismo lloriqueando y tuve el recuerdo de incontables pesadillas en las que no podía moverme con la rapidez suficiente para escapar del peligro. Temí recibir un balazo en cualquier momento o que Glau me atacara con el martillo o me mordiera con sus dientes de tiburón.

Rawlins me agarró de la muñeca y tiró de mí. Al ponerme en pie miré a mi alrededor con los ojos abiertos de par en par como un loco, buscando en el pequeño aparcamiento un lugar para cubrirme; había varias pilas de ruedas viejas. No tuve que señalárselas a Rawlins para que captara la idea. Corrimos hacia allí directamente. La pierna herida de Rawlins casi dijo «basta», y aminoré el paso para ayudarlo, sin dejar de mirar hacia atrás por si aparecían nuestros perseguidores.

Glau se retorcía para salir del agujero del mismo modo que nosotros acabábamos de hacerlo. Al salir se quedó agazapado y me arrojó el martillo. Voló tan rápido como una pelota de béisbol y me alcanzó en el culo.

El shock del impacto me recorrió todo el cuerpo, y mi equilibrio vaciló cuando la mitad de mi tren inferior quedó entumecida. Traté de agarrarme a Rawlins para mantener el equilibrio, pero la mano que me había dislocado no era lo bastante fuerte como para sostener nada y la fuerza del golpe me tiró al suelo. El impacto arrancó de cuajo todas las defensas que había urdido en mi cabeza para contrarrestar los diversos dolores de mi cuerpo, y por un segundo no puede apenas moverme y mucho menos huir.

Glau sacó una hoja larga y curva de su cintura, algo vagamente árabe en su origen. Saltó a por nosotros. No había esperanza, pero Rawlins y yo tratamos de correr de todos modos.

Distinguí un par de pasos ligeros, una figura borrosa corriendo demasiado para ser humana. Y entonces Crane me pateó la pierna funcional. Caí. También golpeó feroz el vientre de Rawlins. El policía también cayó.

—Te advertí que te comportaras, mago —gruñó Crane con el rostro pálido y furioso.

Levantó el arma y apuntó a la cabeza de Rawlins.

—Acabas de matar a este hombre.