Capítulo 36

Cada vez que se abría un camino al Más Allá, era más o menos lo mismo, un desigual corte vertical en el aire que dejaba entrar las vistas, sonidos y aromas del mundo al otro lado. La longitud del corte dependía del tiempo que se quería mantener abierto. En los últimos años había escuchado comentarios de magos de mayor experiencia que sugerían que me quedaba mucho por aprender en la materia.

Cuando Lily abrió el paso a Arctis Tor entendí por qué. La luz y el color cambiaron en la pantalla, su flujo se aceleró y los tonos se volvieron más profundos. Al principio no pasó nada, la pantalla de cine era una simple superficie. Entonces se me erizó el vello de la nuca y un viento frío me azotó el rostro trayendo consigo la seca y estéril esencia del invierno procedente de las altas e inhóspitas montañas. También escuché el alto y solitario grito de una bestia salvaje que no se parecía a nada del mundo real.

Un profundo azul dominaba ahora los colores de la pantalla y un momento después se convirtió en la forma de unas montañas que ascendían hacia la luz de una luna plateada y de una enormidad imposible. Eran unos picos de piedra infames y desolados, envueltos de niebla y cubiertos de hielo y nieve. El viento gemía y soplaba cristales de hielo sobre nuestros rostros y luego se hundía en una calma temporal.

La nieve se despejó lo bastante para concederme mi primera visión de Arctis Tor.

El castillo de Mab era una fortaleza de hielo negro, un enorme y sombrío cubo en lo alto de la falda de la montaña más elevada a la vista. Una única y elegante torre se alzaba sobre el resto de la estructura. Brillos de energía verde y amatista jugueteaban con el hielo de las paredes. Era difícil hacer una suposición cierta sobre el tamaño de aquel lugar. Los muros y empalizadas estaban alineados como carámbanos invertidos.

Me recordaron a las mandíbulas abiertas de un depredador hambriento. Una única puerta, pequeña en comparación con el resto de la fortaleza, permanecía abierta.

Demonios. ¿Cómo diantres se supone que íbamos a entrar ahí? Fue casi un alivio cuando el viento se levantó de nuevo y la nieve cubrió la visión de la fortaleza.

Fue solo entonces cuando me di cuenta de que el paso estaba abierto. Lily había desempeñado la operación con tal suavidad que no fui consciente de la transición a las imágenes reales. En comparación, mis habilidades para abrir pasos al Más Allá eran tan avanzadas como las capacidades pictóricas de un gorila algo dotado.

Miré detrás de mí, hacia Lily. Me dedicó una pequeña sonrisa y me hizo un gesto con una mano. Una de las fieras mariposas que revoloteaban a su alrededor alteró su curso y vino hacia mí.

—Esto es lo que puedo hacer por vosotros —murmuró—. Os guiará por la tempestad y os protegerá del frío hasta que volváis aquí. No te retrases, mago. No sé cuánto tiempo podré mantener abierto el paso para tu regreso.

Asentí.

—Gracias, Lily.

Esta vez su sonrisa era más cálida, similar a la de la chica que fue antes de convertirse en la señora del Verano.

—Buena suerte, Harry.

Fix respiró hondo y luego dio un brinco hacia la base de la pantalla de cine. Se volvió para ofrecerme una mano. La acepté, contemplé un momento las tierras baldías y heladas y di un paso al frente, dentro de lo que era antes la pantalla.

Me vi cubierto de nieve hasta las rodillas y el aullante viento me hizo cerrar los ojos casi por completo. Debería estar muerto de frío, pero fuera cual fuera el encantamiento que utilizaba la brillante mariposa de Lily, parecía efectivo. El aire era casi tan cálido como una pista de esquí el último día de la temporada.

Thomas, Murphy y Charity aparecieron desde una luz trémula en el aire y Fix los siguió un segundo después.

—Eh, Fix —dije. Tuve que levantar la voz para que se me oyera por encima del viento—. Pensé que no venías.

El caballero del Verano sacudió la cabeza.

—No. Pero desde aquí será más fácil detener a lo que venga de este lado —dijo. Nos miró y nos preguntó—: Traéis bastante hierro, ¿verdad?

—Estamos a punto de averiguarlo.

—Dios mío. Vas a enfadar mucho a Mab por traer hierro aquí.

—Iba a enfadarse de todas maneras —le aseguré.

Asintió, luego miró la abertura y frunció el ceño.

—Harry —dijo—. Hay algo que deberías saber antes de entrar.

Enarqué una ceja y escuché.

—Acabamos de enterarnos por boca de nuestros espías que hay una batalla en curso. Los Rojos han encontrado uno de los cuarteles generales de los Venatori Umbrorum.

—¿Quién es? —preguntó Charity.

—Es una organización secreta —le dije—. Como los masones, pero con ametralladoras.

—Los venatori han hecho un llamamiento de ayuda —continuó Fix—. El Consejo ha respondido.

Me mordí el labio inferior.

—¿Sabes dónde?

—Oregón, a un par de horas de Seattle —dijo.

—¿Es muy grave?

—De momento es pronto para saberlo. Pero no es poca cosa. Los Rojos han enturbiado con su brujería varios de los senderos del Consejo hacia el Más Allá. Muchos de los centinelas se han perdido por el camino.

—Maldita sea —murmuré—. ¿No hay nada que pueda hacer Verano para ayudar?

Fix hizo una mueca y meneó la cabeza.

—De la forma que las fuerzas de Mab están dispuestas, no. Si sacamos nuestras fuerzas de Verano para ayudar al Consejo nos debilitaremos. Invierno atacará. —Miró hacia la sombría fortaleza, solo visible cuando la tempestad de nieve lo permitía, y negó con la cabeza—. La mentalidad del Consejo es muy defensiva, Harry. Si siguen sentados y reaccionando ante los enemigos en lugar de hacer que los Rojos reaccionen ante ellos, perderán la guerra.

Gruñí.

—Clausewiz estaría de acuerdo. Sin embargo, no creo que el merlín sepa de Clausewiz. Y el final de esto parece lejano. No nos borres de la ecuación tan rápido.

—Tal vez —dijo, pero su voz carecía de confianza—. Ojalá pudiera hacer más, pero será mejor que os pongáis en marcha. Yo vigilaré el portal mientras tanto.

Le ofrecí mi mano y él la estrechó.

—Ten cuidado —dije.

—Buena caza —respondió.

Miré a mis tres acompañantes.

—¿Listos? —exclamé.

Lo estaban. Seguimos a la mariposa ardiente a través de la nieve. Sin la protección que nos brindaba contra los elementos dudo que lo hubiéramos conseguido. Escribí la nota mental de traer suficiente material para protegerme del frío la próxima vez; solo en el caso de que sobreviviera a aquella locura y estuviera tan chiflado como para regresar a aquel lugar en otra ocasión. Incluso con la protección de la magia de Verano se trataba de un largo paseo por territorio hostil. Había pasado por cosas peores, tanto con Justin DuMorne como con Ebenezar, y hay momentos en los que tener las piernas largas es una ventaja real en un terreno duro. Charity también parecía ir bien, pero Thomas nunca fue un amante de la naturaleza y la altura de Murphy suponía una desventaja para ella que se acrecentaba con el desacostumbrado peso de la armadura y el armamento.

Intercambié una mirada con Charity. Me encargué de echarle una mano a Thomas en las zonas más escarpadas de la subida y ella hizo lo propio con Murphy. Al principio pensé que esta rechazaría la ayuda para no sentirse herida en su orgullo, sin embargo, hizo una mueca y se forzó a aceptar el brazo de Charity.

Los últimos doscientos metros eran completamente a campo abierto, sin árboles ni ondulaciones del terreno que protegieran nuestra aproximación a los muros de la fortaleza. Alcé una mano para detener la marcha al borde del último montículo de piedras que nos protegía de la vista. La mariposa de Lily circundaba errática mi cabeza, los copos de nieve se tornaban vapor cuando los tocaba.

Eché una larga mirada a Arctis Tor desde un pedrusco congelado y luego retrocedí sobre mis pasos.

—No veo a nadie —dije tratando de mantener el tono bajo.

—No tiene sentido —dijo Thomas. Estaba boqueando y temblando ligeramente, a pesar de la magia de Lily—. Creía que esto era el cuartel general de Mab. El lugar parece desierto.

—Tiene todo el sentido del mundo —dije—. Las fuerzas de Invierno están desplegadas para atacar a Verano. No haces semejante cosa en el corazón de tu territorio. Te reúnes en puntos específicos de la frontera con el enemigo. Si tenemos suerte, tal vez estemos ante un asentamiento reducido.

Murphy se asomó entre las piedras para echar un vistazo.

—La puerta está abierta. No veo guardias. —Frunció el ceño—. Hay… hay algo en el campo abierto entre aquí y allí. ¿Lo ves?

Me incorporé cerca de ella y miré. Unas sombras vagas se agitaban en el viento entre nosotros y la fortaleza, formas tan insustanciales como cualquier sombra.

—Oh —dije—. Es un espejismo. Una ilusión que rodea al lugar. Probablemente se trate de un laberinto de setos.

—¿Y eso engaña a la gente? —me preguntó con incertidumbre.

—Engaña a la gente que no tiene un ungüento molón de mago en los ojos —dije. Luego fruncí el ceño y dije—: Espera un minuto. No es que la puerta no esté abierta, es que no está.

—¿Qué? —preguntó Charity. Sacó la cabeza para mirar—. Hay una parte de hielo roto en el terreno alrededor de la puerta. ¿Un rastrillo? Es decir, una reja levadiza.

—Podría ser —convine al tiempo que entornaba los ojos—. Creo que veo algunas piezas más pesadas dentro. Como si alguien hubiera roto el rastrillo y empujado la puerta. —Respiré hondo, sintiendo una histérica risita que luchaba por salir de mi garganta—. Algo sopló y sopló y la casa voló. La casa de Mab.

El viento aulló en las montañas heladas.

—Bueno —dijo Thomas—. Esto no puede ser bueno.

Charity se mordió el labio.

—Molly.

—Pensé que dijiste que Mab era todopoderosa o algo así, Harry —dijo Murphy.

—Lo es —dije frunciendo el ceño.

—¿Entonces quién es el gran lobo feroz?

—Yo… —Meneé la cabeza y me froté la boca con las manos—. Estoy empezando a pensar que no tengo ni idea de qué va esto.

Thomas soltó una breve carcajada con una leve nota de histeria en ella. Le dio la espalda a la fortaleza y se sentó riéndose.

Lo miré con rencor.

—No tiene gracia.

—A mí me lo parece —dijo Thomas—. Me refiero a que a veces eres un poco espeso. ¿Ahora te das cuenta de esto, Harry?

Lo seguí mirando con rencor.

—Para responder a tu pregunta, Murph, no sé quién hizo esto, pero la lista de gente con capacidad para hacerlo es bastante corta. El Consejo de Veteranos tal vez podría, siempre que contara con el respaldo de los centinelas, pero están ocupados y tendrían que luchar en una campaña para llegar tan lejos. Quizás también los vampiros, trabajando juntos, pero no cuadra. No lo sé. Tal vez Mab enfadase a algún dios o algo así.

—Solo hay un Dios —dijo Charity.

Agité una mano en el aire.

—Sin mayúscula, Charity, en deferencia hacia tus creencias. Hay seres que no son el Todopoderoso que poseen un poder mucho mayor que cualquier cosa que camina por el planeta.

—¿Cómo quiénes? —preguntó Murphy.

—Las viejas deidades griegas, romanas y nórdicas. Muchas divinidades amerindias y seres tribales africanos. Unos pocos dioses aborígenes australianos, otros de Polinesia, en el sur de Asia. Un trillón de dioses hindúes… pero todos llevan dormitando desde hace siglos. —Miré con hosquedad la fortaleza de Arctis Tor—. Y no se me ocurre nada que pudiera haber hecho Mab para ganarse su enemistad. Ha evitado hacerlo durante miles de años.

A menos, por supuesto, pensé para mis adentros, que Maeve y Lily estén en lo cierto y se haya vuelto loca de verdad.

—Dresden —dijo Charity—. Esto no tiene más ciencia. O entramos o nos vamos. Ahora.

Me mordí el labio y asentí. Entonces saqué de mi bolsillo el pequeño frasco de sangre que me había proporcionado Charity y busqué entre las rocas un espacio lo bastante despejado para trazar un círculo con tiza. Le infundí poder e invoqué uno de mis habituales hechizos de seguimiento, que produjo a su vez una sensación de calor en mis sentidos. Considerando la temperatura que hacía, cualquier cosa que espantara aquel frío seco me venía bien.

Rompí el círculo, liberé el hechizo, e inmediatamente sentí un cosquilleo cálido en mi mejilla izquierda. Me giré para encararlo y me encontré mirando directamente a Arctis Tor. Caminé cincuenta o sesenta metros a un lado, y me enfrenté de nuevo a la calidez, trazando una tosca triangulación.

—Está viva —le dije a Charity—, si no el hechizo no hubiera funcionado. Está dentro. Vamos.

—Espere —dijo Charity. Me miró incómoda—. ¿Puedo decir primero una breve oración por nosotros?

—No va a hacer daño —dije—. Aceptaré toda la ayuda que se me presente.

Bajó la cabeza y dijo:

—Señor de las huestes, por favor ponte a nuestro lado contra esta oscuridad. —La tranquila energía y la sólida base de la verdadera fe me conmovieron. Charity se santiguó—. Amén.

Murphy repitió el gesto y el amén. Thomas y yo tratamos de parecer teológicamente invisibles. Entonces, sin decir nada más, rodeé el refugio de piedra helada y comencé una carrera rápida y constante. Los otros me siguieron.

Pasé junto a los primeros huesos a cincuenta metros de los muros. Yacían aplastados y retorcidos en la nieve, helados; parecían una macabra estampa de Escher. Los huesos eran vagamente humanos, aunque no podía estar seguro del todo porque estaban pulverizados en algunas zonas y deformados como cera derretida en otras. Aquel solo fue el primero de los muchos hallazgos espeluznantes de aquella jornada. Al seguir adelante, unos huesos frágiles y congelados crujieron bajo mis botas a medida que me acercaba a Arctis Tor, amontonados y numerosos, horribles y retorcidos. Para cuando llegamos a la puerta ya estaba hasta la pantorrilla de huesos helados. Se extendían a ambos lados de un enorme círculo de horribles restos cuyo centro era la puerta. Fueran quienes fueran, muchos de la misma especie habían muerto aquí.

La suposición de Charity sobre el rastrillo había dado en el clavo. Los pedazos estaban desperdigados por allí, entre los huesos. Donde la puerta se arqueaba bajo los muros de la fortaleza había todavía más huesos, tantos que me llegaban hasta la cintura, y placas de esculpido hielo negro procedentes de los restos de la puerta sobresalían en ángulos extraños. Los muros de Arctis Tor habían sido agujereados con lo que no tenía otro remedio que tratarse de algún tipo de ácido. Había grandes gubias desprendidas de los muros aquí y allá, pero considerando la estructura monolítica de la construcción, apenas eran picaduras de mosquito.

Seguí hasta la puerta, abriéndome camino entre los huesos. Una vez allí, percibí el ligero halo de algo familiar. Me acerqué a uno de los cráteres junto al muro y husmeé.

—¿Qué es? —me preguntó Thomas.

—Azufre —dije en voz baja—. Fuego del infierno.

—¿Qué significa eso? —me preguntó.

—No hay forma de saberlo —dije. Era una mentira a medias. Mi intuición me indicaba claramente lo que había pasado aquí. Alguien había lanzado fuego infernal contra los muros de Arctis Tor. Lo que significaba que literalmente las fuerzas del infierno, o sus agentes, tenían un papel en los acontecimientos.

Aquello se ponía muy, muy, muy lejos de mi comprensión.

Me dije que no importaba. Había una joven dentro de ese campo de huesos que moriría si no la sacaba de aquella pesadilla. Si no controlaba mis sentimientos, existía la enorme posibilidad de que advirtiera a sus captores de mi llegada. Así que luché contra el miedo que amenazaba con hacerme vomitar o algo igualmente humillante o fatal.

Preparé mi escudo, me aferré a mi bastón, apreté los dientes y continué mi camino a través de los huesos y hacia la inquietante penumbra del lugar más ridículamente peligroso en el que había estado jamás.