Capítulo 40
Huíamos de Arctis Tor auspiciados por la gracia de Verano. Los vientos aullaban con fuerza, empujando unas cada vez mayores nubes de niebla, nieve y hielo. Más allá del viento, aún vagamente, pero creciendo poco a poco en claridad e intensidad, se oían los gritos de cosas que acechaban entre la oscuridad y el frío. Se trataba de tambores y cuernos, pero tan salvajes y primitivos que inspiraban un terror ajeno a la lógica del pensamiento y cercano al instinto.
Oí el clamor del cuerno personal del rey duende, imposible de confundir con otro instrumento de su clase.
Intercambié una rápida mirada con Thomas, que me hizo una mueca.
—¡Sigue moviéndote! —exclamó.
—Sí —gruñí.
Inmediatamente detrás de mí, Murphy boqueó.
—¿Qué ha sido eso?
—El rey duende —le contesté—. Un tipo malo de los gordos. Quiere comerme.
—¿Por qué? —me preguntó.
—Bueno, nos conocimos —dije.
—Ahrg —dijo Murphy. Incluso con la respiración entrecortada, la interjección logró ser seca—. ¿El octubre pasado?
—Sí. Cree que lo insulté.
—Tú no sueles ser un bocazas, Harry. Debió de ser alguien que se parecía a ti. —Hizo una mueca y se agarró su cinturón manteniendo un equilibrio tambaleante. Había una hendidura larga en el duro cuero, donde una garra o una hoja casi habían dado en el blanco. El cinturón cedió y la cota de malla grande que llevaba cayó hacia abajo cubriéndole las piernas y casi haciéndola caer—. Maldita sea.
—Esperad —grité antes de que Murphy se cayera, y todos nos detuvimos. Molly se derrumbó en la nieve.
—No podemos quedarnos aquí —gritó Thomas.
—Charity, Murph, tenemos que viajar ligeros. Soltad las armaduras. —Me quité mi guardapolvos y me estiré como una anguila para quitarme la cota de malla. Entonces se la lancé a Thomas.
—¡Eh! —dijo y soltó un bufido.
—No la dejes en el suelo, Thomas —dije—. Llévala.
—¿Qué? —me preguntó—. ¿Para qué?
—Eres lo bastante fuerte para que no afecte a tu velocidad —dije al tiempo que me ponía de nuevo el abrigo—. Y no vamos a arriesgarnos a dejar demasiado hierro por detrás de nosotros en este territorio.
—¿Por qué?
Vi a Murphy quitarse su equipo y girarse para agarrar a Molly y que Charity pudiera desprenderse también del suyo.
—¿Te gustaría que las visitas dejaran residuos radiactivos cuando se fueran de casa?
—Oh —dijo—. Bien pensado. No queremos que se enfaden con nosotros. —Enrolló la cota de malla y la ató en un tosco hatillo con el cinturón para echársela al hombro.
Aullidos y gritos y cuernos se volvieron más fuertes, aunque ahora venían de nuestros flancos y nuestra espalda. De alguna manera, en la tempestad de nieve, habíamos escapado del nudo formado por las fuerzas que nos rodeaban. Si seguíamos moviéndonos habría oportunidad de salir de esta.
—Este viaje no es lo que nos han querido hacer pensar —le dije—. Nos han utilizado.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Luego. Ahora lleva la maldita armadura y no dejes nada atrás. Muévete. —El pequeño aleteo de fuego de Verano que me quedaba comenzaba a extinguirse y durante un segundo el viento se convirtió en unos dientes afilados que se hundían en mis constantes vitales—. ¡Moveos!
Avancé lentamente por la nieve esforzándome por abrir un sendero para los que me seguían. Pasó el tiempo. El viento aullaba. La nieve me golpeaba la cara y el fuego de Verano era ya poco más que unas pocas brasas que no durarían demasiado. Revoloteó y se desvaneció justo en el momento que sentí cerca una ondulación de energía mágica y percibí el aroma de palomitas de maíz estancadas.
La abertura brillaba en el aire a treinta metros de la bajada.
Unas grandes y desgreñadas criaturas de pelaje blanco y largas garras emergieron de la nieve detrás de nosotros corriendo sobre ella con la misma ligereza que si fuera una acera normal de cemento.
—¡Thomas! —Señalé la amenaza—. ¡Murph, Charity! Sacad a la chica de aquí. ¡Moveos!
Murphy miró hacia atrás y mostró sorpresa en sus ojos. De inmediato, cogió a Molly por el otro brazo y ayudó a Charity a llevarla. Esta se tambaleó, luego sacó la espada de su cinturón y la clavó en la nieve a mis pies antes de redoblar sus esfuerzos para superar aquellos últimos metros junto a Molly.
Me pasé el bastón a la mano izquierda y tomé el mortal hierro en la derecha. El último resquicio del poder que me prestó Lily se había esfumado y no me quedaba magia ni para encender una vela, y mucho menos para lanzar fuego o usar mi escudo. Aquello iba a ser cuestión de acero, velocidad y pericia, puro físico. Lo que significaba que podría haber muerto enseguida si Charity no hubiera pensado rápido y me hubiera armado con hierro.
Tal como estaban las cosas, mi hermano y yo solo necesitábamos aguantar el avance de las cosas con aspecto de yeti que se acercaban a nosotros y cubrir la huida de las señoras. Ni siquiera teníamos que vencerlos para conseguirlo.
—¿Qué son esas cosas? —me preguntó Thomas.
—Una especie de ogros —le dije—. Dales fuerte y rápido. Asústales con hierro tanto y tan rápido como te sea posible. Si conseguimos que vengan hacia nosotros, sin perder nunca la cautela, podríamos orquestar una retirada mientras luchamos y subimos la ladera.
—Entendido —dijo Thomas. Y entonces, cuando el primero de los ogros de nieve estaba a unos diez metros, mi hermano dio dos pasos y un salto en el aire. Se elevó a casi tres metros de la nieve y cuando descendió, sostenía el sable en ambas manos. El arma de hierro cortó limpiamente el esternón del ogro y abrió en canal al monstruo, con tanta facilidad como si fuera una patata asada. Su sangre de hada se tornó en una llama púrpura y azul profundo y chorreó en una explosión de energía.
Pero Thomas no había acabado. El siguiente ogro le lanzó una roca del tamaño de una pelota de voleibol. Thomas giró sobre sí mismo, la evitó, amagó hacia un lado y luego cortó los muslos del segundo ogro, tirándolo entre aullidos por el suelo.
El tercer ogro le golpeó con un pequeño tronco de árbol que hizo las veces de bate mientras mi hermano era la pelota. Thomas se precipitó hacia mí a toda velocidad. Faltaron pocos centímetros para que me derribara. Los ogros aullaron con una agresividad renovada y cargaron.
No soy un espadachín habilidoso. Obviamente, soy mejor que el noventa y nueve por cien de la gente del planeta, pero de entre aquellos que saben algo del tema no soy de los buenos. Para empeorar las cosas, la mayoría de mi experiencia proviene de la esgrima, lo que supone luchar con un estilo que usa hojas finas y largas, es decir, muchas estocadas, mucho amague. La espada de Charity se sentiría como en casa en el set de Conan el Bárbaro y yo solo tenía un entendimiento básico del uso de aquella pesada arma. Como esgrimista tenía dos ventajas. La primera es que soy rápido, sobre todo teniendo en cuenta mi tamaño. Mientras algo no sea sobrenaturalmente veloz, no soy nada fácil de superar. Segundo, tengo unos brazos y unas piernas muy largos y una estocada mía podría alcanzar a su objetivo desde otro país.
Así que jugué mis bazas. Solté un aullido para equipararme a los ogros y cuando el del palo de madera se acercó y lo levantó sobre su cabeza para machacarme le propiné una estocada baja y rápida y le introduje treinta centímetros de hierro frío en los cataplines. Retorcí la hoja y rodé a un lado al tiempo que la retiraba. El palo cayó en la nieve donde estuve un momento atrás. Salía fuego de la región pélvica del monstruo. El ogro gritó y salió corriendo presa del pánico y la agonía, y los que venían detrás aminoraron el paso de tal modo que la carga perdió fuelle. El ogro cayó en la nieve, consumido por el frío del hierro. Todos miraron a su camarada caído.
Eh, no importa qué clase de hada, mortal o criatura maligna seas. Si tienes cataplines y puedes perderlos, una visión semejante puede hacerte reconsiderar rápidamente las consecuencias de tus acciones respecto a tus genitales.
Les enseñé los dientes mientras la sangre de ogro caía por el acero de mi espada prestada. Sin darles la espalda, comencé a dar cautos pasos atrás. Una rígida agonía alrededor de mis costillas me recordó mis heridas. Alcancé a Thomas un segundo después, cuando estaba incorporándose. Se había golpeado con una roca y se le estaba formando un chichón encima del ojo. Estaba todavía demasiado desorientado para ponerse de pie.
—Maldita sea, Thomas —gruñí. Mi mano izquierda no era lo bastante poderosa para agarrarlo y llevarlo colina arriba. Si usaba la derecha, tendría la espada en mi mano débil y no sería capaz de defender a ninguno de los dos—. Levanta.
Los ogros comenzaron a coger impulso para venir de nuevo a por nosotros.
—¡Thomas! —grité levantando la espada, mirando a los ogros al tiempo que mi sombra parpadeó en el suelo de detrás de nosotros.
Esperad. ¿Mi sombra hizo qué?
Dispuse de una fracción de segundo para darme cuenta de que una nueva fuente de luz había formado la sombra, y entonces un proyectil de fuego del tamaño de un M&M pasó como un relámpago sobre mi hombro y estalló en el pecho del ogro más cercano. El fuego de Verano tiró al ogro al suelo antes de que llegara a gritar y comenzó a despegar la carne de sus huesos.
—¡Lo tengo! —exclamó Fix. Lo vi con mi visión periférica, espada en mano. Tenía un hombro bajo el brazo de Thomas y lo levantaba con mayor fuerza de la que hubiera esperado de su tamaño. La carga de los ogros se detuvo por completo. Introduje mi bastón en el cinturón con el que Thomas hizo el hatillo para la cota de malla, me lo llevé con dificultad al hombro y cruzamos la hendidura dimensional sin darles la espalda a los ogros. A pesar de la limitada visibilidad que me concedían las constantes ráfagas de nieve vi que se acercaban al borde, sin embargo, no nos volvieron a amenazar.
—Cuidado con el escalón —me advirtió Fix.
Entonces sentí un movimiento ondulante y nos adentramos en una sauna ecuatorial.
Me encontraba en el estrecho pasillo delante de la pantalla del destartalado viejo cine de Pell. Me hice a un lado justo cuando Fix entraba con Thomas.
Lily estaba allí de pie, de cara a la hendidura. Parecía en tensión, preocupada. En cuanto Fix entró, agitó una mano en el aire como si espantara una mosca molesta. Se produjo un sonido y entonces la abertura se plegó sobre sí misma y desapareció.
Cayó el silencio en el cine tenuemente iluminado. Lily se puso de rodillas poniendo antes una mano en el suelo para no caerse, respirando con dificultad, temblando y con el pelo blanco alborotado. El hielo y la nieve congelada que me cubrían el pelo y las arrugas de la ropa desaparecieron, sustituidos por el habitual residuo ectoplasmático.
—Mmm —observó Thomas ronroneando—. Baboso.
—Fix —dije—. ¿Has oído lo que ha pasado allá atrás?
—Sonaba a que le disteis una patada a una colmena. —Se arrodilló junto a Lily para que la señora se apoyara en él—. ¿La guarnición del castillo acudió a recibiros?
—No —dije—. Al parecer eran todos los habitantes de Invierno.
—¿Qué? —preguntó.
—Yo, eh, lancé un puñado de fuego de Verano en la casa de muñecas de Mab y volé por los aires la mayor parte de su fuente.
La boca de Fix se abrió hasta desencajarse.
—¿Qué has hecho qué?
—El espantapájaros estaba escondido detrás y bueno… —Bajé la espada de Charity y agité una mano en el aire—. Kabum.
Fix me miró como si me hubiese vuelto loco.
—Vertiste fuego de Verano en un manantial de Invierno.
—No duermo bien las noches que he infligido daños en la propiedad —dije con gravedad—. Sea como sea, es lo que hice, y entonces el infierno se desató. Mi madrina me dijo que todo el mundo que era alguien en Invierno querría vengarse y vendría a matarme.
—Dios mío —musitó Fix—. Eso compensaría el daño. ¿Dónde conseguiste fuego de Verano para…? —Su voz se apagó y miró a Lily.
La señora del Verano levantó la vista, su sonrisa cansada era encantadora.
—Yo solo proporcioné una mínima comodidad y guía para pagar mi deuda hacia la señora Charity —murmuró con una pequeña sonrisa en los labios—. No tenía ni idea de que el mago iba a robar ese poder para su propio uso. —Respiró hondo y dijo—: Ayúdame a levantarme. Debemos irnos.
Fix obedeció.
—¿Ir dónde?
—Todas esas fuerzas de Invierno están ahora en el corazón de su propio reino. Lo que significa que no están en las fronteras de Verano esperando para atacar. Lo que significa que Verano dispone ahora de fuerzas que pueden permitirse ayudar al Consejo —dije en voz baja.
—Pero solo han tardado unos minutos en aparecer —apuntó Murphy—. ¿No pueden correr de vuelta y estar allí en otros pocos minutos?
—No, Murph —respondí yo—. Lo planearon así. Esta misión era una trampa bien urdida. —Agité la cabeza hacia Lily—. ¿Verdad?
—Es una manera de describirlo —dijo Lily sin perder la calma—. Yo personalmente no lo interpretaría así. No tuve nada que ver en la llegada de los traedores; sin embargo, su presencia y la captura de la hija de la señora Charity nos presentó una oportunidad para neutralizar temporalmente la presencia de las fuerzas de Mab en nuestras fronteras.
—Nos —murmuré—. Maeve está trabajando contigo. Por eso se presentó tan rápido en el bar McAnally.
—Incluso así —dijo Lily haciendo un gesto de cabeza que parecía indicar respeto.
Fix miró a Lily.
—¿Estás trabajando con Maeve?
—Ella no podía alterar el flujo de tiempo en el corazón de Invierno —dije en voz baja—. Solo una de las reinas de Invierno puede hacer tal cosa.
Fix volvió a mirar a Lily como si yo no hubiera hablado.
—¿Maeve está trabajando contigo?
Lily asintió.
—Como nosotros, teme la reciente locura de Mab. —Se volvió hacia mí—. Te suministré poder suficiente para amenazar el manantial con la esperanza de que atrajeras a una parte de Invierno a sus propias tierras. Una vez sucedido eso, Maeve alteró el paso del tiempo relativo en los reinos mortales.
Arqueé una ceja.
—¿Cuánto tiempo hemos estado fuera?
—Amanece el día siguiente al que partisteis —contestó—. Aunque el paso del tiempo solo se alteró en los últimos momentos de vuestra huida. Maeve no podrá aguantar mucho, pero tu acción nos concederá tiempo suficiente para actuar.
—¿Y si no me hubiera dado cuenta a tiempo? —le pregunté—. ¿Y si no hubiera usado tu fuego?
Me sonrió, un poco triste.
—Estarías muerto, supongo.
La miré enrabietado.
—Y mis amigos también.
—Así es —musitó—. Por favor, compréndelo. La obligación que mi reina ha impuesto sobre mí no me daba demasiadas opciones. No podía explicarte mi plan, ni tampoco podía quedarme simplemente sin hacer nada mientras el Consejo se encontraba en una situación tan desesperada.
—¿Y ahora sí puedes hablarme de ello?
—Ahora estamos hablando de historia pasada —dijo. Inclinó la cabeza hacia mí, luego hacia Charity—. Me alegra, señora, que su hija haya regresado junto a usted.
La mujer levantó la vista lo bastante para dedicarle una rápida sonrisa y un movimiento de cabeza agradecido. Entonces volvió a abrazar a su hija.
—Lily —dije.
Arqueó una ceja, esperando.
Lily me había manipulado, me había convertido en un arma contra Mab. No me había mentido, pero había jugado terriblemente con mi vida. Peor, lo había hecho con las vidas de cuatro de mis amigos. En el fondo tenía buenas intenciones, supongo, y se había enfrentado a limitaciones que mis instintos me decían que todavía no apreciaba o entendía del todo. Sin embargo, no había hablado conmigo de frente, abierta y honestamente.
Por otra parte era una reina de las hadas por propio derecho. ¿Qué me había hecho pensar que jugaría con las cartas bocarriba?
Suspiré.
—Gracias por tu ayuda —dije al fin.
Sonrió, aunque el rastro de tristeza seguía allí.
—No he sido más amiga tuya y de los tuyos que tú mía y de los míos, mago. Me alegra haber podido serte de ayuda. —Hizo una referencia, esta vez desde la cintura—. Y ahora debo partir y disponerlo todo para ayudar a tu gente.
Le devolví la reverencia.
—Gracias.
Les dedicó otra reverencia a los otros y Fix la imitó. Entonces se marcharon rápidamente de la sala de cine.
Me caí de culo en el borde del escenario, con los pies temblorosos.
Murphy se unió a mí.
—¿Y ahora qué? —dijo pasado un momento.
Me froté los ojos.
—Supongo que debemos regresar a territorio sagrado. No creo que vayamos a sufrir represalias inmediatas por esto, pero no tiene sentido arriesgarse. Volveremos con Forthill, nos aseguraremos de que todos están bien. Comida. Sueño.
Murphy soltó un gemido casi lujurioso.
—Me gusta ese plan. Me muero de hambre.
Observé a Molly y Charity y sentí un pellizco nervioso en el estómago. Me habían encargado buscar una fuente de magia negra. Y había encontrado a Molly. Había usado su poder para alterar el cerebro de dos personas y por bondadosas que fueran sus intenciones, sabía que su acción la había manchado. Conocía mejor que nadie el peligro en el que estaba metida todavía Molly y lo peligrosa que podía llegar a ser. La había salvado de las hadas malas, claro, pero ahora se enfrentaba a otra amenaza infinitamente más peligrosa.
El Consejo Blanco. Los centinelas. La espada.
Era solo cuestión de tiempo hasta que otra persona se las arreglara para rastrear el origen de la magia negra. Si no la llevaba ante el Consejo, otro centinela lo haría tarde o temprano. Peor aún, si la magia que había usado para controlar las mentes comenzaba a volverse contra ella, a revertirla, podría convertirse en un auténtico peligro para sí misma y para otros. Podría acabar siendo tan peligrosa y volviéndose tan loca como el chico cuya ejecución sirvió de preludio a los acontecimientos de aquellos días.
Si la llevaba al Consejo es probable que fuera responsable de su muerte.
Si no lo hacía sería responsable de aquellos a los que hiciera daño.
Deseé no estar tan malditamente cansado, si no se me podrían haber ocurrido otras opciones. Decidí ahuyentar de momento los pensamientos sobre el día siguiente. Estaba entero, vivo y sano, al igual que los que estaban conmigo. Habíamos sacado a la chica de una pieza. Su madre la estaba sosteniendo con tal ferocidad que me hizo preguntarme si al final había tenido éxito en mi misión de reconciliar a madre e hija.
Parecía posible que las heridas de su familia hubieran sanado, y aquello era algo bueno. Sentí en mi interior una auténtica calidez y orgullo por ello. Había ayudado a volver a unir a madre e hija. Podía dar la noche por buena.
Thomas se sentó a mi lado tocándose el chichón en la cabeza y haciendo una mueca.
—Harry —dijo Thomas—. Recuérdame por qué seguimos regodeándonos en esta locura.
Intercambié una sonrisa con Murphy y no dije nada. Los tres observamos a Charity, sentada en el suelo delante de la primera fila de asientos, agarrando a su hija con fuerza contra ella.
Molly se echaba sobre ella con el agradecimiento, la necesidad y el amor de una niña. Hablaba muy bajo, sin abrir nunca los ojos.
—Mamá.
Charity no dijo nada, pero abrazó a su hija con más fuerza si cabe.
—Oh —dijo Thomas—. Vale.
—Exactamente —dije—. Vale.