Capítulo 42

Convencí a Molly para que se quedara en la iglesia con su familia hasta que todos hubiéramos descansado y pudiéramos hablar con su madre. Cualquier hombre cuerdo se hubiera subido en un autobús camino de Las Vegas en lugar de esperar a decirle a Charity Carpenter que quería poner a su primogénita delante de un grupo de poderosos magos para que la sometieran a juicio y a una posible ejecución.

Encontré un camastro vacío y me metí dentro. Era pequeño y me sobresalían las piernas, pero no me importó en absoluto. Unas uñas repiquetearon en los azulejos del suelo a un ritmo inestable y sentí el calor de la silenciosa presencia de Ratón cojeando con cuidado hasta llegar junto a mi camastro. Saqué una mano, le rasqué las orejas y la posé sobre la espesa mata de pelo de detrás de sus hombros. Me quedé dormido antes de que le diera tiempo a acomodarse para dormir a mi lado.

Me desperté más tarde en la misma posición en la que me había dormido. Me dolía el cuello y me colgaba una mano del lado de la cama. La sentí acolchada y tonta por la falta de circulación y tuve que esforzarme para notar que seguía posada en la espalda peluda de Ratón. La habitación no estaba iluminada, pero la puerta del pasillo estaba abierta y la luz de la tarde se filtraba a través de ella.

Quería seguir durmiendo, sin embargo, me puse de pie y fui al baño a paso tambaleante. Ratón cojeó a mi lado sin quejarse. Me encargué de la fontanería interna y deseé que hubiera una ducha. Me las apañé con un lavado de gato en el lavabo y volví arrastrando los pies a la habitación de invitados de Forthill.

Todos los camastros estaban ocupados. Nelson dormía en uno, haciéndose notar por el temblor ocasional de alguno de sus miembros. Las órbitas de sus ojos cerrados se movían hacia delante y atrás y sudaba ligeramente. Pesadillas, supuse. Pobre chico. Ojalá hubiera podido ayudarlo, pero siendo realistas no había nada que pudiera hacer por él.

Molly dormía en otro camastro el sueño oscuro y quedo de los realmente cansados. Charity estaba sentada en una silla junto a la cama, con la cabeza apoyada en la pared. Roncaba un poco. Una de sus manos reposaba entre los cabellos de Molly.

Las miré a las dos en silencio durante un rato. Pensé en tachar todo aquello, conjuré en mi mente una imagen en la que cavaba un hoyo, me metía dentro y me enterraba. Eh, a Bugs Bunny le funcionaba.

—Debería haber girado a la izquierda en Albuquerque —le dije a Ratón.

El perro se echó de nuevo en el suelo, de lado, con la pata herida apartada del suelo.

—Sí, tienes razón —dije—. Soy demasiado estúpido para no involucrarme. No tiene sentido posponer lo inevitable.

Así que me levanté, me acerqué a Molly y le sacudí los hombros con suavidad. Charity se despertó cuando lo hice, algo desorientada. A Molly le costó un poco más, pero en cuanto lo hizo respiró hondo y se sentó en la cama, como su madre.

—¿Sí? ¿Están todos bien? —preguntó Charity.

—Por lo que sé, sí —dije—. ¿Dónde están los otros chicos?

—Mi madre se los llevó a casa.

—¿Alguna noticia de Michael?

Sacudió la cabeza.

—Tenemos que hablar de algo muy importante, si me hace el favor.

—¿Y de qué se trata? —me preguntó.

—Es mejor que se despierte. Tal vez sea bueno que se levante y vaya a echarse algo de agua en la cara mientras yo busco algo de café.

—Tenemos que hablar, mamá —dijo Molly en un tono dulce.

Charity me miró un momento y pensé que iba a discutir conmigo sobre el asunto. Entonces sacudió la cabeza.

—Muy bien —aceptó.

Hice lo que había dicho un momento antes. Asalté la pequeña cocina y aparecí no solo con café, sino también con varios bollos y algo de fruta fresca. Dejé unos cuantos pavos en la encimera, debajo del salero, y volví junto a Molly y Charity.

Nos sentamos a desayunar en la oscura habitación.

Le presenté el asunto a Charity del mismo modo que a Molly.

—Magia negra —susurró la mujer cuando terminé. Miró a su hija, con una expresión que arrugaba sus facciones—. Nunca pensé que había llegado tan lejos.

—Lo sé, mamá —replicó Molly apocada.

—¿Es verdad lo que dice?

Molly asintió.

—Oh, nena —suspiró Charity. Tocó el pelo de la chica con una mano—. ¿Cómo no pude anticiparme a esto?

—No se machaque por ello —le aconsejé—. Al menos no ahora. No va a ayudar a nadie.

En su rostro apareció un rastro de rabia.

—Ni tampoco esa tontería del Consejo Blanco. No va a ir, por supuesto.

—No creo que lo entienda —le dije a Charity con tranquilidad—. Va a ir. Puede hacerlo voluntariamente o cuando los centinelas la encuentren. Pero va a ir.

—¿Entonces su intención es la de informarles de lo ocurrido? —preguntó Charity en un tono que denotaba una frialdad creciente.

—No —dije—. Pero esta clase de magia deja una marca. Hay muchas cosas en el Más Allá que pueden sentirla y de hecho alguien ya le ha dado el chivatazo al Consejo de que hay magia negra por ahí. Aunque yo no dijera nada, es solo cuestión de tiempo hasta que otro centinela investigue el tema.

—Eso no lo sabe a ciencia cierta.

—Sí que lo sé —respondí—. Y no se trata solo de rendir cuentas. Las cosas que ha hecho han dejado una marca en ella, como digo. Si no tiene apoyo y entrenamiento, tales cambios van a convertirse en una bola de nieve.

—Eso usted no lo sabe.

—Sí que lo sé —repetí alzando la voz—. Demonios, Charity, estoy tratando de protegerla.

—¿Arrastrándola a un tribunal ilegal de tiranos egoístas y sedientos de poder para que la ejecuten? ¿Cómo protege eso a mi niña?

—Si acude voluntariamente, conmigo, creo que puedo conseguirle clemencia hasta que tenga la oportunidad de demostrarles que es sincera respecto a su interés en trabajar con ellos.

—¿Lo cree? —dijo Charity—. No. Eso no es suficiente.

Apreté los puños, frustrado.

—Charity, la única cosa de la que estoy seguro es de que si Molly no sale a la luz y uno de esos tiranos egoístas y sedientos de poder acaba por encontrarla será declarada hechicera de manera automática y la ejecutarán. Eso sin mencionar lo que pasará con su cabeza si se queda sola. Es probable que para entonces merezca que la ejecuten.

—Eso no es cierto —espetó Charity—. No va a convertirse en un monstruo. No va a cambiar.

—Dios mío, Charity. ¡Quiero ayudarla!

—No lo está haciendo por eso —esgrimió, levantándose—. Quiere hacer que vaya con usted para salvar su propio pellejo. Tiene miedo de que si la encuentran lo consideren un traidor por no entregarla ahora y lo ejecuten a usted también.

Me puse de pie. El silencio era denso y opresivo en la sala.

—Mamá —dijo Molly con calma, rompiéndolo—. Por favor, dime qué ha hecho Harry en los dos últimos días que te haga pensar que es egoísta o cobarde. ¿Darse la vuelta para enfrentarse a los ogros y que nosotras pudiéramos escapar, por ejemplo? ¿O cuando te cedió las obligaciones que la señora del Verano tenía hacia él con la intención de rescatarme?

Charity guardó silencio durante unos momentos. Entonces su rostro se encendió y dijo:

—Jovencita, eso no es…

Molly la interrumpió con voz queda, calmada, sin mostrar rabia ni falta de respeto pero tampoco debilidad:

—O quizás fue cuando tú estabas dormida y nadie podía haberle impedido llevarme ante el Consejo y en lugar de hacerlo se detuvo a darme una oportunidad. —Se mordió el labio un segundo—. Me has contado todo lo que ha hecho por mí desde que me cogieron. Ahora se está ofreciendo a morir por mí, mamá. ¿Qué más le puedes pedir?

El rostro de Charity se puso más rojo si cabe y creo que distinguí algo similar a la vergüenza en su expresión. Se sentó de nuevo, inclinó la cabeza y no dijo nada. El silencio se alargó. Le temblaron los hombros.

Molly se deslizó hacia abajo para ponerse de rodillas a los pies de su madre y abrazarla. Charity respondió al abrazo. Las dos se balancearon lentamente adelante y atrás durante un momento y aunque la tenue luz de la habitación me impedía distinguirlo con claridad, estaba seguro de que ambas estaban llorando.

—Tal vez tengas razón —dijo Charity pasado un momento—. No debería haberle acusado de esa manera, señor Dresden. —Enderezó los hombros y levantó la cabeza—. Pero no voy a permitir que vaya.

Molly alzó la cabeza muy lentamente, de frente a Charity, y levantó un poco la barbilla.

—Te quiero mucho, mamá. Sin embargo, esto no es decisión tuya. Soy la única responsable por lo que hice. Afrontaré las consecuencias —declaró.

Charity rehuyó la mirada de su hija con una mezcolanza de pena y miedo que la hacía parecer vieja por primera vez.

—Molly —susurró.

El padre Forthill había llegado en algún momento de la conversación, aunque ninguno de nosotros lo había visto de pie en la puerta. Su voz era amable y tranquila.

—Tu hija tiene razón, Charity —dijo—. Ya es una adulta, en muchos sentidos. Ha realizado acciones que requieren que acepte la responsabilidad que conllevan.

—Es mi niña —objetó Charity.

—Lo fue —la corrigió Forthill—, si bien solo por un tiempo limitado. Los niños son un regalo precioso, pero solo se pertenecen a sí mismos. Solo nos son prestados por un corto espacio de tiempo. —El sacerdote cruzó los brazos sobre su pecho y se apoyó en el umbral—. Creo que deberías considerar lo que ha pasado, Charity. Dresden es tal vez la única persona que podía ayudaros a ti y a Molly. No creo que sea un accidente que acabara envuelto en esta situación. —Me brindó una pequeña sonrisa—. Después de todo, sus sendas son misteriosas.

Anduve unos pasos y me hinqué sobre una rodilla ante Charity.

—No sé nada sobre eso pero, pase lo que pase —dije en voz baja—, le prometo que traeré a su hija sana y salva de vuelta del Consejo. Tendrán que matarme para detenerme.

Charity me miró y vi una docena de emociones recorrer su semblante. Esperanza, miedo, rabia y tristeza entre ellas. Abrió dos veces la boca para hablar, pero se tragó las palabras antes de decirlas.

Al final, susurró:

—¿Tengo su palabra?

—La tiene.

Me miró fijamente un momento. Entonces levantó la vista y le dijo a Forthill:

—Ojalá Michael estuviese aquí.

—Si estuviera, ¿qué crees que diría? —le preguntó Forthill.

Sus ojos volvieron a mí.

—Que tuviera fe. Que confiara en el mago. Que es un buen hombre —dijo, adusta y grave.

El sacerdote asintió.

—Yo también creo que diría eso.

Charity me miró sin verme.

—¿Cuánto tiempo llevará?

—Contactaré con el Consejo hoy mismo. Depende de quién esté disponible, pero este tipo de asuntos tienen una prioridad alta. Será mañana, pasado como mucho.

Inclinó de nuevo la cabeza, y asintió.

—¿No hay nada que podamos hacer? —le dijo a Forthill.

—Molly ha tomado su decisión —dijo el sacerdote—. Y todo lo que sé respecto a los efectos de la magia negra en aquellos que la usan coincide con lo que Dresden te ha dicho. Tu hija está en un peligro real, Charity.

—¿No puede la Iglesia…?

Forthill le sonrió débilmente y negó con la cabeza.

—No existimos muchos que nos sigamos enfrentando a las Tinieblas. De entre aquellos que lo hacemos ninguno de nosotros tiene una verdadera habilidad con la magia. Podríamos ayudarla a apartarse de sus dones pero considerando su edad el efecto sería parecido a un aprisionamiento. —Hizo un gesto de cabeza hacia Molly—. Y sin ánimo de ofender, pequeña, pero con tu temperamento, sin tu completa cooperación, tal cosa solo te empujaría antes a la oscuridad.

—No —dijo Charity—. Tiene que dejar esto a un lado.

Molly se cruzó de brazos y asintió con los labios apretados.

—No.

Charity la miró suplicante.

—Molly, no entiendes lo que puede hacerte.

La chica permaneció callada un momento.

—¿Recuerdas la parábola de los talentos? —dijo luego.

Los ojos de Charity se encendieron.

—No te atrevas a usar las escrituras para justificarte.

Alcé una mano para pedir silencio.

—Esa no me la sé —dije.

Forthill comenzó a relatarla:

—Su señor les dio a tres hombres cierta cantidad de dinero: quince, diez y cinco talentos de plata, respectivamente. El hombre de los quince talentos invirtió el dinero, trabajó duro y devolvió quince talentos a su señor. El hombre de los diez hizo lo mismo. El señor estaba muy contento. Pero el tercero era perezoso. Enterró los cinco talentos en el suelo, y cuando se los devolvió a su señor esperando ser recompensado por mantenerlos a salvo, su señor se mostró enfadado. No le había dado el dinero a aquel hombre perezoso para que lo escondiera. Se lo había dado para que lo usara y mejorara la productividad de sus tierras. La moraleja es que a quien mucho se le da, mucho se le pide.

—Oh —dije—. Stan Lee lo dijo mejor. O al menos con menos palabras.

—¿Disculpa? —dijo Forthill.

—Spiderman. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad —dije.

Forthill arrugó los labios y asintió.

—Eso es más corto, supongo. Aunque soy escéptico respecto a cómo se podría introducir en un sermón.

Fruncí el ceño y miré a Charity. Tenía la cabeza agachada y sus manos formaban puños una y otra vez. Entonces un pensamiento me asaltó.

Ella era la que había recibido los cinco talentos. Tuvo el poder y lo enterró en la tierra.

—Mi profesor me dijo algo una vez —me oí decir en voz baja—. Que la lección más difícil en la vida es aprender cuándo no hacer nada. Aprender a dejar escapar algo.

Molly apoyó la cabeza en el regazo de Charity.

—Sabes bien la de cosas malas que existen ahí fuera. Tengo la oportunidad de marcar la diferencia. Quiero ayudar.

Algo dentro de la férrea voluntad de la esposa de Michael se rompió de repente. Levantó a Molly para abrazarla de nuevo y la dejó allí mientras no paraba de temblar.

—Por supuesto que sí. Eres la hija de tu padre. ¿Cómo ibas a querer otra cosa? —susurró.

Molly soltó una risilla ahogada y se pegó más a ella.

—Gracias.

—Rezaré por ti —dijo Charity con calma. Me miró e intentó sonreír—. Y por ti, Harry.