Capítulo 45

Puede que la sangre no manche las capas de los centinelas, pero es imposible limpiarla de un viejo y poroso suelo de cemento. El merlín, Morgan y una docena de centinelas estaban de pie en el mismo sitio que la vez anterior formando un círculo que rodeaba la mancha marrón oscuro que persistía en el punto donde el joven hechicero había sido decapitado.

Morgan tenía un corte fresco bajo una oreja y la muñeca izquierda vendada con esparadrapo. Incluso de esa guisa parecía en calma y preparado, con la punta de la espada de la justicia del Consejo Blanco apoyada en el suelo y las manos sobre la pesada empuñadura. Su expresión al verme era imposible de leer. Estaba acostumbrado a recibir desprecio y la hostilidad por parte de aquel hombre. Demonios, yo sentía lo mismo hacia él.

No obstante, lo había visto en acción. Sabía cómo era su día a día, entendía mejor sus motivaciones que en el pasado y ya no podía disgustarme como persona. Lo respetaba. Es innegable que le bajaría los pantalones en la televisión nacional si pudiera, pero era incapaz de despreciarlo gratuitamente, ya no.

Saludé con la cabeza al hombre que podría recibir la orden de asesinar de Molly en los próximos minutos. No fue un saludo amigable, sino en la línea del que uno le brinda a su oponente en un combate de esgrima.

Me lo devolvió de idéntica manera y de algún modo sentí que Morgan fue consciente de que yo no iba a dejar que se le hiciera daño a la chica sin pelear con uñas y dientes para evitarlo. Los dedos de su mano derecha tamborilearon en el mango de la espada. No pretendía transmitir amenaza, sino una declaración de intenciones. Si peleaba contra la justicia del Consejo Blanco, peleaba contra él.

Ambos sabíamos cómo acabaría un combate semejante.

Yo no sobreviviría.

Ambos sabíamos también que, en las circunstancias adecuadas, yo seguiría adelante de igual forma.

Junto a Morgan, el merlín me observaba con una expresión especulativa tallada en sus facciones. Sabía que no tenía intención de dejarme ir de rositas si la audiencia no iba bien para Molly. En el pasado, el merlín me hubiera sonreído con desprecio, me hubiera provocado y escupido en el ojo para sacar lo peor de mí. En aquel momento, estaba seguro de que yo tramaba algo, casi vi los mecanismos girando en su cabeza cuando entré sosteniendo la mano de Molly y guiando sus pasos ciegos, seguido de cerca de Fix y Lily.

Morgan le hizo un gesto de cabeza a Ramírez y este cerró las puertas y el círculo alrededor del edificio; una barrera que prevendría intrusiones mágicas mientras los centinelas guardaban las puramente físicas. Sin embargo, justo cuando Ramírez extendió la cadena para cerrar las puertas, estas se abrieron revelando la figura alta y ominosa del guardián de la puerta. Iba vestido con su capa negra formal y una capucha púrpura que, salvo por el brillo en sus ojos, le ensombrecía las facciones. Permaneció un momento quieto en el umbral, me dio la impresión de que mirando al merlín.

Si era así, el merlín no se achantó. El viejo mago inclinó la cabeza al modo de una reverencia real en señal de respeto y para dar la bienvenida al guardián de la puerta e hizo un gesto para que el hombre se uniera a él. En lugar de hacerlo, el guardián de la puerta caminó hasta un punto en el círculo, a mitad de camino entre el merlín y yo mismo, y se quedó allí de pie apoyado en un ajado y esbelto bastón.

El merlín le escudriñó durante un momento y acto seguido se dirigió a la sala, en latín:

—Centinelas, cerrad el círculo. Centinela Dresden, da un paso al frente y preséntanos a tus invitados, por favor.

Le apreté la mano a Molly para transmitirle confianza y luego se la solté y di un paso al frente.

—Lo primero —dije mirando a la docena de centinelas presentes, además de a unos cuantos miembros no combatientes del Consejo que andaban por la zona o pertenecían al Consejo de Veteranos—. ¿Hay alguien aquí que no entienda inglés?

El merlín se cruzó de brazos, con una ligera sonrisa dibujada en sus labios.

—Las reuniones del Consejo se hacen en latín.

El viejo bastardo sabía que mi latín no era muy bueno. Lo entendía bastante bien, pero al hablarlo tendía a transponer las palabras de maneras extrañas con el consecuente surrealismo lingüístico. Si defendía a Molly en latín, sonaría como un idiota y el merlín lo sabía. Aunque técnicamente tenía todo el poder que necesitaba para ahogar mi defensa, debía rendir cuentas al resto del Consejo, así que tenía que hacer todo lo que pudiera para justificar sus acciones. Había planeado ningunearme con el latín desde el momento que supo que tendría lugar aquel cónclave.

Pero yo también sé planear cosas.

—Es cierto que el latín es nuestro tradicional medio lingüístico —repliqué con una gran sonrisa para el merlín—. Sin embargo, nuestros invitados, Lily, la señora del Verano, y Fix, el actual caballero del Verano, no lo hablan. Lamentaría no mostrar ninguna consideración ante tan prestigiosos visitantes y enviados de nuestros aliados de Verano.

Chúpate esa, capullo, pensé. Veamos si ninguneas al aliado que acaba de sacar al Consejo de un estanque de cocodrilos.

El merlín entornó los ojos y consideró sus opciones un momento antes de sacudir la cabeza, incapaz de encontrar una manera de contraatacar el movimiento.

—Muy bien —dijo en inglés, aunque a regañadientes—. El Consejo da la bienvenida a la presencia de la señora del Verano y su caballero a este cónclave y les extiende su hospitalidad y protección mientras estén en nuestras dependencias.

Lily inclinó la cabeza a modo de agradecimiento.

—Gracias, honorable merlín.

Él inclinó a su vez la cabeza.

—De nada, alteza. No suele ser nuestra costumbre involucrar a personas del exterior en nuestros asuntos internos confidenciales. —Me lanzó una mirada significativa—. Pero teniendo en cuenta los recientes acontecimientos entre nuestras gentes, sería poco agradecido excluirles.

—Lo sería, ¿verdad? —convine.

Los ojos del merlín se detuvieron un momento en los míos; sin embargo, su expresión volvió pronto a la neutralidad.

—Centinela Dresden. Como comandante regional de los centinelas tiene la autoridad para convocar un cónclave sobre asuntos concernientes a sus deberes y su zona de mando. Cuando lo crea conveniente, ¿podría iluminarnos respecto al propósito de este cónclave?

—Dos razones —dije—. La primera es para permitirle a la señora del Verano dirigirse al Consejo. —Giré la cabeza y le hice un gesto a Lily, que dio un paso al frente al tiempo que yo daba uno hacia atrás para colocarme junto a Fix.

—Honorable merlín —comenzó, en un tono serio y formal—. Mi reina Titania me ha pedido que transmita sus elogios hacia ti y los tuyos, y hacia dos en particular cuyo coraje se ha ganado la admiración de la Corte de Verano.

Fruncí el ceño.

—¿Qué es esto? —le susurré a Fix.

—Calla —dijo—. Presta atención. Llegará a lo importante.

—Lo único que me hacía falta es que dejara constancia de lo que hicimos.

—Ten paciencia —susurró Fix—. Lo hará.

Lily me miró por encima del hombro y guiñó un ojo. Me eché a temblar. Me recordó demasiado a la estatua en lo alto de la torre de Arctis Tor que me guiñó el ojo de Mab.

Lily se volvió hacia Morgan y dijo:

—Centinela Morgan. Tu valiente defensa de los venatori y sus partidarios y tu asalto al rey Rojo fueron hazañas como ella no ha visto igual. Mi reina extiende sus elogios y felicitaciones a ti, centinela, y al Consejo al que sirves. Además, no va a dejar sin destacar o premiar tales actos de valentía y dedicación y por lo tanto me ha encargado que te entregue este regalo.

Lily sostuvo una pequeña e intrincada hoja de roble de plata pura. Caminó hacia él y clavó la hoja en su capa, justo encima del corazón.

—Te nombro amigo y escudero de la Corte de Verano, centinela Morgan. Si te encuentras en peligro cerca del reino de los sidhes, una, una sola vez, tocarás este dispositivo y llamarás en voz alta a Titania para que te preste su ayuda.

Morgan puso una cara extraña, como si hubiera intentado poner varias expresiones a la vez y se hubiera quedado a la mitad en todas. Abrió la boca, la cerró y luego se conformó con hacer una profunda reverencia.

—Se lo agradezco, alteza —contestó.

—¿Qué demonios es esto? —le susurré a Fix.

El tipo pequeño sonrió.

—La Orden del Roble Plateado no es poca cosa. Calla.

Lily sonrió, apoyó su esbelta mano en la hoja de roble para bendecirla y regresó junto a mí.

—Centinela Dresden —dijo—. Tu propia contribución a la batalla es igual de admirable. Mi reina me ha pedido que…

—¿Su contribución? —la interrumpió el merlín.

Miré a Lily.

—Dresden no estaba presente en la batalla —protestó el merlín.

—Es cierto que no lo estaba —convino Lily, girándose al tiempo que hablaba para dirigirse a todos los magos que había allí—. Hace dos noches, a última hora, el centinela Dresden planeó y lideró un pequeño ataque a la mismísima fortaleza de Arctis Tor.

Un suspiro colectivo recorrió la sala y fue seguido de un nebuloso zumbido de murmullos y susurros. La cara de póquer del merlín era demasiado buena para poder catalogar su reacción, pero las cejas de Morgan se alzaron automáticamente.

—El centinela Dresden y su equipo atravesaron las defensas de la fortaleza y lanzaron un ataque de fuego contra el manantial helado en el corazón de Arctis Tor. Sus acciones alteraron la disposición de las fuerzas de Invierno en nuestras fronteras, obligándolas a retirarse hacia la fortaleza para rechazar a los atacantes. Una vez allí, el flujo de tiempo en la región menguó, creando la oportunidad de que nuestras propias fuerzas acudieran en vuestra ayuda.

—¿De qué está hablando? —le susurré a Fix—. Yo no sabía que iba a ir allí hasta que llegué y lo único que quedaba contra lo que combatir eran los traedores.

—Ajá —murmuró Fix—. Y sin embargo, ninguna palabra que ha dicho es falsa.

Gruñí.

—En resumen, honorable merlín —continuó Lily—, y honorables miembros del Consejo, si Dresden no hubiera atacado la guarida de la mismísima Mab, la fortaleza más inexpugnable de Invierno, si Dresden no hubiera irrumpido en las puertas de Arctis Tor, la batalla se hubiera perdido con toda seguridad. Todas las almas que regresaron sanas y salvas a casa deben su vida a Harry Dresden y su coraje.

Cayó un manto de silencio.

Miró alrededor del círculo y dejó que el silencio enfatizara sus anteriores palabras mejor que cualquier discurso.

—Es por esta razón —dijo pasado un momento— por la que mi reina le confiere al centinela Dresden el estatus de amigo y escudero de la Corte de Verano. —Se volvió hacia mí y me clavó otra hoja de plata sobre el corazón y puso su mano sobre ella. Me miró y sonrió—. Tú también puedes pedirle a la reina su ayuda, una sola vez. Bien hecho, Harry.

Se puso de puntillas y me dio un beso en la mejilla. Se giró de nuevo hacia el merlín.

—Mi reina desea que sepáis, honorable merlín, que, aunque feliz por haber contado con la ayuda del Consejo contra la amenaza de la Corte Roja, las fuerzas de Invierno han regresado a sus posiciones originales y de nuevo las fuerzas de Verano deben vigilar sus fronteras. Hasta que la situación cambie, te advierte que Verano solo podrá ofrecer a sus aliados una asistencia limitada.

El merlín me miraba tan fijamente que por un momento pensé que no había oído la advertencia de Lily. Entonces parpadeó y agitó un poco la cabeza.

—Por supuesto, alteza —dijo—. Por favor, lleve hasta Su Majestad la gratitud del Consejo Blanco y asegúrele que incluso en estos tiempos desesperados, su amistad no será olvidada.

Ella inclinó la cabeza de nuevo.

—Eso haré. Y de este modo mis deberes se ven cumplidos. —Se retiró a su posición original, junto a Fix.

—¿Por qué me da la sensación de que el hecho de que Titania me dé una medalla no puede ser tan simple como parece? —murmuré por lo bajo.

—Porque no puedes distinguir un halcón de un serrucho con el viento del sur —murmuró Lily como respuesta, parafraseando a Hamlet—. No obstante, hoy te aporta un beneficio. —Me sonrió—. Por supuesto, no esperarías que una reina del Verano hiciera simplemente lo que le pediste y nada más, ¿verdad?

Dije algo entre dientes, mientras que el merlín se giraba a su vez para decirle algo por lo bajo a Morgan. Una ronda general de susurros se alzó cuando los magos aprovecharon la oportunidad para intercambiar rumores y teorías.

Busqué la mano fría y temblorosa de Molly y se la apreté.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó la chica.

—Lily ha hablado de mí como de un héroe —dije—. Todo el mundo parece sorprendido.

—¿No me puedo quitar esto todavía? —me preguntó Molly.

—Aún no —le dije.

—Harry —dijo Ramírez, acercándose a mí—, se supone que no puede hablar.

—Sí, sí —murmuré, y bajé la voz para hablar con Molly—. Tranquila, pequeña. Procura no preocuparte. Vamos bien.

Lo que no dejaba de ser cierto. Me las había arreglado para no parecer un idiota ignorante y la improvisada ceremonia de entrega de medallas por parte de Lily había establecido tácitamente mis credenciales luchadoras como algo comparable a las del soldado más capaz del Consejo. No quería decir que Molly estuviera a salvo, pero me daría una base sólida para presentar el caso. Mi credibilidad lo era todo y con aquella maniobra había hecho todo lo posible para establecer mi presencia ante el Consejo.

El merlín llevaba mucho tiempo jugando a esto y sabía exactamente lo que yo tramaba. No parecía contento. Llamó al secretario del Consejo, una vieja araña seca llamada Peabody, y conferenció con él a susurros.

—Orden —pidió el merlín pasado un momento, y los ánimos de la sala se calmaron enseguida—. Centinela Dresden —dijo el merlín—. ¿Podemos continuar con su explicación sobre la necesidad de este cónclave?

Regresé al círculo de la mano de Molly, hasta que estuvimos de pie sobre la mancha de sangre donde había sido ejecutado el chico. Quedaba un rastro psíquico de la muerte, una tensión fría y temblorosa en el aire, un eco de rabia, miedo y muerte. Molly se estremeció cuando sus pies pisaron el cemento manchado. Ella también debió de sentirlo.

Percibí un repentino destello, una imagen horrible del futuro en la que el cuerpo de Molly yacía sobre una alfombra escarlata a pocos centímetros de una bolsa de tela negra. La visión fue tan brillante y detallada que casi sustituyó la realidad ante mí.

Molly se estremeció de nuevo y susurró, tan suavemente que nadie excepto yo pudo oírlo:

—Tengo miedo.

Le apreté la mano y respondí a la pregunta del merlín según prescribía el protocolo.

—He traído ante el Consejo a una prisionera que ha roto la cuarta ley. La he traído aquí para buscar justicia, merlín.

El merlín me hizo un gesto con la cabeza, su expresión seria y distante.

—¿Esa mujer que está a su lado es la prisionera?

—Sí, es esta chica —contesté, sin poner énfasis en la corrección—. Viene a enfrentarse al Consejo abiertamente, por propia voluntad y admitiendo explícitamente sus errores.

—¿Y qué errores son esos? —preguntó el merlín—. ¿Qué ha hecho?

Miré a Morgan.

—Rompió la cuarta ley de la magia al provocar en dos adictos el miedo a tomar drogas con la intención de protegerlos a ellos y a su hijo nonato del daño de sus adicciones.

Morgan me observó atento mientras relaté los hechos. Creo que vi una leve reacción en sus ojos.

El merlín permaneció en silencio otro medio minuto y luego arqueó lentamente una ceja.

—Violó la libre voluntad de otro ser humano.

—Lo hizo, pero desde la ignorancia, merlín. No conocía las leyes ni los efectos de sus acciones. Su intención era solo la de preservar y proteger tres vidas.

—Como bien sabe, la ignorancia de la ley no supone una excusa, centinela Dresden, y no tiene peso sobre este juicio. —El merlín miró a Peabody y luego de nuevo a mí—. Supongo que ha examinado a las víctimas.

—Lo he hecho, merlín.

—¿Y ha confirmado su estado con otro centinela?

Ramírez dio un paso al frente.

—Yo lo he hecho, merlín. El trauma psíquico era serio, pero es mi creencia que ambos se recuperarán.

El merlín miró al centinela.

—¿Es esa su opinión, centinela Ramírez? Basada, sin duda, en su amplia experiencia.

Los ojos de Ramírez brillaron con rabia ante el tono del merlín.

—Es la opinión del justamente nombrado comandante regional del oeste de los Estados Unidos —contestó—. Creo que el merlín debería recordar que él mismo me nombró personalmente, si es que no ha caído en una breve nebulosa de senilidad.

—Centinela —ladró Morgan, y su tono era de absoluta autoridad—, vas a disculparte ante el merlín y a moderar el tono. De inmediato.

Los ojos de Ramírez escupían fuego. Miró de soslayo a Fix y a Lily y luego dedicó una mirada culpable a Morgan.

—Por supuesto, capitán. —Se puso derecho y le brindó una reverencia profunda y educada—. Le pido perdón, merlín. Los últimos días han sido muy difíciles. Para todos.

El merlín dejó un momento la disculpa flotando en el aire. Entonces su rígida expresión se suavizó un poco y vi en los ojos del hombre el destello de un cansancio que le calaba hasta los huesos.

—Por supuesto —dijo en voz baja al tiempo que inclinaba la cabeza—. La elección de mis palabras fue menos educada de lo que debería haber sido, centinela Ramírez. Por favor, no crea que infravaloro su actuación.

Menuda vieja víbora. Estaba quedando como una persona razonable y comprensiva ante los miembros más jóvenes del Consejo. O tal vez se estaba disculpando de verdad con Ramírez, que era el chico de portada no oficial de la joven generación de magos. Lo más probable es que estuviera haciendo las dos cosas. Aquel era más el estilo del merlín.

Me devolvió su atención.

—Continuemos. Centinela Dresden, ¿ha practicado la visión del alma con la prisionera?

—Lo he hecho —dije.

—¿Está convencido de su culpa?

Tragué saliva.

—Lo estoy —aseguré—. Pero estoy también convencido de que sus acciones no representan la malicia que define a un hechicero.

—Gracias por su opinión, centinela Dresden. —Su voz se tornó graciosamente libre de arrepentimiento—. Sin duda ofrecida a partir de su extensa experiencia.

—Disculpe, merlín. No obstante, en lo que respecta a una situación en la que el Consejo somete a un farisaico y arrogante juicio a un joven mago que cometió un solo fallo, creo que tengo más experiencia que nadie de esta sala.

La cabeza del merlín se echó hacia atrás como si lo hubiera abofeteado. No era tan sutil y proporcionado como él a la hora de insultar, pero si él iba a tomar ese camino no veía motivos para no contraatacar. Continué antes de que pudiera hablar, dando un paso al frente y dirigiéndome a toda la sala cuando hablé.

—Magos. Amigos. Hermanos y hermanas de armas. Sabéis por qué está pasando esto. Sabéis lo escasos que se han vuelto nuestros recursos. En los últimos tres años, el Consejo ha juzgado y condenado a más hechiceros que en los veinte anteriores. Niños que han crecido en una sociedad que no cree en la magia heredan de repente poderes que les era imposible imaginar y desde luego no pueden controlar. No tienen apoyo. Ni entrenamiento. Nadie que les advierta de las consecuencias de los peligros de sus acciones.

Extendí la mano y le quité la maldita capucha negra a Molly de la cabeza y de repente la chica se encontró allí de pie a plena luz. Las lágrimas le habían corrido el maquillaje hasta formar manchas oscuras en su rostro. Tenía los ojos rojos del llanto, la expresión aterrada y lejana. Se estremeció y bajó la mirada al suelo manchado de sangre.

—Esta es Molly —le dije a la sala—. Tiene diecisiete años. Su mejor amiga había perdido ya un bebé por culpa de las drogas a las que era adicta. Sabía que iba a volver a pasar, así que para proteger la vida de ese bebé, para proteger a sus amigos de la adicción, Molly tomó una decisión. Usó su poder para intervenir.

Me puse delante de Morgan.

—Tomó la decisión equivocada. Nadie niega tal cosa. Ella se lo admite a sí misma. Pero miradla. No es un monstruo. Entiende que lo que hizo estaba mal. Entiende que necesita ayuda. Se está sometiendo libremente al juicio de este Consejo. Quiere aprender a controlar su poder para usarlo de manera responsable. Vino aquí con la esperanza de encontrar ayuda y guía.

Morgan no me miró. Estaba mirando a Molly. Sus dedos no paraban de tamborilear en la empuñadura de su espada.

—He visto su alma. No es demasiado tarde para ayudarla. Creo que le debemos la oportunidad de redimirse —continué. Miré al guardián de la puerta—. Por el amor de Dios, magos, si queremos sobrevivir a esta guerra necesitaremos todo el talento que podamos conseguir. La muerte de Molly sería un desperdicio inútil.

Respiré y me giré para enfrentarme al merlín.

—Ya se ha derramado suficiente sangre en este suelo. Le suplico que considere la clemencia. Póngala bajo el destino de Damocles si debe hacerlo, pero le suplico que le perdone la vida. Me encargaré personalmente de su entrenamiento y aceptaré las consecuencias de cualquier acción que realice bajo mi tutoría.

Cayó el silencio.

Esperé a que el merlín hablara. Molly comenzó a temblar con más fuerza y unos sonidos lastimeros salieron de su garganta.

El merlín entornó los ojos y al ver esa sencilla expresión supe que acababa de cometer un terrible error al querer tomar las riendas. Primero le había sorprendido con un insulto y luego solté mi discurso de manera efectiva a los magos presentes. Podía ver en sus caras la incertidumbre y la simpatía. Más de un mago miró las manchas de sangre a mis pies y sufrió un escalofrío mientras les hablaba. Más de uno miró el rostro de Molly e hizo una mueca simpatizando con su miedo.

Había vencido al merlín. Y él lo sabía.

Y lo detestaba.

Había olvidado tener en cuenta su orgullo, su ego, su propia imagen. Era el mago más poderoso del planeta, el líder del Consejo Blanco, y no estaba acostumbrado a que lo insultaran y manipularan, en especial delante de unos extraños. Yo, un mero cachorro de mago, le había clavado el aguijón y su orgullo herido desprendía una rabia visceral. La tenía bajo control, pero no por ello era menos terrible o peligrosa.

—Centinela Dresden —dijo en un tono mortalmente calmado—, su compasión le honra, pero, como usted mismo ha apuntado, nuestros recursos son limitados en estos momentos. El Consejo no puede encomendarle a un comandante regional la carga de la peligrosa rehabilitación de una hechicera. Los deberes de la guerra y la contención de la creciente aparición de magia negra deben tener su total atención.

Oh, Dios.

—Las leyes de la magia están claras. La prisionera admite su culpa. No quedo indiferente ante su alegato, pero estamos en medio de una guerra por nuestra propia supervivencia.

Ohdiosohdiosohdios…

—Por lo tanto no supone un placer para mí pronunciar el destino de esta prisionera. El veredicto del Consejo de Veteranos es que la prisionera es una hechicera culpable de romper la cuarta ley. —Levantó la barbilla y dijo, con mucha calma—: La sentencia es la muerte. Se llevará a cabo de inmediato.