8

Elaine se apartó y dio una vuelta por mi apartamento. No había mucho que ver.

La casa consta de un cuarto de estar y un dormitorio pequeño. La cocina no es más que un agujero en la pared con un fregadero y una nevera. El suelo es de piedra gris y lisa, pero yo lo he cubierto casi todo con una docena de alfombras.

Todos los muebles son de segunda mano, pero cómodos. No hay nada que haga juego. Las paredes están llenas de estanterías con libros y en los huecos libres hay varios tapices, además de un póster de La guerra de las galaxias que Billy me regaló por Navidad. Es el antiguo, ese en el que aparece la princesa Leia enroscada en la pierna de Luke.

Bueno, así era mi apartamento en un día normal. Últimamente lo tenía un poco abandonado. No olía muy bien, y las cajas de pizza y las latas de Coca-Cola vacías que ya no cabían en el cubo de la basura estaban esparcidas por el suelo de la cocina. Apenas se podía caminar sin tropezar con alguna prenda de ropa sucia. Sobre los muebles había papeles garabateados, lápices y bolígrafos.

Elaine caminó por todo aquello como un miembro de la Cruz Roja en una zona de guerra y negó con la cabeza.

—Ya sé que no me esperabas, Harry, pero si lo llego a saber me pongo menos elegante. ¿Vives en esto?

—Elaine —dije recuperando el aliento—, estás viva.

—Esperaba algún piropo un poco más encendido, pero supongo que podría ser peor. —Me contempló desde la entrada de la cocina—. Estoy viva, Harry. —Su rostro se ensombreció con un toque de preocupación—. ¿Cómo estás?

Me dejé caer sobre el sofá y los papeles crujieron bajo mi peso. Liberé la energía que había reunido para defenderme, y la punta brillante de mi varita se apagó, dejando el apartamento a oscuras. Seguí con la mirada fija en su postimagen.

—Alucinando —dije por fin—. Esto no está pasando. Es imposible, tiene que ser un truco o algo.

—No, soy yo. Si fuera un ser del Más Allá ¿habría podido cruzar tu umbral sin ser invitada? ¿Alguien más sabe cómo activas tus conjuros de protección?

—Cualquiera lo podría averiguar —contesté.

—Ya. ¿Sabe alguien más que suspendiste el examen de conducir cinco veces en una semana? ¿O que te lesionaste el hombro intentado impresionarme jugando al fútbol el primer año de instituto? ¿Qué nos vimos el alma la primera noche que pasamos juntos? Creo que aún recuerdo hasta la combinación de nuestra taquilla, si quieres te la digo.

—Dios mío, Elaine. —Moví incrédulo la cabeza. Elaine, viva. Mi cerebro no se hacía a la idea—. ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo?

Entre las sombras vi como se apoyaba contra la pared. Se mantuvo en silencio durante un rato, como si tuviera que escoger las palabras con cuidado.

—Primero porque no sabía si habías sobrevivido. Y después… —inclinó la cabeza—. No estaba segura de querer. O de que tú quisieras. Habían pasado demasiadas cosas.

Mi sorpresa e incredulidad se desvanecieron ante una repentina punzada de dolor y una furia bastante antigua.

—Buen eufemismo —dije—. Intentaste acabar conmigo.

—No —dijo—. Dios no, Harry. No lo entiendes, jamás quise eso.

Mi voz adquirió un tono cortante.

—Y por eso me lanzaste aquel amarre. Por eso me sujetabas mientras Justin intentaba destruirme.

—Nunca quiso matarte…

—No, solo quería entrar en mi cabeza. Controlarme. Convertirme en una especie de… de… —Me faltaban las palabras ante tanta frustración.

—Esclavo —dijo Elaine en voz baja—. Te había lanzado multitud de conjuros para asegurarse tu lealtad. Para convertirte en su esclavo.

—Algo peor que la muerte. Y tú lo ayudaste.

Su voz se quebró por la ira.

—Sí, Harry. Lo ayudé. Eso es lo que hacen los esclavos.

La furia que sentía de repente se calmó.

—¿Qué…? ¿Qué dices?

Vi como su difusa silueta asentía.

—Justin me atrapó unas dos semanas antes de que enviara a aquel demonio tras de ti. Aquel día me quedé en casa enferma, ¿te acuerdas? Cuando llegaste a casa del instituto ya me tenía. Intenté resistirme, pero era una cría. No tenía suficiente experiencia. Y después de convertirme en su sierva, no vi ninguna razón para seguir luchando.

La observé durante un largo minuto.

—Me estás diciendo que no tuviste elección. —Respiré hondo—. Te obligó a hacerlo. Te obligó a ayudarlo.

—Sí.

—¿Por qué coño te tengo que creer?

—No espero que lo hagas.

Me levanté y comencé a caminar arriba y abajo.

—Es increíble que me estés diciendo que el demonio te obligó a hacerlo.

¿Tienes idea de lo mala que es esa excusa?

Elaine me contempló con detenimiento, la expresión de sus ojos grises era pensativa y triste.

—No es una excusa, Harry. No hay excusa posible para el dolor que te causé.

Me detuve y la miré indignado.

—Entonces, ¿por qué me vienes ahora con esto?

—Porque es necesario —murmuró—. Porque eso fue lo que pasó.

Mereces saberlo.

Guardé silencio un buen rato y luego pregunté: —¿De verdad te hizo su esclava?

Elaine se estremeció y asintió.

—¿Qué sentiste?

Se mordió el labio inferior.

—No sabía lo que estaba pasando. Al menos al principio. No podía pensar con claridad. Justin me dijo que necesitabas que alguien te dijera lo que tenías que hacer y que si te sujetaba el tiempo suficiente para que él te explicara las cosas, todo saldría bien. Lo creí. Confiaba en él. —Negó con la cabeza—. Jamás quise hacerte daño, Harry. Jamás. Lo siento.

Me senté y me froté la cara con las manos mientras sentía que una multitud de emociones escapaban a mi control. Sin la ira para sustentarme, lo único que quedaba dentro de mí era dolor. Creía que había superado la pérdida de Elaine, su traición. Creía que lo había olvidado, que había pasado página.

Estaba equivocado. Las heridas volvieron a abrirse con el mismo dolor de hace años. Puede que con más. Tuve que concentrarme para controlar mi respiración, el tono de mi voz.

La había amado. Quería creerla con todas mis fuerzas.

—Te… te busqué —dije con un hilo de voz—. En el fuego y en el agua.

Mandé a varios espíritus para que peinaran la Tierra en busca de cualquier rastro tuyo. Con la esperanza de que hubieras sobrevivido.

Se apartó de la pared y caminó hasta la chimenea. Escuché como echaba unos troncos y luego murmuró algo con voz suave y profunda. Una lengua de fuego lamió los leños suavemente, primero era pequeña y azul y luego se transformó en una luz dorada y oscura. Observé su perfil mientras miraba el fuego.

—Salí de la casa antes de que tú y Justin hubieses terminado —dijo por fin—. Sus conjuros habían comenzado a perder fuerza y luché contra ellos.

Estaba confusa, aterrorizada. Supongo que salí corriendo. Aunque ni siquiera lo recuerdo.

—¿Pero dónde has estado? —pregunté—. Elaine, te busqué durante años. Años.

—Donde no pudieras encontrarme, Harry. Ni tú ni nadie. Descubrí un santuario. Un escondrijo. Pero había que pagar un precio, y por eso estoy aquí.

Alzó la vista y aunque su rostro parecía tranquilo y seguro, vi miedo en sus ojos y lo escuché en el tono de su voz.

—Estoy en un lío.

Mi respuesta fue inmediata. Para mí la caballerosidad no ha muerto, es un reflejo involuntario. Podría haber sido cualquier otra mujer pidiéndome ayuda, habría dado igual. Quizá hubiese tardado un segundo o dos más en reaccionar, pero eso era todo. Con Elaine, no había necesidad de pensar nada.

—Te ayudaré.

Sus hombros se relajaron y asintió mientras tensaba los labios e inclinaba la cabeza.

—Gracias. Gracias, Harry. Me revienta hacerte esto, cargarte con mis problemas después de tanto tiempo. Pero no sé a quién más acudir.

—No —dije—, no importa. De verdad. ¿Qué pasa? ¿Por qué crees que estás en peligro? ¿A qué te refieres con «pagar un precio»?

—Es complicado —dijo—. Pero la versión corta es que me concedieron asilo en la corte sidhe del Verano.

El estómago se me desplomó hasta los pies.

—Estoy en deuda con Titania, la reina del Verano, por darme protección.

Y ahora ha llegado el momento de pagar. —Respiró hondo—. Se ha producido un asesinato en el reino de la sidhe.

Me froté los ojos.

—Y Titania quiere que seas su emisario. Quiere que encuentres al asesino y demuestres que la culpable es la reina del Invierno. Te dijo que hoy el emisario de la reina Mab contactaría contigo, pero no te aclaró quién podría ser.

Los ojos de Elaine se abrieron como platos y guardó silencio. Nos miramos durante un largo momento antes de que ella susurrase: —Estrellas y piedras. —Se apartó el pelo de la cara con una mano, en lo que yo sabía era un gesto nervioso, aunque no lo pareciera—. Harry, si no lo consigo. Si no pago mi deuda, me… sería muy malo para mí.

—¡Madre mía! —susurré—. No me digas más. Mi situación con Mab es más o menos la misma.

Elaine maldijo en voz baja.

—¿Qué vamos a hacer?

Hum —dije.

Me miró expectante.

Le espeté: —Estoy pensando, estoy pensado. Hum.

Se levantó y dio varias zancadas largas a través del cuarto de estar, preocupada.

—Tiene que haber algo… alguna forma de salir de esta. Dios, a veces su sentido del humor me pone mala. Mab y Titania se lo estarán pasando en grande ahora mismo.

De haber tenido energía, yo también me habría puesto a caminar. Cerré los ojos e intenté pensar. Si no satisfacía la petición de Mab, prohibiría el paso por su reino al Consejo. Este dictaminaría que no había superado la prueba, harían un paquetito conmigo y me entregarían a los vampiros. No sabía cuál era exactamente la situación de Elaine, pero suponía que su trato no sería mucho mejor. Sentí una punzada en el corazón.

Elaine siguió caminando, desesperada.

—Vamos, Harry. ¿En qué estás pensando?

—Pienso que si a este dilema le salen más cuernos, le voy a pegar un tiro y luego lo voy a colgar de la pared.

—¿Cuándo te va a entrar en la cabeza que hay ocasiones en las que no se puede bromear? Se nos tiene que ocurrir algo.

—Vale, ya lo tengo —dije—. Coge tus cosas y acompáñame.

Elaine buscó entre las sombras junto a la chimenea y sacó un fino bastón de madera clara, decorado con figuras abstractas que se retorcían a lo largo de la caña.

—¿Adónde vamos?

Me incorporé.

—A pedir ayuda al Consejo.

Elaine arqueó las cejas.

—No te lo tomes a mal, Harry, pero ¿estás loco?

—Escúchame.

Apretó los labios, pero asintió con decisión.

—Es muy sencillo. Esto nos viene grande. Necesitamos ayuda. Y de todas formas tienes que presentarte ante el Consejo.

—¿Y eso por qué?

—Oh, venga ya. Eres humana, Elaine, y una maga. Eso es lo más importante para ellos. Se pondrán de nuestra parte y contra las hadas y nos dirán cómo salir de este lío.

Elaine se estremeció al oír la palabra «hadas», y miró con recelo a su alrededor, como por acto reflejo.

—Ese no se parece en nada al Consejo del que me han hablado.

—Quizá porque el que te habló tenía una opinión sesgada —le dije.

Elaine asintió.

—Quizá. El Consejo del que me han hablado casi te ejecuta por defenderte de Justin.

—Sí, bueno, pero…

—Te dejaron en libertad vigilada con la amenaza de una ejecución sumaria y casi tienes que matarte para convencerlos de tu inocencia.

—Ya, pero de todas formas tenía una pulsión suicida. Quiero decir que no lo hice para que el Consejo…

Negó con la cabeza.

—Dios, Harry. No te das cuenta ¿verdad? Al Consejo no le importas. No quieren protegerte. Te soportan mientras no te pases de la raya y te conviertas en una molestia.

—Ya soy una molestia.

—En un estorbo, entonces —concluyó Elaine.

—Oye, ya sé que algunos miembros del Consejo son tontos del culo. Pero también hay buena gente.

Elaine se cruzó de brazos y volvió a negar con la cabeza.

—¿Y cuántas de esas buenas personas no quieren saber nada del Consejo?

—Elaine…

—No, Harry. En serio. No quiero tratos con esa gente. He llegado a adulta sin su supuesta protección. Creo que me las arreglaré sin ellos.

—Elaine, deben saber de tu existencia por ti. Si te presentas ante ellos, aplacarás la preocupación o la desconfianza que puedan sentir.

—¿Desconfianza? —exclamó Elaine—. Harry, no soy ninguna delincuente.

—Así no se hacen las cosas, Elaine.

—¿Y quién les va a hablar de mí? ¿Hum? ¿Pensabas aparecer por allí con el chisme?

—Claro que no —contesté.

Pero sí pensaba en los problemas que iba a tener si alguno de los centinelas se enteraba de que estaba asociado con alguien que quizá hubiese violado la primera ley, y que además fue aprendiz de Justin DuMorne. Si a la mala fama de la que ya gozaba, le añadía la sospecha, puede que acabara por hundirme definitivamente sin importar el resultado de la investigación. ¿A que tengo una vida estupenda?

—No diré nada —dije por fin—. Eso tienes que hacerlo tú, Elaine. Pero por favor, créeme. Confía en mí. Tengo amigos en el Consejo. Nos ayudarán.

La expresión de Elaine se dulcificó y perdió algo de firmeza.

—¿Estás seguro?

—Sí —dije—. Te lo prometo.

Se apoyó en su bastón extrañamente tallado sin parecer muy convencida.

Iba a abrir la boca para decir algo cuando mi puerta de acero reforzado retumbó ante los golpes de un puño fuerte.

—Dresden —gritó Morgan desde el otro lado—. Abre, traidor. Tengo que hacerte un par de preguntas.