Capítulo 16
Me desperté cuando alguien me sacudió el hombro mientras otra persona me sostenía la nuca contra una sierra de talar.
—Harry —dijo Molly. Hablaba a través de una especie de megáfono presionado directamente contra un lateral de mi cabeza al tiempo que la golpeaba con una especie de martillo—. Eh, jefe. ¿Me oyes?
—Oh —exclamé.
—¿Qué ha pasado?
—Oh —repetí contrariado, como si la interjección explicara algo.
Molly soltó un sonido exasperado y nervioso.
—¿Te llevo al hospital?
—No —mascullé—. Aspirina. Un poco de agua. Y deja de gritar.
—Estoy susurrando —dijo, y se levantó. Cuando subió por las escaleras, sus botas de combate aporrearon el suelo como si fueran las pezuñas de Godzilla.
—Bob —dije en cuanto se hubo ido—. ¿Qué ha pasado?
—No estoy seguro —dijo Bob con voz queda—. O ha estado haciendo ejercicio o usa alguna loción milagrosa en los brazos. Todavía tenía algo de grasilla cuando se hizo los tatuajes, eso siempre provoca que los cambios sean más notables, y…
—Con ella no —gruñí mientras una serie de imágenes apocalípticas rondaban mi cerebro agonizante—. Conmigo.
—Ah —dijo Bob—. Algo golpeó con fuerza la maqueta. Una ráfaga de energía. ¡Bum! La reacción psíquica fundió tus fusibles mentales.
—¿Es grave?
—Es difícil de decir. ¿Cuántos dedos tengo levantados?
Suspiré.
—¿Es grave lo de Pequeño Chicago, Bob?
—Tienes que ser más concreto con estas cosas, Harry. Podría ser peor. Una semana para arreglarlo, a lo sumo.
Gruñí.
—Todo parece demasiado claro y brillante. —Probé mis brazos y piernas. Me dolían al moverlos. Era un dolor extraño, pero al menos se movían—. ¿Qué sucedió exactamente?
—Tuviste suerte. Algo con lo que te encontraste allí te lanzó una gran carga de energía psíquica. Sin embargo, tenía que traspasar tu umbral y la maqueta. El umbral lo debilitó y Pequeño Chicago hizo un cortocircuito en el momento del impacto, si no…
—¿Si no qué? —pregunté.
—Si no, no tendrías ese dolor de cabeza —dijo Bob. Las luces de sus ojos se apagaron.
Las botas de Molly bajaron ruidosamente por las escaleras. Colocó en la mesa un par de velas nuevas que había traído, respiró hondo, cerró los ojos un momento y murmuró el mismo hechizo que usaba yo para encenderlas.
La luz penetró en mi cerebro y me dolió. Mucho. Di un respingo y me puse un brazo en la cara.
—Lo siento —dijo—. No he pensado. Ni siquiera te he visto ahí abajo, y…
—La próxima vez méteme un lápiz en cada ojo —murmuré un momento después.
—Lo siento, Harry —dijo—. La aspirina.
Extendí una mano. Me colocó un bote de aspirinas en ella y un vaso de agua fría en la otra. Abrí el bote con los dientes, me eché varias en la boca y las empujé con el agua. Exhausto por aquel esfuerzo monumental, me tendí en el suelo para compadecerme de mí mismo, hasta que después de varios crueles minutos la medicina comenzó a funcionar.
—Molly, ¿teníamos clase hoy?
—No, pero la sargento Murphy te llamó a casa. Me dijo que no respondías al teléfono. Pensé en venir para ver si pasaba algo.
Gruñí.
—Bien hecho. ¿Has tenido problemas para traspasar los hechizos de protección?
—No, esta vez no.
—Bien. —Con cuidado, comencé a abrir los ojos hasta que se acostumbraron a la luz de las velas.
—Ratón. Es probable que Ratón necesite que lo saques.
Oí un sonido seco y miré al hueco de las escaleras. Ratón estaba allí agachado, arreglándoselas para parecer preocupado.
—Estoy bien, nenaza —lo increpé—. Vamos.
Molly subió las escaleras y luego se quedó quieta, con la vista fija en Pequeño Chicago.
La miré, me incorporé un poco y escudriñé la mesa.
Había un agujero en mitad de la maqueta, no muy lejos del punto donde Capa Gris había entrado en Subciudad. Uno de los edificios estaba medio derruido; el estaño se había derretido y se derramaba por el agujero como cera líquida.
Si la mesa no hubiera absorbido el golpe mágico, sería mi cabeza la que tendría aquel agujero ardiente. Ese era parte del propósito de Pequeño Chicago, una herramienta y una medida de seguridad para trabajar con dicha clase de magia. En cualquier caso, ver algo así era desconcertante.
Tragué saliva. Cowl. Había sido Cowl. Percibí el odio y el veneno en su voz, la familiaridad… el abrumador poder de su magia era inconfundible. Había sobrevivido al Darkhallow. Estaba trabajando para el Círculo, que sin duda era el Consejo Negro; había un mal suelto en Chicago más grande de lo que creía.
Oh, sí. Esta situación estaba comenzando a ponerme nervioso.
Me giré hacia Molly.
—Como he dicho, esta mesa es peligrosa, pequeño saltamontes. Así que no juegues con ella hasta que yo te lo diga, ¿de acuerdo?
Molly tragó saliva.
—De acuerdo.
—Vamos, encárgate de Ratón. Hazme un favor, llama a Murphy al móvil. Dile que venga.
—¿Necesitas que te ayude hoy? —me preguntó—. ¿Qué vaya contigo y eso?
La miré. Luego a la mesa. Otra vez a ella.
—Solo preguntaba —dijo Molly concluyente, y se apresuró a subir las escaleras.
Después de haberme duchado, afeitado y haberme puesto ropa limpia, me sentí casi humano, a pesar de que seguía teniendo un terrible dolor de cabeza. Murphy llegó poco después.
—¿Qué demonios te ha pasado? —dijo a modo de saludo.
—Recibí un puñetazo psíquico de Cowl —le expliqué.
Murphy saludó a Ratón rascándole el mentón con ambas manos.
—¿Quién es Cowl?
Gruñí.
—Claro, lo olvidada. Cuando conocí a Cowl tú estabas en Hawái con tu chico objeto.
Murphy me dedicó una sonrisa pícara.
—Kincaid no es un chico objeto, es un hombre objeto. Sin duda.
A Molly, que estaba tendida en el suelo con los pies apoyados en la pared leyendo, se le cayó el libro sobre la cara. Lo recuperó torpemente con ambas manos y trató de mostrar desinterés por nuestra conversación. Hubiera sido mucho más convincente de no haber sostenido el libro al revés.
—Resumiendo —le dije—. Cowl es un mago.
—¿Humano? —preguntó Murphy.
—Estoy casi seguro, pero nunca le he visto la cara. Lo único que sé sobre él es que es más fuerte que yo. Es mejor que yo. Me enfrenté a él en una batalla justa y tuve la suerte de sobrevivir.
Murphy frunció el ceño.
—¿Y cómo es que lo venciste?
—Dejé de luchar siguiendo las reglas y le moví el codo mientras estaba manejando potentes explosivos sobrenaturales. ¡Bum! Creía que estaba muerto.
Murphy se sentó en una silla, expectante.
—Vale —dijo—. Será mejor que me lo cuentes todo.
Me froté mi dolorida cabeza y puse al día a Murphy, desde el momento en el que la dejé el día anterior hasta mi confrontación con Cowl. Omití algunos detalles sobre Elaine y todo lo referente al Círculo. Era una información demasiado peligrosa para ir soltándola por ahí. Demonios, ojalá yo mismo no supiera nada del tema.
—Skavis —musitó Murphy—. He oído eso en alguna parte.
—Es una de las grandes Casas de la Corte Blanca —dije asintiendo—. Raith, Skavis y Malvora son las tres mayores.
—De acuerdo —dijo Murphy—. Vampiros psíquicos. Raith se alimenta de la lujuria, Malvora del miedo, ¿qué hacen estos de Skavis?
—Les gusta el dolor —expuse—. O la desesperación, depende de cómo traduzcas algunos de los textos que el Consejo ha reunido sobre ellos.
—Y el suicidio —argumentó Murphy— es la última muestra de desesperación.
—Con una mente así —apunté—, deberías ser detective.
Nos quedamos callados un minuto.
—Veamos si lo he entendido —dijo Murphy—. Este Skavis está en la ciudad. Según tu ex, la investigadora privada contratada por Anna Ash, ha matado a mujeres en otras ciudades y ahora lo está haciendo aquí… De momento cuatro, y Anna está destinada a ser la quinta.
—Sí —confirmé.
—Entretanto, este Capa Gris que trabaja para Cowl se encuentra en la ciudad haciendo más o menos lo mismo, pero no crees que haya venido a ayudar al Skavis, quienquiera que sea. Crees que trabaja contra el asesino, junto al Pasajero, quienquiera que sea. Crees que estos dos dejaron pistas en los cuerpos para involucrarte en la investigación y que llegaras al Skavis.
—Mejor aún —dije—. Creo que sé quién es el Pasajero.
—¿Quién? —preguntó Murphy.
—Beckitt —dije—. Tiene sentido. Su esposa está infiltrada entre las mujeres, es su fuente de información. Se ha puesto varias veces en mi contra y ha salido airoso; además, le costé varios años de su vida y una lucrativa porción de un imperio criminal. Cuenta con muchas razones para que yo no le guste. Era con él con quien hablaba Capa Gris, el Malvora.
—¿Capa Gris es un Malvora? ¿De dónde sacas eso?
—Habló de sus gustos comunes con los Skavis, en lo que se refiere a dejar que la presa viera venir lo que se le venía encima antes de la muerte. Los Malvora lo hacen para que la presa sienta miedo. Los Skavis, para que estén más cansados, listos para rendirse a la desesperación.
Murphy asintió con los labios fruncidos.
—Y a la Corte Blanca le gusta manipularlo todo indirectamente. Se sirven de otros para que les hagan el trabajo sucio.
—Como por ejemplo de mí, para eliminar la competencia del Skavis.
—Lo cual tiene sentido, ya que Malvora y Skavis son rivales.
—De acuerdo —convine—. Y confío bastante en mi suposición. Igual que pienso que Beckitt es nuestro Pasajero.
—Es una teoría creíble, Dresden —opinó Murphy.
—Gracias, lo sé.
—Pero Beckitt murió hace siete años. Lo mataron en la cárcel.
—Supongo que Beckitt hizo un trato con los Malvora y… —Parpadeé—. ¡¿Qué?!
—Murió —repitió Murphy—. Hubo un altercado. Murieron tres presos, varios resultaron heridos. Él fue uno de ellos; estaba en el peor lugar en el peor momento. Un preso estaba forcejeando para controlar el arma de un guardia. Se disparó y mató a Beckitt al instante.
—¡Ag! —protesté. Detesto cuando el mundo real ignora una suposición lógica y racional—. ¿Y si lo fingió todo?
Sacudió la cabeza.
—Lo he investigado, hablé con el guardia. Se realizó una autopsia, la familia identificó el cuerpo, se celebró un funeral. Todo. Está muerto, Harry.
—Vaya, maldita sea —dije frotándome la cabeza—. Tenía sentido.
—Así es la vida —dijo Murphy—. Entonces, ese escondrijo que encontraste…
—A estas alturas no existe —dije.
—Podría valer la pena ir de todas maneras, si te llevas a Krypto contigo. —Se agachó y le plantó un beso a Ratón en la cabeza. Vaya, mi perro disfruta de más acción que yo—. Tal vez Capa Gris, el supuesto Malvora, dejó algún rastro.
—Merece la pena mirar, supongo —dudé—. Aunque estoy casi seguro de que es bastante meticuloso para borrar también eso.
—¿Quién va por ahí borrando su olor de los sitios? —preguntó Murphy.
—Los vampiros. Siguen el rastro de esa manera, como Ratón.
—Ah, vale —suspiró Murphy—. Otro edificio quemado.
—No… —comencé.
—¡No es su culpa! —dijo Molly.
—No es tu culpa —convino Murphy—. Lo sé. Pero va a parecer muy raro. Mi coche explota y un edificio a una manzana de distancia también, a las pocas horas.
Gruñí.
—¿El mismo dispositivo?
—¿Tú qué crees?
—El mismo dispositivo.
Murphy asintió.
—Estoy seguro de que será así. Les va a costar un tiempo averiguarlo de todas maneras. ¿Te vio alguien?
—A mí y a otro millón de personas. Pero mucha gente va a empezar a hacer preguntas dentro de poco. Cuanto antes acabemos con esto, mejor.
Hice una mueca.
—Anoche no debería haber optado por la maniobra sutil. Debería haberle hecho pedazos allí mismo. Ahora no tengo modo de encontrarlo y, además, es consciente de que lo estamos buscando.
—Sí, pero Capa Gris no es nuestro problema principal —dijo Murphy—. Es un actor secundario. El Skavis es el verdadero asesino, ¿no?
—Sí —dije con cautela—. Eso es cierto. Y no tenemos ninguna pista sobre quién es o dónde se encuentra.
Murphy frunció el ceño.
—Pero es un vampiro, ¿no? Puedes detectar a un vampiro, ¿verdad?
—No es tan simple con los de la Corte Blanca —expliqué—. Se esconden mejor que cualquier otra raza. No tenía ni idea de lo que era Thomas cuando lo conocí. Y recuerda aquella vez que hablaste con Darby Crane.
—Sí.
—¿Te pareció un vampiro?
—Más bien me pareció un ligón —dijo Murphy—. No obstante, tú sabías que era Madrigal Raith.
—Lo supuse —la corregí—. Es probable que reconociera inconscientemente el parecido familiar con lord Raith. Por eso impedí que te tocara. No fue un chivatazo mágico ni nada parecido. —Fruncí el ceño—. Demonios, no me extrañaría que tuvieran la habilidad oculta de nublar el entendimiento de su presa. Cuando Inari Raith trató de alimentarse de mí, a pesar de que estaba en su maldita casa, aunque sabía que era una súcuba y estaba en mi habitación, nunca se me ocurrió pensar que pudiera suponer una amenaza; hasta que fue demasiado tarde.
—Lo mismo me pasó con Crane —dijo Murphy—. Entonces el Skavis… podría ser cualquiera.
—Estoy bastante seguro de que no soy yo —argumenté—. Estoy casi igual de seguro de que no eres tú.
—¿Estás seguro de ser un investigador privado profesional?
—A veces me lo pregunto.
—¿Qué pasa con Thomas? —preguntó Murphy.
—Es más un matón contratado que un investigador.
Murphy me miró de soslayo.
Me dedicó una pequeña sonrisa, pero se difuminó pronto bajo el prisma de la realidad.
—He dejado mensajes. De momento nada.
—Tampoco era eso lo que quería decir —dijo Murphy sin perder la calma—. ¿Podría seguir involucrado? ¿Es posible que fuera el Pasajero?
—No era él.
De nuevo, alzó una mano.
—Harry, ¿es posible?
—Mira, sabemos que el asesino es un Skavis.
—Sabemos lo que piensa Capa Gris —me corrigió Murphy—. Pero se te olvida algo.
—¿Qué?
—Que una de las mujeres murió en los estertores de una pasión sobrenatural. Ni por miedo ni por desesperación.
La miré resentido.
—¿Es físicamente posible? Posible. Es lo único que pregunto.
—Supongo —dije con calma—. Pero Thomas no es el socio de Capa Gris. ¿Y si…? —No pude finalizar la frase.
—¿Y si tu Pasajero lo tiene secuestrado? —preguntó Murphy—. ¿Y si la misión de la que habla consiste en presionar a Thomas para sacarle cierta información?
Hice una mueca.
—Thomas ya se hubiera puesto en contacto conmigo.
—Tenemos poco tiempo. Capa Gris pensaba que pasaría un día o dos antes de que el Skavis se moviera, ¿no es así?
—Sí.
—Hasta el momento, tú crees que el tipo ha actuado con inteligencia. Tal vez también lo haga respecto a esto.
—Podemos conservar un hálito de esperanza —argüí—. ¿Qué has averiguado acerca de Jessica Blanche?
—Todavía sigo trabajando en ello. He mandado a varios agentes a preguntar por ahí, pero voy a necesitar trabajo de campo. —Solté un suspiro.
—Yo tengo que ponerme en contacto con Elaine y la Ordo. Puedo intentar hacer hablar a Helen Beckitt. Y también puedo hacer algunas llamadas a otros centinelas. A lo mejor alguien ha oído algo sobre las últimas actividades de la Corte Blanca.
Murphy se levantó de la silla.
—Parece que tenemos un plan.
—Si lo repetimos varias veces, puede que hasta lleguemos a creérnoslo —dije—. Vamos.