Capítulo 39
—Lo sabía —exclamó Ramírez—. Sabía que era una trampa.
Se volvió para mirarme y parpadeó. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía los dientes apretados en una amplia sonrisa.
—Tienes razón —le dije—. Lo es.
Había visto a algunos profesionales crear un paso al Más Allá. La más joven de las reinas sidhe lo hacía con tal facilidad que ni te dabas cuenta hasta que ya estaba hecho. Alguna vez vi a Cowl abrir pasos hacia el Más Allá sin esfuerzo alguno, como si se tratara de una simple puerta corredera de la que apenas se notaba su existencia hasta que desaparecía unos segundos más tarde, dejando atrás el mismo olor a moho que ahora inundaba la caverna.
Para mí era imposible hacerlo con semejante facilidad o sutileza.
Pero sí igual de rápido y con la misma efectividad.
Giré sobre mis pies al tiempo que los necrófagos inundaban la caverna y se abalanzaban contra los amontonados miembros de la Corte Blanca en un frenesí asesino.
—¡Vamos! —gritó Ramírez—. De todos modos no puedo correr, los mantendré entretenidos, ¡vete de aquí!
—¡Recupérate y cúbreme las espaldas! —exclamé.
Reuní de nuevo mi voluntad y me pasé el bastón a la mano derecha. Las runas cobraron vida y apunté el bastón hacia un espacio a metro y medio sobre el suelo de la caverna. Entonces liberé la voluntad concentrada y las energías alineadas en mi bastón para llevar a cabo mi propósito.
—¡Aparturum!
Una furiosa luz dorada y escarlata fluyó por la longitud de la madera, descosiendo unos cuantos hilos en la realidad. Desplacé el bastón de izquierda a derecha para dibujar una línea de fuego en el aire y, pasado un momento, la línea se extendió como un incendio en una cortina, o como la lluvia en la ventanilla de un coche. A su paso, se iba formando una abertura desde La Fosa de los Raith hacia el Más Allá.
Al otro lado del portal se vislumbraba un paisaje boscoso nevado. La luz plateada de la luna se colaba por la abertura, y el viento helado que soplaba al otro lado llenó la caverna de polvo de nieve. La sustancia del mundo espiritual se transformaba en una fría gelatina al pasar a este mundo; era el ectoplasma que quedaba cuando la materia espiritual revertía a su estado natural.
Se produjo un baile de sombras en la entrada y apareció de repente mi hermano, con el sable en una mano y la escopeta recortada en otra. Thomas iba ataviado con prendas de cuero de motorista y sus pesadas protecciones, entre ellas una auténtica cota de malla que recubría la chaqueta. Tenía el pelo recogido en una coleta y los ojos le resplandecían por la excitación.
—¡Harry!
—¡Tómate tu tiempo! —le ladré—. ¡No es que estemos en medio de una crisis ni nada parecido!
—Los otros vienen ense… ¡Cuidado!
Me giré a tiempo de ver a uno de los necrófagos en el aire, planeando hacia mí con las garras de manos y pies extendidas para arrancar y despedazar todo lo que se encontraran a su paso.
Ramírez gritó y le lanzó a esa cosa una de sus descargas verdes. Alcanzó al necrófago en la cúspide de su vuelo y le hizo un agujero del tamaño de una papelera en el abdomen.
El necrófago aterrizó salpicando tripas y furia. Continuó luchando, aunque sus piernas se revolvían como la cola de una foca, apenas hábiles.
Salté hacia atrás, o eso intenté. Abrir una puerta al Más Allá no es complicado pero tampoco es fácil, y, entre eso y toda la energía empleada en la lucha, estaba empezando a llegar a mi límite físico. Me temblaron las piernas y mi salto fue débil, casi estático.
Thomas me arrastró los últimos quince centímetros; de no haber sido así, no hubiera sido capaz de evitar las garras del necrófago. Extendió el brazo, escopeta en mano, y separó la cabeza del demonio de sus hombros, lo cual desperdigó pedacitos voladores de hueso y cuerno y una horrible nebulosa de sangre negra.
Incluso después de aquello, el demonio todavía se aferró a él con una mano y comenzó a rastrillar sus garras contra el cuerpo de mi hermano. El poder del necrófago mutilado era enorme. Los eslabones de la cota de malla se rompieron y salieron despedidos. Thomas dejó escapar un grito de sorpresa e indignación.
—Qué demonios… —gruñó. Dejó caer la escopeta y cercenó el brazo atacante del necrófago con el sable. Luego se liberó de la mano que le seguía aferrando y arrojó el cuerpo de la bestia todo lo lejos que le fue posible.
—¿Qué demonios ha sido eso? —jadeó al tiempo que recuperaba la escopeta.
—¡Uf! —le dije—, ese solo era uno.
—¡Harry! —dijo Ramírez al tiempo que retrocedía lo mejor que le permitía la pierna herida. Chocó conmigo y tuve que estabilizarlo antes de que perdiera el equilibrio. El condenado cuchillo aún le sobresalía de la pantorrilla.
Una docena de demonios cargó contra nosotros.
A continuación, todo transcurrió a cámara lenta, como me sucede algunas veces cuando la adrenalina me pone frenético.
El interior de la caverna se había vuelto loco. Los necrófagos llevaban allí apenas treinta segundos, pero había varias decenas de ellos y no paraban de salir más por la puerta oval al otro extremo de la sala. Los demonios atacaban a todo el mundo con idéntica ferocidad y furia. Había caído una mayor cantidad de ellos sobre el contingente de las Casas Malvora y Skavis, no tantos sobre el lado Raith, pero aquello bien pudo ser una cuestión de simples números y proximidad.
Los vampiros estaban en su mayoría desarmados y nada preparados para una pelea, con la guardia baja. Cierto es que tal circunstancia no implica lo mismo para un vampiro que para cualquier persona normal, no obstante, las paredes estaban salpicadas de su sangre pálida en la zona donde los necrófagos se habían lanzado contra ellos. La batalla que estaba teniendo lugar era horrible.
Lady Malvora le arrancó el brazo a un necrófago. La piel de la vampiresa parecía de mármol blanco y duro cuando procedió a golpear al monstruo en la cabeza y los hombros con su propio miembro cercenado. El necrófago cayó con el cráneo destrozado, pero cuatro criaturas más enterraron a la noble de la Corte Blanca bajo su peso y poder y, literalmente, la hicieron pedazos delante de mis ojos.
En otro lugar, un vampiro cogió un sofá de dos metros de largo y golpeó con su extremo a un par de demonios que estaban destrozando el cuerpo de una esclava caída. En otro punto, lord Skavis había reunido a varios de sus aliados junto a él y, entre todos, resistían a los necrófagos enloquecidos del mismo modo que una roca ignoraba a una gran ola. Al menos de momento.
La situación en otros lugares no era tan favorable.
Un vampiro, tratando de huir, tropezó con una esclava humana, una chica de no más de dieciocho años, y le asestó tal puñetazo de pura frustración que le rompió el cuello. Un instante más tarde fue derribado por los necrófagos. Otros parecían haber perdido el control de su hambre demoniaca por completo y se habían arrojado sobre los esclavos sin tener en cuenta el género o sus gustos particulares para la comida. Una esclava se retorcía bajo un Skavis, gritando e introduciéndose los pulgares en sus propios ojos. Otro se estremeció bajo el miedo inducido por un Malvora y sufrió un ataque al corazón o algo parecido en medio de fuertes convulsiones, hasta que apareció una marea de demonios a su derecha y se cernieron sobre el depredador y la presa sin hacer distinción alguna. Los miembros de la Casa Raith no parecían tan alterados como los de las demás; o tal vez solo se debía a que habían comido más aquel día. Solo los vi derribar a un par de esclavos sobre la piedra, arrancarles la ropa y devorarlos allí mismo.
Al igual que con lord Skavis, también se había formado un núcleo organizado alrededor de Lara y su padre. Alguien, me pareció reconocer fugazmente el rostro aterrorizado de Justine, estaba sosteniendo un pequeño cuerno y lo tocaba salvajemente. Vi a Vitto Malvora cargar contra los necrófagos que había alrededor de su tía y arrojarse hacia lo que quedaba de ella emitiendo un aullido inhumano. Acto seguido comenzó a despedazar a las criaturas que la habían matado.
Habían hecho falta apenas unos segundos para que la intriga se tornara locura en miles de viñetas simultáneas salidas de una auténtica pesadilla. No podía permitirme el lujo de pensar que ninguna de ellas era especialmente significativa, salvo por una circunstancia: la docena de demonios que se dirigían directamente hacia mí como un equipo de fútbol americano tras el saque inicial. Cargaron formando una línea recta desde el portal del enemigo. Eran enormes, rápidos y feroces.
Durante un segundo me pareció ver una sombra oscura en el portal, la silueta de una capucha y una capa. Puede que fuera Cowl. Le habría golpeado con todo el fuego que fuera capaz de reunir si hubiera tenido tiempo que perder, pero no era así.
Al tiempo que los demonios se acercaban haciendo temblar el suelo, levanté mi escudo y lo sostuve hasta que el líder de la manada se estrelló contra él provocando un destello de luz azul plateada y una nube de chispas. El necrófago no se limitó a gritar, comenzó a golpear la barrera con los puños. Todos y cada uno de sus golpes liberaban la misma cantidad de energía que un accidente de tráfico a poca velocidad, e incluso con mi nuevo y elegante brazalete podía sentir el aumento de poder que necesitaba para mantener constante el escudo cuando cada una de las embestidas descendía atronadora sobre él.
Unas botas resonaron detrás de mí. Alguien gritaba.
Bam, bam, bam. El necrófago se estrellaba una y otra vez contra mi escudo y mantenerlo recto era un esfuerzo casi doloroso.
—¡Justine! —gritó Thomas.
No iba a ser capaz de aguantar al monstruo por mucho tiempo. Tampoco era muy grave porque los otros once rodearían mi escudo mientras trataba de contenerlo y me harían pedazos pequeños y me comerían. Espero que en ese orden.
De nuevo oí las pisadas de bota detrás de mí y, a continuación, un grito. Un segundo necrófago, varios pasos por delante del resto, había rodeado mi escudo pero fue interceptado por Ramírez. El monstruo se abalanzó sobre él y se encontró con la nube verde de aspecto gelatinoso que el centinela utilizaba como escudo.
Era mejor no imaginar lo que le pasó al demonio al cargar con toda su masa y a tal velocidad. Ramírez iba a necesitar ropa nueva.
Bam. Bam. ¡Bam!
—¡Harry, Thomas, Ramírez, agachaos! —gritó Murphy.
Bajé el escudo y me agaché arrastrando a Carlos conmigo. Thomas hizo lo mismo una fracción de segundo después que yo. Y el mundo se vino abajo con un gran estruendo.
Me encontré a mí mismo gritando de dolor, conmocionado. Apreté los dientes y eché una rápida mirada detrás de mí, tratando de no levantar la cabeza más de lo estrictamente necesario.
Murphy estaba arrodillada en el suelo junto a mis pies con su uniforme oscuro, un chaleco antibalas, una gorra de béisbol negra y unas gafas protectoras de color ámbar. Llevaba apoyada en el hombro una extraña arma rectangular del tamaño de una caja grande de bombones; era de cañón pequeño, con una mira óptica de la que salía un diminuto punto rojo. Con la mejilla pegada al cañón y un ojo alineado con la mira, descargaba fuego automático contra los necrófagos que venían hacia nuestra posición. Las ráfagas a discreción convirtieron al monstruo que había estado aporreando mi escudo en una lluvia de trozos rotos. El necrófago cayó hacia atrás lanzando un brazo al aire y aullando de dolor.
Junto a Murphy estaba Hendricks, interpretando el papel de Clifford, el gran perro rojo, para su Emily Elizabeth particular. El enorme matón pelirrojo también estaba de rodillas y disparando, pero el arma que tenía en el hombro era del tamaño aproximado de un misil balístico intercontinental y escupía un chorro de balas rastreadoras que caía con saña contra las criaturas atacantes. Reconocí a varios hombres de Marcone alineados junto a él, todos disparando. Había varios tipos más que no conocía, pero cuyo variado atuendo y equipamiento me indujo a pensar que eran asesinos freelance contratados para aquel trabajo. Algunos hombres más salieron del portal abierto hacia la caverna.
Los demonios eran resistentes, pero existía una gran diferencia entre ignorar unos cuantos disparos de pistola y salir indemnes de la orquestada y disciplinada lluvia de fuego de las armas de asalto de la gente de Marcone. Si fuera un solo hombre disparando a un necrófago podría haber sido diferente, pero no era el caso; se trataba de una masa compacta de unos veinte tipos que no dejaban de disparar hasta que habían vaciado sus armas, incluso cuando sus objetivos yacían destrozados en el suelo. Luego volvían a cargar y seguían disparando. Marcone les había instruido tal como le aconsejé, e imaginaba que los hombres que había contratado estaban habituados a hacer frente a amenazas sobrenaturales de este tipo. La verdad es que Marcone destacaba por la cantidad de recursos de los que siempre disponía.
Murphy dejó de disparar y me gritó algo, pero hasta que Marcone dio un paso adelante y levantó una mano con el puño cerrado, el resto no paró de apretar el gatillo.
Durante un segundo solo oí un sonoro zumbido en mis oídos, los demás sonidos de la caverna me eran totalmente ajenos. El aire estaba impregnado del fuerte olor a putrefacción proveniente de los necrófagos heridos y de la pólvora quemada. Una franja de suelo de piedra de unos diez metros de ancho por treinta de largo parecía una moqueta de puré de necrófago.
La lucha aún continuaba a nuestro alrededor, pero la fuerza principal de necrófagos estaba concentrada en poner en apuros a los vampiros. Nos habíamos agenciado un poco de tranquilidad temporal, pero era imposible que durara.
—¡Harry! —gritó Murphy por encima del horrible estrépito de la masacre.
Levanté el pulgar hacia arriba e intenté ponerme de pie. Alguien me ofreció una mano y la tomé agradecido, hasta que vi que era Marcone, vestido con su uniforme negro y una escopeta en la otra mano. Rechacé su mano, como si fuera más repugnante que las cosas que luchaban y morían a nuestro alrededor.
Sus fríos ojos verdes se arrugaron en los extremos.
—Dresden, si le parece bien, creo que lo más prudente sería retirarse hacia el portal.
Es probable que fuera una idea inteligente; el portal estaba a dos metros de mí. Podríamos levantar el campamento, saltar dentro y cerrarlo detrás de nosotros. Los portales al mundo espiritual no prestan ninguna atención a cosas tan triviales como la geografía, obedecen más bien a las leyes de la imaginación, la intención y el patrón del pensamiento. Incluso si Cowl estuviera allí, sería incapaz de abrir un portal hacia el mismo lugar donde lo hubiera hecho yo porque no pensaba ni sentía como yo, ni compartía mi intención ni mis propósitos.
En el discurrir de la guerra con la Corte Roja aprendí a fuerza de experiencia que huir era una gran idea cuando no había necesidad de luchar. De hecho, el merlín le había escrito una carta a los centinelas donde les daba órdenes a ese respecto, con el fin de no menguar nuestras ya mermadas fuerzas de combate. Si nos quedábamos mucho tiempo más, nadie iba a salir vivo de aquel matadero.
La espada de Thomas cayó sobre un necrófago destrozado.
—¡Justine! —gritó con una desesperación cercana a la locura. Se giró hacia mí—. ¡Harry, ayúdame!
Marcharse era lo inteligente.
Pero mi hermano no iba a hacerlo. No sin la chica.
Así que yo tampoco me iba a ir sin ella.
Si me paraba a pensarlo, había un montón de gente que no tenía que estar allí. Y había algunas razones de peso para llevárnoslos con nosotros. Aquellas razones no hacían que fuera menos peligroso ni que semejante idea diera menos miedo, por supuesto, pero eso no impedía que existieran.
Sin la iniciativa de paz de Lara, liderada por la marioneta en que se había convertido su padre, la Corte Blanca se uniría a los Rojos más de lo que ya estaba. Si no sacaba de allí a Lara y a su títere, lo que era una guerra complicada contra los vampiros se convertiría muy posiblemente en una guerra sin fin. Lo cual era una razón jodidamente buena para quedarse.
Aunque eso no fue lo que me impulsó a hacerlo.
Vi a otro necrófago destrozar a un esclavo indefenso, inerme, y cerré los ojos durante un segundo. Entonces me di cuenta de que si no hacía nada para salvar a tantos como pudiera, nunca lograría abandonar aquella caverna. Sí, claro, saldría con vida, pero estaría de vuelta allí cada vez que cerrara los ojos.
—¡Dresden! —gritó Marcone—. Acordamos un rescate, no una guerra.
—¡Pues una guerra es lo que tenemos! —vociferé—. Tenemos que sacar a Raith de una sola pieza o todo habrá sido en vano y usted se quedará sin recompensa.
—Me quedaré igualmente sin recompensa si estoy muerto —replicó Marcone.
Gruñí y pegué mi cara a la de Marcone.
Hendricks dio medio paso hacia mí y murmuró algo.
Murphy agarró al matón por una de sus enormes manos, le hizo algo en la muñeca y el dedo índice, y el hombretón cayó gruñendo sobre una rodilla mientras la diminuta poli le sostenía un brazo detrás del cuerpo en un doloroso ángulo recto con la espalda.
—Tranquilidad, grandullón —dijo—. Alguien puede salir herido.
—¡No os mováis! —le gruñó Marcone a sus hombres, aunque sus ojos no se apartaron un segundo de los míos—. ¿Dresden?
—Podría decirle que si no lo hace le dejaré a usted y a todos sus hombres atrapados en el Más Allá de camino a casa —solté sin perder la calma—. Podría pedirle que o me ayuda o cierro el portal y todos moriremos aquí. Incluso podría decirle que si no lo hace le voy a reducir a cenizas en este mismo instante. Pero no, no voy a decirle nada de eso.
Marcone entrecerró los ojos.
—¿No?
—No. Las amenazas no lo detendrán. Ambos lo sabemos. No puedo obligarle a hacer nada, ambos sabemos eso también. —Señalé con la cabeza hacia la caverna—. Está muriendo gente, John. Ayúdeme a salvarles. Ayúdeme, por Dios.
Marcone echó la cabeza hacia atrás como si le hubiese dado una bofetada.
—¿Quién se cree que soy, mago? —preguntó pasado un segundo.
—Alguien capaz de ayudar —repuse—. Tal vez el único.
Se me quedó mirando con los ojos vacíos, opacos.
—Sí —dijo entonces en voz baja.
Sentí una sonrisa feroz formarse en mi boca y me volví hacia Ramírez.
—Quédate aquí con estos hombres y defended el portal.
—¿Quiénes son? —dijo Ramírez.
—¡Luego! —Me di la vuelta hacia Marcone—. Ramírez está con el Consejo, como yo. Manténganlo a cubierto y proteja el portal.
Marcone señaló a varios de sus hombres.
—Tú, tú, tú. Cubrid a este hombre y defended el portal. —Señaló a varios más—. Tú, tú, tú, tú y tú, parad a las personas que pasen lo bastante cerca de nosotros y ayudadles a cruzar. Sin correr riesgos innecesarios.
Los hombres obedecieron y se pusieron en movimiento. Me sentí impresionado. Nunca había visto a Marcone así antes: animado, decidido y totalmente confiado a pesar de la pesadilla en la que estábamos metidos. Aquello poseía un poder intrínseco, algo que traía orden al aterrador caos que nos rodeaba.
Entendí entonces por qué lo seguían sus hombres, cómo había conquistado el submundo de Chicago.
Uno de los sicarios soltó una ráfaga de disparos que armó tanto escándalo que me obligó a retroceder.
—¿Sabe otra cosa? —le pregunté a Marcone—. En realidad no necesito esta cueva para nada. Ni usted tampoco.
Marcone me miró con los ojos entornados, asintió con la cabeza y le dijo algo por encima del hombro a uno de los asesinos a sueldo.
—Dresden, le agradecería que le pidiera a la sargento que liberara a mi empleado.
—Murph —me quejé—, ¿te importaría meterte con alguien de tu tamaño? —Disfruté un segundo de la expresión de Hendricks y añadí—: Lo necesitamos con el brazo en su sitio.
Murphy relajó la presión y soltó a Hendricks. El hombretón miró a Murphy frotándose el brazo, pero se volvió a poner de pie en cuanto recuperó su enorme ametralladora.
—Harry —dijo Thomas con la voz tensa—, tenemos que ir…
—Sí —dije—. Thomas, Murphy y… —Necesitábamos masa—. Hendricks, conmigo.
Hendricks esperó el permiso de Marcone, que asintió con la cabeza.
—Seguidme —les dije—. Seguid… Marcone, ¿qué está haciendo?
Marcone había cogido el arma de uno de sus pistoleros, una pequeña y mortífera MAC-10 capaz de escupir un trillón de balas en uno o dos segundos. La comprobó y enganchó una cinta que colgaba del arma a un anillo de su arnés.
—Voy con usted. Y no tiene tiempo que perder discutiendo conmigo.
Maldita sea. Tenía razón.
—Está bien. ¡Seguidme y manteneos cerca! Vamos a rodear la posición de lord Raith para sacarlo de aquí junto a todos los demás antes de que…
Marcone levantó bruscamente su escopeta y disparó contra uno de los necrófagos caídos cerca, que había comenzado a moverse. La cosa se sacudió, así que le metió un segundo proyectil en el cuerpo. El demonio dejó de moverse.
Fue entonces cuando me di cuenta de que el líquido negro que salía de los necrófagos y estaba en el suelo… se estaba moviendo.
Por su propia cuenta.
El líquido negro se extendía y fluía en todas direcciones como si fuera mercurio líquido; se reunía formando pequeñas gotas y luego grandes pegotes que, a su vez, ascendían desde el suelo, a veces de manera totalmente vertical, hacia los cuerpos reventados de los necrófagos. Mientras observaba, los pedazos de carne arrancada que les faltaban empezaron a hincharse de nuevo a medida que el líquido regresaba a sus cuerpos. El que Thomas había decapitado estaba ahora arrastrándose por el suelo tras haber recuperado el uso de las piernas. Sostuvo su propia cabeza sobre el muñón del cuello y la sustancia le fluyó por el cuerpo fusionando las dos piezas en su antigua posición. Contemplé las fauces del necrófago, que se abrieron de repente. Sus ojos parpadearon y enseguida se detuvieron en algo.
En mí.
Mierda.
Tiempo. No teníamos mucho tiempo. Si los demonios mutilados podían volver de nuevo a la vida, era imposible que los vampiros ganaran aquella batalla. La mejor opción para ellos era escapar, pero cuantos más vampiros huyeran, más necrófagos nos acosarían. O puede que hicieran algo todavía más desagradable de lo que ya habían hecho y todos acabaríamos vomitando hasta la muerte.
—Esto ya no puede ponerse más inquietante —murmuré—. Seguidme.
Cogí el bastón con ambas manos y avancé entre la masa de vampiros enloquecidos y necrófagos sedientos de sangre para salvar a un monstruo de otro.