Capítulo 41
La manecilla del reloj se detuvo súbitamente entre el 1.34 y el 1.33. O eso me pareció. Unos instantes después, pasó al siguiente segundo y el tic sonó como un golpe hueco. Me quedé tendido, mirándola y preguntándome si aquella era la forma en que mi mente reaccionaba a su inminente final.
Y entonces pensé que había conseguido reunir la suficiente voluntad para preguntarme algo, en lugar de hundirme y dejarme llevar por la desesperación y el miedo. Tal vez era así como reaccionaba a una muerte inminente, con fantasías de escapismo y negación de la realidad.
—No exactamente, mi anfitrión —observó la voz de Lasciel.
Parpadeé; mi primer movimiento voluntario. Traté de echar un vistazo a mi alrededor.
—No lo intentes —dijo Lasciel con una leve alarma en la voz—. Podrías hacerte daño.
Qué demonios. ¿Había aminorado el tiempo?
—El tiempo no existe —sentenció en un tono firme—. No de la forma que crees, en cualquier caso. He acelerado la velocidad de tu mente de forma temporal.
El golpe de reloj sonó de nuevo: 1.32.
Acelerar mi cerebro. Eso tenía sentido. Después de todo, usamos solo el diez por ciento de nuestra capacidad cerebral. No había motivo para que no tuviera una actividad mucho mayor. Bueno, salvo que…
—Sí —dijo—. Es peligroso, no puedo mantener este nivel de actividad mucho tiempo sin causarte daños permanentes.
Imaginaba que Lasciel estaba a punto de hacerme una oferta que no podría rechazar.
Su voz era cortante, enfadada.
—No seas tonto, mi anfitrión. Si mueres, yo muero. Solo intento darte una opción que nos permita sobrevivir a ambos.
Claro. ¿Y por casualidad esa opción no tendrá algo que ver con la moneda enterrada en mi sótano?
—¿Por qué sigues siendo tan terco respecto a eso, mi anfitrión? —me preguntó Lasciel en un tono de pura frustración—. Tomar la moneda no va a esclavizarte. No entorpecerá tu capacidad de elección.
Al principio no, pero acabaría dependiendo del verdadero Lasciel, y ella lo sabía.
—No necesariamente —dijo. En su tono había un matiz de súplica—. Se pueden alcanzar acuerdos, crear compromisos.
Claro. Si estaba dispuesto a hacer todo lo que me pidiera, estoy seguro de que sería fácil alcanzar acuerdos.
—Pero estarías vivo —gritó Lasciel.
No importaba, ya que de todos modos la moneda estaba enterrada debajo de una piedra en mi laboratorio.
—No es un obstáculo, mi anfitrión. Puedo enseñarte a invocarla y traerla aquí en pocos segundos.
Tic. 1.31.
Un golpe seco sonó a mi espalda. Pasos. Los necrófagos. Estaban viniendo. Pude ver parte del rostro de Marcone, retorcido por la agonía que le causaba el ataque psíquico de Vittorio Malvora.
—Por favor —imploró Lasciel—. Por favor, déjame ayudarte. No quiero morir.
Yo tampoco quería morir.
Cerré los ojos otro segundo más.
Tac. 1.30
Requirió de fuerza de voluntad y de lo que parecieron varios instantes de esfuerzo, pero me las arreglé para reunir un hilo de voz.
—No —susurré.
—Pero morirás —dijo Lasciel angustiada.
Eso sucedería tarde o temprano. Pero no iba a ser aquella noche.
—¡Entonces date prisa! Primero tienes que pensar en la moneda. Puedo ayudarte a…
Así no. Ella podía ayudarme de otra manera.
Silencio.
Tic. 1.29.
—No puedo —susurró.
Yo creía que sí.
Tac. 1.28.
—Te equivocas —dije de nuevo.
—¡No puedo hacer nada por ti!
Incierto. Ya me había protegido parcialmente de los efectos del ataque de Malvora. La situación era simple para ella. Podía hacer más de lo que ya había hecho. O podría apartarse a un lado y no hacer nada. Era su elección.
Lasciel se apareció delante de mí por primera vez, a cuatro patas. Su apariencia era… extraña. Estaba demasiado delgada y tenía los ojos hundidos. Hasta entonces su aspecto siempre había sido fuerte, saludable y confiado. Ahora su pelo era un desastre, la cara estaba retorcida por el dolor y…
…Estaba llorando. No paraba de sorber, necesitaba un pañuelo. Sus manos fueron a parar a ambos lados de mi rostro.
—Podría dejarte secuelas. Provocarte daños cerebrales. ¿Entiendes lo que significa eso, Harry?
Nunca se sabe. Podría estar bien tener daños cerebrales. Me gustaba la gelatina. Y tal vez había tele por cable en el hogar donde me iban a encerrar. En cualquier caso, era mejor que dejar que los necrófagos me comieran el cerebro.
Lasciel me miró fijamente un instante y dejó escapar una risita.
—Es por tu hermano y tus amigos. Es por eso.
Si freírme el cerebro iba a sacar a Murphy, Ramírez, Thomas y Justine del lío en el que los había metido, merecería la pena.
Continuó observándome.
Tic. 1.27.
Una mirada resentida, casi infantil, cubrió su rostro y echó un vistazo por encima de su hombro antes de volverse de nuevo hacia mí.
—Yo… —Sacudió la cabeza y, en un tono muy suave y como si estuviera delirando, dijo—: Ella… no te merece.
Lo mereciera o no, el ángel caído no iba a conseguirme. Nunca jamás.
Lasciel se irguió.
—Tienes razón —dijo—. Es mi elección. Escúchame. —Se acercó a mí con una intensa mirada—. Vittorio ha recibido poder. Por eso puede hacer esto. Está poseído.
Deseé recuperar mi capacidad para levantar las cejas. ¿Poseído por qué?
—Un Intruso. He sentido antes esa presencia. Este ataque ha salido directamente de la mente de ese Intruso.
Vaya, eso era interesante. No era relevante, pero sí sorprendente.
—Es relevante —dijo Lasciel—, por las circunstancias de tu nacimiento y la razón por la que naciste. Tu madre reunió el valor para escapar de lord Raith por un motivo.
¿De qué demonios estaba hablando?
Tac. 1.26.
—Se produjo una compleja confluencia de sucesos, de energías, de circunstancias que le otorgarían a un niño nacido bajo ellas el potencial para albergar poder contra los Intrusos.
Lo cual no tenía ningún sentido. Los Intrusos eran inmunes a la magia. Solo aminorar siquiera un poco sus habilidades requería de un poder adquirido tras siglos de estudio y práctica y esgrimido por los magos más poderosos del planeta.
—Es extraño, ¿no crees? El hecho de que derrotaras a uno con dieciséis años.
¡¿Qué?! ¿Y eso? La única victoria seria contra una entidad espiritual que tuve a esa edad fue cuando mi antiguo maestro mandó a un demonio asesino a por mí. La cosa no resultó como DuMorne esperaba.
Lasciel se acercó más.
—Aquel Que Camina Detrás era un Intruso, Harry. Una criatura terrible, el más poderoso de los Caminantes, un importante caballero entre esas imponentes entidades. Pero cuando vino a por ti, tú lo venciste.
Cierto. Lo hice. Los recuerdos eran un poco borrosos, pero el final de la pelea había quedado inmortalizado en mi memoria. Explosiones por doquier y a tomar por saco el demonio. Y un edificio en llamas, claro.
Tic. 1.25.
—Escucha —dijo Lasciel sacudiendo un poco la cabeza—. Tienes potencial para desplegar un gran poder contra ellos. Posees la capacidad suficiente para escapar del hechizo que ha urdido sobre ti. Si estás seguro de que es lo que quieres, puedo darte una oportunidad de derrotar al enviado de Malvora. Pero debes darte prisa. No sé cuánto tiempo hará falta para que funcione y ya los tienes casi encima.
Después de esto, íbamos a tener una larga charla sobre mi madre y esos Intrusos, su relación con la Corte Negra y qué demonios estaba pasando.
Lasciel (o mejor, Lash) asintió una vez.
—Te diré todo lo que pueda, Harry.
Entonces se levantó y pasó a mi lado, hacia los necrófagos y Vitto Malvora. Su ropa rasgó el aire lenta y suavemente al alejarse de mí. El reloj de Marcone volvió a correr.
Tic, tac, tic, tac.
Durante un segundo, uno o dos instantes, no más, permanecí empalado a la horrible pica de la angustia psíquica. Entonces, una extraña sensación cayó sobre mí. No sé cómo describirla con precisión, salvo diciendo que fue como salir desde una luz solar brutal y ardiente a una repentina y profunda sombra. El terrible dolor se calmó, no mucho, pero lo suficiente para permitirme mover los brazos y la cabeza, para saber que podía actuar.
Pero me quedé quieto.
—¡Mía! —aulló una voz tan distorsionada por la lujuria y la violencia que no sonó humana—. ¡Ella es mía!
Se acercaron unos pasos y pude ver la pierna horriblemente quemada de Vittorio. La sensación de sombra comenzó a desvanecerse por los extremos, el poder de Vittorio regresaba lentamente, como el sol abriéndose camino a través de un cristal helado.
—Pequeña zorra Raith —masculló Vittorio—. Lo que voy a hacer contigo hará que a tu padre se le hiele la sangre.
Sonó un fuerte golpe. Torcí la cabeza hacia un lado, muy poco, para ver lo que pasaba a mi alrededor.
Un montón de enormes necrófagos, eso era todo, y no habían perdido fiereza tras haber sido machacados y destrozados en batalla. Vittorio estaba junto a Lara, con el rostro pálido y la pierna quemada. Tenía la mano derecha, la que proyectaba energía, levantada y con los dedos extendidos, y pude sentir el enorme poder que irradiaba de ella. Con ella estaba sosteniendo la presión del hechizo que nos aprisionaba a todos. Por la reacción de los necrófagos a su alrededor, me di cuenta de que las horribles criaturas también lo sentían, al menos en parte. Se encogían y se cubrían un poco, aunque no parecían totalmente incapacitados. Tal vez se debía a que estaban más habituados a sentir esa clase de cosas.
Vitto le dio a Lara una patada en las costillas, luego dos más. Eran patadas sucias y fuertes, de las que rompen huesos. Lara emitió pequeños gemidos de dolor, y creo que fue aquello y no otra cosa lo que me permitió apartar de mi mente el efecto totalmente paralizante de la magia hostil. Moví una mano con lentitud. Ante la falta de reacciones, supuse que nadie se había dado cuenta.
—Lo dejaremos estar de momento, pequeña zorra Raith. —Se volvió hacia mi hermano—. Te estaba buscando, ya lo sabes, Thomas —continuó Vittorio—. Pensé que un paria como tú estaría dispuesto a entregar a su gente a alguien con una visión más equitativa del futuro. Sin embargo, eres como un perro triste, demasiado feo para que su dueño le deje entrar en casa, pero que sigue defendiendo lealmente a ese amo que lo desprecia. Tu final tampoco va a ser agradable. —Comenzó a volverse hacia mí, sonriendo—. Pero primero, empecemos por el mago entrometido. —Se acabó de dar la vuelta al tiempo que añadía—: Las quemaduras duelen, Dresden. ¿Te he dicho lo mucho que odio el fuego?
No hacía falta desperdiciar una buena frase irónica. Esperé a que dijera la última palabra para disparar la escopeta de Marcone.
No me había dado tiempo a cogerla bien; el retroceso fue fuerte y me golpeó de manera salvaje en el hombro, aunque el impacto fue atenuado por mi guardapolvos. El disparo le arrancó a Vittorio la mano derecha hasta la mitad del antebrazo.
Según tengo entendido, las amputaciones no son muy buenas para mantener la concentración. Desde luego, esta no lo fue para la de Vittorio, y no se puede aguantar la presión de un hechizo como el que estaba usando sin concentración. Percibí un acceso particularmente intenso de incomodidad en el hechizo justo en el momento en que el trauma físico de Vittorio envió un relámpago de energía a través de él, como el eco de un enorme altavoz. Los necrófagos aullaron para reaccionar a su modo a aquella agónica desazón, lo que me dio un segundo más para actuar.
Me impulsé con las dos piernas y puse a Vittorio de rodillas, apoyado sobre la que no estaba quemada. Una patada en la rodilla no es molestia para un vampiro de la Corte Roja, de todas maneras las tienen hacia atrás. Un vampiro de la Corte Negra no se hubiera preocupado porque una escopeta le arrancara la mano.
Vitto no era ninguna de las dos cosas.
Cuando no estaba tirando del poder generado por su hambre satisfecha, era bastante humano. Y aunque soy mago y todo eso, soy un tío bastante grande. Alto y delgado, vale, pero hasta los canijos altos pesan lo suyo, y tengo las piernas fuertes. Se le dobló la rodilla hacia atrás y cayó dando un grito.
Antes de que pudiera recuperarse, me puse de pie empezando por poner una rodilla en tierra, con la culata de la escopeta en el hombro y sin apartar el cañón de delante de la nariz de Vittorio.
—¡Atrás! —grité. Representaba el papel de tipo fuerte y frío, pero mi voz sonó más bien enfadada y no muy cuerda—. ¡Diles que se echen atrás! ¡Ahora!
El rostro de Vittorio estaba retorcido por la sorpresa y el dolor. Contempló la escopeta, luego me miró a mí y al muñón de su mano derecha.
No veía el cronómetro, pero mi cabeza me suministró el efecto de sonido. Tic, tac, tic, tac, tic, tac. ¿Cuánto tiempo quedaba? ¿Menos de sesenta segundos?
A mi alrededor, los necrófagos se recuperaron de su momento de dolor y comenzaron a emitir un aullido bajo y prolongado parecido a los motores de varias motocicletas juntas. Mantuve los ojos fijos en su jefe. Si me detenía a mirar bien todos los extraños elementos anatómicos que me rodeaban, era probable que me echara a llorar. Y eso sería poco masculino.
—¡A… atrás! —tartamudeó Vittorio. Luego dijo algo en una lengua que me sonaba vagamente familiar pero que no entendí. Lo repitió medio a gritos y los necrófagos se apartaron unos centímetros de nosotros.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac.
—Esto es lo que va a pasar —le dije a Vittorio—. Yo me llevo a mi gente, cruzo el portal y lo cierro. Tú escapas vivo. —Me apoyé un poco contra la escopeta, lo que hizo que diera un respingo—. O podemos caer todos juntos. Me da un poco igual, así que te dejaré elegir a ti.
Se relamió los labios.
—Es un farol. Si aprietas el gatillo, los necrófagos matarán a todo el mundo. No dejarás que mueran solo por el placer de matarme a mí.
—Ha sido un día largo. Estoy cansado y no pienso con demasiada claridad. Y tal como lo veo, me has puesto un poco contra la espada y la pared, Vitto. —Entorné los ojos y hablé con mucha calma—: ¿De verdad crees que caería sin llevarte conmigo?
Me miró un momento y se volvió a relamer los labios.
—Ve… vete —dijo entonces—. Vete.
—¡Thomas! —grité—. ¡Despierta, dormilón! No es momento de echarse a morir.
Oí gruñir a mi hermano.
—¿Harry?
—Lara, ¿me oyes?
—Sí —dijo. Por el sonido, supuse que la hermana mayor de Thomas estaba ya de pie y que su voz provenía de detrás de mí, de muy cerca.
—Thomas, coge a Marcone y atravesad el portal. —Le lancé una mirada feroz a Vitto—. No te muevas, ni siquiera parpadees.
Vittorio, con el rostro agónico, levantó la mano izquierda con los dedos extendidos. Estaba sangrando mucho y comenzó a temblar. No quedaba lucha en su rostro. Me había dado su mejor golpe y, al parecer, yo lo había esquivado. Creo que aquello le asustó bastante. Y perder la mano tampoco es que le hubiera subido la moral.
—No dispares —dijo—. Solo… no dispares. —Echó una mirada hacia los necrófagos—. Dejadlos ir.
Oí gruñir a Marcone y a mi hermano por el esfuerzo.
—Bien —dijo Thomas desde detrás de mí—. Hemos pasado.
Mantuve el cañón apuntando a Vittorio y me levanté, al tiempo que trataba de que el arma no temblara. ¿Cuántos segundos me quedaban? ¿Treinta? ¿Veinte? He oído hablar de personas que pueden estar pendientes de situaciones como esta y contar al mismo tiempo, pero yo no era una de ellas. Di un paso atrás y sentí la espalda de Lara presionada contra la mía. Si ella no hubiera estado allí, uno de los necrófagos podría haberme sorprendido por detrás en cuanto me acerqué a menos de medio metro de Vittorio. Uf.
Di un paso atrás, tratando de moverme con presteza y de una manera continua, aunque mi instinto me pedía que corriera.
—Tres pasos más —me dijo Lara en un susurro—. Un poco más a la izquierda.
Corregí la dirección de mi siguiente paso, confiando en su palabra. Un paso más y oiría el viento invernal silbando detrás de mí. Una luz plateada resplandeció en el cañón de la escopeta.
Y entonces se disipó la duda de si Cowl estaba allí realmente o no.
Se produjo una descarga de poder, un grito abrasador contra mis sentidos arcanos, y el vástago de un cometa, y un pterodáctilo vino volando hacia nosotros desde el otro lado de la cueva. Mis ojos se habían habituado ya lo bastante a la oscuridad para ser capaces de vislumbrar un tenue óvalo de luz rojiza que perfiló una figura con una amplia capa. Era Cowl, de pie delante de su portal.
—¡Maestro! —gritó Vittorio arrastrando casi cada letra.
—¡Cuidado! —grité, y eché el brazo hacia atrás al tiempo que me agachaba, me tiraba hacia un lado e intentaba apartar a Lara del camino de aquella cosa voladora.
La voz correosa y rasgada de Cowl siseó algo en una lengua sibilante y una segunda descarga de poder latigueó invisible desde el otro lado de la cueva. Su objetivo no éramos nosotros sino el portal.
Y la abertura comenzó a cerrarse como una cremallera, empezando por el extremo más cercano a mí.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac.
El portal se estaba cerrando más rápido de lo que yo era capaz de moverme. No iba a lograr salir, pero puede que Lara sí.
—¡Lara! —grité—. ¡Vete!
Algo con la fuerza de un tren de mercancías y la velocidad de un coche de Fórmula 1 me cogió del guardapolvos y tiró de mí tan fuerte que se me dobló el cuello y casi me disloca los brazos.
—¡Dresden! —exclamó la voz de Marcone desde el otro lado del portal, que se cerraba—. ¡Diecinueve!
Yo estaba planeando en el aire. Eché un vistazo a mi alrededor como pude y vi que Lara me había agarrado y saltaba en pos del extremo todavía abierto del portal, a punto de cerrarse.
—¡Dieciocho! —vociferó Marcone.
Lara y yo atravesamos el aire vacío.
El paso se había cerrado.
No habíamos llegado a tiempo.