Capítulo 24
Antes de enfrentarse a El Duque y sus secuaces, Sebastian sintió la palpitante necesidad de acercarse a la casa de su hermana. Ansiaba esa dosis de cotidianidad. Como la calma que precede a la tormenta. Se imaginó a sí mismo observándoles desde la distancia. Siendo testigo de cómo sus sobrinos crecían. Y su hermana y cuñado envejecían. Se sorprendió al descubrir que esa imagen le agradaba. Que transmitía cierta calidez que aviva su gélido interior.
Viajó en el metro hasta la parada Southern Avenue. Era una tarde de cielo color cenizo. Caminó por Hillcrest Heights con la cabeza bullendo de pensamientos. A pesar de que se esforzaba por ignorarlo, sentía el irrefrenable deseo de pensar en El Duque y en Rules.
Se tomó el empeño de derribarlos como algo personal. El único inconveniente era que necesitaba de ellos la información sobre Ivonne. Una parte de él se ensombreció al pensar en la finalidad del rapto. Una mujer joven, atractiva… Negó la cabeza mientras cruzaba Oxon Run Drive.
Al final de sus años como policía en Baltimore había sido asignado a estupefacientes. Solía tratar con el estrato más bajo de la sociedad, gente perdida por culpa de la droga. En algunos de ellos encontró una nobleza que le dio qué pensar. Pero a medida que se ascendía en la escala social, las personas olían mejor pero los escrúpulos eran menores.
No echaba de menos el oficio de policía. Al final terminó aborreciéndolo porque cada vez le costaba más llegar a casa y desconectar. Las caras cetrinas del día se le acumulaban en la cabeza hasta que decidió que ya era intolerable. Cuando estaba con Yumi aún era soportable porque ella era capaz de alejar esos pensamientos dañinos. Pero cuando ella desapareció de su vida, se quedó desamparado.
Llegó a la casa de su hermana. Se acercó a través de la entrada y, con sumo cuidado, se asomó a la ventana. Descubrió que el seto lo habían recortado. ¿Habría sido su cuñado? No recordaba que fuera su predilección dedicarse a la jardinería. Henry y Juliette tomaban cuenta de un filete con puré de patatas. Melissa se había decantado por una comida frugal: una ensalada de espinacas. ¿Dónde estaría Paul? Sebastian pensó que con toda probabilidad se encontraría trabajando.
Observó a Henry durante un minuto. Sebastian no pudo evitar acordarse de su propio padre. Había algo impreciso en él que lo recordaba. Quizá era una cierta expresión de picardía. Una forma de girar levemente la cabeza y asentir.
Juliette era otra historia. Era la viva imagen de su padre, más cerebral, incluso introvertida. Con la mano apoyada en la mejilla parecía sumida en sus ensoñaciones. Todo estaba destinado para ellos, una vida cómoda, estudios y seguramente un buen trabajo. Formarían su familia y el tío Sebastian solo sería un vago recuerdo de su infancia.
El crujir de una rama le hizo girar la cabeza. A menos de cinco metros de distancia descubrió un cañón de una escopeta apuntando directamente a su cabeza. Detrás había la silueta de un hombre.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo la voz.
Sebastian enseguida le reconoció. Era su cuñado. Debía de estar en otra parte de la casa mientras su familia cenaba.
—Paul, soy yo, Sebastian —dijo tomando conciencia de que su fiel compañera estaba en el bolsillo del abrigo. Aunque sin balas. Se le había olvidado comprarlas.
—Sé quién eres. Y sé que no es la primera vez que vienes —dijo Paul manteniendo la escopeta firme.
Sebastian se lamentó de no ser lo suficientemente cauteloso. Así que Paul sabía de sus visitas. Se preocupó al pensar que su hermana supiera de su existencia.
—No te preocupes, Melissa no sabe nada —dijo Paul como si hubiera leído su pensamiento—. No se lo he dicho porque se le vendría el mundo encima si sabe que estás vivo.
—Te lo agradezco. No es fácil de explicar. Pero baja el arma, Paul.
—No, no lo haré —dijo con los brazos en tensión—. Quiero que te vayas de mi casa y no vuelvas nunca más. No sé por qué ahora estás vivo ni me interesa saber tu historia, pero es evidente que se trata de algo turbio. Y no quiero que mi familia se vea enredada. Quiero para ellos una vida normal, sin sobresaltos, feliz… Vienes aquí, como un fantasma, a espiarnos. No es sano. Deja a mi familia en paz, Sebastian.
No resultaba difícil ponerse en lugar de su cuñado. Sebastian estaba de acuerdo con él. Admitía que su presencia era desconcertante. Todo lo que no se entiende se percibe como una amenaza.
—Si es lo que quieres, lo haré, pero no sé por cuánto tiempo. Son mis sobrinos y mi hermana.
—¿Ahora de repente te sientes unidos a ellos? Nunca viniste a sus cumpleaños. Siempre nos rechazaste.
—No, no es cierto. Solo que… —dijo Sebastian. No encontró fuerzas para explicar la soledad que siempre le había envuelto. Siempre pensó que estarían mejor sin él. Eso era todo.
—¿Solo que qué…? —preguntó Paul dando un paso hacia él. Su expresión era desafiante.
—¿Nunca te caí bien, verdad?
Paul sonrió levemente sorprendido por la pregunta. La media luna se veía por encima de su cabeza, comandando el atardecer.
—No es que hayamos tenido mucho trato, la verdad. Pero las veces que coincidimos no solías decir nada, te quedabas callado, como si las conversaciones no fueran lo suficientemente importantes para ti.
La voz de Melissa se oyó a lo lejos.
—¿Quién está ahí?
Ambos se quedaron inmóviles por un momento. La tensión era como un muro inquebrantable entre ellos.
—Soy yo, cariño, enseguida voy —gritó Paul sin dejar de mirar a Sebastian.
—Será mejor que me marche, entonces —dijo Sebastian con voz queda—. Cuida de ellos.
—Por supuesto que lo haré —dijo bajando finalmente la escopeta—. No hace falta que lo digas. Tengo mis responsabilidades. ¿Qué pensabas? Los quiero.
Con las manos en los bolsillos, Sebastian pasó a un metro de él. En el fondo pensó que era lo mejor para Melissa y sus sobrinos. Aparecer significaría demasiadas preguntas sin contestar. Por no hablar del peligro para sus vidas.
—Sebastian…
—Qué —dijo girándose lentamente, cansado ya de oír a su cuñado. Solo quería cerrar ese capítulo de su vida cuanto antes.
—Si te vuelvo a ver espiando a mi familia, dispararé sin avisar.