21
«Quién sabe qué nombre utiliza ahora —le pasó a Norma por la cabeza, como un relámpago—. En ese terrado hay pararrayos, chimeneas y una antena de televisión. También hay varios patinejos de ventilación, y por algunas ventanas se llega fácilmente al montacargas...»
Mientras pensaba todo esto, el hombre del rostro cerúleo —que llevaba un fusil a la espalda— ya había desaparecido.
Norma notó que por el cuerpo le resbalaba un sudor frío, y que temblaba como si tuviese un ataque de malaria. El choque había llegado con retraso. Se dejó caer sobre el lecho.
—¡Oiga... oiga, Frau Desmond...!
La voz del teléfono.
Norma tiritaba de tal modo, que no podía moverse.
Aquel estado le duró un par de minutos. Luego, colgó el auricular.
Las voces de fuera revelaban gran alarma.
—¡Frau Desmond...!
—¿Qué habrá ocurrido?
—¡Frau Desmond, Frau Desmond!
—La habrán matado...
—¡Asesinos...! ¡Asesinos...! ¡Socorro, socorro...!
—¡Calla, mujer! ¡Frau Desmond! ¿Puede oírme? ¿Me oye, Frau Desmond?
Norma marcó un breve número.
En seguida contestó una voz masculina:
—¡ La Policía al habla!
Ella logró decir con tranquilidad:
—Soy Norma Desmond. Vivo en la Parkstrasse... —E indicó el número—. Esquina a la Elbchaussee. Ultimo piso. Vengan en el acto. Un hombre ha sido muerto de un tiro.
—¿Le conocía usted?
—No. Él quería matarme a mí, pero alguien le disparó.
—¡Repita su nombre, por favor!
—Desmond. Norma Desmond.
—¿La periodista? ¡No toque nada! Ahora mismo vamos.