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Una belleza pelirroja. Una belleza morena. Un hombre de piel blanca. Un negro atlético. Una cama de gran anchura. Los cuatro dan de sí lo mejor. Se aman de todas las maneras imaginables, y también de otras ya no tan fácilmente imaginables. La música de fondo es dramática. Gritos, gemidos, jadeos. Las escasas palabras de los actores son internacionales.

La película superpornográfica es proyectada en una amplia pantalla. Cada uno de los doce apartados tapizados de terciopelo rojo está ocupado por un joven claramente atareado. Cada cual tiene una toalla y un vaso. Uno alcanza en este momento el objetivo de su actividad.

—Esto es nuestro eyaculatorio —dijo el doctor Kiyoshi Sasaki, cuyo hermano Takahito luchaba en Hamburgo por hallar, con la ayuda de un ADN recombinado, un virus que convirtiera en inofensivas las células atacadas de cáncer de mama. El doctor Kiyoshi Sasaki era menudo y de figura delicada, como Takahito, y había dicho que tenía dos años menos que aquél. Llevaba unas enormes gafas, de montura negra y sumamente moderna: los cristales, cuadrados, y las patillas arqueadas de forma muy elegante. El doctor Kiyoshi Sasaki, hombre realmente guapo, daba gran importancia a su aspecto. Combinaba su traje de color caqui (al que no le faltaba un pañuelo marrón en el bolsillo delantero) con una camisa de un discreto tono amarillo, corbata marrón a rayas, calcetines acanelados y zapatos marrones y blancos de una piel especialmente fina y ligera. El doctor Kiyoshi Sasaki se encontraba entre Norma y Barski delante de un gran espejo unidireccional, a través del cual se podía ver el eyaculatorio. Unos altavoces retransmitían ruidos y pequeños gritos, el escaso diálogo y aquella música que recordaba en parte a la de Wagner. Norma había extraído una grabadora de su bandolera, y ahora funcionaba.

«Registrarlo en cinta, sí. Fotografiarlo, no», había dicho Sasaki.

Los cuatro se revolcaban en el lecho. La música había enloquecido. No se trataba de uno de aquellos filmes baratos que ofrecían en los cines de las estaciones o en los sex-shops del mundo entero. La película era algo verdaderamente extraordinario, y en ella cabía hablar de estética, sin que, por eso, los productores hubiesen olvidado, ni por un momento, lo casi increíblemente perverso y ordinario.

—A este salón también lo llamamos el cuarto de los juegos —explicó el doctor Sasaki, ajustándose las gafas, al mismo tiempo que se permitía una breve risa—. Algunos donantes se sienten avergonzados y prefieren traer su... contribución de casa, pese a que nosotros —y en su voz hubo un cierto reproche— les proporcionamos el máximo confort, un buen ambiente y discreción. Aquí empleamos mucho tacto, mucha consideración, queremos que todo sea íntimo y formal, comedido, etcétera. Cada apartado tiene su propio pequeño baño, donde el donante puede asearse y dejar el vaso con su semen. No nos hace ninguna gracia que lo traigan de fuera. Creo que ya no vamos a aceptar más de esas donaciones. Se trabaja mucho mejor con lo obtenido aquí, llamémoslas aportaciones o dádivas u óbolos, o como se quiera.

En la pantalla se preparaba, a juzgar por los jadeos y los movimientos, un gigantesco orgasmo simultáneo. El joven donante había desaparecido. Otro estaba a punto de aportar lo suyo.

—Sólo de esta forma —continuó el doctor Sasaki con una tosecilla— tenemos la garantía de obtener material fresco. Un hombre joven y sano..., y nosotros contamos con un buen número de estudiantes, entre nuestros donadores..., tiene varios millones de espermatozoides en un mililitro de semen. Como es lógico, aquí hay unas normas. Las necesitamos, como clínica de primera categoría que somos. El límite inferior se halla en los tres millones de espermatozoides por mililitro. Límite, cantidad mínima, línea divisoria... Como se quiera decir. Usted me mira con asombro, señora. Pero es que yo me ejercito sin descanso en la lengua alemana. Por eso suelo memorizar con frecuencia las palabras relacionadas con la que acabo de emplear. Busco sinónimos, ¿me entiende? Y ahora, para explicarles el resto, les ruego que me sigan.

Fue el primero en salir del cuarto de observación. —¡Aaay...! —gritó la pelirroja—. ¡Me muero! —Morir o fallecer —recitó el elegante jefe de clínica, caminando sobre el suelo de mármol de un pasillo inundado de luz— O expirar, extinguirse, entregar el alma, dejar de existir, malograrse, dejar este mundo, pasar a mejor vida, exhalar el última suspiro, espichar, estirar la pata...

El japonés abrió la puerta de otra pieza e hizo pasar a sus visitantes. Fuera ardía el sol, pero en el interior del edificio, y gracias al acondicionamiento de aire, reinaba un fresco agradable. Varios hombres y mujeres de bata blanca manejan microscopios, cámaras climáticas y aparatos químicos. Sasaki se detuvo ante, una de las tres pantallas conectadas.

—Aquí pueden ver una gota de semen, aumentada cuatrocientas veces. Hace escasos tres cuartos de hora que nos la proporcionaron, o digamos donaron, dieron, facilitaron, entregaron... Mediante estos ejercicios de sinónimos perfeccioné también el francés, el castellano, el inglés y el italiano... —El japonés volvió a ajustarse las gafas mientras observaba atentamente la pantalla—. ¡Caramba! En este caso podemos hablar de una donación super-fecunda, concentrada y activa de verdad.

Los espermatozoides que vieron Norma y Barski parecían serpenteantes renacuajos. Algunos apenas se movían o nadaban sin rumbo fijo, pero en su mayoría avanzaban con la rapidez de flechas en diversas direcciones, en líneas casi rectas a través de la pantalla.

—Un sesenta y cinco por ciento de los espermatozoides demuestra gran actividad —explicó Sasaki—. Estos elementos son bonitos de ver, son bienvenidos, estimados, deseados, apreciados, preferidos... ¡Siéntense, por favor! Sasaki indicó tres altos taburetes.

Al otro lado de la ventana se veían viejas palmeras en un amplio espacio cubierto de césped. Por sus troncos trepaban la hiedra y el jazmín de blancas flores, así como buganvillas, aquellas plantas trepadoras espinosas de pequeñas hojas verticiladas, con flores en todos los matices del violeta hasta el rojo y el naranja. En un parterre crecían petunias y geranios encarnados, blancos y casi azules. Diminutas rosas de los tonos más variados asomaban de unas grandes y panzudas vasijas de barro, mientras que en otras había gladiolos rojos, blancos y anaranjados, mezclados con ramilletes de margaritas blancas y amarillas. En el cielo, de un azul intenso, no había ni una sola nube, y la luz del sol, aunque viva, resultaba misteriosamente suave.

—Naturalmente —prosiguió el enamorado de los sinónimos— sólo utilizamos el material que supera el límite inferior marcado. Ahí enfrente tienen un contador automático de espermatozoides. Si un candidato ha aprobado el examen de su semen —agregó a la vez que se tiraba de un puño de la camisa, en el que destacaba un precioso gemelo de oro donde estaba reproducida la imagen de algún dios—, y que conste que a todos se les remunera muy bien..., muchos de ellos se pagan incluso los estudios, con lo que cobran..., pues bien, si un joven aprueba el examen de su semen, es sometido a un profundo estudio de su estado de salud y su historial genético, en el que, de ser posible, retrocedemos hasta los cuatro abuelos. Anotamos la estatura, el peso, el color del cabello y de los ojos, el tono de la tez, la constitución y el grupo sanguíneo, así como el origen étnico, la religión, la instrucción, la profesión y las aptitudes especiales. También vigilamos que no exista alguna drogadicción o síntomas de posibles neurosis, tales como tics o actitudes estereotipadas.

A Sasaki, el tic de tirarse del puño parecía darle cada vez que hablaba de sus esfuerzos humanitarios. Con modestia señalaba su permanente lucha por conseguir un mundo mejor.

—Una vez aceptado para posteriores donaciones, el candidato recibe un número. Nombre y número son registrados en clave. Una prueba final, que se repite en todas las donaciones del individuo, es la capacidad de resistencia al frío. Porque, por motivos todavía no aclarados, cada cuarta prueba no soporta bien la congelación.

Sasaki bajó de su taburete y paseó por el laboratorio para documentar las siguientes palabras con los trabajos de los diferentes expertos. Barski y Norma le acompañaron.

—Por consiguiente, introducimos en el congelador una pequeña muestra de cada donación..., ¿lo ven...?, y luego se descongela de nuevo, con objeto de controlar mediante el microscopio..., voilá..., cómo ha resistido la congelación. El semen a congelar es aspirado y puesto en tubitos de plástico como éste..., que después se emplean para inseminación. Los tubitos se guardan en unos estuches semejantes a la envoltura de aluminio de un buen cigarro, como aquí... Primero, los espermatozoides son enfriados lentamente hasta alcanzar los 35 grados bajo cero, para evitar un choque de frío... Seguidamente..., ¡fíjense, fíjense...!, pasan a unas cámaras congeladoras de nitrógeno líquido, en las que la temperatura desciende hasta casi 200 grados bajo cero, o sea tanto, que ya no existe metabolismo y no es necesario el oxígeno. Si llega un pedido..., y sabe Dios que siempre recibimos demasiados..., el semen es enviado en recipientes de oxígeno líquido. A toda Europa, pero también a ultramar: Estados Unidos, Brasil, México...

—¿Cuánto tiempo se mantiene fecundo el semen congelado? —preguntó Norma.

—Mire —contestó Sasaki el Joven—, han nacido bebés gracias a semen congelado durante trece años. Aún no está del todo comprobado, empero, cuánto tiempo se conserva en óptimas condiciones de fecundación. En la actualidad, nosotros guardamos el semen durante unos tres años... Guardamos, mantenemos, conservamos, almacenamos, protegemos...

Con los payasos llegaron las lágrimas
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