10

—¡Hola, Jan! —dijo Petra, muy contenta—. ¡Cuánto me gusta volver a verte! Precisamente acabo de demostrarle a Doris que, desde luego, yo tenía razón.

—¿Razón en qué, Petra?

—En que, este otoño, los trajes de chaqueta harán furor. Mini, hasta la rodilla, midi..., ¡lo que quieras! A cuadros o lisos, ceñidos o amplios, con faldón o también con bolero. De cualquier forma. ¡Trajes de chaqueta, el gran exitazo! Mira, Jan... —y alzó una revista de modas—. Conjunto de lana, al estilo escocés, con chaqueta verde y falda negra. Modelo de «Saint Laurent». Hasta la rodilla...

«¡Qué horror!», pensó Norma, que en compañía de Barski y Holsten había pasado por una zona de seguridad, semejante a la que ya conocía. Como los demás, con excepción de Petra, llevaba ropa protectora verde. Estaban en un ancho pasillo del departamento de enfermedades infecciosas. Petra, menuda y delicada, rubia y muy vivaracha, hablaba desde el otro lado de una gran vidriera. Un sistema de interfono hacía posible la conversación. Al llegar los tres ya se hallaba ante el cristal una mujer joven y hermosa, de cabellera rojiza, que no podía contener las lágrimas.

—Es Doris Leiser —dijo Barski—. Una amiga de Frau Steinbach.

Doris saludó con un gesto de la cabeza. Sus verdes ojos estaban enrojecidos por el llanto.

—¡Caramba, Frau Desmond! —exclamó Petra, muy sonriente—. ¡Qué honor! He leído muchos de sus artículos. ¡Tendría que interesarse también por la moda! Mire, aquí tengo el último número Harper's Bazaar. Este otoño harán furor los conjuntos. Vea éste, por ejemplo...

Hojeó la revista y, al fin, señaló una fotografía que ocupaba la página entera.

—¡Un glencheck de gabardina de lana, en negro y blanco, de «Dior»! Con borde de lana negra. Minifalda y dos grandes bolsillos. Elegante, ¿verdad? ¡Deja de lloriquear, Doris! No le haga caso, Frau Desmond. Doris tiene las lágrimas muy fáciles. Llora por cualquier bobada. Mi marido ha muerto, ¿sabe? Y Doris rompe en seguida en sollozos. O mire este modelo de «Hympeldahl». Seda y cachemira con un cuello muy amplio y puños de visón. Debajo, una blusa de cuello alto, de algodón.

Doris zollipó.

—¿No es espantoso? Así está desde que vine. No le afecta en absoluto la muerte de Tom.

—¡Sí que me afecta! —protestó Petra, irritada—. ¡Claro que sí! El doctor Holsten me trajo la noticia. El pobrecito estaba muy enfermo, y la gente muy enferma se muere, ¿no? Todo el mundo se muere algún día. Nadie vive eternamente... ¡Fíjese en este otro modelo! —continuó como si nada, después de volver unas cuantas hojas de la revista—. El nuevo «estilo Humphrey Bogart». Conjunto marrón a rayas muy finas. El típico sombrero, botinas... Creo que es franela. Sí, sí, franela...

Petra hablaba de prisa, sin cesar.

A través de la gran vidriera, Norma pudo ver la habitación de Petra, amueblada como un cuarto de estar. Por doquier había pilas de revista de modas. Encima de una mesa, colocada junto a la ventana, abundaban las hojas de papel y los lápices. Norma distinguió numerosos dibujos. Algunos habían caído al suelo. El desorden reinante era extraordinario. Petra llevaba una bata amarilla. Tenía mal aspecto. Estaba pálida y ojerosa. Su voz era cada vez más ansiosa...

—Vea esto. ¡Lo más chic de todo! Chaqueta negra de lana shetland, formando pequeños cuadros, combinada con blusa de seda negra y falda de paño hasta la rodilla. De «Guy Laroche». Me recuerda a Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes. ¿No es cierto, Frau Desmond? ¡Frau Desmond!

Norma se sobresaltó.

—¡Sí, es verdad! Audrey Hepburn... —balbució.

Hacía algún rato que Barski hablaba en voz baja con la afligida Doris, cuyos hombros rodeaba con su brazo. Holsten se mantenía un poco apartado.

«¡Qué angustia! —pensó Norma—. ¡Qué irreal parece todo esto!»

Oyó cómo Barski trataba de consolar a Doris.

—No llores. Procura dominarte. ¿No ves que a Petra no la impresiona nada la muerte de Tom?

—O este otro traje de chaqueta en franela gris. ¡Pura lana virgen! Falda larga y blusa de seda natural...

—¿Y no tiene ningún remedio? ¿No se puede hacer nada por ella?

—No, Doris.

—También es precioso este tailleur de Lanvin, en negro. Una maravilla. Usted no se imagina el trabajo que tengo, Frau Desmond. ¡Crear un modelo tras otro! Mi boutique de Dusseldorf... El encargado me da prisa.

«Pero si tu boutique de Dusseldorf ya no existe, y el encargado está en la cárcel», pensó Norma.

—No puedes hacer nada —murmuró Barski, de cara a Doris—. Ya sé que es horrible. Pero todo es inútil.

—¡Conjuntos, conjuntos de mil formas distintas! Tal como yo lo había anunciado...

—¡Animo, Doris! Tú siempre fuiste valiente.

Pero los sollozos de Doris proseguían, y Petra no cesaba de hablar de sus conjuntos, y la luz mortecina de los tubos fluorescentes caía sobre todos.

Con los payasos llegaron las lágrimas
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