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Media hora después, Norma estaba sentada frente a Barski, con la gran mesa de despacho entre los dos. Las dos secretarias, Frau Vanis y Frau Woronesch, se habían tranquilizado después de la sorpresa, al explicarles el científico que, una vez aclarado un error, Frau Desmond no sólo podía entrar y salir con toda libertad, sino que incluso se instalaría durante algún tiempo en el instituto por motivos de seguridad.
—¡Pobre Petra! —comentó ahora Barski, al mismo tiempo que se reclinaba en su sillón, evidentemente fatigado—. Usted ha podido ver cómo transforma ese virus la personalidad. Ya le dije que produce una total falta de agresividad y sentido crítico... A eso hay que añadir una tremenda egomanía y la reducción de todo el interés a un solo campo. En Tom era la investigación genética. En Petra es la moda. Y ese interés por una sola y única cosa puede hacerse tan poderoso, que conduzca al completo agotamiento, como en el caso del pobre Tom. Hemos de desear que...
—...que también Frau Steinbach tenga un final tan rápido como su marido. ¿No era eso lo que iba a decir? —preguntó Norma.
—En efecto. Me da pena Doris, la mejor amiga de Petra. Por fortuna, creo que he logrado calmarla un poco.
Sonó el teléfono.
Barski descolgó el auricular.
—¿Qué hay, Alexandra?
Escuchó, y de repente se puso de pie, sumamente excitado.
- ¿Cómo? ¡Eso no es posible...! No lo entiendo... ¿Quién...? Pero... Quédate donde estás... No hagáis nada... Voy en seguida...
Jan Barski dejó caer el auricular y miró anonadado a Norma.
—Era mi colega Alexandra Gordon. Kaplan y Holsten enviaron el cuerpo de Tom al Instituto Patológico, ¿no?
—Sí. ¿Qué pasa ahora?
—El hombre que ahora tienen sobre la mesa, no es Tom... Alexandra llegó en el último instante. El patólogo ya se disponía a comenzar la autopsia. Pero el cadáver es otro. ¡Nadie sabe quién!
—Le acompaño.
Barski vaciló.
—Sería preferible que aguardase aquí. De veras.
—No. Tengo que verlo —decidió Norma.