20

Copia de la grabación en cinta magnetofónica del hombre que en este libro lleva el nombre de Jan Barski:

Aquel domingo me retuvieron mucho rato en el instituto, por lo que llegué con retraso al embarcadero del Jungfernstieg, donde me esperaban Norma Desmond y Yeli. Pero aún pudimos subir al Rodenbek, que salía a las 12.15. Yo había encargado los pasajes, y fue una suerte, porque aquel día se agotaron todos. Nos dieron una mesa junto a la ventana, pero Yeli hizo amigos en seguida, y juntos corrieron al puente de mando, donde el capitán se mostró muy amable con ellos. Pasamos por debajo de los puentes de Lombard y de Kennedy, hasta llegar al Alster Exterior, y cuando dejábamos atrás los numerosos y viejos árboles de Uhlenhorst, me senté en la silla libre que había al lado de Norma. Y como la mesa era pequeña, nuestros cuerpos se rozaron. Ella se retiró, y yo vi más cerca que nunca su bello y delgado rostro, la bronceada tez, la singular manchita en lo blanco de su ojo derecho y sus cortos cabellos negros, y pensé en lo valiente, sincera e inteligente que era, y las diminutas arrugas en los rabillos de los ojos me hicieron recordar que mi mujer los tenía iguales, y que se marcaban más cuando reía. Pensé en Bravka, mientras permanecía sentado tan cerca de Norma, y ella debía de pensar en Pierre. Las aguas del Alster Exterior estaban un poco movidas. Navegamos por los canales hasta el lago, y atrás quedaban las blancas villas en sus grandes jardines que llegaban hasta el agua, y en los que relucían flores otoñales de todos los colores. Yo me sentía cada vez más feliz y más triste al mismo tiempo, tan triste y tan feliz como no había vuelto a estarlo desde la muerte de Bravka.

Norma me miró y dijo:

—Le agradezco la invitación.

Yo contesté:

—Somos Yeli y yo quienes debemos darle las gracias a usted.

Más villas, todas blancas, muchas de ellas con balcones sobre columnas, grandes y altas ventanas y anchas escalinatas que conducían a la entrada... Y mucho, mucho verde... Norma vestía azul claro y blusa blanca, de cuello abierto, y observé que llevaba una delgada cadena de oro con un colgante compuesto de un trébol de cuatro hojas entre dos minúsculos cristales de reloj. Sin duda se trataba de un talismán.

—¡Qué niña tan encantadora y seriecita es Yeli! —comentó Norma—. Me ha explicado la carta enviada a Gorbachov y Reagan... Aunque, por desgracia, no servirá de nada.

—No, claro que no —dije yo—. Tampoco surtirán efecto las otras doscientas veinticinco mil.

El Rodenbek dio la vuelta al lago bordeado de espléndidas villas de extenso jardín, retrocedió en dirección al Alster Exterior y luego giró hacia la izquierda para enfilar el Goldbekkanal y pasar por debajo del puente de Bellevue y de muchos otros. Ahora, las casas se alzaban casi en la orilla, y las ramas de los árboles tocaban el agua. La fronda rozaba el barco, y Yeli volvió para sentarse con nosotros.

—A mamá le habría gustado esta excursión.

—Sí —dije yo.

—Pero ahora tenemos a Frau Desmond —continuó Yeli—, y yo la encuentro estupenda.

—También yo te encuentro estupenda a ti —dijo Norma, acariciando los cabellos de mi hija, que la miró muy seria y preguntó:

—¿Se casará usted con Jan?

Yo me sentí violento y pedí excusas a Norma, que sin dejar de acariciar a la niña contestó:

—No, Yeli. No.

El barco torció nuevamente hacia la izquierda para entrar en un canal muy estrecho, y a poco alcanzábamos el gran lago del parque, a cuyo alrededor se extendían preciosos prados con imponentes árboles y muchas flores. Por todas partes se introducían loa arbustos en el agua, y en los prados había parejas que tomaban el sol, bastantes en traje de baño, porque el sol quemaba pese a que, la brisa era fresca.

—Jan me dijo que usted estaba sola —insistió Yeli.

—Y es verdad —respondió Norma.

Oí hablar a muchas personas en distintas lenguas. Todas tenían a alguien, incluso yo tenía a Yeli. Norma, en cambio, estaba completamente sola en el mundo.

—¿Se ha enfadado por preguntarle yo si se casaría con Jan?

—¡No, hija! —contestó Norma.

—Perdone. No quise...

—Lo sé, pequeña —la tranquilizó Norma, y yo pensé en Bravka y tuve el convencimiento de que estaba muy cerca de nosotros y lo escuchaba todo y sonreía.

Luego pensé que quizás estuviera sentada a mi lado, que se había transformado en Norma, y que tal vez yo fuese Pierre... La proximidad de Norma me desconcertaba, ahora que el aire me traía el aroma de su perfume, un olor que me recordaba intensamente épocas anteriores. A través de las copas de los viejos árboles de la orilla se filtraban, alternativamente, la luz del sol y la sombra, y las parejas de los prados se acariciaban y besaban. Sentí deseos de rodear los hombros de Norma con mi brazo, pero naturalmente me contuve.

El barco dio la vuelta al gran lago del parque, y Yeli preguntó de pronto:

—¿Se quedará aquí para siempre?

—No, Yeli —tuvo que responder Norma—. Una temporada, sí. Pero luego tendré que irme de nuevo. Ya sabes cuál es mi profesión. ¿No te lo contó tu papá?

—Sí —dijo Yeli—. Él también viaja mucho. Ya se lo expliqué cuando vino a recogerme esta mañana. ¿Se acuerda?

Ahora, el barco avanzaba por el canal de Barmbek, y los árboles y arbustos quedaban tan cerca, que sus ramas rozaron los costados del Rodenbek y pudimos percibir el aroma más o menos dulce de las numerosas flores.

—Así, usted prefiere estar sola... —insistió Yeli.

—No —admitió Norma.

—¿No?

—No, pequeña.

—Ya...

Fue una conversación queda y amable, y yo no dejé de pensar que era Bravka quien hablaba, porque siempre se había expresado de forma cariñosa, suave, tranquila, llena de amor. Como Norma. A través de los altavoces, el capitán explicó una divertida historia en varias lenguas. Mucha gente rió, pero yo apenas presté atención, porque no me interesaba. Era algo sobre vacas voladoras.

—Es una lástima —murmuró Yeli—. Usted tiene que marcharse, y Jan también. Siempre. Pero lo comprendo. Y ahora he de marcharme yo.

—¿Adonde vas? —quiso saber Norma.

—A hacer pipí.

Y Yeli desapareció. El barco inició el regreso en dirección al Alster Exterior, y durante largo rato no hablamos. Ni Norma, ni yo. Tampoco nos mirábamos, hasta que por fin pregunté:

—¿No tiene intención de volver a convivir con un hombre, Frau Desmond? En serio, quiero decir.

—Creo que no lo haré —contestó ella—. Llámeme Norma, y yo le llamaré Jan. ¿No le parece? ¡Eso de «doctor» y «Frau Desmond» suena ridículo!

—Gracias, Norma —susurré yo.

—Sin duda volverá a haber algún hombre en mi vida. Por cierto tiempo. Hay que proceder con mucho cuidado...

—¿Por qué?

—Me daría miedo que la relación se convirtiera en amor. Lo otro no tiene nada que ver con el amor verdadero. ¿No opina usted así, Jan?

—Es cierto —dije yo.

—Yo tuve un gran amor. Algo maravilloso. Y el final fue horrible. No quiero volver a vivir una cosa así. ¡Nunca más un profundo amor! Supongo que usted tampoco, Jan.

—Tampoco —contesté yo, pero era mentira.

El Rodenbek avanzaba hacia el Alster Exterior, y Yeli regresó, nos miró preocupada y corrió a la borda. Permaneció allí, y sé la veía muy pequeña y solitaria.

Norma dijo:

—Llegué a esta conclusión. Jan. El amor es algo demasiado terrible, y no se le puede hacer tanto daño a una persona...

—Eso no lo sé —respondí, y de nuevo me envolvió su perfume.

—No en seguida, claro... Al principio puede resultar muy hermoso. Pero después aún es todo mucho peor. Usted mismo lo vivió. Yo también. Pero a usted le queda la niña. ¡Ojalá sea feliz con ella durante muchos años! ¡Todos los posibles! Porque, dígame... ¿Podría resistir otra vez todo ese dolor tan espantoso? ¿Una segunda vez, cuando lo anterior no pasará nunca?

—En esto tiene razón —reconocí.

—¿Lo ve? ¡Es imposible! No se puede. Pero aunque fuera posible, uno ya no quiere. Encuentra usted un amor, y llega la desgracia. Antes o después, pero sin duda llega en algún momento.

—¿Qué hay que desear, pues?

—Indiferencia —dijo ella—. He reflexionado mucho sobre este punto. Lo que hay que buscar, es la indiferencia. Lo mejor es no tomarle afecto a nada. Entonces, uno no necesitará enfrentarse a disgustos y dificultades.

—Pero una vida así, sería muy pobre —señalé.

—Quizás —admitió Norma—. Pero como el ser humano tiene tan poca suerte, y la poca que tiene dura tan poco, prefiero no volver a conocerla. ¡Tan escasa suerte, y tanto sufrimiento...!

Habíamos regresado al Alster Exterior y vimos muchos veleros, como aquella noche desde el balcón del apartamento de Alvin Westen en el «Atlantic». O como en Niza...

—Igual que en la Costa Azul —dijo Norma en aquel momento, señalando las pequeñas embarcaciones.

—¿Verdad que sí?

Yeli estaba de espaldas a nosotros, asomada a la borda. No quería estorbar. Nunca la había oído hablar como aquel día.

Tras una prolongada pausa murmuró Norma:

—Ahora, usted está triste.

—Y usted también.

—Siempre —confesó Norma—. Y en ningún caso debemos estrechar nuestra amistad. Acabaría en una catástrofe.

—¿Se refiere usted a..., un amor?

—Sí, Jan. Acabaría en catástrofe. Usted no lo soportaría, ni yo tampoco. Yo tengo a mis muertos, y usted tiene a la suya. Créame... La única manera de vivir consiste en no amar.

Contemplamos las relucientes aguas, y el barco entró en el canal de Eilbek y pasó por debajo de una serie de puentes, camino del estanque de Kuhmühlen. En las orillas vimos pequeños jardines y huertecillos, pero también había espacios sin cultivar, donde sólo crecían plantas silvestres. Era una zona sin casas ni personas, y a mí me dominó el recuerdo de Bravka, y supe que Norma pensaba sin cesar en Pierre y en el niño, y que tenía razón en lo que decía. ¡Toda la razón! Era el nuestro un mundo mísero, y la vida también lo era. Sin embargo, a veces resultaba maravillosa. «Ahora, en este momento, es maravillosa. La excursión por los canales dura dos horas. Dos horas de vida maravillosa.»

Volvió Yeli.

—Tengo una idea —anunció.

—¿De qué se trata? —pregunté yo.

—Me compraste unos zapatos muy bonitos...

—Sí, ¿y qué?

—Pues que el zapato derecho se llamará Jan. Y el izquierdo, Norma.

—Me parece muy bien. ¿Y sabes qué? Puedes tutearme y llamarme Norma —propuso ésta.

—¡Estupendo! —exclamó Yeli—. Me pondré estos zapatos siempre que me lo permita Mila. Y siempre que los lleve, aunque vosotros dos estéis lejos, me parecerá teneros conmigo.

Con los payasos llegaron las lágrimas
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml