21

Jens Kander, redactor de Wett im Bild, dijo:

—Este fin de semana estuve en Dusseldorf. En el «Komodchen». Estrenaban nuevo programa. Lore Lorentz se supera a sí misma. Los textos son de Martin Morlock. Hubo uno que me produjo escalofríos. Dice la Lorentz que, cuando un niño nace, llega un ángel y le acaricia los labios. Eso, según el talmud. Y ése es el origen de las dos arrugas que se nos forman a todas las personas de la nariz a la boca. ¿Me escuchas?

—¡Claro, Jens!

Se hallaba Norma en el despacho de la central de Welt im Bild, sentada en el sofá de cuero artificial negro.

«Aún está más pálido y tiene peor aspecto que la otra vez —pensó—. ¿Por qué me llamó, anunciándome que tenía algo que podía ser de importancia para mí, si ahora habla del nuevo programa un cabaret? Me parece que Jens no se encuentra bien.»

—¿Y qué? —agregó.

—El ángel hace eso para que el niño olvide la realidad, dice la Lorentz. Porque, en el momento de su nacimiento, todo niño conoce toda la verdad sobre el mundo y sobre sí mismo. Por eso baja el ángel y le toca los labios. Para que la criatura olvide esa realidad, ya que de otro modo no podría soportar la vida... Fue algo que me afectó mucho, ¿sabes? Y la cosa continúa. En esa escena, la Lorentz hace ver que la rodea un ángel. Ella quiere ahuyentarle y exclama: «Fly homeward, ángel! ¡Vete, ángel! Conocemos ya suficientes cuentos, y nuestro tiempo es breve. Llevamos mucho retraso; No padezcas. Nos arreglaremos sin ti, ángel. ¡Anda, echa a volar! ¡Sé bueno, querubín...! Así... ¡No, más hacia allá! Muy bien...» ¿De verdad te interesa, Norma?

—¡Naturalmente! —contestó ella, aunque pensaba: «¿Qué otra cosa puedo decir? ¡Cómo está Jens...! Cada día peor.» Pero agregó amable—: ¿Qué más?

—El ángel insiste. Quiere acercarse a ella, ¿sabes? Pero la Lorentz se pone firme, porque entretanto ha descubierto un par de verdades acerca del mundo...

Se abrió la puerta, y un tipo grueso y calvo chilló, agotado:

—Pero..., ¡caracoles!, Jens..., ¿cubres tú el Wallmann?

—No.

—¡Es para volverse loco! —gritó el hombre gordo—. ¡Alguien tiene que hacerlo! Allí hay ya tres cámaras.

La puerta se cerró.

—¿Qué sucede con ese Wallmann? —inquirió Norma.

—Es el que hoy declaró en Bonn que la contaminación de los productos alimenticios ha retrocedido considerablemente en la República Federal de Alemania, con algunas excepciones, después del accidente nuclear de Chernobyl.

—¿Y qué?

—Que nadie le cree. Todo el mundo sigue tan testarudo como siempre. ¡Esto es un desbarajuste! Nadie sabe lo que hace el otro. ¿De qué hablábamos?

—De la Lorentz. Que dijo haber descubierto unas cuantas verdades.

—¡Ah, eso, sí!

El rostro de Kander adquirió una expresión extasiada.

—Dijo haber descubierto la fuerza que impulsa este mundo.

Primero creyó que era la tontería. Pero la tontería no impulsa, sino que más bien inmoviliza. Luego quiso convencerse de que era la envidia, el temor, el odio o la codicia. Mas todas esas cosas sólo lo son al margen... Y, desde luego, no es el amor. Eso no lo cree ni Herr Wojtyla, ni tampoco su esclavo Hóffner. En un aspecto global, el amor no promueve nada en absoluto. Es un asunto particular. Muy bonito, muy importante, pero que no origina nada, según la Lorentz. La energía que de veras da impulso al mundo, el misterioso poder que hay detrás de todo, es...

—¡Sigue, Jens!

—¿Lo ves? —señaló Kander—. ¡Todo el público reaccionó del mismo modo! Pero la gracia está en que la Lorentz no continúa: ¡no revela qué fuerza es ésa!

—¿Por qué no?

—Porque... Se pasa una mano por la cara y exclama: «¡Este dichoso ángel ya me ha...! ¿Qué iba a decir ahora...? Ya no lo recuerdo...» ¿Lo entiendes, Norma? El ángel le tocó los labios con el dedo, al fin, y ella lo olvidó todo en el acto... ¿Y si, realmente, el hombre lo olvida todo? En tal caso, yo sabría por qué no sé quien soy... Y que miente todo aquel que afirme saber quién es.

«La eterna cantilena —pensó Norma—. Tener uno conciencia de sí mismo... ¿Qué es el ser humano? ¿Por qué es así? Hay mil maneras de hacerse desgraciado.

—Creo que esto explicaría —dijo el alto y delgado Jens— por qué no hay manera de anular nada de lo hecho, para repetirlo mejor; por qué nos va tan mal a todos, en este mundo...

—Es posible —asintió Norma, a la vez que pensaba: «No tengo valor para contradecir a este pobre hombre.»

—Sólo así soportamos la vida —continuó Jens Kander—. Porque olvidamos lo que, pese a la intervención del ángel, averiguamos en el transcurso de nuestra existencia... Porque nada nos sirve para aprender. ¡Absolutamente nada!

—Eso tiene un sentido —indicó Norma, aunque pensó: «Yo más bien creo que, a lo largo de la vida, algunos descubrimos cada vez más la horrible realidad. A mí, al menos, me sucede eso.»

—Yo me pregunto —prosiguió el delgado Jens, sentado al otro lado del escritorio—. ¿Para qué vivimos, entonces? Quiero decir: ¿para qué tanto tormento, si nunca hemos de poder ser más inteligentes o un poco más decentes o más amables o..., un poco menos malos? ¿Por qué todo esto, Norma, por qué?

—Yo tampoco lo sé, Jens —contestó ella—. ¿Tienes que martirizarte pensando constantemente en eso? ¿No puedes buscar otro tipo de reflexiones?

—¡No! —declaró Kander, mirándola deprimido—. No puedo.

—Pues te destrozas a ti mismo —le advirtió Norma—. ¡Comprende que todas esas preocupaciones no te conducen a nada! Trata de distraerte. Que el mundo es un asco, lo sabemos todos. Pero tú no lo cambiarás. Ni yo. Nadie.

—¡No obstante, tenemos que intentarlo, Norma! —protestó él-¿Para qué estamos aquí, si no?

—¡Te repito que no lo sé! —gritó ella, y se asustó de su propia violencia—. Perdona, Jens. No quería molestarte. Comprendo que tienes razón.

«Cada cual tiene sus manías —pensó—. Jens se ha empeñado en saber quién es y en mejorar el mundo. Yo estoy decidida a descubrir a los asesinos de mi hijo. ¡Hay tantas obsesiones! Pero Jens trabajó muchos años de reportero, como yo. Y a diario ve lo que ocurre en el mundo. ¿Cómo puede ser tan ingenuo, pues?

—En cualquier caso, debes dejar de torturarte de semejante forma, Jens. ¿A quién beneficiarás, si te vuelves loco?

Kander permaneció bastante rato con la cabeza baja.

—Disculpa —musitó finalmente—. Sé que no hay quien me aguante.

—Eres mi amigo —dijo Norma—. Por eso me preocupas. Y ahora explícame de una vez para qué me hiciste venir.

Kender se levantó y comenzó a dar pasos por la habitación.

—Ya recordarás que desapareció todo nuestro material sobre el entierro de Gellhorn y de su familia...

Norma alzó la vista.

—Desde entonces tenemos a la Policía encima. También me» visitó en un par de ocasiones un pez gordo llamado Sondersen, Tú ya le conoces, sin duda...

—Sí. Le conté lo sucedido.

—Me lo pensaba. Y ninguno de ellos ha adelantado ni un solo paso...

—Ya.

—Pero ahora me entero de que en París ha ocurrido lo mismo.

Norma entornó los negros ojos.

—¿Qué ha pasado en París?

—Hay dos grandes emisoras. «Premiére Chaine» y «Telé 2». Los periodistas se conocen todos entre sí, ¿no? Yo tengo un viejo amigo allí, Alain Perrier, de «Premiére Chaine». Hace el mismo trabajo que yo. Anoche me llamó. A mi casa. De manera particular. Para contarme que había ocurrido lo mismo que aquí. Y también en «Telé 2». Les desaparecieron películas.

—¿Cuáles?

—Las de las noticias.

—Supongo, pero..., ¿referentes a qué acontecimiento?

—¿Has oído hablar de una empresa que lleva el nombre dé «Eurogen»?

—Sí.

Norma se puso de pie. «Mi memoria todavía funciona —se dijo—. Barski mencionó esa empresa. Allí trabaja Patrick Renaud, aquel a quien el pobre Tom Steinbach, ya enfermo, quería revelar todos los resultados de las investigaciones realizadas por el equipo de Gellhorn...»

—¿Qué pasa con «Eurogen»?

—Algo salió mal. Un problema muy gordo. Durante meses lo taparon. Hasta que alguien armó un escándalo. Entonces no tuvieron más remedio que convocar una conferencia de Prensa, presentando también una comisión de expertos que, según ellos, todo lo aclararía. Acudieron los periodistas en masa, como te puedes figurar, y formularon preguntas muy incómodas. Equipos de «Premiére Chame» y «Telé 2» lo filmaron todo. Poco después, el material había desaparecido. Tanto el de «Telé 2» como el de «Premiére Chaine». Los periódicos franceses del domingo estaban llenos de ese tema. Y hoy, aún peor, según Alain. ¿No leíste nada?

—¿Cuándo, Jens? Apenas llegada a la redacción, tú me telefoneaste y vine.

—Pues mírate el Fígaro, Le Matin y otros diarios. Un revuelo tremendo: «El Gobierno procura impedir la información. Manda desaparecer el material comprometedor», etcétera.

—¡Pero explícame de una vez lo sucedido en «Eurogen»!

—Los laboratorios están en el recinto del Hospital De Gaulle, ¿no? Los del hospital también se mantuvieron a la defensiva, pero al final se descubrió que cinco investigadores de «Eurogen», que trabajaban en la recombinación del ADN, enfermaron gravemente. Tres han muerto ya, y los otros dos no tardarán en seguirles.

—¿Y qué enfermedad contrajeron?

—Un tipo de cáncer hasta ahora desconocido —contestó Jens Kander.

Con los payasos llegaron las lágrimas
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml