24

En el hotel era costumbre cambiarse de ropa para la cena.

Norma se puso pantalón de seda negro y chaqueta escarlata. Barski, traje azul oscuro. Cuando abandonaban el comedor para volver al vestíbulo, se les acercó una muchacha de la recepción.

—Un señor acaba de entregar esta carta para usted, doctor Barski.

Y le dio un sobre.

—¿Dónde está el señor?

—Ya se ha ido. Dijo que tenía prisa.

—Gracias.

Se instaló con Norma en un rincón, al pie de una lámpara, rasgó el sobre y leyó en voz baja el contenido de la carta: «Mi querido Jan: Un amigo te lleva esta carta. Debo rogarte que mañana, miércoles, estés a las 10.03 con Frau Desmond en la catedral de San Esteban, de Breisach. Os espero allí. Tienes unos 30 minutos de viaje. Tu fiel Patrick. P.D.: ¡Quema en el acto la carta!»

—¿Nos espera en una iglesia?

—Sin duda lo considera un lugar adecuado —dijo Barski, que había prendido fuego a la carta y estrujó los carbonizados restos en un cenicero.

—Conozco la carretera de Breisach —señaló Norma.

—Y yo la catedral —dijo él.

—¿Cuándo estuvo allí?

—Nunca.

—¿ Entonces..., cómo...?

Barski se puso de pie.

—Venga —invitó a Norma—. Son ya casi las diez, pero fuera aún se está bien. Y he leído que hoy sale la luna a las 22.04.

Salieron al parque, donde los huéspedes del hotel seguían ocupando sillas y bancos. Norma y Barski se encaminaron a un prado donde estaban solos. Aparte de una lechosa mancha en el horizonte, de la luna todavía no se veía nada.

«¿Me doy cuenta de la partícula de polvo que en realidad es nuestra tierra? —pensó Norma, cuando por fin estuvo en el cielo el disco lunar—. ¿De lo insignificante e indiferente que es todo cuanto en ella sucede, frente a semejante majestad cósmica? No; no me doy cuenta. No me siento arrobada, ni emocionada. En cambio, tengo una sensación de irrealidad. Eso sí. Todo me parece irreal. Que ahora me encuentre en este prado. En Badenweiler. Y que Jan Barski esté a mi lado. Que afirme conocer la catedral de Breisach sin haberla visitado nunca. Que aquí huela de manera tan intensa a abetos... ¿Un sueño? No es un sueño. Pero..., ¿a qué se deben estos repetidos momentos en que todo me parece irreal?»

—Mire —señaló Barski—. ¡La luna!

Eran exactamente las 22.04. Norma lo comprobó de forma mecánica en su reloj de pulsera. «Ha salido la luna, sí —se dijo—. Pero..., ¿qué hay de majestad cósmica en ello? ¿Qué hay de emocionante?» Y comentó:

—Propiamente, este milagro resulta decepcionante. Es de tal puntualidad, que se puede prever al minuto.

—Algunos milagros de la Naturaleza, pocos, son previsibles —contestó Barski—. El milagro «hombre» no lo es, por desgracia.

Con los payasos llegaron las lágrimas
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