27
- ¿Quién es?
—Un tipo que también en Alemania aparece y desaparece de vez en cuando —contestó Barski, y puso en antecedentes a Renaud.
—¡Maldita sea! —exclamó éste—. Ya os he dicho que nos vemos metidos en un asunto terrible, que debe tener su origen muy, muy arriba. De otra forma no desaparecerían, así como así, películas de tres centros distintos.
—¡Un momento! —intervino Barski—. ¿Estuvo presente ese Horst Langfrost en vuestra rueda de Prensa?
—No. El hombre al que encontramos en el piso en lugar de Cronyn, no estaba allí. Yo nunca le había visto.
—Cabía la posibilidad de que, en Alemania, la película hubiese tenido que desaparecer por verse en ella a Langfrost. Pero en tal caso no habría sido necesario robar vuestros filmes en París. Porque en ellas no aparecía Langfrost. Quizá quisieran proteger a Cronyn, que se ha esfumado.
—Todo es posible —indicó Norma—. Ahora recuerdo que, cuando Welt im Bild transmitía el entierro de Gellhorn, hubo una pequeña interrupción. La pantalla quedó negra durante unos segundos. No sé ya en qué momento. A lo mejor no se trató de un fallo técnico, sino de una avería intencionada.
—¿Le sirve de algo mi material?
—¡Y tanto! —respondió Norma—. Pero llegué a un acuerdo con el jefe de la comisión especial alemana. Yo le ayudo, y él me ayuda a mí. Un hombre que vale mucho, ¿no, Jan?
—Sí, Patrick.
—Lo digo porque le entregaré todo el material a la mayor brevedad posible. Si alguien puede sacar provecho de él, es Sondersen.
Y le referiré su historia tal como usted la ha explicado, Monsieur Renaud.
—Estupendo. Y muchas gracias. ¿Quién sale primero? —Tú —respondió Barski—. Estoy convencido de que te vigilan. A nosotros, la Brigada Criminal nos protege desde hace tiempo.
Y ese Sondersen prometió que, aquí, también te protegería a ti. ¡Vete, pues! Norma y yo esperaremos unos veinte minutos. Después recogeremos el equipaje, que sigue en el hotel de Badenweiler, y volveremos en avión a Hamburgo.
—Bien. Yo todavía pasaré unos días en casa de mi madre, en Colmar. Aquí tienes la dirección, por si te interesa establecer contacto conmigo. Luego me encontrarás en París, como de costumbre. Pero no me telefonees. Permaneceremos en comunicación de manera directa, o bien mediante personas de confianza, como esta vez. Salut, amigos.
Abandonó el oscuro rincón y avanzó a paso rápido hacia la salida.
- Salut, Patrick —dijo Barski en voz baja. Y de cara a Norma—: Déme el sobre. Lo esconderé debajo de mi camisa.
«...Aquí vemos la resurrección del joven de Naim, de la hija de Jairo y también la de Lázaro... ¿Otra vez está sentada, Mrs. Camberland? ¡únase al grupo en seguida! Usted me desorganiza todo el plan...»
Barski y Norma habían abandonado el templo y caminaron despacio a su alrededor. No se veía ni un alma. Norma se detuvo junto a la baranda de piedra, con Barski a su lado. El sofocante viento se había convertido en huracán. Grandes nubes se deslizaban rápidamente por el cielo, y la luz cambió por completo. La sombra cubría a intervalos las casas de Breisach, que se veían al fondo, los viñedos, el Rin, los campos y bosques, aldeas, valles y arroyos.
«¿Cuando disfruté de una vista tan espléndida por última vez? —pensó Norma, y exclamó—: ¡Qué hermoso es esto!»
Barski hizo un gesto afirmativo y rodeó con un brazo los hombros de la mujer.
«Sombra y sol. ¡Qué colores tan fantásticos! ¿Por qué tengo que recordar ahora Niza y el restaurante del aeropuerto..., aquel silencio maravilloso? Aquí, el silencio parece retumbar... Pero encuentro de nuevo la paz. La misma paz de aquella mañana... Para Jan es la paz de Dios.»
Avanzaron contra el viento, inclinados los dos hacia delante; y el brazo de Barski aún descansaba sobre los hombres de Norma. El vendaval les hacía tambalearse, les estrechaba uno contra el otro. Y el sol y la sombra alternaban sin cesar. A cierta distancia les seguían con disimulo dos hombres.
En uno de los entrantes de la fachada de la iglesia vieron detrás de la verja, en el suelo, un cilindro de piedra con este texto:
«En 1945 —se dijo Norma—. ¡Cuántas veces oí decir a la gente que los años inmediatos a la guerra fueron los más felices de su vida! Alvin siempre habla de ellos: de aquellos años de hambre, ruinas, frío, miseria... Y de la enorme esperanza. Entonces, según Alvin, todo el mundo tenía esperanza. Una gran esperanza. Había terminado la peste nazi. La gente lo creía de verdad. Quienes hoy lo recuerdan, habían sobrevivido y eran jóvenes, muy jóvenes. Estaban seguros de que había llegado su momento y estaban decididos, a toda costa, a construir un mundo nuevo, más hermoso y justo, un mundo sin pobreza ni miedo, un mundo de paz. Afirma Alvin que fueron unos años maravillosos. Porque todos eran pobres y, a la vez, muy ricos... en ilusiones y buena voluntad. Como los que aquí reconstruyeron la catedral sobre las ruinas.»
—Han pasado de sobra los veinte minutos —le gritó Barski al oído—. ¡Vayámonos!
—Sí.
«También hoy buscan paz los hombres —se dijo Norma mientras subía al coche de alquiler con Jan Barski—. En todas partes. En el mundo entero. Pero no disponen de poder. Yo tuve ocasión de conocer a quienes lo poseen. Y ahora vuelvo a tropezar con ellos.»