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—Claro que no siempre será así —señaló Barski al cabo de unos minutos—. La solución actual no significa la paz definitiva. ¡Nada de eso! Representa, simplemente, que en un futuro próximo no habrá un soft war. Pero con ello vuelve el peligro de una guerra nuclear. ¡El ya familiar peligro de los buenos tiempos! En cualquier caso, la búsqueda continuará. Recuerda, Norma, lo que dijo Bellmann en Berlín. Nosotros tuvimos la mala pata de ser los primeros en descubrir el virus ideal para la soft war. Por eso amenazaron y dieron muerte a Gellhorn, y causaron tantas otras víctimas... Por eso los actos de terrorismo. Y la traición. Por eso fue asesinado Milland. Por eso secuestraron a Yeli. Querían el virus a cualquier precio. Rusos y americanos. Ahora ya lo tienen. Los dos a la vez. Y ahora pueden tirarlo todos a la basura —dijo Jan, y tragó saliva—. Según todas las leyes del cálculo de probabilidades, como señaló Bellmann en Berlín, y según todas las leyes de la lógica, llegará el día en que cualquiera, en cualquier parte, descubra de nuevo un virus ideal. Y luego otro. Y después otro más. De ningún modo seremos nosotros los únicos, en opinión de Bellmann. O sea que sólo nos conceden un respiro. Quizás un respiro muy largo. O muy corto. La próxima vez, las grandes potencias sabrán impedir que un hombre como Alvin Westen les embote el arma. La próxima vez será la última. Pero hasta entonces transcurrirá algún tiempo, querida. ¡Confiemos en que así sea!
Cantaba el viento, y Norma estrechó la mejilla contra la de Jan, a la vez que murmuraba:
—¡Vayamos a casa, Jan! A casa...
—Es lo que hacemos.
—No —le susurró Norma al oído—. A mí casa. A mi hogar. ¡No sabes cuánto lo deseo!