EPÍLOGO

—¡Despierta, Martin! —dice la mujer—. ¡Despierta, hombre!

—Estamos en Hamburgo. Son las 9.11 del lunes, 25 de agosto de 1986.

—¡Martin! —repite la mujer—. ¡Despierta de una vez!

Martin Gellhorn abre poco a poco los ojos. Tiene cuarenta y seis años, la cara bastante arrugada y los cabellos grises. Su mujer es rubia y más joven.

—Buenos días, Angelika —murmura Gellhorn.

Ella se inclina sobre el marido y le besa.

—¡Buenos días, Martin! Hace muchos años que no te dormías por la mañana.

—No. Es cierto —contesta él.

—Sonreías en sueños. ¿Era algo agradable?

—No lo sé.

—¿No lo recuerdas?

—En absoluto. Fue un sueño largo, en el que sucedían muchas cosas... Tú ya sabes que nunca logro acordarme de lo soñado. Cuando despierto, todo queda olvidado. ¡Por completo!

—Lástima —dijo su mujer—. Debía de ser un sueño bonito.

—A lo mejor no lo era —contesta Gellhorn—. Y entonces no es lástima.

—Lisa y Olivia te esperan para tomar el desayuno, Martin. No quieren empezar sin ti.

Gellhorn retira la colcha y se levanta.

—En seguida estoy.

Se afeita, se ducha y se viste. Sus hijas le miran radiantes, cuando entra en la cocina. Martin abraza y besa a las dos niñas. Lisa, la menor, tiene el cabello negro y los ojos azules. Olivia, ya de siete años, es rubia como la esposa de Gellhorn, y sus ojos son castaños como los de la madre. Se desayunan todos juntos. El café esparce su agradable aroma, los panecillos están recién hechos, y el sol penetra alegre por la ventana. Sin duda será un día caluroso, muy caluroso. La familia ríe, charla y está contenta. Es época de vacaciones. ¡No hay colegio!

Gellhorn, sin embargo, tiene que acudir al trabajo. Besa una vez más a sus dos hijas y a la esposa. —No lo has olvidado, ¿verdad?

—¡No, claro que no! —exclama Martin Gellhorn—. Os lo prometí, ¿no?

—¡Y hay que cumplir lo que se promete! —interviene Lisa. —Pienso cumplirlo —declara el padre—. ¡Seré puntualísimo! —¡Qué bien! —palmotea Lisa.

Gellhorn se dirige al instituto. El portero que vigila la entrada al recinto del Hospital Virchow le saluda amablemente. El hombre ya suda. ¡Y es que hace tanto calor! —¡Buenos días, profesor! —¡Buenos días, Herr Lutz!

Se alza la barrera. Gellhorn conduce el coche a su lugar de aparcamiento. Hay varios, entre los tres grandes rascacielos del centro clínico. El profesor entra en el primer edificio, sube en ascensor al piso decimocuarto y se adentra por un ancho pasillo. A causa del calor han bajado todas las persianas. Todo es blanco, allí dentro. Paredes, muebles, puertas, lámparas... Gellhorn llega a su despacho, en cuya puerta hay un rótulo con su nombre. El microbiólogo saluda sonriente a sus secretarias y se pone una bata blanca. Repasa la correspondencia. Telefonea. Dicta. A las 11 abandona su despacho y sigue pasillo abajo, dejando atrás las puertas con los rótulos que anuncian: DR. TAKAHITO SASAKI... PARA AVISOS, AL LADO... DRA. ALEXANDRA GORDON... PARA AVISOS, AL LADO... DR. HARALD HOLSTEN... PARA AVISOS, AL LADO... DR. THOMAS STEINBACH... PARA AVISOS, AL LADO... DR. JAN BARSKI... PARA AVISOS, AL LADO...

El profesor Gellhorn entra en la secretaría, saluda a Frau Vanis y a Frau Woronesch y pasa luego al gran despacho blanco de Barski, donde ya le aguarda el equipo, formado por un japonés, un israelí, una inglesa, un alemán, otro alemán y un polaco, que es Barski. Se trata de la conferencia que celebran cada mañana. Primero, cada cual informa sobre la labor realizada. Desde hace siete años, el grupo busca, mediante la recombinación del ADN, un virus contra el cáncer de mama. Thomas Steinbach lleva un año investigando en algo que parece muy prometedor. Claro que, antes de conseguir el éxito definitivo, pueden transcurrir otros siete años. Quizá tarde sólo uno más en lograr su empeño, o quizá no le llegue nunca ese momento. Nunca para el equipo de Gellhorn, pero tal vez para otro.

Los científicos analizan los resultados, desechan esto o aquello, discuten largamente sobre otros puntos. Al final establecen el orden de los próximos experimentos. Gellhorn asiste con gran interés a esas reuniones de las 11 con sus chicos, como les llama, pese a no ser él mucho mayor que ellos. Después de un chiste de Tom se despiden todos para volver a sus diferentes trabajos. También Gellhorn, que es un enamorado de su profesión y se siente a gusto en el instituto, entre los colegas y amigos de diversas nacionalidades y en aquel alegre y pacífico ambiente de las bibliotecas y los laboratorios.

A las 15.30 vuelve a visitar a Jan Barski.

—Ya sé que acaba de recibir una nueva lata de té de su amigo de Cambridge —dice—. Pero hoy, yo no podré tomarlo con ustedes. Porque ahora me voy. Se lo prometí a las niñas.

—¡No faltaba más! ¡Que se diviertan mucho, profesor! —contesta Barski, mientras Gellhorn se aleja.

El microbiólogo regresa a su domicilio, donde ya le espera su pequeña familia, de la que se siente muy orgulloso. ¡Qué joven se ve su esposa, y qué bonitas son las dos hijitas! Se encamina con ellas a Heiligengeistfeld, y pronto le invade una gran felicidad. Está sentado en la tercera fila del circo, con su mujer a la izquierda y Lisa y Olivia a la derecha. Le satisface profundamente verlas tan ilusionadas a las tres.

Realmente, la función es extraordinaria.

Todos los niños que han acudido al circo con sus papas y mamas están radiantes. Llenos de júbilo aplauden a los negros ponies que danzan, se estremecen al oír el rugido de los leones, y su excitación alcanza el grado máximo cuando las preciosas trapecistas de mallas plateadas dan volteretas por los aires.

Pero... oh, oh, ¡ahora! Las voces de los pequeñuelos se funden en un único grito de entusiasmo.

Porque ahora llegan los payasos.

RECONOCIMIENTO

Esta obra sólo pudo ser escrita gracias al amable y constructivo asesoramiento de numerosas personas de muy diversas nacionalidades: principalmente, naturalistas, historiadores, políticos, militares, polemólogos, expertos en Derecho Internacional público, ingenieros de telecomunicaciones, periodistas y especialistas en cuestiones de seguridad. Resulta imposible nombrar aquí a todas esas personas; en parte, por ser tantas, pero también porque varías de ellas sólo pudieron asesorarme con la condición de permanecer en el anonimato. En consecuencia, lo único que me cabe es expresar a todas, y a cada una en particular, mi más sincero agradecimiento.

Igualmente quedo muy en deuda con los siguientes científicos y escritores que, como las correspondientes editoriales, con tanta gentileza me autorizaron a citar fragmentos de sus obras e incluso, en ocasiones, insertar en mi novela importantes pasajes enteros.

Afheldt, Horst Atomkrieg, Hanser Verlag, Munich, 1984 (obra también publicada en 1987 por «DTV» como libro de bolsillo).

—. Defensive Verteidigung, serie ro-ro-ro «aktuell», Rowohlt Taschenbuchverlag, Reinbek, 1983.

—. Der Morgen nach SDI, guía 83, Kursbuch/Rotbuch Verlag, Berlín, 1986.

Arditti, Rita, DueluKlein, Renate y Minden, Shelley. Retortenmütter, serie rororo «frauen aktuell», Rowohlt Taschenbuchverlag, Reinbek, 1985. Chargaff, Erwin. Das Feuer des Heraklit, Verlagsgemeinschaft

Klett-Cotta, Stuttgart, 1981 (obra también publicada en 1984 por «DTV» como libro de bolsillo).

—. Unbegreifíiches Geheimnis, ibídem, 1981.

—. Bemerkungen, ibídem, 1981.

—. Wamungstafeln, ibídem, 1982.

—. Kritik der Zukunft, ibídem, 1983.

—. Zeugenschaft, ibídem, 1985.

Gassen, Hans Günter; Martin, Andrea y Sachse, Gabriele. Der Stoff, aus dem die Gene sind, Verlag J. Schweitzer, Munich, 1986.

Rosnay, Joél de, Der Biokit, ibídem, 1985. Todos los volúmenes de la serie Gen-Technologie, Chancen una Risiken, ibídem.

Herbig, Jost. Der Bio-Boom, Stern-Buch, Verlag Gruner + Jahr, Hamburgo, 1982.

Packard, Vance. Die grosse Versuchung, Econ Verlag, Dusseldorf, 1977.

A todas aquellas personas que deseen informarse más a fondo sobre los diversos acontecimientos de carácter científico o político (¿y quién puede separar una cosa de otra?) a que hace referencia mi novela, me permito recomendarles las obras mencionadas.

Johannes Mario Simmel

Zug, primavera de 1987.

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19/02/2014
Con los payasos llegaron las lágrimas
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