10
—Aaaaah...
Con un grito despertó la morena y hermosa cónsul, Estrella Rodrigues, de su profundo sueño, cuando Thomas Lieven, ya muy entrada la noche, entró en su dormitorio. Con mano temblorosa encendió la luz de la lámpara con la pantalla roja. Se llevó una mano al corazón.
—Oh, querido, no sabes lo que me has asustado...
—Perdona, mi amor, se ha hecho tarde..., he tenido que acompañar al hombre del pasaporte... -Se sentó al borde de la cama y la cogió entre sus brazos.
—Bésame... -La mujer se apretujó contra él-. Qué alegría que estés aquí..., que hayas vuelto finalmente... Te he estado esperando... durante infinidad de horas..., me moría de impaciencia...
—¿De impaciencia por mí? -preguntó el hombre, halagado.
—Por ti también.
—¿Qué dices?
—Te he estado esperando toda la noche para que me regalaras un poco de dinero y poder ir a Estoril.
—Hum...
—He llamado al casino. Esta noche todo son onces y los números vecinos. ¿Te lo imaginas? ¡Son mis números! Hubiese ganado una fortuna...
—Estrella, mañana te pondré en contacto con un falsificador de primera. Entrégale tus pasaportes y él te pagará una comisión. Está dispuesto a trabajar a medias.
—Oh, Jean, eres maravilloso.
Thomas entró en el cuarto de baño.
Estrella le llamó, cariñosa:
—¿Sabes en lo que estaba soñando?
Y él desde el cuarto de baño:
—No...
—Estaba soñando que tú eras alemán... y mi amante. ¡Un alemán! Con lo que yo odio a los alemanes... Creí morirme... Jean, ¿me oyes?
—Cada palabra.
—¿Por qué no dices nada?
Estrella le oía toser.
—De tanto miedo me he tragado medio vaso de agua.
—Eres un encanto..., ven, ven rápido al lado de tu cariñosa Estrella...
Era ya muy entrada la noche cuando aquella maravillosa mujer, que tanto odiaba a los alemanes, despertó a Thomas Lieven, que reía en sueños. -Jean, Jean, ¿qué te pasa?
—¿Qué..., cómo...? Oh, nada, un sueño muy divertido... -¿En qué estabas soñando?
—En una pequeña y espontánea manifestación popular -dijo, y volvió a reír.