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Alrededor del Largo de Chiado, una plaza de ensueño con árboles centenarios, están situadas la Pastelería Marques y otras cafeterías conocidas por sus exquisitos dulces. En un rincón de la cafetería Caravela se sentaban, a última hora del 16 de noviembre de 1940, dos hombres. Uno de ellos tomaba un whisky y el otro un helado con nata. El que tomaba el whisky era el agente británico Peter Lovejoy, y el que consumía el helado, un gigante bonachón y muy gordo de alegres ojillos de cerdo y cara rosada de niño. Se llamaba Luis Guzmao.
Peter Lovejoy y Luis Guzmao se conocían desde hacía dos años y en más de una ocasión habían colaborado con pleno éxito...
—Bien, ha llegado el momento -dijo Lovejoy-, hoy he recibido la noticia de que se ha fugado de la cárcel.
—En este caso, hemos de apresurarnos para dar con él mientras esté todavía en Lisboa -dijo Guzmao, y tomó una nueva cucharada de helado. El helado con nata era lo que más le gustaba en este mundo.
—Exacto -asintió Lovejoy en voz baja-. ¿Cómo piensa hacerlo?
—Creo que lo mejor será una pistola con amortiguador. ¿Qué hay del dinero? ¿Lo ha traído?
—Sí, cinco mil escudos ahora y cinco mil más cuando..., en fin, luego.
Lovejoy tomó un sorbo de whisky y se dijo enojado: «Me ha dado cinco mil escudos; ésta es su participación en el asunto.
Vaya con ese elegante comandante Loos... Después de hablar con Guzmao se ha retirado; quiere tener las manos limpias.»
Lovejoy ahogó su ira hacia el agente alemán con un nuevo sorbo de whisky. Luego dijo:
—Preste mucha atención, Guzmao: Leblanc se ha fugado de la cárcel disfrazado como un tal Lázaro Alcoba. Ese Alcoba es bajo, jorobado, calvo. -Y describió al jorobado tan exactamente como lo había hecho la persona de confianza que tenía en la cárcel-. Leblanc sabe que los ingleses y los alemanes andan tras él. De modo que, con toda seguridad, se mantendrá oculto.
—¿Dónde?
—Tiene un amigo en la ciudad, un pintor borracho que vive en la parte baja, rua do Poco des Negros, 16. Apostaría que ha ido allí y seguirá representando al jorobado por miedo a nosotros..., o asumirá de nuevo el papel de Jean Leblanc..., por miedo a la policía.
—¿Qué aspecto tiene ese Jean Leblanc?
Lovejoy le describió con gran minuciosidad a Thomas Lieven.
—¿Y el jorobado?
—En la cárcel. No tema usted. Si en la rua do Poco des Negros ve a un jorobado calvo que responde al nombre de Leblanc, no tiene que hacerle otras preguntas...
Pocos minutos después de las ocho de la mañana del 17 de noviembre de 1940, Lázaro Alcoba, condenado ya en once ocasiones anteriores, soltero, nacido en Lisboa el 12 de abril de 1905, fue llevado a presencia del director de la Aljube.
El director, un hombre alto y delgado, le dijo:
—Tengo entendido que usted lanzó ayer unas amenazas, Alcoba.
La boca del jorobado temblaba también cuando habló:
—Señor director, me defendí cuando me dijeron que no podían ponerme en libertad por haber colaborado en la fuga de ese Jean Leblanc.
—Estoy, plenamente convencido de que colaboró usted con él, Alcoba. Dijo usted que pensaba dirigirse al señor fiscal general.
—Señor director, sólo me dirigiré al señor fiscal general en el caso de que no me pongan en libertad al momento. ¡Yo no tengo la culpa de que ese Leblanc haya huido valiéndose de mi nombre!
—Oiga usted, Alcoba, le vamos a poner en libertad...
El jorobado sonrió:
—Me lo imaginaba...
—... no porque tengamos miedo de usted, sino porque, efectivamente, se ha recibido la orden. Se presentará usted cada día en la correspondiente comisaría de policía y no está autorizado a abandonar Lisboa.
—Sí, señor director.
—No sonría de un modo tan estúpido, Alcoba. Tengo la seguridad de que muy pronto le tendremos de nuevo entre nosotros. Lo mejor que podría hacer es quedarse ya aquí. Un hombre como usted está siempre mejor entre rejas.