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Con las manos esposadas se sentó Thomas Lieven al lado del coronel de pelo blanco en un coche de la Wehrmacht. Cruzaron por la ciudad de París, que poco había cambiado después de la ocupación. Francia parecía ignorar la presencia de los alemanes. Las calles estaban muy animadas. Thomas Lieven veía elegantes mujeres, hombres que parecían tener prisa, y entre ellos, de cuando en cuando, a un soldado alemán extrañamente perdido entre tanta gente.
El coronel guardó silencio hasta que llegaron al pueblo de Saint Cloud, y entonces dijo:
—Tengo entendido que le gusta cocinar, señor Lieven.
Thomas quedó como petrificado al oír que le llamaban por su nombre. Su cerebro trabajaba febrilmente sobreexcitado y receloso por los tormentos de las últimas semanas. ¿Qué significaba aquello? ¿Se trataba de una nueva trampa? Miró de reojo al oficial que se sentaba a su lado. Rostro bondadoso. Inteligente y escéptico. Cejas muy pobladas. Nariz aguileña. Boca sensible. «En fin, ¡en mi patria son muchos los asesinos que tocan Bach!»
—No sé de qué habla usted -dijo Thomas Lieven.
—Sí, sí, lo sabe usted -dijo el oficial-. Soy el coronel Werthe, del Abwehr de París. Puedo salvarle la vida... o no. Todo depende de usted.
El coche se detuvo cerca de un alto muro que rodeaba una finca. El chófer tocó por tres veces el claxon. Se abrió una gran puerta de hierro sin que se viera a ningún ser viviente. El coche entró por un sendero de grava y se detuvo delante de una villa de paredes amarillas y ventanas verdes.
—Levante las manos-dijo el oficial que se hacía, llamar Werthe.
—¿Para qué?
—Para que le quite las esposas. Con las manos atadas no puede usted cocinar. Me gustaría comer un Gordon blue, si le parece bien a usted. Y Crepes Suzette. Le acompañaré a la cocina. Nanette, la doncella, le ayudará a usted.
—Gordon blue -dijo Thomas, en un tono apenas perceptible.
Y de nuevo todo empezó a dar vueltas en torno a él, mientras el coronel Werthe le quitaba las esposas.
—Sí, por favor.
«Vivo -se dijo Thomas-. Respiro... ¿En qué terminará todo esto?», se preguntó mientras su espíritu vital resurgía lentamente.
—Está bien, lo acompañaremos con berenjenas rellenas.
Media hora más tarde le explicaba Thomas a Nanette cómo se preparan las berenjenas rellenas. Nanette era una muchacha morena, muy apetitosa, que llevaba un delantal blanco sobre un vestido de lana exageradamente ceñido. Thomas se sentó en la cocina al lado de Nanette. El coronel Werthe se había retirado. De todos modos, la ventana de la cocina estaba enrejada.
Nanette se acercaba peligrosamente a Thomas. Una vez, su brazo desnudo le rozó la mejilla, y la otra, su redonda cadera, el brazo.
Nanette era una buena francesa, sospechaba a quién tenía a su lado. Y Thomas, a pesar de las penalidades pasadas, era lo que aparentaba: un hombre de pies a cabeza.
—Ay, Nanette -suspiró finalmente.
—Dígame, monsieur.
—Perdóneme usted. Es usted tan bonita... Es usted tan joven... En otras circunstancias no estaría yo sentado aquí. Estoy acabado. Esto es el fin.
—Pauvre, monsieur -susurró Nanette, y le dio un beso, muy rápido, muy superficial, y se sonrojó.
La comida fue servida en una gran habitación con artesonado, cuyas ventanas daban al parque. El coronel iba ahora vestido de paisano. Un traje de franela hecho a medida.
Nanette sirvió. Y su mirada se posaba continuamente en aquel hombre en uniforme de presidiario, pero que en todo momento se comportaba como un aristócrata inglés.
Comía con la mano izquierda, tenía dos dedos de la mano derecha vendados.
El coronel Werthe esperó hasta que Nanette hubo servido las berenjenas y luego dijo:
—Muy buenas, de verdad, deliciosas, señor Lieven. ¿Con qué las ha preparado usted?
—Con queso rallado, mi coronel. ¿Qué quiere de mí?
Thomas comía poco:
Después de las semanas de hambre, no podía llenar demasiado su estómago.
El coronel Werthe comía con apetito.
—He oído decir que es usted un hombre de principios. Prefiere usted que le maten que descubrirles algo a esos del SD o incluso trabajar para ésos..., para esta organización. -Sí.
—¿Y para organización Canaris?
El coronel se sirvió otra berenjena.
—¿Cómo me ha rescatado usted de Eicher? -preguntó Thomas.
París, 12 de diciembre de 1942
Con este menú, Thomas Lieven firmó el pacto con el almirante del diablo
Berenjenas rellenas
Se toman berenjenas grandes y duras, se pelan cuidadosamente y se dividen por la mitad. Se vacían limpiamente y se tritura finamente el contenido del fruto con carne de cerdo y de ternera, una cebolla y un panecillo reblandecido, sin miga. Se mezcla la masa con un huevo, sal, pimienta, páprika y un poco de pasta de sardina, para formar un picante relleno. Con éste se rellenan las berenjenas. Se vierte un poco de caldo en el fondo de un molde bien engrasado, se introducen en él las berenjenas rellenas, se cubren con queso rallado y copos de mantequilla, y se ponen al horno a fuego medio durante media hora.
Cordon bleu
Se toman filetes de ternera bien blandos, se golpean bien y se cubre cada uno de ellos con una lonja de jamón encima, una rebanada de queso de Emmental, de modo que quede libre un borde del ancho de un dedo. Se untan luego los bordes del filete con clara de huevo y se dobla la mitad no cubierta sobre la cubierta, comprimiendo fuertemente los bordes. Se reboza ahora la carne en la harina, yema de huevo ligeramente adobada con sal y pimienta y migas de panecillo, y se calienta luego en la sartén con abundante mantequilla por ambos lados, hasta que toma un bonito tono dorado. Se sirve con finos guisantes verdes, ligeramente salpicados con sal y perejil picado.
Crepes Suzette
Se preparan un buen número de crepes, es decir, de pequeñas tortillas, muy delgadas, para cuya masa se ha utilizado agua en lugar de leche. Ya en la mesa, se calienta una buena cantidad de mantequilla en un calentador de alcohol, pero sin que llegue a tostarse, se añade el zumo y la cáscara finamente cortada y picada de una mandarina o naranja. Se añaden pequeños chorlitos de licor de cerezas, Maraschino, Curaçao o Cointreau y algo de azúcar, y se calienta siempre sólo una crepe en el líquido. Se enrollan luego rápidamente y se sirven en un plato previamente calentado.
—Ah, fue muy fácil. Tenemos en el Abwehr a un oficial excelente, el capitán Brenner. Hace ya tiempo que sigue sus pasos. Ha establecido usted una marca, señor Lieven. -Thomas dejó caer la cabeza-. Por favor, nada de falsas modestias. Cuando Brenner descubrió que el SD le había arrestado a usted y llevado a Frèsnes, elaboramos nosotros un pequeño caso...
Werthe señaló la carpeta que estaba sobre una mesa junto a la ventana y que llevaba la inscripción GEKADOS.
—Nuestro método para arrebatarle sus prisioneros al SD. Inventamos un caso de espionaje con muchas declaraciones de testigos y muchos sellos; eso siempre surte efecto. Los testigos dicen, por ejemplo, que un tal Pierre Hunebelle ha realizado una serie de atentados con explosivos en la región de Nantes.
Nanette sirvió el Cordon bleu.
La muchacha dirigió una mirada amorosa a Thomas y le cortó la carne antes de volver a la cocina.
El coronel Werthe sonrió:
—Ha hecho usted una conquista. ¿Dónde estábamos? Ah, sí... Después de haber preparado la correspondiente documentación fui a ver a Eicher y le pregunté si tenían casualmente a un tal Pierre Hunebelle. Me comporté de un modo tonto. Me dijo que sí, en Frèsnes. Y entonces le enseñé la documentación... Hice ciertas alusiones a Canaris y a Himmler..., leyó los papeles... y el resto fue muy fácil.
—Pero, ¿por qué, mi coronel? ¿Qué quiere usted de mí?
—El mejor Cordon bleu que he comido en mi vida. En serio, señor Lieven, le necesitamos a usted. Nos enfrentamos con un problema que solamente un hombre como usted; puede resolver.
—Odio los servicios secretos -dijo Thomas Lieven, y recordó a Chantal y Bastián y a todos sus amigos, y el corazón le dolió-. Los odio. Y los desprecio.
El coronel Werthe dijo:
—Es la una y media. A las cuatro estoy citado con el almirante Canaris en el hotel Lutetia. Quiere hablar con usted.
Puede acompañarme. Si está dispuesto a trabajar con nosotros, estamos en condiciones de liberarle de las garras del SD. Si no quiere trabajar con nosotros, no puedo hacer ya nada más por usted. En este último caso, habré de entregarle de nuevo en manos de Eicher.
Thomas se quedó mirando fijamente al coronel. Pasaron cinco segundos.
—¿Qué dice usted? -preguntó el coronel Werthe.