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—Por fin -dijo el soldado de primera Schlumberger, de Viena-. Ahí los tenemos.
Llevaba auriculares y estaba sentado ante la mesa de un aparato receptor. A su lado se sentaba el soldado de primera Raddatz y contemplaba con evidente interés un álbum de desnudos francés.
—Deja ya a las mujeres -dijo Schlumberger-. ¡Acércate!
El soldado de primera Raddatz, de Berlín-Neukoeln, emitió un suspiro, apartó la mirada de la hermosa morena fotografiada en el álbum y se sentó al lado de su compañero. Mientras se colocaba los auriculares, dijo:
—Unos cuantos trucos más como éste, y la victoria es nuestra.
Captaron el texto que a través de la noche y de la niebla, a través de centenares de kilómetros llegaba hasta ellos en señales cortas y largas, transmitidas por una mano de mujer en el viejo molino a orillas del Creuze...
El texto concordaba perfectamente con aquél que les había sido entregado por aquel misterioso enviado especial Thomas Lieven, al cual habían sido adscritos los dos, y que había abandonado París hacía solamente ocho horas.
«gr 18 34512 etgo nspon crags», empezaba el texto que tenía ante sí el soldado de primera de Viena. Y «gr 18 34512 etgo nspon crags», transmitió en la frecuencia 1773.
—Todo sale a pedir de boca -dijo el vienés.
—¿Y si nos escuchan desde Londres? -preguntó el soldado de primera de Neukoeln.
—No en la frecuencia a la que hemos adaptado el aparato -dijo Schlumberger.
Se encontraban en una habitación del hotel Lutetia, el cuartel general del Abwehr militar en París. Schlumberger iba anotando los signos.
—¿Te has acostado ya con una negra? -preguntó Raddatz, y bostezó.
—¡Cállate ya de una vez!
—Si nosotros, los alemanes, mostráramos más interés por las mujeres -dijo Raddatz-, habría menos guerras. Déjate ya de cuentos -prosiguió Raddatz al ver que su compañero no le hacía el menor caso y seguía anotando los signos-. Incluso el más estúpido sabe que no ganaremos la guerra. ¿Por qué esos mierdas de generales no pondrán fin a todo esto?
Terminó la recepción.
—¿Por qué no pondrán fin a todo esto, esos perros malditos? -insistió Raddatz.
—Eso no es de tu incumbencia. Comprende que Hitler los colocaría a todos ellos contra el paredón. ¡Escucha!
—No me vengas con Hitler... La culpa la tenemos todos nosotros por haberle elegido. Y por gritar continuamente «Heil». Hemos sido unos imbéciles.
Los dos radiotelegrafistas se expresaron en estos términos tan derrotistas hasta que Schlumberger se decidió por contestar el mensaje cifrado que le había entregado Thomas Lieven.
—Desde habitación 213 Ministerio de Guerra Londres a Ruiseñor 17... Recepción muy clara... Les saludamos como nuevos miembros de la Special Operation Branch- Comuniquen con nosotros cada día a la hora convenida... Recibirán instrucciones... Capitán Everett será recogido hoy cuatro de abril de 1943...