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El 1 de agosto de 1943, a las veintitrés horas diez minutos arrojó un bombardero inglés que había sido capturado por los alemanes y en el lugar convenido un recipiente especial con explosivos de plástico capturados igualmente a los ingleses.
El 2 de agosto de 1943 se presentó en la central eléctrica de Eguzon el ingeniero Heinze, de la Organization Todt, de París, que discutió con los ingenieros alemanes allí destinados todos los detalles que resultarían de la voladura del Pont Noir.
El 3 de agosto habló el ingeniero Heinze con el comandante de un batallón de vigilancia, le confió un secreto y le inculcó que todos los soldados alemanes de vigilancia en el Pont Noir no debían acercarse al puente el 4 de agosto entre las veintitrés horas quince minutos y las cero horas treinta minutos.
El 4 de agosto a las cero horas ocho minutos fue volado el Pont Noir tal como había sido previsto y sin que resultara herida una sola persona.
El 5 de agosto, a las veintiuna horas, se hallaban los soldados de primera Raddatz y Schlumberger manejando sus aparatos. Detrás de ellos estaban Thomas Lieven, el coronel Werthe y el capitán Brenner.
Ruiseñor 17 se presentó puntual. Schlumberger murmuró:
—Hoy no transmite la muchacha. Hoy es uno de esos individuos...
Ruiseñor 17 transmitió un mensaje que no terminaba nunca. Mientras Schlumberger iba captando, Raddatz empezaba ya a descifrar.
La primera parte del mensaje era como lo había esperado Thomas:
—«... Cumplida misión Pont Noir... Las cargas han provocado hundimiento de todo el puente... Veinte hombres intervenido directamente en la acción... Teniente Bellecourt fracturado pierna antes de emprenderse acción... Está en casa de amigos en Eguzon... Transmite Emile Rouff... Profesor Débouché e Yvonne Dechamps están en Clermont-Ferrand...»
Werthe, Brenner y Thomas miraban por encima de los hombros de Raddatz que iba descifrando.
«Ese perfecto imbécil -se dijo Thomas-. ¿Por qué diablos indicará nombres?»
Antes de que Thomas pudiera hacer algo notó cómo el soldado de primera Raddatz le presionaba el pie con el suyo. El berlinés tenía una expresión de infinito asombro. Schlumberger le alargaba una nueva hoja de papel. Raddatz carraspeó desesperado.
—¿Qué ocurre? -preguntó Brenner, y se acercó rápido como un lince.
—Na... nada -replicó el berlinés.
Brenner le arrancó la hoja de papel de la mano.
—¡Vamos, déme usted! -Lo leyó rápido-. Oiga usted esto, mi coronel.
Thomas tuvo la sensación como si una mano helada estrujara su corazón mientras Brenner leía lo que acababa de descifrar Raddatz:
—Rogamos informen de la acción al general De Gaulle y den los nombres de nuestros miembros más importantes y valientes..., unas palabras de alabanza y estímulo elevarían la moral de combate.
«Oh, Dios -se dijo Thomas-. No, no puede ser verdad...»
—... El mérito principal en la acción corresponde al alcalde Cassier, residente en Crozant, luego a Emile Rouff, de Gargilesse, intervinieron igualmente...
El soldado de primera Schlumberger levantó la mirada de su cuaderno de taquigrafía.
—¡Siga escribiendo! -le gritó Brenner.
El capitán se volvió hacia Thomas:
—Sonderführer, dijo usted una vez que no podíamos apresar a esa banda porque no conocíamos sus nombres ni direcciones, ¿eh? -El capitán rió de un modo metálico-.
¡Pues ahora vamos a saber todos los nombres y todas las direcciones!
Todo empezó a dar vueltas en torno a Thomas.
«Esos imbéciles allá abajo. Esos vanidosos idiotas. Y yo que creía que solamente nosotros éramos así. Tampoco los franceses son mejores. Todo en vano. Todo ha sido en vano.»
El coronel Werthe se volvió de pronto en voz muy baja a Thomas:
—Abandone el cuarto, señor Lieven.
—Mi coronel, ruego tenga presente que... -empezó Thomas, pero no terminó la frase al ver la expresión en los ojos grises del coronel. Sabía que aquel hombre no se dejaría influenciar por nada.
En vano. Sólo que unos estúpidos perros querían lucir unas chapas de latón sobre el pecho una vez terminada la guerra...
Cinco minutos más tarde los radiotelegrafistas Raddatz y Schlumberger eran relevados. Bajaron al hall del hotel en donde les estaba esperando Thomas.
Schlumberger ponía una cara como si fuera a llorar.
—Ese imbécil no para y no para de transmitir. Veintisiete nombres hasta ahora...
—Y de estos veintisiete nombres sacarán los nombres de todos los demás -comentó Raddatz.
—¿Y si fuéramos a cenar, compañeros? -propuso Thomas.
Se fueron a cenar a Henri como solían hacerlo con mucha frecuencia durante los últimos meses. Un pequeño local en la rue Clément Marot que había descubierto Thomas. El propietario se acercó personalmente a su mesa para saludarles. Cuando veía a Thomas siempre se le humedecían los ojos.
Henri tenía una cuñada judía alemana y ésta, con ayuda de papeles falsos, había logrado ocultarse en el campo. Los documentos en cuestión se los había proporcionado Thomas. En el hotel Lutetia había muchas y buenas ocasiones para conseguir documentos falsos. Thomas se aprovechaba de vez en cuando de estas ocasiones. El coronel Werthe lo sabía y callaba.
—Algo ligero, Henri -dijo Thomas.
París, 5 de agosto de 1943
Ante el pescado nació la idea, que salvó la vida a sesenta y cinco personas...
Lonjas de riñones de carnero
Se toman pequeños riñones de carnero, se elimina la grasa y la piel y se parten por la mitad, según su longitud. Se cortan pequeñas rebanadas de pan blanco, se untan ligeramente con mantequilla por los dos lados y se coloca medio riñón sobre cada una, con el lado del corte hacia abajo. Se agita pimienta con nata acida, un poco de mantequilla, una yema, algo de sal y pimienta de Cayena, hasta formar una pasta espesa, que se aplica encima de los ríñones. Se introducen los pedazos de riñón durante unos diez minutos, con fuego moderado, en el horno. Se prueba con un tenedor puntiagudo. Cuando de los riñones no brota ya ningún jugo rojo, están a punto. Se sirven calientes.
Lenguado a la Grenoble
Se deja primero que el vendedor separe la piel de los pescados, y corte los filetes. Después se escabecha, lo mínimo media hora, con zumo de limón, pimienta y sal, para que el pescado quede fuerte y blanco. Se seca bien y se calienta rápidamente por ambos lados en mantequilla morena muy caliente. Después se dispone sobre una fuente precalentada. A continuación se dejan calentar rápidamente pequeños cuadraditos de limón con algunas alcaparras en la mantequilla. Esta salsa se vierte sobre los filetes de lenguado ya preparados, se adorna con perejil y se sirve con patatas cocidas.
Albaricoque-jamón de Palat
Se preparan algunas tortillas delgadas, de mediano tamaño. En uno de sus lados se cubre con mermelada de albaricoque, se enrollan las tortillas y se revuelven, una vez más, en la mantequilla caliente. Se sirve inmediatamente y se adorna a discreción, todavía, con almendras ralladas. Las tortillas resultan más sabrosas si la masa se ha preparado por lo menos una hora antes, y se deja reposar.
Era ya muy tarde y quería tranquilizarse. Compusieron la minuta.
Henri regresó a la cocina. Se hizo el silencio entre los tres amigos, un silencio de plomo. Mientras comían el primer plato, dijo el vienés:
—Brenner ha llamado a Berlín. Lo más tarde mañana emprenderá una acción especial en aquella zona. Y no es necesario que diga lo que será de esa gente.
Thomas se decía:
«El profesor Débouché. La hermosa Yvonne. El teniente Bellecourt. Muchos, muchos más. Aún viven. Aún respiran. Pronto serán arrestados. Pronto habrán muerto.»
—Muchachos -dijo de pronto Raddatz-, hace ya cuatro años que me voy escapando de ir al frente. Nunca he matado a nadie. Pero es una sensación de espanto saber que eres ahora culpable de algo...
—Nosotros no tenemos la culpa de esto -dijo Thomas. Pero pensó: «Vosotros, no. Yo, sí. Vivo en el engaño y para el engaño. ¿Acaso puedo sentirme inocente?»
—Señor Lieven -dijo Schlumberger-. ¿Es del todo imposible ayudar a los partisanos que matan a nuestros compañeros...?
—Sí, es del todo imposible -asintió Thomas. Y se dijo desesperado: «¿Y qué podemos hacer ahora? ¿Qué hacer? ¿Cómo seguir siendo una persona decente?»
—Tiene razón -dijo el berlinés-. Mire usted, tampoco yo soy nazi. Seamos sinceros, supongamos que caigo en manos de esos partisanos, ¿me creerán si les digo que no soy nazi?
—Lo primero que harán es disparar. Ésos no preguntan. Para ellos un alemán es un alemán. -Thomas tragó un bocado que tenía en la boca y dijo luego-: Existe una posibilidad, solamente una.
—¿Qué posibilidad?
—Hacer algo y seguir siendo una persona decente -dijo Thomas.
Entró en la cabina telefónica, marcó el número del hotel Lutetia y pidió que le pusieran con el coronel Werthe. El coronel parecía estar muy nervioso.
Thomas oía muchas voces. El coronel parecía presidir una reunión. El sudor resbalaba por la frente de Thomas. Thomas dijo con voz muy ronca:
—Mi coronel, aquí Lieven. Tengo que hacerle una proposición de la mayor importancia. Usted personalmente podrá decidir por sí solo en este caso. Le ruego que me escuche e informaré a continuación al almirante Canaris.
—¿Qué tonterías está diciendo?
—Mi coronel, ¿cuándo empieza la acción allí abajo?
—Mañana por la mañana, ¿por qué?
—Le ruego me permita dirigir la acción.
—¡Lieven! No estoy para bromas. ¡Mi paciencia ha terminado!
—¡Escúcheme usted, mi coronel! -gritó Thomas-. Por favor, oiga usted lo que tengo que proponerle.