9

El cuartel general del SD en Marsella estaba situado en la rue de Paradis, 426. Esta calle tan larga unía la Canebière con el Prado. A derecha e izquierda del edificio principal, la Gestapo había confiscado varias casas. Pero todas estas casas tenían una sola entrada en común: por el número 426 de la rue de Paradis.

Por esta puerta cruzó, la mañana del 8 de junio de 1944, un hombre que llevaba un traje de verano color gris, hecho a medida, y que ordenó al oficial de guardia le anunciara al hauptsturmführer Henrich Rahl.

Rahl, un hombre alto y fuerte, recibió al instante a su visitante.

—He recibido un radiograma de Berlín, sonderführer. Estoy al corriente. Misión secreta. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Como usted sabe, me han confiado la misión de pasar a una importante personalidad al otro lado de la frontera -dijo Thomas Lieven.

—Estoy al corriente -dijo Rahl. Al parecer le gustaba usar esta expresión.

—Y eso hay que prepararlo. Necesito un coche-comando.

—Está a su disposición, sonderführer.

Esos coches-comando eran algo ideal. Dos toneladas y media. Neumáticos dobles. Instalación de radio. No en vano Thomas Lieven había tomado parte en un cursillo para agentes secretos franceses, en donde había sido instruido en cifraje y descifraje, en la emisión y recepción de mensajes. Y ahora, ya qué dos días antes los aliados habían desembarcado en la costa atlántica, tenía la intención de hacer debido uso de sus conocimientos.

Dirigió una mirada muy significativa al hauptsturmführer.

—Me alojo con mi..., hum, acompañante en el hotel de Noailles.

«Allí se alojaba también Josefina Baker -recordó Thomas Lieven-. Allí estuve con Débras y Siméon. Cuando estuvieron a punto de fusilarme. Y ahora vuelvo allí. Y preparo (¿por cuántas veces ya?) mi huida. Con ayuda del señor Heinrich Himmler y de su Gestapo.»

—Precisaré de ayuda en el cumplimiento de mi misión. También por el lado francés. Por este motivo, le ruego, hauptsturmführer, averigüe la dirección de un tal Bastián Fabre. Últimamente había fijado su residencia en Montpellier. En Casa de una tal mademoiselle Duval. En el bulevar Napoleón.

Tres días más tarde...

—Hombre, Pierre, tienes un humor de diablos -dijo Bastián Fabre.

El gigante de impresionantes músculos llevaba el cabello rojizo como un cepillo. Estaba arrodillado delante de un horno. Y allí asaba un lechón que iba recubriendo con mantequilla. Y cuando bajo la delicada piel del animalito se iba formando una ampolla, al instante la reventaba Bastián con un alfiler. Así es como se lo había enseñado Thomas Lieven, a quien Bastián había conocido con el nombre de Pierre Hunebelle. Hacía de ello ya algún tiempo...

Había otros dos caballeros en la pequeña cocina: Thomas y el teniente coronel Bootil. La cocina formaba parte de la nueva vivienda de Bastián en la rue Clary, cerca del bulevar de Dunkerque. Bastián no figuraba inscrito en el padrón municipal, pero el activo SD había logrado dar rápidamente con su paradero.

—Creí volverme loco cuando, de pronto, veo aparecer a esos individuos en mi casa -confesó Bastián.

Los agentes del SD se habían presentado en su casa el 10 de junio. Luego había seguido una violenta escena. Bastián había abrazado fuertemente, repetidas veces, a su amigo, al que creía ya muerto. Y como un chiquillo se había puesto a llorar a continuación.

—La alegría, muchacho..., no sabes cuánto me alegro...

Y ahora estaban los tres en la cocina: Bastián, Thomas y el silencioso teniente coronel Booth. Bastián no perdía de vista el lechón. Thomas preparaba un cóctel de cangrejos. El inglés cortaba tacos de queso para los postres.

MENÚ
Cóctel de gambas * Lechón asado
Welsh Rarebits

Marsella, 11 de junio de 1944

Ante un lechón asado, decide Lieven dar jaque mate a un «cerdo»...

Cóctel de gambas

Se toma una lata de gambas, conservando la carne de la gamba y el líquido en recipientes separados. Se rocían las gambas con algo de coñac y un par de gotas de limón. Se agita nata dulce, fuertemente, con rábanos picantes rallados, mostaza inglesa en polvo y el agua de las gambas, se colorea con un poco de salsa de tomate y se mezclan luego las gambas. Se cubren amplios recipientes de vidrio, de poca altura, con hojas de ensalada, se coloca encima el cóctel de gambas y se pone en frío hasta el momento de servir.

Lechón asado

Se toma un lechoncillo, sin ojos ni patas, se unta por dentro con pimienta y sal, se atraviesa en toda su longitud con una vara de madera, se pone sobre la parrilla o en una sartén con algo de agua caliente y se introduce en el horno. Se pincha con una aguja de mechar, se limpia inmediatamente el jugo que brota, para que no se produzcan manchas. No se debe rociar el lechón como a los otros asados, sino que debe untarse mediante un pincel con mantequilla y aceite. Se cubre por fuera con un poco de sal, sólo cuando se ha formado una costra. Se extrae del horno tan pronto la carne está en su punto -según su tamaño, aproximadamente en una hora- y se sirve a la mesa muy caliente, con un limón en el hocico.

Welsh Rarebits

Se toma Chester u otro queso parecido y se corta en pequeños pedacitos. Se agita en la mesa sobre un recalentador de alcohol en una cazuelita resistente al fuego con mantequilla, un vaso de cerveza y algo de pimienta de Cayena. Cuando la masa empieza a formar hilos, se unta en gruesas capas sobre rebanadas de pan tostado, ya preparadas, y se sirve en platos precalentados.

—Necesito tus valiosos servicios, Bastián. -dijo Thomas-. ¿Conoces la frontera franco-española?

—Pierre, la conozco como la palma de mi mano.

—Muy bien, en este caso, tú nos guiarás. Hemos de llevar a ese caballero a Lisboa. Un poco más de catsup, Bastián.

El gigante abrió un armario de cocina y sacó una botella. Y cayó entonces del armario una pequeña locomotora de juguete. Bastián la recogió del suelo.

—Mira, Pierre..., ¿recuerdas? ¡De mi tren eléctrico! Todo lo que me ha quedado de él. Con mi tren nos serviste en aquella ocasión aquella cena tan divertida. Desde entonces la llevo siempre conmigo... como talismán. Y como recuerdo de...

—Ya sé -dijo Thomas Lieven, en voz baja.

Y mientras preparaba la salsa de cangrejos recordó a Chantal Tessier, y cuando la recordaba le dolía el corazón.

«Ay, Chantal, si vivieras aún..., si pudieras acompañarme ahora...»

—A propósito, el Calvo sigue en la ciudad -le oyó decir a Bastián.

Thomas echó la cabeza hacia atrás.

—¿El Calvo en Marsella?

Bastián asintió, amargado.

—Ese cerdo ha disuelto su banda y se ha convertido en un confidente del SD. Toda Marsella tiembla ante él. Ahora ya ha cogido un poco de miedo..., pero, a pesar de ello...

Thomas se sentó en un taburete. Le dominaba una salvaje ira. ¡El Calvo vivía! El hombre que había matado a Chantal vivía en Marsella...

—Míster Booth -dijo Thomas-, cruzará usted la frontera con mi amigo. Yo tengo aún algo que liquidar aquí.

El inglés quiso protestar, pero Thomas denegó con un movimiento de cabeza:

—Ahórrese las palabras. Me quedo aquí. Tengo que saldar cuentas con un desalmado. Y aun cuando esto sea lo último que haga en esta vida, aunque muera en la empresa...

No sólo de caviar vive el hombre
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