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Era, en verdad, un pisito muy bonito y muy confortable. En tres de las habitaciones había unas manchas más claras en el papel de la pared. Hasta hacía poco habían colgado unos cuadros allí. Thomas sonrió al ver esas manchas más claras.
Fue una noche muy curiosa aquélla, puesto que, tanto Thomas como la princesa perseguían el mismo objetivo, es decir, tumbar de espaldas al otro... en el sentido simbólico, claro está.
A este fin Vera sacó a relucir una botella de whisky. Los dos tomaron un sorbito. Y otro. Vera se dijo: «Acabará por emborracharse». Y Thomas se decía: «Si seguimos así, pronto estará sin sentidos».
¡Y luego los dos la cogieron!
Vamos a dar un salto adelante, por amor a los niños. Bien..., tres horas más tarde...
Tres horas más tarde la princesa rubia estaba muy cariñosa. Y Thomas estaba un poco sentimental.
Thomas, que había bebido más de la cuenta, cometió un error fatal. Habló de sus planes futuros, y en relación con éstos mencionó su cuenta corriente en un Banco de Zurich, a nombre de Eugen Walterli.
—¿Y también usas el nombre de Eugen Walterli? -rióse Vera-. Ay, corazón mío... ¿Y... hay mucho dinero en esa cuenta corriente?
Esta pregunta hubiese debido hacerle volver a la realidad del momento. Pero no fue así.
—Oye tú, eso es ya patológico en ti. ¿Acaso siempre sólo piensas en el dinero?
La mujer se mordió el labio inferior.
—Neurosis grave. Trauma infantil. ¿Sabes que incluso he llegado a falsificar cheques? ¡No existe firma que yo no sea capaz de imitar!
—Te felicito -dijo el ingenuo estúpido.
—Además..., soy una verdadera cleptómana. En mi infancia fue algo muy grave. Los lápices de colores de mis compañeras eran mis lápices. Los portamonedas de mis amigas, mis portamonedas. Y, más tarde, los maridos de mis amigas eran mis..., ¿he de seguir hablando?
Bebieron algo más. Luego se quedaron dormidos.
A la mañana siguiente, Thomas estaba ya en la cocina cuando Vera despertó con intensos dolores de cabeza. Thomas le sirvió el desayuno en la cama.
—Bien -dijo-, ahora toma tranquilamente tu café. Luego el baño. Luego te vestirás y nos iremos...
—¿Adonde?
—A Baden-Baden.
La mujer palideció.
—¿Y qué vamos a hacer allí?
—Allí hablarás con tu amigo Valentine y harás que él devuelva las joyas. ¡Y si os hacéis responsables de algo más, los dos iréis a parar a la cárcel!
—Escucha tú, miserable, esta noche te habías olvidado de todo esto, ¿eh?
Thomas enarcó las cejas.
—La noche es la noche, y el deber, el deber.
Se volcó la bandeja con el servicio de café. La mujer se abalanzó sobre él, gritándole, enseñándole sus dientes y sus garras.
—¡Perro...,, te voy a matar!
Aquella noche, una noche triste y fría, llegó un sucio jeep a la ciudad de Baden-Baden. Thomas Lieven se sentaba al volante. Vera, princesa de C., se sentaba a su lado...
¡Y entonces cometió otro error! Se dirigió con Vera a su oficina en la Wilhelmstrasse, 1. Llamó al teniente Valentine. Valentine se estremeció de pies a cabeza cuando vio a Vera. Thomas fue el primero en hablar.
—No entiendo una sola palabra de todo eso -dijo el teniente, muy frío-. Presentaré quejas contra usted, mon capitaine, yo...
—Cierra el pico, Pierre -dijo la princesa-. Lo sabe todo.
—¿Y qué es lo que sabe?
Vera volvió su mirada hacia Thomas.
—¿Puedo hablar durante cinco minutos a solas con él?
—Conforme -asintió Thomas. ¡Otro error!
Abandonó su oficina y se sentó en el vestíbulo. Ni un solo instante perdió de vista la puerta de su oficina. «No soy ningún estúpido», se dijo.
Cuando terminó de fumar el cigarrillo comprendió, de pronto, que sí era un estúpido. Su oficina estaba en el entresuelo. Y la ventana no tenía rejas. Se precipitó dentro de la oficina. Estaba vacía. La ventana estaba abierta...
Diez minutos más tarde eran despachados teletipos y telegramas por todo el país:
20 horas, 14 minutos – 6 de noviembre de 1945 de: oficina investigación criminales de guerra b-b – a todas las unidades de policía militar – a todas las unidades cic y cid – busquen y detengan sin pérdida de tiempo...
A las 4.15 horas del 7 de noviembre, una patrulla de la policía militar francesa detenía a Pierre Valentine en la sala de espera de la estación de Nancy, cuando sacaba un billete para Basilea. No dieron, empero, con la princesa Vera de C.
El teniente fue llevado a la cárcel militar de París. El general Pierre König en persona, comandante en jefe de las Fuerzas armadas francesas en Alemania, solicitó de Thomas Lieven reuniera todo el material posible contra Valentine. Este sucio trabajo ocupó a nuestro amigo hasta principios de diciembre. Otros cuatro franceses fueron detenidos.
Nos adelantamos a los acontecimientos: el teniente Valentine y sus amigos fueron juzgados en París. El 15 de marzo de 1946 fueron degradados y condenados a elevadas penas de prisión.